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Recital en la sustancia blanca del cerebro

La estructura de la sustancia blanca del cerebro refleja la sensibilidad musical. Así concluye un estudio del grupo de Cognición y Plasticidad Cerebral del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona (UB) y del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (UB-IDIBELL).
El trabajo, publicado en el Journal of Neuroscience, muestra que la conectividad de la sustancia blanca, el tejido a través del cual se comunican las distintas áreas del sistema nervioso central, es clave para entender por qué nos gusta o no la música. Además, confirma que para que las personas sientan placer musical es necesario que las estructuras cerebrales relacionadas con la recompensa a los estímulos trabajen conjuntamente con las vinculadas a la percepción.
El investigador de la UB Josep Marco Pallarés lidera este estudio, en el que también han participado Antoni Rodríguez Fornells (UB-IDIBELL-ICREA), Noelia Martínez Molina, de la Universidad de Helsinki (Finlandia), Ernest Mas Herrero y Robert Zatorre, de la Universidad McGill de Montreal (Canadá).
Escuchar música se considera como una actividad gratificante en todo el mundo, pero trabajos anteriores de este grupo han demostrado que existe una gran variabilidad individual al respecto: desde personas que prácticamente no podrían vivir sin la música, hasta personas que no obtienen ningún placer de ella, una condición que se ha llamado anhedonia musical específica.
Según Marco Pallarés, “este fenómeno se da en población sana, sin ningún tipo de patología. Las personas con anhedonia musical específica disfrutan de otros estímulos placenteros (como la comida, o las recompensas monetarias), pero no son sensibles a la recompensa musical”.
El estudio de la anhedonia musical específica determinó que las diferencias individuales en cuanto a la recompensa musical estaban relacionadas con la conectividad funcional —los patrones de activación neuronal de distintas regiones cerebrales— entre las áreas de percepción auditiva: en concreto, entre la corteza supratemporal y un área clave en el procesamiento de la recompensa, el estriado ventral. Es decir, que la sensibilidad musical dependía del trabajo conjunto de estas dos áreas.
Estudiar las conexiones cerebrales
El objetivo de la nueva investigación fue averiguar si la sensibilidad a la música se veía determinada por cómo se conectan las áreas de procesamiento perceptivo y las áreas del circuito de recompensa. El experimento se hizo con 38 voluntarios sanos utilizando la técnica de resonancia magnética por difusión, que permite reconstruir la estructura de la sustancia blanca cerebral, es decir, los haces de sustancia blanca que conectan las diversas regiones cerebrales.
La sensibilidad a la música de los participantes se determinó mediante la puntuación obtenida en un cuestionario desarrollado por el mismo grupo, el Barcelona music reward questionnaire (BMRQ).
Después, durante la sesión de resonancia magnética, los participantes tenían que escuchar fragmentos de canciones del género clásico y proporcionar valores de placer en una escala del 1 al 4 en tiempo real.
Para controlar la respuesta cerebral ante otros tipos de recompensa, los participantes también debían jugar en una actividad de apuestas monetarias en que podían ganar o perder dinero real.
El hecho de que ninguno de los participantes mostrara una puntuación baja en las escalas de recompensa general es una demostración de que las diferencias individuales en el procesamiento de la recompensa estaban restringidas al dominio musical y no afectaban a otros estímulos.
Los resultados del experimento muestran que existe una relación entre los haces de sustancia blanca que conectan el área de percepción musical y la actividad del sistema de recompensa.
Para Marco Pallarés, “el estudio demuestra que la sensibilidad hacia la música está relacionada con los haces de sustancia blanca que conectan, por un lado, la corteza supratemporal con la corteza orbitofrontal y, por otra parte, la corteza orbitofrontal con el estriado ventral”.
“El hecho de utilizar la corteza orbitofrontal —continúa el investigador— se debe a que no existen haces de sustancia blanca que conecten de forma directa la corteza supratemporal y el estriado ventral y, por tanto, las áreas de procesamiento perceptivo y las áreas del circuito de recompensa deben conectarse a través de otra estructura”
¿Por qué solo existe la anhedonia musical?
Estos resultados resaltan la necesidad de ampliar el foco de estudio para entender el funcionamiento del sistema de recompensa del cerebro. “No podemos limitarnos a estudiar solo la red de recompensa, sino que necesitamos conocer cómo acceden los diferentes estímulos a ese sistema de recompensa. Ello podría ser clave para entender por qué hay anhedonias específicas respecto a un determinado estímulo como la música, pero no respecto al resto de estímulos, como el juego o los alimentos, lo que podría tener aplicaciones en la comprensión de ciertas patologías relacionadas con adicciones específicas o anhedonias específicas hacia un cierto estímulo”, concluye Marco Pallarés.
