literatura europea

Poesía gatuna frente a los dóberman del dictador

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Ceaucescu, junto a su esposa y algunos de sus perros

Hubo un tiempo en el que en Rumanía ataban los frutos a los árboles para que pareciesen más fecundos y demolían hospitales porque en uno un gato atacó al doberman del dictador rumano, Ceaucescu.

«Era todo tan surrealista que yo sólo podía reflejar la realidad», evoca la «prohibida» poeta Ana Blandiana, una autora de culto en media Europa que también publica en España.

«Somos un país vegetal» es no sólo el título de uno de sus más famosos poemas sino una declaración de cómo se ve ella y muchos de sus compatriotas «por haber conseguido aguantar tanto», explica en el contexto de los vericuetos de su libro de relatos «Proyectos de pasado» (Periférica), impreso originalmente en 1982 tras un largo periodo de censura.

El libro, traducido a 23 lenguas, convirtió a Blandiana, una figura legendaria en Rumanía por su activismo contra la dictadura, en una de las voces fundamentales de la literatura de la Europa del Este, a la par de Anna Ajmatova o Vaclav Havel.

Sus relatos, que cultivan el misterio como paradigma existencial traducido en aporías como la del título, son «visiones» biográficas y hablan del «alma» abarcando experiencias vividas en su país desde que el comunismo se instala y afianza (1948-1964), una época en la que murieron medio millón de personas, a la represión de la era Ceaucescu.

Blandiana, seudónimo de quien vino al mundo en 1942 en Timisoara como Otilia Valeria Coman, se «reveló» al publicar sus primeros poemas, con 17 años, como hija «de un enemigo del pueblo» -preso político por ser sacerdote ortodoxo- y, por tanto, «prohibida» ella misma.

En 1964, logra publicar su primer poemario, «Primera persona del plural», y sigue escribiendo esquivando como puede la censura.

Lo «peor» viene cuando, en 1985, denuncia en unos poemas la miseria y terror del régimen de Ceaucescu.

Uno de ellos, «Todo», una reiteración de palabras de la vida cotidiana como «gato», provoca especialmente la ira del régimen.

Lo de «gato» no lo entendía nadie fuera de Rumanía, pero dentro, todo el mundo. Ceaucescu visitó un día un hospital con sus doberman.

En el centro tenían gatos para espantar a las ratas y uno de ellos le hizo frente a uno de los perros: «Se montó un lío enorme y todo el mundo se reía menos él».

Consecuencia: el dictador mandó derribar el hospital, la primera de los muchas demoliciones de edificios antiguos que emprendió -«las casas volaban», dice Blandiana en uno de sus poemas- y que acabaron con casi todos los vestigios del pasado de Bucarest.

No puede publicar durante mucho tiempo pero eso hizo que se estableciera «una relación indestructible» con sus lectores, «que se jugaban la vida» tanto como ella al leerla en «samizdat», es decir copias a mano de sus poemas.

«La gente vivía pendiente de los poetas. La palabra tenía un poder supremo. Ahora la gente mira la tele», lamenta aunque reconoce que también «la problemática» ha cambiado.

«Ahora ya no existe esa obligatoriedad de escribir para que te lean entre líneas. Que no haya censura ha cambiado las coordenadas estéticas, pero hay otros problemas como la soledad, el paso del tiempo y la indiferencia».

En 1988 logra editar un libro de versos para niños, «Acontecimientos en mi calle»», que se ve de nuevo como una crítica al dictador porque estaba protagonizado «¡Por un gato!».

La represalia fue retirar todos sus libros de las bibliotecas y prohibir la simple mención de su nombre. Vive «custodiada» hasta 1989 y tras la caída del régimen funda y preside la Alianza Cívica y ahora dirige el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia.

Vinagre, negación y, pese a todo, genio

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La sexualidad de Thomas Bernhard ha suscitado sesudos estudios. En la época de su vida en que hubiera podido interesarse más por esas cosas, estaba demasiado enfermo. Y luego... siguió estando enfermo. Es muy probable que en toda la obra bernhardiana no haya más que un solo beso reflejado en sus texto
La sexualidad de Thomas Bernhard ha suscitado sesudos estudios. En la época de su vida en que hubiera podido interesarse más por esas cosas, estaba demasiado enfermo. Y luego… siguió estando enfermo. Es muy probable que en toda la obra bernhardiana no haya más que un solo beso reflejado en sus textos

El polémico escritor austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) sigue flagelando conciencias después de su muerte con la publicación del inédito «Meine Preise» (Mis premios), un ajuste de cuentas íntimo de uno de los autores europeos más feroces de los últimos tiempos.

