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Cuando el frío abrasó al bebop

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Miles Davis y Gil Evans
Miles Davis y Gil Evans

A finales de la década de los 40 del pasado siglo, después de dejar a Charlie Parker, Miles Davis se embarcó en un proyecto musical nuevo con el arreglista y compositor Gil Evans y que tendría por nombre «The birth of the cool». Evans quedó impresionado por la composición de Miles «Donna Lee» y propuso a éste llevar su trompeta a un ámbito orquestal a la manera de Ellington, pero con lenguaje cool. Junto a varios músicos blancos, como el propio Gil Evans, formaron un conjunto apropiado para los sonidos lentos y envolventes de Miles, con Lee Konitz y Gerry Mulligan entre otros músicos. El resultado fue magnífico y el nuevo sonido que habían creado Miles y Gil se empezó a imponer sobre el bop y la gran mayoría de músicos, en especial blancos, se volcaron hacia él.

Miles aceptó una oferta para actuar en un festival de jazz en París. Allí se enamoró de Juliette Greco, con la que mantuvo una relación sentimental durante su estancia en la capital. De vuelta a Estados Unidos, Miles sintió un gran vacío en su vida tras el término del romance y la hostilidad de su país de origen, por lo que se inició en el consumo de heroína. Durante los seis años que duró la pesadilla, Miles produjo muy poca música, y, además, fuera del estilo creado con Gil Evans en «The birth of the cool». Este nuevo sonido empezó a ser patrimonio de músicos blancos como Lennie Tristano, Stan Getz y Lee Konitz, por lo que la crítica oscureció la labor de Miles en este campo.

Tras varios intentos de dejar el hábito, en 1955, y con la ayuda de su padre, Miles quedo limpio y dispuesto a retomar el camino. Un empresario le ofreció un lugar en el recién creado Festival de Newport y viajó hasta allí con un conjunto renovado. La actuación fue memorable; el éxito de público y crítica así lo ratifica. Fue recibido con todos los honores por los músicos, conscientes del nuevo reinado del trompetista. Además, en su nuevo grupo se encontraba un nuevo saxofonista tenor, antiguo miembro del grupo de Dizzy Gillespie, llamado John Coltrane, que se estaba convirtiendo en el sucesor de la tradición de Parker y Lester Young, gracias a su increíble rapidez y su sobria ejecución.

Miles viajó de nuevo a París, donde contactó de nuevo con artistas y pensadores del país, como Sartre y el joven director de cine Louis Malle, todos ellos muy interesados en su música, lo que le impresionó mucho. Al contrario que en América, en París los músicos de jazz eran tratados como auténticos artistas. Louis Malle, gran aficionado al jazz, propuso a Miles encargarse de la banda sonora de su última película, «Ascensor para el cadalso», papel que aceptó y realizó, en compañía de músicos franceses, en una sesión totalmente improvisada. De vuelta a los Estados Unidos, Miles llamó a Gil Evans, con el que empezó a trabajar en un nuevo proyecto orquestal que se englobaría en el álbum «Miles ahead».

Un día de marzo llegó la noticia de la muerte de Charlie Parker. El mundo del jazz se puso de luto, como homenaje al padre del jazz moderno. La capacidad musical de Bird había disminuido a medida que aumentaba su peso y su adicción a la heroína. En sus últimas actuaciones se había mostrado muy por debajo del nivel de los inicios de su carrera. Las drogas habian destrozado físicamente su cuerpo. El forense dictamino su edad: unos 50. En verdad tenia 35.

