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Destripando la historia a ambos lados del Ebro

«Me convertí en historiador de España en gran parte por accidente», asegura John H. Elliott en el libro ‘Haciendo historia'(Taurus) en donde aúna sus reflexiones personales sobre su carrera como historiador con los cambios y novedades que se han producido en nuestro país.
«Me preocupa la deformación histórica», señala Elliott y advierte del «peligro» que supone que los jóvenes españoles de ahora solo conozcan la historia de su región hasta los límites del Ebro.
«Ya hay una nueva generación en la España oriental que corre el peligro de alcanzar la madurez bajo la impresión de que la historia de su territorio natal se detiene en las orillas del Ebro. Con tal enfoque inevitablemente se retrocede a la historia nacionalista estrecha y cerrada que historiadores de la talla de Vicens Vives se propusieron ante todo desacreditar», señala el autor en ‘Haciendo historia’.
«Esta es un una visión de estrechos horizontes». «El localismo es peligroso si no está relacionado con el conjunto más grande», subraya John H. Elliot, quien defiende la «interacción» en la historia de España de las diferentes Comunidades Autónomas.
«Yo he intentado durante mi vida desmitificar la historia tanto de Cataluña como de España y mucho me temo que no todos hayan aprendido la lección», subraya este historiador, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y Premio Balzan de Historia.
Entre los puntos que ha intentado desmitificar en su larga carrera centrada en la historia de la Península Ibérica, Elliott señala la «visión romántica y tradicional de la historia de Cataluña», que ya había denunciado Vicens Vives, quien quería «demostrar que los catalanes también tenían sus defectos y que la historia romántica era demasiado sentimental y muy reduccionista y simplificaba muchas cosas que eran complicadas», alega Elliott.
«El gran reto de un historiador es desmitificar y mostrar que la historia es algo más complicada», indica Elliott, quien considera «poco apropiado» opinar sobre el debate político que se está produciendo en estos momentos sobre la independencia de Cataluña.
En este sentido y en las páginas de ‘Haciendo historia’, Elliott recuerda cómo en 1953 vivió en Barcelona donde se enfrentó a un «nuevo reto», el lingüístico,. «Cuando vivía en Cataluña, me identifiqué con los catalanes y hablaba catalán mejor que castellano», reconoce este historiador quien asegura «comprender» sus reivindicaciones.
En esta misma línea, recuerda que en Cataluña ha visto «lo que es vivir sin libertad», y supo lo que es «vivir en una sociedad donde no se permitía utilizar el idioma en muchos casos».
«El nacionalismo, aunque relegado a la clandestinidad por la política represiva del régimen franquista, era un sentimiento poderoso en la Cataluña de los años cincuenta, como lo sigue siendo hoy», señala John H. Elliot en este libro, donde traslada al lector su «entusiasmo por la historia».
En este sentido, ‘Haciendo historia’ aúna experiencias personales con reflexiones sobre hechos históricos, desde que un día, hace más de cincuenta años, entusiasmado por un retrato del Conde Duque de Olivares que vio en el Museo del Prado, decidió centrarse en la historia de España y en la figura del valido del rey Felipe IV.
«Se me hizo evidente en el curso de mis investigaciones que la compleja naturaleza de las relaciones entre Cataluña y Castilla desde la unión de las coronas de Castilla y Aragón a finales del siglo XV constituía una clave fundamental para comprender no solo la historia de Cataluña, sino la de España en su conjunto», explica en el libro.
Preguntado por los defectos del Conde Duque de Olivares, Elliott asegura que son los de cualquier persona que está en el poder durante muchos años: la arrogancia y la falta de contacto con la realidad de lo que está pasando en su entorno.
Por otra parte, en el libro Johh H. Elliot recuerda su primera visita a España en 1950, cuando era un país «mísero» con «los niños por la calle pidiendo, sobre todo en Andalucía». «Pedían pan, una moneda o cualquier cosa», subraya el autor.
«Las nuevas generaciones no se dan cuenta de la trasformación fantástica que ha sufrido este país», concluye el autor, que ya prepara para el 2013 una nueve edición revisada de los dos volúmenes sobre la figura del Conde Duque de Olivares y un tercer tomo de correspondencia inédita, que publicará Marcial Pons.
