literatura sudamericana

La bella flagelada de América

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Juana de Ibarbourou fue una mujer transgresora para la época porque ninguna mujer había escrito sobre el amor con la libertad con que lo hace ella. Es la primera que nombra su cuerpo, sus pechos, su piel, todos los elementos que hacen a la erótica
Juana de Ibarbourou fue una mujer transgresora para la época porque ninguna mujer había escrito sobre el amor con la libertad con que lo hace ella. Es la primera que nombra su cuerpo, sus pechos, su piel, todos los elementos que hacen a la erótica

La poeta uruguaya Juana de Ibarbourou fue una mujer “transgresora” en la literatura latinoamericana, con una obra que se vio marcada por la violencia de género, las drogas y un amor prohibido, según desvela el libro Al encuentro de las Tres Marías, del escritor Diego Fischer.

La “Juana de América”, como la bautizaron los universitarios y hombres de letras de Uruguay en 1929, es una de las principales figuras literarias de este país y adquiere una nueva dimensión con la biografía novelada de Fischer, que fue presentada hoy en Montevideo.

“Fue transgresora en el verso, fue transgresora en su forma de vivir y de dirigirse a un mundo literario dominado por hombres”, explica el autor en una entrevista sobre la mujer que fue primer Premio Nacional de Literatura de Uruguay, en 1959.

Al encuentro de las Tres Marías. Juana de Ibarbourou, más allá del mito (Editorial Santillana), recorre la trayectoria de esta poetisa, que nació en la villa de Melo el 8 de marzo de 1892, y murió el 15 de julio de 1979, en medio de una dictadura que le rindió honras fúnebres de ministro de Estado, pese a que ella siempre se opuso al oropel de los militares.

“Siempre le pido a los míos que cuando me muera, dejen a un lado las vanidades y me entierren simplemente en tierra, lo más a flor de tierra posible”, había dicho la poetisa en una carta al escritor español Miguel de Unamuno, uno de los primeros en alabar su ingenio.

Juana de Ibarbourou fue aplaudida por escritores nacionales, como Carlos Reyles y Juan Zorrilla de San Martín, y foráneos, como el chileno Pablo Neruda o los españoles Unamuno, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Salvador de Madariaga y Federico García Lorca.

Cuando apenas empezaba con su primer poemario, Juana “le escribe a Unamuno, pero no sólo le escribe. Le envía tres libros y le pide que se los haga llegar a (Antonio) Machado y a Juan Ramón Jiménez. Tenía muy claro a dónde quería llegar”, asevera Fischer.

“Los principales admiradores de la poesía de Ibarbourou eran hombres. El nombramiento como “Juana de América” en el Palacio Legislativo parte de los estudiantes y al acto asisten los intelectuales más prominentes de la época”, dice Fischer.

De Ibarbourou se apellidaba en realidad Fernández Morales, pero tomó ese apellido de su marido, un militar, por quien sintió una gran pasión en los primeros años de matrimonio, que la reflejó en Las lenguas de diamante, su primer poemario, pero que se transformó después en tristeza y dolor.

Fischer recuerda que el gran éxito editorial de ese primer libro fue proporcional al escándalo que produjeron en la sociedad montevideana y porteña sus imágenes sobre el amor carnal y las figuras de los amantes.

“Ella habla del amor y de hacer el amor. Afirmaba que tanto sufre por una pasión el cuerpo como el alma. Esto suponía una evidente transgresión para una mujer, casada con un militar en 1919”, explica Fischer.

Su fama se extendió rápidamente y a ello ayudó su extremada belleza, que “supo manejar para lograr ser una poetisa consagrada” sin rozar los límites que le impuso un matrimonio infeliz, en el que el marido, como después el hijo, llegó a la violencia física.

Pero no todo es luminoso en esta biografía novelada. Se describe también la adicción por la morfina y otros narcóticos, de una mujer desesperada, con un matrimonio señalado por la indiferencia y con un hijo ludópata que se convertiría en una pesadilla.

Juana y Federico
Juana y Federico

El libro de Fischer se basa en una carta de Ibarbourou a la que tuvo acceso hace quince años en la que también se relata la pasión que la volvió a embargar cuando tenía 59 años y su belleza comenzaba a marchitarse.

“Fue su gran amor. Así lo dice también en sus versos”, señala Fischer sobre la relación que la poetisa mantuvo, ya muerto su esposo, con el médico argentino Eduardo de Robertis, de 38 años, apenas mayor que su hijo Julio César.

“En los años cincuenta, esa relación, siendo ella quien era, una mujer reconocida mundialmente, no podía ser aceptada pero, la cuenta en sus versos, sobre todo en Mensaje del escriba, donde el setenta por ciento de los versos está dedicado a él”, dice Fischer.

El escritor afirma que De Robertis logró apartarla de la droga, pero después, la tiranía de su hijo y la pérdida de ese postrer amor la volvieron a encadenar a una adicción, que, según ella, le permitía subir a “las tres Marías”, en referencia a las estrellas de la constelación de Orión, y evadir la adversidad, aunque fuera sólo unos instantes.

Mistral, palabra y volcán

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Gabriela Mistral y Doris Dana
Gabriela Mistral y Doris Dana

El libro «Niña Errante», un epistolario íntimo entre la poeta Gabriela Mistral y su asistente estadounidense Doris Dana, ha desatado nuevamente el debate sobre la sexualidad de la Premio Nobel de Literatura 1945.

Tras la muerte de Dana, en noviembre de 2006, su sobrina y heredera, Doris Atkinson, donó al Gobierno chileno el legado literario de Mistral, de más de 40.000 documentos, para que sea custodiado por la Biblioteca Nacional, incluidas las 250 cartas escogidas por Zegers para la publicación.

Dana conoció a Gabriela en 1946, cuando la chilena colaboró con ella en la publicación de un libro sobre Thomas Mann. La primera carta incluida en el libro data de 1948 y la última de 1956.

«Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí», escribió Mistral a Dana el 22 de abril de 1949.

En la misma fecha responde Dana, que fue la albacea de la poeta a la muerte de ésta, en abril de 1957: «Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que éstos, viento y lluvia, puedan abrazarte y besarte para mí».

«Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún», escribió Mistral en una libreta, en la que precisa: «lo subterráneo es lo que no digo. Pero te lo doy cuando te miro y te toco sin mirarte».

Dana responde que quiere conocer esas «cosas subterráneas», que ha dado a Mistral «la prueba de su confianza» y que ha pasado «siglos» buscándola.

Hay en ellas, en sus cartas, «un cruce de intensas personalidades cargadas de emotividad y pasión. De admiración y de orgullo, de velos y entreveros, de felicidad y de angustia», según Zegers.

«El lector me va a decir, ‘no me vengan con cuentos, si eso está claro’, pero yo dejo abierta la posibilidad de cualquier especulación y, más que especulación, dejo abierta la puerta hacia la verdad», señala el recopilador de las cartas.

Zegers opina que a lo largo de las cartas Gabriela Mistral «se va integrando al mundo, se convierte en un ser de carne y hueso».

El mundo literario y académico chileno reaccionó de inmediato. Para Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura 2004, se trata de «una correspondencia de mucha fuerza literaria y emoción. Me atrevería a calificarlas (las cartas) de poesía en prosa».

«Muestran una relación que podría considerarse bastante tórrida, pero planteada con dignidad» cuentaUribe, para quien «no hay que escandalizarse» por una relación que fue más que una amistad.

En cambio, la socióloga Sonia Montecinos sintió pudor y cuestionó que del enorme legado de la poeta se hayan seleccionado estas cartas, «en un contexto chileno, anegado de voyeurismo y fisgoneo, de goce perverso por los cominillos de la farándula, un libro como éste puede entenderse como parte de una cultura que busca solazarse con lo íntimo», opina.

Para Jaime Quezada, presidente de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral, se trata «un amor pleno, una amistad mayúscula (…) que ayudará a desmoronar algunos mitos y fábulas, sobre todo en un país donde la leyenda nunca dejó en paz a Gabriela».

«Ahora la poeta queda en su sitio, como quien supo amar a alguien más, sea éste un hombre o una mujer», afirmó Quezada, mientras el, académico y ensayista Grinor Rojo opinó que el tipo de relación entre ambas importa poco.

Rojo, autor de ‘Dirán que está en la gloria’, una biografía de la poeta (1889-1957), considera posible que ambas mantuvieran una relación de pareja, «pero eso no cambia mayormente nada sobre la interpretación sobre su obra».

«Me preocuparía si complejizara su poesía, si le diera un vuelco a la lectura que estamos haciendo de su poesía. Y me parece que eso no pasa. En cuanto a la imagen pública, me tiene enteramente sin cuidado», concluyó.

Sin miedo a perder

Hacen falta más mujeres con el carácter y temperamento de Gabriela Mistral. Una mujer sincera a la que no le daba miedo amar, pero tampoco perder.

Esta poetisa nació el 7 de abril de 1889 en una pequeña región de Chile a la que, años más tarde, rendiría culto en numerosos versos. Sus poemas son el reflejo de una vida que desde pequeña empezó de forma brusca. El abandono de su padre a los cuatro años sumió a su familia en la pobreza y definió a la pequeña Gabriela Mistral. En ese entonces todavía no se hacía llamar así, su verdadero nombre es Lucila de María pero Gabriela Mistral es su pseudónimo y el nombre con el que todos la conocieron.

Era una joven muy tímida pero cuando escribía se sentía libre de desordenar la sintaxis, de desrealizar la realidad o de vivificar lo inanimado. En su juventud descubrió que poseía un don con los niños y en la tarea de educar así que fue, durante muchos años, profesora en distintas escuelas.

Fervorosa creyente de la Biblia pensaba que sus pies de mujer solo estaban seguros en «este suelo cristiano» pero a Gabriela Mistral la sacudió otra tragedia. El suicidio de Romelio Ureta, su primer gran amor al que dedicó largos poemas, en concreto ‘Sonetos de muerte’. Gracias a estos sonetos adquirió popularidad nacional y en 1921 su éxito se catapultó a nivel mundial.

En 1924 viajó a Estados Unidos y continuo su viaje por Europa, en ambos casos se dedicaba a dar conferencias y reuniones sobre la educación. Participó en proyectos de reforma educacional en México y hasta construyeron un colegio en su honor por su ayuda en la organización. En ese entonces ya había escrito una parte de ‘Desolación’, considerada su primera obra maestra.

Cuando viajó a España se encontró con la crueldad de la Guerra Civil. Esta experiencia se quedó grabada en su retina y años más tarde, tras dedicar el libro ‘Tala’ a los niños vascos, víctimas de la guerra, donó todo el dinero recaudado a instituciones de albergue de la zona devastada.

En España conoció al joven Pablo Neruda y caminó junto a él por la senda del modernismo. Otra de sus grandes influencias fue Rubén Darío, con el que compartió el gusto por el simbolismo del color en el que acentuaba diferentes matices vivenciales y exaltaba una experiencia. Podemos encontrar ejemplos en poemarios como ‘Ternura’ o ‘Mis libros’. En cualquier creación poética Mistral utilizó siempre de manera magistral los recursos lingüísticos como el epíteto, la metáfora gráfica, la antítesis o la hipérbole.

Gabriela Mistral fue una adelantada a su tiempo. Es la primera y única mujer iberoamericana en ganar el premio Nobel de Literatura. Lo ganó en 1945 y con solo cuatro libros publicados.

