juan ramon jimenez

Vitale, cuando lo simple es arte

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La poesía de Vitale, acaso porque es sencilla de leer, parece fácil de escribir. Sin embargo, la calidad prodigiosa de recursos que crean musicalidad, sentido y atención por el despliegue verbal son muchos. Influida por grandes poetas americanos como Pablo Neruda, Delmira Agustini, César Vallejo y Gabriela Mistral, y por otros tantos españoles, sobre todo Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, la poeta uruguaya comenzó a escribir sonetos. Eso le dio, cuenta, talento para la medida y el ritmo
La poesía de Vitale, acaso porque es sencilla de leer, parece fácil de escribir. Sin embargo, la calidad prodigiosa de recursos que crean musicalidad, sentido y atención por el despliegue verbal son muchos. Influida por grandes poetas americanos como Pablo Neruda, Delmira Agustini, César Vallejo y Gabriela Mistral, y por otros tantos españoles, sobre todo Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, la poeta uruguaya comenzó a escribir sonetos. Eso le dio, cuenta, talento para la medida y el ritmo

Ida Vitale es una creadora con mayúsculas, una voz limpia y cristalina cuya palabra cruza sin envejecer una poesía tan honda e íntima como su personalidad.

Nacida el 2 de noviembre de 1923 en Montevideo, la obra de Vitale denota un permanente afán de curiosidad, hilvanado con un gusto exquisito; en 2015 se convirtió en la quinta mujer en ganar el Premio Reina Sofía de Poesía, y en 2018 fue la quinta mujer en pasar a formar parte de la corta nómina de mujeres galardonadas con el Cervantes.

Elegante, lúcida y culta, Vitale, que se exilió en México, huyendo de la dictadura de su país, en 1974, donde estuvo hasta 1989 y donde conoció a Octavio Paz, con quien trabajó en la revista Vuelta, y a José Bergamín, ha tenido siempre como referente y padre poético a Juan Ramón Jiménez, a quien también trató.

Desde 1989, Ida Vitale vivió en Austin (Texas, Estados Unidos) hasta 2016, año en que murió su marido Enrique Fierro. Meses después volvió con su hija a Uruguay.

Perteneciente a la llamada generación del 45, donde también se inscribe a Mario Benedetti, Idea Vilariño o Ángel Rama, entre otros muchos autores que tenían a Juan Carlos Onetti como gran referente, Ida Vitale, aseguró en 2010 su nulo interés en lo relativo a la poesía llamada «social o política».

«Para mí, compromiso hay, pero ese es el moral. Eso es lo primero y a ese soy fiel eterna. Con la poesía social o comprometida no se ha conseguido el momento más decoroso de la poesía. No lo fue, ni siquiera con Pablo Neruda que fue un gran poeta. La poesía es otra cosa, y, ya digo, requiere una cierta intimidad, aunque coincida con la intimidad de los otros», decía esta mujer, siempre atenta a la «escucha poética».

Traductora, crítica y ensayista, Vitale, que estudió Humanidades, la figura de Vitale siempre se asociará a la de una mujer de pelo de blanco, rostro dulce y llena de humor. Una mujer siempre dispuesta a viajar y alerta a todo lo que ocurre a su alrededor.

Una de las frases más significativas de la escritora se refiere al carácter perenne de las letras: «Pese a las dificultades por las que atraviesa el mundo hoy: las prisas, el poder o el protagonismo mortal del dinero, la poesía perdurará y se leerá hoy y siempre».

«Es como la música -recalcó- uno no puede vivir sin ella y siempre tienes que escucharla, pues con la poesía es lo mismo, es eterna y necesaria, porque es la vida. Yo gracias a YouTube escucho música y cosas muy buenas, pero me da miedo porque eso que ahora nos lo dan como un regalo seguro que luego nos lo quitarán».

Su poesía la inició en 1949 con «La luz de esta memoria», al que siguió «Palabra dada» (1953), » Cada uno su noche» (1960) o «Paso a paso» (1963). Después llegarían otros muchos otros títulos de poesía y ensayo y reconocimientos, como El Premio Internacional Octavio Paz en 2009, El Reina Sofía o El Max Jacob en 2017.

Y su icónico poemario «Mella y Criba» (Pre textos), que publicó en España, y donde dice: «(…) La vida te ha ofrecido/imprevistas derivas, el riesgo de excavar/topo, túneles nuevos. /Pero la luz acecha/ aun para lo enterrado. Insiste en dar con ella».

En 2015, cuando recogió el premio Reina Sofía de Poesía, se publicó su obra antológica «Todo pronto es nada», y en ese acto recordó su conexión con España, a la que considera «su segunda patria», desde su infancia.

«Recuerdo los años de la Guerra Civil, tras la cena se desplegaba en la mesa de su casa en Uruguay un mapa de la Península Ibérica donde seguían los partes que oían por radio». «A España le debo, por un lado, la lengua y por otro que me enamoré de Benito Pérez Galdós», dijo.

Vitale, además de escribir, entregó su vida a la lectura, manteniendo la ilusión infantil por ese misterio que es la poesía y su revelación. «No tengo nada claro como viene ese relámpago, sobre todo el primer verso es mágico, porque los demás vienen arrastrados».

Consultada sobre el papel de la poesía en en los tiempos modernos, Vitale lamentó la contrición de esta a un lugar menor, aunque explicó que «quizás» ello corresponda a que «la cultura no es homogénea» y a que «cuando las cosas bajan, baja todo», en relación a la degradación cultural de las sociedades.

De esta manera, recordó que en su infancia a su casa llegaban todos los días cuatro diarios que contenían sus respectivas páginas culturales, en las que era «normal» que se incluyeran poemas.