En 1955, el responsable del cambio del bebop hacia otras tendencias era Miles. En esa época se vivía un auge del jazz en general, lo que permitió a Miles obtener buenas ofertas para actuaciones en clubes. La escena jazzística neoyorquina se había trasladado al Greenwich Village, barrio en el que vivían gran número de intelectuales y artistas. Allí, Miles consiguió uno de los mejores salarios que se podían ofrecer a un combo. La verdad es que el grupo que entonces lideraba era uno de los más completos, con Coltrane y Cannonball Adderley tocando saxos. En este grupo se daban cita numerosas tendencias: un poco de swing con blues, mezclado con el sonido bebop y cool, todo gracias a las grandes dotes de los intérpretes. Desgraciadamente, Coltrane también se enganchó en la heroína y Miles decidió prescindir de él, ya que no quería revivir sus propios problemas con las drogas.

Jazz, del objetivo a la retina

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Johnny Halliday, con Serge Gainsbourg, Errol Garner, Fernand Raynaud, Juliette Gréco y H. Salvador, en París en 1962
Johnny Halliday, con Serge Gainsbourg, Errol Garner, Fernand Raynaud, Juliette Gréco y Henry Salvador, en París en 1962

El día de la liberación de París, un soldado estadounidense le dejó su cámara para que le fotografiara, y cambió su vida. Su primera foto conocida, la orquesta del pianista Jef Gilson, la publicó, en mayo de 1951, la revista Jazz Hot. Jean-Pierre Leloir (1931-2010) se dedicó a retratar a los músicos de jazz que pasaban por París: lo hizo en las llegadas de aeropuertos y estaciones de tren, camerinos de clubs y teatros, habitaciones de hoteles… Y lo hizo con una gran habilidad para captar su intimidad. Quizá porque amaba a la gente a la que fotografiaba: aseguraba que era incapaz de fotografiar a un artista del que que no apreciara su música.

Era un músico, pero su instrumento era la cámara de fotos, de la que no se separaba, cuenta Michel Legrand en «Jazz Images». Ashley Kahn, autor de libros de referencia como «A Love Supreme», indica que Leloir aparece en el documental The Miles Davis Story con una flamante corbata, gafas redondas y su grueso bigote. La introducción de «Jazz Images» la ha firmado Quincy Jones, al que se puede ver, en una fotografía tomada en 1958, en su piso de París, escuchando música en el suelo junto a Sarah Vaughan, y que asegura recordar incluso las canciones que estaban escuchando en ese preciso momento.

En sus miles de negativos guardó a gigantes del jazz como Chet Baker, Charles Mingus, Thelonius Monk, Lester Young, Billie Holiday, Bill Evans, Ella Fitzgerald… Ahí están Louis Armstrong, con los pantalones arremangados durante un ensayo; Miles Davis jugando al boliche en la playa o Nina Simone bañándose en la piscina de un hotel. Eran tiempos en los que los músicos afroamericanos sufrían todo tipo de humillaciones en Estados Unidos. Y, en Europa, encontraron un ambiente más propicio para su arte y una mayor libertad. Miles, que llegó por primera vez a París en 1949, dijo en su autobiografía que nunca se había sentido de aquella manera, “tratado como un ser humano, como alguien importante”.

Una habitación de hotel en Antibes: John Coltrane se pone a tocar, con un pie sobre la silla, mirando la foto de Eric Dolphy que el francés acaba de regalarle. La cámara fija el instante. Es una de las favoritas de Leloir, que no solo fotografió jazz, también a Dylan, Hendrix o Zappa. Su hija Marion cuida de las más de 100.000 fotografías del legado paterno cuya instantánea más famosa probablemente sea la que tomó de Jacques Brel, Georges Brassens y Léo Ferré.

Más de 150 de esas fotos, la mayoría inéditas, están recogidas en Jazz Images, libro de tapa dura de 31 por 31 centímetros, que incluye un CD con una pequeña muestra de la colección de 50 LP clásicos del jazz que han organizado Gerardo Cañellas y Jordi Soley —responsables de Jazz Images—, también con material gráfico de Jean-Pierre Leloir, creador de una obra tan valiosa como las de Herman Leonard, William Claxton, Roy DeCarava o Francis Wolff. Dice Quincy Jones que Leloir era un preservador de historias. «Y el único modo de que las generaciones futuras sepan algo de sus ancestros, y de cómo forjaron la historia, es que transmitamos estas historias y la sabiduría que conllevan».

