jorge luis borges

El escritor y la pasión lectora

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Borges imaginaba el paraíso como una biblioteca y fue bibliotecario muchos años, guardián del tesoro de las letras. En 1985, la editorial Hyspamérica le pidió a Borges que creara una “biblioteca personal”, la cual habría de involucrar una curaduría de 100 grandes obras. Borges murió en 1986 antes de que pudiera completar esta empresa, sin embargo, dejó una selecta lista de 74 libros que reflejan su inquietud literaria, una visión marcada por la imaginación
Borges imaginaba el paraíso como una biblioteca y fue bibliotecario muchos años, guardián del tesoro de las letras. En 1985, la editorial Hyspamérica le pidió a Borges que creara una “biblioteca personal”, la cual habría de involucrar una curaduría de 100 grandes obras. Borges murió en 1986 antes de que pudiera completar esta empresa, sin embargo, dejó una selecta lista de 74 libros que reflejan su inquietud literaria, una visión marcada por la imaginación

Algunos de los libros que leía y sus anotaciones son el contenido de «La biblioteca de Borges», una obra de la que se deduce que la mayoría de obras de ese espacio, que acoge 2 mil volúmenes, trata de filosofía y religión porque era ahí donde el argentino encontraba las claves de la felicidad.

Así lo explica el autor de la obra (Paripé Books), Fernando Flores. «Este trabajo muestra una filosofía de vida que apunta a la felicidad, Borges era una persona feliz que buscaba la felicidad», destaca el artífice de hacer la selección de estas obras que se encuentran en la biblioteca de la Fundación Borges (Buenos Aires).

Para Kodama, según explica, esas anotaciones eran hechas por Borges para llamar la atención sobre algo que «le aportaba la posibilidad de reflexionar», y matiza que no a «todo el mundo» le «pueden aportar este interés».

«Este libro me parece muy interesante porque es una manera de que la gente tenga acceso a los libros que le gustaban, porque Borges -según sus palabras- decía que su obra no era para tanto. El disfrutaba leyendo a otros autores y ese placer lo quería transmitir a otros lectores para que se iniciaran en ese amor por los libros».

Así, entre estas páginas se pueden encontrar fotografías realizadas por Javier Agustí de las portadas y páginas anotadas de libros de Jean Cocteau, Kipling, Dante Alighieri -de quien conservaba el mayor número de ejemplares-, Thomas Carlyle, Schopenhauer, Unamuno, Dickens, Quevedo, Homero, Henry James, T E Lawrence, o Spinoza.

Unos libros que, en su mayoría, pertenecían a la casa de su abuela inglesa, y desde «muy pequeño estaba familiarizado con ellos».

Obras en las que el autor de El Aleph (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, Suiza, 1986) escribía con su propia letra acotaciones sobre los pasajes que habían despertado su interés.

«Son los libros que leía y quería, los libros que no le gustaban desaparecían o los regalaba», destaca Kodama sobre estos ejemplares con los que su marido pasó horas y horas de lectura.

«Tus libros preferidos, lector, son como borradores de ese libro sin lectura final», decía Borges, según recoge el libro, donde también se descubre cómo para él leer un libro de Cocteau era como «conversar con su cordial fantasma».

Y donde se puede leer de su puño y letra esta anotación en el libro de La Eneida: «Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres».

Y también está la Biblia, donde Borges encontró un «interés literario» y, según la define, es una «biblioteca de los libros fundamentales de la literatura hebrea ordenados sin mayor rigor cronológico y atribuidos al Espíritu, al Ruach».

«Cuando yo lo conocí ya no podía leer, pero podía caminar (…) -apunta Kodama- Pero tenía una memoria prodigiosa y cuando quería que le leyera algo me decía donde estaba cada uno de sus ejemplares y me decía ve más adelante, más hacia atrás».

Tanto era el amor por los libros que tenía el argentino que, según dijo su viuda, nunca le regaló uno porque de haberlo hecho tendría que haber sido «uno espectacular» y hubiera sido «imposible de comprar».

