literatura
Poetas que elevaron el Cante Jondo

En el primer tercio del siglo XX empezó a correr un nuevo aire para el flamenco, un arte que salió entonces de la marginalidad y alcanzó consideración cultural de la mano de los integrantes de la Generación del 27, de un poeta como Miguel Hernández y de un artista polifacético como Edgar Neville.
Así lo ha explica Manuel Bernal Romero, profesor de Literatura, estudioso de los poetas del 27 y especialista en flamenco, quien en su libro «La Generación del 27 y el flamenco» (Renacimiento) explica el proceso por el que los artistas flamencos abandonaron los cafés cantantes, las ventas, los prostíbulos y las fiestas de los señoritos para adquirir consideración cultural.
Estos poetas «han influido mucho en el flamenco moderno, en el cante jondo como ellos lo denominaban, y de manera determinante en su concepción actual como expresión cultural», según Bernal Romero, autor de otros tres ensayos sobre la Generación del 27.
A esa lista de artistas y poetas como Lorca, Alberti y Fernando Villalón, añade Bernal al polifacético escritor Edgar Neville –director de la película «Duende y misterio del flamenco»– y al compositor Manuel de Falla, a quien dedica un detallado capítulo con motivo de la organización del Concurso del Cante Jondo de Granada en junio de 1922.
«Antes del 27, el flamenco era una música marginal, ajena a cualquier vínculo intelectual o literario», ha insistido el profesor al señalar las excepciones de Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío y los Machado y la desconsideración del resto de escritores e intelectuales, desde Unamuno a Eugenio d’Ors, quienes sostenían que el flamenco nada aportaba a la cultura española.
«Esa es la mirada que varían los poetas del 27, que llevan al flamenco al momento en que se encuentra hoy», a pesar de que, salvo Miguel Hernández, ninguno de ellos escribió para el flamenco.
En este punto Bernal ha asegurado que aunque muchos cantaores digan cantar a Lorca lo que hacen es cantar versiones de sus poemas, que ni tienen el ritmo flamenco ni fueron escritos para ser cantados.
Como ejemplo ha puesto «Poema del cante jondo» que, pese a su título, contiene poemas «incantables» que están «más próximos a la vanguardia que a la poesía popular», y libro del que ha aclarado que si el poeta granadino lo dedica al cantaor Manuel Torre lo hace muchos años después de haberlo escrito, ya que los poemas estaban pensados y escritos antes de conocer al mítico cantaor.
Bernal ha señalado que incluso Fernando Villalón, ganadero esotérico y personaje inclasificable, efectuó el camino inverso al incorporar algunas letras flamencas a sus poemas, pero que tampoco escribió expresamente para los cantaores.
«Villalón y Lorca trataron de definir en su poesía qué es el cante, pero con poemas difícilmente cantables», ha insistido.
De Lorca ha añadido que «aunque ahora no sea políticamente correcto decirlo, no es ningún flamencólogo», y que en la organización del Concurso de 1922 «actuó al dictado de Falla», hombre tímido y discreto cuya personalidad contrastaba con la simpatía y brillantez del poeta granadino.
A diferencia de Lorca, «que llegó al flamenco de oídas», «Villalón es el que hizo una poesía más flamenca».
El profesor ha puesto el Concurso del Cante Jondo de Granada en 1922 como un ejemplo de que el debate entre el purismo o cante jondo y lo comercial o considerado desechable por los puristas ha existido siempre, ya que a aquel certamen pudo concurrir todo artista que quisiera con una sola condición, que no fuese profesional.
El ensayo de Bernal revisa la relación de los poetas citados con cantaores como Manuel Torre, Chacón, La Niña de los Peines, Caracol y la Argentinita, cuya relación sentimental con el torero Ignacio Sánchez Mejías, otro polifacético inclasificable que también hizo de promotor de espectáculos flamencos, «iba a marcar alguno de los hitos que uniría a los creadores del 27 con el flamenco».
Beckett, o cómo trascender de la palabra

El poeta, novelista y dramaturgo irlandés Samuel Beckett supo representar a la perfección el teatro del absurdo y por su escritura, que renovó las formas de la novela y el drama, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura 1969.
El autor de la obra de teatro «Esperando a Godot» nació en un suburbio de Dublín, el 13 de abril de 1906, en el seno de una familia de clase media anglo-irlandesa.
De acuerdo con su biografía publicada en el portal de Internet de la Enciclopedia Británica, en 1923, tras estudiar en una escuela protestante de clase media, ingresó al Trinity College de Dublín, donde se títuló en Lenguas romances.
En 1928 se desempeñó como lector de inglés en el École Normale Supérieure de París, donde conoció al autor de la controvertida y moderna novela «Ulises», el escritor irlandés James Joyce.
Tiempo después, regresó a Irlanda para ocupar un puesto como profesor de francés en el Trinity College, pero renunció en diciembre de 1931 para embarcarse en un período de viajes por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia.
Decidió establecerse en Paris, Francia, en 1937, donde su estatus de ciudadano de una nación neutral le permitió permanecer ahí incluso después de la ocupación de los alemanes a Francia durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45).
Beckett decidió unirse a un grupo de resistencia clandestina en 1941 y un año después los miembros de su grupo fueron capturados por la Gestapo, obligándolo a esconderse en la zona no ocupada de Francia, donde se desempeñó como agricultor.
Al terminar la guerra, se entregó de lleno a la escritura con la trilogía «Molloy», «Malone muere» y «El innombrable», aunque utilizó indistintamente el francés e inglés como lenguas literarias; a partir de 1945 la mayor parte de sus obras las escribió en francés.
El éxito que tuvo «Molloy» dio pie a la publicación de otras obras, sin embargo con la que ganó gran fama internacional fue «Esperando a Godot», una puesta en escena que estrenó en el Teatro Babylone de París, Francia.
Ésta es considera su obra maestra, en ella narra la historia de dos vagabundos, Vladimir y Estragón, quienes esperan un día tras otro a un tal Godot.
El portal web «biografiasyvidas.com» destaca que Beckett rompió las técnicas tradicionales dramáticas de su época, creando una nueva estética con el llamado «anti-teatro» o «teatro del absurdo».