El fotógrafo del pentagrama bastardo

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Sonny Stitt, inmortalizado por el objetivo de Herman Leonard
Sonny Stitt, inmortalizado por el objetivo de Herman Leonard

El fotógrafo estadounidense Herman Leonard es autor de inolvidables retratos de astros del jazz como Billie Holiday, Charlie Parker, Louis Armstrong, Frank Sinatra o Miles Davis. Leonard, que se hizo famoso por sus legendarias fotografías en blanco y negro tomadas entre bambalinas, está considerado uno de los principales cronistas del panorama del jazz de mediados del siglo pasado. Sus estilizadas instantáneas presentan salas oscuras, relucientes micrófonos y mucho humo de cigarros.

La carrera del artista comenzó en los años 40. Entre 1948 y 1956 fotografió el mundo del jazz en Nueva York, y luego se mudó a París.

En 1985 se publicó su libro «The Eye of Jazz» en Francia, al que siguieron varios más. En los ’80 se instaló en Nueva Orleans, y el huracán «Katrina» destrozó en 2005 más de ocho mil de sus históricas fotografías. No obstante, antes ya se había ocupado de poner a buen recaudo los negativos.

Leonard se une a la partida de otro de los grandes fotógrafos americanos del jazz, William Claxton, muerto en 2008 y cuyas imágenes poblaron portadas de discos con sesiones que hoy se pueden adquirir además en publicaciones de la editorial Taschen.

Hijo de unos inmigrantes judíos de origen rumano, Leonard nació en Allentown, Pensilvania, en 1923. El pequeño Herman, con 12 años, queda fascinado con la fotografía cuando su hermano mayor le regala su primera cámara. Empeñado en convertirse en fotógrafo, se matricula en la Universidad de Ohio, la única que ofrece un grado en fotografía.

Durante la II Guerra Mundial es llamado a filas, pero no ejerce como fotógrafo porque en el examen de selección falla la composición de un revelador. Terminada la contienda, Leonard trabaja durante un año con uno de los mejores retratistas de su época, el canadiense Yousuf Karsh. Además de la técnica fotográfica y de trucos para manejar al retratado, el aprendiz se lleva del veterano, como único pago a todo ese año, un consejo que lleva a la práctica hasta el extremo: «Retrata la verdad, pero siempre desde la belleza».

Y belleza es lo que saca del mundo del jazz, donde entra de lleno a partir de 1948 en los locales de Nueva York. Para poder escuchar y fotografiar gratis a las estrellas intercambia sus fotos con los dueños de los locales, que las usan para anunciar actuaciones. Por el objetivo de su cámara Speed Graphic pasan Milles Davis, Charlie Parker, Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Dizzy Gillespie o Billie Holiday.

Las fotos de Leonard transmiten la esencia de los clubes de jazz, llenos de humo, de público y de la emoción del directo. Consigue captar el ambiente trasladando las luces estroboscópicas de su estudio a los locales y colocándolas en el mismo sitio desde donde se ilumina la escena. «Solo quería sentirme cerca de esa música. No tenía idea de que me iba a convertir en parte de su historia», diría años más tarde en su libro Tras la escena: la fotografía de Herman Leonard. «La obra de Herman es música para mis ojos», decía de sus fotos el músico Quincy Jones, «consiguió escribir la Biblia de la fotografía del jazz».

El jazz le abre las puertas a otros mundos. En 1954 acompaña como fotógrafo personal a Marlon Brando en un viaje por Hawai, Bali, Filipinas y Tailandia.El sello musical Barclay Record lo contrata como fotógrafo oficial en 1956, con lo que traslada su estudio a París, sede de la empresa. Además de corresponsal en Europa de Playboy y los retratos a sus amigos del jazz en el mítico club St. Germain, Leonard trabaja para revistas como Elle o para modistas como Yves Saint Laurent, Chanel o Balenciaga.

