literatura norteamericana

Hippies, hoces y martillos en USA

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Los Jardines de la Disidencia sigue la vida de tres generaciones de neoyorquinos que no responden al prototipo del patriota estadounidense, puesto que son comunistas, hippies y activistas políticos
Los Jardines de la Disidencia sigue la vida de tres generaciones de neoyorquinos que no responden al prototipo del patriota estadounidense, puesto que son comunistas, hippies y activistas políticos

Repleta de espíritus insatisfechos y latiendo al ritmo de complicadas pasiones políticas, «Los jardines de la disidencia», de Jonathan Lethem, se adentra en el mundo de la contracultura y el comunismo norteamericano, un movimiento que, según ha explicado el autor, quedó olvidado y «muchos creen que nunca existió».

Tres generaciones de comunistas, hippies e indignados manifestantes protagonizan «Los jardines de la disidencia», una obra ambientada en Nueva York, que abarca desde el apogeo del estalinismo de mediados de los años 30 del pasado siglo, pasando por la multitud de movimientos a favor de los derechos civiles de la década de los 60, hasta el movimiento Ocupa Wall Street.

«Se trata de una novela sobre personas con convicciones políticas», señala el escritor neoyorquino, quien describe la obra como una «ventana sucia» a través de la cual se observa no sólo los avatares de una época sino también las «contradicciones y tormentos» personales, que quedan marcados sobre la superficie del cristal.

En el centro de este ventanal se encuentra la matriarca, Rose Zimmer, una comunista con «un feroz enfoque de la vida» y unas opiniones «volcánicas», inspirada en la abuela de Lethem, a quien conocemos tras ser expulsada del Partido Comunista estadounidense por su relación con un policía negro.

Su hija, Miriam, inspirada en la madre del escritor, tan obstinada y apasionada como Rose, huye de su influencia sofocante para unirse al movimiento contracultural de la Era de Acuario del Greenwich Village, donde conocerá a un cantante de folk con el que tendrán a Sergius, un joven idealista, aunque algo confundido, que se implicará a fondo con el movimiento Ocupa Wall Street.

«Yo soy parte de un país en el que el comunismo nunca fue probado en ningún ámbito social», recuerda el escritor, nacido en 1964 y criado en una comuna de Brooklyn.

A su parecer, la idea del comunismo siempre ha sido una manera de «manifestar que la vida que te rodeaba no era suficiente», por lo que entender el significado completo de esta palabra en Estados Unidos es hoy en día «una tarea bastante complicada».

Pese a la trayectoria familiar, el escritor niega que se inscriba dentro del activismo político, aunque sí cree necesario poner en valor una historia «muchas veces deformada, descalificada» y también «olvidada», pues, tal y como destaca Lethem, «muchos creen que el comunismo norteamericano nunca existió».

«El libro -subraya- es a la vez una forma de revertir esta situación y dejar testimonio del paso del comunismo por Estados Unidos, lo que conforma una parte de la historia de la que se puede hablar y de la que no hay que sentirse avergonzado».

Preguntado por la vigencia del legado comunista en su país, Lethem niega la existencia de «un comunismo puro», pues «la versión más extendida de esta doctrina se encuentra en otros tipos de izquierda, como el movimiento Ocupa».

Como todos los grupos de izquierda, el movimiento Ocupa, que se opone al poder y la influencia de las corporaciones financieras de EE.UU., también ha tenido que convivir con la «frustración propia de los grupos que propugnan una transformación».

Algo que, según el autor, tiene mucho que ver con la «política dual» del presidente Barack Obama, que, a nivel simbólico, se ha convertido en la expresión de la revolución pero que, en el plano oficial, «no ha hecho más que seguir con las políticas de sus predecesores», por lo que, en palabras del escritor, el expresidente Obama, por ejemplo, no hizo «más que recordar a la izquierda que siguen formando parte de la izquierda».

«Los jardines de la disidencia», publicado en castellano por Mondadori y en catalán por Angle, es una obra llena de referencias americanas, aunque puede describirse como un libro «muy europeo» porque los personajes descritos «viven dentro de la historia, a diferencia de la mayoría de los norteamericanos, que siempre pretenden alejarse de ella».

Además de la pluralidad de voces propia de Philip Roth, en el retrato de la sociedad estadounidense de la obra de Lethem se nota la influencia de los escritores Christina Stead, Vivian Gornick o Anatole Paul Broyard, que han recreado el país en el que nació el autor, galardonado con el Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos.

Esta historia familiar de comunistas decepcionados en un país que los trata como un invisible anacronismo es, a la vez, una manera de gritar al mundo que la cuestión del comunismo norteamericano «no es un tema cerrado, sino parte de una historia en la que estamos viviendo».

Salinger, corazón de centeno

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Celoso de su intimidad hasta límites enfermizos, Salinger se negó a ceder a las exigencias de una época marcada por la imagen y las entrevistas
Celoso de su intimidad hasta límites enfermizos, Salinger se negó a ceder a las exigencias de una época marcada por la imagen y las entrevistas

J.D. Salinger, hijo de un judío próspero importador de quesos kosher y de una escocesa-irlandesa convertida al judaísmo, creció en un apartamento de Park Avenue, en Manhattan, estudió durante tres años en la Academia Militar de Valley Forge y en 1939, poco antes de que lo enviara el Ejército a la guerra, tomó una clase sobre cuentos cortos en la Universidad de Columbia.

Como soldado de infantería, Salinger participó en el desembarco aliado en Normandía, en 1944, y durante sus primeros meses en Europa se las arregló para escribir cuentos. De sus mayores, Salinger consideraba a Ernest Hemingway, a quien conoció en París, y a John Steinbeck como escritores de segunda categoría, pero expresó su admiración por Herman Melville. En 1945, Salinger se casó con una médico francesa de nombre Sylvia, de la cual se divorció. En 1955 se casó con Claire Douglas, unión que concluyó también en divorcio en 1967, cuando se acentuó la reclusión del escritor en su mundo privado y su interés en el budismo zen.

Las primeras historias cortas de Salinger se publicaron en revistas como Story, Saturday Evening Post, Esquire y The New Yorker en la década de 1940, y la primera novela The Catcher in the Rye se convirtió de inmediato en la selección del Club del Libro del Mes y le atrajo enorme elogio internacional. La fama envió a Salinger a la evasión de la atención pública, su reticencia a las entrevistas y su rechazo del escrutinio de su vida privada que se han mantenido hasta ahora.

En 1953 publicó una colección de cuentos cortos Nine Stories; en 1961 otra novela Franny and Zooey, y en 1963 una colección de novelas cortas Raise High the Roof Bean, Carpenters and Seymour: An introduction. Durante la década de 1980, el escritor estuvo envuelto en una prolongada batalla legal con el escritor Ian Hamilton quien, para la publicación de una biografía, usó abundante material epistolar de Salinger.

Una década después, la atención mediática que tanto rehuía volvió a posarse en el autor, debido a la publicación de dos libros de memorias escritos por dos personas allegadas a él: su ex amante Joyce Maynard y su hija Margaret Salinger.

Las piezas del amor, reconstruidas

El escritor francés Frédéric Beigbeder reconstruye en «Oona y Salinger» la historia de amor que vivieron antes de la Segunda Guerra Mundial J.D Salinger y Oona O’Neill, después esposa de Charlie Chaplin, una relación de juventud en la que hubo «pasión, tragedia, literatura, cine».

Beigbeder explicaque fue como un milagro que estos hechos se cruzaran un día en su camino -no ha escondido que es un gran admirador de Salinger- y que, además, se diera cuenta de que apenas se había escrito sobre ellos.

En «Oona y Salinger», el galo pone el foco en estos dos personajes, en el Nueva York de los años cuarenta, donde se conocieron, siendo Salinger un muchacho larguirucho de apenas veinte años y ella una suerte de «it girl» de quince, hija del dramaturgo Eugene O’Neill, amiga de personalidades del momento.