En 1961 recibió, junto a Jorge Luis Borgues, el Premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de Editores, y en 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Beckett también destacó en los medios de comunicación con obras radiofónicas como «Words and Music», «Cascando» y «All That Fall», donde combinó la música, el sonido y el habla, así como con su creación para televisión «Eh Joe», en la que aprovechó al máximo la capacidad de las cámaras.
En 1986 fue diagnosticado con enfisema pulmonar, por lo que se trasladó a una clínica de reposo pequeña, «Le Tiers Temps», donde vivió en un cuarto equipado, escribiendo su último trabajo, el poema «What is the word».
Finalmente, Samuel Beckett murió el 22 de diciembre de 1989 en París, metrópoli a la que él bautizó como «ciudad casera»; su cuerpo yace en el cementerio de Montparnasse.
Cine y música
La cámara persigue a un hombre, cuya famosa figura con su sombrero, va deambulando por una habitación para huir del objetivo. Es Buster Keaton en «Film», película dirigida por Samuel Beckett quien por esta obra ganó un premio en el Festival de Venecia en los años sesenta.
La producción audiovisual de Beckett fue realizada en cine, radio y televisión, teatro filmado e incluso su colaboración con el compositor norteamericano Morton Feldman para quien realizó el libreto de la ópera «Neither».
Beckett empezó a trabajar con lo audiovisual y en cartas tempranas habla de irse a Rusia y colaborar con Eisestein, poco después conoció a James Joyce y trabajó con él como secretario, desviándose hacia la escritura, pero se le quedó la idea de lo visual. La obra audiovisual de Beckett es intentar llegar más allá de lo que había realizado con la palabra y en esta muestra intentamos explorar ese territorio que hay entre lo escrito y lo visual.
Una gran boca en primer plano comienza a realizar un frenético monólogo que inunda el espacio. La pieza se titula «Not I», una obra que supervisó el propio Beckket para la BBC. La protagonista es la actriz predilecta de Beckett, Billie Whitellaw.
Lo alemán es más fuerte que lo suizo

El escritor suizo Hermann Hesse es recordado por haber sido premio Nobel en 1946, amén de autor de obras cumbre de la literatura en alemán del siglo XX como ‘El lobo estepario’ y ‘Siddhartha’.
Nacido en Calw (Alemania) en 1877 y con nacionalidad suiza desde 1924, Hesse murió en Montagnola (Suiza) el 9 de agosto de 1962 dejando un legado literario convertido en ‘best seller’ mundial, con 140 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, de los cuales solo una sexta parte corresponde a las ediciones en alemán.
Junto a Thomas Mann y Stefan Zweig, es el autor de lengua alemana más leído hoy en día en el mundo y uno de los dos únicos autores suizos, junto a Carl Spitteler, galardonados con el Nobel.
Pese a este reconocimiento mundial y pese a que Hesse vivió las últimas cuatro décadas de su vida en Tesino (sur de Suiza) -donde escribió ‘El lobo estepario’, ‘Siddhartha’, ‘Narciso y Goldmundo’ y ‘El juego de los abalorios’-, los helvéticos viven con cierta distancia a un autor que ven como alemán.
La cuna del escritor
De hecho, es su Calw natal (Bade-Wurtemberg) el lugar que se conoce como ‘la cuna de Herman Hesse’, pese a que el escritor solo vivió en esta ciudad, en distintas etapas, durante diecisiete años.
En Calw hay plazas y calles que llevan su nombre y, para conmemorar que ha pasado medio siglo desde su muerte, numerosos bancos públicos de la localidad lucen citas famosas del escritor: «La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla», o «Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia».
Incluso hay un ‘Café Montagnola’ que recuerda el amor que Hesse tuvo por el que fue su hogar y lugar de inspiración en Suiza.
Olvido del ‘zucchino’
Frente a eso, en el Tesino hay casi un olvido total de Hesse, hasta el punto de que el jardín de la Casa Rossa, lugar de inspiración del escritor para ‘El juego de los abalorios’, está amenazado por un proyecto inmobiliario frente al que no han podido hacer nada legalmente por el momento varias peticiones ciudadanas.
Hesse era un ‘zucchino’ -el apelativo que los locales dan a los que llegan del norte- y le costó mucho tiempo ser aceptado.
No fue hasta unas semanas antes de su muerte y 15 años después de recibir el Nobel de Literatura (que no acudió a recoger) cuando Hesse recibió el reconocimiento de «ciudadano de honor».
Tampoco hay mucho rastro de él en Basilea (norte de Suiza), a donde la familia de Hesse se trasladó cuando él tenía cuatro años para que su padre siguiera con su apostolado de misionero protestante.
Hesse regresó a Alemania para estudiar, pero decidió volver a Basilea cuando tenía 22 años, tras abandonar varias escuelas, una tentativa de suicidio y dos estancias en clínicas psiquiátricas. En Basilea fue aprendiz de mecánico y trabajó en varias librerías, al tiempo que comenzó a escribir para varias revistas y frecuentar los círculos culturales, donde conoció a su primera esposa, la fotógrafa Mia Bernoulli, nueve años mayor que él.
Se casaron en 1904 y ese mismo año Hesse se dio a conocer en el mundo literario gracias a ‘Peter Camenzind’, tras lo cual la pareja volvió a Alemania, a orillas del lago Constanza, y tuvo tres hijos.
De la crisis personal al fenómeno global póstumo
Hesse admitió que la vida casera le resultaba opresiva y se embarcó en varios viajes al extranjero para alejarse de la familia, con la que regresó en 1912 a Suiza para instalarse en Berna. Allí el escritor trabajó para la embajada alemana, desde la que, años después, prestaría ayuda a prisioneros de la I Guerra Mundial.
Durante la primera gran guerra, coincidiendo con la muerte de su padre en 1916, Hesse volvió a sufrir una grave crisis emocional y comenzó a someterse a sesiones de psicoanálisis para hacer frente a a la inevitable ruptura de su familia en 1919.