Cuba, la asignatura pendiente de Borges

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Borges no manifestaba simpatía alguna por la Revolución Cubana
Borges no manifestaba simpatía alguna por la Revolución Cubana

La mala suerte que la obra literaria de Jorge Luis Borges ha tenido en Cuba y la razón de que fuera uno de los «escritores innombrables» de la Revolución cubana son los temas centrales de un libro que acaba de publicarse en Estados Unidos.

Escrito en primera persona por el cubano Alfredo Alonso Estenoz, «Borges en Cuba. Estudio de su recepción», publicado por el Centro Borges de la Universidad de Pittsburgh, es un volumen de bolsillo que brilla por su enjundiosa investigación.

Alonso recrea una época en la que Cuba se cerró con siete candados con la idea de construir un «hombre nuevo».

Según indica este profesor de literatura latinoamericana y lengua española en el Luther College de Iowa, «durante los años 70 y 80 Borges fue ignorado por el discurso crítico cubano, aunque (…) lo seguían leyendo los escritores que tenían acceso a su obra».

El investigador recuerda que «durante esta década, el autor de «Ficciones» y «El Alpeh», entre otras muchas obras, se convirtió en el antimodelo del tipo de intelectual que la Revolución promovía.

Para la reconstrucción total del periodo de unos veinte años en el que Borges estuvo vetado, que concluye con la publicación de la antología «Páginas escogidas de Jorge Luis Borges» en 1988, Alonso se apoya en muchísima bibliografía y dos fuentes fundamentales.

Una es el diario «Borges» que el amigo íntimo de éste y también escritor Adolfo Bioy Casares redactó con minucioso detalle y la otra es el prólogo de la antología que desde La Habana firma el crítico y director de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar.

Por el diario de Bioy Casares (2006) se sabe que el haber firmado «un manifiesto en apoyo a los cubanos que en 1961 invadieron la isla por Bahía de Cochinos» fue suficiente para que el régimen castrista, que desde el comienzo centralizó toda gestión cultural, enviara al ostracismo a uno de los autores más universales y al latinoamericano hoy en día más citado.

Lo curioso es que, anteriormente, Borges había suscrito otro manifiesto condenando al dictador cubano Fulgencio Batista, pero aquella firma no se la tuvieron en cuenta los responsables de la política cultural que, como se encarga de consignar Alonso, no fueron pocos y respondían a una maquinaria muy bien engrasada.

Fernández Retamar, sempiterno director de Casa de las Américas, una institución estatal con fuerte enfoque político, primero arremetió contra Borges en la década de los años 70, para luego «reconciliarse» con él mediante la publicación de la antología.

Para tal empresa se reunió con Borges un año antes de que éste falleciera y obtuvo su autorización.

El diálogo de aquel encuentro en Buenos Aires, que Alonso extrae del prólogo de «Páginas escogidas de Jorge Luis Borges», refleja, por un lado, que al final de su vida el escritor argentino continuaba siendo un electrón libre y por otro que la denominada «Revolución cubana» gozaba de un histrionismo conmovedor.

«Lo que no podemos es mandarle dólares», expone Retamar. «A mí no me interesa el dinero», responde Borges. «Le enviaremos cuadros o libros antiguos», ofrece el otro.

El libro «Borges en Cuba. Estudio de su recepción» es algo más que un acto reivindicativo.

Entreverada presenta también una síntesis bastante clara y organizada de la historia de la censura oficial en Cuba desde 1959.

No escapan de estas 166 páginas autores como Luis Rogelio Nogueras, que al morir a los 41 años había dejado una obra fuertemente «borgeana» sin haberse atrevido a nombrarlo.

«Borges es el ‘ingrediente secreto’ que hace posible la distinción de Nogueras en la poesía cubana de la época», escribe el investigador.

El infortunio que la obra de Borges ha tenido en Cuba llevó a que un estudiante universitario como lo era Alonso en los 90 confundiera el apellido del argentino con el del comandante sandinista Tomás Borge, autor bien visto y promocionado entonces en Cuba.