La indiferencia que sostuvo al fascismo español

El historiador Carlos Collado Seidel desentraña en su libro «El telegrama que salvó a Franco» las intrigas y conspiraciones que propiciaron la supervivencia del régimen de Franco después del desembarco aliado en el norte de África a finales de 1942.
Carlos Collado Seidel, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad alemana de Marburgo, explica que en la historiografía sobre el período «faltaba una visión de conjunto y sobre todo el planteamiento de las razones que explican la asombrosa supervivencia de un régimen que era considerado como fascista y hechura de Hitler y Mussolini».
La documentación inédita consultada por Collado constata que Churchill fue el principal culpable de que la República no recibiera la ayuda de las democracias occidentales y que su «opción preferida era la restauración de la monarquía en la persona de don Juan».
Sin embargo, a los monárquicos españoles se les veía igual de fragmentados que a los republicanos e «incapaces de llegar a una postura unánime para reemplazar a Franco».
Ante esta situación, continúa el autor, el ejecutivo londinense, contrariamente a las maquinaciones del embajador británico en Madrid, Samuel Hoare, «tampoco se planteó la opción de tomar partido de manera abierta por la causa monárquica».
El profundo conservadurismo y anticomunismo de Churchill no explican, a su juicio, por sí solos que apostará por mantener a Franco, pues aquel «se movía por los intereses del Imperio británico, y el paso por el estrecho de Gibraltar seguía teniendo una relevancia vital para su abastecimiento y sus comunicaciones marítimas».
Piensa Collado que «Churchill seguía actuando según los parámetros de la diplomacia británica decimonónica, y su ministro de Exteriores, Anthony Eden, discrepaba de este planteamiento, pues estaba convencido de que los factores ideológicos serían relevantes en la posguerra, y la pervivencia del régimen de Franco sí afectaría a los intereses británicos».
En sus consultas a archivos públicos y privados, el historiador español ha descubierto «aquel borrador de telegrama que hubiera dado un giro fundamental a la política hacia España».
Así, destaca el «informe del jefe del servicio de inteligencia estadounidense (OSS), William Donovan, que urgía que se emprendiera una operación encubierta para desbancar a Franco y establecer un gobierno bajo el liderazgo del dirigente nacionalista vasco, José Antonio Aguirre».
Desde su llegada a EE.UU., Aguirre mantuvo estrechos contactos con las autoridades estadounidenses y sobre todo con Donovan, a quien puso a su disposición su red de agentes, y además «Aguirre había logrado un grado importante de aceptación por parte los diversos grupos de oposición que se encontraban en el exilio americano».
Donovan partía del convencimiento de que los intereses nacionales estadounidenses se verían «seriamente perjudicados ante la pervivencia de un régimen considerado netamente como fascista». Si la propuesta también contó con apoyos en el Departamento de Estado, finalmente no prosperó por las dudas de que un nacionalista vasco fuera capaz de liderar un movimiento a nivel nacional, agrega.
En el período comprendido desde la defenestración de Mussolini en el verano de 1943 y del desembarco de Normandía un año más tarde, fueron determinantes las diferencias diplomáticas aliadas.
«Mientras Washington apostaba por una política dura de exigencias planteadas sin paliativos, en Londres se mantuvo el convencimiento de lo acertado de una política de presión mesurada, que debía desembocar en una restauración pacífica de la monarquía», señala Collado.
Recuerda que ese desentendimiento sobre el método para destituir a Franco «culminó, en abril de 1944, en un durísimo enfrentamiento personal entre Roosevelt y Churchill».
El borrador de telegrama que Churchill escribió para enviar a Roosevelt aceptando las condiciones norteamericanas se escribió en el momento culminante de ese enfrentamiento, relata Collado.
«La presión estadounidense resultó ser tan grande que el gobierno británico finalmente estuvo dispuesto a plegarse y a pasar el bastón de mando a los estadounidenses, pero finalmente no fue necesario enviar dicho cable, pues llegó otro desde ultramar que anunciaba que Washington desistía de su pretensión maximalista; ante la tenacidad mostrada por Churchill y por su embajador en Madrid».
Aquel 25 de abril de 1944 -asegura Collado- se jugó el destino del régimen y a su juicio, «se trató de una cuestión de horas».
Este documento era accesible al público desde hacía mucho tiempo, junto con copiosa documentación al respecto que se conserva en los National Archives londinenses, pero «al tratarse de un borrador ha pasado desapercibido en medio de la gran cantidad de material de archivo».
