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Los requiebros del lenguaje

El libro de aforismos «Dolor de rareza», del periodista y poeta José María de Loma, juega a retorcer el lenguaje con el objetivo de arrancar la sonrisa del lector pero también de provocar una reflexión.
Aficionado desde hace años al género breve del aforismo y de las greguerías, a los juegos de palabras y los retruécanos, y lector asiduo de Gómez de la Serna, el autor del libro explica que, en los albores de Twitter, vio en esa red social un lugar propicio para «concentrar un pensamiento» y empezó a publicar tuits «tratando de arrancar una sonrisa».
Ahora ha recopilado algunos de estos textos breves, acompañados de otros muchos inéditos, en este libro publicado por Ediciones Algorfa.
«Los aforismos están de moda, porque tenemos prisa y una atención muy discontinua con tantos estímulos: el teléfono o el Ipad mientras vemos una serie, y es un género en boga por ser corto», ha afirmado De Loma.
El libro es «versátil» y se presta por tanto a «cogerlo en cualquier momento, abrirlo por cualquier sitio, leer unos cuantos aforismos y pensar en ellos».
«Soy un enamorado de la gran literatura, de meterme en una gran historia de trescientas páginas, pero también me gustan estos libros que son para tiempos más cortos, o para otro tipo de lectura», ha señalado el autor.
Al principio del libro, De Loma propone dos términos a caballo entre la greguería y el aforismo, la «aforía» y el «greforismo», porque confiesa que se siente «a medio camino» entre ambos.
«Me parecía que la greguería, que me gusta mucho, era un atrevimiento, porque lo hizo la genialidad de Gómez de la Serna, y el aforismo me parecía que lleva implícito una carga de pensamiento, y que hay aforismos muy serios de amor, políticos o filosóficos».
Sobre la pureza de los géneros ha añadido que, «como en el periodismo», es «partidario de dejarla a los teóricos, los académicos y los profesores», pero a quienes se dedican al oficio periodístico o a escribir aforismos les gusta «mezclar cosas y géneros».
«Si se me ocurre algo que puede ser una chorrada o algo brillante, no quiero pararme a pensar si son galgos o podencos, si es un aforismo, una metáfora, un tuit, una máxima o un refrán al que le tuerces la pata y lo terminas de otra manera», señala De Loma.
En sus páginas ha asegurado que «la profecía es un arma cargada de futuro», que «no por mucho madrugar te mencionan en Twitter más temprano» o que «estando ‘on the rocks’ no se puede respetar el ‘off the record'», y ha echado mano del surrealismo al asegurar que «los hombres con sombrero se meten en engorros».
El libro supone un homenaje a autores como Gómez de la Serna, «un escritor genial no solo por las greguerías»; a Francisco Umbral «como el columnista total, que vivía en periodista y en escritor y lo metía todo en la columna», y a Josep Pla, «un gran diarista».
Los temas son diversos, desde los que proporciona la vida cotidiana hasta el periodismo que De Loma ejerce.
«Lanzo una mirada un poco cáustica sobre nosotros mismos, los periodistas. A veces, un síntoma de que nos hacemos mayores es que nos gusta más hablar de periodismo y teorizar que practicarlo», ha afirmado el autor, quien ha complementado su selección de aforismos con un breve ensayo sobre la paternidad.
«Ser padre te cambia la vida, pero sobre todo para bien. Es una gran experiencia que me ha suscitado muchas reflexiones. La idea que lo resume es ‘todo va bien hasta que tu hijo tropieza'».
La era de la verdad enmarañada

El concepto de posverdad se ha convertido en una palabra de moda. “Ha tenido éxito porque, en parte, suena apocalíptico, está dotado de espectacularidad, y, en parte también, porque es un concepto extremadamente moralista y con escasa fundamentación teórica”, apunta Pilar Carrera, autora de un estudio, publicado en la Revista Latina de Comunicación Social.
Según esta investigadora del departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la UC3M, “este término se utiliza tanto para denominar la supuesta superación de un estado previo en el que, al parecer, la verdad era la norma, como para legitimar determinados procedimientos que tienen mucho más que ver con la esfera del poder que con la de la verdad.
Si acudimos a la definición que proporciona la RAE sobre posverdad, nos damos cuenta de lo poco novedoso del fenómeno: ‘Distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones, con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales’.
Sin embargo, agrega, «hay algo nuevo. Y lo nuevo es, precisamente, que se pretenda que el fenómeno es nuevo. Declarándolo tal se consigue, entre otras cosas, focalizar la atención en fenómenos subsidiarios desde el punto de vista sistémico, como las llamadas fake news, que no cabe duda de que son bastante menos peligrosas y eficaces en términos de manipulación que las que se siguen tomando por verdaderas”, indica Carrera.
Brexit y Donald Trump
Cuando se apela a ‘hechos fundacionales’ de la era de la posverdad, se habla del Brexit y de Donald Trump, es decir, se recurre a eventos y personas directamente vinculadas con la esfera del poder político, afirma el estudio.