Se separó de Bernoulli y volvió a casarse dos veces, la última de ellas con Nina Dolbin, con quien vivió en la Casa Rossa sus últimos años de vida, en los que su creatividad literaria declinó.
En esos años, se refugió en la pintura, inicialmente como terapia, para convertirse en una auténtica pasión, creando una importante obra pictórica de unas 3.000 acuarelas que recrean los colores y la belleza del Tesino, su «patria chica».
Su gran éxito literario fue póstumo, ya que sus obras pasaron a ser un fenómeno global a raíz de la guerra de Vietnam, cuando los movimientos pacifistas reivindicaron sus trabajos y sus libros se convirtieron en símbolos del ‘Flower Power’, con su mezcla de pacifismo, filosofía asiática y desorientación existencial.
Los cuentistas drogados

A lo largo de la historia artistas y escritores han buscado en las drogas experiencias personales o inspiración para sus obras, pero también hay otras dependencias involuntarias. Ahora doce escritores dejan su testimonio literario sobre sus adicciones al sexo, la coca, el alcohol o los orfidales.
«Opio», «Cocaína», «Morfina», «Marihuana», «MDM», «Talidomida», «Lorazepam», «Alcohol», «Tabaco», «Tripi», «base», «Sexo» son los doce capítulos escritos por otros tantos escritores españoles y latinoamericanos en esta antología de cuentos, que bajo el título de «Drogadictos», publica Demipage.
Así, entre la realidad y la ficción, porque no se sabe si les ha ocurrido a ellos o a otros, como es el caso de Lara Moreno, cuando habla de cómo una niña en una familia muy relajada toma opio para calmar el dolor de una quemadura, el libro dedica un capitulo a cada autor.
El escritor mexicano Carlos Velázquez, que ya habló de su amor a la cocaína en «El karma de vivir al norte», ahora viaja a Lima para buscar la mejor coca y darse un banquete de 13 gramos en cuatro días.
«Tenía la nariz taponada por tanto golpe de polvo seco. Pero eso jamás detiene a un cocainómano; nada lo detiene cuando está en pleno romance con la cocaína. Ni su madre, ni sus hijos ni su pareja», escribe Velázquez
Sara Mesa reclama más morfina para evitar el sufrimiento de un paciente que ya ha superado su cupo, y el «mono» del enfermo se convierte también en el suyo. Juan Bonilla mete la droga MDMA en un ático en Barcelona que supuso un viaje de iniciación imposible repetir.
El argentino Mario Bellatín narra en primera persona las consecuencias de la ingesta de talidomida por parte su madre durante el embarazo. Algo por lo que llegaron a dar en la República Federal de Alemania el calificativo oficial de ser «mutante».
Y el escritor José Ovejero cierra el libro con una gran confesión pública, que le sirve de «desahogo», y no es otra que la adicción que tuvo al sexo. Algo por lo que pasó y no había contado hasta la fecha.
«Termino aquí. Desalentado. Más triste de como empecé a escribir esta historia. Es difícil mirar el propio pasado sin que las propias miserias tiñan el resto. No, quizá no sirva de nada compartirlo con los demás. No cambia absolutamente nada. Así que esto es todo. Repito: esto es todo. No voy a volver hablar de esto nunca. Mi vida, a partir de ahora, es cosa mía…» concluye Ovejero.
Pero en estas páginas también están Juan Gracia Armendariz, que habla de la marihuana; Javier Irazoki que lo hace del tabaco y el colombiano Andrés Felipe Solano del alcohol.
Además Marta Sanz toma orfidal para su relato «Lorazepam» y contar las consecuencias de tomar este ansiolítico.»Yo escucho ‘Orfidal’ y veo orquídeas negras y blancas, orquidal, orquitis, testículos abultados, proteínas pura…», escribe.
El escritor peruano Richard Parra ficciona sobre la pasta base, conocida como la droga de los más pobres. Y finalmente el viaje del Tripi sirve de literatura para el escritor asturiano Manuel Astur.
El libro cuenta con unas ilustraciones que son verdaderas pinturas sobre el tema hechas por Jean-Francois Martín, colaborador habitual de New York Times, Le Monde, The Guardian o the Washington Post
«No se trata aquí de hacer un repaso de las conexiones entre el proceso creativo y el uso de productos psicoactivos. Que cada cual desencadene su creatividad o su locura como bien entienda», escriben los editores, David Villanueva y Manuel Guedan en el libro.
«Quizá podríamos decir que en esta reunión de magníficos escritores que os proponemos, cada uno representa literariamente las drogas o las consecuencias de su uso a través de sus palabras», explican los editores en un prólogo con el título «Las doce drogas del calendario».
Las doce de la zona estrogenada

Todas ellas hicieron historia, casi todas, incluso, se han convertido en mitos, y las doce fueron mujeres que contribuyeron a formar la conciencia femenina, desde culturas, sensibilidades, profesiones y ambientes sociales muy diferentes. Y desde luego, todas lucharon por tener “su propia vida y proyecto”.
La lista la conforman doce, son todas las que están, pero no están todas las que son, pues la lista sería entonces muchísimo más larga y la edición de un libro se encuentra, entre otras, con la limitación del número de páginas.
El libro se titula “La pasión de ser mujer” (Ed. Circe) y sus autoras son dos mujeres, Eugenia Tusquets y Susana Frouchtmann, que han logrado meterse en la piel de las doce biografiadas con el principal propósito de humanizarlas.
Con el fin “de penetrar sin pudor en sus vidas y descubrir algunas de sus experiencias, en ocasiones desconocidas, en otras, distorsionadas por la historia oficial”, escribe la primera de ellas en el prólogo.
Después de elaborar listas y listas de posibles candidatas, Tusquets y Frouchtmann se decidieron por Hedy Lamarr, madame De Staël, María Callas, Emilia Pardo Bazán, Virginia Wolf, Raquel Meller, Eleanor Roosevelt, Remedios Varo, Hannah Arendt, Mercè Rodoreda, Anaïs Nin y Teresa de Ávila.
