jazz latino
Moisés Simons, la raíz del maní

La canción más famosa de Cuba es, sin duda, ‘El manisero’. La melodía ha sido versionada en más de 160 ocasiones. El autor de esta pieza fue Moisés Simons, un pianista, compositor y director de orquesta.
Simons nació el 24 de agosto de 1889 en La Habana (Cuba). Comenzó sus estudios musicales a los cinco años con su padre, Lenadro Simón Guergué, un músico de origen vasco. Con nueve años Simons ya era el organista de la iglesia de su barrio, y con 15 años empezó sus estudios avanzados de composición, armonía, contrapunto, fuga e instrumentación.
Se hizo pianista de concierto y director musical trabajando para varias compañias de teatro lírico. Trabajó en el Teatro Martí, presentado comedias musicales, y en el Teatro Peyret bajo las órdenes de Vicente Lleó, compañía con la que realizó giras por México, República Dominicana, Puerto Rico y otros países de Iberoamérica.
Simons fundó su banda de jazz en 1924, la cual estaba compuesta por cuatro personas en un principio pero en 1926 se unieron dos más. Tocaban en el Hotel Plaza de La Habana y cobraban 8 pesos diarios. Un huracán destruyó todas las obras que había escrito el cubano hasta ese momento.
En 1928, bajo el sello Columbia grabó la canción ‘El manisero’, interpretada por Rita Montaner. Esta pieza la compuso mientras estaba sentado en un establecimiento entre las calles de San José y Amistad (Cuba) y se basó en los pregones que escuchaba en la calle.
La melodía se volvió famosa rápidamente y en Nueva York se volvió popular gracias a Antonio Machín, quién cantó la segunda versión de la canción.
A pesar de ser músico, lo que realmente apasionó a Simons fue la investigación de la música cubana. Llegó publicar sus investigaciones en periódicos y revistas. Se encuadró en la llamada ‘Época de oro’ de la música cubana.
Se marchó a Paris donde logró perfeccionar su estilo. Su obra culmen fue ‘Toi c’est moi’, una opereta sencilla, que conquistó la capital francesa. Tras su estadía europea volvió a Cuba en 1942, aunque luego se marchó a Tenerife y La Coruña para luego partir hacia Madrid.
En la capital fue contratado para representar ‘Toi c’est moi’ y ‘Bambu’. Murió en la capital española el 24 de junio de 1945.
Benny Moré en el Cadillac de los pobres

Benny Moré, el ídolo de multitudes más grande que ha dado Cuba, no se trata de un músico más. Es, por unanimidad, el más genial artista popular que ha existido en esa isla. Es el símbolo, el mito, la leyenda, como el resumen de la música popular cubana que es muy rica y abundante. Benny simboliza el guateque campesino, el sarao, la bohemia, la descarga, el café, el bar, el teatro, la fiesta, los carnavales, el espectáculo. El Bárbaro del Ritmo, es lo máximo de la música popular.
Nacido el 24 de agosto de 1919 a las 7:00 a. m. en el barrio Pueblo Nuevo del poblado de Santa Isabel de las Lajas, perteneciente a la provincia Cienfuegos. Sus padres se llamaban Virginia Moré y Silvestre Gutiérrez, y el Benny fue el mayor de 18 hermanos. Su apellido Moré provenía de Ta Ramón Gundo Moré (esclavo del Conde Moré), quien según la tradición de los congos, fue su primer rey en Santa Isabel de las Lajas.
Este contexto fue definitivo para su futura carrera en la música, aprendió a tocar el insundi, los tambores de yuka, los de Makuta y Bembé, invocadores de deidades, con los cuales cantaba y bailaba a la perfección, sino también a interpretar el son, la guaracha y la rumba. Desde pequeño manifestó su gran vocación para la música, pues se pasaba todo el día tarareando una canción de moda o improvisando y dirigiendo conjuntos compuestos por machetes, bongoes hechos con latas de leche, guitarras fabricadas con una tabla y clavos con las cuerdas de hilo de cocer, dos palitos a manera de claves, etcétera. Y a los diez años de edad “rallaba” un tres “de verdad” que le habían prestado, con el cual se escapaba de su madre a las fiestas cercanas a su casa.
