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Hilda Krüger, la Mata Hari nazi

Hilda Krüger, atractiva y sofisticada actriz alemana, fue la protagonista uno de los episodios más extravagantes a mediados del siglo XX. Admirada por Joseph Goebbels, el omnipotente ministro de Propaganda de Hitler, partió a Estados Unidos, primero, con la aparente intención de seguir su carrera en Hollywood.
Pero poco tiempo después se dirigió a México, dejando atrás intensas relaciones con el magnate J. Paul Getty y Gert von Gontard, heredero del emporio cervecero Anheuser-Busch. La vida y obra de esa espía nazi está en México a través de la novela de espías “Hilda Krüger”, que sorprende por un rasgo esencial: todo lo que narra, ocurrió.
Hilda Matilde Kruger Grossmann nació en Colonia, Alemania, el 9 de noviembre de 1912. Comenzó su carrera como actriz desde niña actuando en obras de teatro escolares. Durante su juventud participó en películas mediocres del cine alemán cuando estaba bajo el control del poderoso jefe de propaganda nazi Joseph Goebbels, quien convirtió a la actriz en su amante. Salió expulsada de Alemania en 1939, cuando Magda Goebbels descubrió la infidelidad de su marido. Viajó a los Estados Unidos donde intentó incursionar en Hollywood. En la meca del cine le ofrecieron sólo papeles secundarios.
En Los Ángeles se hizo amante de dos multimillonarios que se rindieron ante su belleza: el petrolero Jean Paul Getty y un heredero de la familia Anheuser-Busch, los dueños de la cervecera Budweiser. La cómoda, espectacular y lujosa existencia que le ofrecían los millonarios con propuestas de matrimonio no fue suficiente para eliminar su pasión nacionalista de contribuir a la grandeza de la Alemania Nazi. Hilda, como gran parte del pueblo alemán, fue seducida por el futuro luminoso que prometía el Führer: un Tercer Imperio (Reich) de mil años, similar al de Roma y Constantinopla.
El destino le reservó un mejor papel acorde a su deseos cuando los servicios de Inteligencia del ejército alemán le solicitaron que colaborara con los oficiales que realizaban importantes misiones en México. Es en febrero de 1941 que la actriz se mudó al Distrito Federal por lo que demandaba su patria: mandar petrolero mexicano de contrabando al puerto de Hamburgo; monitorear los movimientos militares de los Estados Unidos; realizar espionaje industrial y enviar toneladas de metales estratégicos para la guerra, entre otras acciones. Para proteger esas actividades, Hilda se metió a la cama de importantes funcionarios mexicanos. El principal: el secretario de Gobernación Miguel Alemán Valdés.
Un año después Hilda es descubierta por el contraespionaje estadounidense. Fue encarcelada por breve tiempo. Para evitar su extradición, Miguel Alemán le arregla una boda con un nieto del exdictador Porfirio Díaz: Ignacio de la Torre. Tras abandonar el espionaje inició su carrera en el cine mexicano participando en cuatro películas. También incursionó en la historia de México, la escritura, y abandonó a su “marido” para retornar a la maravillosa vida de los multimillonarios: se casa con Julio Lobo Olavarría, el “Rey del Azúcar”, dueño de una fortuna en Cuba. Julio e Hilda se divorciaron al año. Su matrimonio le dejó un lujoso apartamento frente a Central Park, en el edificio Hampshire House, que le había regalado su marido. Ahí transcurrieron sus últimos días antes de viajar al descanso eterno.
Se trata de la más reciente entrega editorial de Juan Alberto Cedillo, autor de «Los nazis en México». Con estricto apego a la realidad histórica, señala que en la capital mexicana esa espía habría de ganarse los favores de connotados políticos, principalmente Miguel Alemán, secretario de Gobernación del entonces presidente Manuel Avila Camacho.
Alemán era el previsible candidato a la presidencia. Pocos conocían el velado objetivo de la hermosa rubia, que era obtener información clave para el régimen nazi, destaca el libro que continúa la lista de obras notables en el panorama de la investigación histórica, como «Los nazis en México» o «La Cosa Nostra en México», llevada a la televisión por History Channel.
Cedillo novela con minucioso detalle las andanzas de Krüger en una compleja operación de espionaje durante la II Guerra Mundial, que incluía redes de comunicación por todo el continente y vínculos con ciudadanos de origen alemán radicados en México, para llevar a cabo atentados y sabotajes y procurarle al Reich secretos industriales y materias primas bélicas, además de proyectos para incursionar en Estados Unidos y cambiar la historia.
En las entrañas del diablo

Con su novela, «El aspecto del diablo», el británico Craig Russel recurre a «la memoria de una época aterradora», la Checoslovaquia de entreguerras que presagia el avance del nazismo, en un intento de conjurar los extremismos que acechan hoy a Europa.
Así lo explica el escritor escocés en Praga, escenario de la trama de su «thriller de suspense» publicado por Roca Editorial.
«Estamos discurriendo sobre los peligros de ‘nativismo’, del nacionalismo, la xenofobia…, con la perspectiva de dónde estamos hoy y el hecho de que estas cosas están empezando a retornar a nuestras sociedades», indica el creador del comisario Jan Fabel.
Al referirse al auge actual de ideologías extremistas y excluyentes, Russell (1956) reconoce que las circunstancias no son ahora las mismas: «estamos en un ambiente cultural, social y tecnológico completamente diferente debido al internet y la evolución de las comunicaciones».
No obstante, «tenemos mucho de qué preocuparnos», advierte el autor de las exitosas series protagonizadas por el alemán Fabel («Muerte en Hamburgo», «Cuento de muerte», «Resurreción») y Lennox («Lennox», «El beso de Glasgow», «El sueño oscuro y profundo»).
«Es verdad que las fuerzas entonces (en 1935) eran más grandes y titánicas que hoy, pero quitarle hierro al asunto es una forma de pensar insidiosa», prosigue.