Aunque Retamar «rescató» a Borges en 1988 dejando claro que ya no era un escritor maldito, la antología, apunta Alonso, no se encuentra con facilidad en la isla.

Se vende en dólares y no está en librerías, sino en manos de anticuarios.

Talentos y afectos convergentes

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Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges en Mar del Plata
Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges en Mar del Plata

La profunda admiración que se profesaban Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo queda relatada en ‘Diálogo con Borges’, una obra que la escritora argentina escribió en 1960 y que ahora se publica reeditada con textos e imágenes inéditas, que se adentran en la amistad que unió a estas dos figuras clave de la literatura argentina.

«En muchos de los textos reunidos aquí, ambos, con una extraña fascinación se prestan voluntariamente al juego y al esfuerzo de determinar, en su recorrido personal, lo que los une, su pertenencia histórica, cultural y geográfica; emociones de la infancia,…», asegura Odile Felgine, quien escribe la introducción de esta obra.

Textos, cartas y fotos de Borges y Ocampo permiten descubrir al lector el profundo respeto que se guardaban ambos escritores, a pesar de los malentendidos y de que, en muchos aspectos, sus opiniones eran divergentes.

«Las cartas de Borges a Victoria, impregnadas de una constante gratitud, de humor, son la marca de su admiración recíproca, a pesar de los malentendidos. (…) Borges suministra varios relatos breves y concisos sobre su familia. Mientras que Victoria, en su misiva, se revela fogosa, pragmática», confiesa Felgine.

Ocampo destaca el tono irónico que acostumbraba a utilizar Borges y confiesa su profunda admiración por la literatura del autor del ‘Aleph’, al mimo tiempo que se adentra en su infancia y en sus primeros coqueteos con la literatura, conformando un minucioso relato de la personalidad y el carácter del argentino más universal.

Charles Dickens, Robert Louis Stevenson o Edgar Allan Poe son algunos de los escritores con los que Borges se inició en la que siempre fue su gran pasión: la literatura. De hecho, según revela esta obra, el autor del Aleph escribió su primer relato con tan solo seis años.

Admiración mutua

«¿Qué voy a poder decirle a Victoria? ¡A Victoria Ocampo!», dice con inquietud el joven a su madre Leonor un día antes de ir a almorzar con la escritora, donde comprobó que «naturalmente conversaron mucho».

Victoria lo describe como «un muchacho de veinticinco años con una cierta timidez en la marcha, en la voz, en el apretón de manos y en sus ojos de vidente o de médium».

Los dos tienen mucho  en común: Han nacido en el mismo barrio de Buenos Aires, a algunas cuadras de distancia. Los dos han sido educados por institutrices europeas, una inglesa, en el caso de Borges y una francesa y otra inglesa, en el caso de Victoria (…)los dos han viajado y vivido en Europa.

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges

En muchos de los textos reunidos aquí, ambos, con una extraña fascinación se prestan voluntariamente al juego y al esfuerzo de determinar, en su recorrido personal, lo que los une, su pertenencia histórica, cultural y geográfica; emociones de la infancia, recuerdos de los inicios de Sur.

Aunque sus opiniones sobre la literatura y la vida divergen, sus caracteres también, ambos se respetan y para Borges, su participación en Sur lo hará conocido en el extranjero.

«`El Diálogo`, las cartas de Borges a Victoria, impregnadas de una constante gratitud, de humor, son la marca de su admiración recíproca, a pesar de los malentendidos. (…) Borges suministra varios relatos breves y concisos sobre su familia. Mientras que Victoria, en su misiva, se revela fogosa, pragmática», desliza.

Ocampo escribe: «La ironía de Borges actuaba sobre mí como el limón sobre la ostra abierta» (…) y repasa el itinerario literario del escritor, comenzando con un cuento titulado «El río fatal» que escribió a los 6 años y repasa datos conocidos como sus lecturas de niño (Dickens, Stevenson, Kipling, Bulwer-Lytton, Mark Twain, Edgar Allan Poe), su aprendizaje del alemán con un libro de poemas de Heine, ayudado solo por un diccionario alemán-inglés.

