literatura siglo xx

Vinagre, negación y, pese a todo, genio

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La sexualidad de Thomas Bernhard ha suscitado sesudos estudios. En la época de su vida en que hubiera podido interesarse más por esas cosas, estaba demasiado enfermo. Y luego... siguió estando enfermo. Es muy probable que en toda la obra bernhardiana no haya más que un solo beso reflejado en sus texto
La sexualidad de Thomas Bernhard ha suscitado sesudos estudios. En la época de su vida en que hubiera podido interesarse más por esas cosas, estaba demasiado enfermo. Y luego… siguió estando enfermo. Es muy probable que en toda la obra bernhardiana no haya más que un solo beso reflejado en sus textos

El polémico escritor austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) sigue flagelando conciencias después de su muerte con la publicación del inédito «Meine Preise» (Mis premios), un ajuste de cuentas íntimo de uno de los autores europeos más feroces de los últimos tiempos.

«Un premio sólo lo conceden los incompetentes», dejó escrito en su obra «El sobrino de Wittgenstein», un simple testimonio sobre su odio a los galardones, o mejor dicho, a la ceremonia, a la hipocresía y la arrogancia del mundo de la cultura.

Su fama de iracundo misántropo siempre le precedió, entonces: ¿Por qué aceptaba esos premios que tanto odiaba?. En el libro está la respuesta: por el dinero.

«Soy un avaricioso, no tengo carácter, yo mismo soy un cerdo», se lee en el hasta ahora inédito libro de 139 paginas escrito con la prosa lírica cortada a navaja de Bernhard, que ha tenido una influencia clara en escritores como Peter Handke y Elfriede Jelinek.

«Todo era repugnante, pero lo que más asco me daba de todo era yo mismo», escribe sobre su participación en esas escenificaciones «humillantes», por las que se odiaba aún más al ver que eran capaces de corromperle.

En el libro pasa revista con su habitual humor salvaje y descarnado a nueve de los muchos premios que obtuvo, el primero de ellos en 1964, el Julius-Campe, con cuyo dinero se compró un automóvil deportivo Triumph Herald que estrelló poco después en Croacia.

Otro de los episodios lo dedica a su primer premio en Austria, en 1968, el Premio Estatal de Literatura, en el que ofreció un discurso que causó tal escándalo -llamó al Estado un artificio, a los austríacos los definió como apáticos, hipócritas y estúpidos- que desde entonces se convirtió en el modelo de intelectual furibundo.

El libro no es el mejor del autor, según los críticos, pero ofrece una nueva visión personal de Bernhard, en la que se puede apreciar que además de lanzar pullas contra todos también tenía un claro sentido autocrítico.

Eso sí, lamenta su afición por el dinero, pero siempre lo justifica en la necesidad: un traje nuevo, unos arreglos caseros, unos caprichos.

Estos premios serían una forma de «ponerse a prueba» para escribir, de retarse ante la página en blanco, según explicó a los medios austríacos el jefe de manuscritos de la editorial Suhrkamp, que lanza la obra, Raimund Fellinger.

El librito permite ver a un Bernhard desconocido, como cuando cuenta su vida desesperada, al borde de la pobreza y con una tuberculosis crónica antes de que su fortuna cambiase con su primera novela en 1963, «Helada», que mostró su querencia por un lenguaje innovador y radical.

En los libros de Bernhard se suelen trazar situaciones aparentemente normales, cotidianas, aunque en ellas late un nido de tensiones que acaban por revelar un mundo sórdido en el que nada es lo que parece.

Esta mirada crítica de la realidad se ha expandido a numerosos escritores austríacos y también se puede rastrear en algunos de sus cineastas, como Michael Haneke y Ulrich Seidl.

Su relación crítica con Austria duró hasta su muerte, envuelta por el escándalo de su obra teatral Heldenplatz (La Plaza de los Héroes), encargada para el prestigioso Burgtheater vienés para conmemorar los 50 años de la anexión de Austria por el Tercer Reich.

Esa plaza es tristemente famosa porque en marzo de 1938, estaba abarrotada de austríacos que vitorearon al dictador nazi Adolf Hitler.

El estreno fue en noviembre de 1988 con un texto en el que acusó a los austríacos de ser igual de nazis que hacía medio siglo, levantando tal polvareda que le amargó los últimos tres meses de su vida y le llevó a prohibir en su testamento cualquier representación de sus textos en su país.

Una voluntad que no se cumplió ni con la representación del teatro ni con su obra: este inédito lo escribió Bernhard en 1980 y lo guardó en el cajón, casi como una reserva para cuando aflojase la creatividad.

«Estos relatos estaban destinados por Bernard para ser publicados, por lo que no nos sentimos obligados por el testamento», argumentó Raimund Fellinger.

En busca de la verdad

La recopilación de artículos, entrevistas y discursos ‘En busca de la verdad’ (Alianza Editorial), de Thomas Bernhard, muestra a un escritor austríaco misántropo y enemigo de su país de origen, si bien los textos también profundizan en las intimidades de el autor de ‘Extinción’.

La relación de Bernhard con Austria fue muy controvertida y así lo explica el propio novelista en estas páginas. «Siempre, donde uno tiene su casa, lo conoce todo muy íntimamente y se ama. Al mismo tiempo, sin embargo, se odia también…como a esa famosa peste que nadie conoce», señala Bernhard a un periodista al ser preguntado por Salszburgo.

Asimismo, sus declaraciones al respecto de las relaciones humanas dejan claro el desapego que sentía hacia otras personas. «El agradecimiento, como es bien sabido, es una estupidez» o «creo que todo el mundo debe recibir en la vida alguna patada» son ejemplos de la idea que tenía Bernhard de sus conciudadanos.

Además, las páginas de este trabajo recogen algunas polémicas de la época con el presidente de los Festivales de Teatro de Salszburgo (anunciando su renuncia a presentar más obras suyas) o una serie de respuestas irónicas tras ser galardonado con el Premio de Literatura de Bremen («No he leído un solo libro publicado desde 1975»).

Miguel Sáenz, traductor habitual en español de Bernhard, remarca ese carácter difícil del escritor austríaco, reflejado en esta recopilación. «Empatizar con Bernhard no es fácil, sobre todo para los austríacos, que lo conocen bien. Pero a él la empatía le tenía más o menos sin cuidado: iba a lo suyo», explica.

La depresión y el suicidio recorren esta obra donde Bernhard llega a afirmar que «hay estados en los que la vida le resulta a uno totalmente indiferente». E incluso hay espacio para sus reflexiones respecto al sexo, prácticamente inexistente en la biografía del novelista.

