historia

Poesía gatuna frente a los dóberman del dictador

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Ceaucescu, junto a su esposa y algunos de sus perros

Hubo un tiempo en el que en Rumanía ataban los frutos a los árboles para que pareciesen más fecundos y demolían hospitales porque en uno un gato atacó al doberman del dictador rumano, Ceaucescu.

«Era todo tan surrealista que yo sólo podía reflejar la realidad», evoca la «prohibida» poeta Ana Blandiana, una autora de culto en media Europa que también publica en España.

«Somos un país vegetal» es no sólo el título de uno de sus más famosos poemas sino una declaración de cómo se ve ella y muchos de sus compatriotas «por haber conseguido aguantar tanto», explica en el contexto de los vericuetos de su libro de relatos «Proyectos de pasado» (Periférica), impreso originalmente en 1982 tras un largo periodo de censura.

El libro, traducido a 23 lenguas, convirtió a Blandiana, una figura legendaria en Rumanía por su activismo contra la dictadura, en una de las voces fundamentales de la literatura de la Europa del Este, a la par de Anna Ajmatova o Vaclav Havel.

Sus relatos, que cultivan el misterio como paradigma existencial traducido en aporías como la del título, son «visiones» biográficas y hablan del «alma» abarcando experiencias vividas en su país desde que el comunismo se instala y afianza (1948-1964), una época en la que murieron medio millón de personas, a la represión de la era Ceaucescu.

Blandiana, seudónimo de quien vino al mundo en 1942 en Timisoara como Otilia Valeria Coman, se «reveló» al publicar sus primeros poemas, con 17 años, como hija «de un enemigo del pueblo» -preso político por ser sacerdote ortodoxo- y, por tanto, «prohibida» ella misma.

En 1964, logra publicar su primer poemario, «Primera persona del plural», y sigue escribiendo esquivando como puede la censura.

Lo «peor» viene cuando, en 1985, denuncia en unos poemas la miseria y terror del régimen de Ceaucescu.

Uno de ellos, «Todo», una reiteración de palabras de la vida cotidiana como «gato», provoca especialmente la ira del régimen.

Lo de «gato» no lo entendía nadie fuera de Rumanía, pero dentro, todo el mundo. Ceaucescu visitó un día un hospital con sus doberman.

En el centro tenían gatos para espantar a las ratas y uno de ellos le hizo frente a uno de los perros: «Se montó un lío enorme y todo el mundo se reía menos él».

Consecuencia: el dictador mandó derribar el hospital, la primera de los muchas demoliciones de edificios antiguos que emprendió -«las casas volaban», dice Blandiana en uno de sus poemas- y que acabaron con casi todos los vestigios del pasado de Bucarest.

No puede publicar durante mucho tiempo pero eso hizo que se estableciera «una relación indestructible» con sus lectores, «que se jugaban la vida» tanto como ella al leerla en «samizdat», es decir copias a mano de sus poemas.

«La gente vivía pendiente de los poetas. La palabra tenía un poder supremo. Ahora la gente mira la tele», lamenta aunque reconoce que también «la problemática» ha cambiado.

«Ahora ya no existe esa obligatoriedad de escribir para que te lean entre líneas. Que no haya censura ha cambiado las coordenadas estéticas, pero hay otros problemas como la soledad, el paso del tiempo y la indiferencia».

En 1988 logra editar un libro de versos para niños, «Acontecimientos en mi calle»», que se ve de nuevo como una crítica al dictador porque estaba protagonizado «¡Por un gato!».

La represalia fue retirar todos sus libros de las bibliotecas y prohibir la simple mención de su nombre. Vive «custodiada» hasta 1989 y tras la caída del régimen funda y preside la Alianza Cívica y ahora dirige el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia.

De polígamos y megalópolis

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Se estima que Joseph Smith pudo tener entre 30 y 40 esposas
Se estima que Joseph Smith pudo tener entre 30 y 40 esposas

La iglesia mormona reconoció por primera vez en su historia que su fundador Joseph Smith, tuvo entre 30 y 40 esposas, entre ellas una de 14 años, según una serie de ensayos oficiales que recogen varios medios estadounidenses.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, como se denomina formalmente esta confesión religiosa con sede en el estado de Utah (EU), publicó la información en un ensayo que entonces pasó desapercibido pero que ahora recuperan varios medios locales y nacionales.

Hasta ahora, la religión mormona solo había reconocido una esposa -llamada Emma- al profeta que la fundó en el siglo XIX, y la revelación encaja con la práctica de poligamia que la iglesia abandonó formalmente en 1890, pero que ha seguido vinculándose con esa confesión en la cultura popular de Estados Unidos.

La difusión de esa información forma parte de un esfuerzo de la iglesia de ser más transparente respecto a su historia debido a las acusaciones que han surgido sobre el tratamiento de mujeres o las minorías dentro de la fe, según un análisis del diario Boston Globe.

Smith tuvo entre 30 y 40 esposas, de edades comprendidas entre los 14 y 56 años, aunque la mayoría de ellas estaban entre los 20 y los 40; y algunas estaban también casadas con amigos del profeta, según el ensayo.

Es probable que Smith no mantuviera relaciones con todas las mujeres porque muchas estaban «reservadas» para su esperado disfrute en el cielo, pero esa poligamia causaba un «sufrimiento insoportable» a su primera esposa, Emma, de acuerdo con el ensayo.

Smith se inclinó hacia la poligamia durante sus lecturas del Antiguo Testamento en 1831, cuando descubrió que muchas figuras bíblicas, como Abraham, David y Salomón, tenían más de una esposa.

«La misma revelación que le enseñaba sobre el matrimonio plural formaba parte de una revelación más amplia dada a Joseph Smith. El Matrimonio podía durar más allá de la muerte y ese matrimonio eterno era esencial para heredar la plenitud que Dios desea para sus hijos», sostiene el ensayo.

Se estima que unos 40 mil residentes de Utah mantienen hoy matrimonios polígamos, si bien la iglesia mormona insiste en que no son miembros de su confesión, que en 1890 rechazó la poligamia bajo presión del Gobierno estadounidense y desde entonces excomulga a quienes la practiquen.

Ciudades mormonas del futuro

Buscando documentos referidos a su religión para aprender más sobre ella, el empresario David Hall acabó encontrando unos textos de Joseph Smith, fundador de los mormones, en los que se describe detalladamente la creación de una ciudad. Tomándolos como referencia, y convencido de que ofrecen una solución a los problemas medioambientales del planeta, el empresario ha comenzado a adquirir tierras en distintos estados norteamericanos –principalmente en Vermont y Utah– y a invertir millones de dólares en desarrollar la tecnología necesaria para fundar comunidades que sigan el modelo detallado en los papeles.

“El proyecto empezó hace muchos años al descubrir los documentos de 1833. Cuando los estudié, vi que había muchas cosas que se pueden aplicar en nuestros días para intentar reducir nuestra huella de carbono”, concreta a Teknautas el magnate, que ha cimentado su fortuna en el negocio de los combustibles fósiles con su compañía Novatek, que capitaneó durante cuarenta años antes de venderla.