El lector -que puede leer el libro en castellano en Anagrama y en catalán en Ara Llibres- descubrirá que durante un tiempo estuvieron saliendo, aunque después del bombardeo de Pearl Harbour, él se alistó en el ejército, lo que provocó que se separaran, casándose ella, al poco tiempo, en 1943, con Charles Chaplin, «la estrella del momento».

A juicio del autor galo, esta boda fue «dolorosa para Salinger, algo terrible y fastidioso». «Oona se casa y a Salinger se le rompe el corazón», apostilla.

Aunque hizo un importante trabajo de documentación e incluso consiguió leer algunas cartas del norteamericano en las que se constata que entonces «era un joven muy enamorado que ve cómo su chica se le está escapando», Beigbeder opta por transmutarse en Salinger y convertirse «en el joven que está en el barro evitando las bombas, que siente amor por una mujer que está lejos».

Asimismo, da voz a otros personajes como Truman Capote, Ernest Hemingway o Charles Chaplin. «Ha sido como descubrir una mina de oro y la curiosidad ha acabado empujando la escritura», apunta.

«En esta obra hago lo que los periodistas tienen prohibido hacer, no ceñirse a los hechos. Pero es un lujo para la literatura poder imaginar todo lo que se dicen los personajes, sin ninguna censura, aunque en un 90 por ciento del libro los hechos sean verídicos y sólo un 10 por ciento sea novela», subraya.

Sobre el Salinger que retrata, asevera que es el «joven que quiere ser escritor, de veinte años, que consigue publicar antes de 1940, que después estuvo en la Segunda Guerra Mundial, intentó suicidarse y después regresa a Nueva York, publicando en 1951 su novela». «El lector verá cómo ese chico se convierte en escritor», añade.

En cuanto a Oona O’Neill, que sirvió de inspiración al personaje de la novela «Desayuno en Tiffanys», de Truman Capote, entiende que fue una niña melancólica y triste, especialmente por el divorcio de sus padres, aunque también una mujer brillante, «no solo guapa».

Steinbeck, el cronista de la miseria

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Es curioso que, siendo un gran escritor, como se le reconoció mundialmente con el Premio Nobel de Literatura, Steinbeck nunca cayera simpático a una buena parte de sus conciudadanos, y la publicación de Las uvas de la ira lo convirtió en un proscrito social. «Los insultos de los terratenientes y los banqueros son bastante graves y empieza a asustarme el poder de todo esto», escribió en aquel momento. «La histeria sobre el libro sigue creciendo», dirá más adelante
Es curioso que, siendo un gran escritor, como se le reconoció mundialmente con el Premio Nobel de Literatura, Steinbeck nunca cayera simpático a una buena parte de sus conciudadanos, y la publicación de Las uvas de la ira lo convirtió en un proscrito social. «Los insultos de los terratenientes y los banqueros son bastante graves y empieza a asustarme el poder de todo esto», escribió en aquel momento. «La histeria sobre el libro sigue creciendo», dirá más adelante

La editorial Nórdica recupera la última novela de John Steinbeck, «El invierno de mi desazón», que el escritor estadounidense escribió en 1961, un año antes de ganar el Premio Nobel de Literatura. Casualmente, la editorial El Aleph la publicó por primera vez en español en 2002 también con motivo de otro aniversario redondo, el centenario de su nacimiento. En esta novela, que toma el título de un verso del Ricardo III de Shakespeare, el autor regresó al realismo social que caracterizó algunas de sus obras más célebres, como «De ratones y hombres» y «Las uvas de la ira», ambas adaptadas en varias ocasiones al cine y al teatro.

Steinbeck tuvo una de las vidas más errantes y poco convencionales de los grandes escritores del siglo XX, dedicándose a todo tipo de oficios -de pescador a constructor de maniquíes- mientras trataba de sacar adelante su carrera literaria. Nieto de inmigrantes alemanes, se crió en la localidad californiana de Salinas, donde llevó un estilo de vida rural durante la infancia y la adolescencia. Pasó varios veranos trabajando en granjas, por lo que tuvo contacto con las precarias condiciones de vida de los inmigrantes del sector agrícola, lo que le sirvió para retratar la miseria asociada a la Gran Depresión en sus novelas más importantes. Sin embargo, en «El invierno de mi desazón» Steinbeck pone el foco en el ciudadano estadounidense de clase media y construye una alegoría sobre el papel del dinero en la corrupción de los valores morales en la sociedad moderna.

La narración está protagonizada por Ethan Allen Hawley, empleado y antiguo propietario de una tienda de comestibles que perteneció a su familia y que se ha visto obligado a vender a Marullo, un inmigrante italiano que se ha convertido en su jefe. La novela relata el súbito cambio de valores del protagonista, que se ve tentado por unos proveedores que tratan de sobornarle; por un banquero que quiere convencerle para invertir la herencia de su mujer; y por una de las jóvenes más atractivas del pueblo, que trata de seducirlo.

Retratista de la América de la desigualdad

John Steinbeck nació en Salinas, California, el 27 de febrero de 1902, en el seno de una familia pobre, logró superarse e incluso logró ingresar a la Universidad de Stanford, aunque nuca se graduó.

En 1925, John intentó establecerse en Nueva York y trabajó como escritor “free-lance”, sin embargo fracasó y decidió regresar a California, aunque después de publicar algunas novelas y cuentos, llegó a ser ampliamente conocido por su libro Tortilla Flat (1935).

Desde muy joven John Steinbeck trabajó duramente como albañil, jornalero rural, agrimensor y como empleado de tienda. En la década de 1930, describió la pobreza que acompañó a la depresión económica.

Su primer reconocimiento crítico, lo obtiene con su primera novela en 1935 y su estilo, heredero del naturalismo y cercano al periodismo, estuvo sustentado por una gran emotividad que se veía reflejado a lo largo de sus argumentos y en el simbolismo de las situaciones y personajes que creaba.

Posterior a su primer éxito, John se trasladó a la ficción más grave, que rayaba en lo agresivo por su crítica social, tal y como lo hizo en Lucha incierta (1936), que trata sobre las huelgas de los recogedores de fruta migratorias en las plantaciones de California.

Más tarde, publicó De ratones y hombres (1937), la historia de Lennie, un imbécil gigante, obra que fue llevada a la pantalla grande, y por otra parte, aparecieron una serie de admirables cuentos recogidos en el volumen titulado El Valle Largo (1938).

En 1939, salió a la luz lo que se considera su mejor obra «Las uvas de la ira», una historia que se desarrolla en Oklahoma y habla de unos arrendatarios quienes, incapaces de ganarse la vida de la tierra, se mudan a California donde se convirtieron en trabajadores migratorios.

Steinbeck logra escribir «Las uvas de la ira», a partir de sus artículos periodísticos que escribió acerca de las nuevas oleadas de trabajadores que llegaban a California, hecho que desató polémicas en el ámbito político y en la crítica, donde fue acusado de socialista y perturbador.

El argumento de esta novela narra la migración de familias de Texas y Oklahoma que huían de la sequía y la miseria, en busca de la californiana Tierra Prometida, lo que da cuenta del fuerte componente alegórico y espiritual e interés del autor por los desfavorecidos.

A pesar de haber sido clasificado como sentimentalista, ha sido considerado dentro del realismo naturalista. Otros críticos le adjudicaron el mote de «novelista proletario», por exaltar su postura socialista al hablar de las poblaciones de inmigrantes y los problemas de la clase obrera.

No obstante, las ideas socialistas de Steinbeck estaban vinculadas con la revolución reformista evangélica del siglo XIX más que del marxismo, pues en su prosa no sólo incluyó mensajes humanistas, que eran identificados con el realismo socialista, que ya asomaba en esa época.