Se sostiene, por ejemplo, a modo de prueba de la existencia de la posverdad, que la validez de las evidencias clásicas (por ejemplo, grabaciones, fotografías, etc.) ha caído en desuso, y se dice que Donald Trump ya no se sonroja por negar algo que había sido grabado o fotografiado. “En ningún momento se cuestiona el frágil estatuto probatorio de una grabación o de una fotografía, sea analógica o digital”, precisa la investigadora.
La noción de posverdad y otras conexas (como las fake news) han florecido a la sombra de Internet y la supuesta superabundancia informativa que se le atribuye. Se dice que, en parte, esto se debe a que hablan fuentes no autorizadas, todo el mundo comenta y se crea el caos. El artículo matiza y cuestiona esta atribución de responsabilidades.
“Estamos culpando al usuario cuando éste normalmente es un viralizador y no un generador de contenidos. Quien finalmente acaba consiguiendo viralidad no es el ciudadano de a pie, sino estrategias muy planificadas que requieren de emisores en determinadas instituciones”, señala la investigadora.
Esta investigación también reflexiona sobre el papel que asumen los medios de comunicación que realizan fact-checking como una solución para combatir la posverdad. Esta “cruzada contra lo falso” puede ser interpretada también como parte de un simulacro o escenografía mediáticos, según la autora.
Cuando se busca el antídoto para la posverdad, a menudo se apela a los hechos, como si estos fueran entidades preexistentes al discurso y a la interpretación.
Hechos discursivos
“La mayor parte de las veces, lo que denominamos hechos son, en realidad, hechos discursivos o fragmentos de mediación. Pensemos de qué se componen, esencialmente, los denominados relatos de no ficción (periodísticos o documentales)”, señala Carrera. “La mentira, en el ámbito mediático, no se refuta con hechos, sino con argumentos y documentos”.
Desde hace décadas, en teoría de la comunicación se dice que las noticias están atravesadas por intereses y que tienen una agenda, un punto de vista y un enfoque.
“Convertir en verdaderas aquellas noticias que no son fakes, es peligroso. Ninguna noticia es transparente y todas, empezando por las que se toman por verdaderas, deben ser leídas como productos discursivos, como relatos sujetos siempre a interpretación y atravesados por intereses de diverso signo, no como hechos”, concluye.
Repostería para mal hablados

Insultar con ingenio e inteligencia requiere clase, elegancia y una preparación que no todo el mundo tiene, según defienden los riojanos Ángel María Fernández y José Antonio Ruiz en su libro «Insultario», concebido como un manual de autodefensa ante las ofensas cotidianas.
De profesión profesor y albañil, respectivamente, estos quintos del 73 de Arnedo (La Rioja) apelan al sentido del humor como excusa para lanzarse improperios, siempre desde el cariño, según cuentan.
Amigos desde la infancia, un día comenzaron a enviarse sesudos improperios por SMS, y poco a poco, uno picaba al otro, para comprobar quién soltaba «la parida mas surrealista y absurda», ha explicado Fernández.
Cinco años después, reconocen estar «enganchados a insultarse», ahora a través de WhatsApp, pero según ha bromeado Ruiz, las ofensas de su amigo son aún «peor», porque «tiene carrera».
«Sin insulto no hay halago», ha añadido, pero «hay que odiar rápidamente para que se pase el enfado», como una especie de terapia liberalizadora.
Hay que tener «desparpajo», pero también hay que ser «cariñoso», por muy «bruta» que sea la expresión que se lance, precisa el profesor, quien sostiene que los dos son igual de «mamarrachos».
En el «Insultario» también hay insultos que hay que leer dos veces para llegar al fondo de la ofensa, porque estos amigos rehuyen el improperio «grueso» que se lanza sin sentido a cualquiera, ha añadido Fernández.
«El insultador pretende herir al insultado, por lo que en ocasiones suele caer en lo más burdo y simplón, que es lo fácil, hay que ofender con ingenio», defiende.
Su amigo lamenta que con las redes sociales «se ha perdido el arte de insultar a la cara, ahora es todo virtual».
«Te daría hostias de dos en dos hasta que fueran impares» y «No digo que sea precisamente hoy, pero en cuanto puedas vete a la mierda» son dos de las frases que aparecen en el manual, ilustrado por Carmelo Baya y editado por Pepitas de Calabaza.
También hay «maldiciones paganas» como: «Un tacto rectal y una colonoscopia cada dos horas es lo que te deseo», «Ojalá la película sea coreana sin subtítulos», «Lo que te iría bien es cogerte la chorra con la cremallera» y «Ojalá se te termine el plastidecor de color carne y tengas que colorear con el naranja muy flojito».
En el libro ironizan sobre modas y «postureo», de modo que lanzan pullas a veganos, runners, hipsters, metrosexuales y tertulianos.
Los autores no descartan publicar un segundo volumen, aunque, para compensar, entienden que estaría bien recopilar halagos en un «Piropario».
Insultos de manual
«Incrúspido», «cayuco», «ufanero», «rompegalas»; los insultos también pueden -y deben- usarse «con propiedad», como demuestra un nuevo compendio que recoge los vocablos necesarios para salir del paso en cualquier ocasión y rompe con la idea de lo que son «las buenas y las malas palabras».