Los papeles con los que se topó el empresario, y que ha estudiado al detalle y de forma obsesiva durante los citadas cuatro décadas, relatan la visión que Joseph Smith y dos de sus colaboradores tenían para la creación de la llamada Ciudad de Sión. Según Hall, las especificaciones que aparecen en el texto ya fueron empleadas por el fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días –la iglesia mormona– para construir algunos edificios y mejorar algunas comunidades, aunque no con el nivel de detalle con el que él lo está haciendo.

Las comunidades diseñadas por este mormón de cuarta generación, siguiendo los preceptos de su líder, se construirán en forma de diamante, albergarán a 20.000 personas y funcionarán de manera autónoma. Incorporarán espacio industrial, agrícola, residencial y comercial y aprovecharán al máximo el territorio construido. Las azoteas de los edificios tendrán huertos y granjas urbanas y se empleará en ellas “la última tecnología”, para aumentar las ganancias y de paso evitar la expansión de enfermedades e insectos.

Los negocios se situarán en las plantas bajas y en los sótanos y los edificios estarán conectados por espacio peatonal por el que, además, discurrirán “cápsulas” encargadas de transportar a las personas mayores o con problemas de movilidad. Además, según sus planes, habrá instalaciones multiusos que se emplearán como escuelas, centros de conferencias y recintos deportivos.

Los documentos originales especificaban que el espacio necesario para cada persona serían 0.1 acres (unos 404 metros cuadrados). Hall, después de realizar sus propios cálculos, los ha reducido a 200 metros cuadrados por residente, solo 16 de los cuales corresponderán a la vivienda. “Nuestro trabajo es conseguir que esos metros no parezcan un espacio pequeño. Además, hay que tener en cuenta que, por ejemplo, una familia de cuatro miembros dispondrá de cuatro veces ese espacio. El objetivo es que las distintas áreas de la vivienda se transformen muy fácilmente: de cocina a espacio de trabajo, de espacio de trabajo a comedor”, concreta.

Con este objetivo, los muebles que no se estén utilizando se almacenarán en trasteros de 4 por 4 metros que descenderán para quedar bajo el suelo, hasta que se vuelvan a necesitar y asciendan de nuevo hasta el apartamento. Además, toda la ciudad estará rodeada por bosques y naturaleza (“no controlada”, en palabras de Hall) que actuarán como barrera para evitar el crecimiento descontrolado. El ganado también se mantendrá en el exterior.

El sueño de Hall de crear una red de pueblos, comunidades y megalópolis sostenibles social y medioambientalmente pasa por desarrollar nueva tecnología que le ayude a rentabilizar el espacio y la actividad económica, a contaminar menos y a hacer un uso responsable de los recursos. Por ello ha fundado lo que él mismo denomina “un laboratorio de Edison moderno”, un centro de I+D en el que más de 25 empresas organizadas como una cooperativa trabajan en distintos proyectos y procuran producir las innovaciones necesarias para constuir los primeros distritos.

“Creamos rápidamente, fallamos y lo seguimos intentando hasta que tenemos éxito: ese es el método que estamos siguiendo para innovar rápidamente. Y al final conseguimos cosas que merecen la pena”, afirma Hall.

Nuevos tipos de plataformas elevadoras, que permitirán subir y bajar los muebles, paredes capaces de desplazarse, incubadoras de alimentos, sistemas de producción de energía que capturen el dióxido de carbono para que no llegue a la atmósfera, nuevos espacios de almacenamiento, persianas inteligentes e incluso un nuevo sistema wifi para mejorar las comunicaciones son solo algunas de las ideas que están desarrollando los más de 200 empleados del centro. “Tenemos montones de iniciativas en el laboratorio de Edison”, remarca el multimillonario mormón.

Pero la tecnología no es lo único en lo que invierten su tiempo y sus energías. Hall y su equipo han desarrollado un sistema económico que permitirá mantener a estas comunidades, que también tendrán su propio modelo organizativo, subordinado, eso sí, a las leyes federales y de cada condado y estado.

“Tendrán una estructura corporativa. En cada comunidad entrarán unos 100 negocios, que tendrán que emplear a una media de diez personas”, explica Hall. Respecto a la organización, cada comunidad estará gestionada por una junta en la que habrá una pareja casada, una mujer soltera y un hombre soltero, para representar, según el empresario, los distintos modos de vida de la sociedad.

En la ciudad del futuro planeada por Hall cada persona dispondrá de 16 metros cuadrados
En la ciudad del futuro planeada por Hall cada persona dispondrá de 16 metros cuadrados

Canalizando sus esfuerzos a través de la fundación New Vista y armado con la fortuna que ha amasado durante su larga trayectoria empresarial, Hall ya ha invertido 100 millones de dólares (88 millones de euros) en el proyecto, y planea gastar al menos otros 150 millones de dólares (132 millones de euros) antes de lanzarse a conseguir que contribuyentes, empresas y particulares le ayuden a financiar los 3.000 millones que costaría desarrollar una comunidad completa de 20.000 personas.

“Todavía no hemos construído ninguna comunidad”, aclara. “Espero que en los próximos cinco años tengamos prototipos de edificios por los que la gente pueda pasearse. De aquí a siete o diez años espero haber construido el espacio necesario para 100 personas, en lo que yo llamo un distrito, y en quince años quiero que ya haya una comunidad completa en alguna parte”, especifica.

Aunque Hall se centra en la lucha contra el cambio climático y en la necesidad de reducir la huella de carbono cuando habla del proyecto, el origen religioso de su propuesta ha alarmado a los residentes de las zonas en las que su fundación, de forma silenciosa pero constante, ha ido adquiriendo tierras. Los pobladores de Sharon (Vermont), lugar de nacimiento de Joseph Smith donde la Fundación New Vista ya ha comprado 900 acres de terreno (más de 360 hectáreas), miran la propuesta con recelo y ya la han criticado abiertamente.

Mientras tanto, el empresario remarca que, aunque los papeles fueron el origen de su idea, las comunidades no están basadas en su religión, y explica que su objetivo es que mormones y no mormones convivan en sus ciudades futuristas. De momento, pese a lo alocadas que puedan sonar sus ambiciones, su poder económico, su gran convicción y la enorme inversión que está realizando en tecnología hacen que la creación de estas comunidades no se queden solo en un sueño de Joseph Smith o en un puñado de planes idealistas de Hall, sino que tenga posibilidad de materializarse como modelo alternativo.

Hilda Krüger, la Mata Hari nazi

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Nadie hubiera dicho que Krüger tenía mimbres para ser estrella. Ni era alta ni poseía el encanto anguloso de divas como Marlene Dietrich. Los tugurios del Berlín de entreguerras o la segunda línea de un buen cabaret parecían ser su destino. Pero en su poder retuvo una carta más poderosa. Su íntima relación con el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels. Gracias a él ascendió y multiplicó sus intervenciones cinematográficas, aunque también por él tuvo que salir de Alemania, debido a los celos de su esposa, la terrible Magda.
Nadie hubiera dicho que Krüger tenía mimbres para ser estrella. Ni era alta ni poseía el encanto anguloso de divas como Marlene Dietrich. Los tugurios del Berlín de entreguerras o la segunda línea de un buen cabaret parecían ser su destino. Pero en su poder retuvo una carta más poderosa. Su íntima relación con el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels. Gracias a él ascendió y multiplicó sus intervenciones cinematográficas, aunque también por él tuvo que salir de Alemania, debido a los celos de su esposa, la terrible Magda.