«Un premio sólo lo conceden los incompetentes», dejó escrito en su obra «El sobrino de Wittgenstein», un simple testimonio sobre su odio a los galardones, o mejor dicho, a la ceremonia, a la hipocresía y la arrogancia del mundo de la cultura.

Su fama de iracundo misántropo siempre le precedió, entonces: ¿Por qué aceptaba esos premios que tanto odiaba?. En el libro está la respuesta: por el dinero.

«Soy un avaricioso, no tengo carácter, yo mismo soy un cerdo», se lee en el hasta ahora inédito libro de 139 paginas escrito con la prosa lírica cortada a navaja de Bernhard, que ha tenido una influencia clara en escritores como Peter Handke y Elfriede Jelinek.

«Todo era repugnante, pero lo que más asco me daba de todo era yo mismo», escribe sobre su participación en esas escenificaciones «humillantes», por las que se odiaba aún más al ver que eran capaces de corromperle.

En el libro pasa revista con su habitual humor salvaje y descarnado a nueve de los muchos premios que obtuvo, el primero de ellos en 1964, el Julius-Campe, con cuyo dinero se compró un automóvil deportivo Triumph Herald que estrelló poco después en Croacia.

Otro de los episodios lo dedica a su primer premio en Austria, en 1968, el Premio Estatal de Literatura, en el que ofreció un discurso que causó tal escándalo -llamó al Estado un artificio, a los austríacos los definió como apáticos, hipócritas y estúpidos- que desde entonces se convirtió en el modelo de intelectual furibundo.

El libro no es el mejor del autor, según los críticos, pero ofrece una nueva visión personal de Bernhard, en la que se puede apreciar que además de lanzar pullas contra todos también tenía un claro sentido autocrítico.

Eso sí, lamenta su afición por el dinero, pero siempre lo justifica en la necesidad: un traje nuevo, unos arreglos caseros, unos caprichos.

Estos premios serían una forma de «ponerse a prueba» para escribir, de retarse ante la página en blanco, según explicó a los medios austríacos el jefe de manuscritos de la editorial Suhrkamp, que lanza la obra, Raimund Fellinger.

El librito permite ver a un Bernhard desconocido, como cuando cuenta su vida desesperada, al borde de la pobreza y con una tuberculosis crónica antes de que su fortuna cambiase con su primera novela en 1963, «Helada», que mostró su querencia por un lenguaje innovador y radical.

En los libros de Bernhard se suelen trazar situaciones aparentemente normales, cotidianas, aunque en ellas late un nido de tensiones que acaban por revelar un mundo sórdido en el que nada es lo que parece.

Esta mirada crítica de la realidad se ha expandido a numerosos escritores austríacos y también se puede rastrear en algunos de sus cineastas, como Michael Haneke y Ulrich Seidl.

Su relación crítica con Austria duró hasta su muerte, envuelta por el escándalo de su obra teatral Heldenplatz (La Plaza de los Héroes), encargada para el prestigioso Burgtheater vienés para conmemorar los 50 años de la anexión de Austria por el Tercer Reich.

Esa plaza es tristemente famosa porque en marzo de 1938, estaba abarrotada de austríacos que vitorearon al dictador nazi Adolf Hitler.

El estreno fue en noviembre de 1988 con un texto en el que acusó a los austríacos de ser igual de nazis que hacía medio siglo, levantando tal polvareda que le amargó los últimos tres meses de su vida y le llevó a prohibir en su testamento cualquier representación de sus textos en su país.

Una voluntad que no se cumplió ni con la representación del teatro ni con su obra: este inédito lo escribió Bernhard en 1980 y lo guardó en el cajón, casi como una reserva para cuando aflojase la creatividad.

«Estos relatos estaban destinados por Bernard para ser publicados, por lo que no nos sentimos obligados por el testamento», argumentó Raimund Fellinger.

En busca de la verdad

La recopilación de artículos, entrevistas y discursos ‘En busca de la verdad’ (Alianza Editorial), de Thomas Bernhard, muestra a un escritor austríaco misántropo y enemigo de su país de origen, si bien los textos también profundizan en las intimidades de el autor de ‘Extinción’.