«La sexualidad de Thomas Bernhard ha suscitado sesudos estudios. Yo creo que hay que creerle a él. En la época de su vida en que hubiera podido interesarse más por esas cosas, estaba demasiado enfermo. Y luego… siguió estando enfermo», señala Sáenz.

De hecho, tal y como recuerda su traductor en España, es muy probable que en toda la obra bernhardiana no haya más que un solo beso reflejado en sus textos. «Yo sé donde está, pero dejo al bernhardiano fiel la tarea de encontrarlo», bromea Sáenz.

Los periodistas, junto con los directores de festivales, eran algunas de las dianas preferidas de Bernhard, algo que se refleja en ‘En busca de la verdad’. «No nos engañemos, aborrecía a los periodistas y despreciaba a los directores, ya que los consideraba en general como gente inculta y muy poco de fiar», asevera Sáenz.

En cualquier caso, a pesar de esta actitud, el traductor español considera que la obra de Bernhard ha trascendido y hoy en día resulta un autor «muy actual». «En Austria se ha convertido en el escritor nacional a pesar de las barbaridades que escribió sobre su país y en América Latina es objeto de culto por escritores que admiran su manera peculiar de ‘llamar al pan pan y al vino, vino'».

Sáenz reconoce que a pesar de la cantidad de obras traducidas de Bernhard todavía traducirlo «encierra sorpresas». «Sin embargo, mi identificación con él nunca es total. A veces lo sorprendo interpretando el papel que él mismo se adjudicaba alegremente», concluye.

Elsa Morante y el átomo

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 Morante vivió de actividades afines a la literatura a partir de los años 30 y participó de la febril actividad cultural que se desplegó por toda Italia en el período del boom económico, alrededor de 1960
Morante vivió de actividades afines a la literatura a partir de los años 30 y participó de la febril actividad cultural que se desplegó por toda Italia en el período del boom económico, alrededor de 1960

La novelista italiana Elsa Morante escribió entre 1950 y 1978 una serie de artículos y ensayos sobre la literatura, el arte y la política, inéditos en español hasta que la editorial Círculo de Tiza los publicó con el título «A favor o en contra de la bomba atómica».

El volumen permite conocer el pensamiento y la visión del mundo de la escritora a través de textos dedicados a la obra del pintor Fra Angélico y al poeta Umberto Saba, así como conferencias y artículos publicados en revistas literarias y semanarios.

Entre ellos están sus dos últimos manuscritos publicados de manera póstuma, el «Breve Manifiesto Comunista (sin clase ni partido)» y una carta que nunca envió a las Brigadas Rojas con motivo del secuestro del entonces líder de la Democracia Cristiana italiana Aldo Moro que terminó con su asesinato.

Morante (Roma, 1912-1985) muestra su visión literaria, en la que distingue al falso novelista del «verdadero», que, en sus palabras, siempre comunicará, «a las generaciones contemporáneas y futuras, incluso las más seguras verdades sobre el ‘lugar geográfico’ y el ‘tiempo histórico’ en los que vivió su propia experiencia humana».

La escritora bucea además en los intereses de los lectores, que prefieren libros «con personajes vivos» que cuenten «sus vicisitudes humanas», y en las relaciones y los comportamientos de Andréi, uno de los personajes de la novela del autor ruso León Tolstoi «Guerra y paz».

«A favor o en contra de la bomba atómica», prologado por Alfonso Berardinelli y traducido por Flavia Cartoni, es una edición con 15 textos y de 167 páginas que lleva el título de una conferencia que la poeta pronunció en 1965 y en la que explica que la «humanidad contemporánea» siente la «oculta tentación» de desintegrarse.

«Me arrepiento de estar aquí para entreteneros con tan tétrico tema, más que con un hermoso cuento (¡teniendo en cuenta que determinados seguidores se empeñan en despachar mis libros como si fueran una especie de fábulas!)», manifiesta durante la conferencia que posteriormente se publicó en la revista «Europa Letteraria».

Su interés por el arte, cuya calidad describe como «liberadora» y sus efectos «revolucionarios», se observa en el prólogo que dedicó en un libro a la obra pictórica de Fra Angélico, un «pintor al servicio de la propaganda».

«Las obras de arte propagandístico son un suero de la verdad. Si la propaganda es espontánea y sincera, salen hermosas; en caso contrario, salen unos monstruos», asegura.

Morante fue una escritora precoz que desde muy joven empezó a publicar relatos en revistas infantiles. En su etapa adulta escribió teatro, poesía, relatos, ensayos y novelas, entre ellas «Mentira y sortilegio» (1984), ganadora del Premio Viareggio; «La isla de Arturo» (1957), Premio Strega, y «Araceli» (1982), Premio Medici.

Junto a escritores como Alberto Moravia, Natalia Ginzburg, Cesare Pavese o el cineasta Pier Paolo Pasolini, la novelista vivió la época del fascismo, en la que se hizo evidente su preferencia por las personas oprimidas frente a los opresores, una prioridad que le enemistó con varios escritores de su generación.

En palabras del ensayista italiano Alfonso Berardinelli, Morante era una mujer con una «humildad devocional» y una escritora «lacónica y musical» que no erraba ni una nota y conseguía juntar mundos enteros en sus páginas.

«Poseía el sentido de la tragedia y buscaba el éxtasis, vivía entre paraísos e infiernos, como si en ella convivieran Fra Angélico y Caravaggio», asegura en el prólogo sobre la novelista, su «último gurú» que «veía la comedia que se esconde debajo de la tragedia».

Estos ensayos, según Flavia Cartoni, que tradujo al castellano la recopilación de relatos «El chal andaluz» (1963), reflejan la obra de Morante cuya aportación a la literatura italiana del siglo XX superó los límites de la narrativa y la poesía.

Marguerite Duras en el silencio del quejido

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La escritura depurada, lírica, muy sintética y llena de música es un sello de Marguerite Duras
La escritura depurada, lírica, muy sintética y llena de música es un sello de Marguerite Duras

Ha pasado más de un siglo después del nacimiento de Marguerite Duras, para quien escribir era «aullar sin ruido» y confesar, «borrar huellas». A eso se dedicó con vehemencia toda su vida la escritora francesa, que en la actualidad, tras mucho dolor y sinceridad, es un clásico de la literatura universal.