También le llueven reportajes por todo el mundo, que le llevan a Afganistán, Etiopía o India. En 1980, cansado de la frenética vida del fotógrafo de éxito, decide retirarse a Ibiza con su familia. Siete años dura la aventura balear, hasta que agota sus ahorros y empieza a agobiarse por la presencia del turismo. Para impulsar su carrera, se ve obligado a los 65 años a financiar en Londres una exposición sobre sus retratos del jazz, un éxito de ventas y público.

Tras una breve etapa en San Francisco, el fotógrafo solo puede recalar en una ciudad: Nueva Orleans. «Nunca me he sentido tan a gusto dentro de mi propia piel como en esa ciudad», dirá de la ciudad que suena a jazz. Allí sigue fotografiando a los mejores músicos del momento. Solo el huracán Katrina en 2005 hace que el fotógrafo se despegue de la ciudad, a la que volvió como protagonista de un documental, Saving Jazz. Una vez le preguntaron a Milles Davis por él. «¿Herman? ¡El mejor!», contestó.

Las manos del bebop

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Roach fue un innovador, de rápidas y habilidosas manos capaces de mantener varios ritmos al mismo tiempo, variando la métrica y llevando el sonido del jazz más allá del estándar del 4/4
Roach fue un innovador, de rápidas y habilidosas manos capaces de mantener varios ritmos al mismo tiempo, variando la métrica y llevando el sonido del jazz más allá del estándar del 4/4

El virtuoso percusionista Max Roach es considerado uno de los fundadores del jazz moderno. El músico, que tocó con grandes figuras como el saxofonista Charlie Parker, se distinguía por tener manos rápidas y ser capaz de sostener simultáneamente varios ritmos.

Roach, considerado el percusionista que más influyó en el bebop, redefiniendo el papel de los tambores del jazz durante la subida de bebop a finales de los años 40 y comienzos los años 50.

Antes del bebop, el jazz era sobre todo swing tocado en salones de baile.

Pudo en vida «saltar fronteras musicales y sobrepasar las expectativas de su público», según escribió el ‘New York Times’.

Nacido en el Estado de Carolina del Norte en 1924 y criado en Brooklyn, comenzó estudiando piano a los ocho años en una iglesia baptista en dicho barrio neoyorquino.

Cuando era aún un adolescente había logrado hacerse un nombre en la escena del jazz neoyorquino. En los años 40 y 50, tocó bebop con el Quinteto de Charlie Parker y cool bop con la Orquesta de Miles Davis Capitol.

Roach pasará a la historia como uno de los reinventores del jazz, al que dedicó su vida rompiendo barreras musicales por su peculiar estilo de tocar la batería.

Sus improvisaciones y las innovaciones rítmicas que introducía en sus composiciones y que ayudaron a definir el sonido sofisticado del «bepop jazz» le hicieron ganarse un espacio importante en la historia de la música.

Su actitud aventurera duraría durante toda su carrera, en la que sobrepasó las fronteras del jazz, al colaborar con coros de gospel, grupos de hip-hop, artistas visuales y todo tipo de iniciativas musicales.

Su primera actuación se produjo cuando tenía 16 años y consiguió llenar durante tres noches un local neoyorquino como sustituto de un baterista. Esa actuación lo llevó a presentarse en el mítico Milton’s Playhouse del barrio de Harlem, donde coincidiría con el saxofonista Charlie Parker y el trompetista Dizzy Gillespie.

En 1944, Roach protagonizó una de las primeras sesiones de grabación de «bepop jazz» junto al propio Gillespie y el legendario saxofonista Coleman Hawkins. Con unas manos bien rápidas en la batería, Roach también colaboró con Miles Davis y la Capitol Orchestra en varias sesiones de grabación.