La relación de Bernhard con Austria fue muy controvertida y así lo explica el propio novelista en estas páginas. «Siempre, donde uno tiene su casa, lo conoce todo muy íntimamente y se ama. Al mismo tiempo, sin embargo, se odia también…como a esa famosa peste que nadie conoce», señala Bernhard a un periodista al ser preguntado por Salszburgo.

Asimismo, sus declaraciones al respecto de las relaciones humanas dejan claro el desapego que sentía hacia otras personas. «El agradecimiento, como es bien sabido, es una estupidez» o «creo que todo el mundo debe recibir en la vida alguna patada» son ejemplos de la idea que tenía Bernhard de sus conciudadanos.

Además, las páginas de este trabajo recogen algunas polémicas de la época con el presidente de los Festivales de Teatro de Salszburgo (anunciando su renuncia a presentar más obras suyas) o una serie de respuestas irónicas tras ser galardonado con el Premio de Literatura de Bremen («No he leído un solo libro publicado desde 1975»).

Miguel Sáenz, traductor habitual en español de Bernhard, remarca ese carácter difícil del escritor austríaco, reflejado en esta recopilación. «Empatizar con Bernhard no es fácil, sobre todo para los austríacos, que lo conocen bien. Pero a él la empatía le tenía más o menos sin cuidado: iba a lo suyo», explica.

La depresión y el suicidio recorren esta obra donde Bernhard llega a afirmar que «hay estados en los que la vida le resulta a uno totalmente indiferente». E incluso hay espacio para sus reflexiones respecto al sexo, prácticamente inexistente en la biografía del novelista.

«La sexualidad de Thomas Bernhard ha suscitado sesudos estudios. Yo creo que hay que creerle a él. En la época de su vida en que hubiera podido interesarse más por esas cosas, estaba demasiado enfermo. Y luego… siguió estando enfermo», señala Sáenz.

De hecho, tal y como recuerda su traductor en España, es muy probable que en toda la obra bernhardiana no haya más que un solo beso reflejado en sus textos. «Yo sé donde está, pero dejo al bernhardiano fiel la tarea de encontrarlo», bromea Sáenz.

Los periodistas, junto con los directores de festivales, eran algunas de las dianas preferidas de Bernhard, algo que se refleja en ‘En busca de la verdad’. «No nos engañemos, aborrecía a los periodistas y despreciaba a los directores, ya que los consideraba en general como gente inculta y muy poco de fiar», asevera Sáenz.

En cualquier caso, a pesar de esta actitud, el traductor español considera que la obra de Bernhard ha trascendido y hoy en día resulta un autor «muy actual». «En Austria se ha convertido en el escritor nacional a pesar de las barbaridades que escribió sobre su país y en América Latina es objeto de culto por escritores que admiran su manera peculiar de ‘llamar al pan pan y al vino, vino'».

Sáenz reconoce que a pesar de la cantidad de obras traducidas de Bernhard todavía traducirlo «encierra sorpresas». «Sin embargo, mi identificación con él nunca es total. A veces lo sorprendo interpretando el papel que él mismo se adjudicaba alegremente», concluye.

Arendt, la verdad en la neblina

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A la filósofa Hannah Arendt le pasó algo que los guionistas de Sexo en Nueva York podrían haber aprovechado: su primer novio, el primer e intensísimo y romeojulietanesco amor de su vida, se hizo nazi. Se enamoró hasta las cachas de su profesor, Martin Heiddegger
A la filósofa Hannah Arendt le pasó algo que los guionistas de Sexo en Nueva York podrían haber aprovechado: su primer novio, el primer e intensísimo y romeojulietanesco amor de su vida, se hizo nazi. Martin Heidegger y Hannah Arendt vivieron un intenso romance en Marburgo desde finales de 1924 hasta la primavera de 1926. Hannah tenía 17 años cuando conoció a su profesor de filosofía, que había cumplido los 35 y estaba casado. No hay más que leer las cartas de amor entre ambos para comprender la profundidad de la relación, que fue para ambos la más importante de su vida. Aunque el alejamiento físico se produce en 1926, los dos siguieron escribiéndose hasta julio de 1975, fecha de la última misiva de Heidegger, un año antes de su muerte.