El teatrillo de los recuerdos

Investigadores británicos han realizado una de las encuestas más grandes sobre los primeros recuerdos de las personas, y han descubierto que casi el 40 por ciento de las personas tenía un primer recuerdo de su vida que es ficticio.
La investigación actual indica que los recuerdos más antiguos de las personas datan de alrededor de los tres o los tres años y medio de edad. Sin embargo, el estudio de investigadores de la City University de Londres, la Universidad de Bradford y la Universidad de Nottingham Trent, publicado en la revista ‘Psychological Science’, encontró que el 38,6 por ciento de una encuesta de 6.641 personas afirmó tener recuerdos de dos años o menos, con 893 personas que reclaman recuerdos de un año o incluso menores. Esto fue particularmente frecuente entre adultos de mediana edad y adultos mayores.
Para investigar los primeros recuerdos de las personas, los científicos pidieron a los participantes que detallaran su primer recuerdo junto con su edad en ese momento. En particular, se les dijo a los participantes que la memoria en sí tenía que ser una que estaban seguros de recordar. No debe basarse en, por ejemplo, una fotografía familiar, una historia familiar o cualquier fuente que no sea la experiencia directa.
A partir de estas descripciones, los investigadores examinaron el contenido, el lenguaje, la naturaleza y los detalles de las descripciones de memoria más antiguas de los encuestados, y de ellas se evaluaron las posibles razones por las cuales las personas reclaman recuerdos de una edad que la investigación indica que no se pueden formar.
Como muchos de estos recuerdos datan de antes de la edad de dos años o menos, los autores sugieren que estos recuerdos ficticios se basan en fragmentos recordados de experiencias tempranas, como un cochecito, relaciones familiares y sentimientos tristes, y algunos hechos o conocimientos sobre su propia infancia, o que puede haberse derivado de fotografías o conversaciones familiares.
Como resultado, lo que una persona que rememora tiene en mente al recordar estos primeros recuerdos es una representación mental que consiste en fragmentos recordados de experiencias tempranas y algunos hechos o conocimientos sobre su propia infancia, en lugar de recuerdos reales.
Con el tiempo, tales representaciones mentales se vuelven experienciales cuando vienen a la mente y, por lo tanto, para el individuo, simplemente son «recuerdos» con contenido fuertemente vinculado a un tiempo particular.
En particular, los recuerdos ficticios muy tempranos fueron vistos como más comunes en adultos de mediana edad y adultos mayores, y aproximadamente cuatro de cada diez de este grupo tienen recuerdos ficticios para la infancia.
La doctora Shazia Akhtar, primera autora y asociada principal de investigación de la Universidad de Bradford señala: «Sugerimos que lo que un recordador tiene en mente cuando recuerda recuerdos de ficción improbablemente tempranos es una representación mental similar a la memoria episódica que consiste en fragmentos recordados de experiencias tempranas y algunos hechos o conocimientos sobre su propia infancia o niñez».
En este sentido, añade que «se pueden inferir o agregar otros detalles de manera no consciente, por ejemplo, que uno llevaba pañal al estar de pie en la cuna. Tales representaciones mentales de memoria episódica llegan, con el tiempo, a ser recolectivamente experimentadas cuando vienen a la mente y así para el individuo, simplemente son ‘recuerdos’ que apuntan particularmente a la infancia».
Por su parte, el profesor Martin Conway, director del Centro para la Memoria y el Derecho en City, University of London y coautor del trabajo, explica que en su estudio que pidieron a los participantes que rememorasen el primer recuerdo que realmente recordasen, cerciorándose de que no estaba relacionado con una historia familiar o una fotografía.
«Cuando miramos las respuestas de los participantes, encontramos que una gran cantidad de estos primeros ‘recuerdos’ se relacionaban frecuentemente con la infancia, y un ejemplo típico sería un recuerdo basado en un cochecito — explica–. Para esta persona, este tipo de memoria podría haber resultado de alguien que dijera algo como ‘mi madre tenía un gran cochecito verde’. Entonces la persona imagina cómo se vería. Con el tiempo, estos fragmentos se convierten en un ‘recuerdo'».
No obstante, precisa que la persona que los recuerda no es consciente de que se trata de un ‘recuerdo’ falso o ficticio. «De hecho, cuando a las personas se les dice que sus recuerdos son falsos, a menudo no lo creen –añade–. Esto en parte debido al hecho de que los sistemas que nos permiten recordar cosas son muy complejos, y no es hasta que tenemos cinco o seis años que formamos recuerdos parecidos a los adultos debido a la forma en que se desarrolla el cerebro y debido a nuestra creciente comprensión del mundo «.