Marguerite Duras, aunque su apellido real era Donnadieu, nació el 4 de abril de 1914 en Gia Dinh (Saigón), antigua Indochina, hoy Vietnam. Su padre, profesor de matemáticas y colono, murió cuando ella tenía cuatro años. Su madre, maestra, que tuvo otros dos hijos después, se dedicó a cuidar las tierras en una precaria situación económica, y aceptó que, al menos por una vez, su jovencísima hija Marguerite se prostituyera. Una experiencia que dejó una marca imborrable en Marguerite Duras, que alimentó su escritura y empezó a esculpir como en el barro las arrugas de su vida, que luego plasmaría en El amante, la novela con la que ganó el premio Goncourt en 1984, que fue todo un éxito, traducido a 40 idiomas.

«Fue esa tarde cuando Léo me besó en la boca. Lo hizo por sorpresa. Experimenté una repulsión verdaderamente indescriptible…». Así escribe Marguerite Duras su encuentro con el que sería el protagonista de El amante. «A los 18 años envejecí» Y también, «A los 18 años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo…ese envejecimiento fue brutal», decía Duras, dando prueba de que la autora francesa no escribió una sola línea que no hubiese vivido. Convirtió su vida en su propio material literario.

El amante deslumbró por la sinceridad que derramó Duras al relatar su intimidad y sexualidad, en la compleja relación que mantuvo con Léo, el comerciante chino al que conoció en un transbordador que cruzaba el río Mekong, cuando ella tenía quince años y él veintiséis.

El éxito de El amante le llegó cuando ella tenía 70 años, pero en su vida no hizo otra cosa que escribir, escribir novelas, cine o teatro, para chillar en silencio contra el olvido. Cuando murió, Marguerite Duras dejó tras ella 19 películas y más de 50 textos entre novelas, relatos, obras de teatro y guiones de cine, sin contar con los numerosos artículos escritos en prensa. Una vida que estuvo marcada por una dura infancia y adolescencia pero también por su juventud en un contexto político explosivo.

A los 18 años Duras se trasladó a París a estudiar Derecho, Matemáticas, Ciencias Políticas y Económicas. Duras se casó en 1939 con el escritor Robert Antelme, autor de La especie humana, quien fue delatado y arrestado por la Gestapo en 1942 y llevado a Buchenwald. Ella se enroló también en las filas de la Resistencia y allí conoció a François Mitterrand y a Dyonis Mascolo, con quien tuvo un hijo, Jean Mascolo.

Militante del Partido Comunista Francés, que abandonó pronto, Marguerite Duras también fue deportada a Alemania. Pero una vez terminada la guerra se diluyó en la escritura y el alcohol.

Sus primeros relatos aparecieron en la revista Les temps modernes, fueron considerados de tono existencialista pero luego, ya en los años 50, se la calificó como la figura del Nouveau roman.

En 1943 publicó su primera novela, Los impúdicos, a la que siguieron La vida tranquila y su dedicación también al cine como guionista y más tarde como realizadora. Fue guionista de Hiroshima, mon amour, el gran éxito de Alain Resnais, y dirigió India Song y Noche negra en Calcuta.

Toda su obra lleva su carne como nutriente y todo su universo sensitivo, por eso terminó exhausta y con varios comas etílicos. Su escritura depurada hasta el máximo, lírica, muy sintética y llena de música es un sello inconfundible de la autora de El amante de la China del Norte, El amor, Escribir, Los ojos azules pelo negro, El arrebato de Lol V.Stein o Emily L, entre otros títulos. Libros que están todos ellos en la editorial Tusquets, que reedita su obra.

Marguerite Duras pasó los últimos años de su vida, hasta su muerte en 1996, con Yann Andrea, su último amante, compañero, cocinero y chófer, 40 años menor que ella y homosexual. «Todos los hombres son homosexuales en potencia, solo les falta saberlo», escribió Duras.

En la actualidad, la obra completa de esta escritora forma parte del catálogo de la prestigiosa colección de La Pléiade, de Gallimard, donde están los clásicos.

Steinbeck, el cronista de la miseria

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Es curioso que, siendo un gran escritor, como se le reconoció mundialmente con el Premio Nobel de Literatura, Steinbeck nunca cayera simpático a una buena parte de sus conciudadanos, y la publicación de Las uvas de la ira lo convirtió en un proscrito social. «Los insultos de los terratenientes y los banqueros son bastante graves y empieza a asustarme el poder de todo esto», escribió en aquel momento. «La histeria sobre el libro sigue creciendo», dirá más adelante
Es curioso que, siendo un gran escritor, como se le reconoció mundialmente con el Premio Nobel de Literatura, Steinbeck nunca cayera simpático a una buena parte de sus conciudadanos, y la publicación de Las uvas de la ira lo convirtió en un proscrito social. «Los insultos de los terratenientes y los banqueros son bastante graves y empieza a asustarme el poder de todo esto», escribió en aquel momento. «La histeria sobre el libro sigue creciendo», dirá más adelante

La editorial Nórdica recupera la última novela de John Steinbeck, «El invierno de mi desazón», que el escritor estadounidense escribió en 1961, un año antes de ganar el Premio Nobel de Literatura. Casualmente, la editorial El Aleph la publicó por primera vez en español en 2002 también con motivo de otro aniversario redondo, el centenario de su nacimiento. En esta novela, que toma el título de un verso del Ricardo III de Shakespeare, el autor regresó al realismo social que caracterizó algunas de sus obras más célebres, como «De ratones y hombres» y «Las uvas de la ira», ambas adaptadas en varias ocasiones al cine y al teatro.

Steinbeck tuvo una de las vidas más errantes y poco convencionales de los grandes escritores del siglo XX, dedicándose a todo tipo de oficios -de pescador a constructor de maniquíes- mientras trataba de sacar adelante su carrera literaria. Nieto de inmigrantes alemanes, se crió en la localidad californiana de Salinas, donde llevó un estilo de vida rural durante la infancia y la adolescencia. Pasó varios veranos trabajando en granjas, por lo que tuvo contacto con las precarias condiciones de vida de los inmigrantes del sector agrícola, lo que le sirvió para retratar la miseria asociada a la Gran Depresión en sus novelas más importantes. Sin embargo, en «El invierno de mi desazón» Steinbeck pone el foco en el ciudadano estadounidense de clase media y construye una alegoría sobre el papel del dinero en la corrupción de los valores morales en la sociedad moderna.