Hilda Krüger, atractiva y sofisticada actriz alemana, fue la protagonista uno de los episodios más extravagantes a mediados del siglo XX. Admirada por Joseph Goebbels, el omnipotente ministro de Propaganda de Hitler, partió a Estados Unidos, primero, con la aparente intención de seguir su carrera en Hollywood.

Pero poco tiempo después se dirigió a México, dejando atrás intensas relaciones con el magnate J. Paul Getty y Gert von Gontard, heredero del emporio cervecero Anheuser-Busch. La vida y obra de esa espía nazi está en México a través de la novela de espías “Hilda Krüger”, que sorprende por un rasgo esencial: todo lo que narra, ocurrió.

Hilda Matilde Kruger Grossmann nació en Colonia, Alemania, el 9 de noviembre de 1912. Comenzó su carrera como actriz desde niña actuando en obras de teatro escolares. Durante su juventud participó en películas mediocres del cine alemán cuando estaba bajo el control del poderoso jefe de propaganda nazi Joseph Goebbels, quien convirtió a la actriz en su amante. Salió expulsada de Alemania en 1939, cuando Magda Goebbels descubrió la infidelidad de su marido. Viajó a los Estados Unidos donde intentó incursionar en Hollywood. En la meca del cine le ofrecieron sólo papeles secundarios.

En Los Ángeles se hizo amante de dos multimillonarios que se rindieron ante su belleza: el petrolero Jean Paul Getty y un heredero de la familia Anheuser-Busch, los dueños de la cervecera Budweiser. La cómoda, espectacular y lujosa existencia que le ofrecían los millonarios con propuestas de matrimonio no fue suficiente para eliminar su pasión nacionalista de contribuir a la grandeza de la Alemania Nazi. Hilda, como gran parte del pueblo alemán, fue seducida por el futuro luminoso que prometía el Führer: un Tercer Imperio (Reich) de mil años, similar al de Roma y Constantinopla.

El destino le reservó un mejor papel acorde a su deseos cuando los servicios de Inteligencia del ejército alemán le solicitaron que colaborara con los oficiales que realizaban importantes misiones en México. Es en febrero de 1941 que la actriz se mudó al Distrito Federal por lo que demandaba su patria: mandar petrolero mexicano de contrabando al puerto de Hamburgo; monitorear los movimientos militares de los Estados Unidos; realizar espionaje industrial y enviar toneladas de metales estratégicos para la guerra, entre otras acciones. Para proteger esas actividades, Hilda se metió a la cama de importantes funcionarios mexicanos. El principal: el secretario de Gobernación Miguel Alemán Valdés.

Un año después Hilda es descubierta por el contraespionaje estadounidense. Fue encarcelada por breve tiempo. Para evitar su extradición, Miguel Alemán le arregla una boda con un nieto del exdictador Porfirio Díaz: Ignacio de la Torre. Tras abandonar el espionaje inició su carrera en el cine mexicano participando en cuatro películas. También incursionó en la historia de México, la escritura, y abandonó a su “marido” para retornar a la maravillosa vida de los multimillonarios: se casa con Julio Lobo Olavarría, el “Rey del Azúcar”, dueño de una fortuna en Cuba. Julio e Hilda se divorciaron al año. Su matrimonio le dejó un lujoso apartamento frente a Central Park, en el edificio Hampshire House, que le había regalado su marido. Ahí transcurrieron sus últimos días antes de viajar al descanso eterno.

Se trata de la más reciente entrega editorial de Juan Alberto Cedillo, autor de «Los nazis en México». Con estricto apego a la realidad histórica, señala que en la capital mexicana esa espía habría de ganarse los favores de connotados políticos, principalmente Miguel Alemán, secretario de Gobernación del entonces presidente Manuel Avila Camacho.

Alemán era el previsible candidato a la presidencia. Pocos conocían el velado objetivo de la hermosa rubia, que era obtener información clave para el régimen nazi, destaca el libro que continúa la lista de obras notables en el panorama de la investigación histórica, como «Los nazis en México» o «La Cosa Nostra en México», llevada a la televisión por History Channel.

Cedillo novela con minucioso detalle las andanzas de Krüger en una compleja operación de espionaje durante la II Guerra Mundial, que incluía redes de comunicación por todo el continente y vínculos con ciudadanos de origen alemán radicados en México, para llevar a cabo atentados y sabotajes y procurarle al Reich secretos industriales y materias primas bélicas, además de proyectos para incursionar en Estados Unidos y cambiar la historia.

Mayo del 68, la revolución de la testosterona

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La historiadora y feminista Malka Markovich, nacida en 1959 opina que “mayo del 68 desembocó en un movimiento feminista esencial para la evolución social de Francia, (…) pero también ha tenido daños colaterales”. Por ejemplo:[el movimiento, que ella considera violento] “llevará al capitalismo pornográfico, el desarrollo de la industria del sexo completamente desenfrenado que cosifica al ser humano en lugar de darle cierta dignidad
La historiadora y feminista Malka Markovich opina que “mayo del 68 desembocó en un movimiento feminista esencial para la evolución social de Francia, (…) pero también ha tenido daños colaterales”. Por ejemplo:[el movimiento, que ella considera violento] “llevará al capitalismo pornográfico, el desarrollo de la industria del sexo completamente desenfrenado que cosifica al ser humano en lugar de darle cierta dignidad

El movimiento francés de Mayo del 68 puso el embrión para el combate feminista, pero también tuvo sus daños colaterales: la mujer vista como un objeto y el sexo considerado una «mera mercancía».

Libros como «L’autre héritage de 68» («La otra herencia del 68»), de Malka Markovich, o «Filles du 68» («Hijas del 68»), de Michelle Perrot, han hecho balance del impacto en la lucha feminista medio siglo más tarde de la revolución cultural y social que paralizó Francia e influyó en los países occidentales.

Mientras los hombres copaban los puestos de liderazgo -con Daniel Cohn-Bendit y Alain Geismar a la cabeza-, las mujeres se organizaron alrededor del Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF) para, entre otras reivindicaciones, pedir el derecho a la píldora anticonceptiva y al aborto, dos conquistas que se conseguirían en años posteriores al 68.

«Ellas tenían una creatividad fantástica, pero su voz caía en el desierto, un desierto formado por una marabunta de hombres que no querían cuestionarse las antiguas relaciones entre hombres y mujeres», denuncia la historiadora Markovich, nacida en 1959.

«Mayo del 68 desembocó en un movimiento feminista esencial para la evolución social de Francia, (…) pero también ha tenido daños colaterales», agrega.

Daños que se plasman en convertir a las «mujeres en meros objetos sexuales» en el que se mezcló de forma caprichosa «libertad, libertinaje y, en algunos casos, pedofilia», a su juicio.

Eslóganes como «disfrutar sin límites», «mi cuerpo me pertenece» y «prohibido prohibir» se volvieron contra las propias mujeres en el momento que se asumió que cuerpo y mente de las féminas podían ir por separado.