“En muchos casos -destaca Eugenia Tusquets– la imagen de estas mujeres nos ha llegado distorsionada“. De ahí que hayan querido “enfocarla” para, sobre todo, mostrar esas doce personalidades riquísimas “a tantas mujeres jóvenes que hoy no saben quiénes fueron muchas de ellas”.
Creando historia
Y si las conocen, “que no crean -apostilla Susana Frouctmann- que fueron divas inalcanzables; eran normales en su vida diaria, personal. Mujeres normales que pusieron mucho empeño por salir adelante. Y todas lo lograron”.
Después de “remover, remover y remover mucho” en biografías y documentación escrita y gráfica, encontraron “cosas” que se conocen poco de algunas de ellas o, incluso, no se conocen.
El libro muestra a una bellísima Hedy Lamarr en su doble condición de estrella de Hollywood e inventora de, entre otros artilugios, el “espectro expandido”, en el origen de avanzadas tecnologías civiles y militares.
O a una madame De Staël precursora del feminismo, alguien que se atreve a llamar a las cosas por su nombre en un momento de la historia, finales del XVIII y comienzos del XIX, en el que eso se tolera poco, y menos a una mujer.
La divina Callas, víctima de sus recuerdos, se asoma a sus páginas como una mujer inteligente y capaz que, por amor a Onasis, echa su vida por la borda. Una voz única que “vivió todo lo que ella quiso y como quiso”, aunque tuviera que pagar por ello el precio nada desdeñable de la rendición.
Emilia Pardo Bazán es presentada como una mujer que, en el siglo XIX y en España, se atreve a reclamar, entre otras muchas cosas, “el derecho de toda mujer a recibir la misma educación que el hombre”, porque es ahí donde, cree, reside el principio de igualdad. Una educación por la que combatió también una joven Virginia Woolf, atrapada años más tarde por el demonio de la depresión.
Raquel Meller aparece como la gran cupletista que fue, adorada en Madrid, París o Nueva York, pero también como la gran estrella del cine mudo que tan reclamada fue por la industria de Hollywood. Junto a ella, Eleanor Roosevelt, también feminista precursora y combatiente contra el trabajo infantil, a quien tanto deben los derechos humanos de hombres y mujeres.
De aquí y de allá
Tusquets y Frouchtmann se fijan en la pintora Remedios Varo, una española casi desconocida en España y toda una gloria nacional en el México que acogió al exilio republicano. Su obra, surrealista y genial, si de algo habla es de libertad e imaginación sin límites.
De la escritora, periodista y pensadora judía Hannah Arendt las autoras destacan cómo “en su afán por entenderlo todo, tuvo el coraje de intentar comprender el mal absoluto (el nazismo), aunque ello no le comportara precisamente simpatías”.
Especial atención merece la escritora catalana Mercè Rodoreda, una de las personalidades más complejas y desconocidas que atrajeron a las autoras. Una mujer “a veces nostálgica y sombría….que vivió con ardor muchos de todos los posibles abismos terrenales”.
Anaïs Nin es presentada como el mito literario que es, como una mujer precursora, libre y de vida despreocupada y al límite, distinta a las de su época, “ávida, sensual, singular, valiente…”. Alguien que reivindicó “la libertad sexual de la mujer, la posibilidad de separar amor y sexo”.
La santa de Ávila, Teresa de Jesús, es la mujer en cuya piel, reconocen las autoras del libro, más les ha costado meterse. “Es duro. Temblábamos antes de afrontarla, porque además nos preocupaba que pudiera quedar un capítulo cursi”, apunta Susana Frouchtmann.
“Se entiende entre líneas que fue una iluminada”, pero también una mujer fuerte, “hecha a sí misma gracias a la ambición por conseguir” sus propósitos, recalca.
El libro, en cualquier caso, señalan sus autoras, “no es necesariamente feminista”. “No, no es un libro militante”, aunque en sus páginas sí hay implícita una denuncia del machismo. “Así solo lo podían escribir mujeres”, puntualiza Tusquets, quien quiere dejar bien claro también “que no es un libro solo para mujeres”.
A la caza del autógrafo cervantino

A Simancas (Valladolid) y a Filadelfia (EEUU) les separan 6.000 kilómetros, aunque les une Cervantes y ahora un documento autógrafo del autor de «El Quijote» gracias a un descubrimiento, la misiva que conserva la ciudad estadounidense está mutilada, pero su otra mitad está en el histórico archivo español.
En un lugar de Madrid, un editor, Dionisio Redondo, de Círculo Científico-Taberna Libraria, quiso conmemorar el IV centenario de la muerte del genial escritor con una obra especial que recogiera en facsímil los doce autógrafos que se conservan de Cervantes y que él firmó como Cerbantes, así, con b, como se hacía en la época.
Para ello, quiso contar con tres inestimables colaboraciones, tal y como explica este editor: la catedrática emérita de Paleografía y Diplomática Elisa Ruiz; el miembro de la Real Academia de la Lengua y catedrático de Filología Latina Juan Gil, y la grafóloga Sandra Ferro.
Se sabía que de Cervantes sólo se conservaban doce autógrafos -que así se llaman estos manuscritos-, correspondientes a otros tantos documentos, la mayoría de ellos relacionados con su actividad profesional de recaudador de impuestos, como relata Elisa Ruiz.
Por desgracia -coinciden Redondo y Ruiz-, ninguno de sus textos literarios se conservan manuscritos, pero al menos, como han constatado especialistas como la propia Elisa Ruiz, estos doce son auténticos, porque muchos otros que circulan desde del siglo XIX no lo son.
Estos doce, sin embargo, están escritos o firmados de «su puño y letra» y repartidos entre el Archivo General de Simancas, Carmona (Sevilla), Madrid y en la Rosenbach Museum de Filadelfia, donde se encuentran tres de ellos, desaparecidos de España en el siglo XIX y, probablemente, sustraídos de Simancas en la invasión francesa o traspapelados intencionadamente.
Sí se sabe, relata Ruiz, que a finales del siglo XIX se encontraban en París en manos de un bibliófilo que lo compró y desde 1934 se encuentran en esa biblioteca del estado de Pensilvania.