Desde pequeño despuntaron en él aptitudes para el canto y la improvisación, lo que demostró cuando apenas con siete años escapaba para entretener Guateques y fiestas en las cercanías y quedarse entonando notas junto a la madre para evitar que durmiera mientras planchaba hasta altas horas de la noche.
Benny atravesó una vida complicada, pero estaba dispuesto a todo para lograr sus sueños de triunfo. Con casi veinte años de edad, en 1940 Bartolomé se despidió de su madre en el Hotel Ritz del Central Vertientes, donde ella trabajaba, y viajó escondido, indistintamente, en un tren y en un camión, a la Ciudad de La Habana. Venía definitivamente a probar fortuna a la bulliciosa ciudad. Desde entonces se le vería por el célebre barrio de Belén, con una guitarra adquirida en una casa de empeños, vagando por cafés, bares, hoteles, restaurantes, y hasta prostíbulos.
En una de sus correrías Siro Rodríguez, integrante del famoso Trío Matamoros, lo escuchó cantar en el bar del restaurante El Templete, de la Avenida del Puerto, y quedó muy impresionado por la voz y afinación del muchacho. La entrada de Bartolomé al conjunto de Miguel Matamoros se puede considerar su verdadero debut como cantante profesional, pues con dicha agrupación tuvo por primera vez un trabajo estable como músico y realizó sus primeras grabaciones en discos de 78 revoluciones por minuto. Cuando terminó el contrato, Matamoros le sugirió: “Tienes que cambiarte el nombre de Bartolo, que es muy feo. Con él no vas a ir a ninguna parte». «Tiene usted razón le contestó Bartolo, desde hoy me llamaré Benny, sí, Benny Moré», contestó.
Después de cantar con varias orquestas de empuje en México, se plantó con la banda más famosa del siglo XX: Pérez Prado y el mambo cubano. Con este encuentro se unieron dos genios: en Benny Moré estaban el talento y la intuición natural; en Pérez Prado, además de todo eso, el dominio de la técnica y una enorme facilidad para hacer música. Con Pérez Prado conquistó al noble pueblo azteca en giras por distintos estados de ese país hermano. Debido al éxito alcanzado por el Benny, el pueblo le otorgó el título de “Príncipe del mambo” y a Pérez Prado el de “Rey del mambo”. Cantó como nadie en el mundo e inicia su ascenso internacional.

En el alegre mundo de la vida nocturna de Ciudad México, el cantante cubano actuó en infinidad de teatros, entre otros el Margo, el Blanquita, el Folliers y el Cabaret Waikiki, alternando con artistas de tanto renombre como la legendaria vedette Yolanda Montes (Tongolele), la mexicana Toña la Negra, y el destacado pianista y compositor cubano Juan Bruno Tarraza.
Debido a su sensibilidad musical Benny Moré podía abarcar en sus canciones todos los matices. De hecho, sus grandes cualidades más su afán de dar al pueblo lo mejor de su arte y de sí, desarrollaron en él el cantante completo, que interpretaba a la perfección con dominio absoluto las combinaciones armónicas y formas musicales.
A principios de 1953 a Benny Moré le ofrecieron grabar para la firma discográfica cubana Panart, acompañado por la ya famosa Sonora Matancera, de Rogelio Martínez. Se negó, ya con fama y prestigio bien ganado, decidió formar su propia orquesta. Benny se atreve a crear su Banda Gigante, su querida “tribu” para luchar por la música cubana y comienza la leyenda. Se llega a presentar en el cabaret Tropicana, Montmartre, en el Palladium de New York, en la academia de los Oscar, de Hollywood, en carnavales de países latinoamericanos y por numerosos pueblos de Cuba.
