laura esquivel
Conexiones humanas contra murallas

El “ego sin límites” genera una fragmentación de la sociedad y un aislamiento de las personas, y al mismo tiempo se fija en “muros que separan”, según señala la escritora mexicana Laura Esquivel.
La autora del fenómeno de ventas “Como agua para chocolate” (1989) afirma que la separación y ese “fijarnos en lo que nos diferencia” va en contra de lo que la ciencia moderna y la visión de los pueblos ancestrales revela: Que los seres humanos “somos uno con el todo”.
“Hay una necesidad de recuperar esa noción de que somos parte del todo. Me deporten o no, sigo estando conectada”, afirma la mexicana, quien alude indirectamente a la situación en Estados Unidos y al surgimiento de movimientos nacionalistas en Europa.
“No hay un dolor que alguien tenga que no esté afectando a los demás”, insiste la escritora, quien estima que una vía para “reconectar” entre unos y otros, quizás “la más bella”, es crear una “memoria común”.
Esquivel cree que la palabra, hablada o escrita, tiene el poder para “sacarnos, liberarnos”, y en ese sentido saca a colación una de sus últimas novelas, “A Lupita le gustaba planchar”, ya distribuida en el mercado estadounidense.
“En ‘Lupita..’, el tema es la desconexión profunda en nuestra época, en la que aparentemente nos sentimos mas comunicados, pero a la vez hay más problemas de soledad, depresión, aislamiento y problemas de adicciones”, manifiesta.
La protagonista de esta historia, una mujer policía “poco agraciada físicamente y con problemas de alcoholismo”, presencia un asesinato y en su proceso posterior se cuestiona asuntos vertebrales que tienen que ver con la espiritualidad y con la manera para, “desde una condición material, volver a la luz, al todo”, según explica su autora.
La novela contiene el identificable sesgo que cruza la obra literaria de la mexicana desde su popular libro debut de 1989, que de la mano de Alfonso Arau dio el salto a la gran pantalla en 1992, y en el que a través de la comida se construyen redes, propulsadas por el afecto y el amor.
“Detrás de cada tomate, cebolla y olor hay mucha información, que finalmente es solo vibración y que finalmente es luz”, desliza la autora, que a su fijación por el mito del dios Quetzalcóatl, en el que se fusiona la dualidad materia-espíritu, confiesa también estar recientemente atraída por libros científicos.
Tras 27 años, la mexicana confiesa que jamás imaginó que su primera novela obtendría tal reconocimiento, como lo viene cosechando su continuación “El diario de Tita” (2016), que recupera 20 años no conocidos en su novela antecesora y que muestra a una protagonista más madura.
Esquivel piensa culminar la historia con una trilogía, cuya última entrega, “Mi negro pasado”, se ubicará en el tiempo actual, con una protagonista que es tataranieta de Pedro, el gran amor de Tita y de su hermana Rosaura, y aunque no se enfrente a una madre opresora sí lo hará contra “un sistema que quiere decidir por ella”.
“(La protagonista) no cocina, es gorda, tiene problemas con la comida y lo que va a restablecer este rompimiento (con el pasado) es el diario de Tita”, adelanta la escritora, quien disiente con aquellos que la alinean con el realismo mágico, la etiqueta por excelencia de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado.
“Nunca escribí con esa intención, eso se lo dejo a los académicos”, afirma.
Miembro de la Cámara de Diputados federal en México, en representación del izquierdista Movimiento de Regeneración Nacional, su agenda en los últimos años le ha impedido cumplir con su lista de lecturas pendientes, compuesta principalmente por nuevas escritoras.
Vuelve siempre a publicaciones sobre filosofía y espiritualidad y lee ensayos científicos, que le demuestran que entre ambas orillas hay puntos de encuentro.
“La ciencia y la espiritualidad nos están llevando al mismo lugar”, señala.