muerte
La resurrección de los cerebros

Los resultados de una investigación con cerebros de cerdos cuestionan el hecho asumido hasta ahora de que el cerebro de los mamíferos sufre daños irreversibles minutos después de que la sangre deja de circular y plantea la posibilidad de que la recuperación del cerebro sea posible incluso después de que el corazón haya dejado de latir por un tiempo prolongado.
Una persona es declarada clínicamente muerta si hay una pérdida irreversible de la función cerebral. Es lo que se llama muerte cerebral y se pone en evidencia por la pérdida de actividad cerebral indicada por el electroencefalograma isoeléctrico o plano.
La falta de actividad cerebral se considera un síntoma infalible de muerte biológica y la Organización Mundial de la Salud establece al respecto un conjunto de criterios ineludibles para establecer con certeza la muerte. Pero no todos los tejidos y órganos pierden sus características funcionales al mismo tiempo. Se asume que ciertos órganos pueden preservar su vitalidad tras la muerte cerebral.
Diversos estudios, realizados tanto en humanos como en animales experimentales, han demostrado que la actividad eléctrica global y la consciencia se pierden a los pocos minutos de la interrupción del flujo sanguíneo cerebral. A menos que la perfusión sanguínea se restaure rápidamente, varios mecanismos bien conocidos desencadenan la pérdida de la homeostasis iónica y la acumulación de glutamato, el neurotransmisor excitador más abundante del cerebro, hasta alcanzar niveles tóxicos para las neuronas. Esta cascada progresiva e irreversiblemente dispara mecanismos de muerte neuronal y daño axonal.
Ahora, la nueva investigación liderada por la Universidad de Yale ha descrito la recuperación de ciertas propiedades estructurales y funcionales en cerebros de cerdos sacrificados cuatro horas antes.
Un líquido especial
Esta recuperación se logró tras perfundir extracorpóreamente los cerebros a través de sus arterias carótidas con un líquido especial que contenía una serie de compuestos citoprotectores, anticoagulantes nutritivos, etc., además de hemoglobina como elemento portador del oxígeno necesario para la actividad vital de las células. Este líquido fue bombeado a través del sistema vascular cerebral con picos y valles de presión, tratando de simular así la actividad cardiaca.
Tras la muerte clínica, este tratamiento restauró y mantuvo la circulación en las principales arterias, vasos sanguíneos y capilares, preservando el metabolismo cerebral y la capacidad de respuesta celular a fármacos. Igualmente, estudios electrofisiológicos realizados en rodajas tomadas de estos cerebros tras un tiempo considerable de estar mantenidos en estas condiciones (hasta seis horas) indicaron la preservación de la funcionalidad de las neuronas y de sus sistemas de comunicación sináptica.
Pruebas histológicas indicaron la salvaguarda de la estructura neuronal más allá de lo esperable e incluso se evitaron algunos cambios macroscópicos observados en los cerebros no tratados con este sistema (dilatación de los ventrículos cerebrales). Estos hallazgos prueban que, en condiciones adecuadas, el cerebro de los mamíferos posee una capacidad, hasta ahora subestimada, para preservar y restablecer la actividad molecular y celular tras un intervalo prolongado post mortem.
Es importante señalar que, aunque se preserva y reanima la actividad neurofisiológica con este procedimiento, la actividad eléctrica cerebral global, es decir, el electroencefalograma de estos cerebros reanimados, no se recuperó, al menos en el periodo de tiempo estudiado (seis horas).
El cerebro no volvió a funcionar
Los registros de la corteza cerebral mediante electrodos indicaron una falta de actividad coordinada total, lo que lleva a pensar que aunque los elementos que constituyen el cerebro (neuronas, células de glía, componentes vasculares, etc) se pueden preservar más allá de lo que se imaginaba, el cerebro no recupera la capacidad de funcionar como un todo, y por tanto se duda de que la consciencia, o la capacidad de experimentar sensaciones (dolor o angustia) se recuperen con este procedimiento.
La preservación de ciertas características fisiológicas celulares y metabólicas cerebrales no resultan, por tanto, en el resurgimiento automático de la función cerebral normal y bien organizada, posible signo de consciencia. Se logra un cerebro con sus elementos celulares vivos, pero sin función integrada o emergente. Por qué esto es así requerirá de más investigación.
De hecho, estudios anteriores lograron mantener vivos cerebros de ratas y cobayas durante horas, extraídos del cuerpo. Estos cerebros sí mantuvieron la actividad electroencefalográfica global, además de funciones celulares y moleculares. No se sabe si este hecho se debe al menor tamaño de los cerebros o al procedimiento experimental (la muerte cerebral nunca tuvo lugar), más rápido y respetuoso con la integridad cerebral.