«Todo el día insultamos», y «a todos», incluso a nosotros mismos-, por lo que el «Diccionario de insultos» ayuda a dejar fluir esa «catarsis» que, tras un momento de rabia, nos mantiene «firmes», señala Pilar Montes de Oca, directora de la editorial Algarabía.
El abanico de insultos, recogidos del léxico de todos los países de habla hispana, es casi inagotable. Y es que, ¿por qué limitarse a emplear el término «tacaño» teniendo «durañón», «codo» y «cenaoscuras»? ¿Por qué conformarse con el habitual «torpe» cuando existen «pañuso» o «chambón?
El compendio, de más de 2.000 entradas, es un diccionario de uso, que aporta ejemplos destinados a evitar la excesiva reiteración de palabras como el popular «pendejo» en México, que, desde el punto de vista de Montes de Oca, está «demasiado usado y es altisonante».
«Si estás en una escuela y dices ‘oiga, profesor, usted es un pendejo’, te van a correr (echar) de la escuela (…), si le dices ‘oiga, ¿no cree usted que su pregunta es muy zafia, profesor?’, lo estás insultando igual, pero de otra manera», ejemplifica la lingüista.
Las palabras provienen de una investigación en diccionarios como el de la Real Academia de la Lengua, el María Moliner, el etimológico de Joan Corominas o el de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua.
Tras meses de trabajo, Montes de Oca se plantea: ¿Hay buenas o malas palabras? ¿Las buenas palabras dónde están, o por qué hay una palabra que está bien u otra que está mal?
Mientras que algunos insultos «pueden ayudar» a expresarse, «esas palabras que tienen que ver con el sexo, con la enfermedad y la integridad física (como ‘promiscuo’, ‘tullido’ o ‘gordo’), generalmente son las que se convierten en malas palabras», señala.
Fuera de la recopilación han quedado términos «normales, los que utiliza todo el mundo», a pesar de que se han infiltrado algunos de ellos, como «boludo», pero haciendo referencia a la acepción original, que en ocasiones data de siglos atrás.
Es el caso de «boludo», que en el diccionario aparece con la descripción de «torpe, lento»: «De ahí que los argentinos lo utilicen para decir que alguien es muy tonto, pero era torpe en el original», explica la lingüista.
De acuerdo con los estudios, «las malas palabras se van desgastando y se van utilizando más; mientras más se utilizan, se va desgastando esa carga que tenían».
Esto sucedió con la palabra «buey» en México, que inicialmente se empleaba para decir a alguien que era tonto y más tarde se convirtió en una muletilla, como en Argentina ocurre con «che», relata Montes de Oca.
«No es que utilicemos más o menos (insultos), simplemente los jóvenes están más abiertos a utilizar las palabras que antes, que había una costumbre de que no podías usar malas palabras delante de tu papá», añade.
En definitiva, argumenta, con la proliferación de estas palabras el lenguaje no tiene por qué perder, porque «hay insultos muy elegantes «.
Y empleándolos, también «te estás llenando de cultura y de lenguaje antiguo».
«Es un libro para insultar con propiedad, y un diccionario que les va a servir a todos», concluye la lingüista, quien aspira a que el volumen se quede en el escritorio de los lectores y que, cuando envíen un mensaje de WhatsApp, este finalice con un inesperado «¡indino!».
El lenguaje supremacista de las máquinas

Internet y la irrupción de la inteligencia artificial pueden comprometer la supervivencia de muchas lenguas que acabarán muriendo si no logran dotarse de recursos suficientes para saltar al mundo digital ahora dominado por el inglés dentro de un escaso grupo de idiomas grandes, advierten algunos expertos.
“Las lenguas que no puedan acceder al plano digital en igualdad de condiciones con el inglés y las otras lenguas mayoritarias corren un serio peligro de extinción”, afirma Maite Melero, miembro de la Oficina Técnica General del Plan Nacional de Impulso de las Tecnologías del Lenguaje (TL) promovido por la Secretaría de Estado para el Avance Digital.
Traducciones automatizadas, análisis “inteligentes” de contenidos, minería de textos, asistentes de voz: lo digital en el ámbito de las lenguas es una realidad imparable.
La ciencia, la medicina, los negocios, la educación, cualquier área social o económica depende del análisis de datos textuales digitalizados. Todo apunta a que las interacciones futuras hombre-maquina serán orales y si los robots sólo entienden unas pocas lenguas mucha gente no podrá comunicarse con ellos.
Comunicarse con asistentes virtuales
Con asistentes virtuales cada vez más populares como Siri (de Apple), Alexa (de Amazon) o Google Home, los hablantes de lenguas minoritarias que quieran disfrutar de estos avances tecnológicos, no podrán dirigirse a ellos en su lengua porque no están programados para entenderlos y tendrán que hacerlo en otro idioma dominante, advierte la representante del Plan Nacional de Impulso de las Tecnologías del Lenguaje quien además es miembro de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
El objetivo de este plan de impulso que colabora con proyectos de ámbito europeo es fomentar las tecnologías lingüísticas para el español y las lenguas cooficiales, particularmente en la Administración Pública con medidas que aumenten el número, calidad y disponibilidad de las infraestructuras lingüísticas.