El hecho de ser pacifista, libertaria y feminista le causó problemas. Luchó por los Derechos Humanos, el voto de la mujer y la igualdad con el hombre y pidió al sector femenino que se instruyera para no ser considerada objeto de la sociedad. Defendió en el lenguaje el uso de indigenismos y asumió como bandera de lucha el mestizaje. Por eso, y por muchas cosas más, Gabriela Mistral sigue siendo ejemplo de honestidad, de espíritu social y de humanismo.

Cinco muecas de excelencia en castellano

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Isabel Allende piensa que "la literatura ha cambiado, ya nadie escribe esos libros barrocos, llenos de adjetivos, con frases eternas. La literatura es mucho más urbana, menos politizada, está influida por el cine, por la tecnología, por las drogas y por este mundo globalizado en que vivimos. Pero hay gente que está escribiendo muy bien"
Isabel Allende piensa que «la literatura ha cambiado, ya nadie escribe esos libros barrocos, llenos de adjetivos, con frases eternas. La literatura es mucho más urbana, menos politizada, está influida por el cine, por la tecnología, por las drogas y por este mundo globalizado en que vivimos. Pero hay gente que está escribiendo muy bien»

Pueblos ligados a una larga estirpe familiar, vidas cruzadas a ambos lados del Atlántico, crecer bajo el yugo de la disciplina, espíritus que hablan del pasado y del futuro o el choque entre la realidad y los recuerdos son algunas de las temáticas de las novelas insignes de la literatura iberoamericana, clásicos que trascenderán durante siglos.

No se puede hablar de novela en lengua castellana sin mencionar a alguno de los mejores narradores de todos los tiempos, como son el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas LLosa, la chilena Isabel Allende o el mexicano Juan Rulfo.

Cien años de soledad

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Así, de forma magistral, comienza la historia de los Buendía, una estirpe eterna, todos con los mismos nombres, vinculados a un territorio único, Macondo, escenario mítico salido de la pluma del colombiano Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

Macondo es uno de los lugares más visitados del mundo, a pesar de no existir. Esta tierra de guerras infinitas, que tiene lejos el mar y en donde llueve sangre, es el escenario de ‘Cien años de soledad’, la obra más característica del realismo mágico iberoamericano.

En Macondo las mujeres más bellas ascienden a los cielos, mariposas sobrevuelan las cabezas de la gente, jóvenes dolidas comen cal de las paredes y una caravana de gitanos regresa siempre para descubrir el hielo, los imanes o la misma vida a unos personajes redondos, a los que amar, admirar u odiar.

Leer ‘Cien años de soledad’ es conocer Colombia y, mientras, a uno mismo. Es esta una de esas obras que explican la más cruda de las realidades a través de la más loca de las fantasías.

Rayuela

«¿Encontraría a la Maga?». Así comienza ‘Rayuela’, la obra insigne del escritor argentino Julio Cortázar, una novela que alcanza una complejidad tal que existen diversas maneras de leerla, algunas de ellas recogidas por el propio Cortazar al inicio del libro.

Si bien cualquier intento de resumir ‘Rayuela’ sería absolutamente infructuoso, podemos apuntar que esta ‘antinovela’ está contada en dos partes, divididas por el espacio, que no por el tiempo.

En primer lugar, Cortázar narra la historia de su protagonista, Horacio Quiroga, «del lado de allá», en París. La segunda parte de la novela acontece, sin embargo, «del lado de acá», en Argentina. Por su excepcionalidad y la necesaria implicación del lector, que se convierte en un sujeto más de la novela, esta es una obra imprescindible de la literatura universal.

La ciudad y los perros

«-Cuatro -dijo el Jaguar». Es el Jaguar uno de los personajes principales de la aclamada obra ‘La ciudad y los perros’ del Premio Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa.

En esta novela, en la que se puede ver lo peor de la condición humana, Vargas Llosa narra el desarrollo de unos jóvenes en un colegio militar, donde son sometidos a una férrea disciplina, a actos violentos y a humillaciones, episodios que moldean de forma definitiva su carácter.

Una novela crítica con la vida militar y la disciplina castrense en la que la alienación lleva la batuta de la historia. Tras esta dura realidad, un halo de esperanza: algunos cadetes siguen adelante y es esta dura situación la que les obliga a sacar la fortaleza que solo algunos llevan dentro.

La casa de los espíritus

«Barrabás llegó a la familia por vía marítima, anotó la niña Clara con su delicada caligrafía». Clara seguirá apuntando en sus ‘libros de escribir la vida’ todo lo que acontece a la familia Trueba-Del Valle, en la que, al contrario que en el caso de los Buendías, los nombres no pueden repetirse porque crean confusión en la narración, según narra su escritora, una de las novelistas más leídas del mundo, la chilena Isabel Allende.

La realidad y la magia se entremezclan en una obra con personajes redondos, algunos más oníricos que otros, que se ven involucrados en uno de los episodios más cruentos de la historia chilena, el golpe de estado de Augusto Pinochet.

Clara, Blanca y Alba; abuela, madre e hija, son las protagonistas de una historia magnífica, en la que se suceden las maldiciones y donde los espíritus campan a sus anchas, creando incluso la estructura de una casa según sus necesidades. Un relato profundamente humano y esperanzador que es, en su esencia, la historia de todas las familias del mundo.

Pedro Páramo

«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo». Así comienza la historia de Juan Preciado, el protagonista hijo de Pedro Páramo, pero que lleva el apellido de su madre, Dolores Preciado, quien le pide en su lecho de muerte que vaya a buscar a su padre y a recuperar lo que le pertenece. Comala nace de la pluma del gran autor mexicano Juan Rulfo.

Cantaba Sabina que «en Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Y así fue. Lejos del Edén de juventud que le relataba su madre, Juan descubre un pueblo lleno de muerte, en el que el pasado, el presente y el futuro se solapan, donde encontrará un padre cruel, todo ello enmarcado en la Revolución Mexicana.

