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La droga que enciende el interruptor

La droga psicodélica en los hongos mágicos puede tratar rápida y efectivamente la ansiedad y la depresión en pacientes de cáncer, un efecto que dura por meses, según demostraron dos estudios. La «terapia» funcionó para Dinah Bazer, que vivió una terrorífica alucinación que le eliminó el miedo de que su cáncer de ovarios volviera. Y para Estalyn Walcoff, quien dijo que la experiencia con la droga la llevó a iniciar un importante viaje espiritual.
El trabajo es preliminar y los expertos dicen que se debe realizar más investigación sobre los efectos de la sustancia, bautizada como «psilocibina». Pero el registro hasta ahora muestra «resultados muy impresionantes», indica el doctor Craig Blinderman, quien dirige el centro de tratamientos paliativos adultos del Centro Médico de la Universidad Columbia en Nueva York, y que no participó en los estudios.
La psilocibina viene de ciertos tipos de hongos. Es ilegal en Estados Unidos y, si su uso fuera aprobado, sería administrado por personal entrenado, según expertos. Nadie debería probarla por sí solo, lo que sería peligroso, indican los líderes de los dos estudios, Stephen Ross de la Universidad de Nueva York (NYU) y Roland Griffiths de la Universidad Johns Hopkins, ambas en EE.UU.
Las drogas psicodélicas han parecido prometedoras en el pasado para el tratamiento de molestias de pacientes de cáncer. Pero estudios sobre el uso médico de estas sustancias terminó a principios de la década de 1970 después de que se empezara a forzar el cumplimiento de la regulación, tras un amplio uso recreacional. Sólo empezó a reactivarse durante los últimos años.
Griffiths indicó que no está claro si la psilocibina funcionaría más allá de pacientes con cáncer, aunque sospecha que podría tener buenos resultados con personas que enfrentan otras condiciones terminales. También se están haciendo planes para estudiarla en depresiones que resistentes los tratamientos comunes, asegura.
Los nuevos estudios son pequeños. El proyecto de la NYU, que también incluyó psicoterapia, cubrió sólo a 29 pacientes. El de Johns Hopkins tuvo 51 casos. Bazer fue diagnosticada con cáncer de ovarios en 2010, cuando tenía 63 años. El tratamiento fue exitoso, pero se volvió ansiosa sobre una posible reaparición.
«Empecé a llenarme de terror», dijo. «La ansiedad estaba arruinando mi vida». Tomó una cápsula de psilocibina en 2012, en la compañía de dos personas entrenadas para guiarla durante las horas en que la droga afectaría su cerebro. Mientras escuchaba música en audífonos y sus ojos estaban cubiertos con un antifaz, la droga hizo su trabajo. «De repente estaba en un lugar oscuro y terrorífico, perdida en el tiempo y en el espacio», relata. «No tenía sentidos y estaba realmente asustada». Luego vio el horror de la reaparición de su cáncer como una masa negra en su abdomen le gritó furiosamente para que se fuera. «En cuanto pasó eso, el miedo se fue», comenta. «Yo quedé flotando en la música, como siendo llevada por un río». Entonces sintió un amor profundo por su familia y amigos, y el de ellos por ella. «Se sintió como si estuviese bañada en el amor de Dios. Sigo siendo atea, por si acaso, pero esa parece ser la única forma de describirlo».
Los investigadores aseguran que esas experiencias místicas parecen jugar un rol en el efecto terapéutico de la droga. Walcoff, una psicoterapeuta de 69 años, también entró al estudio por la ansiedad de la reaparición de un cáncer, en su caso un linfoma. La psilociba «me abrió a perseguir la meditación y la búsqueda espiritual», declara, y como resultado de eso «me he vuelto segura y convencida de que esa parte de mi vida se terminó y no va a volver».
