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Poesía que escupe realidades

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César Vallejo, autor de "Los heraldos negros" y "Trilce, que" son celebrados clásicos de la vanguardia y la experimentación latinoamericana
César Vallejo, autor de «Los heraldos negros» y «Trilce, celebrados clásicos de la vanguardia y la experimentación latinoamericana

Bertold Brecht o Pablo Neruda, Mahmud Darwisch o Bei Dao, todos ellos muestran esa tendencia en la que la voz del poeta interviene en política de una u otra manera, desde la adhesión a una causa a la denuncia del horror.

“Niemals eine Atempause” (Nunca un respiro) es el título de la antología, publicada por la editorial Kiepenhauer&Witsch, que parte de la tesis de que en el siglo XX los poetas se vieron obligados ante los horrores cotidianos a dejar atrás la estética del arte por el arte, típica de la segunda mitad del siglo XIX.

Joachim Sartorius, compilador de la obra, admite en el prólogo que una antología de la poesía política del siglo XX hubiera sido distinta a la suya de haberla hecho un poeta de Singapur o de Buenos Aires.

Es por ello que al lector de lengua española no deberá extrañarle no encontrar nombres como el del Cesar Vallejo (“España aparta de mi este cáliz”) o el de Mario Benedetti.

El libro de Sartorius pone el acento en Europa y ante todo en Alemania, como demuestra que haya un capítulo dedicado a 1933, el año del advenimiento del nazismo, y otro a la llamada “hora cero” después de la guerra.

Pero, al margen de esas salvedades, Sartorius procura abarcar los conflictos políticos fundamentales del siglo XX.

El libro va desde el genocidio armenio perpetrado por el imperio otomano, hasta la preocupación por el cambio climático, pasando por la guerra civil española, las dos guerras mundiales, el auge del comunismo, la revolución cubana y los movimientos de liberación en el llamado tercer mundo, incluyendo a Latinoamérica.

Una de las corrientes que muestra la obra es la de la poesía pacifista basada en la condena del horror de la guerra, de la que uno de los mejores ejemplos es tal vez, “Nuestros jóvenes”, del británico Siegfried Sassoon.

En ese poema, Sassoon contrasta la glorificación de la guerra, atribuida a un obispo anónimo -a la que dedica la primera estrofa- con la denuncia de lo que realmente deja la guerra.

El obispo dice que cuando vuelvan “nuestros jóvenes no volverán a ser los mismos”, ya que “regresarán transformados tras una guerra justa”, pero uno de ellos replica: “Ninguno de nosotros es el mismo/ George perdió las dos piernas, Billy quedó ciego/ el pobre Jim murió de un tiro en el pulmón/y Bert tiene sífilis”.

En los capítulos dedicados a las dos guerras mundiales, Sartorius opta por dejar de lado a los poetas que las glorificaron, al igual que omite deliberadamente, lo advierte en el prólogo, a los poetas que pusieron su obra al servicio del nacionalsocialismo.

No ocurre lo mismo con la poesía relacionada con la Unión Soviética y el comunismo en general, puesto que en el libro conviven poetas disidentes que fueron perseguidos por el estalinismo con otros que, sobre todo al comienzo, glorificaron la utopía marxista-leninista, en la que veían una promesa para la humanidad.

Entre las glorificaciones de la Unión Soviética, cabe destacar la que hace el cubano Nicolás Guillén, que sería de algún modo uno de los poetas oficiales de la revolución cubana.

Un caso de ironía trágica es el de Vladimir Majakovski, que celebró el advenimiento de la revolución para luego caer en desgracia y terminar suicidándose dándole “la palabra al camarada Mauser”, según una frase que se le atribuye.

El prólogo arranca precisamente constatando la situación contradictoria que vivió la poesía, y el arte en general, frente a la utopía comunista.

La primera imagen es la del músico Hans Werner Henze que, según cuenta en su diario, durante una visita a Cuba, cuando un soldado de la revolución puso su ametralladora encima de su partitura, deseó que en esta última quedase una mancha de aceite.

Era el arte, dice Sartorius, que buscaba la bendición de la revolución. El idilio terminaría a más tardar, agrega, cuando Fidel Castro hace encarcelar al poeta Heberto Padilla e insulta a los intelectuales occidentales que se solidarizan con él.