La complejidad de ‘Pedro Páramo’ se deriva de que no cuenta con una línea temporal, sino una construcción confusa que permite su lectura de varias formas. Una novela profunda que acerca al lector a la ‘vida’ tras la muerte.

El eco inagotable de Huidobro

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El poeta Juan Larrea y Vicente Huidobro
El poeta Juan Larrea y Vicente Huidobro

 «Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata», aseguró en una de sus obras el poeta chileno Vicente Huidobro, considerado uno de los mayores exponentes del verso iberoamericano, a la altura de Gabriela Mistral y Pablo Neruda.

Huidobro nació el 10 de enero de 1893 en Santiago de Chile y en el seno de una familia aristócrata que le permitió acercarse al arte y la política desde la infancia. De niño estudió en un colegio de la capital chilena, donde comenzó a escribir sus primeros versos a la edad de 12 años.

A los 18 años publicó su primer libro de poemas, ‘Ecos del alma’, una obra de corte más bien modernista. Durante esta época también fundó varias revistas literarias, como pueden ser ‘Azul’ o ‘Musa joven’.

En 1914, quizás por su gusto por las vanguardias europeas, decide trasladarse a París donde se dedica a escribir y a colaborar con diferentes publicaciones y revistas, así como a acercarse más a las tendencias poéticas del Viejo Continente. De esta época es su obra ‘Pagodas ocultas’.

Durante su estancia en Europa también visitó Madrid y realizó estudios de Psicología, Biología, Astrología y Alquimia. Aún en Francia lanzó la publicación ‘Creación. Revista Internacional de Arte’, un importante hito en las revistas sobre artes.

Frente a vanguardias como el simbolismo, el estilo de Huidobro se encuadra en el creacionismo, una corriente literaria basada en entender que la función de las palabras y la poesía es trasmitir belleza y sugerir imágenes, por encima de su significado. En ‘Manifiesto’ el poeta chileno expone todas sus teorías con respecto a este estilo.

Estas ideas fueron expandidas por el propio autor durante su estancia en Europa, donde coincidió con otros grandes intelectuales de su época.

En 1931 el chileno publicó la que sería su obra maestra: ‘Altazor o el viaje en paracaídas’. Esta obra es el máximo exponente del creacionismo y está compuesta por siete cantos. Huidobro dedicó años a la creación de este poemario. Un año después el poeta regresó a Chile.

Huidobro poseía un claro sentimiento comunista, de manera que, tras el estallido de la Guerra Civil española, en 1936, asistió al Congreso de escritores antifascistas y combatió con el bando republicano. También se vio inmerso en la Segunda Guerra Mundial, contienda en la que estuvo presente en eventos históricos como la caída de Berlín como corresponsal de guerra.

Tras su participación en ambas guerras, volvió definitivamente a Chile en 1946. Un año después, con tan solo 53 años, sufrió un derrame cerebral, probablemente como consecuencia de sus heridas de guerra. Finalmente Vicente Huidobro falleció el 2 de enero de 1948, a los 54 años, siendo considerado uno de los mejores poetas iberoamericanos.

Según los deseos del propio autor fue enterrado en una colina con vistas al mar, bajo un epitafio que reza: «Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba. Al fondo de esta tumba se ve el mar».

La primera plana de García Márquez

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García Márquez empezó publicando retruécanos barrocos de una lírica muy inspirada en poemas breves que han sido olvidados por los posteriores lectores de su obra. Esto quizá porque el propio autor pasó pronto al cuento como género casi confundido con la crónica o la memoria personal y a la postre, abono de su novelística
García Márquez empezó publicando retruécanos barrocos de una lírica muy inspirada en poemas breves que han sido olvidados por los posteriores lectores de su obra. Esto quizá porque el propio autor pasó pronto al cuento como género casi confundido con la crónica o la memoria personal y a la postre, abono de su novelística

La literatura latinoamericana no se puede concebir sin el gran aporte de novelas como ‘Cien Años de Soledad’ o ‘Crónica de una muerte anunciada’, obras maestras del escritor colombiano y periodista de vocación Gabriel García Márquez.

Aunque en una y otra obra las temáticas y el estilo de elaboración son diferentes, encuentran su similitud en la forma en la que autor se aproximaba a la realidad, la que él consideraba, era la verdadera esencia del periodista.

«En mi caso son las mismas: tanto para la literatura como para la política y para el periodismo. Entonces yo considero que mi primera y única vocación es el periodismo», decía el autor, según lo recuerda la Secretaría de Cultura federal.

Así lo afirmó desde temprana edad y al oficio se dedicó como reportero en los diarios colombianos ‘El Universal’ y ‘El Heraldo’, siendo a su vez corresponsal en París y Nueva York, antes de entregarse por completo a la creación literaria, camino inaugurado con la novela breve ‘La hojarasca’, en 1955.

En esta historia figura por primera vez el mítico pueblo de Macondo, recreado en la mente del autor y que también fue escenario del éxito mundial ‘Cien años de soledad’.

En 1961 publicó ‘El Coronel no tiene quien le escriba’, un año después reunió algunos cuentos bajo el título de ‘Los funerales de Mamá Grande’ y luego la novela ‘La mala hora’.

Hacia la década de los 60, fijó su residencia en México y en una ocasión de viaje hacia Acapulco con su esposa Mercedes y sus dos hijos, García Márquez contó que, como una revelación, encontró el tono que necesitaba para contar la gran novela que tenía pendiente desde los 18 años.

«El tono era contarlo como contaba las cosas mi abuela. Porque yo recuerdo que mi abuela contaba las cosas más fantásticas, y lo contaba en un tono tan natural, tan sencillo, que era completamente convincente. Y entonces llegué a Acapulco. Regresé y me senté a escribir ‘Cien años de soledad'», señaló en repetidas ocasiones.

El éxito le llegó al escritor a los 40 años de edad, tras la publicación en 1967 de la obra por la que posteriormente recibió el Premio Novel de Literatura en 1982 y que fue considerada por Pablo Neruda como «la mejor novela que se ha escrito en castellano después del El Quijote».