«Este hecho banalizó los comportamientos más ancestrales y arcaicos y permitió la eclosión de una industria sexual capitalista», lamenta.

Del rol femenino en el 68 hay muchos documentos gráficos -uno de ellos, el de una joven enarbolando la bandera de Vietnam en la plaza parisina de Edmond-Rostand, se convirtió en icono de la revolución-, pero ni casi rastro de su participación en los primeros rangos del movimiento.

«Había mucha virilidad en el movimiento (…) con pocas mujeres en las delegaciones estudiantiles», señala Perrot (París, 1928) en el prefacio de su obra, que recoge los testimonios de mujeres que tenían entre 15 y 54 años en el periodo del movimiento.

El libro de la historiadora recoge emocionantes testimonios de jóvenes madres para las que Mayo del 68 supuso la luz al final del túnel y de otras que, en la cincuentena, vivieron el movimiento también a través del implicación de sus hijos.

Para Perrot, el legado más importante para las mujeres fue el de «liberación» de la palabra en público.

«Hubo un antes y un después: antes el silencio reinaba y las preguntas se las hacía una misma. Después, se liberó la palabra y fue entonces cuando comenzaron a aparecer soluciones», sostiene.

Cincuenta años más tarde del 68, estereotipos franceses como el de la galantearía masculina siguen enraizados, a pesar de que se han puesto en tela de juicio a partir del movimiento de denuncia de acoso y agresión sexual «#MeToo».

«Detesto la idea de la galantearía. Significa una relación jerárquica, una visión desfasada de las mujeres», apunta Markovich.

Para Perrot, la galantearía «transforma las relaciones entre los sexos en una especie de comercio del espíritu del que el corazón y los sentidos no forman parte».

«Se trata de un juego mental. Es lo contrario a la pasión», resume la autora.

Barbarroja en la Costa Blanca

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El temido Barbarroja
El temido Barbarroja

Diecisiete veloces ‘fustas’ o ‘galeotas’ enviadas por Barbarroja atacaron en 1518 las aguas de la ciudad de Alicante, en una de las primeras escaramuzas del siglo XVI a la costa valenciana a cargo del temido corsario berberisco.

Jayr al-Din, el nombre de este corsario recordado por el color de su famosa barba, hostigó hace cinco siglos el litoral del antiguo Reino de Valencia bajo la bandera de la Regencia de Argel y amparado por el Imperio Turco.

El emperador turco, Suleiman I, buscaba debilitar el reino cristiano de Carlos I de España y V de Alemania para obligarle a dispersar sus fuerzas y facilitar la expansión otomana en el Mediterráneo oriental, relata el historiador del Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ) José Luis Menéndez Fueyo.

En este contexto, los hermanos Barbarroja, primero Baba Aruj pero fundamentalmente el más pequeño Jayr al-Din, enviaban periódicamente flotas corsarias a través de estas pequeñas y efectivas fustas o galeotas.

Y estas incursiones se traducían en la diezma de cultivos de la España cristiana, la toma de cautivos para rescates o para esclavizarlos en las galeras y, a menudo, en la huida de moriscos a la otra ribera mediterránea, según el catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante Luis Fernando Bernabé.

Barbarroja nunca llegó a pisar territorio peninsular sino que enviaba a sus principales lugartenientes o protegidos, los más conocidos ‘Cachidiablo’ o ‘Cacciadiavolo’, ‘Dragut’ y ‘Salah Rais’ que, por este orden, protagonizaron numerosos ataques cuyas referencias históricas, ha aclarado el catedrático de Historia Moderna Cayetano Mas, a menudo se han perdido con el paso de los siglos.

Las periódicas incursiones provocaban la psicosis en la población y empujaron a la construcción de diversos sistemas defensivos, según Menéndez Fueyo, autor de un enciclopédico volumen titulado ‘Conquistar el miedo, dominar la costa’, donde se incluyen unas crónicas del clérigo benedictino de la época Fray Prudencio de Sandoval en las que se refleja que en 1518 Cachidiablo asoló la costa desde Badalona hasta Alicante.

«… establecido en Argel, envió al corsario Cachidiablo para que corriese la costa de España con 17 fustas o galeotas. Llegó a la costa de Valencia y robó a Chilches sin resistencia alguna, y luego a Badalona. Tomó también dos naves de trigo» que se dirigían a Alicante.

A continuación y tras atacar Benissa, Altea y Villajoyosa, Cachidiablo «peleó junto a Alicante con el galeón de Machín de Rentería, más lo pudiendo coger, por tener viento fresco en popa, se volvió a Argel…».

Provistos de remos y velas, las fustas o galeotas eran los barcos favoritos de los corsarios norteafricanos al ser ideales para las favorables corrientes de viento entre Alicante y Argel u Orán, lo que posibilitaba un recorrido en unos tres días.

La ciudad de Alicante nunca llegó a ser atacada directamente y sí su entorno, especialmente la zona de la huerta a través de desembarcos en la Playa de San Juan y de la Albufereta.

En 1533, Barbarroja fue nombrado almirante en jefe de la flota otomana y simultaneó su estancia en Argel y Estambul, y cinco años después su flota derrotó a la de Carlos V en la batalla de Préveza.

Según el colectivo ‘Alicante Vivo’, el 17 de marzo de 1540 hubo una incursión coincidiendo con la romería a la Santa Faz para capturar prisioneros, lo mismo que el 24 de marzo de 1550 por parte de Dragut.

Al frente de 27 barcos, este corsario arrasó muchos de los cultivos y acabó con la vida de un buen número de alicantinos que les hicieron frente desde la capital, como su entonces alcalde, Pedro Bendicho, y capturó trece prisioneros.

Siete años después, el 8 de septiembre de 1557, otro colaborador del ya fallecido Babarroja, Salah Rais, atracó con 14 galeras en la playa de la Albufereta y ascendió hasta el Tossal de Manises, desde donde fue a la huerta y mataron a decenas de personas, uno de ellos el fiscal (encargado de las leyes) Juan Antón, antes de huir por mar.

El marxismo y los zombis

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Marx veía en las fábricas un infierno de Dante transformado en tráfico implacable de carne humana
Marx veía en las fábricas un infierno de Dante transformado en tráfico implacable de carne humana

La sociedad capitalista rezuma monstruos. Pero en su hundimiento no existe una figura más grotesca que el zombi, además del vampiro. De hecho, estas dos criaturas necesitan ser pensadas conjuntamente en momentos interconectados de la monstruosa dialéctica de la modernidad. Como Víctor Frankenstein y su Criatura, el vampiro y el zombi son dobles enlazados entre si como polos magnéticos de una sociedad dividida. Si los vampiros son figuras pavorosas que nos pueden poseer y convertirnos en sus dóciles esclavos, los zombis representan nuestra angustiada imagen, amenazándonos de que quizás ya estemos muertos, convertidos en agentes empobrecidos a causa de poderes alienantes.

El capitalismo es monstruoso y mágico. Su magia consiste en revelar la economía –las oscuras transacciones entre los cuerpos humanos y el capital– que el capitalismo nos esconde. Entrados en este proceso, el sentido común burgués niega vigorosamente que se puedan hallar monstruos entre nosotros, pero como toda negación a nuestras ansiedades, ésta desaparece para convertirse en una represión.