De sus últimos años de vida se cuentan obras como East of Eden (1952), El invierno de nuestro descontento (1961), y Viajes con Charley (1962). Aunado a estos libros, Steinbeck redactó un diario de viaje en la que describió sus impresiones durante una gira de tres meses en un camión. John había recorrido cerca de 40 estados de la Unión Americana en 1962.

‘Freaks’ a la carrera

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Con su lúcido ingenio, su delgado bigote y un cartel que reza “No soy un psicópata”, emprende un viaje a dedo desde su querida Baltimore natal hasta San Francisco, desafiando solitarios caminos y anónimos conductores para cumplir sus sueños de vagabundo glamoroso. Pero, ¿por quién deberíamos preocuparnos más? ¿Por el delicado director de cine con buenos modales? ¿O por los desprevenidos viajeros que transportan al Pontífice del Trash?
Con su lúcido ingenio, su delgado bigote y un cartel que reza “No soy un psicópata”, emprende un viaje a dedo desde su querida Baltimore natal hasta San Francisco, desafiando solitarios caminos y anónimos conductores para cumplir sus sueños de vagabundo glamoroso. Pero, ¿por quién deberíamos preocuparnos más? ¿Por el delicado director de cine con buenos modales? ¿O por los desprevenidos viajeros que transportan al Pontífice del Trash?

Ni estaba aburrido, ni quería una jubilación original, ni estaba muy seguro de lo que hacía. Entonces, ¿por qué el director de culto John Waters se lanzó a sus 66 años a viajar «a dedo» desde Baltimore a San Francisco? Quizá, como deja entrever en su libro «Carsick», sólo porque quería portarse mal.

Cargado con un irónico cartel de cartón en el que escribió «No soy un psicópata», Waters (Baltimore, EE.UU., 1946) cruzó su país haciendo autostop, y el resultado de su aventura se plasmó en «Carsick», un relato delirante, subversivo y repleto de humor siempre con el inconfundible sello de la figura del «trash».

Porque un viaje de carretera puede ser un relato sugestivo, pero de la mano de Waters se convierte en un texto descarado y libérrimo, en el que la primera persona del cineasta lo domina todo, hasta el punto que comparte con el lector sus miedos y dudas antes de partir.

«Vamos, John, lánzate al abismo», escribe casi dándose ánimos, y, fruto de esa inseguridad, «Carsick» (editorial Caja Negra) acaba por ser tres libros en uno.

Al principio, Waters fantasea sobre cómo sería el viaje ideal, «Lo mejor que podría pasar», un periplo en el que sólo encuentra a personas fascinantes, atractivas y divertidas que le proporcionan la aventura soñada.

Claro que los acompañantes ideales (e inventados) de Waters son tan extravagantes que podrían haber formado parte del «casting» de su película «Pink Flamingos»: un traficante de droga que le financia un filme, un apasionado de los choques de coches con curiosos deseos sexuales e incluso una actriz de sus primeros trabajos, que creía muerta pero que ahora regenta una farmacia de segunda mano.

Ese viaje idílico contrasta con la segunda parte, «Lo peor que podría pasar», una «nouvelle» tenebrosa sobre todas las desgracias, infortunios y catástrofes que le podrían suceder cuando se apostara junto a la carretera.

Conductores suicidas, asesinos de cineastas de culto, homófobos y perversos sexuales de todo tipo se cruzan en esa oscura fantasía de Waters, rendido en esta parte al miedo que le atenaza antes de salir de su tranquila casa en Baltimore.

Pero estos juegos de ficciones y realidad desembocan finalmente en el viaje original de Waters, «Lo que realmente sucedió», la parte en la que el cineasta se disfraza de cronista para relatar su aventura de principio a fin.

Tras las alucinaciones anteriores, aparece en este punto un Waters curioso, con ojo fino, interesado con cada descubrimiento y encantado de conocer a sus (ahora sí) terrenales y reales compañeros de viaje: desde un grupo de música «indie», a una mujer que lleva a su bebé a la guardería pasando por granjeros, policías, fans de «Hairspray» y hasta un veterano de Vietnam.

Waters juega a ser un vagabundo simulado, busca «deshacerse» de ser famoso y en «Carsick» mezcla su singular y provocador universo creativo con la realidad de unos Estados Unidos al margen de los focos.

A toda velocidad por la carretera, Waters recuerda anécdotas de su trayectoria y obra, se deja llevar por el «rock and roll» y cita mil y una referencias fílmicas de serie B y «underground» que encantarán a sus seguidores más acérrimos.

Travieso hasta el extremo, juguetón indomable, siempre a contracorriente, tanto en su aventura como a la hora de contarla, parece evidente que Waters no podía sentarse en un sillón a los 66 años, regodearse en los éxitos de su carrera y dejar pasar el tiempo sin más: su particularísima versión de «On the Road» tenía que ser una gamberrada al «estilo Waters», como «Carsick».

Liberalismo en aguas pantanosas

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Nacida en Nueva Orleans, Lillian Hellman vivirá el ambiente familiar de la alta burguesía sudista que más tarde retratará implacablemente en la obra teatral The Little Foxes o La Loba (William Wyler, 1941) en su adaptación para la pantalla y donde la autora ajustaba cuentas con su linaje materno
Nacida en Nueva Orleans, Lillian Hellman vivirá el ambiente familiar de la alta burguesía sudista que más tarde retratará implacablemente en la obra teatral The Little Foxes o La Loba (William Wyler, 1941) en su adaptación para la pantalla y donde la autora ajustaba cuentas con su linaje materno

Lillian Hellman, conocida en España sobre todo por «Pentimento», a partir del cual se elaboró la película «Julia», publicó su primera obra teatral, The children´s hour, en 1934.

Luchadora tenaz en tiempos del macartismo, denunció a través de sus obras distintas caras de las injusticias y horrores del tiempo que le tocó vivir. La traducción al castellano de una de sus novelas autobiográficas, La mujer inacabada, relata su experiencia en la España de la Guerra Civil.

Lillian Hellman fue una superviviente de la caza de brujas del macartismo en los años de 1950 a 1954. Fue juzgada y perseguida por sus supuestas actividades antinorteamericanas, acusación a la que contestó con una frase que ha sido citada tantas veces que se ha convertido en tópico: «No puedo ni quiero sacrificar mi conciencia a las exigencias de la moda de este año». Una frase que resume bien el carácter de esta escritora que a través de sus obras y de las luchas que emprendió en distintos frentes legó un ejemplo de integridad.

Lillian Hellman vivió la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, y en su país expresó su rechazo por los abusos del macartismo, su solidaridad con los judíos y las minorías raciales norteamericanas. Sin embargo, en su obra los personajes son seres algo insólitos que no reflejan esta gran inquietud política.

Durante la entrega de los Oscars en 1976 las ovaciones del público no se dirigían a los actores y directores convocados para esa ocasión. Lillian Hellman subió al escenario ante los aplausos que los asistentes le dedicaron, puestos en pie, en señal de aprecio por esta prestigiosa luchadora liberal norteamericana.

Mal conocida en España, Lillian Hellman empezó quizá a captar mayor interés en este país a raíz del estreno de la película Julia, adaptada por Fred Zinneman. Varias de sus obras han sido llevadas al cine. La primera, The chil children’s hour, se adaptó en 1936 con el título These three y luego en una nueva versión con el mismo título en 1962. Ella misma fue autora de algunos guiones cinematográficos, además de doce obras teatrales y tres obras autobiográficas.

Lillian Hellman nació en Nueva Orleans en 1905. A los 19 años encuentra su primer trabajo como lectora en una editorial, la de Horace Liveright, que había dado a conocer a celebridades como William Faulkner, Eugene O’Neill y Sherwood Anderson, entre otros. No le va muy bien.

Más tarde se casa con Arthur Koeber, agente teatral y periodista, de quien se divorcia pocos años después. Para entonces había conocido al escritor Dashiell Hammet, con quien mantuvo unas relaciones que tu tuvieron una gran importancia para la escritora y que se prolongaron hasta la muerte de Hammet en 1961.