Esta y otras de sus novelas e historias cortas se inscriben en el «Boom» de la literatura hispanoamericana, donde combinó elementos fantásticos y de la realidad para generar un mundo de abundante imaginación que refleja la vida y conflictos de lo cotidiano.

Después vinieron otros libros como ‘El otoño del patriarca’, en 1975, que constituiría la novela preferida del escritor, los cuentos ‘La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada’ (1977) y ‘Crónica de una muerte anunciada’ (1981), considerada por muchos como su segunda obra maestra.

El legado literario del colombiano incluye también los títulos ‘El amor en los tiempos del cólera’, de 1987; ‘El general en su laberinto’, de 1989; ‘Doce cuentos peregrinos’ de 1992; ‘Del amor y otros demonios’ de 1994, y ‘Noticia de un secuestro’, de 1997.

Su actividad literaria culminó en el 2004 con la novela ‘Memoria de mis putas tristes’, que causó gran conmoción al abordar un romance entre un hombre de 90 años y una adolescente.

Hacia 2005, el escritor señaló en una entrevista que se tomaba un año sabático y que no había escrito «una sola línea», en cambio había descubierto el placer de quedarse en la cama leyendo.

Nueve años después, el 17 de abril de 2014, Gabriel García Márquez falleció en su casa de la Ciudad de México. Fue despedido con un Homenaje en el Palacio de Bellas Artes, que se pintó de ‘Cien años de soledad’, vallenatos y mariposas amarillas.

De la intensidad al dulce abismo

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Alfonsina Storni, no sólo fue la poetisa que se suicidó en el mar, fue una mujer dispuesta a todo, tal como el significado de su nombre lo indica: a amar, a luchar para salir adelante, a ser quien quería sin importar lo que digan los demás, a defender el lugar de la mujer, a hacer y expresar lo que sentía sin límites
Alfonsina Storni, no sólo fue la poetisa que se suicidó en el mar, fue una mujer dispuesta a todo, tal como el significado de su nombre lo indica: a amar, a luchar para salir adelante, a ser quien quería sin importar lo que digan los demás, a defender el lugar de la mujer, a hacer y expresar lo que sentía sin límites

Considerada una de las poetas argentinas más importantes del siglo XX, Alfonsina Storni, un ser frágil y fuerte a la vez, con una vida intensa y apasionada, decidió irse sumergiendo en el mar un 25 de octubre de 1938. Un libro con sus poemas, ilustrado por Antonia Santolaya, pone al día su obra.

Con prólogo de Clara Sánchez, «Alfonsina Storni, las grandes mujeres» es un pequeño volumen, editado por Nórdicas, que se convierte en una doble obra de arte; por un lado, los poemas de Storni, la poeta argentina de origen suizo nacida en 1892, y por otro los dibujos y pinturas de Antonia Santolaya (Ribafrecha, La Rioja, 1966), plagados de fuerza y color.

Y es que, según explica Santolaya, el color lo lleva, lo tiene dentro Storni en su «vivir intenso. No por hablar de muerte debe hablarse en blanco y negro; hay mucha vida en ella incluso cuando habla de muerte», advierte.

La poesía de Alfonsina Storni es «tierna y delicada, pero rocosa, como si uno tuviera que arañarse las manos y las rodillas hasta coger flores y esos cardos y los besos de los que habla», dice la escritora Clara Sánchez, en el prólogo.

Alfonsina Storni forma parte del club de las poetas suicidas, de esas mujeres cuya experiencia límite, dura e intensa, roja y negra a la vez, fue regalada a la vida con palabras hermosas alimentadas por sus heridas, en un mundo muchas veces adverso y machista.

Storni, gran defensora del universo femenino y activista por la igualdad, añadió su nombre al de Virginia Woolf, Silvia Plath o Alejandra Pizarnik, escritoras que no vieron la luz al final del túnel; como ella, que una noche envuelta en un manto se entregó al mar oscuro y frío, un mar al que la poeta siempre había cantado azul.

Tres años antes de su muerte, a Storni le diagnosticaron cáncer de mama y le tuvieron que extirpar un pecho, una enfermedad que le provocó un gran desánimo, al igual que el golpe que para ella supusieron los suicidios del cuentista uruguayo Horacio Quiroga y de su hija, y la del escritor argentino Leopoldo Lugones, como recuerda Clara Sánchez en el libro.

Pero la forma en la que Storni puso fin a su sufrimiento creó leyenda y una de las canciones más bellas y más interpretadas de la historia, «Alfonsina y el mar», compuesta por Ariel Ramírez y Félix Luna y que siempre irá unida a la voz de Mercedes Sosa.

«Por la blanca arena que lame el mar, su pequeña huella no vuelve más (…) Te vas, Alfonsina, con tu soledad, qué poemas nuevos fuiste a buscar…», reza la canción.

Storni nació en Suiza, pero a los cuatro años marchó con sus padres a Argentina. Se inició en el mundo del teatro, después estudió para ser maestra de escuela y dio clases de Arte Dramático. Madre soltera desde muy joven, luchó contra los prejuicios y los convencionalismos de la época.

Su poesía comenzó siendo romántica hasta convertirse en un símbolo del modernismo y la vanguardia, con una palabra llena de belleza y verdad, porque su vida era su material, su barro a moldear.

Una vida que deja muy expuesta en sus poemas, como recuerda Santolaya. «Tenía otra imagen de esta poeta, pero la he leído tanto, he convivido tanto con sus poemas que he hecho un trabajo simbiótico total y me he sentido más bien una actriz».

«He leído y releído sus poemas y no salgo de mi asombro al ver cómo escribe tan descarnadamente -dice- y sin escudos, cómo se expone al mundo mostrando toda su fragilidad. Y así he ido entendiendo su atrevimiento y cómo en algunos de sus poemas deja entender la incomprensión de su época y la del hombre de ese tiempo, fuera de su sensibilidad», añade la pintora.