Desprovistos de una realidad palpable, los zombis –a través de la pantalla y de la cultura pulp- representan los substitutos demacrados y corruptos de los monstruos producidos por el capital y el capitalismo que negamos. Sujetos a los códigos rituales de la industria cultural, estas bestias domesticadas surgen del inconsciente colectivo para producir productos de consumo global.

Parte del genuino radicalismo de la crítica teórica de Marx, reside su insistencia en la búsqueda y nombramiento de los monstruos de la modernidad. La única forma de mirar fijamente a los horrores a la cara e insistir en su sistematicidad, es detectar las narrativas y sus monstruosas figuras producidas por el capital.

Marx puede ser entendido como un gran narrador de historias en busca de los poderes con los que curar los sufrimientos y torturas del mundo. La esencia de la monstruosidad del capitalismo es transformar la carne humana y la sangre en materiales sin refinar para las frenéticas máquinas de la acumulación (bienes, materia, objetos de consumo, etc.). Mucho más que meramente metáforas provocativas, los monstruos marxistas son signos del horror, marcadores culturales de los terrores reales de la vida en las sociedades modernas donde. demasiado a menudo, esta dimensión de los pensamientos marxistas ha desaparecido de nuestra vista junto con los monstruos que relata en El Capital.

Parte del problema es que Marx buscó un nuevo lenguaje poético, literario, teórico y radical a través del cual pudiésemos entender el capitalismo. Si el propósito de la producción es crear riqueza con la que satisfacer las necesidades humanas, entonces el significado de la producción –maquinaria, equipo, edificios, materiales- sirve como medio para lograr un fin. Pero, en una sociedad capitalista, ocurre una peculiar inversión de los términos: el medio se convierte en el final. La acumulación de los medios de producción se convierte en el final en el que el “living labour” se encuentra subordinado. El capital acumula bienes no para satisfacer las necesidades sino para acumular aun más. Los zombis, como el “living labour” bajo el prisma del capitalismo, se convierten en “sujetos guiados por una voluntad alienígena y una inteligencia alienígena».

En tándem, la masificación de la maquinaria con las que los trabajadores son subordinados en el proceso de producción, asume la forma de un “monstruo animado”, una monstruosidad provista de alma e inteligencia por ella misma. Las fábricas, las máquinas, las líneas de montaje, la producción computerizada, todos tienen vida por ellos mismos, dirigiendo los movimientos del obrero, controlando a los trabajadores como si fueran meramente partes inorgánicas de un aparato gigante. El capitalismo asume la forma de engendro mecánico.

Trabajar para el capitalismo, protesta Marx, convierte a los obreros en meros apéndices de este monstruo animado, partes desmembradas activadas por el movimiento del cuerpo grotesco del capital.

En esta frase memorable de Marx, “El tiempo lo es todo, el hombre no es nada; es a lo más, un raíl del tiempo”, se muestra que lo que el capitalismo hace a los trabajadores es exactamente lo que los bokors –brujos del vudú- llevan a cabo cuando crean un zombi: reducir a la persona al mero cuerpo para transformar así su comportamiento a las funciones motoras básicas, convirtiéndo así su utilidad social al trabajo más básico.

Las narrativas zombis dramatizan sobre las más fundamentales características del capitalismo moderno: su tendencia a mortificar el trabajo humano para zombificar a los trabajadores y así apropiarse de sus energías en el interés del beneficio, haciéndolos trabajar en los campos de caña de azúcar de las Antillas. Convirtiendo al zombi en el único mito moderno en el que una mente mortificada es óptima para trabajar. El aspecto más potente de esas narrativas zombi es el convertir a las personas en zombis como sinónimo de trabajadores esclavizados impulsados a producir para otros.

Estos trabajadores muertos, máquinas corpóreas carentes de identidad, memoria y consciencia, con sólo su capacidad física para trabajar, son muy diferentes a los zombis antropófagos convertidos en referente de la industria cultural del capitalismo tardío. Los zombis esconden el secreto del capitalismo, su dependencia al cautiverio y la explotación de los trabajadores humanos. Sin embargo, no hay que olvidar que están muertos en vida, y que por lo tanto tienen la capacidad de despertarse, de reclamar su vida en medio de las ruinas mórbidas del capitalismo remiso. Estos monstruos del proletariado son, por definición, monstruos del cuerpo. No sólo su fuerza corporal se convierte en la fuerza vital del capitalismo, su emancipación de las cadenas que los constriñen hace que se rebelen contra los abstractos poderes del capital.

Azaña, un intelectual en el fango

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El político alcalaíno falleció a los 60 años en su exilio francés en Montauban (unos 50 kilómetros al norte de Toulouse), tras cruzar la frontera definitivamente el 5 de febrero de 1939 y dimitir de su máxima responsabilidad el 27 de febrero
El político alcalaíno falleció a los 60 años en su exilio francés en Montauban (unos 50 kilómetros al norte de Toulouse), tras cruzar la frontera definitivamente el 5 de febrero de 1939 y dimitir de su máxima responsabilidad el 27 de febrero

En tiempos en los que la memoria se pierde entre la neblina del olvido y mucho después de la muerte de Manuel Azaña, el periodista y escritor Miguel Ángel Villena reivindica en una biografía la figura de quien sin duda fue uno de los intelectuales y políticos más importantes del siglo XX, «símbolo de todos los perdedores de la guerra civil».

«España le debe todavía a Azaña una restitución histórica», afirma hoy Villena, que repasa algunas de las facetas más importantes de quien llegó a ser ministro, jefe del Gobierno y presidente de la II República, y de quien «antepuso la ética y sus principios a cualquier otra consideración».

Azaña, el intelectual y el político, «es el mayor exponente de una impotencia, de un fracaso histórico que, tras la derrota republicana, sumió al país en la etapa más terrible de su historia contemporánea. Los vencidos no obtuvieron ni paz, ni piedad, ni perdón, como imploró el jefe del Estado en su famoso discurso de Barcelona de julio de 1938», escribe Villena en el prólogo de la biografía «Ciudadano Azaña», publicada por Península.

Perteneciente a una familia republicana, Villena (Valencia, 1956) siente admiración por Azaña desde que, de niño y adolescente, oía con frecuencia a sus padres y abuelos elogiar la figura de este político, orador portentoso y excelente cronista, que murió «enfermo y dramáticamente envejecido» en Francia, ese país que tanto admiraba pero que «lo defraudó al someterse a los nazis».

Villena es también autor de «Españoles en los Balcanes» y de las biografías «Ana Belén» y «Victoria Kent», y desde el principio tuvo claro que su libro sobre Azaña (Alcalá de Henares, 1880- Montauban, 1940) tenía que ser «riguroso» pero de «divulgación», «porque hay un déficit muy grande sobre el conocimiento de nuestra historia reciente y se ignoran personajes clave como Azaña».

Con epílogo de Jorge M. Reverte, la biografía pretende además «poner en valor» la faceta de Azaña como escritor, «que quedó eclipsada por su figura política», y mostrar su lado humano. Villena refleja en su libro el carácter de este hombre «sobrio, austero, cabal, ceremonioso, discreto, un punto triste y algo misógino».