La narración está protagonizada por Ethan Allen Hawley, empleado y antiguo propietario de una tienda de comestibles que perteneció a su familia y que se ha visto obligado a vender a Marullo, un inmigrante italiano que se ha convertido en su jefe. La novela relata el súbito cambio de valores del protagonista, que se ve tentado por unos proveedores que tratan de sobornarle; por un banquero que quiere convencerle para invertir la herencia de su mujer; y por una de las jóvenes más atractivas del pueblo, que trata de seducirlo.

Retratista de la América de la desigualdad

John Steinbeck nació en Salinas, California, el 27 de febrero de 1902, en el seno de una familia pobre, logró superarse e incluso logró ingresar a la Universidad de Stanford, aunque nuca se graduó.

En 1925, John intentó establecerse en Nueva York y trabajó como escritor “free-lance”, sin embargo fracasó y decidió regresar a California, aunque después de publicar algunas novelas y cuentos, llegó a ser ampliamente conocido por su libro Tortilla Flat (1935).

Desde muy joven John Steinbeck trabajó duramente como albañil, jornalero rural, agrimensor y como empleado de tienda. En la década de 1930, describió la pobreza que acompañó a la depresión económica.

Su primer reconocimiento crítico, lo obtiene con su primera novela en 1935 y su estilo, heredero del naturalismo y cercano al periodismo, estuvo sustentado por una gran emotividad que se veía reflejado a lo largo de sus argumentos y en el simbolismo de las situaciones y personajes que creaba.

Posterior a su primer éxito, John se trasladó a la ficción más grave, que rayaba en lo agresivo por su crítica social, tal y como lo hizo en Lucha incierta (1936), que trata sobre las huelgas de los recogedores de fruta migratorias en las plantaciones de California.

Más tarde, publicó De ratones y hombres (1937), la historia de Lennie, un imbécil gigante, obra que fue llevada a la pantalla grande, y por otra parte, aparecieron una serie de admirables cuentos recogidos en el volumen titulado El Valle Largo (1938).

En 1939, salió a la luz lo que se considera su mejor obra «Las uvas de la ira», una historia que se desarrolla en Oklahoma y habla de unos arrendatarios quienes, incapaces de ganarse la vida de la tierra, se mudan a California donde se convirtieron en trabajadores migratorios.

Steinbeck logra escribir «Las uvas de la ira», a partir de sus artículos periodísticos que escribió acerca de las nuevas oleadas de trabajadores que llegaban a California, hecho que desató polémicas en el ámbito político y en la crítica, donde fue acusado de socialista y perturbador.

El argumento de esta novela narra la migración de familias de Texas y Oklahoma que huían de la sequía y la miseria, en busca de la californiana Tierra Prometida, lo que da cuenta del fuerte componente alegórico y espiritual e interés del autor por los desfavorecidos.

A pesar de haber sido clasificado como sentimentalista, ha sido considerado dentro del realismo naturalista. Otros críticos le adjudicaron el mote de «novelista proletario», por exaltar su postura socialista al hablar de las poblaciones de inmigrantes y los problemas de la clase obrera.

No obstante, las ideas socialistas de Steinbeck estaban vinculadas con la revolución reformista evangélica del siglo XIX más que del marxismo, pues en su prosa no sólo incluyó mensajes humanistas, que eran identificados con el realismo socialista, que ya asomaba en esa época.

De sus últimos años de vida se cuentan obras como East of Eden (1952), El invierno de nuestro descontento (1961), y Viajes con Charley (1962). Aunado a estos libros, Steinbeck redactó un diario de viaje en la que describió sus impresiones durante una gira de tres meses en un camión. John había recorrido cerca de 40 estados de la Unión Americana en 1962.

Liberalismo en aguas pantanosas

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Nacida en Nueva Orleans, Lillian Hellman vivirá el ambiente familiar de la alta burguesía sudista que más tarde retratará implacablemente en la obra teatral The Little Foxes o La Loba (William Wyler, 1941) en su adaptación para la pantalla y donde la autora ajustaba cuentas con su linaje materno
Nacida en Nueva Orleans, Lillian Hellman vivirá el ambiente familiar de la alta burguesía sudista que más tarde retratará implacablemente en la obra teatral The Little Foxes o La Loba (William Wyler, 1941) en su adaptación para la pantalla y donde la autora ajustaba cuentas con su linaje materno

Lillian Hellman, conocida en España sobre todo por «Pentimento», a partir del cual se elaboró la película «Julia», publicó su primera obra teatral, The children´s hour, en 1934.

Luchadora tenaz en tiempos del macartismo, denunció a través de sus obras distintas caras de las injusticias y horrores del tiempo que le tocó vivir. La traducción al castellano de una de sus novelas autobiográficas, La mujer inacabada, relata su experiencia en la España de la Guerra Civil.

Lillian Hellman fue una superviviente de la caza de brujas del macartismo en los años de 1950 a 1954. Fue juzgada y perseguida por sus supuestas actividades antinorteamericanas, acusación a la que contestó con una frase que ha sido citada tantas veces que se ha convertido en tópico: «No puedo ni quiero sacrificar mi conciencia a las exigencias de la moda de este año». Una frase que resume bien el carácter de esta escritora que a través de sus obras y de las luchas que emprendió en distintos frentes legó un ejemplo de integridad.

Lillian Hellman vivió la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, y en su país expresó su rechazo por los abusos del macartismo, su solidaridad con los judíos y las minorías raciales norteamericanas. Sin embargo, en su obra los personajes son seres algo insólitos que no reflejan esta gran inquietud política.

Durante la entrega de los Oscars en 1976 las ovaciones del público no se dirigían a los actores y directores convocados para esa ocasión. Lillian Hellman subió al escenario ante los aplausos que los asistentes le dedicaron, puestos en pie, en señal de aprecio por esta prestigiosa luchadora liberal norteamericana.

Mal conocida en España, Lillian Hellman empezó quizá a captar mayor interés en este país a raíz del estreno de la película Julia, adaptada por Fred Zinneman. Varias de sus obras han sido llevadas al cine. La primera, The chil children’s hour, se adaptó en 1936 con el título These three y luego en una nueva versión con el mismo título en 1962. Ella misma fue autora de algunos guiones cinematográficos, además de doce obras teatrales y tres obras autobiográficas.

Lillian Hellman nació en Nueva Orleans en 1905. A los 19 años encuentra su primer trabajo como lectora en una editorial, la de Horace Liveright, que había dado a conocer a celebridades como William Faulkner, Eugene O’Neill y Sherwood Anderson, entre otros. No le va muy bien.