Se convierte en el artista más reclamado de Cuba, pero lo mismo daba un bailable en un cabaret lujoso que una descarga callejera; como cuando un día se apareció, con su Cadillac 55, para cantar en la fiesta de quince de una sobrina, en un barrio marginal de la ciudad. Rechazó a los poderosos que siempre trataron de subestimarlo y ayudó a los menesterosos, regalaba casi todo su dinero y murió sin fortuna material. No era un hombre ambicioso. En su época nunca se le rindieron homenajes, ni lo condecoraron con ninguna medalla. Él sabía que era el mejor, aunque no podía imaginar que quedaría en la historia como el símbolo de la música cubana.
La inmensidad de la guaracha

La investigadora española Beatriz Calvo Peña ha confeccionado una lista de las mujeres que cantaban guarachas, con Celia Cruz en lugar destacado, para que no se olvide su papel en la música popular bailable en Cuba.
«Siempre que hablamos de música cubana, parece que las mujeres estuvieron ausentes», dice Calvo Peña, profesora de Lengua y Literatura Española en la Universidad Barry de Miami.
La profesora española ha presentado ponencias sobre las guarachas y es la única investigadora sin raíces cubanas que ha participado en el panel «Música Popular Cubana en la Isla y en la Diáspora».
Su visión es resultado de las investigaciones que realizó en la colección musical de Cristóbal Díaz Ayala, la más amplia de la música afro-hispana-antillana, que está valorada en más de un millón de dólares y fue donada a FIU en 2001.
Calvo Peña dio con la colección y quedó prendada con la picaresca de las guarachas. De ahí surgió su trabajo «Cantantes femeninas de Guaracha en Cuba y sus grabaciones en la colección de música popular cubana y latinoamericana Díaz Ayala».
«Descubrí que en la colección de Díaz Ayala tienen mucha música de los años 20, 30, 40 (siglo XX), en concreto de las guarachas, y entonces quise unir el asunto de ese género con el papel que han desempeñado las mujeres en la música cubana», afirma.
Calvo Peña dice sentirse a gusto aportando un ángulo de esta historia que poco se ha tratado y a la vez manteniendo vivo el recuerdo de las intérpretes de guaracha.
Celia Cruz, la voz que selló el conjunto Sonora Matancera, no está tocada por el olvido, pero de otras intérpretes de esa misma época (los años 40) y de un poco más atrás «no se habla tanto», dice.
Para elaborar un decorado de la guaracha no tiene que pensar mucho cuando se le pregunta por nombres femeninos fundamentales de este género de canción:
«El trío de Las Hermanas Márquez; Myrta Silva, guarachera puertorriqueña muy famosa, a quien se la conoce como ‘la Reina de la Guaracha’, y hubo una cantante tejana (EE.UU.), Eva Garza, que dejó muchas grabadas», anota Calvo en una lista rápida.
Según la investigadora, el antecedente de la guaracha está en el teatro bufo del siglo XIX.
«No es que sea el antecedente como tal», puntualiza, «sino que dentro de la zarzuela cubana había números musicales populares que eran guarachas», dice.
El Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana (volumen 2, 2007), firmado por Radamés Giro, define la guaracha como «un género de canción bailable, en tiempo rápido y texto cómico o picaresco».
Indica esta enciclopedia que el término es de origen español, específicamente andaluz, y que la danza, o el baile acompañante, es un tipo de zapateo.
Originalmente se tocaba con guitarra, tres, güiro y bandurria, recordó Calvo Peña, una burgalesa que antes de entrar en la colección de Díaz Ayala por una beca que le otorgaron en la Florida, ya estaba interesada en la realidad cubana.
Suyo es el volumen «Buena Vista Social Blog. Internet y Libertad de Expresión en Cuba» (Editorial Aduana Vieja), un compendio de textos de la blogosfera cubana.
Calvo Peña señala que Cuba fue uno de los países que más blogs ha producido a nivel mundial, en relación con la cantidad de habitantes (11 millones) y la baja conectividad dentro del país.
De la música cubana se enamoró cuando estudió un Doctorado en Filosofía, en Miami.

Su estudio sobre las mujeres guaracheras ha dejado claro que el legado español que existe en la colección de Díaz Ayala (o sea, la cuerda pulsada, porque la percusión llegó de África) puede ser reclamado en cualquier momento por un corazón inquieto.