España, asegura Villena, «es un país de memoria frágil», y esa es una de las razones de que, hoy día, la figura de Azaña sea desconocida para muchos y de que su obra literaria no posea la debida influencia, pese a que un libro como «La velada en Benicarló» tenga «una actualidad absoluta».

Pero hay más motivos para que no disfrute del reconocimiento que se merece: la memoria de este gran político «se borró durante el franquismo. Hubo un empeño deliberado de la dictadura por considerarlo un monstruo».

También, en la Transición «no se le hizo justicia» y la democracia «ha sido muy cicatera con figuras incómodas como Azaña», que, históricamente, «se movió entre dos aguas»:

«Era un burgués, hijo de un alcalde de Alcalá de Henares y nieto de un notario. Le hubiera tocado estar alineado con ‘los suyos’, pero no lo hizo. Era partidario de una gran reforma de España, de una democratización, pero no era revolucionario en absoluto», señaló Villena.

Azaña «nunca aspiró al poder», pero las circunstancias históricas excepcionales que le tocó vivir, y su «gran capacidad de consenso», contribuyeron a que ocupara los puestos más altos durante la II República.

«Eso le provocó grandes dramas internos, grandes desgarros, porque, para Azaña, la moral siempre estaba por delante de la política», subraya Villena, periodista de «El País» durante años y, actualmente, asesor de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional.

El autor refleja en su biografía las luces y sombras de Azaña, y entre las primeras ocupan un lugar destacado la reforma militar y religiosa que impulsó en los años 30 y que «equiparó a España al resto de democracias occidentales».

Pero también hay sombras, y una de ellas es «la ingenuidad». «Azaña debería haber sido más radical; pecó de buena fe y de ingenuidad con respecto a la reacción que iba a tener la derecha española».

«También se le reprocha una cierta cobardía a la hora de afrontar circunstancias adversas. Yo creo que Azaña durante la Guerra se hunde, la violencia le desgarra y en algunos momentos peca de una actitud abandonista», dijo Villena tras recordar que el político intentó dimitir dos o tres veces como presidente de la República y sus colaboradores «lo convencieron» de que no lo hiciera.

Su derrota en la Guerra Civil supuso que durante los siguientes 40 años de dictadura franquista su figura fuera literalmente demonizada por el pensamiento de la época. Ya en democracia, en 1980, con el centenario de su nacimiento, y en 1990, con el cincuentenario de su muerte, surgieron otras voces que buscaban rehabilitarlo.

Son muchos, no solo en el espectro ideológico de la derecha, quienes critican la escasa habilidad política de esta figura clave en la II República, bien señalándole como uno de los responsables de que se llegara a la Guerra Civil, bien apuntando que la República ‘se le fue de las manos’ al no saber controlar a las diversas fuerzas políticas, algunas de ellas extremistas, que acabaron por propiciar la caída del régimen.

Ante la quema de conventos de mayo de 1931 y el incremento de la violencia social y política muchos le acusan de una actitud pasiva. También es criticado por la maniobra que le alzó como presidente de la República, aprovechando un subterfugio legal en lo que su predecesor en el cargo, Niceto Alcalá-Zamora, calificó en sus memorias como un «golpe de Estado parlamentario». Este subterfugio se basó en un artículo de la Constitución que estipulaba que a la segunda vez que el Presidente disolviera las Cortes estas podían enjuiciar su actuación y destituirle: quienes querían defenestrarle contaron como una de ellas la disolución de las Cortes Constituyentes.

Azaña fue el primer presidente del Gobierno de la República y a la vez su primer ministro de Guerra (1931-1933). Un año antes de llegar al poder, participó en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930, una reunión de los partidos republicanos de la época en la que se preparó la estrategia para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII y proclamar la II República.

A este pacto se sumaron en octubre el PSOE y la UGT, en Madrid. El partido y el sindicato socialista promovieron la organización de una huelga general y de una inserrucción militar para derrocar la Monarquía e instaurar la República.

Para este fin se creó un ‘comité revolucionario’ del que formaban parte, junto con Azaña, otras de las personalidades políticas que desempeñarían un papel protagonista en la República: el propio Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Diego Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga, Luis Nicolau d’Olwer y los socialistas Francisco Largo Cabellero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos.

La huelga general no llegó a declararse pero sí hubo un intento de golpe de Estado militar previsto para el 15 de diciembre de 1930, que fracasó porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández sublevaron la guarnición de Jaca tres días antes, el 12 de diciembre. Ambos fueron fusilados el domingo 14.

Si en algo concita un consenso favorable la figura de Azaña, es en sus cualidades como orador y escritor. De verbo fuerte y dicción clara, uno de sus dicursos más recordados es el llamado ‘de las tres pés’ (Paz, Piedad y Perdón), que pronunció el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona.

«Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».

Como escritor fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1926 por su biografía Vida de don Juan Valera. Entre sus obras, principalmente diarios, cartas, discursos, novelas y ensayos, destacan otros títulos como ‘El jardín de los frailes’ (que recoge su experiencia en el colegio de los agustinos de El Escorial), ‘La invención del Quijote y otros ensayos’ y ‘La velada en Benicarló’ (una reflexión sobre la guerra civil), además de sus diarios completos (en los que no deja títere con cabeza) y sus discursos completos.

Invocación diabólica por amor

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La muñeca de trapo del siglo XVIII perteneció a Francisco Xavier Palacios, un hombre que, por amor, se adentró en la vida religiosa pero terminó vendiendo su alma al diablo
La muñeca de trapo del siglo XVIII es un fetiche amoroso-satánico con una intrahistoria de pérdida, que es motor de las grandes incursiones del ser humano en la oscuridad

El Archivo General de la Nación (AGN) de México guarda grandes historias como la de una muñeca de trapo del siglo XVIII que perteneció a Francisco Xavier Palacios, un hombre que, por amor, se adentró en la vida religiosa pero terminó vendiendo su alma al diablo.

Junto a la muñeca, se guarda también el informe que la Inquisición de México redactó cuando el propio Francisco se denunció a sí mismo por herejía. Y la correspondencia que mantenía con su amada Josefa Sosa, quien confeccionó la muñeca para que la recordara, explica el historiador y jefe del departamento educativo del AGN, Alejandro de Ávila.

El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de México se estableció en 1569 por mandato de Felipe II y era un organismo encargado de perseguir y castigar los actos contrarios a la fe. En este caso, no fue necesario perseguir a Francisco porque en 1782 él mismo quiso colaborar con esta institución, que dejó por escrito el testimonio de quien fue fraile en el convento de Santo Domingo en la Ciudad de Oaxaca, además de las investigaciones llevadas a cabo por el comisario encargado del caso.

La historia comienza cuando Francisco tenía alrededor de 15 años y conoce a Josefa Sosa, quien doblaba su edad, estableciendo una relación más bien materno filial, ya que el joven había perdido a su madre y su padre lo trataba mal. Pero poco después, se convirtieron en amantes.