Su obra puede parecer pasada de moda actualmente, porque sea excesivamente dramática, en cierto sentido, pero su vida y su personalidad siguen siendo muy atractivas. Su voz era ronca, su piel en estos años lucía muy arrugada, no era una mujer hermosa pero no pasaba desapercibida. Los tres volúmenes de su obra autobiográfica Pentimento, La mujer inacabada y Tiempo de canallas reúnen una larga lista de curiosidades y retratos de personajes de su época que los convierten en importantes documentos.

La relación de Lillían Hellman con España no se limitó a describirla en la ficción de una de sus novelas. En 1931; colaboró con Hemingway y el realizador Joris Ivens en el guión de la película The Spanish Earth (La tierra española). Esta película se realizó para reunir fondos para la causa republicana durante la Guerra, Civil. Esta joven norteamericana llegó a España movida por sus intereses políticos y fue una de las seducidas por las causas que entonces defendió.

Biografía en castellano

«No puedo recortar mi conciencia para ajustarla a la moda de este año», dijo la estadounidense Lillian Hellman al Comité de Actividades Anti-Americanas en 1952, una frase que resume el carácter de esta famosa dramaturga y que recupera un volumen de sus memorias.

Bajo el título «Lillian Hellman. Una mujer con atributos», la editorial Lumen ha reunido dos de los tres libros de memorias de esta mujer, considerada una de las más inteligentes del siglo XX: «Una mujer inacabada» y «Pentimento», en un volumen que ha sido prologado por la guionista y exministra de Cultura Ángeles González Sinde.

González Sinde reivindica la actualidad de una voz «furibunda, divertida, triste, afectuosa, áspera y sutilmente femenina», la de esta mujer, autora de doce obras de teatro y once películas, y compañera sentimental del escritor de novela negra Dashiell Hammet, con el que mantuvo una relación de 31 años.

Nacida en 1905, Lillian Hellman estuvo presente en los conflictos más importantes de su época, como la Guerra Civil española y la resistencia antinazi en Austria y Alemania, la oficialidad soviética…

Hellman fue acusada de comunismo por el senador Joseph McCarthy, un hecho que la obligó a renunciar a su carrera como guionista de Hollywood al negarse a declarar acerca de sus actividades políticas.

Pero antes se había dado a conocer con «La calumnia», una obra de teatro que trata sobre dos profesoras víctimas de la homofobia y que protagonizaron en el cine Audrey Hepburn y Shirley MacLaine. Su fama se consolidó con el drama «La loba», que fue llevado a la gran pantalla con Bette Davis.

Íntima amiga de la también escritora Dorothy Parker, las memorias de esta intelectual recogen su relación con Dashiell Hammet, su amigo «más íntimo y querido» y el hombre «más interesante» que conoció en su vida.

Fue, asegura González Sinde, «una mujer sin domesticar que jamás vivió en cautiverio, aunque tuviera que pagar un precio por ello».

Explica en el prólogo que a pesar de que Hellman y Parker tuvieron mucho éxito, ser mujer y escribir profesionalmente en los años 30 no era frecuente, aunque, dice la exministra, tampoco es algo en lo que se haya avanzado mucho desde entonces ya que «las artes siguen siendo uno de los sectores más reacios a la igualdad».

El secreto de Lillian Hellman fue «trabajar, trabajar y trabajar» de tal forma que aunque «se hundió más de una vez», tuvo el instinto y la inteligencia para recuperarse y volver a sentarse ante la máquina de escribir, señala.

González Sinde confiesa su admiración por esta intelectual y asegura que prologar sus memorias le ha llevado a enfrentarse, casi sin querer, con su propia biografía, cuando su madre le recordó que su padre, el productor, guionista y director de cine José María González Sinde, pudo entrevistar a esta célebre artista.

Años de fantasmas y costumbres represivas

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Si se dijera que una persona que vivió a fines del siglo XIX era abiertamente bisexual, que recorrió en moto el frente durante la I Guerra Mundial, que cruzó el Atlántico más de 60 veces y que ganó un Premio Pulitzer, nadie pensaría que se trata de una mujer. Mucho menos de una que se consideraba a sí misma "antifeminista". Esta mujer fue Edith Wharton (Estados Unidos, 1862 - Francia, 1937)
Si se dijera que una persona que vivió a fines del siglo XIX era abiertamente bisexual, que recorrió en moto el frente durante la I Guerra Mundial, que cruzó el Atlántico más de 60 veces y que ganó un Premio Pulitzer, nadie pensaría que se trata de una mujer. Mucho menos de una que se consideraba a sí misma «antifeminista». Esta mujer fue Edith Wharton (Estados Unidos, 1862 – Francia, 1937)

Con una literatura profundamente progresista pero a la vez declarada antifeminista, escritora de lo doméstico y al mismo tiempo gótica, Edith Wharton está considerada la mejor novelista americana de su generación pero también una gran cuentista, como demuestran sus relatos reunidos en español.

La editorial Páginas de Espuma, especializada en el relato corto, acaba publica el primer tomo de los «Cuentos completos» de Wharton, primera mujer en ganar el premio Pulitzer y que estuvo nominada al Nobel en varias ocasiones.

Cerca de medio centenar de cuentos en casi mil páginas componen este primer tomo que abarca los relatos que Edith Wharton (Nueva York, Estados Unidos, 1862- Saint-Brice-sous-Forêt, Francia, 1937) escribió entre 1891 y 1908 y al que sigue un segundo volumen.

Una recopilación que ha prologado la escritora hispano argentina Clara Obligado, que recalca que Wharton habla en sus relatos «de hoy»: «Tiene los mismos conflictos que tienen las mujeres de hoy».

El matrimonio, del que era partidaria aunque con matices; la situación del hombre y la mujer en la época, la vida después del divorcio, la lucha de la mujer por su propia libertad pero también los asuntos domésticos son algunos de los temas que predominan en sus cuentos, que publicó a lo largo de su vida en revistas y periódicos.

En ellos hay además conversaciones con la pintura, los viajes, el propio oficio de escribir y la casa como espacio poético.

Admirada por Henry James, Francis Scott Fitzgerald, Jean Cocteau y Ernest Hemingway, la escritora firmó más de 40 libros de todos los géneros, entre ellos la conocida novela «La edad de la inocencia», escrita en 1920 y con la que ganó el Premio Pulitzer.

Los cuentos han sido traducidos al español por Emma Cotro, Maite Fernández Estañán, Eva Gallud y Juan Carlos García.

Una autora, fácil de leer pero difícil de traducir, según explica Enmma Cotro, quien califica sus relatos como «alta literatura» y entre ellos también destacan algunos de temática gótica, ya que era una enamorada de los cuentos de fantasmas.

Wharton, que se casó a los 23 años y se separó a los 51, tuvo relaciones sentimentales con hombres y mujeres. A pesar de proceder de una familia adinerada, no quiso una vida acomodada y recorrió los frentes de la Primera Guerra Mundial en motocicleta.

Edith Wharton era crítica con todo lo que no le gustaba «pero sin sermones», como destaca Clara Obligado, que ha subrayado también el humor en su literatura.

Por eso, Obligado ha propuesto «mirar de nuevo» a través de sus relatos a esta escritora que encarna «la contradicción en estado puro».

Wharton era todo un hombre», ironiza la prologuista del libro. «Estaba acostumbrada a ser poderosa, se identificaba en gran parte con los hombres y su error fue no haber sido más sensible a los movimientos feministas de su época», explica. Fue esto lo que le costó que la erradicaran de la literatura por tanto tiempo, primero por ser mujer, y luego por no haber entrado más abiertamente en los conflictos de su época.

Otras compilaciones de Wharton

El sello andaluz Paréntesis reune en la antología ‘Madame de Treymes y otros relatos’ algunas narraciones breves de la escritora neoyorquina Edith Warthon.