“Cuando una lengua cuenta con un buen soporte tecnológico resultan más fáciles los nuevos desarrollos”, asegura la experta.
Más allá del inglés y un pequeño grupo de otros cinco o seis idiomas grandes, que incluyen el español, para los cuales sí se están desarrollando recursos tecnológicos, “la mayoría de las lenguas, incluso en Europa, carecen de los recursos tecnológicos necesarios”, prosigue.
En este contexto, el Parlamento Europeo aprobó con el apoyo de algo más de 590 diputados y sólo 45 votos en contra y 44 abstenciones, una moción en favor de la igualdad lingüística en la era digital, presentada por la eurodiputada galesa del grupo de Los Verdes, Jill Evans. En su desarrollo han participado expertos como la propia Maite Melero, o Iñaki Irazabalbeitia y Kepa Sarasola, del grupo IXA de la Universidad del País Vasco.
El multilingüismo representa uno de los principales activos de la diversidad de Europa y al mismo tiempo uno de los desafíos más importantes para la creación de una Unión verdaderamente integrada, según la citada moción sobre igualdad lingüística.
Aunque EEUU y Asia dominan el mercado de las tecnologías lingüísticas y la traducción automática con gigantes estadounidenses como Google o Facebook, Europa no debe quedarse atrás, según muchos eurodiputados que reclaman mayor apoyo a estas tecnologías que pueden ayudar a alcanzar los objetivos del mercado único digital.
La brecha entre aquellas lenguas bien dotadas de recursos digitales frente a las que no lo están va en aumento, advierte Melero, quien propone a los parlamentos autonómicos en el caso español apoyar iniciativas como las de la UE para apoyar a las lenguas más débiles en esta nueva era digital.
La experta concluye que “el futuro será para las lenguas que sepan proveerse de recursos lingüísticos útiles para el desarrollo tecnológico”, como diccionarios, corpus bien anotados, ontologías y grandes cantidades de datos de calidad que incluyan el soporte digital.
El inglés para gringos pone pies en polvorosa

“Dos naciones divididas por un idioma común”, fue como George Bernard Shaw (o cualquier otra persona a la que se le ha atribuido esta cita) describió a Gran Bretaña y EE.UU. Culturalmente, los dos países son más distantes de lo que podría creerse, pero ¿qué tan similares son el inglés británico y el inglés americano?
Si bien es cierto que hay muchas diferencias entre el inglés hablado en el Reino Unido y el hablado en EE.UU., lo primero que debemos destacar es que los británicos y los estadounidenses pueden entenderse perfectamente bien entre sí.
Anecdóticamente, algunos estadounidenses encuentran ciertos dialectos británicos más difíciles de entender, mientras que los británicos están más acostumbrados al inglés americano (AmE como los lingüistas lo abrevian) debido a la exposición a través de películas, música e incontables repeticiones de la serie How I Met Your Mother.
Hay muchos ejemplos de palabras que son diferentes en el inglés de EE.UU. y el inglés de Gran Bretaña; y resulta interesante ver el origen de estas diferencias. Algunas palabras se volvieron necesarias mucho tiempo después de que EE.UU. se independizara, y ya no acudiera a Londres para recibir orientación.
Existen varias diferencias entre la ortografía británica y la estadounidense. En América, por ejemplo, es raro que una palabra termine con –re, mientras que esto es común es Gran Bretaña. Algunos ejemplos incluyen center/centre (centro) y el meter/metre (metro). El inglés americano también elimina la u en palabras británicas como colour (color) y flavour (flavor). Así como la l en traveller (traveler) y reveller (reveler).
Uno de los principales responsables de estas diferencias fue Noah Webster, cuyo nombre aún se encuentra en la parte frontal de los diccionarios más populares de Estados Unidos. Él quería simplificar la ortografía inglesa y vio los beneficios políticos de un nuevo país con su propio lenguaje.
Algunas terminaciones de verbos irregulares son utilizadas en el inglés británico, pero no en el inglés americano. Por ejemplo, burnt (burned en AME), learnt (learned), smelt (smelled)… sin embargo, es poco probable apreciar la diferencia en una conversación.
Pronunciación y dialectos
El inglés americano es mucho más homogéneo que el inglés británico, lo cual significa que a menudo es difícil distinguir de dónde proviene una persona en EE.UU. con solo escuchar su acento.
Los lingüistas han identificado entre 6 y 25 dialectos americanos. Aunque las mayores divisiones se dan entre los dialectos del norte, el centro y el sur del país, que son más o menos agrupados.
Americanización al acecho
Del imperio británico se decía a finales del siglo XIX lo que ya se comentó antes del español: que en él nunca se ponía el sol. Desde Australia a Canadá, pasando por la India, Egipto, Sudáfrica o el Caribe, el territorio británico se extendió por los cinco continentes. Herencia de este extenso imperio es el puesto indiscutible del inglés como lengua internacional en política, ciencia, comercio e incluso cultura.
