jazz
Memorias de un bello adicto

El soplo de Art Pepper se convirtió en una de las autobiografías más intensas que se recuerdan. Confesiones verdaderas transcritas por Laurie Pepper, su tercera mujer, en un monumento a la vida sin filtros ni limitaciones. Libertad absoluta para el saxo alto más cool del sonido Costa Oeste. Una obra, titulada “Straight Life: The Story Of Art Pepper” en su versión original, que se editó en España más de treinta años después de su publicación.
En “Una vida ejemplar. Memorias de Art Pepper” (“Straight Life: The Story Of Art Pepper”, 1979; en España, 2011) no se habla demasiado sobre discos y conciertos. Al menos en proporción a temas como droga y sexo y en el sentido que lo haría un biógrafo o músico al uso. Art Pepper (1925-1982) nunca lo fue y, por ello, la crónica de su vida no constituye un segmentado y quirúrgico estudio de su obra y milagros, sino que discurre de la mano de un relato que fluye a borbotones, agarrado a los vaivenes de turbulentas sesiones en estudio y directos, rutinas carcelarias, fobias raciales, trapicheos de drogata, cómicos atracos, arrebatos homófobos y obsesiones sexuales. Sin pretextos ni maquillajes. Situado en un punto en el que el músico californiano llegó a pensar que “no estaría mal cargarme a alguien y ser aceptado como un tipo peligroso de verdad”.
Paz en el tumulto
“Titubea unos segundos, se olvida de lo que está tocando, agarrado al octavo y noveno peldaños de la cuenta. Entonces, haciendo acopio de todo, busca la nota más alta, la alcanza –exacta– y vuela libre. En lo más alto de su salto, antes de que la gravedad se haga sentir, hay un momento de ingravidez absoluta –brillante, claro, sereno– antes de volver a caer, planeando en un arco magnífico, calmándose en el hondo gemido del blues. Y los convictos se dan cuenta de que era de eso de lo que se trataba: de soñar con la caída”.
Geoff Dyer imaginó está dfescripción para un precioso libro de historias del jazz, Pero hermoso ( But beautiful, como el estándar con letra de Johnny Burke, el mismo de What’s New). Allí colocó a Art Pepper en el patio de una de las numerosas prisiones en las que pasó tantos días de sus mejores años, soplando su saxo alto ante la atónita mirada de los presidiarios.
Y es que la vida del bueno de Art es una más de esas historias desgarradas del jazz en las que las adicciones y sus consecuencias conviven con un sublime nivel artístico.
Pepper fue uno de los más genuinos exponentes del jazz de la Costa Oeste, eso que se dio en llamar cool jazz y en el que destacaron otros yonquis ilustres como Gerry Mulligan o Chet Baker. De hecho no se entiende el movimiento sin ese cierto aire de hedonismo o de necesidad de apurar la vida intensamente como si fuese el último día, mientras la música de aquellos tipos geniales servía de banda sonora.

Pronto se liberó de la poderosa influencia de Charlie Parker para encontrar su propio camino, y aunque en los sesenta el influjo de Coltrane en su búsqueda de nuevas dimensiones para la música también resultara inevitable, Art Pepper llegó a convertirse en un innovador intérprete de una genialidad inusual, aunando una depurada técnica con un sentido de la improvisación fuera de lo común.
Empezó muy joven, estudiando clarinete y saxo alto, y tocando en algunos grupos de Los Angeles antes de entrar a formar parte de las orquestas de Benny Carter y Stan Kenton, una magnífica academia para un joven lleno de talento y ávido de encontrar nuevos caminos para su arte. A su vuelta del servicio militar, a finales de los cuarenta, retorna a la orquesta de Stan Kenton, en lo que fueron sus días más felices y también el inicio de un largo romance con la heroína que le llevará por un largo periplo de juicios y condenas durante más de diez años. En contra de lo que pudiera pensarse, Pepper no vivió todo ese periodo como un drama, no sólo no quedó traumatizado sino que supo extraer de aquella experiencia lo mejor para su vida y para su música.
Después de atravesar serios problemas de salud y tras un largo periodo de rehabilitación, Pepper vuelve a los escenarios y las grabaciones a mediados de los setenta, convertido en poco menos que una leyenda en vida y no solo recobra su antiguo estado de forma con el alto, sino que realiza grabaciones y conciertos de una intensidad única, en los que sus solos dominan el espacio de tal manera que uno no puede por menos que estremecerse mientras los escucha.
Art Pepper murió en 1982 a los 56 años (nadie lo hubiera creído viendo sus últimas fotos), dejando algunas grabaciones imprescindibles en la historia del jazz como Meets the Rythm Section con la sección rítmica de Miles Davis, Art Pepper + eleven o The Complete Village Vanguard Sessions, entre otras. Al escucharlas uno tiene la sensación, como pocas veces sucede, de que la música puede convertirse en ese arte mágico capaz de transformar las vidas de las gentes sin que nadie pueda aportar una explicación razonable.
John Coltrane: Un atajo para llegar a Dios