Sin embargo, pese a su Premio Pulitzer de 1920 por ‘La edad de la inocencia’ y a la impecable versión cinematográfica que de la novela realizó Martin Scorsese, Edith Wharton es aún casi una desconocida para el lector español.

Estos relatos constituyen «un suculento muestrario de los méritos de esta escritora a la que insistentemente se ha comparado con Henry James». En este sentido, aun admitiendo las innegables similitudes con el autor de ‘Washington Square’, la americana brilla con una prosa personalísima cuyas virtudes más destacables son sus hilarantes ironías y el hábil empleo de la elipsis.

Paréntesis publica esta antología de la narrativa breve de la autora con prólogo de Lale González-Cotta, quien explica cómo Wharton, con «su perspicaz discernimiento de los procesos mentales, supo mostrar a perfección los convencionalismos de las clases altas».

Sin embargo, a pesar de sus denuncias, afirma que «nunca encontró la manera de resolver el conflicto que se plantea entre las aspiraciones sociales y la realización del individuo». Éste, así como la represión sexual y la glamourosa existencia de la clase alta, son algunos de los temas que aparecen en sus cuentos.

Por otro lado, apunta que sus relatos de fantasmas, recogidos en diversas antologías en español, son muy apreciados por los amantes del género. No obstante, González-Cotta manifiesta que «se hace imprescindible conocer a Wharton en el ámbito costumbrista de estos deliciosos relatos que se leen sin que se desvanezca la sonrisa de los labios».

Edith Wharton, escritora perteneciente a la alta sociedad neoyorquina, vivió desde 1907 en Francia. Publicó relatos para Scribner’s Magazine, novelas, libros de viajes y poemas. En 1905 publicó la novela ‘The House of Mirth’, y en 1911 ‘Ethan Frome’. Su obra más conocida es ‘La edad de la inocencia’, con la que ganó el premio Pulitzer en 1921.

Asimismo, se le reconoce como la heredera de la novela costumbrista europea al otro lado del Atlántico. Así, su larga lista de reconocimientos incluye el haber sido la primera mujer en ser nombrada Doctor Honoris Causa por la Universidad de Yale y en recibir la medalla de oro del Instituto Nacional de las Artes y las Letras en 1924 por parte del gobierno de Estados Unidos.

Testosterona en el balneario

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Walt Whitman (1819-1892) fue una multitud. Periodista, tipógrafo, carpintero, maestro y creador de folletines, el padre de la poesía moderna americana tardó años en hallarse a sí mismo. Antes de entrar en la eternidad en 1855 con Hojas de hierba, Whitman se buscó en un conjunto heterogéneo de escritos que luego condenaría al olvido
Walt Whitman (1819-1892) fue una multitud. Periodista, tipógrafo, carpintero, maestro y creador de folletines, el padre de la poesía moderna americana tardó años en hallarse a sí mismo. Antes de entrar en la eternidad en 1855 con Hojas de hierba, Whitman se buscó en un conjunto heterogéneo de escritos que luego condenaría al olvido

El poeta estadounidense Walt Whitman escribió en 1858, bajo el seudónimo de Mose Velsor, una serie de columnas periodísticas sobre los buenos hábitos masculinos, textos ahora publicados por primera vez en español que “reivindican” la modernidad de la obra del autor de Hojas de hierba.

«Guía para la salud y el entrenamiento masculinos» es el título editado por Nórdica Libros, una adaptación de los artículos que Whitman (1819 – 1892) escribió para el periódico The New York Atlas.

Las columnas originalmente se titularon “La salud y el entrenamiento masculinos, con pistas informales sobre su condición” y durante más de 150 años se ignoró de la autoría del poeta neoyorquino.

Fue en 2014 cuando un joven que hacía su tesis “descubrió estos textos”, asegura en una entrevista con Efe el editor de Nórdica, Diego Moreno, que califica el hecho como “una sorpresa enorme, porque no se pensaba que se podía encontrar un Whitman inédito a estas alturas”.

El libro, traducido por Íñigo Jáuregui e ilustrado por Matthew Allen, recoge consejos y reflexiones relacionados a la salud, los buenos hábitos, el ejercicio, el aseo, la comida, la salud mental, la fortaleza moral o el valor del entretenimiento.

“Esta manera de dar consejos tan directos, de incitar al lector a hacer cosas nuevas, vivir bien, tener cuidado, hacer ejercicio y comer bien está presente también en la poesía de Walt Whitman”, dice Moreno sobre los textos publicados en inglés el año pasado.

Esta colección, explica, significa “la reivindicación de la modernidad de la obra de Whitman”, un escritor que llama “a la pasión, a vivir”.

“A ti, oficinista, hombre de letras, persona sedentaria, hombre de fortuna, ocioso, te digo… ¡levántate!”, son algunas de las primeras líneas de las 47.000 palabras escritas por Whitman que componen esta serie.

Moreno reconoce que con estos textos el lector se sentirá identificado en la búsqueda, “común hoy en día”, “de lo auténtico, la naturaleza, de uno mismo, de disfrutar lo real, el campo, la soledad y el desarrollo intelectual”.

Y es que, en palabras de Whitman, un hombre con una ocupación regular y buenos hábitos, entre ellos el entrenamiento, “continuará hacia un grado cada vez mayor de búsqueda, conocimiento y perfección”.

“Cumplir las leyes del entrenamiento masculino, si se siguen debidamente, puede vencer y erradicar la maldición de una mente deprimida, la melancolía y el hastío que actualmente arruinan buena parte de los días de más de la mitad de los hombres”, relataba en sus artículos bajo el nombre de Mose Velsor.

Whitman, también ensayista y enfermero voluntario, afirmaba que el entrenamiento no consiste en el mero ejercicio sino en la alimentación, las costumbres, el sueño e incluso en respirar aire puro.

“Es importante que el organismo se purifique mediante la inspiración y respiración, con abundante reserva de aire puro, durante las seis, siete u ocho horas que se emplean en el sueño”.

Para tener buena salud y cambiar un escenario de debilidad e indecisión “a una vida de verdad”, recomendaba además rodearse de amigos, viajar, bailar y el desarrollo intelectual.

Moreno asegura que lo que hace moderna y atractiva a la “Guía para la salud y el entrenamiento masculinos” son las ilustraciones hechas por Matthew Allen, un surfista, ilustrador y fotógrafo del sur de California.

“Las ilustraciones -detalla- le dan un aire muy actual y urbano, en el sentido de vida de la sociedad y la reivindicación de la naturaleza. Creemos que hay una parte bastante moderna en estos textos escritos hace 150 años”.

Esta recopilación representa un trabajo desconocido pero con el “mismo espíritu” de la reconocida obra de Whitman, un autor que, asegura Moreno, “gusta muchísimo” y “siempre deja cosas nuevas para descubrir”.

Dorothy Parker y el pozo de la irreverencia

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Parker se casó, se divorció y se volvió a casar con su esposo Alan Campbell en un toma y daca que duraría hasta su muerte
Parker se casó, se divorció y se volvió a casar con su esposo Alan Campbell en un toma y daca que duraría hasta su muerte

«Mi vida es como una galería de arte/con pasillos estrechos por los que los espectadores pueden caminar». Este verso pertenece a uno de los poemas de Dorothy Parker, la maestra cáustica del relato, los reportajes o la crítica literaria, que han sido reunidos en un libro en español.

Unos poemas «perdidos» que la editorial Nórdica, que está recuperando la obra de esta escritora moderna, irónica, mordaz y libertaria que supo recoger como nadie el espíritu neoyorquino de los años veinte del pasado siglo en Nueva York, ha publicado en un libro con la introducción de Stuart Y. Silverstein y traducción de Guillermo López Gallego y Cecilia Ross.