Sin embargo, el ascenso de los Estados Unidos como potencia mundial durante el siglo XX ha conducido a un cambio en el uso del inglés oral y escrito a lo ancho del mundo, dando lugar a un proceso de americanización del inglés.
Se trata de un proceso similar a vivido por el klingon, el lenguaje inventado para el universo de Star Trek, que hacía tiempo que había perdido su nexo de unión con sus creadores. Eran los hablantes de esta lengua los que habían hecho que evolucionase, y lo mismo ocurría con vocablos inventados por Tolkien.
Hacia el siglo XV Reino Unido, junto con Portugal o España, tenían el monopolio del mundo. Fueron tiempos de expansión y conquista, y estos tres idiomas acabaron diseminados por el mundo con bastante predominancia del inglés.
Llama la atención que una de sus derivaciones, el inglés americano, lleve ganando tracción sobre el idioma “original” (o la evolución británica del inglés, para ser más precisos).
En distintos ámbitos se adirma que la americanización del inglés global es uno de los principales procesos contemporáneos de cambio en el inglés”, y que la culpa principal la tiene que los Estados Unidos lideran distintos cambios. Por ejemplo, trabajan a la vanguardia científica, lideran el mundo de las aplicaciones, etc.
Más allá de que ingleses y estadounidenses tengan palabras diferentes para nombrar objetos (ascensor se dice lift en británico y elevator en inglés americano), una de las mayores escisiones vino de la mano de la normalización que Webster incluyó hace 150 años en el inglés británico.
A partir de ahí, los dos ingleses han ido bifurcándose a ritmos acelerados, pero también a influirse los unos a los otros y con otros idiomas. Por ejemplo, el español de América es uno de los idiomas del que más se ha fusionado el inglés americano.
Esto último es particularmente interesante porque a menudo consideramos que el inglés no invade con palabras como paper (artículo científico publicado en una revista especializada) o abstract (breve reseña del mismo). Y lo mismo ocurre en la dirección opuesta.
Un oxímoron que pone a trabajar al cerebro

Los políticos en sus discursos, los generales en sus arengas y los amantes en sus poemas han utilizado desde siempre las figuras retóricas para convencer, infundir valor o seducir. El poder de las palabras hábilmente combinadas se conoce desde la Grecia clásica, pero ahora los científicos han logrado medir empíricamente la capacidad de una figura literaria para generar actividad cerebral en las personas.
Investigadores del centro donostiarra Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) han demostrado que el oxímoron genera una intensa actividad cerebral en el área frontal izquierda del cerebro, una actividad que no se produce cuando se trata de una expresión neutra o de una incorrecta.
Un oxímoron es una combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido. Por ejemplo: noche blanca, muerto viviente o silencio atronador.
“Nuestra investigación demuestra el éxito a nivel retórico de las figuras literarias, y la razón de su efectividad es que atraen la atención de quien las escucha”, explica Nicola Molinaro, autor principal del estudio. “Se reactiva la parte frontal del cerebro y se emplean más recursos en el proceso cerebral de esa expresión”.
El investigador señala que el resultado de los experimentos se relaciona “con la actividad que requiere procesar la abstracción de figuras retóricas como el oxímoron, que tratan de comunicar cosas que no existen”.
Entre todas las figuras retóricas se escogió ésta por su fórmula sencilla de construir, lo que facilita medir con mayor precisión la actividad cerebral que genera. No ocurre así con otras figuras más complejas, como las metáforas.
El descubrimiento se ha publicado en la revista NeuroImage, una de las cabeceras más prestigiosas en este campo. La aceptación del artículo no ha necesitado de imágenes, algo inusitado en esta publicación, ya que toda la fase experimental se ha ejecutado por medio de electroencefalogramas.
El experimento del monstruo y sus adjetivos
Molinaro, junto a sus compañeros Jon Andoni Duñabeitia y Manuel Carreiras –director del BCBL–, han ideado varias listas de frases incorrectas, neutras, oxímoron y pleonasmos (vocablos innecesarios que añaden expresividad), empleando el mismo sustantivo como sujeto: la palabra ‘monstruo’.
Los investigadores han utilizado ‘monstruo geográfico’ como expresión incorrecta, ‘monstruo solitario’ como expresión neutra, ‘monstruo hermoso’ como oxímoron, y ‘monstruo horrible’ como pleonasmo. Después, se les mostraron estas listas a personas de entre 18 y 25 años y se midió su actividad cerebral cuando las procesaban por medio del electroencefalograma.
Los resultados muestran que cuanto menos natural es la expresión más recursos requiere para ser procesada en la parte frontal izquierda del cerebro. La frase neutra ‘monstruo solitario’ es la que menos recursos cerebrales necesita para procesarse. En cuanto a la expresión incorrecta ‘monstruo geográfico’, 400 milisegundos después de percibirla, el cerebro reacciona al detectar que hay un error.