Para el autor de «Miedo a las aguas oscuras», la memoria «de una época pasada aterradora» es clave para prevenir el extremismo.
Y por eso se remonta en «El aspecto del diablo» («The Devil Aspect») a la década de los 30 en la antigua Checoslovaquia.
Otoño de 1935. Un momento que destila tensiones nacionalistas entre la población de habla alemana y checa, y lleva a algunos personajes, con sentido de premonición, a temer que los vientos que soplan en Alemania, donde Adolf Hitler había ascendido al poder dos años antes, acabe por sacudir con virulencia al resto de Europa.
Con este contexto histórico, que pesa como una losa en el ánimo de figuras como la judía Judita Blochová, la trama de la obra adopta su genuino perfil negro al abordar el mundo de la locura.
Y Russell lo hace a través de personajes desquiciados, zambulliéndose en el mundo de la mitología eslava, rica en la temática diabólica.
A diferencia de la amable tradición escocesa donde el diablo es más un embaucador bromista que otra cosa, Russell desempolva aquí terribles y pavorosas leyendas sobre dioses y demonios eslavos como Veles, Chernobog el Oscuro, Svarog o Perún Dazbog.
Son espíritus oscuros que parecen haber tomado posesión de algunos personajes de esta novela inspirada también en las teorías sobre el desdoblamiento de la personalidad del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, discípulo de Sigmund Freud y del que Russell se declara deudor.
Una locura que en mayor o menor grado parece atormentar a todos, incluido al inspector Lukas Smolak, quien para investigar en la capital bohemia una serie de asesinatos decide asesorarse con el personal de un sanatorio psiquiátrico, el Castillo de las Águilas, donde están confinados los llamados «Seis Diabólicos».
Estas figuras, con trastornos psicóticos, han cometido crímenes horrendos que ellos mismos cuentan bajo los efectos de sedantes, en una narrativa con unas dosis de realismo e inocencia que ponen la piel de gallina al lector.
Es el caso, por ejemplo, de Hedvika Valentova, una mujer de mediana edad que cocinó a su marido para crear un suculento plato, y se lo dio a comer a su cuñada en venganza por supuestos maltratos que sólo se produjeron en su mente.
Aunque dice que para él no existe el mal de por sí en las personas, ni se puede personificar la figura del diablo, Russell sí advierte de la maldad que se da en determinadas condiciones.
«Mi sentimiento personal es que el mal no existe y es algo que asignamos a nuestra falta de empatía. Si vemos lo que pasaba con los nazis, vemos que era una falta de empatía colectiva. Eso es el mal», sentencia el escocés.
En este contexto recuerda la expresión «banalidad del mal» que acuñó la filósofa Hannah Arendt durante el juicio israelí al criminal de guerra alemán Adolf Eichmann para intentar definir la forma fría y burocrática, defendida como el cumplimiento de un deber, con la que algunos jerarcas nazis aplicaron las leyes para acabar con millones de judíos.
Desde este punto de vista, Russell admite que su obra es «decididamente un estudio sobre el mal».
Sobre el género literario de la obra, cuya primera tirada en castellano es de 10.000 ejemplares, el autor afirma que hizo «de manera consciente una novela gótica tradicional, según el canon clásico».
Los ‘Mad Doctors’ del fascismo español

El médico franquista Antonio Vallejo-Nájera, en plena guerra civil española, realizó experimentos con hombres y mujeres republicanos/as en los campos de concentración. Su intención, siguiendo órdenes de Franco, fue buscar las raíces biopsíquicas del marxismo, algo así como encontrar el maligno gen rojo.
La humillación social y la explotación de los vencidos se justificaban en términos religiosos como la expiación de sus pecados, pero también en términos socio-darwinianos. En este sentido, ante la creencia de que los vencidos/as eran personas degeneradas, se les quitaban los hijos a sus madres, de manera que en las prisiones y campos de concentración el lema era no sólo someter los cuerpos, sino destruir las mentes, anular las voluntades e infligir el máximo dolor.
Hay un acuerdo entre las personas expertas en asegurar que, si dura fue la represión del régimen franquista para los hombres, durísima fue para las mujeres republicanas, a las que había que añadir en su sufrimiento un plus misógino.
Efectivamente, la mentalidad de los sublevados veía como una doble traición el mayor protagonismo del que las mujeres españolas pudieron disfrutar durante los breves años de la Segunda República, que contravenía el estereotipo tradicional de sumisión y dependencia, tan querido por los sectores más conservadores de la sociedad española.
En este sentido, una de las prácticas que estas teorías justificaron fue el robo de niños y niñas a las prisioneras. Tales atrocidades, superiores en número a lo vivido en Argentina, por poner sólo un ejemplo, ni siquiera se practicaron en secreto, muy al contrario, contaron con la abierta y documentada colaboración de las autoridades penitenciarias y las congregaciones religiosas implicadas en el mantenimiento de las cárceles femeninas. Sin embargo, no se ha hecho una investigación rigurosa de estos hechos hasta fechas muy recientes. Vallejo-Nájera será el gran artífice de todos estos experimentos y, por tanto, responsable de todo el sufrimiento generado, todo ello bajo el paraguas de las teorías eugenésicas.
La eugenesia llega a España de la mano de Ignacio Valentí y Vivó, catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad de Barcelona (que asiste como representante español al Primer Congreso Internacional de Eugenesia, organizado en Londres en 1912 por la Eugenics Education Society), y de Nicolás Amador, también médico y miembro de dicha sociedad. En 1928 se celebra el Primer Curso Eugénico Español, constituyéndose en la primera plataforma pública de discusión del eugenismo en nuestro país. La represión del régimen de Primo de Rivera, alegando la causa de pornografía y escándalo público, impidió la continuación de las actividades previstas.