Fue Josefa quien le pidió a Francisco que, aprovechando que cantaba en el coro de esta parroquia, entrara en la vida religiosa para así poder mantener una relación secreta y prohibida, puesto que, además de la diferencia de edad, ella estaba casada.

Aunque el joven aceptó, pronto se dio cuenta de que no estaba hecho para la vida religiosa, que implicaba castidad, clausura y pasar las 24 horas al servicio de Dios. Por lo que, ante la negativa de su amante de sacarlo del convento, comenzó a tener problemas con sus compañeros y a pronunciar blasfemias a diario.

Tal era el odio que sentía Francisco por su entorno y por los límites a los que tenía que acogerse dentro de la vida religiosa, que incluso llegó a intentar quitarse la vida en dos ocasiones y, después de tratar por todos los medios de cambiar de vida, empezó a invocar al diablo.

Un día, cuando ya daba todo por perdido, la historia dice que un hombre que se presentó como el demonio apareció en su celda pidiéndole que cumpliera lo que había prometido. Francisco le ofreció su alma a cambio de que lo sacara de la religión y que pudiera encandilar a cuantas mujeres quisiese, y así lo hizo ese diablo disfrazado de hombre. Lo sacaría del convento en tres años y podría usar unos polvos tanto para abrir puertas como para llevarse al catre a mujeres, según contó el propio Francisco al tribunal inquisitorio.

Además, el supuesto demonio le pidió que una de sus amantes le confeccionara una muñeca de trapo mediante la cual adorarlo.

Después de algún tiempo llevando una vida alocada, los remordimientos acudieron a la mente del joven, quien decidió acudir a la Inquisición a denunciarse a sí mismo por herejía. «Estaba tan desesperado que prefería la cárcel Inquisición a permanecer en el convento», detalla De Ávila.

Fue entonces cuando la historia del fraile empezó a desmontarse: el comisario encargado del caso descubrió que las mujeres con las que Francisco había dicho tener relaciones no existían, hasta que llegó a Josefa. La mujer explicó que la muñeca no fue hecha para adorar al diablo, sino para que, mientras Francisco estuviera encerrado en el convento, pudiera recordar a su amada al verla, «incluso con una connotación sexual», añade el historiador.

Ella también entregó las cartas que se enviaban, en las que mostraban el extraño fetiche de firmarlas con nombres como «tu negra», «tu chino» o «tu chata». Y se despedían en ocasiones con LTMBS (la tierna mano beso solemnemente). «El TKM (te quiero mucho) de la época», bromea el historiador. «Con esto Josefa reveló el amor que se tenían y la historia que Francisco Xavier Palacios había construido empezó a desmoronarse», sentencia De Ávila.

Tras esto, el fraile fue condenado exclusivamente por haber dicho que el infierno era una mentira y que las almas cambian de cuerpo, conceptos que para la Inquisición del siglo XVIII eran totalmente inconcebibles.

Después de su condena, se desconoce cuál fue el destino de ambos amantes, si desaparecieron el uno de la vida del otro o si Francisco encauzó de alguna manera su vida.

En el AGN se encuentran los más de 1.500 volúmenes de informes de la Inquisición, que fueron escondidos cuando se consumó la independencia de México y entregados al Museo de Antropología por el historiador Silvio Zavala el siglo XX.

Diogo Alves, el destripador sin cabeza

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Lo primero que salta a la vista cuando alguien visita la sala anatómica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa es una cabeza humana amarillenta conservada perfectamente en un tarro de formol... desde hace más de 150 años. ¿Desconcertante? Pues cuanto más conoce el visitante sobre la historia del legítimo propietario de ese cráneo, más insólito resulta. Se trata del gallego Diogo Alves, natural de Samos en Lugo, para más señas y que ostenta el dudoso 'título' del primer asesino en serie de Portugal. Una especie de esos temibles asesinos que, con solo pronunciar su nombre, atemorizaba a toda la ciudad de Lisboa al más puro estilo de "Jack el Destripador" en Londres
Lo primero que salta a la vista cuando alguien visita la sala anatómica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa es una cabeza humana amarillenta conservada perfectamente en un tarro de formol… desde hace más de 150 años. ¿Desconcertante? Pues cuanto más conoce el visitante sobre la historia del legítimo propietario de ese cráneo, más insólito resulta. Se trata del gallego Diogo Alves, natural de Samos en Lugo, para más señas y que ostenta el dudoso ‘título’ del primer asesino en serie de Portugal. Una especie de esos temibles asesinos que, con solo pronunciar su nombre, atemorizaba a toda la ciudad de Lisboa al más puro estilo de «Jack el Destripador» en Londres

Con más 60 posibles asesinatos a sus espaldas, Lisboa también forma parte de ese club de ciudades que cuenta con uno de esos temibles asesinos que, con solo pronunciar su nombre, atemorizaba a todos, al más puro estilo de «Jack el Destripador» en Londres.

Se trata de Diogo Alves, un gallego popularmente conocido como «El asesino del acueducto» porque asaltaba y robaba a sus víctimas en la pasarela del señorial Acueducto de las Aguas Libres en 1840, uno de los principales accesos a Lisboa en aquella época.

Supuestamente -ya que la biografía del asesino está envuelta también de cierto mito- Diogo Alves nació en Galicia en 1810 y viajó a Lisboa al poco tiempo para servir en las casas de los más adinerados de la capital portuguesa. Esta migración hacia el sur era común para muchos gallegos en el siglo XIX que buscaban mejorar económicamente. Pero Alves rápidamente se centraría en la vida criminal.

De 1836 a 1840, el hombre transfirió su ‘lugar de trabajo’ al Aqueduto das Águas Livres. Con casi un kilómetro de longitud, el acueducto se extendía por el valle de Alcântara, lo que permitía que tanto el agua como los habitantes de los suburbios llegaran a la ciudad por el paisaje rural. Allí, Alves llevó a la muerte a decenas de agricultores, tras quitarles primero el poco dinero que llevaban.

«Daba a sus víctimas un golpe en la cabeza, les robaba y luego les tiraba desde arriba del acueducto para simular un suicidio», explica Anabela Natário, historiadora y periodista que firma una novela sobre sus crímenes, «O Assassino do Aqueduto» (Romance, 2014).

Al principio, las autoridades confundieron los asesinatos con suicidios, tal y como quería el delincuente, porque el acueducto, con los 65 metros de altura que alcanza en su punto más elevado, era un lugar al que solían acudir quienes querían poner fin a sus vidas.

Pero los portugueses pronto se dieron cuenta de que aquella ola de suicidios no era normal y empezó a correr el rumor sobre un asesino llamado Diogo Alves. Aterrorizados, los lisboetas comenzaron a asustarse y se encerraban en sus casas de noche.

Sin embargo, la periodista rápidamente desmitifica la crueldad del gallego. Para ella, fue el imaginario colectivo el que engordó la historia y le convirtió en un personaje mas terrorífico y despiadado de lo que era en realidad.

Natário asegura que Alves no cometió todos los asesinatos que popularmente se le atribuyen -más de 60- aunque admite que sí dio muerte a algunas personas en el acueducto.

La historiadora estima que en toda su carrera delictiva, el gallego acabó con la vida de 20 personas «como mucho».