Entre los 60 y 80, el baterista consiguió gracias a su imaginación permanecer en lo alto con multitud de colaboraciones musicales y con la formación de varias bandas que dirigía él mismo.

En los 70, Roach pasó a la historia al ser el primer músico de jazz en dar lecciones de música como profesor titular en la Universidad de Massachusetts.

No dejó su actividad didáctica hasta finales de los 90, aunque permaneció activo y ofreció giras con su cuarteto hasta 2000. Su última colaboración como compositor fue en 2002, cuando compuso e interpretó la música del documental «How to fraw a bunny» sobre el artista Ray Johnson.

Un camposanto para los que tocan el cielo

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Tumba de Miles Davis en Woodlawn
Tumba de Miles Davis en Woodlawn

Conciertos de salsa, jazz o música clásica así como visitas guiadas son frecuentes en Nueva York, pero nadie imaginaría que tuvieran cabida en el cementerio Woodlawn, en El Bronx, que alberga a grandes figuras del mundo del arte, política, negocios o deportes.

El pianista Duke Ellington, el trompetista Miles Davis, el escritor Herman Melville, autor de la novela Moby Dick, Gertrude Vanderbilt Whitney, fundadora del museo Whitney, el alcalde Fiorello LaGuardia, el compositor Irving Berlin, autor de «God Bless America», o Celia Cruz descansan en el Woodlawn en medio de un bosque y un buen cuidado del césped.

También el empresario periodístico Joseph Pulitzer, a quien se rinde tributo con los premios que llevan su nombre, los fundadores de los grandes almacenes JC Penney, Macy y la desaparecida cadena Woolworth, la cantante de jazz Florence Mills o David Farragut, hijo de un emigrante español y primer almirante de la Marina de EE.UU., cuya tumba fue declarada patrimonio nacional en 2012.

Este cementerio, al norte del condado de El Bronx, al final de la ruta de la conocida línea 4 del metro, cuenta con una fundación dedicada a su preservación y actos culturales, y alberga unos 1.400 mausoleos privados entre unas 300.000 tumbas en un espacio verde con gigantescos y variados árboles, riachuelos y un lago. Sin embargo, la más visitada es la de la «reina de la salsa», que falleció hace trece años al perder su batalla contra el cáncer. «Todo el mundo quiere ser sepultado cerca de Celia Cruz. Luego de su muerte, se vendieron rápidamente todos los lotes que estaban cerca de su mausoleo», comenta David Ipson, director ejecutivo del camposanto, que abrió en 1863 durante la Guerra Civil y fue declarado monumento nacional en 2011.

Las tumbas de las leyendas del jazz Miles Davis, en mármol azabache, y de Duke Ellington, bajo una sencilla lápida sobre la tierra, son las otras más visitadas por el público y están en lo que se conoce como «la esquina del jazz» porque también están allí los saxofonistas Jean Baptise «Illinois» Jacquet y Coleman Hawkins o el compositor Lionel Hampton, entre muchos otros famosos exponentes del género. «Ellington quiso ser sepultado bajo el árbol de Linden, junto a sus padres.

Luego, falleció Hampton que quiso estar cerca de su ídolo», y luego la hija de Miles Davis decidió que estuviera junto a su amigo (Ellington), cuenta Rosalba Gómez, durante una visita guiada.

No muy lejos de allí se presentan los conciertos de jazz y han contado con estrellas como el trompetista Wynton Marsalis, en una cooperación con el Lincoln Center, pero tampoco ha faltado la salsa o música clásica, organizados por la Woodlawn Conservancy, entre la variedad de eventos que realiza. «Los conciertos son para rendir homenaje a los que están sepultados» y celebrar así su vida, agregó Gómez.