Como una de las experiencias más tremendas ligadas a estos planteamientos no podemos olvidar el comportamiento de muchos médicos alemanes, cuyas ideas de higiene de la raza y eugenesia se fueron radicalizando hasta llegar al límite de utilizarse para respaldar «científicamente» el genocidio llevado a cabo por los nazis.
Pero no sólo fueron los alemanes quienes se entregaron a estas prácticas. En la España de Franco los experimentos con seres humanos también se llevaron a cabo y la obra de Vallejo-Nájera, que fue jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares, es un buen ejemplo de ello. Influenciado por la visión biotipológica de la personalidad de Kretschmer, durante los años 30 del siglo pasado promovió un personal concepto de eugenesia. Así fue como se inclinó hacia una ugamia, es decir, política eugenésica implementada mediante el trabajo de orientación prematrimonial, basado en el diagnóstico biopsicológico de los contrayentes.
El régimen franquista hizo uso institucional de las teorías eugenésicas para denigrar y descalificar el bando perdedor en la guerra y para justificar la represión. En particular, los campos de concentración y las cárceles sirvieron para hacer pruebas y recoger información que demostraba «científicamente» que los republicanos, brigadistas, comunistas o anarquistas eran débiles mentales, o que las mujeres antifranquistas eran dementes ninfómanas genéticamente taradas.
Dos eran las hipótesis básicas que Vallejo quiso demostrar. Por un lado, la inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política, también llamados desafectos (entendiendo como tales a toda persona fiel a la República y contraria al levantamiento franquista). Por otra parte, la perversión de los regimenes democráticos, que, al promover a los fracasados sociales con políticas públicas, favorecían el resentimiento, algo que no sucede con los regimenes aristocráticos donde sólo triunfan los socialmente mejores. Regimenes aristocráticos serían el III Reich y todas las dictaduras fascistas de la Europa de la época.
En agosto de 1938, Franco autorizó la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas propuesto por Vallejo-Nájera, quien se convirtió en director de las investigaciones psicológicas de los campos de concentración. Centenares de presos y presas fueron analizados, con la colaboración de agentes de la Gestapo alemana.
Su primer trabajo se centró sobre dos grupos de detenidos: brigadistas internacionales y 50 presas antifascistas malagueñas.
Vallejo tituló sus estudios con el grupo de presas malagueñas Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes. El estudio lo realizó en la prisión de mujeres de Málaga y compartió su dirección con Eduardo M. Martínez, teniente médico, director de la clínica psiquiátrica de Málaga y jefe de los servicios sanitarios de la prisión.
Entre las detenidas malagueñas, 33 de ellas estaban condenadas a muerte, 10 a reclusión perpetua y siete a penas entre de 10 y 20 años. Vallejo diagnostica a «13 sujetos» que califica de «libertarias congénitas, revolucionarias natas, que impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales desplegaron intensa actividad sumadas a la horda roja masculina».
Resulta innegable que la misoginia de Vallejo marca profundamente su análisis, veamos algunos ejemplos:
«Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad (…) Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer (…) entonces se despiertan en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión (…) Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes» .
Pero aún iban más allá. Vallejo y Martínez señalaban en sus conclusiones que en el caso de las mujeres no había realizado el estudio «antropológico del sujeto, necesario para establecer las relaciones entre la figura corporal y el temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad, por la impureza de sus contornos».
La falta de formación política que Vallejo detecta en las mujeres estudiadas le reafirma en las motivaciones no políticas de las mismas, por ello divide a su muestra en tres grupos:
1. Presas motivadas por sugerencias ambientales (38%), en el que se encontrarían tanto a mujeres exaltadas como aquellas aprovechadas que ven en este activismo una forma de satisfacer sus ambiciones personales, materiales o sexuales.
2. Presas motivadas por su psicopatía antisocial (24%).
3. Presas libertarias congénitas (36%).
La contaminación con los estereotipos más burdos sobre el género femenino resulta tan dolorosamente evidente que casi no necesitaría comentario alguno. Sin embargo, de ninguna manera se puede olvidar que tales desvaríos ocasionaron un enorme dolor a miles de mujeres, condicionando cruelmente su presente y su futuro.
Arendt, la verdad en la neblina

La gran filósofa alemana de origen judío Hanna Arendt, fallecida en 1975 en Estados Unidos, es justamente recordada gracias a una biografía de la escritora francesa Laure Adler. En ‘Hanna Arendt’, que ha editado Destino, Adler, también autora de una conocida biografía de Marguerite Duras y de varios estudios sobre el feminismo, se acerca a esta imponente pensadora, sin duda una de las figuras más fascinantes de todo el siglo XX, con el ánimo de acercarla al gran público.
Hija de padres judíos laicos, Hanna Arendt, cuyo legado va adquiriendo cada vez más peso, fue una intelectual adelantada a su tiempo que supo crear una obra lúcida y brillante que va desde la filosofía a la religión, pasando por la política y la ética.
Nació en Linden (Hanover) y creció en Konigsberg, la ciudad de su admirado Emanuel Kant, y Berlín, estudió Filosofía en Marburgo con Heidegger, con quien mantendría un breve romance a finales de los años 20 y a cuyo favor testificaría dos décadas después, cuando se estudiaba el alcance de su pasada vinculación con el nazismo.
A ella, aquellos años oscuros le supusieron la pérdida del derecho a la enseñanza y la obligaron a escapar, primero a Francia, donde trabajó ayudando a enviar niños judíos en peligro a Palestina, y, finalmente, a Nueva York, donde residiría hasta su muerte y donde obtendría la nacionalidad estadounidense.
Fue, dice Adler en la introducción de su libro, «una intelectual libre, ejemplo de independencia y valentía», que, en nombre de sus propias ideas, sola, sin escuela ni sostén, optó durante 60 años por preguntarse lo que produce el mal y lo que no funciona».
Es, añade su biógrafa, una pensadora «que sabe diagnosticar las causas del mal que gangrena nuestras sociedades» pero también «que cree en la fuerza del bien, en los recursos de nuestra humanidad», una persona en quien se aúnan «la voluntad de creer en una ley moral compartida por todos y la interrogación sobre la fragilidad de los asuntos humanos».