«Yo llevo las manos brotadas de rosas/ pero están libando tantas mariposas/ que cuando secas se acaben mis rosas, ay, me secaré», escribe Storni.

«En realidad, lo que le ocurre a Alfonsina Storni es lo que nos sucede a todos: ¿quién no tiene que sobrevivir y al mismo tiempo soñar?, ¿quién no es equilibrado y a la vez hace locuras?, ¿quién no piensa en la muerte y juega con ella un poco?», concluye en el libro Clara Sánchez.

El flanco izquierdo de Neruda

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A diferencia de otros exponentes de la izquierda chilena, como Salvador Allende, Neruda nunca tuvo públicamente una crítica política hacia la URSS
A diferencia de otros exponentes de la izquierda chilena, como Salvador Allende, Neruda nunca tuvo públicamente una crítica política hacia la URSS

Mientras en Rusia los bolcheviques tomaban el Palacio de Invierno de Petrogrado, Ricardo Neftalí Reyes —quien pasó a la posteridad con el nombre de Pablo Neruda— tenía apenas 13 años y estaba publicando sus primeros artículos en prensa. Entre sus lecturas se encontraban, sin embargo, «los grandes novelistas rusos del siglo XIX y principios del XX», explica Mario Amorós, autor de la biografía ‘Neruda: el príncipe de los poetas’.

Sin embargo, su acercamiento a los ideales de 1917 demoró un poco más. En su juventud, Neruda (1904-1973) cultivó una simpatía por los anarquistas y tuvo una época de poesía «más bien existencialista» hacia fines de los años 20. Más entrado en la madurez, cuando fue destinado como cónsul de Chile en Madrid en 1935, se acercó a círculos vinculados con el comunismo.

«Por ser diplomático no podía aparecer públicamente como comunista, pero fue amigo de grandes poetas de esa ideología en España, como Rafael Alberti. Su propia compañera del momento Delia del Carril, era comunista», recuerda Amorós.

El paso de Neruda por España en momentos de la Guerra Civil (1936-1939) se verá plasmado en su obra poética, especialmente la resistencia de la República, «a la que la Unión Soviética ayudó».

Es más evidente la emoción que provocó en el chileno «la resistencia heroica de Stalingrado ante la agresión nazi contra la URSS», que llevó a «una serie de discursos y poemas muy interesantes», cuenta su biógrafo.

«Es algo muy impactante: pensemos en el mundo de aquel tiempo, pensemos en el impacto de la resistencia de los soviéticos ante millones de soldados enviados por Hitler para destruir su patria y cómo eso impresionó muchísimo a Neruda y al mundo», apunta Amorós en referencia al ‘Nuevo canto de amor a Stalingrado’.

La fascinación hacia Rusia no es unidireccional. Ya terminada la guerra, Neruda entabló una amistad con Ilya Ehrenburg, quien tradujo al idioma de Pushkin los poemas del chileno y los recopiló en una antología publicada en 1949.

Para ese entonces, Neruda ya militaba abiertamente en filas del Partido Comunista de Chile y hasta consiguió un escaño en el Senado por esa fuerza. Luego, por sus ideas debió partir al exilio, escapando a caballo por la cordillera.

«Viajó por primera vez a la URSS como un gran poeta comunista de América y como tal lo hizo prácticamente cada año. Tuvo distintas fases en su relación con la URSS: desde un encantamiento inicial hasta una decepción cuando se conoce el informe de Kruschev al [XX Congreso del] Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, que no cambia su compromiso político inalterable pero sí su poesía», explica Amorós.

La exaltación al socialismo en el Este de Europa se volvió menor, pero en definitiva «siempre fue un defensor de la URSS», agrega el autor. En ‘Las uvas y el viento’ (1954), Neruda realizó «un gran canto a los países socialistas; a la reconstrucción de un mundo que la agresión nazifascista dejó en ruinas».

«Él cree que hay una nueva era para la humanidad en ese renacer de las sociedades socialistas después del gigantesco esfuerzo de la guerra, pero viene lo que el mundo conoce en el año 56: la dimensión de los años de Stalin, lo que fue un golpe para muchos comunistas en el mundo», explica Amorós.

A diferencia de otros exponentes de la izquierda chilena, como Salvador Allende, Neruda «nunca tuvo públicamente una crítica política hacia la URSS», pero «tampoco se lo podía permitir porque era un símbolo del Partido Comunista en Chile».

La obra del chileno no estaba circunscrita a ámbitos cerrados de intelectuales, sino que el gran público los leía. Millones de personas leyeron los ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ o el ‘Canto general’.

«Yo creo que todo eso ayudó a que muchas personas se hicieran comunistas y a que la URSS tuviera una imagen positiva en muchas personas», concluye Amorós.

Talentos y afectos convergentes

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Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges en Mar del Plata
Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges en Mar del Plata

La profunda admiración que se profesaban Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo queda relatada en ‘Diálogo con Borges’, una obra que la escritora argentina escribió en 1960 y que ahora se publica reeditada con textos e imágenes inéditas, que se adentran en la amistad que unió a estas dos figuras clave de la literatura argentina.

«En muchos de los textos reunidos aquí, ambos, con una extraña fascinación se prestan voluntariamente al juego y al esfuerzo de determinar, en su recorrido personal, lo que los une, su pertenencia histórica, cultural y geográfica; emociones de la infancia,…», asegura Odile Felgine, quien escribe la introducción de esta obra.

Textos, cartas y fotos de Borges y Ocampo permiten descubrir al lector el profundo respeto que se guardaban ambos escritores, a pesar de los malentendidos y de que, en muchos aspectos, sus opiniones eran divergentes.