Más tarde se casa con Arthur Koeber, agente teatral y periodista, de quien se divorcia pocos años después. Para entonces había conocido al escritor Dashiell Hammet, con quien mantuvo unas relaciones que tu tuvieron una gran importancia para la escritora y que se prolongaron hasta la muerte de Hammet en 1961.

Su obra puede parecer pasada de moda actualmente, porque sea excesivamente dramática, en cierto sentido, pero su vida y su personalidad siguen siendo muy atractivas. Su voz era ronca, su piel en estos años lucía muy arrugada, no era una mujer hermosa pero no pasaba desapercibida. Los tres volúmenes de su obra autobiográfica Pentimento, La mujer inacabada y Tiempo de canallas reúnen una larga lista de curiosidades y retratos de personajes de su época que los convierten en importantes documentos.

La relación de Lillían Hellman con España no se limitó a describirla en la ficción de una de sus novelas. En 1931; colaboró con Hemingway y el realizador Joris Ivens en el guión de la película The Spanish Earth (La tierra española). Esta película se realizó para reunir fondos para la causa republicana durante la Guerra, Civil. Esta joven norteamericana llegó a España movida por sus intereses políticos y fue una de las seducidas por las causas que entonces defendió.

Biografía en castellano

«No puedo recortar mi conciencia para ajustarla a la moda de este año», dijo la estadounidense Lillian Hellman al Comité de Actividades Anti-Americanas en 1952, una frase que resume el carácter de esta famosa dramaturga y que recupera un volumen de sus memorias.

Bajo el título «Lillian Hellman. Una mujer con atributos», la editorial Lumen ha reunido dos de los tres libros de memorias de esta mujer, considerada una de las más inteligentes del siglo XX: «Una mujer inacabada» y «Pentimento», en un volumen que ha sido prologado por la guionista y exministra de Cultura Ángeles González Sinde.

González Sinde reivindica la actualidad de una voz «furibunda, divertida, triste, afectuosa, áspera y sutilmente femenina», la de esta mujer, autora de doce obras de teatro y once películas, y compañera sentimental del escritor de novela negra Dashiell Hammet, con el que mantuvo una relación de 31 años.

Nacida en 1905, Lillian Hellman estuvo presente en los conflictos más importantes de su época, como la Guerra Civil española y la resistencia antinazi en Austria y Alemania, la oficialidad soviética…

Hellman fue acusada de comunismo por el senador Joseph McCarthy, un hecho que la obligó a renunciar a su carrera como guionista de Hollywood al negarse a declarar acerca de sus actividades políticas.

Pero antes se había dado a conocer con «La calumnia», una obra de teatro que trata sobre dos profesoras víctimas de la homofobia y que protagonizaron en el cine Audrey Hepburn y Shirley MacLaine. Su fama se consolidó con el drama «La loba», que fue llevado a la gran pantalla con Bette Davis.

Íntima amiga de la también escritora Dorothy Parker, las memorias de esta intelectual recogen su relación con Dashiell Hammet, su amigo «más íntimo y querido» y el hombre «más interesante» que conoció en su vida.

Fue, asegura González Sinde, «una mujer sin domesticar que jamás vivió en cautiverio, aunque tuviera que pagar un precio por ello».

Explica en el prólogo que a pesar de que Hellman y Parker tuvieron mucho éxito, ser mujer y escribir profesionalmente en los años 30 no era frecuente, aunque, dice la exministra, tampoco es algo en lo que se haya avanzado mucho desde entonces ya que «las artes siguen siendo uno de los sectores más reacios a la igualdad».

El secreto de Lillian Hellman fue «trabajar, trabajar y trabajar» de tal forma que aunque «se hundió más de una vez», tuvo el instinto y la inteligencia para recuperarse y volver a sentarse ante la máquina de escribir, señala.

González Sinde confiesa su admiración por esta intelectual y asegura que prologar sus memorias le ha llevado a enfrentarse, casi sin querer, con su propia biografía, cuando su madre le recordó que su padre, el productor, guionista y director de cine José María González Sinde, pudo entrevistar a esta célebre artista.

Don Pío en las entrañas del arte

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Pío Baroja y Nessi nació en San Sebastián, en 1872.  Hermano del pintor y escritor Ricardo Baroja y tío del antropólogo Julio Caro Baroja y del director de cine y guionista Pío Caro Baroja. En su infancia y juventud, llevó una vida itinerante debido a la profesión de su padre, ingeniero de minas, lo que contribuyó a su desarraigo. En 1900 publicó su recopilación de cuentos titulada “Vidas sombrías”, muy bien recibida por Unamuno, Azorín y Perez Galdós. Siempre se declaró partidario de la “novela abierta”, lo que ha contribuido a su mala fama entre los puristas. Pasó sus últimos años en Madrid, donde reunía en su casa una tertulia que frecuentaba el por entonces joven novelista, Camilo José Cela. Murió en Madrid, en 1956
Pío Baroja y Nessi nació en San Sebastián, en 1872. Hermano del pintor y escritor Ricardo Baroja y tío del antropólogo Julio Caro Baroja y del director de cine y guionista Pío Caro Baroja. En su infancia y juventud, llevó una vida itinerante debido a la profesión de su padre, ingeniero de minas, lo que contribuyó a su desarraigo. En 1900 publicó su recopilación de cuentos titulada “Vidas sombrías”, muy bien recibida por Unamuno, Azorín y Perez Galdós. Siempre se declaró partidario de la “novela abierta”, lo que ha contribuido a su mala fama entre los puristas. Pasó sus últimos años en Madrid, donde reunía en su casa una tertulia que frecuentaba el por entonces joven novelista, Camilo José Cela. Murió en Madrid, en 1956

La figura taciturna, de boina calada y barba recortada, con que se recuerda a Pío Baroja asomó por primera vez en 1899 en París, ciudad que nunca dejó de buscar y que jamás logró conquistar, una experiencia que recupera una ruta literaria del Instituto Cervantes.

Inhóspita y atrayente desde el principio, París acogió al escritor vasco durante tres meses, la mitad de la duración prevista en principio por Baroja (1872-1956), que regresó con un billete de vuelta pagado por el Consulado de España en París.

Fue la primera de muchas visitas -no menos de 15- del francófilo Baroja, que consideraba que los escritores de provincia debían salir a Madrid para formarse, y más tarde, emprender camino hacia tierras foráneas.

En París, destino imprescindible de la intelectualidad castiza de principios del siglo pasado, conoció el novelista incipiente a los hermanos Antonio y Manuel Machado y al precursor del Modernismo en poesía, Rubén Darío.