En ambos estudios el tratamiento tuvo más efectos en la ansiedad y depresión que un placebo. Por ejemplo, el día después del tratamiento, cerca del 80% de los pacientes tratados por la NYU no calificaba como «clínicamente ansiosos o deprimidos» en base a mediciones estándar. Eso se compara a un 30% en el grupo que usó un placebo. Esa es una respuesta notablemente rápida, notaron los expertos, y duró por las siete semanas de comparación.
Los estudios tomaron distintos métodos para formular un placebo. En la NYU los pacientes recibieron niacina, que imita algunos efectos de la psilocibina. En Johns Hopkins, el placebo era una dosis muy pequeña de la misma psilocibina. Los investigadores de ambos trabajos eventualmente le dieron tratamientos completos de psilocibina a los grupos placebo y siguieron a todos los pacientes por alrededor de seis meses. Los efectos beneficiales parecían persistir durante ese periodo. Pero la evidencia de esto es menor que en el corto plazo, porque ya no había un grupo placebo para comparar.
En ningún caso se notaron efectos secundarios. William Breibart, jefe del servicio de psiquiatría del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York y quien no participó en los estudios, explica que estos presentan avances respecto a la investigación anterior, pero que todavía hay deficiencias que le impiden sacar conclusiones.
El elevado vuelo del aeroplano ácido

Vinieron para escuchar música, consumir drogas Psicodélicas, oponerse a la guerra de Vietnam y la forma tradicional de ver las cosas o simplemente para escaparle al aburrimiento del verano. Dejaron un legado imperecedero. Fue el Summer of Love, el Verano del Amor en que multitudes de jóvenes invadieron San Francisco para sumarse a una revolución cultural.
Bob Weir, de los Greatful Dead, recuerda la explosión de creatividad surgida del resquebrajamiento de la sociedad estadounidense. Ese verano cambió la historia del rock-and-roll, señala, pero el episodio rebasó el mundo de la música.
“Había un espíritu especial en el aire”, dice Weir, quien se salió de la escuela secundaria y ayudó a fundar Greatful Dead en 1965. “Pensamos que si muchos de nosotros nos juntábamos y poníamos el alma y el corazón en algo, lo podríamos hacer realidad”.
A mediados de los años 60, los alquileres en Haight-Ashbury eran muy bajos, recuerda Weir. Eso atrajo a muchos artistas y bohemios en general, que se venían precisamente porque era barato”, señaló.
En esos años, Greatful Dead compartió una amplia vivienda victoriana en Ashbury Street. Janis Joplin vivía en la misma calle. Del otro lado de la calle estaba Joe McDonald, de la banda psicodélica Country Joe and the Fish.
Jefferson Airplane compró una casa a pocas cuadras en la Fulton Street, donde organizaba legendarias fiestas en las que pasaba de todo.
“La música es lo que recuerda todo el mundo, pero pasaban muchas más cosas”, rememora David Freiberg, cantante y bajista de Quicksilver Messenger Service, que luego se unió a Jefferson Airplane. «Había artistas, poetas, músicos, hermosos negocios de ropa y tiendas de alimentos hippies. Toda una comunidad”.
Las bandas se visitaban en sus casas y tocaban por la zona, a menudo en conciertos gratis en el Golden Gate Park y en el sector vecino conocido como el Panhandle. Su novedosa música electrónica inspirada en folk, jazz y blues pasó a ser conocida como el San Francisco Sound (el sonido de San Francisco). Muchas de las bandas más influyentes –Grateful Dead, Jefferson Airplane, Big Brother and the Holding Company, que lanzó la Carrera de Joplin– se dieron a conocer durante los tres días del Monterey Pop Festival.
Toda la fantasía asociada al verano del 67 –la paz, la alegría, el amor, la no violencia, el llevar flores en la cabeza y la música fantástica– todo eso fue realidad en Monterey. Fue el éxtasis”, cuenta Dennis McNally, publicista de los Greateful Dead.