Con su relato, Laure Adler, cuya biografía viene a sumarse a las que antes hicieron Elisabeth Young-Bruehl —recientemente reeditada—, Julia Kristeva o Martine Leibovici, trata de «restituir la fuerza y la valentía de los combates que libró durante toda su existencia» esta mujer tan buena conocedora del sufrimiento y el desgarro como persona luminosa, y de «despertar el deseo de leer, releer y meditar sobre lo que escribió».
Autora de obras como ‘Los orígenes del totalitarismo’, donde reflexiona sobre el totalitarismo tanto de Hitler como de Stalin (1951), ‘La condición humana’ (1958), ‘Eichmann en Jerusalén’, en torno al proceso al nazi Adolf Eichmann y que le acarreó fuertes críticas en Israel, o ‘La vida del espíritu’, Hanna Arendt fue siempre, dice su biógrafa, «una sirviente del espíritu» para quien la verdad fue siempre «el más elevado signo del pensamiento».
La incómoda Arendt
A través de sus abuelos , Hanna Arendt conoció el judaísmo reformista alemán de principios del siglo XX, y si bien no perteneció a ninguna comunidad religiosa, siempre se consideró judía, aunque estudió en profundidad el cristianismo.
En 1924 ingresó a la universidad de Marburgo (Hesse) y durante un año asistió a las clases de Filosofía de Martín Heidegger y de Nicolai Hartmann, y a las de teología protestante de Rudolf Bultmann, además de griego.
Arendt mantuvo un romance con Heidegger, padre de familia de 35 años, que tuvieron que mantener en secreto. A comienzos de 1926, al no soportar más la situación, ella decidió cambiarse de universidad y se trasladó durante un semestre a la universidad Albert Ludwig, en Friburgo, para aprender con Edmund Husserl. A continuación, estudió Filosofía en la universidad de Heidelberg (Baden-Wurtemberg) donde se doctoró en 1928 bajo la tutoría de Karl Jaspers, con la tesis “El concepto del amor en San Agustín”, el primer libro que publicó un año después en Berlín. A su vez estableció una importante relación de amistad con Jaspers, que duraría hasta la muerte de él.
En Berlín se relacionó con el filósofo Günther Stern (que se llamaría más tarde Günther Anders), con quien se casó poco después. También comenzó a escribir notas periodísticas sobre su especialidad, la filosofía, mientras participaba de seminarios dictados por Paul Tillich y Karl Mannheim y se interesaba cada vez más por cuestiones políticas.
Analizó la exclusión social de los judíos, a pesar de la asimilación, en base al concepto de «paria», empleado por primera vez por Max Weber. A este término opuso “parvenu” (advenedizo), inspirada por los escritos de Bernard Lazare. En 1932 publicó en la revista Geschichte der Juden in Deutschland (Historia de los judíos en Alemania) el artículo «Aufklärung und Judenfrage» (La Ilustración y la cuestión judía), en el que desarrolla sus ideas sobre la independencia del judaísmo, enfrentándolas a las de los ilustrados Gotthold Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn y el precursor del Romanticismo Johann Gottfried Herder.
Con el acceso al poder de Alemania del nazismo, el 30 de enero de 1933, su esposo se trasladó a París, mientras que ella permaneció en Berlín y comenzó su actividad política, estudiando la persecución de los judíos, que estaba en sus comienzos. Su casa sirvió de estación de tránsito para refugiados y en julio de 1933 fue detenida durante ocho días por la Gestapo. Al ser liberada se trasladó a París, pasando por Checoslovaquia e Italia.
En Francia ayudó a jóvenes judíos a trasladarse a Eretz Israel y a denunciar la persecución que sufrían los judíos alemanes, por lo que se le retiró la ciudadanía alemana en 1937, convirtiéndola en apátrida. Ese año se separó de su marido y tres años más tarde se casó con Heinrich Blücher.

Al rendirse Francia a Alemania en 1940, ella fue internada con otros emigrados, pero consiguió huir y logró que se le permitiera ingresar en Estados Unidos, junto a su esposo y su madre. Allí colaboró en numerosas revistas y, tras haber sido invitada sucesivamente por las universidades, enseñó teoría política en la School for Social Research de Nueva York.
En 1951 se nacionalizó estadounidense y trascendió el ámbito universitario con su trabajo titulado “Los orígenes del totalitarismo”, en el que, mediante el análisis del imperialismo del siglo XIX y de los regímenes totalitarios del XX, intentaba reconstruir las vicisitudes histórico-políticas que desembocaron en el antisemitismo.
Durante la década del ’50 del siglo pasado Hannah Arendt también modificó su apreciación sobre el sionismo, que había apoyado en los años ’30 y ’40 y también asumió una postura crítica sobre el Estado de Israel.
A partir de la publicación de sus crónicas en el New Yorker fue sumamente criticada por dos motivos: primero, su opinión sobre Eichmann, a quien consideraba un hombre banal que estaba convencido de que su deber era cumplir estrictamente las órdenes recibidas, enviar la mayor cantidad de judíos a los campos de exterminio ubicados en el territorio polaco sin tener conciencia del mal que estaba llevando a cabo; y segundo, debido a la acusación a los “dirigentes judíos” en los ghettos por no haber actuado correctamente al aceptar elaborar las listas para las deportaciones que le solicitaban los nazis.
A principios de la década del ‘60 todavía era común escuchar que los judíos, en su gran mayoría, “fueron como corderos al matadero”. Además, fue justamente el juicio a Eichmann el que inició el cambio de actitud hacia los sobrevivientes y las víctimas de la Shoá, que se acentuó a partir de los testimonios de aquellos que padecieron en carne propia el horror.