«Las cartas de Borges a Victoria, impregnadas de una constante gratitud, de humor, son la marca de su admiración recíproca, a pesar de los malentendidos. (…) Borges suministra varios relatos breves y concisos sobre su familia. Mientras que Victoria, en su misiva, se revela fogosa, pragmática», confiesa Felgine.

Ocampo destaca el tono irónico que acostumbraba a utilizar Borges y confiesa su profunda admiración por la literatura del autor del ‘Aleph’, al mimo tiempo que se adentra en su infancia y en sus primeros coqueteos con la literatura, conformando un minucioso relato de la personalidad y el carácter del argentino más universal.

Charles Dickens, Robert Louis Stevenson o Edgar Allan Poe son algunos de los escritores con los que Borges se inició en la que siempre fue su gran pasión: la literatura. De hecho, según revela esta obra, el autor del Aleph escribió su primer relato con tan solo seis años.

Admiración mutua

«¿Qué voy a poder decirle a Victoria? ¡A Victoria Ocampo!», dice con inquietud el joven a su madre Leonor un día antes de ir a almorzar con la escritora, donde comprobó que «naturalmente conversaron mucho».

Victoria lo describe como «un muchacho de veinticinco años con una cierta timidez en la marcha, en la voz, en el apretón de manos y en sus ojos de vidente o de médium».

Los dos tienen mucho  en común: Han nacido en el mismo barrio de Buenos Aires, a algunas cuadras de distancia. Los dos han sido educados por institutrices europeas, una inglesa, en el caso de Borges y una francesa y otra inglesa, en el caso de Victoria (…)los dos han viajado y vivido en Europa.

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges

En muchos de los textos reunidos aquí, ambos, con una extraña fascinación se prestan voluntariamente al juego y al esfuerzo de determinar, en su recorrido personal, lo que los une, su pertenencia histórica, cultural y geográfica; emociones de la infancia, recuerdos de los inicios de Sur.

Aunque sus opiniones sobre la literatura y la vida divergen, sus caracteres también, ambos se respetan y para Borges, su participación en Sur lo hará conocido en el extranjero.

«`El Diálogo`, las cartas de Borges a Victoria, impregnadas de una constante gratitud, de humor, son la marca de su admiración recíproca, a pesar de los malentendidos. (…) Borges suministra varios relatos breves y concisos sobre su familia. Mientras que Victoria, en su misiva, se revela fogosa, pragmática», desliza.

Ocampo escribe: «La ironía de Borges actuaba sobre mí como el limón sobre la ostra abierta» (…) y repasa el itinerario literario del escritor, comenzando con un cuento titulado «El río fatal» que escribió a los 6 años y repasa datos conocidos como sus lecturas de niño (Dickens, Stevenson, Kipling, Bulwer-Lytton, Mark Twain, Edgar Allan Poe), su aprendizaje del alemán con un libro de poemas de Heine, ayudado solo por un diccionario alemán-inglés.

En su relato, Victoria cuenta que el primer número de Sur incluyó un artículo de Borges sobre «El coronel Ascasubi» y en el segundo una nota acerca de Martín Fierro.

Y habla de la relación de su hermana Silvina y de Adolfo Bioy Casares, con Borges: «En 1941, los tres cómplices publicaron una Antología poética argentina. Cómplices porque yo los encuentro ahí un poco arbitrarios. Y ellos pensarán la misma cosa sobre mí».

Muy al pasar, Ocampo menciona a Perón («un oscuro coronel»), sin nombrarlo, y recuerda que cuando Borges fue designado director de la Biblioteca Nacional, su vista ya lo había traicionado. «De esta ciudad de libros hizo dueños/ A unos ojos sin luz, que solo pueden/ leer en las bibliotecas de los sueños (…).

En el volumen hay una larga entrevista que Victoria le hace a Borges, salpicada por fotos que ilustran los temas tratados, relativos a la infancia, la génesis creativa del escritor, los ancestros, sus padres y su hermana Norah, entre otros.

En su momento Manuel Mujica Láinez dijo: «Es como si los diversos personajes que en el libro figuran y los dos conversadores fuesen contemporáneos entre sí, y estuviesen situados, simultáneamente, en un aire, más allá de los días, que convoca para la historia, en pie de igualdad, a seres cuyas existencias y cuyos pensamientos se vinculan con lo profundo del alma humana».

– ¿Qué es lo que atrae en figuras como el orillero y el compadrito?, pregunta Victoria.

– Me atrae lo que Evaristo Carriego llamaba `el culto del coraje`. Pienso que esos orilleros eran pobre gente que, para justificarse de algún modo, crearon lo que yo llamé alguna vez `la secta del cuchillo y del coraje`. Del coraje desinteresado, se entiende, contesta el escritor.

Más adelante, ella le pregunta por Adrogué: «Descríbame un poco ese lugar donde han veraneado tantos años». Y él recuerda aquel «perdido y tranquilo laberinto de quintas, plazas de calles que convergían y divergían, de jarrones de mampostería y de quintas con verjas de fierro».

Borges coincide con Victoria en que algunas palabras no existen en otros idiomas porque la gente que los habla no ha sentido necesidad de inventarlas (…). En cambio, tenemos en inglés o en escocés la palabra `uncanny` y en alemán la palabra análoga `unheimlich` porque esa gente ha sentido la presencia de algo de sobrenatural y maligno a la vez (…) si a un idioma le falta una palabra es porque le falta un concepto o, mejor dicho, un sentimiento».

Entre las cartas reunidas en el texto figuran cuatro escritas por Borges a Victoria; y otras firmadas por Georgie y Leonor, su madre.

«Mi gratitud por el amparo de este manto, que me deparó la transitoria ilusión de participar de su esplendor, querida Victoria» (29 de marzo, Mar del Plata, día de lluvia) le escribe Georgie con una caligrafía vacilante, en lo que parece ser un agradecimiento por un trozo de género con el que se guarnecieron de la lluvia él y Bioy.