Sin embargo, en el caso de los oxímoron, como ‘monstruo hermoso’, 500 milisegundos después de percibirse la expresión se midió una intensa actividad cerebral en la parte frontal izquierda del cerebro, un área íntimamente relacionada con el lenguaje que los seres humanos tienen muy desarrollada en comparación con otras especies. En el caso del pleonasmo ‘monstruo horrible’ se midió una actividad mayor que en la expresión neutra, pero menor que en el caso del oxímoron.
Esta investigación forma parte de una de las grandes áreas de estudio del BCBL: el lenguaje. En sus instalaciones de San Sebastián, entre otros campos relacionados con la investigación del cerebro, el centro estudia múltiples aspectos de la relación entre la cognición y el lenguaje, como el aprendizaje, el bilingüismo o los problemas asociados.
Una vez comprobado el éxito de este trabajo, el centro ha decidido ampliar el estudio de este campo. Molinaro ya ha comenzado a repetir este experimento con la resonancia magnética, para obtener imágenes de la actividad cerebral cuando se procesan figuras retóricas. El objetivo es estudiar las conexiones entre dos áreas muy implicadas en el procesamiento del significado: el hipocampo, una parte interna del cerebro, y el área frontal izquierda.
El anhelo de una lengua universal

Del quenya al klingon pasando por el simlish o el alto valyrio, los idiomas extravagantes forman parte del imaginario de la literatura fantástica y en ocasiones tienen tanto cuerpo gramatical como el volapük o el esperanto, lenguas artificiales creadas para la comunicación en el mundo real.
El hervidero político europeo durante el siglo XIX, alimentado por el Romanticismo, desembocó en nacionalismos extremos que habrían de conducir durante el siglo siguiente a los dos peores conflictos bélicos registrados históricamente en el Viejo Continente.
Como reacción a estos movimientos exageradamente patrióticos, un puñado de idealistas lanzó la idea de crear un lenguaje universal como vehículo de fraternidad para evitar los enfrentamientos internacionales y así surgieron varias iniciativas en el mundo real que tuvieron su reflejo posterior en el género fantástico, donde además sirvieron para dotar de estructura y credibilidad a algunas de sus obras más famosas.
El párroco católico alemán Johann Martin Schleyer fue el primero en diseñar una lengua artificial destinada a facilitar la comprensión entre las distintas culturas en una Europa que había comenzado el siglo XIX con las guerras napoleónicas y se acercaba a su final tras la guerra francoprusiana y los conflictos exteriores como el de los bóers en Suráfrica o el de los bóxers en China.
Schleyer creó el volapük en 1879 basándose en el lema «Menefe bal, püki bal» («Una única lengua para una única humanidad») y obtuvo un gran éxito de inmediato: 100.000 personas de 280 asociaciones llegaron a utilizarla y publicar más de 300 libros de texto.
Pero su complejidad gramatical y, sobre todo, los enfrentamientos entre su fundador y uno de sus discípulos, el holandés Auguste Kerckhoffs, terminaron con su popularidad.
Muchos partidarios del idioma universal se pasaron entonces al esperanto, un experimento similar impulsado por el oftalmólogo judeopolaco Ludwik Lejzer Zamenhof, quien también conocía el volapük.
De hecho, hablaba alemán, polaco, ruso, yiddish, latín, griego, hebreo clásico, francés e inglés, además de poseer conocimientos básicos de español, italiano y otras lenguas.
Zamenhof soñaba con el perfecto idioma auxiliar para la comunicación internacional y en 1887 publicó el «Unua Libro» («Primer Libro») que describe el esperanto tal cual hoy lo conocemos aunque, pese a sus esfuerzos, ninguna nación lo adoptó jamás como lengua oficial y se estima que hoy día lo manejan menos de 10.000 personas.
Entre los escritores del género fantástico que han desarrollado lenguajes artificiales para sus obras, el gran maestro es J.R.R.Tolkien, el autor de «El Señor de los Anillos» y «El Hobbit».
Lingüista destacado, desarrolló durante toda su vida algunos de sus idiomas más famosos, como el quenya o lenguaje de los altos elfos de Valinor.
También creó el sindarin o élfico gris, el adunaico de Númenor y otros, hasta un total de quince lenguajes diferentes.
Dentro de la Ciencia Ficción propiamente dicha, uno de los idiomas artificiales más populares es el klingon, desarrollado por otro lingüista, el norteamericano Marc Okrand, quien recibió el encargo de dotar con su propio idioma a la belicosa y homónima raza extraterrestre que aparece en «Star Trek».
A este idioma se han traducido algunas obras de Shakespeare como «Hamlet» y «Mucho ruido y pocas nueces» porque, como dice el Canciller Gorkon, uno de los personajes klingon: «usted no ha experimentado realmente a Shakespeare hasta que no lo ha leído en el klingon original».
Okrand también inventó el vulcaniano, idioma de los nativos de Vulcano como el doctor Spock, aunque la frigidez emocional y la rigidez social de esta raza lo han convertido en una lengua poco utilizada.
Menos elaborado es el Simlish o lengua ficticia de los videojuegos de Maxis para sus aventuras con los Sims.