La congregación se cita cada semana en un pequeño local a ras de suelo, en el número 1246 de la calle Fillmore de San Francisco. Es la sede de la Iglesia Ortodoxa Africana de San John Coltrane, fundada hace casi 25 años.
No es tan desatinado como pueda parecer. Un año antes de su muerte y dado el cariz impredecible de su música, un periodista preguntó a Coltrane qué esperaba ser en cinco años. La respuesta fue escueta e inequívoca: “Un santo”.
Sobre al altar del templo hay un icono del mejor saxofonista de la historia del jazz con un nimbo en torno a su rostro hierático. En la mano derecha sostiene una escritura: “Dejadnos cantar todas las canciones para Dios. Dejadnos seguirle por la senda correcta. Es verdad: busca y encontrarás”. En la izquierda, los larguísimos dedos del músico rodean las llaves de un saxo tenor que alberga un fuego eterno.
En la vida de Coltrane se dan cita peculiaridades suficientes como para que el fundamento de su credo no sea una simple extravagancia. Hijo de un predicador, nieto de un reverendo, aprendió música entre rezos y gospel, se casó con una musulmana, flirteó con el zen y el budismo, leía a Aristóteles…
Los clubs de jazz le convirtieron en un pecador reiterado: alcohólico, mujeriego y, en los años cincuenta, heroinómano. Se limpió sin ayuda, viajando de su propia mano en pos de la sanación. En 1957 tuvo una experiencia mística y decidió que su música debería ser un camino de ascenso hacia la bondad.
A Love Supreme (1965), quizá el mejor disco de jazz de todos los tiempos, es una plegaria.
Tras encontrar a dios, Coltrane no dejó de ser fiero, al contrario, sus últimos discos eran abiertos y disonantes, pero perseguía una beatitud astral y entendía la improvisación como un mantra.
Antes de la muerte prematura, en 1967, a los 40 años, de un cáncer de hígado, sugirió que todas las músicas que pueblan el mundo tienen una misma estructura, cohesionada por el afán de trascendencia. Ya enfermo, dió su último concierto en una iglesia.
La congregación que le venera como santo no se fundamenta en una fe alocada, caprichosa o exótica en la tierra californiana del millón de gurús. Los ritos se celebran los domingos y cada asistente debe llevar un instrumento (una pandereta basta; las palmas de las manos, también).
Las ceremonias se basan en la música en directo, la improvisación y el trance. Pretenden ser un bautismo que sustituye la inmersión en el agua por la inmersión en el sonido.
El arzobispo de la Iglesia Ortodoxa Africana de San John Coltrane, Franzo Wayne King (que vió tocar una vez al músico en 1966 y sintió la necesidad de transformar su modo de vivir), sostiene que es posible “conectar con las enseñanzas de Jesucristo a través de la música de San Jonh Coltrane”.
Del Flamenco al Blues a través de la música árabe

Las raíces del jazz y del blues podrían encontrarse en la música árabe en mayor medida de lo que se creía hasta ahora, según asegura el investigador de la Universidad sueca de Gotenburgo Gunnar Lindgren.
«Es difícil encontrar parecidos fuertes entre la música africana y el jazz y el blues, pese a que se cree que esos estilos musicales afroamericanos derivan del encuentro entre la música africana y la europea. Pero es posible que las raíces del jazz y del blues puedan estar también en la música árabe», comenta Lindgren.
El profesor de Historia de la Música ha señalado en diversos estudios que la primera ola de esclavos africanos hacia el «Nuevo Mundo» llevó consigo la cultura y música española y árabe, así como que la segunda, procedente de África Occidental, también tenía una herencia cultural árabe.
«Los moros rigieron la Península Ibérica durante cerca de seis siglos y habían llevado africanos negros de África Central a Europa», dijo el investigador, añadiendo que en la época en la que se inició la conquista española de América «esos negros africanos estaban totalmente inmersos en la cultura árabe».
Lingren recuerda que en la tripulación de Cristóbal Colón en su primer viaje en 1942 había negros africanos, así como que incluso conquistadores como Hernán Cortés y Francisco Pizarro también habían contado con ellos.
Agrega que en la tercera ola de esclavos éstos procedían de «un continente con una cultura extremadamente fragmentada y diversa, por lo que en los barcos había problemas de comunicación y probablemente fue algo natural que se acogieran a la cultura hispanoárabe existente».
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