Estos hechos que Arendt no tomó en cuenta generaron que muchos de quienes habían sido sus amigos por años decidieran dejar de serlo, pues consideraron inaceptable en una intelectual de su categoría los ignorara. También fue criticada por su relación con de Martin Heidegger, no por la mantenida en su juventud, sino por haberla renovado en 1950, cuando visitó Alemania.
De este modo, Hannah Arendt es el único escritor político apreciado, a la vez, por doctrinarios de la izquierda más radical –aun tratándose de una autora obviamente antimarxista—, por politólogos liberales –aun cuando convirtió el liberalismo en su blanco—, así como por comunitaristas y autores archiconservadores
Recuerdos del cíclico odio

La inflación y el paro están por las nubes pero los habitantes de una ciudad de habla alemana tras la Primera Guerra Mundial ya tienen un chivo expiatorio, la población judía, y una solución: expulsarla.
Esto que parece reflejar el antisemitismo del Tercer Reich es el profético argumento de la película muda ‘La ciudad sin judíos’, estrenada en 1924, cuando el partido nazi todavía estaba prohibido y Adolf Hitler escribía en la cárcel Mein Kampf.
Basada en una novela satírica del escritor judío Hugo Bettauer, el largometraje desapareció en la década de los años 30 hasta que un coleccionista encontró una copia completa en 2015 en un mercadillo de París. Ahora, la cinta restaurada está a disposición de cinéfilos y curiosos..
«’La ciudad sin judíos’ no es una película muda más, sino un muy temprano mensaje antinazi», y «la primera obra visual dedicada en exclusiva a criticar el antisemitismo», explica el director gerente de Filmarchiv Austria, Nikolaus Wostry. «El Filmarchiv es casi la biblioteca nacional de las películas austríacas, por lo que tenemos un especial deber con esta obra por su mensaje de tolerancia», agrega.
La trama del filme muestra no solo las circunstancias económicas que llevaron al auge del antisemitismo, sino que también relata las consecuencias del éxodo de la población judía de Viena, llamada ‘Utopía’ en la cinta.
La deportación de los judíos se celebra con fuegos artificiales, pero la economía, lejos de mejorar, se dirige a la ruina absoluta, el paro y la pobreza aumentan y la vida cultural decae. Al final, los judíos son bienvenidos por la misma multitud que festejó su partida.
La realidad superó apenas 15 años después a la ficción, cuando los judíos fueron asesinados en masa en campos de exterminio nazis. «En 1924 no se podía concebir que se pudiera asesinar a personas de forma industrial. Esas imágenes no se encuentran en esta película. En ese sentido no es una profecía de lo que sucedió, sino una llamada a la tolerancia», reflexiona Wostry.
La nueva copia ofrece novedades frente a la única versión incompleta conservada, hallada en 1991 en Amsterdam y que carecía de final porque faltaba el último rollo del filme. En la versión restaurada se observa la virulencia del antisemitismo desde el primer momento, incluidos ataques físicos, y el final es una llamada a la tolerancia y la convivencia.
«Es una película muy inusual porque aborda el antisemitismo de forma explícita. Y en una película eso tiene más impacto que en una novela, es más visual», explica Wostry.
La ficción muestra un final feliz con la vuelta de la población judía, algo que contrasta con la realidad austríaca tras el Holocausto, destaca el director gerente de Filmarchiv. Austria no sólo no ayudó a los supervivientes del Holocausto sino que, critica el experto, tardó décadas en reconocer su responsabilidad como Estado en el Holocausto.
«La población judía austríaca hizo una enorme contribución a la cultura y la ciencia de este país. Posiblemente no hay ningún otro país en Europa que deba tanto a su población judía», recuerda. «Existe una contradicción en la historia de Austria», expone Wostry, y afirma que su país suele identificarse con artistas y científicos judíos, como Sigmund Freud, el «padre del psicoanálisis», o el escritor y dramaturgo Arthur Schnitzler, pero afrontó de mala gana su historial antisemita.
La cinta se ha podido restaurar gracias a una campaña de micromecenazgo que logró reunir más de 75.000 euros. Wostry no oculta su decepción porque no hubiera fondos públicos para restaurar una película tan importante, pero se muestra muy orgulloso de la gran respuesta de la sociedad civil.
La restauración es también importante por su actualidad, resalta, ya que la película habla de las desastrosas consecuencias de demonizar a una minoría y eso se aplica tanto entonces como ahora, cuando crecen las tendencias nacionalistas en Europa.
El estreno en 1924 de ‘La ciudad sin judíos’ causó protestas de simpatizantes nazis y hubo incluso agresiones contra quienes iban a ver la película.
La cinta marcó la vida de muchos de los que tuvieron que ver con ella: Bettauer, el autor de la novela que la inspiró, fue asesinado por un nazi meses después del estreno.
El director y guionista, Hans Karl Breslauer, no volvió a dirigir y murió en la pobreza en 1965. La coguionista Ida Jenbach fue deportada al gueto de Minsk y murió allí en 1941.
Y en un cruce de destinos, el actor que interpretó al protagonista judío de la película, Johannes Riemann, se afilió al partido nazi y en 1944 llegó a actuar para las SS en Auschwitz. Por el contrario, Hans Moser, que encarnó a un furibundo antisemita, se negó durante el régimen nazi a divorciarse de su esposa judía
Desolación para nazis a precio de saldo

En 1937, la ahora paradisiaca Isla de Pascua tenía poco valor para el Gobierno chileno, que la ofreció en venta a la Alemania nazi. Era un tiempo en el que la lepra campaba en el lugar y dos compañías ganaderas explotaban a sus pobladores con métodos esclavistas.
Este panorama es retratado por el historiador y periodista español Mario Amorós en «Rapa Nui, una herida en el océano», libro que narra la historia de «sufrimiento y de opresión» que vivió el pueblo originario de la isla durante ocho décadas.