«No sé si eso ayudaba a que la gente se interesara por leer poesía o si eso lo hacían porque en ese momento la gente no tenía tan alejada a la poesía», expresó y se preguntó: «¿El huevo o la gallina?».

Vitale es sinónimo de recelo hacia la cruzada por imponer un lenguaje inclusivo, al considerar que se trata de una práctica que acarrea una «intención reductiva» de la lengua.

«El lenguaje es muchos o es uno, de acuerdo con hasta qué punto lo aprovechás o lo hacés evolucionar, pero no reducirlo», en palabras de la autora, que también fue destacada con galardones como el Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo, así como el Internacional de Poesía de Federico García Lorca.

La bella flagelada de América

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Juana de Ibarbourou fue una mujer transgresora para la época porque ninguna mujer había escrito sobre el amor con la libertad con que lo hace ella. Es la primera que nombra su cuerpo, sus pechos, su piel, todos los elementos que hacen a la erótica
Juana de Ibarbourou fue una mujer transgresora para la época porque ninguna mujer había escrito sobre el amor con la libertad con que lo hace ella. Es la primera que nombra su cuerpo, sus pechos, su piel, todos los elementos que hacen a la erótica

La poeta uruguaya Juana de Ibarbourou fue una mujer “transgresora” en la literatura latinoamericana, con una obra que se vio marcada por la violencia de género, las drogas y un amor prohibido, según desvela el libro Al encuentro de las Tres Marías, del escritor Diego Fischer.

La “Juana de América”, como la bautizaron los universitarios y hombres de letras de Uruguay en 1929, es una de las principales figuras literarias de este país y adquiere una nueva dimensión con la biografía novelada de Fischer, que fue presentada hoy en Montevideo.

“Fue transgresora en el verso, fue transgresora en su forma de vivir y de dirigirse a un mundo literario dominado por hombres”, explica el autor en una entrevista sobre la mujer que fue primer Premio Nacional de Literatura de Uruguay, en 1959.

Al encuentro de las Tres Marías. Juana de Ibarbourou, más allá del mito (Editorial Santillana), recorre la trayectoria de esta poetisa, que nació en la villa de Melo el 8 de marzo de 1892, y murió el 15 de julio de 1979, en medio de una dictadura que le rindió honras fúnebres de ministro de Estado, pese a que ella siempre se opuso al oropel de los militares.

“Siempre le pido a los míos que cuando me muera, dejen a un lado las vanidades y me entierren simplemente en tierra, lo más a flor de tierra posible”, había dicho la poetisa en una carta al escritor español Miguel de Unamuno, uno de los primeros en alabar su ingenio.

Juana de Ibarbourou fue aplaudida por escritores nacionales, como Carlos Reyles y Juan Zorrilla de San Martín, y foráneos, como el chileno Pablo Neruda o los españoles Unamuno, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Salvador de Madariaga y Federico García Lorca.

Cuando apenas empezaba con su primer poemario, Juana “le escribe a Unamuno, pero no sólo le escribe. Le envía tres libros y le pide que se los haga llegar a (Antonio) Machado y a Juan Ramón Jiménez. Tenía muy claro a dónde quería llegar”, asevera Fischer.

“Los principales admiradores de la poesía de Ibarbourou eran hombres. El nombramiento como “Juana de América” en el Palacio Legislativo parte de los estudiantes y al acto asisten los intelectuales más prominentes de la época”, dice Fischer.

De Ibarbourou se apellidaba en realidad Fernández Morales, pero tomó ese apellido de su marido, un militar, por quien sintió una gran pasión en los primeros años de matrimonio, que la reflejó en Las lenguas de diamante, su primer poemario, pero que se transformó después en tristeza y dolor.

Fischer recuerda que el gran éxito editorial de ese primer libro fue proporcional al escándalo que produjeron en la sociedad montevideana y porteña sus imágenes sobre el amor carnal y las figuras de los amantes.

“Ella habla del amor y de hacer el amor. Afirmaba que tanto sufre por una pasión el cuerpo como el alma. Esto suponía una evidente transgresión para una mujer, casada con un militar en 1919”, explica Fischer.

Su fama se extendió rápidamente y a ello ayudó su extremada belleza, que “supo manejar para lograr ser una poetisa consagrada” sin rozar los límites que le impuso un matrimonio infeliz, en el que el marido, como después el hijo, llegó a la violencia física.

Pero no todo es luminoso en esta biografía novelada. Se describe también la adicción por la morfina y otros narcóticos, de una mujer desesperada, con un matrimonio señalado por la indiferencia y con un hijo ludópata que se convertiría en una pesadilla.

Juana y Federico
Juana y Federico

El libro de Fischer se basa en una carta de Ibarbourou a la que tuvo acceso hace quince años en la que también se relata la pasión que la volvió a embargar cuando tenía 59 años y su belleza comenzaba a marchitarse.

“Fue su gran amor. Así lo dice también en sus versos”, señala Fischer sobre la relación que la poetisa mantuvo, ya muerto su esposo, con el médico argentino Eduardo de Robertis, de 38 años, apenas mayor que su hijo Julio César.

“En los años cincuenta, esa relación, siendo ella quien era, una mujer reconocida mundialmente, no podía ser aceptada pero, la cuenta en sus versos, sobre todo en Mensaje del escriba, donde el setenta por ciento de los versos está dedicado a él”, dice Fischer.

El escritor afirma que De Robertis logró apartarla de la droga, pero después, la tiranía de su hijo y la pérdida de ese postrer amor la volvieron a encadenar a una adicción, que, según ella, le permitía subir a “las tres Marías”, en referencia a las estrellas de la constelación de Orión, y evadir la adversidad, aunque fuera sólo unos instantes.