Pese a su sencillez, es un lenguaje difícil ya que está compuesto por balbuceos y sonidos como el de los bebés, con expresiones como «Sool-Sool» («Hola») o «Veena Fredishay» («Vamos a jugar»).
El idioma de moda en el fandom en la actualidad es el alto valyrio, una lengua muerta pero recordada a través de multitud de canciones y libros que aparecen en la saga de «Hielo y Fuego» de G.R.R. Martin, popularizada mundialmente gracias a la serie televisiva de «Juego de Tronos».
Su frase más popular es «Valar Morghulis» («Todos los hombres deben morir»), como bien saben los numerosos personajes decapitados, apuñalados, quemados, envenenados y, en general, asesinados por Martin en sus libros.
De todas formas, hay que recordar que la Ciencia Ficción resolvió hace mucho tiempo el problema del lenguaje universal gracias a la telepatía. Pero ésa es otra historia…
El castellano alegra; las canciones en inglés, deprimen

El lenguaje es la mayor tecnología social desarrollada por la humanidad, capaz de reflejar en la mente el contenido de las historias que los propios hombres y mujeres elaboran y cuentan. El efecto de los idiomas en la configuración de los pensamientos ha sido durante mucho tiempo un tema controvertido. En 1969, Boucher y Osgood formularon la hipótesis de Pollyanna, que propone la existencia de un sesgo hacia la positividad en la comunicación humana.
Ahora, un equipo de investigadores de Estados Unidos y Australia ha podido confirmar esta hipótesis. En su trabajo han evaluado 100.000 palabras repartidas en 24 corpus de 10 idiomas diferentes en origen y cultura: español de México, francés, alemán, portugués de Brasil, coreano, chino, ruso, indonesio y árabe.
Las fuentes de estos corpus de palabras han sido varias: libros de Google Books, medios de comunicación como The New York Times, la red social Twitter, páginas web, subtítulos de televisión y de cine y letras de canciones musicales. Y en todos ellos se ha comprobado que las palabras alegres priman sobre las tristes.
Los investigadores, encabezados por Peter Sheridan Dodds de la Universidad de Vermont (Estados Unidos), apuntan que los resultados obtenidos prueban “una profunda huella de sociabilidad humana en el lenguaje”, lo que se refleja en que “las palabras del lenguaje humano natural poseen un sesgo hacia la positividad universal, en que el contenido emocional estimado de las palabras es consistente entre las lenguas bajo traducción, y en que este sesgo de positividad es independiente de la frecuencia de uso de las palabras”.
A partir de técnicas de minería de datos, el equipo de científicos localizó las 10.000 palabras más utilizadas en cada uno de los diez idiomas y seleccionó a nativos para que puntuaran en una escala de 1 a 9 puntos cada una de las palabras en función del optimismo que reflejaran, dando menos puntuación a las palabras negativas –como desgracia, muerte o cáncer– y más a las positivas –como cumpleaños, vida o sorpresa–.
En todos los corpus de palabras analizados se encontró un sesgo hacia lo positivo, aunque las mayores tasas se identificaron en las páginas web en español, los Google Books en español y Twitter en español, seguidas de las páginas web en portugués y Twitter en portugués. Las tasas más bajas se registraron, por el contrario, en las letras de las canciones en inglés, los subtítulos de las películas en coreano y los Google Books en chino.
A través de este método, los investigadores han desarrollado un hedonímetro, un sistema capaz de estimar la felicidad contenida en un texto escrito. El próximo objetivo será aplicar este método en otros lenguajes y en diferentes grupos demográficos.
Inglés de comida rápida

Más de 30 millones de tuits y la base de datos de Google Books han servido a investigadores de la Universidad de las Islas Baleares para estudiar la distribución, tanto espacial como temporal, de las variantes británicas y americanas del inglés. Los resultados revelan que 23 de los 30 países anglófonos analizados utilizan más el inglés americano que el británico.
Del imperio británico se decía a finales del siglo XIX lo que ya se comentó antes del español: que en él nunca se ponía el sol. Desde Australia a Canadá, pasando por la India, Egipto, Sudáfrica o el Caribe, el territorio británico se extendió por los cinco continentes. Herencia de este extenso imperio es el puesto indiscutible del inglés como lengua internacional en política, ciencia, comercio e incluso cultura.
Sin embargo, el ascenso de los Estados Unidos como potencia mundial durante el siglo XX ha conducido a un cambio en el uso del inglés oral y escrito a lo ancho del mundo, dando lugar a un proceso de americanización del inglés.
Ahora un equipo de investigadores, entre los que se encuentran científicos del Instituto de Física Interdisciplinaria y Sistemas Complejos (IFISC, UIB-CSIC) y una investigadora del departamento de Filología Española, Moderna y Clásica de la Universitat de las Illes Balears, han analizado cómo se distribuyen espacial y temporalmente las variantes británicas y americanas del inglés.
Como base para su estudio tomaron un corpus de más de 30 millones de tuits geolocalizados, una herramienta útil para examinar la distribución espacial, así como la base de datos de Google Books para observar la evolución temporal. La variación lingüística se investigó a nivel léxico y ortográfico, empleando una selección de alternativas británicas y americanas.