La prensa nacional prestó poca atención a la comunidad psicodélica de San Francisco hasta enero del 67, en que poetas y grupos musicales unieron fuerzas en el “Human Be-In», un encuentro en el Golden Gate Park que sorpresivamente atrajo a unas 50.000 personas, según McNally. Fue allí que el gurú de las drogas psicodélicas Timothy Leary se subió al escenario y exhortó a los jóvenes a emprender viajes psicodélicos y a darle la espalda al establishment, abandonando incluso los estudios.
“Cuando la prensa comenzó a hablar de esto, se disparó”, concede McNally. “Multitudes vinieron a Haight Street. Estudiantes de secundaria aburridos –o sea, todos– preguntaban ‘¿cómo hago para llegar a San Francisco?’”.
El verano del amor tuvo su lado oscuro. Decenas de miles de jóvenes que buscaban el amor libre y drogas irrumpieron en San Francisco, donde vivían en las calles y mendigaban comida. Los padres vinieron detrás de ellos, tratando de llevárselos de vuelta a sus casas. Hubo una epidemia de drogas psicodélicas tóxicas.
Todos los tornillos sueltos del país se hicieron ver en San Francisco y se armó un gran lío”, dice Weir. Algunos dicen que fue el fin de una era, otros que cambió la historia.
«Creamos una visión del mundo que pasó a ser parte de la vida en Estados Unidos”, afirma Country Joe McDonald. “Cada cosa que hicimos fue adaptada, incorporada a la cultura: actitudes de género, ecológicas, la invención del rock and roll».
Drogas en la ionosfera
Como suelen decir los supervivientes de aquel «Summer of Love»: «Si realmente te acuerdas de algo, es que no estuviste allí». La gran revolución «hippie» acontecida en San Francisco entre 1966 y 1968 fue vivida bajo los efectos de una droga que vinculó íntimamente a esos miles de «flower childrens» que acudieron a la ciudad californiana en busca de paz y amor: el LSD. De hecho, el significado y sentido social y cultural que la historia ha asignado al movimiento «hippie» sentaron sus cimientos en enero de 1966, cuando, durante la celebración del Trips Festival, quedaron hermanados para siempre los dos factores principales que dibujaron los contornos más privativos de esta revolución: las drogas y la música. O lo que es lo mismo: el LSD y el rock.

El producto resultante –el conocido como «Acid Rock»– dejó grandes himnos generacionales como el tema «White Rabbit», de Jefferson Airplane, que, apropiándose de la iconografía de «Alicia en el País de las Maravillas», reflejaba perfectamente el efecto de «distorsión de la imagen» que propiciaba la ingestión del LSD: «One pill makes you larger and the other makes you small» («Una píldora te vuelve más grande y la otra te hace pequeño».
Conciertos espontáneos, performances, bailes casi dionisicacos, «body paintings» que invadieron los cuerpos de tatuajes… Así fueron las ocupaciones masivas de sus parques que vivió la ciudad de San Francisco durante este periodo. Y, como principio movilizador de esta orgía perpetua, el LSD y la persecución de una «experiencia de lo maravilloso», por la que aquellos jóvenes utópicos aspiraban a romper con los hábitos de lo cotidiano y a sumergirse sin cautela alguna en el torrente de lo salvaje.
A través de la psicodelia, la cultura «hippie» abrazó el sueño de sustraerse a los poderes manipuladores de la época y de vislumbrar un nuevo significado de lo real mucho más excitante e intenso. El LSD sirvió como refugio frente a la peor cara del «american dream», como el entorno experiencial propicio para superar la brecha que separaba el yo del mundo de en derredor, y propiciar así un sentimiento de armonía universal.
En rigor, el empleo de drogas con fines «escapistas» posee una larga y fecunda tradición cultural: Baudelaire, Rimbaud y Cocteau consumieron opio con frecuencia; Aldous Huxley ensanchó la puertas de la percepción a través de la mescalina; incluso el movimiento Beat, tan influyente en la configuración del mundo «hippie», introdujo en su estilo de vida drogas como la marihuana y el peyote. Pero, en ninguno de los casos, una droga –como fue el caso del LSD– se había empleado como símbolo y argamasa de una amplia comunidad.