«No sabía bien a qué iba, únicamente a probar fortuna», escribiría años más tarde en sus prolijas memorias un Baroja que situó 27 de sus novelas en la ciudad de Víctor Hugo y de los autores realistas decimonónicos que tanto admiraba.

«Un caso excepcional en la literatura española, poco conocido del gran público», señala el escritor José Manuel Pérez Carrera, autor de la reciente ruta que dedica el Instituto Cervantes de París al autor de «La busca».

Carrera cita «Los últimos románticos» y «Las tragedias grotescas» como ejemplos más significativos del apego de Baroja por una urbe donde jamás consiguió esculpirse un nombre ni abrirse hueco entre los relumbrones de la cultura gala, para su gran desazón.

El itinerario traza la huella de Baroja en lugares como el Café de Flore, al que el literato solo pudo permitirse asistir en sus últimas y más pudientes temporadas en París, el Museo del Louvre, la Sorbona, el restaurante La Closerie des Lilas y el Colegio de España.

En la pinacoteca se entusiasmó con los lienzos de Botticelli, mientras que en la Sorbona dictó ante los estudiantes de español una conferencia sobre las claves de su propia obra que supuso uno de los pocos homenajes que recibió al otro lado de los Pirineos, donde no llegó a frecuentar a los prebostes de las letras galas.

«En la cena en su honor organizada en La Closerie des Lilas se congregaron treinta y tantas personalidades españolas e hispanoamericanas, pero ninguna primera figura francesa», destaca Pérez Carrera.

El desinterés se extiende, según Pérez Carrera, a otros escritores patrios, ya que mientras el cineasta Luis Buñuel, el pintor Pablo Picasso o el músico Joaquín Rodrigo se dan a conocer en París, pocas plumas nacionales lo logran.

Algo debido en parte a su «provincianismo» literario, que les lleva a centrarse en preocupaciones propias de la sociedad española, razona Pérez Carrera, aunque un despechado Baroja argumentará que «los franceses son maestros en vender lo suyo y despreciar e ignorar lo demás».

Tras huir en 1936 de la Guerra Civil, se instaló en el Colegio de España, el lugar de Francia donde más tiempo seguido permaneció y donde coincidió con el escritor Azorín, el filólogo Ramón Menéndez Pidal y el médico Gregorio Marañón.

Cerca de tres años que recoge en el volumen titulado «Aquí París» y en los que vivió acosado por las penurias, al contar únicamente con los trescientos francos que conseguía por un artículo mensual en el diario bonaerense «La Nación».

En sus ratos libres, el asiduo paseante que era Baroja se convirtió en una presencia errante que se detenía con frecuencia en los puestos de libros a orillas del Sena.

Pero si su curiosidad le llevó a atravesar con sus pisadas el mapa completo de la ciudad, el territorio literario del autor queda acotado a la margen izquierda del río.

«Para él, más allá del Sena no había nada. Le interesaba sobre todo el Barrio Latino, porque era muy meticuloso con sus descripciones, y ese era el lugar que realmente conocía», desgrana Carrera.

Y donde, después de su muerte, pueden seguir su pista los lectores contemporáneos.

La pasión y lo ácrata

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Para Preciado, las estructuras tradicionales que organizan la sexualidad desde el poder han quedado obsoletas
Para Preciado, las estructuras tradicionales que organizan la sexualidad desde el poder han quedado obsoletas

La filósofa y activista Beatriz Preciado reedita después su ‘Manifiesto contrasexual’ (Anagrama), un texto incendiario enmarcado en la teoría ‘queer’ en el que desmonta todas las convenciones sociales en cuanto al sexo.

Preciado publicó este manifiesto por primera vez en Francia en el año 2000 y en seguida fue aclamado por la crítica francesa, pero la autora ha reconocido que nunca pensó que ningún editor tuviese el valor de publicar este «delirio», escrito como un panfleto insurgente.

En el libro, Preciado piensa la sexualidad dentro de la historia de las tecnologías, y no de la naturaleza, como se hace tradicionalmente, y lo hace tomando como ejemplo el ‘dildo’, una reproducción en plástico del pene.

Este objeto «innombrable», convertido por el feminismo radical en el último tabú, es la excusa entorno a la que se construye todo el ensayo, que, entre otras cosas, aboga por la abolición de las tradicionales categorías hombre-mujer.

Preciado ha recordado que en todos los hospitales de las democracias occidentales se llevan a cabo prácticas de reasignación sexual a los bebés que no entran en los cánones del «binarismo sexual», unas técnicas de mutilación sexual que no suscitan ningún rechazo social, al contrario de lo que sucede con la ablación del clítoris, ha dicho.

La autora ha aclarado que el suyo no es un manifiesto homosexual, y es que los posicionamientos que ella defiende se sitúan a la izquierda de las minorías, lo que muchas veces le ha valido el rechazo de las feministas o los colectivos homosexuales más integristas dentro de su creciente institucionalización.

Para Preciado, las estructuras tradicionales que organizan la sexualidad desde el poder han quedado obsoletas, –«la familia tradicional hace aguas desde hace tiempo»– pero siguen siendo hegemónicas; sin embargo, Internet se posiciona como la herramienta perfecta para la próxima revolución sexual.

«Internet hoy ya es uno de los órganos sexuales. No tiene género, es multirracial y colectivo», ha destacado Preciado, que asegura que aunque los medios de comunicación convencionales no se hacen eco, la red es un volcán contrasexual a punto de explotar.

Poner en cuestión el matrimonio como forma estructura de filiación y abolir la inscripción de la diferencia sexual en el acta de nacimiento, igual que hoy no se aceptaría una casilla para definir la raza o la religión, serían algunos de los horizontes de esa revolución ‘contrasexual’ que está por venir.

Preciado también es autora de ‘Testo Yonqui’ (Espasa Calpe), ‘Terror anal’ (epílogo a ‘El deseo homosexual’ (Melusina), de Guy Hocquenghem) y ‘Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en ‘Playboy’ durante la guerra fría’, con el que quedó finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2010.