En los primeros años de su carrera, Dorothy Parker (West End, New Jersey, 1893 – Nueva York, 1967) escribió más de trescientos poemas para periódicos y revistas como Vogue, Vanity Fair o The New Yorker, pero fue en 1996 cuando Stuart Y. Silverstein recopiló estos 122 poemas «perdidos» que pueden verse ahora en esta edición.

No obstante, este volumen en castellano está basado en la segunda edición del libro en Estados Unidos, de 2009, matiza Diego Moreno, director de Nórdicas.

En edición bilingüe, el libro es un paseo de la mano de Parker por la vida y las relaciones de la autora en todas sus dimensiones, y no está escrito desde de la metafísica, la revelación o la trascendencia, sino con la ironía, la exageración o la aparente frivolidad en la que se resguarda el dolor y la fragilidad.

Y todo ello en medio de la sociedad de los años veinte, en un Nueva York loco y divertido que precedió a la Gran Depresión.

Unos poemas cuya materia prima suele ser la propia Dorothy Parker, una poesía «flapper» (aleteante, ligera). «La poesía de Miss Parker no es poesía de sociedad en el sentido antiguo; es poesía flapper» y como tal es sana, atractiva, sin corsé y no desprovista de gracia», decía The New York Times.

Una cita que recoge Stuart en la extensa introducción del libro, que constituye toda una biografía de la autora de «Una rubia imponente», quien no creía que su obra poética estuviera preparada para ser encerrada en un volumen, sino para que fuera publicada en prensa como en The New Yorker, Vogue o Vanity Fair, lo que, en opinión de Diego Moreno, «da un aire periodístico a estos versos».

Aunque ella sí aceptó editar un libro después y ya en 1926 se publico el primero, «Enough Rope» (Cuerda suficiente), con gran éxito y en los años siguientes varias colecciones de poemas, «Sunset Gun» (Cañonazos de retreta) en 1928 y «Death and Taxes» (La muerte y los impuestos) en 1931. Y posteriormente una selección que ella misma hizo en «Not so deep as well» (No tan profundo como un pozo).

Una poesía en la que se proyectaba como mujer. «Una mujer moderna marcada y cáustica, austera, sin adornos, que se abría paso en un mundo nuevo y crudamente moderno, experimentada en el sexo, pero cínica en el amor, desafiando al público en general con una ocurrencia y una expresión de desdén…o un suspiro privado.

Dorothy Parker no solía tener más confianza en sus habilidades artísticas que cuando escribía sobre Dorothy Parker», escribe Stuart Y. Silverstein.

Sentido vital

Dorothy Parker, que en realidad se llamaba Dorothy Rothschild, pero tomó el apellido de su primer esposo, Edwin Pond Parker, con quien se casó en 1917, era hija de una familia de clase media, no perteneció a la rama rica de los Rothschild, y fue una mujer inteligente, lúcida y moderna, una avanzada de su tiempo, feminista y de izquierdas.

Como muchas personas con dotes cómicas, la crítica, poeta y escritora de cuentos «Dottie» Parker era una mujer de sombrías profundidades, y usaba su lengua afilada para mantener a la gente a distancia, incluso mientras hacía comedia a partir de sus desventuras. Ella también era aficionada a la autodramatización. Como su amigo Wyatt Cooper lo describió en un perfil de Esquire en 1968, titulado «Lo que creas que Dorothy Parker», tenía una «afinidad por la angustia». Aún así, parece justo decir que su infancia estuvo lejos de ser feliz.

Ella era dos meses prematura y perdería a su madre escocesa-americana antes de su quinto cumpleaños; poco después empezaría a convivir con una madrastra odiada. Su padre judío había sido un fabricante de ropa exitoso, pero a su muerte en 1913 el negocio estaba fallando, dejando sola a Parker para mantenerse, primero como pianista de escuela de baile y luego en el mundo frágil y sofisticado de la publicación de la revista New Yorker.

Una figura pequeña, casi frágil, su ingenio letal la marcó desde el principio. Su oportunidad llegó cuando envió un poema, Any Porch, al editor carismático de Vanity Fair, Frank Crowninshield. Pronto pasó de vivir como autora de viñetas de Vogue a ser la escritora de Vanity Fair, convirtiéndose finalmente en la crítica de drama de la revista. En 1920, ese mismo ingenio legendario la auto-despidió cuando no pudo resistirse a gastar una broma pesada a costa de la actriz Billie Burke, esposa de uno de los mayores anunciantes de la revista.

Sin embargo, la década de 1920 sería la década de Parker. Publicó unos 300 poemas y versículos gratuitos en varias revistas; en 1926, su primer volumen de poesía se convirtió en un éxito de ventas y obtuvo críticas positivas, a pesar de ser descartada como «verso flapper» por The New York Times. Al mismo tiempo, ella suministró cuentos a The New Yorker. Y, por supuesto, fue durante esos años cuando se convirtió en parte de ‘The In-Crowd’, el club de almuerzos de literatos que surgió en el hotel Algonquin y se hizo conocido como la ‘Mesa Redonda’.

Desafortunadamente, su trabajo encarnaba la vertiginosa mezcla de cinismo y sentimentalismo de la época. Una vez que la Depresión acalló los tapones de champán y las nubes de la guerra comenzaron a reunirse en Europa, Parker parecía anticuada, y más tarde se la dio por muerta. En sus últimos años, viviendo sola con su perro en una habitación de hotel en el Upper East Side de Manhattan, la respuesta más común a todo lo que logró escribir fue la sorpresa de que todavía estuviera viva (apenas ayudó a que gran parte de sus versos flirtearan tanto con la idea de deshacerse de ella misma).

Su vida personal, mientras tanto, era un desastre. Bajo su dura sátira, una corriente de anhelos íntimos, insatisfechos, a través de sus versos, cuyas tristes lecciones se aprendieron de la manera difícil, a través de enredos con una serie de hombres que en aquellos días podrían llamarse emocionalmente no disponibles, o a veces simplemente casados. «Tomame o dejame; o, como es el orden habitual de las cosas, ambos», escribió.

La escritura fue una lucha, la buena escritura siempre lo es. "La brevedad es el alma de la lencería". "Si quieres saber qué piensa Dios del dinero, solo mira a la gente a la que se lo dio". "Puedes liderar una horticultura, pero no puedes hacerla pensar". Las líneas como estas que se desconectan de la lengua y se alojan en la mente con tanta prontitud pueden parecer ventosas y no producidas, pero como una vez dijo Parker, por cada cinco palabras que escribía, ella cambiaba siete
La escritura fue una lucha, la buena escritura siempre lo es. «La brevedad es el alma de la lencería». «Si quieres saber qué piensa Dios del dinero, solo mira a la gente a la que se lo dio». «Puedes liderar a una horticultora, pero no puedes hacerla pensar». Las líneas como estas que se desconectan de la lengua y se alojan en la mente con tanta prontitud pueden parecer ventosas y no producidas, pero como una vez dijo Parker, por cada cinco palabras que escribía, ella cambiaba siete

Su primer marido, Edwin Pond Parker II, un corredor de bolsa de Wall Street cuyo nombre ella conservó, era un adicto a la morfina y al alcohol. Se casaron en 1917 y se divorciaron en 1928, pero el matrimonio terminó mucho antes. Su segundo marido, Alan Campbell, era un actor y escritor bisexual 11 años menor que ella, y, si bien no era infiel, era un coqueto terrible. Su matrimonio terminó en divorcio, pero luego se volvieron a casar, unidos en una danza de empuje y atracción que continuaría hasta su muerte (como su primer marido, Campbell murió a causa de una sobredosis de drogas). Se automedicó (no era una escritora con problemas de bebida, bromeaba, sino una bebedora con un problema de escritura) y mal manejo crónico de sus asuntos financieros. Intentó suicidarse dos veces (una vez después de un aborto), y quedó embarazada a los 42 años.