Victoria Ocampo
Victoria Ocampo

Para el final, se transcribe el emblemático texto de despedida, que escribió Borges, a la muerte de Victoria.

«Yo sólo le debo favores. Favores hechos de la manera más delicada posible», escribe Borges y recuerda que le debe a Victoria su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional.

«Yo le dije a Victoria. `¡Que disparate, me queda grande el cargo!¡Si pudieran nombrarme director de la Biblioteca de Lomas de Zamora, sería suficiente!`. Y ella me dijo:`¡No seas idiota!`. Y consiguió aquello, que era un cargo mucho más importante».

«Siempre nos tratamos de usted. Además ella era mayor que yo, nunca me hubiera atrevido a tutearla. Soportó la crítica y la incomprensión muchas veces, pero no creo que le doliera. Era muy valiente. (…) Es imposible definirla con una sola palabra. La mejor forma de definirla es decir Victoria Ocampo», la honra su amigo.

Wilms Montt, pantalones para un alma desnuda

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“Soy Teresa Wilms Montt… y aunque nací cien años antes que tú, mi vida no fue tan distinta a la tuya. Yo también tuve el privilegio de ser mujer. Es difícil ser mujer en este mundo. Tú lo sabes mejor que nadie. Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida. Destilé mujer. Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo. Cuando me dieron la espalda, yo di la cara. Cuando me dejaron sola, di compañía. Cuando quisieron matarme, di vida. Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad. Cuando me amaban sin amor, yo di más amor. Cuando trataron de callarme, grité. Cuando me golpearon, contesté. Fui crucificada, muerta y sepultada por mi familia y la sociedad. Nací cien años antes que tú y sin embargo te veo igual a mí. Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas”.
“Soy Teresa Wilms Montt… y aunque nací cien años antes que tú, mi vida no fue tan distinta a la tuya. Yo también tuve el privilegio de ser mujer. Es difícil ser mujer en este mundo. Tú lo sabes mejor que nadie. Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida. Destilé mujer. Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú y sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas”.

Mujer en un mundo donde es difícil serlo. Apasionada, anarquista, con ganas de vivir y de pelear, Teresa Wilms Montt fue una adelantada a su tiempo. Una escritora «no apta para señoritas» que «destilaba mujer».

Nació el 8 de septiembre de 1893, siendo la segunda de siete hermanas. Sus padres, pertenecientes a la aristocracia chilena, encargaron su educación a estrictas institutrices. Así, las formaron siguiendo las normas de la época: dominar el protocolo de las élites sociales para encontrar un buen marido.

Wilms Montt, sin embargo, no se sentía cómoda rodeada de lujos ni de grandes banquetes. Su espíritu rebelde la empujó a leer y aprender idiomas. A los 17 años, en contra de la voluntad de su familia, se casó con un funcionario con el que tuvo dos hijas.

Intentando buscarse a sí misma, los siguientes años los pasó entre Iquique, Valdivia y otras muchas ciudades. Fue en esta época cuando comenzó a escribir con más asiduidad, publicando sus primeros trabajos bajo el pseudónimo de ‘Tebac’.

El alcoholismo de su marido y una aventura amorosa de ella finalizaron con su matrimonio. La escritora, sin un trabajo fijo, no se pudo hacer cargo de sus hijas, por lo que se fueron a vivir con su padre. Este, sin embargo, la ponía multitud de trabas cada vez que quería verlas, lo que siempre le causó una profunda tristeza.

Forzada a internarse en un convento para corregir su vida, la situación extrema la llevó a intentar suicidarse en 1916. Ayudada por el poeta Vicente Huidobro, escapó de allí y se dirigió a Buenos Aires, donde crecería como persona y como mujer.

De la mano de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges descubrió el intelectualismo bonaerense y los pantalones femeninos, prenda que desde entonces consideraría imprescindible.

El destino quiso que uno de sus amantes se suicidara delante de ella. Sintiéndose culpable, huyó y se integró en la Cruz Roja para ayudar a los heridos de la I Guerra Mundial.

Finalizada la contienda, se instaló en Madrid. Allí conoció a Ramón Gómez de la Serna y a Ramón María del Valle-Inclán, quienes la recomendaron publicar en España. Después de años de viajes, encontró su residencia en París, ciudad de la que se enamoró.

Tras un periodo de convivencia junto a sus hijas, no pudo superar que volvieran a Chile. Temblando y llena de miedo, tomó una gran dosis de ansiolíticos. Tildado por algunos como un nuevo intento de suicidio, la vida de Wilms Montt llegó a su fin el 24 de diciembre de 1921, a la edad de 28 años.

Teresa Wilms Montt dejó solamente seis libros publicados, desde 1917 hasta el póstumo de 1922. La chilena desnudó su alma en cada uno de ellos, teniendo a la muerte y al erotismo como punto central, aderezado con dolor e inocencia.

‘Inquietudes sentimentales’ (1917) fue su primer título. Es un conjunto de cincuenta poemas con rasgos surrealistas que gozó de un éxito arrollador entre los círculos intelectuales. Lo mismo ocurrió con su segunda obra, ‘Los tres cantos’ (1917), donde exploró lo espiritual.

Al trasladarse a Madrid, en 1918 publicó ‘En la quietud del mármol’ y ‘Anuarí’. La primera es una elegía de tono lírico sobre el amor y el sufrimiento. ‘Anuarí’, en cambio, es un homenaje a su amante muerto.

Al regresar a Buenos Aires en 1919 lanzó su quinto libro titulado ‘Cuentos para hombres que todavía son niños’. Mediante una narración fantástica, evoca su infancia e intimidad.

‘Lo que no se ha dicho’ (1922) configura su última obra, publicada de forma póstuma. Son sus diarios, escritos íntegramente en francés, donde dejó plasmado su espíritu, su creatividad y sus ansias de mujer. «Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había», plasmó en la última página.