Amorós cuenta haber realizado un esfuerzo de síntesis para contar la historia de Isla de Pascua desde sus orígenes y aportar aspectos nuevos de su pasado, sobre el que cree que existe «un gran desconocimiento».
La Isla de Pascua, denominada Rapa Nui en la lengua de su pueblo originario, los rapanuis, y ubicada a unos 3.800 kilómetros al oeste de la costa de Chile, en el océano Pacífico, es uno de los destinos turísticos más conocidos del país austral y fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1995.
Los 887 moáis, las icónicas y mundialmente conocidas esculturas de piedra que hay en la isla, son su mayor seña de identidad.
Hace unas décadas la situación era muy diferente y los propios rapanuis buscaron escapar de un lugar en el que fueron confinados a sólo una parte de su territorio, y explotados y violados en sus derechos más elementales como mano de obra barata por dos compañías privadas a las que Chile arrendó las tierras de la isla.
La lepra se extendía, las condiciones médicas y sanitarias eran precarias y el Gobierno de Chile, que veía la isla como destino perfecto para deportados políticos, la llegó a ofrecer en venta a países extranjeros, entre ellos la Alemania nazi, para financiar la construcción de dos busques de guerra para la Armada.
Este punto es uno de los más novedosos que divulga el libro de Amorós, que se hace eco de una investigación del profesor húngaro Ferenc Fischer presentada en un congreso de Historia en Cádiz, en 2011.
Fischer desveló que en 1937 hubo conversaciones entre la embajada alemana en Chile y el Gobierno del país austral por la venta de Rapa Nui para costear los buques de guerra.
En ese mismo año, Chile ofreció la venta de Rapa Nui a Estados Unidos, Japón y Reino Unido.
«Detrás de la imagen de una isla reconocida universalmente por los moáis hay una historia muy dura de sufrimiento y de opresión por responsabilidad del Estado de Chile, que miró la isla como una colonia», resumió Amorós.
En 1888, por el llamado Acuerdo de Voluntades, el pueblo rapanui cedió a Chile la soberanía de Isla de Pascua, pero no la propiedad de sus tierras.
No obstante, el Estado chileno arrendó Rapa Nui a dos empresas privadas para su explotación ganadera, a la Compañía Merlet, en 1895, y a la Compañía Exploradora de la Isla de Pascual, en 1903.
Ambas sometieron a los rapanuis al confinamiento y produjeron «toda clase de vejaciones y atropellos a los Derechos Humanos, utilizando a la población como esclavos (y) obligándolos a trabajar en extenuantes jornadas», relató en 2003 la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas.
Con la entrada y expansión de la lepra, la isla se transformó en un lugar «maldito», y el peligro para los habitantes del continente hizo que la enfermedad se usara para prohibir a los rapanuis salir del territorio insular.
El acuerdo entre Chile y las compañías privadas se mantuvo hasta 1953, pero no fue hasta 1966 que el Estado reconoció los derechos civiles y políticos de los rapanuis y admitió haber incumplido el Acuerdo de Voluntades.
En la actualidad, los descendientes de aquellos isleños han demandado a Chile ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
En su denuncia no impugnan la pertenencia de la isla a la República de Chile, pero piden la restitución de sus tierras ancestrales y de los recursos naturales.
Exigen también las disculpas públicas del Estado de Chile por el régimen de esclavitud y las violaciones de los derechos humanos que sufrieron hasta mediados de los años 60.
«Tengo entendido que es una de las causas relacionada con los pueblos originarios de América más importante que maneja la CIDH», dijo Amorós.
«Creo que va a ser un proceso largo, pero dentro de unos años la CIDH dirá lo que como historiador yo creo: que el pueblo rapanui tiene razón en su reclamo para recuperar sus tierras ancestrales y gestionar los recursos naturales de la isla», concluyó el autor
Las chicas son guerreras y surcan los cielos

No eran escobas en lo que volaban, pero casi. No había otra cosa para hacerlo, así que estas «brujas» soviéticas no tenían más opción que la de usar un avión de instrucción para ir a la batalla. De contrachapado y tela. Un modelo biplaza que en su versión individual era utilizado para fumigar los campos, para que se vayan haciendo una idea del panorama. Con él debían ir, dejar la carga y, con un poco de suerte, volver. Y lo hicieron. Una y otra vez. Tantas, que a día de hoy sus hazañas todavía son recordadas. Era su sueño. Querían ir al frente. Ahora, son leyenda. Lera Jomiakova, Tamara Kazarinova, Lilia Litviak, Katia Budanova, Masaha Kuznetsova, Masha Dolina… «Las brujas de la noche». Como ya hiciera Svetlana Alexievich, en «La guerra no tiene rostro de mujer», narrando la historia de Aleksandra Popova, Lyuba Vinogradova ha querido recoger las vidas de un puñado de las pilotos rusas que combatieron en la Segunda Guerra Mundial.
Los hombres caían como chinches en combate y el Ejército Rojo las necesitaba –la autora hace referencia a unas estadísticas que leyó «hace un tiempo» en las que de, los nacidos en el año 23, sólo el 3% sobrevivió–. Hasta un millón de mujeres –más enfermeras– llegaron a desfilar por las tropas soviéticas. Pero aquí se recogen unas muy concretas, aquellas que lo hicieron a los mandos de un avión. «En proporción eran una minoría comparadas con sus compañeras, pero sí que inspiraban a las demás», comenta la Vinogradova –colaboradora habitual de Antony Beevor y Max Hasting–. Buena culpa de ello la tuvo Marina Raskova. Había forjado su nombre pilotando durante los años 30 y su popularidad fue tal que las adolescentes querían ser como ella. «Sin su figura, hubiera sido imposible hacer un regimiento exclusivo de mujeres. Hubieran llamado a alguna para un escuadrón masculino, pero ya», comenta. La propaganda, siempre atenta a cualquier oportunidad, también ayudó: «¡Muchachas, a pilotar!», rezaba. Después se utilizaron sus hazañas para dar visibilidad a un país abierto y plural. Siendo la realidad que las mujeres estaban ahí.