Para poder editarlos en facsímil, los promotores de la iniciativa se pusieron en contacto con la entidad de Filadelfia y Elisa Ruiz se dio cuenta de que uno de los tres autógrafos estaba incompleto.
Eso sí, quien en su día se hizo con ese trozo de carta eligió bien el pedazo, porque se quedó con la parte en la que se estampa la firma del autor de la obra maestra del Siglo de Oro español.
Ni corta ni perezosa, Elisa Ruiz, quien agradece la colaboración que para su misión le prestó Isabel Aguirre, jefa de Referencias del Archivo de Simancas, se trasladó a esta base documental.
Su experiencia y pericia, aderezada con una pizca de suerte, le permitieron descubrir la parte de la carta que encajaba perfectamente con la mitad que conservan los estadounidenses.
A Ruiz no le cabe duda de que ambas partes se complementan, que son absolutamente auténticas y que, como el resto de las que se conservan de Cervantes, permite conocer un poco más de la vida y personalidad del autor de «El Quijote».
Tenía Cervantes 34 años cuando escribió el primero de estos doce autógrafos que Dionisio Redondo ha querido hacer públicos en una lujosa edición especial, bien encuadernada, básica para los cervantinos, dedicada al rey Felipe VI (que ha aceptado la dedicatoria), respaldada por Marca España y prologada por el director de la Real Academia de la Lengua, Darío Villanueva.
En esa primera misiva, explica Ruiz, Cervantes se dirige al secretario de Felipe II para pedirle una recomendación y poder irse a Indias a trabajar. «Es muy interesante porque revela que Cervantes quería irse de España, como ahora pasa con muchos jóvenes en paro», resalta la paleógrafa.
Quizá sea esta la misiva más personal, humana y «conmovedora», dice Ruiz. El resto de autógrafos, que escribió hasta pasados los 50 años, incluido el de Filadelfia, trata sobre todo de su actividad como recaudador de impuestos y su paso por localidades andaluzas y manchegas recaudando grano y aceite a los propietarios.
Se revela también cómo el aceite servía a veces para la elaboración de bizcochos (dos veces cocido, significa), un pan para la alimentación de los marineros de los galeones que se conservaba durante más tiempo.

En esas cartas, Cervantes refleja sus problemas con la administración, que a veces le acusaba de no llevar bien las cuentas. De hecho, estuvo en prisión por ello.
Los autógrafos recopilados ahora muestran también la evolución de la firma del escritor con el paso del tiempo, una letra «más desmañada y descuidada» durante su paso por la cárcel, y «pinceladas biográficas» en las que descubre que estaba escribiendo La Galetea.
Su lado más humano se plasma en una carta donde defiende a uno de sus auxiliares, acusados por la administración. Cervantes da fe de que es buena persona.
En la última de las cartas recogidas por Dionisio Redondo, el escritor se limita a firmarla y es su editor el que la escribe para solicitar licencia o «privilegio» por 20 años para los derechos de «El Quijote».
Y la respuesta de la administración viene a decir que se trata de una obra entretenida muy interesante que, incluso, le puede venir bien al Gobierno, comenta Ruiz.
Simancas y Filadelfia, separadas por el océano. Una carta del inigualable Cervantes las une. ¿Podrán unirse también los dos pedazos?.
Dos Passos, Hemingway y el traductor sepultado en la memoria

La cineasta Sonia Tercero investiga la muerte en la Guerra Civil de José Robles Pazos, traductor del novelista norteamericano John Dos Passos, en su documental «Robles, duelo al sol», que sigue la ruta que el escritor hizo por España para averiguar qué sucedió con su amigo.
La misteriosa y repentina desaparición produjo además el desencuentro entre John Dos Passos, de quien Robles había traducido su obra «Manhattan Transfer» y que cambió radicalmente su ideología política, y Ernest Hemingway, para quien su ausencia solo fue fruto de los «daños colaterales» de la contienda.
Tras más de dos años de investigación, Sonia Tercero ha conseguido reunir testimonios claves sobre el caso, además de documentación que todavía no había salido a la luz y profundizar con más detalles sobre la trágica muerte de Robles, cuando trabajaba como intérprete de los generales rusos en Valencia, tras haberse desplazado desde su universidad norteamericana de Baltimore para colaborar con la República Española.
La directora ha destacado que la investigación ha permitido comprobar «el esfuerzo que algunos se tomaron a partir de 1936 por hacer desaparecer el nombre de José Robles: «No hay rastro de su encarcelamiento, ni de un juicio, no hay un certificado de defunción, ni de dónde fue a parar su cuerpo».
Tercero comenzó con la lectura de un libro de 2005, de Stephen Koach, «La Ruptura», que trata sobre el desencuentro entre Hemingway y Dos Passos; y de éste pasó a otros dos ensayos: «Enterrar a los muertos», de Ignacio Martínez de Pisón, que sirvió para que la hija de Robles limpiara el nombre de su padre, que había sido acusado de espía, e «Idealistas bajo las balas», de Paul Preston, sobre los periodistas internacionales que viajaron a España.
Sonia Tercero se deshace en elogios a la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, donde Henry Carrington Lancaster, el jefe de Robles en el departamento de Lenguas Romances, «creyó que toda la documentación recibida y generada por la Universidad, a raíz de la misteriosa desaparición de Robles, era algo que debía conservarse y custodiarse, para que en un futuro alguien pudiera sacarlo a la luz».
Investigando en este archivo, el equipo de la película descubrió «una relación epistolar entre el jefe del departamento y John Dos Passos, a través de la cual se puede seguir la tensión ante la incertidumbre del paradero de Robles, que incluso llevó a Henry Carrington a iniciar una campaña a través del diario Baltimore Sun».
La película se ha parecido, en palabras de su directora, a «un trabajo arqueológico». La cámara se detiene en los lugares en donde Dos Passos estuvo en Madrid y en Fuentidueña de Tajo o el lugar donde trabajó y vivió Robles en Baltimore.
La película que rodó en 1937 John Dos Passos con el director holandés Joris Ivens, «Tierra española», dio a Tercero las claves para situar su cámara, tal y como lo hizo el operador John Ferno en aquella película que pretendía convencer a Roosevelt de que levantara el embargo de venta de armas a la República, recuerda.