Ciertamente, la mayoría de las citas por las que la recuerdan provienen de su verso o de sus bromas en la ‘Mesa Redonda’, pero sus historias presentan personajes femeninos que intentan cuadrar nuevas y excitantes opciones con las limitaciones permanentes de las expectativas sociales. Algunas de sus heroínas son alcohólicas suicidas, pero otras son personajes innegablemente fuertes. Temporalmente libres del hedonismo de los años 20, sus vidas abarcan contradicciones y desafíos que son demasiado familiares para las mujeres del siglo XXI.

Amantes -entre ellos F. Scott Fitzgerald-, amores frustrados, varios intentos de suicidio y mucho alcohol rodearon su vida, en la que también hubo mucho compromiso. Durante la guerra civil viajó a España y apoyó a la República. Escribió varios reportajes sobre el tema.

Estuvo en la lista negra de Hollywood durante la famosa caza de brujas y murió en 1967 de un ataque al corazón. Tenía 73 años, su muerte fue portada en The New York Times

Y, «dado que nadie reclamó sus cenizas, estuvieron más de veinte años en el archivo de su abogado», recalca Silvertein. Hoy sus restos reposan en la Asociación Nacional para el Desarrollo de las Personas de Raza Negra (NAACP) entidad a quien Parker nombró heredera.

Amor en prados incendiados

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Ya con 33 años Susan Sontag descubrió que esa estrategia de dar conocimiento a cambio de amor era una trampa, otro desamparo sin fin: “Mi hábito de intercambiar información a cambio de calor humano. Como poner un chelín en un contacto; dura cinco minutos, después hay que poner otro chelín”.
Ya con 33 años Susan Sontag descubrió que esa estrategia de dar conocimiento a cambio de amor era una trampa, otro desamparo sin fin: “Mi hábito de intercambiar información a cambio de calor humano. Como poner un chelín en un contacto; dura cinco minutos, después hay que poner otro chelín”.

Susan Sontag pasará a la historia como ‘pensadora pop’. Galardonada con el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2003 junto con la escritora marroquí Fátima Mernissi, Sontag ingresó a los 15 años en la Universidad de California, en Berkeley. De allí pasó a la de Chicago, en la que se licenció en 1951 en Filosofía y Letras.

A los 17 años contrajo matrimonio con Phillip Rieff, un profesor de Sociología, con quien estuvo casada nueve años y tuvo un hijo, David Rieff, también escritor.

Publicó su primera novela en 1963, ‘El benefactor’, y luego dos ensayos muy leídos durante la década de los sesenta: ‘Against interpretation’ (1966, publicado en español con el título de ‘Contra la interpretación’) y ‘Notes on camp’.

Susan Sontag pasó a formar parte del selecto grupo de pensadores pop. Aquellos que como Foucault, Eco o Zizek, trascienden popularmente por sus apariciones mediáticas más que por sus publicaciones o teorías. Intelectuales que capturan los signos de los tiempos. Y les encanta

En 1968 fue como periodista a la guerra de Vietnam y las vivencias que tuvo le impidieron seguir escribiendo.

Comenzó entonces a pensar en la posibilidad de dirigir una película, lo que se plasmó en la invitación de un productor de Estocolmo para que fuese a Suecia.

En este país filmó ‘Duett for kannibaler’ (1969) y ‘Broder Carl’ (1971). Combinó la actividad cinematográfica con la publicación de otros títulos, como ‘Estilos radicales’ (1969).

Europa

En 1972 sufrió una crisis personal que dio como fruto el libro ‘Bajo el signo de Saturno’ (publicado en 1980), en el que narra su relación con Europa, su identificación y sus percepciones en ese continente.

Al año siguiente dirigió otra película, ‘Promised lands’, en los Altos del Golán y sobre la guerra árabe-israelí.

Dos años después, y a raíz de que se le diagnosticara un cáncer, escribió ‘Illness as metaphor’ (editada en español como ‘La enfermedad y sus metáforas’).

En 1977 publicó ‘On photography’ (‘Sobre la fotografía’), por la que recibió el premio del Círculo de la Crítica Literaria de Estados Unidos, y al año siguiente el libro de narraciones cortas ‘Yo, etcétera’, uno de cuyos relatos sería la base para el guión de otra película, ‘Unguided tour’, rodada en Italia para la televisión.

Sontag era una autora dotada de una gran formación filosófica, interesada por la literatura de vanguardia, y que, según su colega Gore Vidal, se convirtió «más que ningún otro estadounidense en el eslabón con la literatura europea actual».

Bosnia

En 1992 publicó la novela ‘The volcano lover’ (‘El amante del volcán’) y un año después participó en la fundación del Parlamento Internacional de Escritores, creado en Estrasburgo (Francia) para defender la libertad de expresión y proteger a los autores perseguidos.

También viajó a Bosnia, en plena guerra, para impartir clases en la Academia Dramática de Sarajevo, donde montó, en colaboración con el director bosnio Haris Pasovic y actores de diferentes etnias, la obra ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett.

Autora que consideraba que los intelectuales deben comprometerse, Sontag criticó duramente la negativa de otros escritores a viajar a Bosnia y pidió públicamente la intervención occidental en el conflicto.

Sontag, que denunció en diversas ocasiones que el fascismo avanza en Estados Unidos, regresó varias veces a Sarajevo para impartir clases de cine y desarrollar proyectos de enseñanza, lo que le valió el premio de Cultura de la Fundación Montblanc en 1994.

Además, en 1999 protagonizó un enfrentamiento con el escritor austriaco Peter Handke, a quien criticó por su defensa de las posiciones serbias en la guerra en los Balcanes.

Ese mismo año fue distinguida por el Gobierno francés con la Orden de las Artes y las Letras, en grado de comendador.

En 2000 recibió el galardón National Book por su obra ‘In America’ (‘En América’), una novela de ficción histórica, y al año siguiente el Premio Jerusalén de Literatura, el más prestigioso de Israel para escritores extranjeros.

Obras traducidas a 26 idiomas

Sontag, cuyas obras han sido traducidas a 26 idiomas, aceptó el galardón pese a las presiones para que lo rechazara, pero aprovechó la ocasión para condenar la ocupación israelí en los territorios palestinos.

Tras la tragedia del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, publicó un ensayo en la revista ‘The New Yorker’ en el que decía que los atentados no habían sido «cobardes», como los calificó el Gobierno de George W. Bush, lo que le valió una lluvia de críticas.

Y en 2003, durante la Feria del Libro de Bogotá, recriminó al escritor colombiano Gabriel García Márquez por su silencio respecto a las ejecuciones y condenas de disidentes en Cuba.

Sus diarios

Considerada uno de los iconos intelectuales de Estados Unidos, Susan Sontag escribió a lo largo de su vida unos diarios que reflejaban su inteligencia audaz y su sed de cultura. David Rieff, su único hijo, publica la primera parte de estos textos, bajo el título de «Renacida».

«Mi decisión sin duda viola su intimidad», afirma con franqueza Rieff, al explicar en el prólogo de este libro, que verá la luz el 1 de abril editado por Mondadori, las razones que lo llevaron a difundir los diarios de su madre, que murió de cáncer sanguíneo en diciembre de 2004, a los 71 años, pero que, hasta pocas semanas antes de su fallecimiento, estaba «convencida de que sobreviviría».

Ese afán por vivir hizo que Susan Sontag, galardonada con el Premio Jerusalén, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Premio de la Paz de los libreros alemanes, muriera «sin dejar instrucciones» sobre sus archivos o sus escritos dispersos.

No ha debido de ser fácil para Rieff lanzarse a publicar en tres volúmenes una selección de los más de cien cuadernos que la gran escritora, una de las voces más críticas de Estados Unidos, fue redactando desde los catorce años hasta la última etapa de su vida. Y los redactó «solo para ella». «Nunca permitió que se publicara una frase siquiera», señala el hijo.