Así, centenares de muchachas, cuyas edades difícilmente pasaba la veintena, se enamoraron de la idea de realizarse en el cielo. «Todavía les brillaban los ojos cuando recordaban esa época durante las entrevistas que hice a las supervivientes», recuerda la investigadora. Algunos nazis les llamaban «bisexuales» pues creían que eran mitad hombres por la valentía que emanaban.
Tres fueron los regimientos exclusivos para ellas: «586», de caza; «587», de bombardero pesado; y «588», el nocturno de las «Brujas de la noche». Un mote que Vinogradova no ha logrado desmenuzar en su totalidad, pero que sí cree que fueron ellas mismas las que se lo pusieron. Nada de los nazis. A donde sí ha llegado es a cómo «fardaban –explica– de que los alemanas les tuvieran miedo». Casi tanto como el que tenían los comandantes soviéticos: «No querían enviarlas al frente porque no se podían permitir que al verlas, tras un derribo, pensaran/descubrieran que se habían quedado sin hombres». Muestra del machismo que todas ellas sufrieron. «Por supuesto que lo vivieron. A día de hoy Rusia sigue siendo uno de los países que más discrimina a la mujer en este sentido. Y entonces los soldados y pilotos se tomaban como una ofensa personal a su hombría que una mujer estuviera a su nivel, o por encima».
Defendieron a los suyos pese a que estos no confiaban en ellas. Terminaron siendo admiradas por sus compatriotas, y siendo un ejemplo para las jóvenes de la URSS. Años después, son leyenda. No sólo combatieron a los nazis en la oscuridad de la noche a bordo de rudimentarios aviones, sino que se enfrentaron a los convencionalismos hasta salir victoriosas.
Blancanieves en el infierno

A su corta edad, estaban condenados a sufrir los horrores del Holocausto; sin embargo, alguien se interpuso entre un grupo de niños internados en Auschwitz y su terrible destino. Fue Fredy Hirsch, un judío que construyó «un paraíso» infantil en medio del infierno nazi.
En el más emblemático campo de exterminio había un barracón diferente de los demás. Tenía el número 31 y estaba decorado con un mural de Blancanieves, que rodeaba el espacio donde niños checoslovacos aprendían música, geografía e historia de la mano de Hirsch.
Este asombroso y desconocido relato es el que aborda el documental «Paraíso en Auschwitz», dirigido por el matrimonio mexicano y judío de Aarón y Esther Cohen, quienes presentarán el filme este sábado y domingo en el Cine Tonalá de Ciudad de México tras el éxito que ha tenido en varios festivales de cine judío.
«Fredy negoció con los alemanes una especie de escuelita para niños donde los maestros eran escogidos entre los internos. Así logró hacer un espacio totalmente inaudito en medio del infierno», explica Aarón, director del documental.
«Los niños pudieron vivir una situación en la que aprendieron a compartir, a tolerar, y se educaron en humanidades y arte. Gracias a esa experiencia que tuvieron, pudieron emerger de la muerte y tener una vida digna y sana», relata Esther, la productora.
Admite que el título del filme es «controvertido» al juntar las palabras «paraíso» y «Auschwitz», pero argumentó que tras escuchar los 13 testimonios del documental, el título cobra sentido.
Alfred «Fredy» Hirsch, nacido en 1916 en Alemania, huyó de su país tras la promulgación de las leyes de Nuremberg que discriminaban a los judíos y se trasladó a Checoslovaquia, donde se dedicó a la educación infantil dirigiendo un grupo de «boy scouts judíos».
En 1941, con la ocupación nazi ya consumada, fue deportado al gueto checoslovaco de Terezín como parte de un comando encargado de organizar actividades para embellecer el lugar ante la inminente visita de la Cruz Roja Internacional.
«Consiguió dar clases de música, literatura, gimnasia y deportes para distraer a los niños de la terrible situación del gueto, donde moría gente por enfermedades y hacinamiento», concede el director.
En 1943, un primer cargamento de 5.000 judíos de Terezín, entre los que se encontraba Hirsch, fueron deportados hacia la fábrica de la muerte de Auschwitz, donde fueron ubicados en un «campo familiar» que simulaba mejores condiciones para los internos con el objetivo de engañar a los organismos internacionales.
Las condiciones eran igualmente inhumanas en esa zona de Auschwitz, donde los nazis simulaban repartos de comida que los internos tenían prohibido comer. Sin embargo, Hirsch aprovechó esas circunstancias y su dominio del alemán para convencer a los carceleros para montar su «escuelita».
Fredy Hirsch autosuficiente, desenvuelto y audaz, se granjeaba a los guardias de la SS, y le otorgaban algunos privilegios que usaba para beneficiar a los niños con algo de comida o ropa extra. A pesar de esa imagen siempre en control, a Fredy su homosexualidad le creaba un gran conflicto que ocultaba con cierto éxito. Esta condición no les era desconocida a sus colaboradores y tampoco era obstáculo para valorarlo, quererlo y admirarlo. Organizó equipos de atletismo, clases de box y campeonatos de futbol y baloncesto. En 1943, Fredy creó su propio campeonato de futbol y 10 equipos disputaron la Copa de Terezín. En plena ocupación nazi formó la Liga de Terezín con jugadores reconocidos en la escena deportiva de checos, austriacos, daneses, alemanes e italianos prisioneros, y convenció a los nazis de formar un equipo de Soccer con guardias, para enfrentar a los internos.