«Durante el documental, Dos Passos investigó sobre Robles en Valencia, Fuentidueña de Tajo y Madrid y finalmente le confirmaron que había sido asesinado. Posteriormente, volvió a Valencia para ofrecer ayuda a la viuda y pasó por Barcelona para entrevistarse con Companys, Andreu Nin y George Orwell, con quien compartía la visión de que se estaban replicando las purgas estalinistas en España, motivo de la desaparición de Robles o del propio Nin».
Entre la documentación encontrada en el archivo de la Universidad en Baltimore fue «impactante leer las cartas de Márgara Fernández Villegas, viuda de Robles» y Tercero destaca asimismo la recepción de la familia Dos Passos con Lucy, hija del escritor, y sus nietos John y Lara, que «fue increíble y sin la cual no habría sido posible este proyecto».
Tercero comenta que entre las nuevas aportaciones documentales figura el hallazgo de un expediente de la causa general, que investigó el caso Robles después de la guerra; un nuevo documento encontrado en el archivo Negrín, que permitió a la viuda de Robles cobrar el seguro de vida de su marido, justificado como «accidente de guerra», o una declaración jurada ante notario de uno de los compañeros de la oficina de prensa y propaganda de Valencia, donde desapareció José Robles.
«Hemos incorporado nuevas voces como la parte de la familia de Ramón Robles, hermano de José, que terminó trabajando para el ejército de Franco».
Para la directora de «Robles, duelo al sol», «el nudo gordiano del caso es que José Robles acaba asignado como hombre de contacto con el general soviético Vladimir Gorev en Madrid y no se sabe con qué estuvo en contacto, qué vio o qué oyó, pero lo trasladaron a Valencia y allí desapareció».
Asegura Tercero que poder consultar in situ los archivos rusos del NKVD, antecesor del KGB, podría arrojar alguna luz al caso.
Cómo beberse a chupitos a Stanislaw Lem

Visionario, radical, inteligente y misántropo son adjetivos que le van como anillo al dedo al escritor polaco Stanislaw Lem, de quien se publican trece relatos inéditos en español que constituyen una excelente ocasión para adentrarse en las obsesiones de este maestro de la ciencia ficción.
El relato central del libro, «Máscara», ha servido también para titular la obra que acaba de publicar en España Impedimenta, la editorial que en los últimos años ha rescatado varios títulos de este autor de culto y que seguirá haciéndolo en el futuro.
Se trata de trece cuentos que Lem (1921-2006) fue escribiendo a lo largo de su vida y que por cuestiones de extensión o de temática «se habían caído» de las antologías que el autor polaco preparó en sus primeras décadas como narrador. Tampoco abundan las traducciones a otras lenguas.
En Polonia sí fueron recopilados en 1996 y, después, en 2003 como el tomo 23º de las obras completas de este escritor que está «a la altura de los mejores autores del siglo XX». Es «un excelente narrador, filósofo de fuste y auténtico estilista», asegura en declaraciones a Efe Enrique Redel, director de Impedimenta.
Los cuentos incluidos en el volumen «son raros pero en absoluto de peor calidad que otros suyos, entre otras razones porque Lem y su familia jamás ofrecerían para su traducción ningún texto del que no estuvieran orgullosos», afirma el editor que no duda en calificar de «rocambolesco» el proceso seguido hasta localizar los relatos y comprobar que permanecían inéditos en castellano.
Tan solo hay una versión pirata en internet de «Máscara», el relato principal del libro, desconocida incluso por el secretario de Lem, Wojciech Zemek.
Los trece relatos se ofrecen por orden cronológico (el primero es de 1957 y el último de 1996) y en ellos está «el mejor Lem, el de ‘Solaris’ o ‘Vacío perfecto'». En sus páginas laten las principales preocupaciones y obsesiones de este escritor «visionario, radical, burlón y violentamente inteligente».
«Lem tenía una especial predilección por el humor en sus relatos y una gran facilidad para intuir mundos futuros, para ver hacia dónde va el ser humano o cuestiones como la biotecnología y la inteligencia artificial», comenta Redel.
La incomunicación está también muy presente en los relatos de «Máscara». Por algo Lem «era muy misántropo, odiaba al género humano profundamente y, conforme se iba haciendo mayor, lo odiaba más», asegura este editor que ha publicado otras obras del escritor polaco, entre ellas «Solaris», «El hospital de la transfiguración», «Vacío perfecto» y «Golem XIV».
Y no hay que olvidar que Lem vivió bajo un régimen comunista y «estuvo muy controlado». La falta de libertad que había en Polonia fue uno de los motivos que lo llevó a escribir ciencia-ficción, género en el que llegó a ser «el mejor escritor europeo y el único comparable a los autores norteamericanos» de esta modalidad.
De hecho, fue miembro honorario de la Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción, pero fue expulsado en 1976 tras declarar que la que se publicaba en Estados Unidos era de baja calidad.
La variedad está garantizada en los cuentos incluidos en «Máscara». Desde el tono jocoso de «La invasión de Aldebarán», una parodia de las historias de alienígenas; el delirio de «La rata en el laberinto» o la tenebrosa pesadilla de «Moho y oscuridad» hasta la filosófica y compleja parábola del relato que da título al libro, la historia de una inteligencia artificial que quiere escapar de su destino.
Ese relato central es también una reflexión sobre «la identidad, el sentido de la vida, la inseguridad, la libertad y el amor», cuenta la polaca Joanna Orzechowska, traductora del volumen.
Esta experta en Filología hispánica ya había traducido al español varias obras de Lem, pero reconoce que «Máscara» ha sido «un desafío» por la diversidad de los relatos que contiene, los juegos de palabra que hace el autor y los neologismos que crea.
«Este libro ha puesto a prueba mis conocimientos de polaco, mi imaginación y mis conocimientos de español. En algunos momentos ha sido como entrar en trance», asegura Orzechowska, que reside en España desde hace quince años y que es autora de la primera traducción directa del polaco al español de «Solaris», la obra maestra de Lem.