El LSD fue, sin duda alguna, el principal «lugar» de encuentro de toda la comunidad «hippie»; más allá de la moda y de otros hábitos diarios, constituyó el auténtico «estilo colectivo» adoptado por esta comunidad. No en vano, fue en 1966 –año en el que LSD todavía era legal–, cuando, en la mítica Hight Street de San Francisco, se creó la Psychedelic Shop –un establecimiento orientado a facilitar información sobre drogas a todos aquellos interesados en el tema–.
Poco tiempo pasó antes de que esta iniciativa trascendiera su inicial objetivo funcional y se convirtiera en el auténtico espacio de desarrollo del movimiento «hippie», por encima incluso de espacios públicos como el Golden Gate Park. El ejemplo de la Psychedelic Shop cundió rápidamente, y en el mismo centro urbano de San Franciso aparecieron locales similares que actuaron como principal correa de transmisión de las propiedades «maravillosas» del LSD.
Aquello que hoy en día se denomina «filosofía del amor» no resulta concebible sin el apuntalamiento facilitado por el LSD. El propio Cary Grant atribuyó a esta droga la posibilidad de definir de un modo diferente la vida; evidencia palpable de que, más que una adicción mayoritaria, el LSD se articuló como un acontecimiento que desbordó los límites de una comunidad local.
Sanadoras canciones aliñadas con LSD

Todos tenemos experiencias o preferencias particulares, como una canción favorita, que significan mucho más para nosotros que para los demás. Ahora, investigadores del Hospital Universitario Psiquiátrico de Zúrich (Suiza) han estudiado cómo cambia el significado de las cosas para los consumidores de la droga psicodélica LSD, y además, han encontrado las sustancias y zonas del cerebro implicadas.
«Ahora sabemos qué receptores, neurotransmisores y regiones del cerebro están involucrados cuando percibimos nuestro entorno como significativo y relevante», destaca Katrin Preller, la autora principal. En concreto, han descubierto que el receptor de la serotonina 2A –un tipo de neurotransmisor– y las zonas de la línea medial cortical del cerebro están involucradas.
Estudios previos ya habían demostrado que el LSD altera la atribución de significados y de relevancia personal respecto al entorno; además de cambiar la manera en que la gente se percibe a sí misma, ya que la distinción entre el yo y lo que está fuera se borra. Pero lo que no estaba claro es qué partes del cerebro y sustancias neuroquímicas eran responsables.
Para descubrirlo, los investigadores suizos suministraron –por partes– a los participantes de un experimento tres opciones: un placebo, la droga LSD sola, y LSD con el suministro posterior de ketanserina (fármaco antagonista selectivo de receptores de la serotonina). El objetivo era ver qué significado daban a una serie de canciones, algunas muy importantes para los voluntarios, y otras neutras o sin sentido.
De esta forma se observó que las piezas musicales que antes carecían de sentido para los participantes adquirieron un significado especial cuando estaban bajo la influencia del LSD. Ese efecto fue disminuyendo cuando los voluntarios recibieron el segundo fármaco que contrarrestaba los efectos del LSD en los receptores de la serotonina del cerebro.
Los investigadores encontraron que los efectos psicodélicos del LSD se eliminaron cuando los participantes recibían la ketanserina, ya que bloqueó la capacidad de la droga psicodélica para actuar sobre los receptores de serotonina conocidos como 5-HT2AR. “Ese hallazgo fue una sorpresa, ya que el LSD era conocido hasta ahora por estimular los receptores de dopamina”, subraya Preller.
Imágenes por resonancia magnética funcional
Por otro lado, para visualizar qué partes del cerebro están vinculadas a esas atribuciones cambiantes del significado, se utilizó la resonancia magnética funcional (fMRI), una técnica que ofrece imágenes de la actividad del cerebro mientras realiza una tarea.