El nombre de Diogo Alves era, no obstante, conocido y temido en toda la capital, hasta que en 1841 fue capturado y ahorcado por las autoridades lusas, una condena que hacía tiempo que no se aplicaba en el país.

Pero sorprendentemente no fue juzgado por ninguno de los crímenes que cometió en el acueducto, sino por asaltar y asesinar a un conocido médico y a su familia en su domicilio.

El juicio de Alves fue uno de los primeros procesos judiciales mediáticos en la historia del país, dado que hacía años que no se ahorcaba a un delincuente y los lisboetas «necesitaban» que se condenara a alguien a muerte con el fin de «dar una lección» a los criminales y retomar la seguridad en las calles, según explica Natário.

Para la historiadora, hay una diferencia fundamental entre Diogo Alves y otros asesinos populares como ‘Jack el Destripador’: «el gallego, a diferencia del británico, era simplemente un vulgar ladrón y nunca hubo un móvil intelectual en sus crímenes», aclara.

Pero los científicos portugueses de la época parece que no pensaban así y asombrados por su crueldad y vileza, decidieron guardar su cabeza en un bote de formol con el fin de estudiarla y analizar las raíces de su maldad.

Después de más de 150 años, la cabeza de Diogo Alves se encuentra hoy conservada en un bote en las estanterías de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Debido a su talante frío y a la crudeza de sus crímenes, ese cadáver «notoriamente malvado» de Alves llamó la atención de frenólogos en Portugal, quienes pidieron que su cabeza fuera cortada y preservada para la posteridad. En aquel momento, esa ciencia que luego dejaría de ser considerada como tal, aseguraba que la fuente de sus impulsos criminales podría estudiarse en su cerebro.

Aunque de nuevo mito y realidad vuelven a chocar ya que, a pesar de que es cierto que la cabeza de Alves fue guardada, para Natário no hay certeza al cien por cien de que sea la del criminal.

La leyenda del «Asesino del acueducto» fue una de las más populares entre los lisboetas durante décadas. Pero con el paso de los años ha ido perdiendo su impacto y poco a poco cayó en el olvido entre algunos de los habitantes de la capital.

Destripando la historia a ambos lados del Ebro

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1 de febrero de 1976: tres meses después de la muerte del dictador Franco, la Asamblea de Cataluña (Asemblea de Catalunya) marchó en Barcelona bajo el lema "Libertat, Amnistía, Estatuto de Autonomía" ( Libertad, Amnistía, Autonomía). El gobierno de Madrid, entonces dirigido por Carlos Arias Navarro (11 de diciembre de 1908 - 27 de noviembre de 1989), respondió a las protestas con violentas cargas policiales
1 de febrero de 1976: tres meses después de la muerte del dictador Franco, la Asamblea de Cataluña (Asemblea de Catalunya) marchó en Barcelona bajo el lema «Libertat, Amnistía, Estatuto de Autonomía» ( Libertad, Amnistía, Autonomía). El gobierno de Madrid, entonces dirigido por Carlos Arias Navarro, respondió a las protestas con violentas cargas policiales

«Me convertí en historiador de España en gran parte por accidente», asegura John H. Elliott en el libro ‘Haciendo historia'(Taurus) en donde aúna sus reflexiones personales sobre su carrera como historiador con los cambios y novedades que se han producido en nuestro país.

«Me preocupa la deformación histórica», señala Elliott y advierte del «peligro» que supone que los jóvenes españoles de ahora solo conozcan la historia de su región hasta los límites del Ebro.

«Ya hay una nueva generación en la España oriental que corre el peligro de alcanzar la madurez bajo la impresión de que la historia de su territorio natal se detiene en las orillas del Ebro. Con tal enfoque inevitablemente se retrocede a la historia nacionalista estrecha y cerrada que historiadores de la talla de Vicens Vives se propusieron ante todo desacreditar», señala el autor en ‘Haciendo historia’.

«Esta es un una visión de estrechos horizontes». «El localismo es peligroso si no está relacionado con el conjunto más grande», subraya John H. Elliot, quien defiende la «interacción» en la historia de España de las diferentes Comunidades Autónomas.

«Yo he intentado durante mi vida desmitificar la historia tanto de Cataluña como de España y mucho me temo que no todos hayan aprendido la lección», subraya este historiador, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y Premio Balzan de Historia.

Entre los puntos que ha intentado desmitificar en su larga carrera centrada en la historia de la Península Ibérica, Elliott señala la «visión romántica y tradicional de la historia de Cataluña», que ya había denunciado Vicens Vives, quien quería «demostrar que los catalanes también tenían sus defectos y que la historia romántica era demasiado sentimental y muy reduccionista y simplificaba muchas cosas que eran complicadas», alega Elliott.

«El gran reto de un historiador es desmitificar y mostrar que la historia es algo más complicada», indica Elliott, quien considera «poco apropiado» opinar sobre el debate político que se está produciendo en estos momentos sobre la independencia de Cataluña.

En este sentido y en las páginas de ‘Haciendo historia’, Elliott recuerda cómo en 1953 vivió en Barcelona donde se enfrentó a un «nuevo reto», el lingüístico,. «Cuando vivía en Cataluña, me identifiqué con los catalanes y hablaba catalán mejor que castellano», reconoce este historiador quien asegura «comprender» sus reivindicaciones.

En esta misma línea, recuerda que en Cataluña ha visto «lo que es vivir sin libertad», y supo lo que es «vivir en una sociedad donde no se permitía utilizar el idioma en muchos casos».

«El nacionalismo, aunque relegado a la clandestinidad por la política represiva del régimen franquista, era un sentimiento poderoso en la Cataluña de los años cincuenta, como lo sigue siendo hoy», señala John H. Elliot en este libro, donde traslada al lector su «entusiasmo por la historia».

En este sentido, ‘Haciendo historia’ aúna experiencias personales con reflexiones sobre hechos históricos, desde que un día, hace más de cincuenta años, entusiasmado por un retrato del Conde Duque de Olivares que vio en el Museo del Prado, decidió centrarse en la historia de España y en la figura del valido del rey Felipe IV.

«Se me hizo evidente en el curso de mis investigaciones que la compleja naturaleza de las relaciones entre Cataluña y Castilla desde la unión de las coronas de Castilla y Aragón a finales del siglo XV constituía una clave fundamental para comprender no solo la historia de Cataluña, sino la de España en su conjunto», explica en el libro.

Preguntado por los defectos del Conde Duque de Olivares, Elliott asegura que son los de cualquier persona que está en el poder durante muchos años: la arrogancia y la falta de contacto con la realidad de lo que está pasando en su entorno.

Por otra parte, en el libro Johh H. Elliot recuerda su primera visita a España en 1950, cuando era un país «mísero» con «los niños por la calle pidiendo, sobre todo en Andalucía». «Pedían pan, una moneda o cualquier cosa», subraya el autor.

«Las nuevas generaciones no se dan cuenta de la trasformación fantástica que ha sufrido este país», concluye el autor, que ya prepara para el 2013 una nueve edición revisada de los dos volúmenes sobre la figura del Conde Duque de Olivares y un tercer tomo de correspondencia inédita, que publicará Marcial Pons.