Consecuencias para los humanos
Se está aun muy lejos de aplicar estos métodos para poder restaurar estructuras y funciones cerebrales de personas que en la actualidad serían declaradas clínicamente muertas. De hecho, este método es tremendamente invasivo y su aplicación a humanos se vislumbra un tanto difícil. Sin embargo, no existe impedimento biológico claro para pensar que no podría aplicarse a seres humanos en condiciones especiales.
No hay razón para pensar que este líquido ‘resucitante’ especialmente formulado no pueda funcionar igualmente en los seres humanos. Al fin y al cabo, todos los animales, incluyendo los mamíferos, compartimos principios vitales fundamentales. Probarlo experimentalmente representa un problema bioético de enorme magnitud y resulta poco probable que esté previsto a corto plazo.
Sin embargo, los resultados de esta investigación constituyen una prueba de concepto que podría afectar a las consideraciones médicas y éticas de pacientes en estado crítico en espera de un órgano para trasplante, y a la inversa: cómo convencerse de que una situación de muerte clínica es irreversible, dando pie a la donación de órganos.
Hipotéticamente, si esta tecnología se mejorara y se desarrollara para su uso en humanos, las personas con muerte cerebral, especialmente aquella resultante de la falta de oxígeno, podrían convertirse en candidatos a una reanimación cerebral.
La neurociencia no deja de sacudir la conciencia humana y social con sus hallazgos. Los científicos nos limitamos a describir lo que encontramos. La sociedad, una vez más, habrá de encontrar el camino para adaptarse al progreso del conocimiento.
El límite de la eternidad

Durante el siglo XX se incrementaron de manera constante la esperanza de vida y la edad máxima alcanzada por los humanos, lo cual hizo pensar que la longevidad podría seguir aumentando. Sin embargo, esta tendencia se ha ralentizado en las últimas décadas y la tasa de mejora de la supervivencia disminuye rápidamente a partir de los 100 años de edad, según indica un estudio publicado en la revista Nature.
El trabajo, llevado a cabo por investigadores del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, asegura que el límite en la longevidad humana ya ha sido alcanzado. Desde el siglo XIX hasta hoy, la esperanza de vida media ha aumentado casi continuamente, gracias a las mejoras en la salud pública, la dieta y el medio ambiente, entre otros factores.
Por ejemplo, en promedio, los bebés estadounidenses que nacen hoy podrían vivir hasta casi los 79 años, en comparación con una esperanza de vida de solo 47 para los nacidos en el año 1900. Desde la década de 1970 la duración media de la vida también ha aumentado, pero parece que la longevidad ha tocado techo.
“Los demógrafos, al igual que los biólogos, afirmaban que no había razón para pensar que el aumento de la longevidad se frenaría pronto”, señala Jan Vijg, autor principal del estudio. “Sin embargo, nuestros datos indican de manera clara que el límite ya se alcanzó en la década de 1990”, afirma.
Bases de datos demográficas
Vijg y sus colegas analizaron la información de la Base de Datos de Mortalidad Humana, que compila los datos de mortalidad y población de más de 40 países. Desde 1900, ha habido un descenso general de la mortalidad en edades avanzadas. La proporción de personas de cada cohorte (el conjunto de nacidos en un año concreto) que sobreviven después de los 70 crece con el año de nacimiento, lo que apunta hacia un aumento continuo de la esperanza de vida media.
Pero cuando los investigadores observaron las mejoras en la supervivencia desde 1900 para los mayores de 100 años, se encontraron con que alcanzan un máximo en torno a los 100 años y luego disminuyen rápidamente, independientemente del año en que las personas hayan nacido. «Este hallazgo indica un posible límite a la longevidad humana», dice el autor.
El equipo analizó también los datos de la edad máxima en el momento de la muerte. Se centraron en los registros de personas que habían vivido 110 años o más entre 1968 y 2006 en los cuatro países con el mayor número de individuos longevos (EE UU, Francia, Japón y Reino Unido). La edad de estos supercentenarios aumentó rápidamente entre 1970 y principios de 1990, pero alcanzó una meseta sobre 1997 –el año en que murió la francesa Jeanne Calment a los 122 años de edad, que alcanzó la edad máxima documentada en la historia–.
Caso atípico
Utilizando los datos de edades máximas en la muerte, los investigadores estimaron la duración máxima de la vida humana en 115 años (el caso de Jeanne Calment se considera estadísticamente atípico). Por último, calcularon 125 años como el límite absoluto de la vida humana. Esto significa que la probabilidad en un año determinado de que haya una persona viva a los 125 años en el mundo es menor que 1 entre 10.000.
“El progreso contra las enfermedades infecciosas y crónicas puede continuar aumentando la esperanza de vida media, pero no el máximo tiempo de vida», dice Vijg. El autor opina que “tal vez los recursos que se gastan ahora para aumentar la esperanza de vida deberían destinarse a mejoras en la atención sanitaria que se presta a los ancianos”.