La traductora coincide con Redel en que Lem era «un gran visionario», capaz de adelantarse a su tiempo en temas relacionados con la nanotecnología, los ordenadores inteligentes o la realidad virtual.
En contra de Lem pudo jugar quizá su entrega a la ciencia-ficción y el que sus libros aparecieran en colecciones del género.
Pero «es un gran autor, de una vigencia increíble, que ahora gana adeptos no solo entre los fanáticos de la ciencia ficción sino de la literatura en general», subraya Redel.
Morrison y la poesía de la percepción

Según las teorías del filósofo y profesor de Cambridge C. D. Broad, el ser humano es capaz de percibir cuanto está sucediendo en el universo. Son el cerebro y el resto del sistema nervioso los que impiden, a través de los sentidos, que esto sea así ya que el ser humano quedaría completamente confundido y abrumado por tanto conocimiento que en la vida cotidiana es inútil. No hay que olvidar que somos animales, que nuestro instinto primario es la supervivencia y que por ende el cuerpo bloquea todo aquello que no es práctico. Pero esto no es así siempre. Aldous Huxley, en su ensayo The Doors of Perception realiza un estudio sobre los efectos psicológicos y cognitivos que se desarrollan con el consumo del cactus del peyote y la mescalina, el principio activo de la planta, que tomaban los chamanes de México y el sudoeste de Estados Unidos en sus rituales religiosos. Huxley afirma (y confirma) que con el consumo de ciertas drogas se pueden depurar las percepciones sensoriales y así permitir que el hombre pueda percibir aquello que acontece en su universo. Ya lo dijo William Blake.
Corrían los años 60 en Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial ya había quedado atrás y ahora eran la Guerra de Vietnam y la Guerra Fría los conflictos políticos e ideológicos que aparecían en la portada de los periódicos. Ante esto, surge una generación de jóvenes que para nada están de acuerdo con el mundo que les habían dejado sus padres y decidían renegar de él. Se puso de moda el pensamiento que en los 50 había desarrollado la llamada Generación Beat, rechazando los valores clásicos que había potenciado América y acogiendo entre sus brazos las drogas, la libertad sexual, la filosofía, la poesía y todo aquello que ayudara a estos jóvenes a buscar unos ideales que no existían.
Es en este momento cuando aparece Jim Morrison, un joven poeta que por casualidades del destino acabó como cantante, que leía a Nietzsche y que pensaba que el arte había muerto. Una época mejor había quedado atrás, los pilares de todo lo que se sostenía se estaban derrumbando y la única salvación era liberar la vida cotidiana. Y eso pensaba hacer él con su poesía y su música. Su grupo¸The Doors¸ adquirió ese nombre a partir de una cita de William Blake (When the doors of perception are cleansed things will appear to man as they truly are: infinite) que da nombre a un ensayo de Aldous Huxley (The Doors of Perception). La idea de Jim era abrir las puertas de lo conocido para pasar a lo desconocido; él lo hacía mediante el consumo del peyote y asumía el rol de profeta moderno para hacérselo ver a los demás.
Su sonido se forjó a base de la mezcla de lo que tenían y también de lo que carecían. El batería, John Densmore tocaba jazz y trasladó las características de este sonido a su grupo, diferenciando, por completo, la percusión de la que disponían The Doors comparándolos con otros grupos de rock. Por otro lado estaba el guitarrista, Robby Krieger. Tenía una formación clásica; desde pequeño experimentó con diversos instrumentos hasta que dio con el suyo, la guitarra flamenca. Se hizo guitarrista de flamenco, para luego investigar el blues y el jazz y pasar a tocar la guitarra eléctrica, pero sin abandonar del todo la forma flamenca; por ejemplo, tocaba sin púa. Una de las canciones donde mejor se puede apreciar su dominio de las cuerdas es en The End donde él toca la melodía inicial.
Otro de los componentes del grupo, y quizás el verdadero artífice del sonido característico era Ray Mazarek. Tocaba el teclado con el estilo de la música psicodélica y puesto que el grupo carecía de bajista, él era el encargado de marcar el ritmo. Una de sus piezas maestras es el solo de teclado de Light My Fire, canción escrita por Krieger.
A parte del sonido peculiar de su música, The Doors tenían otro fuerte: los conciertos. Aquí aparecía en su apogeo la figura semi-espiritual de Jim Morrison. Hacía introducciones en prosa a sus canciones y a través de sus acciones llevaba a cabo un espectáculo de rock que imitaba a la tragedia griega evocando ritos y representaciones sagradas y desempeñando el papel de un héroe mundano y problemático como en las obras de Eurípides. El énfasis con el que desarrollaba su papel sobre el escenario llevó a que le echaran de numerosas salas, sus conciertos se prohibieran en diversos estados e incluso una vez se tuvo que sentar ante un juez porque se le acusó de haberse masturbado durante una actuación.
Jim Morrison, poeta
Dejando a un lado la parte meramente musical de The Doors hablemos del contenido de las canciones, la letra. Jim Morrison era más poeta que cantante; fue cuando le cantó uno de sus poemas a Ray Manzerek que decidieron hacer canciones. La figura del poeta de sombrero y gabardina fumando una pipa en un sofá viejo había quedado atrás hace mucho tiempo y ahora los poetas eran jóvenes drogados en el baño de algún bar soltando versos que cuestionaban verdades absolutas y desordenaban la conciencia derrumbando todo lo establecido hasta el momento. Así era Jim Morrison.
Influenciado por Rimbaud por identificarse con él y con su vida e influenciado por Huxley, William Blake y Nietzsche por las ideas que estos transmitían; la poesía de Jim consistía en evocar imágenes, casi siempre autobiográficas, con las cuales rozar las sensaciones a las que el hombre no puede acceder por el bloqueo de la percepción, ya que, según Blake, el cuerpo es la cárcel del alma.