«Al combinar imágenes cerebrales funcionales y evaluaciones detalladas del comportamiento durante las investigaciones sobre la relevancia o el significado subjetivo que se daba a las piezas musicales, pudimos dilucidar las relaciones neurobiológicas del procesamiento de la relevancia personal en el cerebro», dice Preller.
«Comprobamos –explica– que la atribución de significado personal y su modulación por el LSD está mediada por los receptores 5-HT2A y las estructuras de la línea media cortical, que también están implicados de forma crucial en la experiencia de un sentido del yo».
Según los autores, estos resultados sirven para entender cómo se procesa en el cerebro la importancia que damos a ciertas cosas, como las canciones, además de revelar blancos para el tratamiento de enfermedades psiquiátricas o fobias en las que se ve alterada la relevancia que el paciente otorga a determinadas experiencias sensoriales o señales.
Preller adelanta que, después de las canciones, su equipo planea ahora investigar si se observan los mismos efectos en respuesta a estímulos visuales y táctiles.
Drogas psicodélicas y estados alterados de conciencia

Popularmente se cree que las setas alucinógenas ‘abren puertas a la mente’ porque estimulan ciertas zonas del cerebro. Sin embargo, su efecto parece ser el contrario. Según un estudio reciente, los alucinógenos reducen la actividad de zonas centrales, lo que provoca un estado de cognición sin restricciones. Lo cierto es que los científicos apenas tienen datos sobre los mecanismos neuronales que provocan el estado psicodélico.
Son quince individuos sanos, vestidos con batas. Uno a uno, repiten el mismo experimento: se tumban en la camilla, entran en el escáner de imagen de resonancia magnética funcional y una vez dentro, reciben varias inyecciones. La primera lleva un placebo y la segunda es de psilocibina, el principio activo de diversos hongos alucinógenos.
Mientras los participantes ejecutan distintas pruebas y autoevalúan su estado físico y mental, sus cerebros son escaneados y se monitorizan sus flujos sanguíneos. Un nutrido grupo de científicos observa las pantallas, toma notas, analiza las imágenes.
Muchos esperarían un subidón en la actividad cerebral de los que han tomado setas. Pues bien, los científicos han comprobado justo lo contrario: una vez el sujeto asimila la droga se aprecia una disminución en el torrente sanguíneo de su cerebro, sobre todo en las zonas centrales, como el tálamo y la circunvolución del cíngulo anterior y posterior (ACC y PCC, por sus siglas en inglés). Varios estudios sugieren que el PCC se relaciona con la conciencia y la identidad personal.
“Los psicodélicos se consideran drogas que ‘expanden la mente’, por lo que se ha asumido que actuaban aumentando la actividad cerebral”, relata David Nutt, autor del estudio. “Sin embargo, nosotros hemos observado que la psilocibina reduce la actividad en las áreas que tienen conexiones más densas con otras zonas”.
El falso mito de la ‘expansión de la mente’
Según sus conclusiones, en estado sobrio las zonas centrales del cerebro mantienen la normalidad, evitando que corrientes paralelas de información perturben la conciencia. “Ahora sabemos que al desactivar estas zonas se llega a un estado en el que el mundo se percibe como extraño”, cuenta Nutt. Es decir, cuando la psilobicina reduce la acción de estas áreas, se entra en un estado con menos restricciones, en el que, como suelen decir los chamanes, se ‘abren puertas’ hasta ese momento cerradas.
El efecto de las setas alucinógenas es semejante al de un ‘viaje’ de LSD, y varía en función de la dosis ingerida, el contexto en el que se toma y las características de cada individuo. No obstante, hay experiencias que se repiten. Es frecuente ver patrones geométricos, tener sensaciones corporales extrañas y un estado alterado del espacio-tiempo. La intensidad de estas alteraciones está correlacionada con una reducción de la oxigenación y el flujo sanguíneo en ciertas partes del cerebro, por lo que se cree que son mecanismos vinculados con la transición del estado normal de conciencia al estado alterado.