Las claves del arte de las vísceras

En los siglos pasados, cuando no existían tantas donaciones de cadáveres a las facultades de Medicina y tampoco estaban avanzadas las técnicas de conservación, los estudiantes de Medicina realizaban escasas prácticas reales de anatomía, es decir, de disección de cadáveres. Sin embargo, los profesores contaban con esculturas hiperrealistas, elaboradas principalmente con cera, que les permitían mostrar a sus alumnos la estructura y la disposición de las distintas partes del cuerpo humano.
El Museo Anatómico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid (UVa) cuenta con la colección más amplia de España de piezas de estas características procedentes del taller parisino Vasseur-Tramond, unas tallas elaboradas a partir de una técnica denominada ceroplástica, con la que se trataba de reproducir de la forma más fielmente posible una disección real, con el objetivo de que perdurase en el tiempo.
“El origen de estas imitaciones de cera del cuerpo humano se encuentra en la época del Renacimiento (siglo XV), principalmente en Italia, aunque no fue hasta el siglo siguiente cuando el interés por la Anatomía llevó a los artesanos a construir modelos anatómicos humanos, de animales y de plantas», detalla Juan Francisco Pastor, director del Museo de Anatomía de la UVa, quien añade que la ceroplástica alcanzó su apogeo en el siglo XVIII en Italia. Ya a mediados del siglo XIX, París se convirtió en el principal centro de fabricación.
Talleres como el de Vasseur-Tramond comenzaron a vender estas ceras a facultades de Medicina y escuelas de cirugía europeas alrededor de 1880. En el caso de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid, fue el ilustre Salvino Sierra, director del Instituto Anatómico Sierra –germen del actual Museo de Anatomía–, quien adquirió a principios del siglo XX la colección completa, de la cual hoy se conservan unas 114 piezas.
“Se han perdido bastantes piezas y otras están muy deterioradas, porque se han utilizado mucho en la enseñanza. No obstante, hoy el valor artístico de estas piezas supera al didáctico, y por ello estamos restaurándolas poco a poco, ya que su recuperación es muy costosa», señala el profesor Pastor.
El “misterio» de los métodos utilizados
Pero, ¿qué métodos utilizaban los artesanos para construir estas piezas hiperrealistas? Cada escultor tenía sus propias técnicas, que guardaba bajo un estricto secreto profesional, por lo que no existe documentación al respecto.
“Sabemos que intervenían, por un lado, el anatómico que realizaba la disección y, por otro, el escultor anatómico, pero cada uno tenía su propia forma de hacerlo y por ello existía un gran secretismo. Lo que conocemos es que tenían que trabajar apresuradamente, ya que no existían los métodos de conservación actuales y los cadáveres no tardaban en descomponerse, de modo que extraían unos moldes y, sobre una parte ósea real, empezaban a aplicar la cera», apunta Pastor
El director del Museo de Anatomía de la UVa, junto con otros investigadores del departamento de Anatomía y Radiología de la Universidad de Valladolid, del Servicio de Radiodiagnóstico del Hospital Clínico Universitario y de la Universidad de las Artes de Londres (Reino Unido), ha logrado desvelar por primera vez algunos de los métodos y materiales utilizados en estos modelos anatómicos.
En un estudio publicado en la revista Journal of Anatomy, los investigadores han analizado una de las piezas más valiosas del Museo de Anatomía de la UVa, en concreto un modelo de cabeza, cuello y parte superior del tórax de una mujer adulta, mediante tomografía computarizada multicorte (TCMC) –que permite realizar una reconstrucción tridimensional de la pieza y llevar a cabo diversas medidas, como la densidad de los tejidos– y rayos X por medio de microscopía electrónica de barrido ambiental.
El trabajo desvela que la arteria carótida y sus ramas tenían una densidad uniformemente alta, compatible con la utilización de algún elemento metálico en su composición. Gracias a la microscopía, los investigadores determinaron que se trataba de sulfuro de mercurio mezclado con alguna sustancia orgánica, posiblemente grasa.
“Fue toda una sorpresa. El anatómico y el artesano inyectaron este compuesto directamente en los vasos sanguíneos del cuerpo diseccionado. Después esperaron a que se solidificara para realizar cortes en varios puntos y sumergir el árbol vascular en un líquido corrosivo para eliminar los restos de la arteria original y que solo quedara el interior, que se transportaba a la pieza de cera», detalla el profesor Pastor.
Los científicos analizaron además otros aspectos de la pieza, como el pelo, también natural, así como los soportes y dispositivos utilizados para sujetar las distintas capas del modelo. Una información que contribuirá sin duda a la restauración y conservación de estas pequeñas obras de arte.