La gran filósofa alemana de origen judío Hanna Arendt, fallecida en 1975 en Estados Unidos, es justamente recordada gracias a una biografía de la escritora francesa Laure Adler. En ‘Hanna Arendt’, que ha editado Destino, Adler, también autora de una conocida biografía de Marguerite Duras y de varios estudios sobre el feminismo, se acerca a esta imponente pensadora, sin duda una de las figuras más fascinantes de todo el siglo XX, con el ánimo de acercarla al gran público.

Hija de padres judíos laicos, Hanna Arendt, cuyo legado va adquiriendo cada vez más peso, fue una intelectual adelantada a su tiempo que supo crear una obra lúcida y brillante que va desde la filosofía a la religión, pasando por la política y la ética.

Nació en Linden (Hanover) y creció en Konigsberg, la ciudad de su admirado Emanuel Kant, y Berlín, estudió Filosofía en Marburgo con Heidegger, con quien mantendría un breve romance a finales de los años 20 y a cuyo favor testificaría dos décadas después, cuando se estudiaba el alcance de su pasada vinculación con el nazismo.

A ella, aquellos años oscuros le supusieron la pérdida del derecho a la enseñanza y la obligaron a escapar, primero a Francia, donde trabajó ayudando a enviar niños judíos en peligro a Palestina, y, finalmente, a Nueva York, donde residiría hasta su muerte y donde obtendría la nacionalidad estadounidense.

Fue, dice Adler en la introducción de su libro, «una intelectual libre, ejemplo de independencia y valentía», que, en nombre de sus propias ideas, sola, sin escuela ni sostén, optó durante 60 años por preguntarse lo que produce el mal y lo que no funciona».

Es, añade su biógrafa, una pensadora «que sabe diagnosticar las causas del mal que gangrena nuestras sociedades» pero también «que cree en la fuerza del bien, en los recursos de nuestra humanidad», una persona en quien se aúnan «la voluntad de creer en una ley moral compartida por todos y la interrogación sobre la fragilidad de los asuntos humanos».

Con su relato, Laure Adler, cuya biografía viene a sumarse a las que antes hicieron Elisabeth Young-Bruehl —recientemente reeditada—, Julia Kristeva o Martine Leibovici, trata de «restituir la fuerza y la valentía de los combates que libró durante toda su existencia» esta mujer tan buena conocedora del sufrimiento y el desgarro como persona luminosa, y de «despertar el deseo de leer, releer y meditar sobre lo que escribió».

Autora de obras como ‘Los orígenes del totalitarismo’, donde reflexiona sobre el totalitarismo tanto de Hitler como de Stalin (1951), ‘La condición humana’ (1958), ‘Eichmann en Jerusalén’, en torno al proceso al nazi Adolf Eichmann y que le acarreó fuertes críticas en Israel, o ‘La vida del espíritu’, Hanna Arendt fue siempre, dice su biógrafa, «una sirviente del espíritu» para quien la verdad fue siempre «el más elevado signo del pensamiento».

La incómoda Arendt

A través de sus abuelos , Hanna Arendt conoció el judaísmo reformista alemán de principios del siglo XX, y si bien no perteneció a ninguna comunidad religiosa, siempre se consideró judía, aunque estudió en profundidad el cristianismo.

En 1924 ingresó a la universidad de Marburgo (Hesse) y durante un año asistió a las clases de Filosofía de Martín Heidegger y de Nicolai Hartmann, y a las de teología protestante de Rudolf Bultmann, además de griego.

Arendt mantuvo un romance con Heidegger, padre de familia de 35 años, que tuvieron que mantener en secreto. A comienzos de 1926, al no soportar más la situación, ella decidió cambiarse de universidad y se trasladó durante un semestre a la universidad Albert Ludwig, en Friburgo, para aprender con Edmund Husserl. A continuación, estudió Filosofía en la universidad de Heidelberg (Baden-Wurtemberg) donde se doctoró en 1928 bajo la tutoría de Karl Jaspers, con la tesis “El concepto del amor en San Agustín”, el primer libro que publicó un año después en Berlín. A su vez estableció una importante relación de amistad con Jaspers, que duraría hasta la muerte de él.

En Berlín se relacionó con el filósofo Günther Stern (que se llamaría más tarde Günther Anders), con quien se casó poco después. También comenzó a escribir notas periodísticas sobre su especialidad, la filosofía, mientras participaba de seminarios dictados por Paul Tillich y Karl Mannheim y se interesaba cada vez más por cuestiones políticas.