Una caminata por sus calles, designadas con nombres, descubre al visitante tumbas llenas de historia y arte arquitectónico en esculturas y majestuosos mausoleos de diversos estilos y materiales, que complementan con hermosas puertas o vitrales, construidos para familias ricas, para prolongar así su vida de lujos, por famosos arquitectos, que diseñaron y construyeron también la ciudad de Nueva York. Entre ellos destaca el mausoleo de la familia Belmont, una réplica de la capilla de Saint Hubert en el castillo de Amboise, en Francia, donde se enterró a Leonardo Da Vinci, o el de la familia Woolworth, que revive las tumbas egipcias, digna de un faraón, con sus esfinges (símbolo de realeza) que cuidan la entrada, y una gran puerta.

Algunos antiguos mausoleos tomaron hasta diez años en ser completada su construcción porque para esa época no había las facilidades con que se cuenta ahora para tallar el mármol u otras piedras e incluso llevarlas hasta su destino final. Pero, también se hallan antiguas y sencillas tumbas de personas de todas partes y diversos estatus sociales que datan de 1863 hasta el presente y a tono con la época moderna, se han construido edificios para albergar nichos y cenizas, para todo el que desee ser sepultado en el Woodlawn, que entregó a la Universidad Columbia la custodia de los documentos que cuentan su historia y de los que allí descansan.

El poder y sus transgresores emisarios

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Dizzy Gillespie, paseando a lomos de una moto por las calles de Zagreb, en 1956
Dizzy Gillespie, paseando a lomos de una moto por las calles de Zagreb, en 1956

El departamento de Estado nortemaericano empleó a Duke Ellington, Louis Armstrong, Miles Davis y otros gigantes del jazz como embajadores culturales con fines políticos durante la Guerra Fría. Fueron esfuerzos diplomáticos desplegados en 25 países durante un cuarto de siglo por los astros de la, considerada por muchos, música clásica norteamericana, fiel reflejo de la estrategia de Washington de recurrir a las figuras de ese tipo de música para cautivar a sus enemigos de mediados de los cincuenta a fines de los setenta.

Un periodo que incluye acontecimientos históricos como la crisis de los misiles en Cuba, la invasión soviética de Checoslovaquia y la guerra de Vietnam, que en ocasiones le costaron a Washington tensión con Moscú y, en otras, el descrédito en buena parte del globo. Para remediarlo, la diplomacia estadounidense decidió enviar a los gigantes del jazz a los cuatro puntos cardinales que entonces contaban en términos de seducción ideológica; el Islam, Latinoamérica, África Subahariana y el Bloque Soviético.

El objetivo era presentar al jazz como la cara amable de la cultura norteamericana y sinónimo de libertad. Hay escenas como la de Louis Amstrong jugando al futbolín con Kwame Nkrumah -padre del panafricanismo y de la independencia de Ghana-, o tocando la trompeta sobre un camello en las pirámides de Giza, o entre un alboroto de niños en una escuela de El Cairo.

En otras Dizzy Gillespie conduce una motocicleta entre el asombro de los transeúntes en las calles de Zagreb en la antigua Yugoslavia de Tito, o utiliza las notas de su trompeta para desperezar y hacer bailar a una cobra en la ciudad de Karachi, en Pakistán. Tampoco falta el pianista Dave Brubeck ofreciendo un concierto en una gélida Varsovia o aterrizando en el aeropuerto de una calurosa Bagdad, que Ellington asimismo visitó en aquella campaña y donde, aparte de tocar el piano, fumó por primera vez en una pipa de agua.

Ellington también viajó a Addis Abeba para entrevistarse con el emperador Halie Selassie, y a Dakar para ser condecorado con todos los honores por Leopoldo Sedar Senghor, padre de la independencia senegalesa y creador del concepto humanístico de la «negritud». Miles Davis aparece en la exhibición con su banda haciendo las delicias del público de Belgrado, aunque la joya de la corona es una foto en la que Benny Goodman saluda a Nikita Khrushchev cuando aún estaba lejos el reconocimiento diplomático entre Moscú y Washington.