Espiritismo para burgueses y proletarios

En su libro, «Amalia i els esperits», Patricia Gabancho se sumerge en la Barcelona de finales del siglo XIX a través de la vida de Amalia Domingo Soler, principal divulgadora del espiritismo, que «desde los márgenes buscaba las respuestas que la ciencia o el poder no dan ni quieren que se den».
El libro narra la historia de Amalia, una sevillana pobre con problemas de vista, que se convirtió en la principal voz del movimiento espiritista cuando llegó, en 1876, al entonces independiente municipio barcelonés de Gràcia y fundó, auspiciada por unos mecenas, «La luz del porvenir», una de las revistas más importantes del espiritismo.
Este «ensayo narrativo», como lo define la autora, navega a través de las memorias de esta espiritista, médium y librepensadora, y explica la historia de la tendencia espiritista que se fue expandiendo entre la clase obrera de la Barcelona del cambio de siglo, en un contexto de ebullición, cambio y transformación.
Gabancho asegura que se sintió llamada a escribir sobre Amalia, pues se interesó por cómo «el espiritismo era una forma de buscar respuestas a las mismas preguntas que nos venimos haciendo desde hace cientos de años», como qué es el alma, qué hay después de la muerte y el porqué del sufrimiento terrenal.
La autora explica que llegó hasta el personaje de Amalia gracias a un trabajo previo que había hecho, «El fil secret de la història», donde recoge «todos los movimientos de disidencia que surgen en Cataluña desde la Edad Media hasta la actualidad: alquimistas, espiritistas, cátaros y algunas sectas».
«Tenía claro que solo con la historia de Amalia no bastaba para un libro. Hacia falta ponerla en contexto: una Barcelona que crece con las anexiones, donde se desarrolla el primer catalanismo y el anarquismo. Todo esto me permite crear un libro que tiene una cierta potencia histórica», señala Gabancho.
En el libro, además del contexto histórico, se exploran las memorias de esta misteriosa mujer, unas memorias que «son muy ambiguas, porque dan un personaje muy encerrado, muy autista, muy desligada de su época», precisa la escritora originaria de Buenos Aires, pero radicada en Barcelona desde 1974.
«Yo siempre pongo en duda estas memorias, porque ella está construyendo un personaje. El hecho que no hable de nada que no sea su vida como espiritista ya te da una pauta. Hay cosas en su relato que no son del todo coherentes, pero es el testimonio que ella deja», afirma Gabancho.
Por este motivo, a parte de las memorias, la autora indagó en archivos, bibliotecas y a través de académicos y especialistas en el tema; realizando una búsqueda que la narradora relata en el libro en primera persona, convirtiendo a la propia investigación en el hilo conductor de toda la narración.
«Esta forma de narrar justifica la introducción de algunos hechos de actualidad que buscan demostrar que la sociedad continúa haciéndose hoy en día las mismas preguntas que hace cien años y que el espiritismo era una forma de buscar respuestas a esto, aunque ya no esté de moda», ha explicado la autora.
La obra explora está relación que tiene el espiritismo con el momento de cambio y tensión que vivía la sociedad de finales del siglo XIX, donde «cada clase social busca su propio camino de cambio y ruptura» a través de movimientos tan dispares como el catalanismo, el anarquismo y el espiritismo, que tenían lazos entre ellos.
«El espiritismo entra por medio de las clases nobles, pero no se vuelve popular hasta que no llega a los obreros. El espiritismo está dentro de esta cosmovisión nueva que está creando el anarquismo, que incluye al feminismo, al naturismo y al esperanto. Es una búsqueda de explicación a tanto sufrimiento y explotación», señala Gabancho.
A través de una serie de obreros ilustrados, «porque la doctrina necesita ser leída», el espiritismo se extiende a las clases subalternas mediante conversaciones de taberna, reuniones y círculos espiritistas.
El libro relata cómo este movimiento «librepensador y rupturista» se expandió rápidamente en la sociedad catalana, lo cual llevó a que en 1888, el mismo año de la primera Exposición Universal, se celebrara en Barcelona el primer Congreso Internacional Espiritista de la historia.
«Es un congreso con muy pocos efectos prácticos, pero es el primero. Muchos toman como el primer congreso el que se hizo en París al año siguiente. Pero en Barcelona hubo propuestas revolucionarias, como la creación de un comité internacional de paz para dirimir conflictos entre los pueblos», relata Gabancho.
Inspiración en el aliento de la guadaña

Los mejores epitafios de la poesía española del siglo XX se han reunido en «Vestuario de almas», una «antología de muertos hecha por vivos», en palabras de su autor, Ricardo Virtanen, que ha sido editada por la antigua Imprenta Sur del Centro Cultural de la Generación del 27.