Canciones que retratan un siglo

¿Qué dicen de nosotros las canciones que escuchamos? Bajo esta cuestión arranca un ensayo que recorre el siglo XX español a través de su música y que, atendiendo al disenso en torno al himno nacional, arroja ya una clara conclusión para su autor, Fidel Moreno: «Somos un pueblo el libro al que le gusta discutir».
«Es una constante en la historia de España. Desde el siglo XIX, conforme perdemos importancia en el mundo, la falta de un enemigo exterior hace que nos peleemos entre nosotros, pero más que eso, subrayaría hasta qué punto esa manera de ser es un elemento que nos une; como diría Cernuda, hay una gran tradición de españoles sin ganas», afirma.
De su mano ha surgido «¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones»? (Debate), obra de más de 750 páginas que se guía por la premisa de la música como «artefacto comunicativo» y en que, «aunque en este país no estemos de acuerdo en la letra pequeña, sí lo estamos en la emoción».
Desde esa perspectiva, entre sus tesis personales expone «Ay, Carmela» como la primera canción nacional española frente al citado himno, la «Marcha Real», que en su opinión «es bastante fea y hace complicado que emocione», o el «Himno de Riego», que es posterior.
«En cambio, ‘Ay, Carmela’ surge con la Guerra de la Independencia, cuando se está creando la nación española moderna y los españoles se sienten sujetos de derecho… Y además en el estribillo integra la rumba, que es una de nuestras grandes aportaciones a la música», defiende.
Moreno (Huelva, 1976), escritor, periodista y músico bajo la identidad de El Hombre Delgado, ciñe su mirada a las canciones de sus abuelos y de sus padres hasta el día de su nacimiento, empezando el libro con una nana de su ámbito íntimo, «Cuando Vilar traiga el globo de París».
«Este ensayo trata de explicar mi vida y la historia de España del último siglo a través de las canciones más escuchadas (…), lo que las convierte en documentos privilegiados para saber cómo somos», escribe en el prólogo de una obra que tiene entre sus grandes alicientes el análisis de la evolución pública y privada de la mujer.
Así, frente al ideal de posguerra de «una mujer hacendosa, en una posición de subordinación», destaca cómo las canciones se fijaban más bien «en la perdida, la prostituta o la mantenida» del tipo de «La Bien Pagá». «Las mujeres en su casa se soñaban en esos amores de una sola noche, siendo arrastradas por el amor de un marinero, como en ‘Tatuaje'», indica.
Hasta llegar a la época de la canción de autor, con Mari Trini como gran baluarte de la ruptura con los cánones establecidos gracias a «Yo no soy esa», existe otro tema que llama la atención, «La chica yeyé», de Concha Velasco.
«Los fenómenos de modernidad siempre han sido recibidos con cierta discusión y eso se refleja aquí: hay una mujer tradicional que le dice al chico que, si lo que quiere es un ratito de amor, que se busque a otra. Pero es ambivalente, porque el ritmo lleva todo el veneno del rock and roll y de la liberación, como la propia interpretación de Velasco», indica.
Cambia también el reflejo del hombre, más sensible, como en «Palabras para Julia», en la que un padre conversa con su hija «de igual a igual», y más aun en «Y cómo es él», el tema que José Luis Perales compuso para un Julio Iglesias supuestamente herido por el abandono de Isabel Preysler, pero que retuvo para sí y publicó un año después de la aprobación del divorcio en España.
«Con los años cambian otras cuestiones como los umbrales del erotismo o del humor. Mi abuela se pondría caliente con una canción de Agustín Lara que hoy nos podría parecer incluso galante, mientras que hoy es el reguetón el que incita al folleteo o el rock and roll en su época», subraya Moreno, quien detiene su atención en un hito como «Bésame mucho».
El enfoque de análisis es unas veces de carácter estético o sociológico, en muchos casos apela a la memoria familiar y también se recrea en los debates etnomusicológicos, por ejemplo en cómo la evolución tecnológica ha afectado a las grabaciones y, por ende, en lo que escuchamos.
«En la posguerra hubo una época dorada por un público cautivo de la radio; cuando en los 60 se populariza el tocadiscos, la gente puede escuchar lo que quiere y hoy por hoy, con internet, se produce un fenómeno de fragmentación enorme, por eso cuesta que surjan canciones del verano como antaño», opina.