«La ventaja de nuestro enfoque es que podemos abordar el lenguaje escrito estándar (con Google Books) y las formas más coloquiales de mensajes de microblogging (con Twitter)», destacan los autores en su estudio, que publican en la revista Computation and Language.
De esta forma, se elaboró una lista de países ordenados por el nivel de americanización de su inglés. En los extremos del listado se encuentran, lógicamente, los Estados Unidos (como país con un mayor uso del inglés americano) y Reino Unido e Irlanda (como el país con más tuits en inglés británico).
Según los resultado del trabajo, el proceso de ‘americanización’ florece al observar que veintitrés de los treinta países de la lista utilizan más el inglés americano que el británico.
El vocabulario americano gana terreno
Incluso en los países con un mayor número de tuits que emplean la norma ortográfica británica, el vocabulario utilizado proviene de la variante norteamericana. Únicamente en el Reino Unido e Irlanda el uso del inglés británico domina tanto la ortografía como el vocabulario.
En el caso de la evolución temporal, se puede observar cómo las obras publicadas por editoriales tanto británicas como norteamericanas han sufrido este proceso de americanización, el cual se acentúa sobre todo después de la publicación del primer diccionario americano en 1828 y durante la guerra fría, momento en el que los Estados Unidos afianzaron su posición como primera potencia mundial.
El estudio constituye un ejemplo de cómo el empleo de datos masivos (big data) permite analizar y caracterizar el modo en que las lenguas evolucionan en el espacio y el tiempo, tanto en un registro formal como coloquial, según los autores. Del mismo modo, el artículo pone de manifiesto cómo ciertos eventos históricos suponen puntos de inflexión en la evolución del uso de las lenguas.
El míster, el night club y el bungalow

La «comodidad» léxica a la hora de usar anglicismos cuando hablamos o escribimos en castellano ha provocado que muchos de ellos hayan sufrido modificaciones en su forma o en su significado que, de utilizarse en zonas anglófonas, carecerían de comprensión o conducirían a una confusión, como «crack» o «night club».
Términos futbolísticos como «córner», que hace referencia al saque de esquina, o «crack», en alusión a un buen jugador, son el resultado de esa «economía» y «comodidad», en un proceso denominado elipsis por el que se omite parte de una frase o palabra compuesta.
Lo correcto en inglés es decir que Messi o Ronaldo son «crack players», pues entre los distintos significados que ofrece la palabra inglesa «crack» figuran los relacionados con droga o ruptura.
Es la opinión del catedrático de Filología Inglesa en la Universidad de Alicante (UA) Félix Rodríguez, coautor del libro «Nuevo diccionario de anglicismos» y quien recientemente ha terminado un trabajo de investigación titulado «Pseudo en el español actual, Revisión crítica y tratamiento lexicográfico».
Esta elipsis también se observa en términos como cóctel -del inglés cocktail-, anglicismo empleado para referirnos a una mezcla de bebidas o a una fiesta donde habrá algún tipo de comida, explica Rodríguez.
Esta última acepción precisa de la palabra «party» si viviéramos en el Reino Unido, pues de lo contrario se entendería que vamos a meternos dentro de una bebida, una «confusión» que también podría darse si quisiéramos anunciar que «nos vamos a hacer cross», es decir campo a través, ya que para este uso es necesario decir «cross country». «Cross», en modo simple, hace referencia a una cruz.
Es por ello que este tipo de abreviaturas, surgidas de «mínimos esfuerzos» ante la complejidad del uso de los anglicismos, puede carecer de sentido o generar confusión en el país de origen.
«Top» por «top model», «paddle» por «paddle tennis» o «las tenis» por «tennis shoes» son otros de los muchos ejemplos aportados por el catedrático alicantino.
El otro proceso de transformación de los anglicismos hace referencia al uso y sentido de los mismos, pues en ocasiones han sido modificados de tal forma que cuando son utilizados en países anglófonos por castellano parlantes o viceversa pueden generar confusión.
Si un inocente británico entrara en «night club» español se llevaría una buena o mala sorpresa, según como lo mire, pues este término no tiene connotación sexual o erótica en el léxico inglés.
Si este mismo ciudadano británico expusiera en una inmobiliaria española su intención de comprar un bungaló (bungalow), el agente se equivocaría al enseñarle un adosado o un inmueble único de dos o más alturas sin ningún tipo de jardín o uno de reducidas dimensiones. Lo que busca es lo que se conoce en España por chalé, precisa Rodríguez. «Con el uso, las palabras se desgastan», explica.
Otro ejemplo, la palabra «míster». A pesar de ser un claro anglicismo -empleado como tratamiento de cortesía equivalente a «señor»-, sólo es utilizado para hacer referencia a un «entrenador» en España y en Italia, pero no en Gran Bretaña.
El término SMS, formado por la siglas del término «short message service», comenzó a emplearse fuera del ámbito anglófono «por economía o comodidad». «Ahora comienza a ser utilizado también en estos países, que hasta ahora usaban las palabras «text message», expone Rodríguez en un ejemplo de «exportación e importación» léxica.
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