Compuesta artesanalmente a mano con los mismos tipos de plomo que alumbraron los poemas del 27, esta antología es sólo una pequeña selección de unos cuarenta autores extraída de la recopilación en la que trabaja desde hace quince años Virtanen, que se embarcó en la ingente tarea de reunir todo el epitafio español desde Garcilaso en el siglo XVI hasta el siglo XX.
«Soy un poeta que escribo mucho sobre la muerte, en epitafios, haikus o aforismos, y todo el mundo de la poesía breve me gusta mucho», afirma Virtanen.
Del epitafio recuerda que le gustó «siempre», aunque «uno no sabe cómo se empiezan a coleccionar las cosas», y descubrió que «era una constante en la literatura española, no algo propio sólo del XVII, del XVIII o del XIX».
En este periodo se observa, primero, «una influencia de la poesía epigramática griega en los siglos XVI y XVII, y después una evolución hacia el romanticismo y hacia el yo, en el siglo XIX», ha explicado el antólogo.
Ya en el siglo XX, el epitafio va «mutando» desde la Generación del 27 y en los poetas del 40 y el 50 hasta los actuales, con una evolución «bastante evidente salvo en epígonos como Víctor Botas, que hace un epitafio basándose en la antología palatina griega».
La «constante» en los epitafios de esta antología es el hecho de que los poetas escriban «sobre el yo futuro y el yo muerto», apuntado Virtanen, orgulloso de ver un adelanto de su extensa obra sobre el epitafio en un libro de la antigua imprenta del 27 que, «al margen del contenido, es una obra de arte».
Pedro Garfias escribió a Antonio Machado: «Qué cerca de tu tierra te has sabido quedar… Así el viento de España te cantará al oído a poco que desborde su vuelo circular y el sol podrá mirarte, cuando en el medio día frene su impulso fiero, antes de resbalar».
Por su parte, Gerardo Diego barruntaba que «siempre habrá algo tras la muerte» y García Lorca dedicó a Isaac Albéniz los versos «¡Oh dulce muerto de pequeña mano! ¡Oh música y bondad entretejida! ¡Oh pupila de azor, corazón sano!»
Aleixandre aseveró que «en la profunda tierra el muerto vive como absoluta tierra» y Leopoldo Panero escribió de sí mismo en su propio epitafio que en vida «amó mucho, bebió mucho y ahora, vendados sus ojos, espera la resurrección de la carne aquí, bajo esta piedra».
Para Gabriel Celaya, «morir es más sencillo que vivir, y más digno», y Ángel González se arrepentía en su poema «Epílogo» de «tanta inútil queja, de tanta lamentación improcedente».
Las frases del enterrador
Por otro lado, un exfabricante de ataúdes, Francisco Jiménez, recopila en «Epitafios casi reales» unos 800 epitafios que, a su juicio, serían apropiados para conocidos o famosos y para cuya creación califica de imprescindible la inspiración del humorista José Luis Coll, que escribió un libro sobre esta materia.
Jiménez, que compagina su profesión de técnico de Seguridad e Higiene en una fábrica con su afición a escribir sobre humor, entiende que su afición a imaginar epitafios es parte de su filosofía de vida: «ante la vida y la muerte, hay cosas que, o te lo tomas con risa o te hundes «.
Hace tiempo, decidió imaginar qué epitafios pondrían personas famosas en sus tumbas y ha citado los que atribuye a los cantantes Stevie Wonder: «Sigo sin ver ni túnel, ni luz, ni nada», o Michael Jackson: «Esto está más negro que mi pasado».
«He tratado de hacerlo simpático, irónico, pero sin llegar a herir a nadie», explica, aunque admite que «eso no quiere decir que, a algunos personajes, si se enteran de lo que he escrito de ellos, no les agrade».
Hasta el momento, explica, «todas las personas que lo han leído me han felicitado, por lo que entiende que los lectores han captado el mensaje de que «el epitafio es una defensa ante la muerte, y hay que intentar hablar de ella y tratarla con naturalidad, porque si no, estás perdido».
Se muestra especialmente habilidoso con los epitafios dedicados a los políticos, «que he hecho aprovechándome de sus muletillas», entre los que destaca el del expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: «Aquí se viene sin alianza de civilizaciones, sin mano tendida, ni talante».
Para terminar, destaca dos epitafios de dos personas muy conocidas, como son la Duquesa de Alba: «siempre me gustó tener mucha tierra, pero no encima» y el escritor Francisco Umbral: «Está claro que yo no he venido aquí a hablar de mi libro».
Disuasión para prevenir muertes por tabaquismo

La Organización Mundial de la Salud (OMS) es contundente. El tabaco es una de las principales causas de defunción, enfermedad y empobrecimiento. De hecho, cada año es el responsable de más de siete millones de fallecimientos.