Analizó la exclusión social de los judíos, a pesar de la asimilación, en base al concepto de «paria», empleado por primera vez por Max Weber. A este término opuso “parvenu” (advenedizo), inspirada por los escritos de Bernard Lazare. En 1932 publicó en la revista Geschichte der Juden in Deutschland (Historia de los judíos en Alemania) el artículo «Aufklärung und Judenfrage» (La Ilustración y la cuestión judía), en el que desarrolla sus ideas sobre la independencia del judaísmo, enfrentándolas a las de los ilustrados Gotthold Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn y el precursor del Romanticismo Johann Gottfried Herder.

Con el acceso al poder de Alemania del nazismo, el 30 de enero de 1933, su esposo se trasladó a París, mientras que ella permaneció en Berlín y comenzó su actividad política, estudiando la persecución de los judíos, que estaba en sus comienzos. Su casa sirvió de estación de tránsito para refugiados y en julio de 1933 fue detenida durante ocho días por la Gestapo. Al ser liberada se trasladó a París, pasando por Checoslovaquia e Italia.

En Francia ayudó a jóvenes judíos a trasladarse a Eretz Israel y a denunciar la persecución que sufrían los judíos alemanes, por lo que se le retiró la ciudadanía alemana en 1937, convirtiéndola en apátrida. Ese año se separó de su marido y tres años más tarde se casó con Heinrich Blücher.

Distanciándose de Nietzsche y Heidegger, aseveraba que la pasión del pensar y la voluntad del poder deben tener siempre un objetivo racional y razonable, y que para ello era indispensable elaborar juicios valorativos bien fundamentados. Con ello anticipaba una crítica a las actuales corrientes relativistas. Aprendió mucho de su maestro Martin Heidegger (1889-1976), a quien nunca dejó de amar, pero como Aristóteles con respecto a Platón, siempre fue más amiga de la verdad
Distanciándose de Nietzsche y Heidegger, aseveraba que la pasión del pensar y la voluntad del poder deben tener siempre un objetivo racional y razonable, y que para ello era indispensable elaborar juicios valorativos bien fundamentados. Con ello anticipaba una crítica a las actuales corrientes relativistas. Aprendió mucho de su maestro Martin Heidegger (1889-1976), a quien nunca dejó de amar, pero como Aristóteles con respecto a Platón, siempre fue más amiga de la verdad

Al rendirse Francia a Alemania en 1940, ella fue internada con otros emigrados, pero consiguió huir y logró que se le permitiera ingresar en Estados Unidos, junto a su esposo y su madre. Allí colaboró en numerosas revistas y, tras haber sido invitada sucesivamente por las universidades, enseñó teoría política en la School for Social Research de Nueva York.

En 1951 se nacionalizó estadounidense y trascendió el ámbito universitario con su trabajo titulado “Los orígenes del totalitarismo”, en el que, mediante el análisis del imperialismo del siglo XIX y de los regímenes totalitarios del XX, intentaba reconstruir las vicisitudes histórico-políticas que desembocaron en el antisemitismo.

Durante la década del ’50 del siglo pasado Hannah Arendt también modificó su apreciación sobre el sionismo, que había apoyado en los años ’30 y ’40 y también asumió una postura crítica sobre el Estado de Israel.

A partir de la publicación de sus crónicas en el New Yorker fue sumamente criticada por dos motivos: primero, su opinión sobre Eichmann, a quien consideraba un hombre banal que estaba convencido de que su deber era cumplir estrictamente las órdenes recibidas, enviar la mayor cantidad de judíos a los campos de exterminio ubicados en el territorio polaco sin tener conciencia del mal que estaba llevando a cabo; y segundo, debido a la acusación a los “dirigentes judíos” en los ghettos por no haber actuado correctamente al aceptar elaborar las listas para las deportaciones que le solicitaban los nazis.

A principios de la década del ‘60 todavía era común escuchar que los judíos, en su gran mayoría, “fueron como corderos al matadero”. Además, fue justamente el juicio a Eichmann el que inició el cambio de actitud hacia los sobrevivientes y las víctimas de la Shoá, que se acentuó a partir de los testimonios de aquellos que padecieron en carne propia el horror.

Estos hechos que Arendt no tomó en cuenta generaron que muchos de quienes habían sido sus amigos por años decidieran dejar de serlo, pues consideraron inaceptable en una intelectual de su categoría los ignorara. También fue criticada por su relación con de Martin Heidegger, no por la mantenida en su juventud, sino por haberla renovado en 1950, cuando visitó Alemania.