Benedetti en el jamón de bellota

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Mario Benedetti y su esposa Luz López, en 1955
Mario Benedetti y su esposa Luz López, en 1955

«Jesús y yo salvadas las distancias/somos dos habitantes del exilio/ y lo somos por cautos por ilusos». Así se expresaba Benedetti en ‘Geografías’, el libro que escribió durante su exilio en España, tras pasar por Buenos Aires y Cuba.

Y es que España acogió al poeta y narrador con los abrazos abiertos. Aquí cosechó legión de amigos y seguidores, entre ellos Joan Manuel Serrat, quien puso voz a muchas de sus letras, y aquí ha publicado más de treinta poemarios o antologías, y más de veinte títulos entre relatos, novelas y ensayos.

En total, el autor de ‘La Tregua’, que ha cautivado a jóvenes y no tan jóvenes de todo el mundo por la defensa de sus ideas y bonhomía, publicó más de 80 libros, que le aportaron varios premios.

La vida de Benedetti estuvo marcada por un exilio obligado que le hizo salir de Uruguay en 1974, por la dictadura militar, que le persiguió y encarceló, y que torturó a familiares y amigos. A España llegó en 1978 huyendo del clima de Cuba por su humedad -él era asmático- y por un problema de comunicación con su familia.

«Si mis padres recibían una carta de Cuba iban presos», explicó el escritor en una entrevista concedida al periodista Juan Cruz.

En España se instaló con su amada mujer, Luz López Alegre, su compañera durante más de 57 años, en Palma de Mallorca, desde donde viajaron por muchos lugares, como Cuba, Londres, París, Holanda o Alemania, donde presentó su recital a dos voces con el cantautor Daniel Viglietti. «Comenzó una vida cultural activa coincidiendo con la entrada de la Democracia en España», escribe Hortensia Campanella.

Pero el clima de Mallorca, también por su humedad, les hace instalarse en Madrid por su ambiente seco, en el barrio de Prosperidad. Aquí comienza Benedetti a publicar sus artículos en el diario ‘El País’, según recuerda Hortensia Campanella en la biografía que sobre el escritor ha publicado hace en España, «Mario Benedetti. Un mito discretísimo» (Alfaguara).

Y según la biógrafa, estos artículos que fueron muy populares, cargados de lealtad a sus ideas y sobre temas candentes, no contaban con el aprecio de muchos intelectuales españoles, tampoco su posición con Cuba.

«Ciertas elites, no necesariamente de derechas, fruncían su nariz. Así Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa y José Ángel Valente, entre otros, escribieron duras respuestas a lo que planteaba el uruguayo», escribe Campanella.

En Madrid, el autor de ‘Gracias por el fuego’ también se encontró con otros exiliados de su país como la poeta Cristina Peri Rossi o con Juan Carlos Onetti, o Eduardo Galeano, y se relacionó con otros intelectuales españoles. José Manuel Caballero Bonald llegó a compararle con algún integrante de la generación de los 50.

Uno de sus primeros poemarios en España fue ‘Poesía trunca que no era. Poesía revolucionaria latinoamericana’, una antología publicada por su amigo Chus Visor, editor de todos sus libros de poesía.

Pero Benedetti también ha sido uno de los poetas que más ha vendido en este país y con más tirón entre los jóvenes de todas las generaciones, a quienes muchas veces ha llegado a través de las canciones que cantautores como Serrat, Daniel Viglietti, Nacha Guevara, Víctor Manuel o Soledad Bravo, entre otros, interpretaban con sus letras.

‘Testigo de uno mismo’ (Visor) es el último poemario de Benedetti publicado en España. En él, este autor de mirada limpia y cristalina, cargado de experiencia y memoria de un tiempo duro, abre nuevos interrogantes sobre el sentido de la vida y la muerte, y vuelve sobre sus vieja cicatrices.

Considerado un cronista de su tiempo, sus escritos están cargados de un fuerte compromiso político, con el fin de explicar la situación a sus ‘prójimos próximos’. Ternura y nostalgia, rebeldía e inquietud, la pluma del uruguayo evolucionó a lo largo de su vida, siempre con el objetivo de crear imágenes que envolviesen y raptasen la atención del lector.