Investigadores del Consorcio de la Economía Global del Tabaco han estimado que un gran aumento del precio del tabaco podría prevenir la muerte de cientos de millones de individuos en países con un nivel salarial medio.
El estudio, publicado en el British Medical Journal (BMJ), analiza un hipotético incremento del coste del tabaco en 13 países con cerca de 500 millones de fumadores masculinos. El aumento estudiado –del 50% del precio del producto– se ejecutaría aumentando los impuestos en cada país.
“Nuestro artículo desmiente los argumentos sobre si aumentar el precio del tabaco tendría un impacto más negativo entre los más pobres”, explica a Sinc Prabhat Jha, líder de la investigación y director del Centre for Global Health Research en el Hospital St. Michael de Toronto.
Los científicos utilizaron un modelo teórico para medir el efecto que tendría el hecho de dejar de fumar, en relación con la edad, el nivel salarial, la esperanza de vida ganada, el coste de los tratamientos evitados e incluso los beneficios adicionales para las arcas públicas.
Entre los resultados destaca cómo con estas medidas se ganaría un promedio de 450 millones de años en esperanza de vida, entre los 13 países, siendo la mitad de las personas ciudadanos chinos.
Además, la medida podría prevenir que cerca de 20 millones de personas cayeran bajo el umbral de la pobreza –según la definición establecida por el Banco Mundial–, ya que se evitarían los costes médicos provocados por el tabaco, teniendo en cuenta que en algunos de los países estudiados no existe la cobertura sanitaria pública.
Muchos beneficios para las tabacaleras
Los 13 países elegidos para el estudio fueron seis estados con un nivel salarial bajo (India, Indonesia, Bangladesh, Filipinas, Vietnam y Armenia) y siete con un nivel salarial medio (China, México, Turquía, Brasil, Colombia, Tailandia y Chile). Para ello se valoró cada población –el 90% de los fumadores en estos países son hombres–, la accesibilidad de los datos y la diversidad geográfica.
Los autores consideran que los gobiernos deberían apoderarse de los beneficios de las tabacaleras. “La industria pelearía cualquier subida de impuestos, pero daría un gran margen a los gobiernos”, subraya Prabhat Jha.
“La industria tabacalera consigue 50.000 millones de dólares (unos 40.600 millones de euros) de beneficios anuales, por lo que con 5-6 millones de muertes la industria gana 10.000 dólares (8.100 dólares) por muerte”, añade.
Los autores también contemplan extrapolar las conclusiones de su estudio a otras sustancias perniciosas para la salud, como el azúcar o el alcohol, aunque para los investigadores la prioridad es el tabaco “porque mata más personas que todas las otras causas”, concluyen.
Muertos en el salón de belleza

La técnica de devolver el aspecto natural a los cadáveres y retrasar su descomposición, incluso quitarles las marcas traumáticas de un accidente, es una práctica en auge. La tanatopraxia mejora el aspecto del cuerpo y también lo desinfecta por dentro y por fuera, evitando la putrefacción, un factor clave para funerales prolongados o circunstancias en las que los cementerios están abarrotados y hay demoras para los entierros.
El proceso puede ir desde el maquillaje y la hidratación de la piel del rostro -la tanatoestética- hasta intervenciones complejas de reconstrucción para borrar las huellas de accidentes o los cortes de los forenses en las autopsias.
Esta técnica quita el ‘color a muerto’ y parece como si estuviera dormido. Esto es importante para la familia de quien ha fallecido pues no es lo mismo despedirse de un familiar que de un cadáver.
Según los expertos, esta práctica está poco difundida en muchos países por desconocimiento y por ciertos tabúes frente al fenómeno de la muerte.
Daniel Larovere, tanatopráctico y comercializador de camillas especiales para realizar estas intervenciones, apunta a la cualificación de quienes aplican esta técnica como el factor diferencial que determinará el rumbo futuro de la tanatopraxia.
«Hay buenos expertos, que hacen incisiones mínimas, y otros que, en cambio, hacen una carnicería», se queja.
Para Larovere, uno de los mayores referentes mundiales en la materia es el francés Jean Monceau, que intervino en los cadáveres de la princesa Lady Di, de la actriz Bette Davis y del modisto Guy Laroche.
La tanatopraxia tiene sus orígenes más remotos en el antiguo Egipto y empezó a ser utilizada con mayor asiduidad durante la Guerra de Secesión en los Estados Unidos (1861-1865) para preservar por más tiempo los cadáveres de los muertos en combates.
Inicialmente se usaba arsénico, pero resultaba muy peligroso para los tanatoprácticos, por lo que luego comenzó a utilizarse formol. Hoy se utiliza una combinación de químicos para estabilizar la materia corpórea y evitar la putrefacción por un mínimo de quince días y hasta por un máximo de 45 días.