«Mi madre no fue en ningún sentido una persona proclive a la confidencia. En particular, evitaba hasta donde le era posible, sin negarla, toda referencia a su homosexualidad o todo reconocimiento de su propia ambición. Así que mi decisión sin duda viola su intimidad», afirma Rieff en el prólogo de «Renacida. Diarios tempranos, 1947-1964».

En realidad «los diarios físicos» no le pertenecen a Rieff, ya que su madre, «cuando aún gozaba de buena salud», había vendido sus archivos a la biblioteca de la Universidad de California. El contrato establecía que ese sería su destino cuando muriera la novelista y ensayista, «como ha sido el caso».

Por eso, y aunque este escritor y reportero de guerra no era proclive a publicarlos, se dio cuenta de que, o los seleccionaba y preparaba él, «o algún otro lo haría. Pareció preferible seguir adelante».

«Creo que lo más deseable en el mundo es la libertad de ser fiel a uno mismo, es decir, la Honradez», escribía Susan Sontag a los 14 años en su diario del que su hijo no ha excluido los fragmentos en los que quedara patente la «franqueza sexual» de la escritora o «la crueldad» de algunos juicios que emitía.

A los quince años, Sontag ya tenía claro que «La montaña mágica», de Thomas Mann, era «la mejor novela» que había leído hasta entonces, y hacía largas listas con los libros que debía leer.

La misma pasión que sentía por la literatura la trasladaba también a la música, «la más maravillosa, la más vivaz de todas las artes y la más sensual», decía la autora de libros como «En América», «Ante el dolor de los demás» y de la recopilación de sus ensayos en «Cuestión de énfasis».

Y es que en estos diarios, señala Rieff, «el arte es visto como una cuestión de vida o muerte».

«¿Cuánto hay de narcisismo en la homosexualidad?», se preguntaba Sontag en 1949, cuando ya había aludido varias veces en el diario a su relación con Harriett Somhmers Zwerling, a la que conoció cuando tenía dieciséis años y con la cual viviría después en 1957, en París. Más tarde mantendría una relación con la dramaturga María Irene Fornes, presente igualmente en estos escritos.

Con la misma naturalidad que escribía en abril del 49 que «nada sino humillación y degradación» sentía si pensaba «en relaciones físicas con un hombre», en septiembre reconocía que, tratándose de mujeres, hallaba «mayor satisfacción física en ser ‘pasiva’, aunque emocionalmente», era sin duda «el tipo amante, no el amado… (Dios mío, ¡qué absurdo es todo esto!)», añadía a continuación.

David Rieff cree que estos diarios «fluctúan entre el dolor y la ambición» y reflejan la «maestría en las artes» que tenía su madre, «su pasmosa confianza en la razón de sus propios juicios, su extraordinaria avidez».

Pero también revelan «su sensación de fracaso, su incapacidad para el amor e incluso para el eros. Se sentía tan incómoda con su cuerpo como tranquila con su mente», asegura Rieff.

Pícaros voltios de euforia

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El periodismo, insistía Tom Wolfe, es ante todo una cuestión de mirada. De mirada y, claro, también de almidón tensando los cuellos de esas camisas blancas firmemente apresadas bajo unos trajes aún más blancos
El periodismo, insistía Tom Wolfe, es ante todo una cuestión de mirada. De mirada y, claro, también de almidón tensando los cuellos de esas camisas blancas firmemente apresadas bajo unos trajes aún más blancos

En «La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop», Tom Wolfe examina provocativamente, sobre el terreno, los recientes monstruos sagrados, las instituciones de la era pop, los representantes de la nueva cultura…

… Los surfers, los locos de la moto, los Muchachos de la Melena y la estética de lo rancio, Hefner (Playboy), el rey de los reclusos voluntarios, la top–less trucada con silicona, el revoltijo mcluhaniano, los swinging London, las heathfields y las dollies, los hoteles climatizados, la decadencia del cocktail-party y la aparición de la cena-con-mono, la nueva etiqueta de la nueva café-society neoyorkina.

Entre los sorprendentes fenómenos sociales que estimulan a Tom Wolfe aparece un tema recurrente: la búsqueda de status por parte de las nuevas generaciones o (lo que es el reverso de la medalla) el ocaso de las jerarquías sociales tradicionales.

En conexión con este fenómeno se testimonia la aparición de fórmulas artísticas y códigos de conducta absolutamente ajenos al viejo stablishment.

«Escribí estas historias –señala el autor–, salvo dos («El hotel automatizado» y «Nuevo libro de etiqueta de Tom Wolfe»), en un período de diez meses, después de la publicación de mi primer libro: The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby. Fue una época extraña para mí, con varios pícaros voltios de euforia. Anduve de un lado a otro del país y luego, de un lado a otro de Inglaterra. ¡Qué gente conocí…! ¡Qué cosas hacían…! Estaba extasiado. Conocí a Carol Doda. Había inflado sus pechos con silicona emulsificada; más tarde se convirtió en pieza clave de la industria turística de San Francisco. Conocí a un grupo de surfers: la banda de la casa de la bomba. Asistieron a la sublevación de Watts como si se tratase de una partida en la bolera de Rose, en Pasadena. Fueron a ver a los «negros borrachos» y éstos los reprendieron por escandalosos. En Londres conocí a Nicki, una tenaz muchacha de diecisiete años, que se apuntó un tanto frente a sus condiscípulas al hacerse con un amante kurdo y cojo. Conocí a un oficinista de los de nueve libras a la semana, llamado Larry Lynch. Pasaba todos los días la hora del almuerzo, con otros cientos de trabajadores adolescentes, en las profundidades alucinantes y oscuras como boca de lobo del Tiles, un club nocturno de mediodía. Todos en éxtasis por el frug, el rock and roIl y Dios sabe qué más, durante una hora…»

El reino del lenguaje

Tom Wolfe nació en Richmond (Virginia), se doctoró en la universidad de Yale y vivió hasta su muerte en Nueva York. En la década de los sesenta se reveló como genial reportero y agudísimo cronista. Fue el impulsor y teórico del llamado «nuevo periodismo», al que definió como el género literario más vivo de la época y el más apto para captar los vertiginosos cambios y estilos de vida de las dos últimas décadas, arrebatando su primacía a la novela.

Wolfe siempre quiso ser escritor, aunque jamás soñó con alumbrar un nuevo género del que beberían (hasta saciarse) casi todas las generaciones posteriores de periodistas. Fascinado por la mitología oscura del Chicago de finales de los años veinte -«reporteros borrachos huido de los pupitres del News meando en el río al amanecer; noches enteras en el bar escuchando como cantaba “Back Of The Yards” un barítono que no era otra cosa que una tortillera ciega y solitaria…»-, estudió literatura y periodismo, fracasó en su intento por dedicarse al béisbol, y a principios de los sesenta empezó a teclear noticias para el «Springfield Union», un diario de Massachussets.

De la huelga de periódicos neoyorquinos de 1962, a la que Wolfe llegó al borde de la bancarrota, surgió su primera gran hazaña: 3.000 palabras sobre una feria de coches tuneados de Los Ángeles que dejaron al director de «Esquire» boquiabierto. Ahí estaban, brincando y dándose codazos, los primeros ejemplos de una manera de entender el periodismo que, según Wolfe, tenía que ser «absolutamente verídico y al mismo tiempo, tener la cualidad absorbente de la ficción».

Siguiendo esas directrices autoimpuestas, Wolfe creó un molde por el que pasaron surferos, bandas de motoristas, la alta sociedad estadounidense, el swinging london, el arte y la arquitectura moderna o las inclinaciones radicales de la izquierda chic neoyorquina. A su ejemplo «se deben las mejores páginas del periodismo moderno y quizá algunas de las peores», escribe Eduardo Mendoza en el prólogo de «La Izquierda Exquisita», una de las antologías que, junto a «La Banda de la Casa de la Bomba y otras crónicas de la Era Pop», «El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron», «Ponche de ácido lisérgico» y «La palabra pintada», reúnen algunos de sus mejores textos.