Actualmente enseña historia política del cuerpo y teoría ‘queer’ en la Universidad París VIII y en el Programa de Estudios Independientes del Museu d’Art Contemporani de Barcelona (Macba)

Roa Bastos, el Supremo

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Augusto Roa Bastos, el paraguayo autor de Yo el Supremo (1974), la novela del poder omnímodo y brutal que ha sido la parábola de todos los excesos dictatoriales de Hispanoamérica que a tantos y tantos condenó al silencio o al exilio
Augusto Roa Bastos, el paraguayo autor de Yo el Supremo (1974), la novela del poder omnímodo y brutal que ha sido la parábola de todos los excesos dictatoriales de Hispanoamérica que a tantos y tantos condenó al silencio o al exilio

Uno de lo grandes escritores del ‘boom iberoamericano’, pese a que él no quisiese encuadrarse dentro, fue, sin duda, Augusto Roa Bastos. Centrado en los problemas de Paraguay, la recuperación de la historia y el bilingüísmo, el paraguayo destacó por los detalles en una vida ligada a la literatura.

Roa Bastos nació en Asunción, pero pronto su familia se trasladó a Iturbe. El gusto por la lectura se lo trasmitió su madre, quien le recitaba desde Shakespeare hasta la Biblia. Para completar su formación, sus padres decidieron mandarle de vuelta a la capital y fue allí, con el impulso de su tío, donde comenzó a devorar libros de historia y filosofía, configurándose como escritor.

Joven y despreocupado, se fugó de casa para alistarse en el frente paraguayo de la Guerra del Chaco (1932-1935). En este desempeñó tareas de enfermero y aguatero de las tropas, siendo unos años que supondrían un antes y un después en su vida. Se convirtieron también en el eje de su carrera literaria.

Tras diversos oficios, encontró en el periodismo su trabajo soñado. Ejerció como cronista en ‘El País’ y, más tarde, para ‘BBC’, siendo su primer locutor paraguayo. En plena II Guerra Mundial, consiguió entrevistar a Charles de Gaulle, general de la resistencia francesa, y presenció los juicios de Núremberg.

Tras un intento de golpe de Estado en 1947, la situación política de Paraguay se recrudeció. Roa Bastos fue perseguido y acusado de comunista. Pasó tres meses escondido en la embajada de Brasil hasta que pudo cruzar a Argentina. Allí pasaría más de 30 años de exilio. En 1982, en un breve intento de regresar, fue expulsado de nuevo.

Mientras Paraguay prohibía su literatura, censurándola y tachándola de falsear la realidad, el mundo entero le rendía homenaje. La Sociedad Argentina de Escritores, el premio de los Derechos Humanos, el galardón de la Fundación Pablo Iglesias… pero el reconocimiento más importante de todos fue la concesión del Premio Cervantes en 1989.

Después de más de 50 años de exilio, volvió a instalarse en Asunción en 1996, con la caída de la dictadura de Stroessner. Desde entonces y hasta sus últimos días, escribiría una columna de opinión en el diario Noticias. En 2005 sufrió un accidente doméstico por el que fue trasladado al hospital con un traumatismo craneoencefálico, pero murió cuatro días después. Fue enterrado con honores de jefe de Estado.

Roa Bastos comenzó su carrera literaria muy joven y junto a su madre. Ambos escribieron una obra de teatro cuando el autor contaba con 13 años. Dos años más tarde realizó su primer relato, ‘Lucha hasta el alba’, que no seria publicado hasta 1979.

‘El ruiseñor de la Aurora’ (1944) es uno de los poemarios paraguayos más importantes. Mezclando guaraní y castellano, ambas lenguas oficiales del país, resultó un revulsivo para la poesía iberoamericana de la época. El bilingüismo se convertiría en una de las características más reseñables de Roa Bastos, lo que le acarrearía críticas por parte de las élites sociales.

‘Hijo de hombre’ (1960), un recorrido por la historia reciente de Paraguay, le coloca en el panorama internacional. Tras seis años de silencio, publica la que se considera su obra maestra: ‘Yo el Supremo’. Tomando como protagonista al dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, que gobernó Paraguay desde 1811 hasta 1840, el libro muestra las penalidades del país: racismo, extorsión, persecución y muerte.

Su prosa está bañada de neologismos, deformaciones del lenguaje y juegos léxicos. Entre castellano y guaraní, las costumbres, historias personales y preocupaciones de la población paraguaya se mezclan para hablar de una realidad cruda, sin ficcionar, convirtiendo a Roa Bastos en uno de los escritores que merece la pena leer al menos una vez en la vida.

Rosario Castellanos, el eterno femenino

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Rosario Castellanos transforma en literatura a la realidad de la exclusión (especialmente, la de las mujeres)
Rosario Castellanos transforma en literatura a la realidad de la exclusión (especialmente, la de las mujeres)

Rosario Castellanos fue una mujer hecha a sí misma, una escritora necesaria. Nació un 25 de mayo de 1925 y muy pronto destacó por sus versos. «Tuvo, desde su infancia, una conciencia clara de lo que significaba ser blanca frente a los indios y mujer frente a los hombres», relata Amalia Bautista, poetisa española, en el prólogo de una de sus antologías.

Castellanos nació en Ciudad de México, pero pasó su infancia en la hacienda de sus padres en Comitán (Altos de Chiapas). Esta región congrega la mayor cantidad de población indígena mexicana. A los 22 años se quedó huérfana, sumando la muerte de su hermano años atrás. Estas dos circunstancias la marcaron profundamente. Donó su hacienda y se fue a la capital en busca de una vida mejor.

Se graduó en filosofía y letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que posteriormente ejercería como profesora. Gracias a una beca, cursó estudios de estética en Madrid. Compaginó la docencia con la escritura en el periódico Excélsior, uno de los diarios mexicanos más prestigiosos. Además, trabajó como promotora cultural para el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Guitiérrez y para el Instituto Nacional Indigenista. Castellanos fue nombrada embajadora de México en Jerusalén en 1971.

Aunque le quedaban muchas cosas por contar, su vida se apagó de forma prematura el 7 de agosto de 1974. La escritora estaba en la ducha y salió corriendo a contestar el teléfono, una lámpara se cruzó en su camino y falleció a causa de la descarga eléctrica que atravesó su cuerpo. Sus restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres de Ciudad de México.

Rosario Castellanos escribió once poemarios, tres novelas, ensayos, libros de cuentos, relatos, obras de teatro, textos periodísticos… cultivó múltiples géneros, pero todos ellos con un punto en común: un marcado carácter político y la defensa de los derechos de las mujeres.

A través de obras de teatro como Tablero de damas (1952) y El eterno femenino (publicada póstumamente en 1975), fue reconocida como símbolo del feminismo latinoamericano, al revelarse como una de las iniciadoras de la defensa de los derechos de las mujeres, cita su perfil publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

A decir de la crítica especializada, Castellanos forma parte de un selecto grupo de escritoras mexicanas del siglo XX que incursionaron en diferentes géneros literarios, desde poesía, narrativa, teatro y ensayo, hasta textos periodísticos.