El proceso, que puede demandar unas dos horas de trabajo, se inicia con la profilaxis externa del cuerpo y sigue con la introducción de líquidos conservantes a través de las arterias -unos ocho litros para un cuerpo de 75 kilos-. A medida que se introducen estos líquidos, se extrae la sangre. En algunos casos también se extraen los gases encerrados en diversos órganos.
Una clave es conocer de qué ha fallecido la persona pues, por ejemplo, si murió de hepatitis B y se le inyectan ciertos químicos, se puede producir un contraste de colores y el cuerpo vira al verde.
En casos de muertes traumáticas o de cortes por autopsias, se requiere primero cerrar las heridas y los cortes que presente el cadáver para luego iniciar la inyección de líquidos conservantes.
Quienes realizan esta práctica deben adquirir conocimientos de anatomía, biología y química porque, si se da un paso equivocado, no es posible revertirlo.
Fue Víctor Hugo quien alguna vez postuló en un poema que «la belleza y la muerte son dos cosas profundas, con tal parte de sombra y de azul que diríanse dos hermanas terribles a la par que fecundas, con el mismo secreto, con idéntico enigma».
Devolver algo de belleza a un cadáver está lejos de tener pretensiones poéticas, pero al menos intenta dar a los vivos un poco de consolación.
El muerto, de parranda cataléptica

Vivir con el constante temor de ser enterrado vivo y sumergirse cada noche al cerrar los ojos en tenebrosas historias dignas de Halloween. En uno de sus emblemáticos cuentos, Edgar Allan Poe narra el día a día de un hombre que sufre recurrentes ataques de catalepsia, una dolencia real sobre la que se han construido terroríficos relatos, películas y leyendas.
“Durante varios años sufrí ataques de ese extraño trastorno que los médicos han decidido llamar catalepsia, a falta de un nombre que mejor lo defina. Aunque, tanto las causas inmediatas como las predisposiciones, e incluso el diagnóstico de esta enfermedad siguen siendo misteriosas, su carácter evidente y manifiesto es bien conocido”, narra Edgar Allan Poe en su obra “El entierro prematuro”.
El personaje protagonista de este relato describe sus experiencias en primera persona. “Mi propio caso no difería en ningún detalle importante de los mencionados en los textos médicos. A veces, sin ninguna causa aparente, me hundía poco a poco en un estado de semisíncope o casi desmayo. Ese estado, sin dolor, sin capacidad de moverme o realmente de pensar, pero con una borrosa y letárgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeaban mi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolvía, de repente, el perfecto conocimiento”, detalla.
“Otras veces el ataque era rápido, fulminante. Me sentía enfermo, aterido, helado, con escalofríos y mareos y, de repente, me caía postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vacío, negro, silencioso y la nada se convertía en el universo. La total aniquilación no podía ser mayor.”, señala el personaje principal de este cuento de Edgar Allan Poe, un autor convertido en célebre literato gracias a sus famosas historias de terror.
La literatura y el cine han recurrido a la catalepsia para forjar macabros relatos sobre personas que eran enterradas vivas sin poder mover un músculo para evitarlo. También abundan las leyendas sobre supuestos resucitados y las historias de todo tipo que hablan de arañazos en los ataúdes y de gritos desde las sepulturas.
La catalepsia es un trastorno real, pero la ficción ha construido sobre esta dolencia extraordinarias narraciones que, afortunadamente, superan con mucho los límites de lo cotidiano.
“Existen unas dolencias motoras y de tipo vegetativo que pueden conducir a un estado de paralización de los movimientos e, incluso, de aparente cese de algunas de las funciones vitales básicas, como la respiración. En esto consiste la versión más literaria de la catalepsia”, explica Jerónimo Saiz, presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental.
Vinculado con ello, se ha hablado de “la posibilidad de que una persona pueda ser enterrada viva por confundir el estado de catalepsia con un estado de defunción. Pero es algo que no ha sucedido en la realidad”, asegura.
La catalepsia es “uno de los fenómenos motores que se pueden dar en relación con lo que se llama síndrome catatónico”, destaca el psiquiatra. En este sentido, el especialista habla de la flexibilidad cérea que, según explica, tiene que ver con la “tendencia a repetir determinados gestos de una forma contracturada”.
Cuando esto ocurre, si se toma la mano de un sujeto y se la pone en una postura forzada, esa mano permanece inmóvil sin volver a su estado inicial. El doctor Saiz aclara que, dentro del círculo de lo catatónico, la catalepsia es una de las posibilidades.
Asimismo, el psiquiatra Pablo Alberto Chalela Mantilla, en su artículo titulado “Síndrome catatónico” señala que, dentro de los trastornos posturales, se pueden mencionar: “la catalepsia, la excitación catatónica, el estupor catatónico, la rigidez catatónica, la posición catatónica, la flexibilidad cérea y la acinesia”.