La Colección Díaz Ayala está compuesta por 35.000 discos de acetato de larga duración (LP); 10.000 discos compactos (CD); 20.000 discos de 78 RPM; 4.000 discos de 45 RPM; 10.000 libros y revistas y también cilindros de fonógrafo.
Díaz Ayala, un apasionado de la música, emigró de Cuba tras el triunfo de la revolución en 1959. Luego de pasar por Miami en 1960, se radicó definitivamente en Puerto Rico, donde, a lo largo de los años, coleccionó discos de vinilo, papelería y fotos de su isla natal.
La comida en Nueva York sabe a poco si no tiene Salsa

Con más de cuatro décadas de carrera que le han convertido en una de las más importantes estrellas de la música latina, Oscar D’León extraña lo que llama la época dorada en que la salsa reinó en la ciudad de Nueva York.
«Nueva York ha significado todo en mi carrera porque es la meta de todo artista, para todo el que quiere expandir su popularidad», dijo el sonero.
«Les complazco con cariño. Es divino cuando piden todos los temas», dijo al recordar que su repertorio incluye más de 400 canciones, entre ellas éxitos como «Llorarás», «Qué bueno baila usted», o «Mi bajo y yo», que figuran entre las preferidas de sus seguidores y no pueden faltar en sus presentaciones.
D’León, que se ha destacado en la salsa aunque no se ha limitado a este género, lamentó que ya no exista la época en que esta ciudad fue sede de grandes conciertos que le llevaron en varias ocasiones al escenario del Madison Square Gardens, así como a las Estrellas de la Fania, y a otros famosos intérpretes de este género, queja que ya han compartido otros intérpretes.
«Ojalá en Nueva York prenda la mecha para volver a tener aquella época, pero hace falta gente como Ralph Mercado» dijo el artista al referirse al que fue considerado el más importante productor de conciertos de música tropical en esta ciudad, y que murió en 2009.
Su sello discográfico RMM grabó a más de 130 artistas, entre ellos Celia Cruz, y otras estrellas de la salsa, jazz latino, rock latino y merengue.
D’León, un músico autodidacta, comentó además que a la situación contribuye que estrellas de la música latina han muerto, como Tito Puente, Celia Cruz o Héctor Lavoe, y considera que el género que ha llevado a través del mundo está «un poco mermada» de exponentes.
«Extraño todo ese público hermoso de Nueva York, por ellos es que Oscar D’León ha surgido en el mundo», afirma el sonero, que en 2013 recibió el Premio a al Excelencia por el Grammy Latino.
En el transcurso de sus cuarenta y cuatro años de carrera, a partir de la fundación junto a otros músicos del grupo Dimensión Latina (1972) la que dejó en 1977 para continuar en solitario, ha acumulado todo tipo de vivencias de las que asegura «no cambiaría nada», pese a haber enfrentado difíciles situaciones como la pérdida de visión de un ojo y un infarto.
«Todo lo que pasa en la vida hay que aceptarlo porque uno aprende también de lo malo. No sacaría nada porque todo es parte del triunfo», señala el artista, que ha puesto a bailar a miles de personas con sus interpretaciones, recogidas muchas en más de 50 discos, algunos con duetos.
Entre esos álbums del Sonero del Mundo figura uno con la Sinfónica de Venezuela y más recientemente temas clásicos grabados con un Big Band como «New York, New York» en español y «Fly Me to the Moon» en inglés, que fueron famosos en la voz de Frank Sinatra o «Cachito mío», que también grabó Nat King Cole.
«Ese disco va a ser nuevo toda la vida, como son los discos de Frank Sinatra», indica el cantante, quien asegura que se mantiene en buena condición física porque, aclara, «no bebo, no fumo, no uso drogas y hago ejercicios».
«Creo que va a haber Oscar D’León por veinte años más», afirma el intérprete, que trabaja en la grabación del que será su próximo disco, en el que volverá a los inicios de su carrera con salsa, son montuno y boleros.
«Es un disco de mi producción, autoría, arreglos, todo hecho por Oscar D’León, retomando mis comienzos porque la gente quiere escuchar cosas como esa», concluye.