De este modo, Hannah Arendt es el único escritor político apreciado, a la vez, por doctrinarios de la izquierda más radical –aun tratándose de una autora obviamente antimarxista—, por politólogos liberales –aun cuando convirtió el liberalismo en su blanco—, así como por comunitaristas y autores archiconservadores

La timidez del ‘asaltacamas’

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Lord Byron y Marianna Segati, la esposa de su casero
Lord Byron y Marianna Segati, la esposa de su casero

Lord Byron, el poeta romántico por excelencia, no era un ‘dandi’, ni un don Juan que iba enamorando a todas las mujeres saltando de cama en cama, ni un depredador sexual desbordado por las pasiones. Fue un poeta «introvertido y cercano que huía del disfraz», como así se desprende de sus «Diarios».

Unos «Diarios» que ahora recupera en español Galaxia Gutenberg, con traducción y notas de Lorenzo Luengo, quien explica que George Gordon, sexto lord Byron (1788-1824), fue «mucho más allá» de esa imagen y recuerda sus viajes por Europa o su muerte temprana en Grecia, a los 36 años, en la guerra para lograr la independencia del Imperio Otomano.

Leyendas vertidas sobre el autor de «Don Juan» o «El corsario», que son fruto, a su juicio, de las lagunas que existen sobre el estudio de su persona y el romanticismo inglés.

«La literatura romántica ha pasado por muchos cambios, en la época victoriana se revisó el pasado de la literatura inglesa y Byron y (Percy Bysshe) Shelley fueron repudiados; este último se recuperó y Byron luego también gracias a la generación Beat que le reivindicó, con Allen Ginsberg o Kerouac, y también por el existencialismo francés», explica Luengo.

Pero este vacío sobre el autor también se explica, según el editor, porque después apareció un tipo de crítica marxista contra la estirpe aristocrática inglesa alejada de las clases bajas, que en el siglo XX y XXI trajo enormes discrepancias y un vacío sobre este autor.

Luengo se lamenta de que en Europa pocas universidades se tomasen en serio el estudio de las obras del poeta. «Nos hemos quedado con el Byron vestido de pirata y escondido detrás del disfraz existe un autor universal y con obras grandes y magnas como el inacabado ‘Don Juan'», sostiene.

«La personalidad de Byron se proyectó mucho más allá de un siglo, su forma de vida no solo contaminó a Baudelaire, Verlaine o Rimbaud en Francia, también a los ‘beat’ en Estados Unidos», recalca.

«Byron generó una nueva imagen del escritor como espectáculo, mezcló obra con vida. Su magnetismo quedó debajo de su aura», subraya.

Así, esta obra ayuda a conocer al escritor de diarios, no al poeta, «al hombre sentado en camisón ante su mesa, dice Lorenzo Luengo en la introducción del libro. Unos diarios, que por otra parte, nunca Byron pensó que se llegarían a publicar.

«Si esto lo hubiera empezado hace diez años, y lo hubiera seguido fielmente! ¡En fin! Demasiadas cosas hay ya que desearía no tener que recordar. Bien, he tenido lo mío de lo que se conoce como los placeres de esta vida, y he visto más del mundo europeo y asiático que buen uso he hecho de ello. Se dice que ‘la virtud no necesita recompensa’; la verdad es que debería estar bien pagada, por las molestias…».. Así escribe Byron en una entrada de su Diario de Londres (14 de noviembre, de 1813-19 de abril, 1814).

Hedonista, valiente, y reacio a las convenciones sociales, de Byron también cuanta la leyenda que fue bisexual, cosa que niega Lorenzo Luengo.

«Amaba a las mujeres no era bisexual, sí se le conocieron relación con jóvenes de todos los sexos en sus viajes por Oriente y fue muy ingenuo y lo dejó traslucir, pero eso fue como rememorando la imagen de la Grecia clásica y los protegidos. Era muy viril y le gustaban las mujeres y los hombres fuertes pero no hasta el punto de tener relaciones sexuales», aclara.

También sus «Diarios» revelan que solo tuvo una época dedica al dandismo. Fue dandi «poco tiempo», en el sentido de que la moda era lo primero junto con la superficialidad, asegura el traductor.

Zorba, el macedonio

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Giorgis Zorbas, en 1918
Giorgis Zorbas, en 1918

Mucho se ha discutido en Grecia y Macedonia sobre el denominación definitiva de la exrepública yugoslava y sobre la herencia cultural de Alejando Magno. Pocos saben, en cambio, que ambos países comparten la herencia de otro personaje de fama mundial: Zorba el Griego.