El síndrome catatónico se produce en algunas enfermedades como la esquizofrenia catatónica, pero también se da en una variedad de patologías de tipo metabólico, neurológico o tóxico. Es decir, “puede haber circunstancias físicas que desencadenen este tipo de fenómenos”, apunta Jerónimo Saiz.
En este trastorno se producen “movimientos, actos o conductas que no tienen finalidad, que están entre lo automático y lo voluntario y que pueden tomar formas muy variadas. Es, en último término, una alteración del sistema nervioso”, puntualiza.
Cuando se dan este tipo de episodios, la persona afectada, aparentemente, pierde la consciencia. “Al menos hay una desconexión con la realidad, con el medio”, aclara el psiquiatra.
No obstante, hay que decir que las crisis de catalepsia son extraordinariamente escasas y los síndromes catatónicos tampoco son habituales. De hecho, según expone el doctor Saiz, “dentro de la esquizofrenia, la forma que se llama catatónica es la menos frecuente”.
Además, el número de ataques que pueden producirse depende de la causa que los provoque. En el caso de una enfermedad como la esquizofrenia, que puede cursar con crisis recurrentes a lo largo de la vida, estos podrían darse de forma repetida, “sin embargo, sería diferente si tuvieran su origen en una alteración de tipo neurológico como la enfermedad de Parkinson o en un accidente cerebro-vascular”, matiza el experto.
Es posible que estas crisis dejen secuelas, pues pueden afectar a funciones vitales y pueden tener consecuencias de tipo metabólico, comenta el especialista.
En este sentido, señala que se puede producir “deshidratación, sudoración, variaciones en la tensión arterial e, incluso, se puede alterar la eliminación de sustancias por el riñón. Si no se aborda o no se trata adecuadamente podría tener trascendencia”, concluye.
Las múltiples caras de la guadaña

Hay «1.000 maneras estúpidas de morir por culpa de un animal» y así titula su libro el periodista Isidoro Merino, al que le «divierte y fascina» hablar de la fauna más letal que habita nuestro planeta.
Por eso ha escrito una obra en la que nos recuerda sin piedad que cada año 600 personas son devoradas por los cocodrilos, 800 acaban en la barriga de tigres o leopardos y 125.000 son víctimas de mordeduras de serpientes.
En esta terrorífica introducción adelanta que en África viven moscas antropófagas que ponen sus huevos en la piel para que sus larvas se alimenten de carne humana y que en Japón «algunas avispas matan a una media de cuarenta personas al año con su picaduras».
El autor, un incorregible viajero que ha buceado con tiburones ballena en las islas Galápagos y fue atacado por un gorila macho en los volcanes del Congo, ha explicado que entre los «asesinos más impensables» que ha descubierto se encuentran es el amoroso Koala y la bella caracola del género conus.
En relación al primero se hace eco de un relato del periodista Kenneth Cook, quien confesaba que odiaba a este animalillo australiano porque en una ocasión uno de ellos estuvo a punto de «arrancarle sus atributos masculinos cuando intentaba bajarlo de un árbol.
En cuanto a las conus, afirma que muchos son los que han recogido inocentemente durante el viaje de novios en alguna playa de las Seychelles, Maldivas o Bali esas «preciosas y nacaradas conchas sin saber que se juegan la vida».
Según Merino, los conus guardan un veneno, que es un «mortífero coctel de al menos cien componentes biológicamente muy activos», que te pueden dejar tieso en apenas segundos.
Para escribir este libro, de 198 páginas, Merino ha recurrido a a numerosas obras de los más variados autores, como el «Banquete Humano» de Luis Pancorbo;»Envenenamiento para animales» de Arturo Valledor; o «Dangerous marine animals» de Bruce Halstead.
Dividido en ocho capítulos, la obra, editada por Planeta con papel ecológico, está estructurada como una guía en la que se dedica siempre un par de páginas a cada animal asesino: desde la araña bananera que desde Brasil ha llegado a Europa con los exportaciones de plátanos, hasta la Cantárida, o mosca española a la que el autor alude como el escarabajo que mató a un Rey».
Y este rey, según Merino, no es otro que Fernando el Católico, que tras quedarse viudo de Isabel, se caso con 53 años con la joven Germana de Foix, de 18, y para dar la talla recurrió al viagra del siglo XVI, que no era otro que el polvo de este pequeño escarabajo de color metálico también conocido como mosca española.
Su principio activo, señala Merino, provoca ampollas en la piel y también es tóxico por vía oral, aunque en dosis muy pequeñas (un miligramo puede ser letal) actúa como vasodilatador y provoca erecciones espontáneas.
Y se cree -concluye el autor- que fue la ingestión de este polvo lo que provocó la muerte por intoxicación del histórico antecesor dinástico de nuestro actual Rey, Felipe VI.