This is the end
beautiful friend
this is the end
my only friend, the end
of our elaborate plans, the end
of everything that stands, the end
no safety or surprise, the end
I’ll never look into your eyes…again

En la letra de la canción The End habla del final de una relación que tuvo Morrison en la adolescencia, pero aparte de eso, utiliza la autobiografía para transmitir la culminación del nihilismo y evocar un sentimiento de soledad horrible. Según Huxley vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estaremos solos ya que las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son cosas privadas incomunicables. Jim lo sabe, lo acepta y se resigna y así aparece, como una persona solitaria y lo transmite en sus poemas donde completa la idea añadiendo que el amor es la única forma de evitar el vacío y considera el sexo, la demostración del amor por la humanidad, como una experiencia mística donde se concentran los cinco sentidos y la percepción abre sus puertas a lo infinito, a lo incomunicable pero que esta vez sí se entiende. Momento que culmina con la muerte, la eyaculación, que representa el éxtasis de lo anterior y lleva al único final inevitable: la muerte de uno mismo como ser solitario.
En 1970 Jim decide retirarse del mundo de los escenarios y excesos, ya no quería ser Jim Morrison esa estrella del rock que seguía un ritmo de vida que acabaría pasando factura. Es entonces cuando se va a vivir con su novia Pamela Courson a París donde decide volcarse de lleno en su literatura. Un año después muere, a la edad de 27, de un paro cardiaco que le dio mientras se estaba dando un baño.
Hay diversas versiones sobre la muerte de Jim. La oficial es ese paro cardiaco y puesto que no se hizo autopsia no hay forma de demostrar que fuera una versión errónea, pero mucho se ha hablado de esta muerte y muchas versiones se han dado. La más interesante, y quizás más argumentada, es la que presenta Sam Bernett en el libro The End que afirma que estuvo presente el día de la muerte de Jim y que al cantante le dio una sobredosis de heroína en los baños del Rock and Roll Circus de París y que luego llevaron el cuerpo a casa y lo metieron en la bañera para intentar reanimarle pero ya era demasiado tarde. Pamela Courson, que murió de sobredosis cuatro años después, que aquel día habían ido al cine y que se lo encontró muerto en la bañera. Sea cual sea la verdad, Jim Morrison intentó huir de sí mismo por su propio bien, el problema es que Jim Morrison no puede no ser Jim Morrison…
Unamuno, el intelectual independiente

Conocido por su inusual vestimenta, aun para la época, su poesía clásica y su filosofía trascendental, Miguel de Unamuno es uno de los grandes poetas, ensayistas y novelistas de la generación de 98 y de la historia española.
Nacido en Bilbao el 29 de septiembre de 1864, Unamuno se licenció en Filosofía y Letras en Madrid y obtuvo su doctorado en 1884. Fue profesor y obtuvo la cátedra de Lengua Griega en la Universidad de Salamanca (USAL), de la que más tarde, en 1901, fue escogido rector.
Durante la Primera Guerra Mundial, Unamuno apoyó abiertamente a los aliados e incluso visitó el frente italiano. Se presentó como candidato a diputado por el partido Republicano de Vizcaya y mantuvo un enfrentamiento contra el rey Alfonso XII, lo que lo llevó a ser procesado por injurias, condenado a prisión, de la que más tarde recibió un indulto.
Durante su época de catedrático y rector el escritor logra su mayor producción ensayística, poética, y artículos críticos, los últimos llevándolo a perder su cargo de rector, y más adelante, en 1924, a ser desterrado durante la dictadura de Primo de Rivera, a Fuerteventura, que se prolongó hasta 1930.
Nuevamente en España, Unamuno se encarga de la cátedra de Historia de la Lengua en la USAL y es elegido diputado por la provincia de Salamanca.
Sus servicios a favor de la causa republicana fueron pronto reconocidos: en el mismo año de 1931 se le nombró rector de la universidad, y tres años después, al jubilarse, fue designado Rector vitalicio, creándose una cátedra con su nombre. Finalmente, en 1935, fue proclamado Ciudadano de honor de la República.
Sin embargo, su independencia de criterio y el sesgo de los acontecimientos lo llevaron a retirar progresivamente el apoyo al régimen que tanto contribuyó a instaurar; pasó de ser elegido diputado a Cortes por Salamanca en la candidatura republicano – socialista en 1931 a negarse a ser candidato en 1933, publicando artículos muy duros contra la reforma agraria, la política religiosa, la clase política y otras varias cuestiones y personalidades.
Su enfrentamiento con la República llegó a tener una intensidad pareja al que previamente mantuvo con la Dictadura, hasta el punto de apoyar inicialmente a los sublevados el 18 de julio de 1936. En consecuencia, aceptó ser nombrado concejal por la autoridad militar y realizó un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyaran el alzamiento. Esto motivó que fuera destituido de su cargo de Rector vitalicio por las autoridades republicanas y repuesto, luego, a su vez, por los militares sublevados.
Sin embargo, los numerosos encarcelamientos y asesinatos de profesores y conocidos suyos, en particular el de un sacerdote protestante, perpetrados por los sublevados lo llevaron al distanciamiento de aquellos a quienes acababa de brindar su apoyo.

La situación derivó en el célebre enfrentamiento dialéctico que mantuvo el 12 de octubre de 1936 con el general Millán-Astray, en el Paraninfo de la Universidad. Unamuno hizo una elocuente defensa de la razón y de los principios académicos, en medio de un ambiente de extraordinaria tensión y hostilidad. El escándalo acabó con una nueva destitución de Unamuno de su cargo de concejal.
Abatido, desolado por su viudez y en una situación de semirreclusión en su domicilio, Unamuno muere pocas semanas después, el 31 de diciembre de 1936, de noche, sin hacer ruido, como anunció en un hermoso poema del Romancero del destierro.
Las excentricidades de un genio
Ferviente defensor de la lectura y la sed de conocimiento, una de las frases más célebres de este excéntrico personaje era “Sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas”.
Realmente era muy singular, no sólo por su característica gabardina, jersey cerrado o chaleco y su sombrero sencillo negro, que chocaba con la de sus compañeros de generación, sino además por sus aficiones como el origami, el ajo crudo que ingería a diario para proteger su salud, o los “garabatos” que realizaba para expresar sus emociones, como él los llamaba.
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