En su relato, Victoria cuenta que el primer número de Sur incluyó un artículo de Borges sobre «El coronel Ascasubi» y en el segundo una nota acerca de Martín Fierro.

Y habla de la relación de su hermana Silvina y de Adolfo Bioy Casares, con Borges: «En 1941, los tres cómplices publicaron una Antología poética argentina. Cómplices porque yo los encuentro ahí un poco arbitrarios. Y ellos pensarán la misma cosa sobre mí».

Muy al pasar, Ocampo menciona a Perón («un oscuro coronel»), sin nombrarlo, y recuerda que cuando Borges fue designado director de la Biblioteca Nacional, su vista ya lo había traicionado. «De esta ciudad de libros hizo dueños/ A unos ojos sin luz, que solo pueden/ leer en las bibliotecas de los sueños (…).

En el volumen hay una larga entrevista que Victoria le hace a Borges, salpicada por fotos que ilustran los temas tratados, relativos a la infancia, la génesis creativa del escritor, los ancestros, sus padres y su hermana Norah, entre otros.

En su momento Manuel Mujica Láinez dijo: «Es como si los diversos personajes que en el libro figuran y los dos conversadores fuesen contemporáneos entre sí, y estuviesen situados, simultáneamente, en un aire, más allá de los días, que convoca para la historia, en pie de igualdad, a seres cuyas existencias y cuyos pensamientos se vinculan con lo profundo del alma humana».

– ¿Qué es lo que atrae en figuras como el orillero y el compadrito?, pregunta Victoria.

– Me atrae lo que Evaristo Carriego llamaba `el culto del coraje`. Pienso que esos orilleros eran pobre gente que, para justificarse de algún modo, crearon lo que yo llamé alguna vez `la secta del cuchillo y del coraje`. Del coraje desinteresado, se entiende, contesta el escritor.

Más adelante, ella le pregunta por Adrogué: «Descríbame un poco ese lugar donde han veraneado tantos años». Y él recuerda aquel «perdido y tranquilo laberinto de quintas, plazas de calles que convergían y divergían, de jarrones de mampostería y de quintas con verjas de fierro».

Borges coincide con Victoria en que algunas palabras no existen en otros idiomas porque la gente que los habla no ha sentido necesidad de inventarlas (…). En cambio, tenemos en inglés o en escocés la palabra `uncanny` y en alemán la palabra análoga `unheimlich` porque esa gente ha sentido la presencia de algo de sobrenatural y maligno a la vez (…) si a un idioma le falta una palabra es porque le falta un concepto o, mejor dicho, un sentimiento».

Entre las cartas reunidas en el texto figuran cuatro escritas por Borges a Victoria; y otras firmadas por Georgie y Leonor, su madre.

«Mi gratitud por el amparo de este manto, que me deparó la transitoria ilusión de participar de su esplendor, querida Victoria» (29 de marzo, Mar del Plata, día de lluvia) le escribe Georgie con una caligrafía vacilante, en lo que parece ser un agradecimiento por un trozo de género con el que se guarnecieron de la lluvia él y Bioy.

Victoria Ocampo
Victoria Ocampo

Para el final, se transcribe el emblemático texto de despedida, que escribió Borges, a la muerte de Victoria.

«Yo sólo le debo favores. Favores hechos de la manera más delicada posible», escribe Borges y recuerda que le debe a Victoria su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional.

«Yo le dije a Victoria. `¡Que disparate, me queda grande el cargo!¡Si pudieran nombrarme director de la Biblioteca de Lomas de Zamora, sería suficiente!`. Y ella me dijo:`¡No seas idiota!`. Y consiguió aquello, que era un cargo mucho más importante».

«Siempre nos tratamos de usted. Además ella era mayor que yo, nunca me hubiera atrevido a tutearla. Soportó la crítica y la incomprensión muchas veces, pero no creo que le doliera. Era muy valiente. (…) Es imposible definirla con una sola palabra. La mejor forma de definirla es decir Victoria Ocampo», la honra su amigo.