Hay varios modelos para explicar las alucinaciones. “Casi todos asumen que los alucinógenos desequilibran la actividad de partes del cerebro relacionadas con el procesamiento de lo que vemos y oímos, y otras donde se interpreta e integra esa información”, explica Berra Yazar-Klosinkski, investigadora de la Asociación Multidisciplinar de Estudios Psicodélicos de EE UU (MAPS, por sus siglas en inglés).
“Podría insinuarse que el alucinógeno desmonta lo que el filósofo Ernst Cassirer llama ‘complicada trama de símbolos’ y muestra la naturaleza sin mediación alguna”, relataba el profesor y ensayista Antonio Escohotado en su texto Los alucinógenos y el mundo habitual. Pero los científicos no se conforman con describir efectos. Quieren desentrañar los mecanismos bioquímicos de la psicodelia.
Pocas pistas para seguir la ruta química
La psilocibina tiene una farmacología compleja. Estudios realizados con ratones y humanos indican que ejerce su acción psicodélica activando los receptores de la serotonina 5-HT2A. “Se han hecho estudios con psilocibina en humanos a los que se les habían ‘desactivado’ los receptores 5-HT2A, lo que paraba los efectos de los psicodélicos, incluyendo los cambios de percepción, de humor y de pensamiento”, asegura Yazar-Klosinkski.
“Aunque las respuestas farmacológicas están más o menos claras, sigue habiendo mucha controversia con los mecanismos neuronales responsables de las acciones psicodélicas de los alucinógenos”, apuntan Hyeong-Min Lee y Bryan L-Roth, investigadores de la Universidad de Carolina del Norte (EE UU), que comentan los recientes descubrimientos de David Rutt en PNAS.
Por ahora se sabe muy poco, en parte porque no es sencillo llevar a cabo experimentos con drogas ilegales. “Desafortunadamente, por motivos médicos, legales y sociales, los estudios bien controlados sobre las acciones de los alucinógenos en humanos han languidecido desde los 60”, relatan Hyeong-Min Lee y L- Roth.
Pero hay quienes reivindican la necesidad de indagar en este campo. Así lo expone la asociación científica MAPS. “Queremos terminar con el miedo y la irracionalidad que han rodeado las investigaciones con psicodélicos y marihuana”. Uno de sus objetivos es evaluar el uso terapéutico potencial de estas sustancias, pero además, muchos expertos advierten de un nuevo auge en su consumo y consideran necesario saber más sobre los efectos que pueden provocar.
Datos escurridizos
“El uso de plantas y hongos con intención recreativa se ha puesto de moda en los últimos años, y sus consecuencias pueden ser letales”, advierte Benjamin Climent, responsable de la Unidad de Toxicología del Hospital de Valencia.
Según el Informe de Usos de Sustancias Psicoactivas en España en el Lugar de Trabajo, el 6,2% de los hombres y el 2,5% de las mujeres de entre 16 y 65 años admite haber consumido alucinógenos alguna vez. En la encuesta ESTUDES se indica que la prevalencia del consumo anual (en el último año) de hongos alucinógenos entre los estudiantes españoles de 14 a 18 años fue del 1,6%.
Las cifras del verdadero consumo de estas drogas son escurridizas y no existen estudios en profundidad sobre el tema. Tampoco se sabe qué consecuencias tiene su uso a largo plazo. “No hay datos de consumidores crónicos de estas sustancias. No generan dependencia, pero un empleo puntual puede provocar una intoxicación grave incluso mortal”, advierte Climent.