Nada quedaba al azar; si para los desplazamientos a África Negra se elegía a músicos afroamericanos, para los viajes a la antigua Unión Soviética se prefería a blancos como Goodman, que interpretaba jazz pero también música clásica europea, muy apreciada en Moscú. La política del departamento de Estado de hacer amigos a través de la música concluyó antes de iniciarse la década de los ochenta y debido a la oposición republicana a gastar el dinero del contribuyente en empresas culturales y en un género como el jazz.

Para muchos, la diplomacia del jazz logró que en el mundo se viera la cultura norteamericana como algo de todos. Para mejorar la imagen de Estados Unidos no se podía haber optado por una música mejor. Se podía haber optado por el ‘country’, pero se trata de una música demasiado local, muy poco universalista. A la postre, fue una iniciativa para utilizar el arte con fines propagandísticos y políticos, una estrategia habitual del poder en tiempos modernos.

Miles Davis mantiene el «Cool»

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El legado de Miles Davis pervive a través de películas, lanzamientos inéditos de su obra y exposiciones que extienden la sombra infinita de un genuino visionario y un aventurero que desde el jazz viajó a cualquier punto de la galaxia musical.

El legendario trompetista, que falleció el 28 de septiembre de 1991 en la ciudad californiana de Santa Mónica a los 65 años, fue fundamental durante su casi medio siglo de carrera en la evolución del jazz y tocó todo lo que se puso a tiro: el bebop de sus inicios, el nacimiento del cool, el crucial desarrollo de la improvisación modal aplicada al jazz o la eléctrica fusión con el rock o el funk.

«Miles Davis resulta atractivo (en la actualidad) para los jóvenes en particular porque nunca miró atrás en su carrera: siempre estaba mirando hacia adelante», cuenta Vince Wilburn Jr., sobrino de Miles Davis, en una entrevista con el canal Fox.

«Tuvo una vida fascinante. La gente se acerca a nosotros y nos cuenta cosas de su legado que continúan inspirándoles. Hay muchísimas cosas que todavía podemos aprender de Miles y su música», añade, por su parte, el hijo del artista, Erin Davis.

Por otro lado, los seguidores de Davis, siempre preparados para cazar nuevos hallazgos y rarezas de un músico frenético y explosivamente creativo, ya pueden hacerse con el quinto volumen de «The Bootleg Series» titulado «Freedom Jazz Dance».

Este triple álbum recoge la actividad de Davis en el periodo 1966-68, cuando entre otros publicó el disco «Miles Smiles» (1967) y trabajó en un quinteto de bandera formado por el propio trompetista junto a Wayne Shorter (saxo tenor), Herbie Hancock (piano), Ron Carter (bajo) y Tony Wiliams (batería).

Asimismo, el pianista Robert Glasper ha dado una nueva vida y reimaginó la obra de Miles Davis en el sugerente álbum «Everything’s Beautiful» (2016), que contó con la colaboración de artistas como Stevie Wonder y Erykah Badu.

Aun así, los viejos éxitos se resisten a ceder el trono. La revista especializada Billboard informó que en la semana del 8 al 15 de septiembre de 2016 se vendieron en Estados Unidos 1.000 copias en vinilo de «Kind of Blue», una cifra nada despreciable para un clásico del jazz de 1959.

De hecho, con las 26,000 copias en vinilo que ha vendido «Kind of Blue» a lo largo del año en Estados Unidos se sitúa en el puesto número 10 de los discos más exitosos en 2016 en ese formato ahora recuperado.

Más allá de la música, Miles Davis también es el centro de inspiración de la exposición «Next Level Badass: Francine Turk & Miles Davis», en la que la artista visual Francine Turk exhibe sus reinterpretaciones de la obra del jazzista.

«Cheadle Ahead»

Llevar a la gran pantalla la vida de Miles Davis fue una obsesión durante años para Don Cheadle, cuya inmersión en la mente del célebre músico se traduce en «Miles Ahead», un biopic con el que trata de alejarse de las reglas y los convencionalismos.