En su novela «Vida y aventuras de Alexis Zorbas» (1946), llevada a la gran pantalla por Michael Cacoyannis y protagonizada por Anthony Quinn, el escritor griego Nikos Kazantzakis se inspiró en un personaje real, su íntimo amigo Georgios Zorbas.

Las paradojas de la vida quieren que la tumba de Georgios se encuentre en Skopje, la capital de la Antigua República Yugoslava de Macedonia, que vive en disputa constante con Grecia sobre su nombre definitivo.

Según explica el historiador local Danilo Kocevski, Zorbas, quien hasta su muerte en 1941 pasó las últimas dos décadas de su vida en Skopje, era un hombre al que le gustaba la buena vida, conocedor de los mejores restaurantes y bares de la capital.

Zorbas tenía la concesión para la explotación de varias minas en Drachevo y Zelenikovo, poblaciones cercanas a Skopje, donde se instaló en 1922 con su hija Ekaterina, que entonces tenía 10 años.

Desde su nuevo hogar en el entonces Reino de Yugoslavia, Zorbas se carteó con regularidad con Kazantzakis, quien con lo que le iba relatando su amigo sobre su nueva vida y sobre la atmósfera de la ciudad, escribió la novela que dos décadas más tarde serviría de inspiración para la producción de Hollywood.

Casi más famosa que la película acabaría siendo la música de este filme, compuesta por Mikis Theodorakis, que convirtió este tema en una especie de segundo himno de Grecia.

Ahora Theodorakis se ha transformado en estandarte del nacionalismo griego en lo que afecta a esta cuestión, al rechazar visceralmente toda solución que incluya la palabra Macedonia.

En una reciente manifestación multitudinaria celebrada en Atenas en la que fue el orador principal, el compositor, de 92 años, sostuvo que toda concesión a la ARYM supondría una cesión de soberanía nacional griega, y afirmó que con el uso del término Macedonia, el país vecino persigue ampliar sus fronteras en detrimento de Grecia.

En el cementerio principal de Skopje Butel, en la fila 17, línea 3, número 23 no se mueve ni una sola hoja. Nada demuestra que bajo el mármol yace uno de los hombres más alegres de Skopje, cuyo recuerdo podría relajar las tensiones políticas entre Grecia y Macedonia, al menos por un momento.

Seguramente Georgios Zorbas nunca soñó que acabaría convirtiéndose en uno de los griegos más famosos del mundo y que yacería en una tierra cuyo nombre disputa su Grecia natal.

Gracias a su nieto Vangel, fruto del matrimonio de su hija Ekaterina con Nikola Jada, el mundo conoce el rostro verdadero de Zorba, pues es el único que conservó una foto del abuelo y la colocó en su tumba.

Tras los muchos años de disputa entre los dos países a cuenta del nombre, muchos en Skopje creen que con los años se han cerrado incluso los vínculos culturales entre ambas naciones.

No así el escritor Vladimir Martinovski, de la Facultad de Filología de Skopje, quien sostiene que Georgios Zorbas podría convertirse en un elemento que, si se utiliza adecuadamente, podría estrechar nuevamente los lazos. «El personaje de Zorba no genera nacionalismos. Brilla por su cosmopolitismo, que es lo que realmente se necesita en este momento entre nuestros países», dice Martinovski .

El sirtaki de Zorba todavía tiene millones de adeptos en todo el mundo, pero nunca se ha tocado para ambas naciones al mismo tiempo.

En el Ministerio de Cultura de Macedonia hay una iniciativa para llevar a cabo proyectos que puedan acercar a artesanos, músicos y trabajadores culturales de Grecia y Macedonia.

«Sin duda hay muchas personalidades, incluido Zorba, que contribuyeron a la construcción de la identidad cultural de la región de los Balcanes y de nuestros países. Podríamos construir puentes usando sus logros», dicen desde el Ministerio de Cultura.

Desde que la ARYM proclamó su independencia en 1991, Grecia rechaza que use su nombre constitucional, República de Macedonia, con el argumento de que ese calificativo forma parte de la herencia cultural helena y por temor a que el país vecino pueda plantear reclamaciones territoriales en la región homónima en el norte de Grecia.

Por ese motivo, mantiene bloqueado el acceso de Macedonia a la Unión Europea y la OTAN.