No obstante, Moreno no descarta una segunda parte que afronte un repaso similar desde 1976 hasta nuestros días. «Estamos tan inmersos y bombardeados por la agitación del momento presente que perdemos la perspectiva, pero siempre quedan canciones que impactan en el imaginario», afirma.
Un escocés contra el Régimen

Stuart Christie, el anarquista escocés que participó en un plan para atentar contra Franco, relata su aventura en ‘Franco me hizo terrorista’, memorias que constituyen «una contribución a la historia de la lucha antifranquista española», según el autor.
Publicado por Temas de Hoy, el libro narra el viaje desde su país natal hasta un lugar que desconocía y en cuyo cambio histórico quiso participar. «Lo único moral que podía hacer era ofrecer mis servicios para una acción antifranquista», afirmó Christie durante la presentación de la obra.
Su temprano interés por Franco nació en su adolescencia, a raíz de las anécdotas que sus familiares y círculo de amigos contaban sobre la Guerra Civil y su participación en las Brigadas Internacionales, aunque quien más influyó en él fue su abuela, que le proporcionó «un barómetro moral en cuanto al bien y el mal» y a la que ha dedicado el libro ‘Mi abuela me hizo anarquista’.
En agosto de 1964, Christie recibió instrucciones para cumplir con su primera misión internacional. Debía entrar en España desde Francia con un cinturón de explosivos que, una vez en Madrid, le entregaría personalmente a otro contacto de la red junto con una carta que el escocés pasaría antes a buscar por las oficinas de American Express.
Explosivos en la zamarra
Después de recoger los explosivos en París, Christie debía viajar en tren hasta Toulouse, de allí a Perpiñán y, luego, intentar introducirse en automóvil en España.
Con tan sólo 18 años, el joven anarquista escocés llegó a España en autoestop y cruzó la frontera sin ser detenido. A pesar del calor que hacía en agosto de 1964, Christie llevaba puesta una zamarra en la que escondía una carga de explosivos.
La misión, organizada por Defensa Interior, tenía como objetivo atentar contra Franco y cambiar así el curso de la historia española. Pero su estancia en libertad duró muy poco, ya que horas después de pisar Madrid, con tiempo sólo de comerse un bocadillo en un bar de la Puerta del Sol, a escasos metros de la Dirección General de Seguridad, fue detenido por agentes de la Brigada Político Social.
Encarcelado y juzgado, fue condenado a 20 años de prisión. El indulto personal de Franco llegó a mediados de agosto de 1967, tres años después de su detención. La cárcel de Carabanchel, «donde no vi a ningún miembro del Partido Socialista», fue para él una «universidad de la vida».
En un partido del Real Madrid
Stuart Christie emprendió su misión sin estar al corriente del plan, ya que su papel era sólo de enlace que debía entregar los explosivos. «Años más tarde me enteré de que el plan era atentar contra Franco antes o después de un partido de fútbol en el estadio Santiago Bernabéu».
La publicación de ‘Franco me hizo terrorista’ constituye para su autor una oportunidad de ofrecer su propio testimonio de lo que pasó «y dar algo de empuje a la campaña para clarificar y abrir el proceso de la ejecución de los dos militantes anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado».
Sin pensar en los posibles riesgos que corría, lo importante para Christie «era la idea de luchar por la justicia. Tenía 18 años y son los jóvenes quienes piensan que pueden cambiar el mundo sin tener en cuenta los riesgos a los que se enfrentan».
Sainetes de Carabanchel
Todavía hoy el autor desconoce quién le delató, aunque en el interrogatorio que le hicieron al ser detenido estaba claro que «hubo contactos estrechos entre la policía social y el servicio británico». «Años después», continúa, «descubrí que hubo dos infiltrados, Guerrero Lucas e Inocencio Martínez».
La historia que narra el libro fue el viaje iniciático de Stuart, en lo físico y en lo personal. Fue una experiencia vital que emprende en el momento en que entra en la cárcel en un país y una cultura desconocidos y junto a personajes de todo tipo.
En la España de Franco, la cárcel de Carabanchel era un punto de libertad. Así, de no ser porque las historias que cuenta este idealista, ingenuo e inexperto son tan serias, nos parecerían sainetes.