Todas sus obras se consideran autobiográficas, en mayor o menor medida. Su fallido matrimonio con el filósofo Ricardo Guerra, las infidelidades de este, sus diversos abortos y depresiones configuran el tema angular de sus escritos.

‘Balún Canán’ (1957) es su obra más conocida. Supuso una gran innovación en las letras iberoamericanas, ya que fue uno de los primeros casos de feminismo literario. Narra, a través de una niña sin identificar, la muerte de su hermano y su desamparo en un mundo controlado por hombres blancos.

‘Ciudad Real’, publicado en 1960, se define en la portada como ‘cuentos sobre la opresión a las culturas indígenas’. En él presenta las costumbres de diferentes tribus, así como las diversos ofensas que tienen que soportar estas minorías. El libro descubre los antecedentes del levantamiento zapatista de 1994.

Entre los temas que ahondó en su obra destacan la inadaptación del espíritu femenino en un mundo dominado por los hombres, la sumisión a la que se vio obligada desde la infancia por el hecho de ser mujer y la melancolía meditabunda. En Lívida luz (1960), la autora revela sus preocupaciones derivadas de la condición femenina en una sociedad machista.

Uno de sus últimos documentos publicados es ‘Mujer que sabe latín’ (1973). Haciendo un gran manejo de la ironía, Castellanos proclama: «La mujer no está preparada ni interesada en el pensamiento». La autora no lo hace como una crítica, sino como una llamada de atención sobre la mujer, que durante siglos y siglos ha sido, y es, juzgada por cómo va vestida, cómo trabaja o cómo actúa.

Rosario Castellanos fue necesaria y continua siéndolo. Una escritora que, pese a una vida llena de luces y sombras, trató de iluminar el camino de las mujeres hacia la concienciación de si mismas en pro de una mayor libertad.

Zorba, el macedonio

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Giorgis Zorbas, en 1918
Giorgis Zorbas, en 1918

Mucho se ha discutido en Grecia y Macedonia sobre el denominación definitiva de la exrepública yugoslava y sobre la herencia cultural de Alejando Magno. Pocos saben, en cambio, que ambos países comparten la herencia de otro personaje de fama mundial: Zorba el Griego.

En su novela «Vida y aventuras de Alexis Zorbas» (1946), llevada a la gran pantalla por Michael Cacoyannis y protagonizada por Anthony Quinn, el escritor griego Nikos Kazantzakis se inspiró en un personaje real, su íntimo amigo Georgios Zorbas.

Las paradojas de la vida quieren que la tumba de Georgios se encuentre en Skopje, la capital de la Antigua República Yugoslava de Macedonia, que vive en disputa constante con Grecia sobre su nombre definitivo.

Según explica el historiador local Danilo Kocevski, Zorbas, quien hasta su muerte en 1941 pasó las últimas dos décadas de su vida en Skopje, era un hombre al que le gustaba la buena vida, conocedor de los mejores restaurantes y bares de la capital.

Zorbas tenía la concesión para la explotación de varias minas en Drachevo y Zelenikovo, poblaciones cercanas a Skopje, donde se instaló en 1922 con su hija Ekaterina, que entonces tenía 10 años.

Desde su nuevo hogar en el entonces Reino de Yugoslavia, Zorbas se carteó con regularidad con Kazantzakis, quien con lo que le iba relatando su amigo sobre su nueva vida y sobre la atmósfera de la ciudad, escribió la novela que dos décadas más tarde serviría de inspiración para la producción de Hollywood.

Casi más famosa que la película acabaría siendo la música de este filme, compuesta por Mikis Theodorakis, que convirtió este tema en una especie de segundo himno de Grecia.

Ahora Theodorakis se ha transformado en estandarte del nacionalismo griego en lo que afecta a esta cuestión, al rechazar visceralmente toda solución que incluya la palabra Macedonia.

En una reciente manifestación multitudinaria celebrada en Atenas en la que fue el orador principal, el compositor, de 92 años, sostuvo que toda concesión a la ARYM supondría una cesión de soberanía nacional griega, y afirmó que con el uso del término Macedonia, el país vecino persigue ampliar sus fronteras en detrimento de Grecia.

En el cementerio principal de Skopje Butel, en la fila 17, línea 3, número 23 no se mueve ni una sola hoja. Nada demuestra que bajo el mármol yace uno de los hombres más alegres de Skopje, cuyo recuerdo podría relajar las tensiones políticas entre Grecia y Macedonia, al menos por un momento.

Seguramente Georgios Zorbas nunca soñó que acabaría convirtiéndose en uno de los griegos más famosos del mundo y que yacería en una tierra cuyo nombre disputa su Grecia natal.

Gracias a su nieto Vangel, fruto del matrimonio de su hija Ekaterina con Nikola Jada, el mundo conoce el rostro verdadero de Zorba, pues es el único que conservó una foto del abuelo y la colocó en su tumba.

Tras los muchos años de disputa entre los dos países a cuenta del nombre, muchos en Skopje creen que con los años se han cerrado incluso los vínculos culturales entre ambas naciones.

No así el escritor Vladimir Martinovski, de la Facultad de Filología de Skopje, quien sostiene que Georgios Zorbas podría convertirse en un elemento que, si se utiliza adecuadamente, podría estrechar nuevamente los lazos. «El personaje de Zorba no genera nacionalismos. Brilla por su cosmopolitismo, que es lo que realmente se necesita en este momento entre nuestros países», dice Martinovski .

El sirtaki de Zorba todavía tiene millones de adeptos en todo el mundo, pero nunca se ha tocado para ambas naciones al mismo tiempo.

En el Ministerio de Cultura de Macedonia hay una iniciativa para llevar a cabo proyectos que puedan acercar a artesanos, músicos y trabajadores culturales de Grecia y Macedonia.

«Sin duda hay muchas personalidades, incluido Zorba, que contribuyeron a la construcción de la identidad cultural de la región de los Balcanes y de nuestros países. Podríamos construir puentes usando sus logros», dicen desde el Ministerio de Cultura.

Desde que la ARYM proclamó su independencia en 1991, Grecia rechaza que use su nombre constitucional, República de Macedonia, con el argumento de que ese calificativo forma parte de la herencia cultural helena y por temor a que el país vecino pueda plantear reclamaciones territoriales en la región homónima en el norte de Grecia.

Por ese motivo, mantiene bloqueado el acceso de Macedonia a la Unión Europea y la OTAN.