Así al menos es como le hubiera gustado que se llevara a cabo un proyecto sobre su figura al propio Davis, apunta Cheadle. Y para conseguirlo contó desde el principio con el apoyo y el beneplácito de la familia del genio del jazz, fallecido en 1991 a los 65 años y autor de joyas como «Kind of Blue», «Sketches of Spain» o «Bitches Brew».

De hecho, en 2006, cuando Davis entró de forma póstuma en el Salón de la Fama del Rock and Roll, su sobrino, Vince Wilburn, anunció que Cheadle sería el tipo perfecto para interpretar a su tío en el cine.

Aceptada esa responsabilidad, Cheadle, un enorme fan de la música de Davis, se embarcó en el proyecto, apostó por su propia visión de la historia y decidió asumir el mando en todos los frentes posibles.

«No quería hacer la típica historia sobre una personalidad histórica», confiesa el intérprete.

«Aposté por crear una narrativa donde se sintiera la energía y la creatividad de la mente de Miles y que fuera similar a una composición. No quería rodar un programa didáctico con trozos de su vida», indica.

El resultado es la ópera prima de Cheadle como director, un trabajo que, efectivamente, huye de los estereotipos de las biografías y del que también es responsable como actor protagonista -ya aparece en los primeros pronósticos para el Óscar de 2017-, coguionista (junto a Steven Baigalman) y coproductor.

«A cada paso que daba, el miedo me acompañaba», concede Cheadle.

«Sabía que cualquiera de esas facetas ya de por sí me iba a exigir un reto tremendo. Traté de buscar a otras personas para que me ayudaran, pero todos me dijeron que era mi proyecto y que yo debía hacerlo. Así que lo hice», manifiesta.

La historia gira en torno a la situación personal del músico en 1979, un periodo de sequía artística en Davis, muy diezmado físicamente, envuelto en problemas con el alcohol y las drogas y atormentado por los recuerdos de su matrimonio con la bailarina Frances Taylor.

Al borde del abismo, y con la ayuda de un periodista que irrumpe en su vida, Davis encontrará la salvación en su propio arte.

miles_aheadCon un presupuesto de 8,5 millones de dólares, apenas un mes de rodaje y un reparto que incluye a Ewan McGregor, Emayatzy Corinealdi, Lakeith Lee Stanfield y Michael Stuhlbarg, Cheadle abrazó la tarea más complicada de su vida artística, que incluía, cómo no, dar vida al célebre Miles Davis.

La transformación del actor, que incluso se lanza a tocar la trompeta en algunas fases de la cinta, es uno de los puntos más destacados de la cinta, según coincide en señalar la crítica especializada.

«Nunca he sentido que haya clavado un personaje en toda mi carrera», confiesa Cheadle.

«Y creo que cualquier actor, si alguna vez siente que lo ha conseguido, está equivocado. Verse a uno mismo en la pantalla te hace sentir muy vulnerable. Siempre te imaginas de forma diferente a cómo te ves», declara.

Cheadle salió airoso de su cometido, pero el esfuerzo dejó secuelas. Algunas, incluso, durante el rodaje.

El artista reconoció que hubo días en los que deseaba abandonar el proyecto, agobiado por la responsabilidad y la falta de sueño.

«Hubo incluso un momento en que me sacaron de la cama y me arrastraron al set. No me podía mover. No me podía levantar ni dar un paso. Eso es producto de lo importante que es para mí esta historia. Tienes demasiado miedo a que algo no funcione», sostiene.

De toda la experiencia, lo que Cheadle extrajo principalmente fue «admirar la creatividad y la búsqueda incansable de Davis del siguiente sonido».

«Siempre buscó nuevas fórmulas. Odiaba repetirse. Es alguien que me inspira en mi trabajo. En ese aspecto, quiero ser como él», finaliza.