La psilocina y la psilobicina se encuentran incluidas en la Lista I de la Convención de Sustancias Psicotrópicas de 1971 y “se consideran, por lo general, de baja peligrosidad”, según el informe de drogas emergentes. El propio David Nutt declaró, cuando era jefe del Consejo Asesor sobre Abuso de Drogas británico, que el éxtasis y el LSD eran menos peligrosos que el alcohol. Claro que esta declaración le costó el puesto.
Adelantar la psicosis

“Las psilocibina, hasta ahora, no está asociada con ningún daño cerebral, ni en humanos ni en ratas”, afirma Yazar-Klosinkski. Sin embargo, los profesionales médicos alertan del riesgo que acarrea la ingesta de setas. “En los servicios de urgencias nos encontramos con intoxicaciones mortales desencadenadas por estas sustancias”, describe Climent.
La mayoría de los que acaban en urgencias tras una ingesta de setas llegan con problemas cardiovasculares (hipertensión, taquicardias, arritmias…), o neurológicos y psiquiátricos. “Es muy típico encontrarte pacientes con ataques de pánico, cuadros de agitación psicomotriz o alucinaciones típicas de un brote psicótico desencadenado por estas sustancias”, relata el doctor.
“El principal riesgo de tomar drogas psicodélicas es que puede adelantar la aparición de una enfermedad psicótica a la que se tuviera una predisposición congénita”, asegura Climent. “Además, si un enfermo ya diagnosticado consume este tipo de productos, tendrá brotes de la enfermedad”.
Poca percepción de riesgo
Otro peligro son las posibles interacciones con otras drogas o medicamentos. “Las reacciones inesperadas que pueden provocarse al mezclar varias drogas es la primera causa de problemas con los psicodélicos”, explica Yazar-Klosinkski. Sin embargo, la percepción del riesgo asociado a estas sustancias es baja. “Muchas se han utilizado con fines mágicos, religiosos y médicos por culturas primitivas, y la cultura occidental las ha ido incorporando como sustancias recreativas, pero mantienen la aureola de espiritualidad, rito o curación”, explica Benjamín Climent.
“Ese halo hace que no se consideren tan peligrosas como los productos químicos artificiales y las drogas ilegales clásicas. Esto es erróneo, porque su toxicidad es impredecible, incluso mortal”, prosigue.
De nuevo, de qué dependen estas intoxicaciones es un misterio. La potencia alucinógena varía dependiendo de la especie, del tipo de cultivo, la forma de preparación y otras variables. Y la respuesta del cerebro ante ellas es aun más impredecible, al menos por ahora.
Una pócima para rogar al Sol
Hay entre 70 y 100 especies conocidas de setas que contienen alcaloides psicotrópicos activos. La mayoría de ellas pertenecen a la familia de los psilocybes (las más comunes son la mexicana y la cubensis) o a la de los agáricos (en la que se incluyen la Amanita muscaria y la panterina).
Los psilocybes se usaban tradicionalmente en algunas culturas precolombinas mesoamericanas. Se denominaban Teonanacatil y se consumían mezcladas, tras un largo y lento proceso de preparación, con otras sustancias como miel o chocolate. Esta pócima formaba parte del ritual diario de rezo al Sol, para que volviera a salir al día siguiente.
Los ejemplares pueden encontrarse en bosques de coníferas del hemisferio norte y en prados de altura. El consumo ha salido fuera de sus fronteras tradicionales, lo que provoca un conflicto entre la defensa de libertad religiosa y la restricción de oferta de sustancias peligrosas para la salud.
Su consumo como alucinógenos es en crudo, tras su desecación o incluso preparado como infusión o comida. El porcentaje de ingredientes activos en el producto desecado es 10 veces mayor que cuando está fresco. Los efectos suelen aparecer a los 30 minutos de la ingesta y y duran, aproximadamente, de cuatro a seis horas.
Son fáciles de confundir, en su recolección silvestre, con otras especies parecidas de toxicidad grave o mortal, de hecho la mayoría de casos de intoxicaciones graves por setas se deben a una ingesta de una especie que, equivocadamente, se pensaba comestible.