En un principio los nazis prohibían estas actividades, pero más tarde ante los rumores de las siniestras acciones de los nazis y de la alarma sobre La Solución Final, las utilizaron para crear la imagen de una ciudad normal. En mayo de 1944 le permitieron a la Cruz Roja Internacional, una visita al gueto-campo de Terezín. Con este motivo, en el otoño de 1943 se inició una campaña intensa de embellecimiento y deportaron a 15,000 ancianos y enfermos para dar una imagen saludable. Los Delegados de la Cruz Roja recorrieron la escenografía de instalaciones maquilladas y asistieron a magníficos conciertos, terminando con una función de la ópera Brundibar de Hans Krasa, actuada por niños, lo que acabó de redondear la farsa. La puesta en escena fue tan exitosa que la delegación consideró innecesario continuar su visita a Auschwitz. La desilusión de los prisioneros fue enorme, ya que nadie se enteraría de su suerte.
En agosto de 1943 llegó a Terezín, un transporte con 1200 niños del recién liquidado gueto de Bialystok que habían sido testigos de la masacre perpetrada contra sus padres. Para mantener el secreto y poder continuar sin resistencia con el exterminio, cualquier comunicación con los niños estaba estrictamente prohibida. A pesar de la orden, Fredy Hirsch, visitó a los niños y fue descubierto. De castigo fue deportado a Auschwitz.
Fredy fue deportado a Auschwitz el 9 de Septiembre de 1943, con otros 5,000 prisioneros, aproximadamente cuando empezaban los preparativos en Terezín, para la gran farsa con la Cruz Roja. En Diciembre de 1943 se les unió un segundo transporte de Terezín con otros 5,000 prisioneros, en el que se encontraba Bedrich Steiner con su familia. No hay documentos oficiales que atestigüen la existencia de este Campo, salvo los testimonios personales de los sobrevivientes que en general coinciden abrumadoramente en el reconocimiento del papel de Fredy Hirsch en sus vidas y el imperativo de reconocer su heroísmo. Zuzana Ruzickova escribió: “Muchos niños pueden decir que salvó sus vidas, pero en realidad, salvó nuestras almas. Salimos más o menos intactos, gracias a él.”
Fredy siguió con su labor de preservar una estructura similar a la de Terezín asumiendo el puesto de Altester del Block 31. La rutina diaria iniciaba en las letrinas, luego, aseo en los lavaderos, con el agua sucia congelada tiritando con el frío de invierno, -para prevenir la diseminación de piojos y otras enfermedades. Seguía el desayuno, – Fredy consiguió que mejorara un poco la comida de los niños, -y en las clases, se enfatizaban los valores de decencia y solidaridad, que desgraciadamente en el contexto concentracionario se derrumbaban vertiginosamente.
Esta rutina les proporcionaba una cierta estabilidad. Cantar estaba permitido, pero no estudiar. El objetivo de Fredy y su staff de educadores, era alimentar la espiritualidad infantil, distraerlos de la realidad circundante y crear la ilusión de un destino esperanzador. Las clases se llevaban a cabo durante el día en el Block 31, una barraca como las demás, sin literas. Sentados en bancos, alrededor de los maestros, estaban tan cerca unos de otros, que podían escuchar tres clases diferentes al mismo tiempo.
En estas circunstancias, la disciplina era un imperativo. El equipo de Fredy consistía aproximadamente de 20 maestros y madrijim que él conocía con anterioridad. Aceptaba gente extra para favorecerlos, dado que en el Block había mejores condiciones que afuera. No importaba lo que enseñaran: geografía, historia o judaica.
Como no había cuadernos ni libros, las cualidades más valoradas eran la memoria, la imaginación y la habilidad de contar historias, de organizar juegos y representaciones. Otto Kraus magnetizaba a los niños por su manera de contar historias. A Avi Fischer le interesaba la Astronomía e Historia, y los deslumbraba con los fascinantes fenómenos del espacio e historias de pueblos exóticos. Cada maestro se especializaba en los libros que recordaba y se convirtieron en una biblioteca móvil, en libros con piernas. Cada grupo solicitaba un título y ellos hacían el “intercambio de libros”.
En los muros sin ventanas, de madera podrida, también se operó la magia. La atmósfera opresiva cambió. De la mano de Dina Babbit, de Mausi Hermann y otros asistentes, llegaron nuevos inquilinos. Las jóvenes pintoras poblaron las paredes con indios, esquimales, y africanos. Los pájaros dejaron de ser una rareza en Birkenau y en pleno invierno se llenó de flores, árboles y rocas, pero sobre todo, llegaron Hansel, Gretel, y Blanca Nieves con los siete enanitos. Dina Babbit antes de la deportación, fascinada por Blanca Nieves, vio clandestinamente siete veces la película de Disney estrenada en 1937. En esos años, hablar de cine en el mundo, era hablar de Hollywood. Fredy como siempre se hizo cargo y les consiguió papel, pinceles y colores. Gracias a su talento, Mausi y Dina aún adolescentes, fueron llamadas por Mengele a dibujar retratos en el Campo Familiar de los Gitanos. Fredy guió a cada uno de sus asistentes, a descubrir sus mejores atributos en medio de lo sórdido y lo más ruin del ser humano. Ninguno se preguntaba si era absurdo enseñar geografía o leyes gramaticales cuando la muerte era lo único real en esa puesta en escena. Ellos necesitaban creer, tanto como los niños.
Casi todos los maestros sobrevivieron y han dado sus testimonios. Entre las barracas del “familiencamp” y las regaderas, quedaba un patio que servía para deportes, y juegos scóuticos. Para los prisioneros, la imagen de los niños pequeños, paseando por el Campo, no lejos de ellos y de las torres de guardia, cantando y recogiendo piedritas, era una escena inverosímil.

Las actividades más recordadas del Block 31, eran las canciones y las representaciones. Avi Ofir enseñaba con entusiasmo las canciones a los niños y la canción favorita era Aluette, una canción infantil francesa que cantaban los niños constantemente a todo pulmón. “En momentos como esos podíamos ausentarnos de la realidad”. En las ceremonias de Shabat organizaban obritas y sketches que escribían los niños. Pero la que causó el mayor y más duradero impacto, la máxima sensación de este período, fue la puesta en escena de Blanca Nieves y los 7 enanitos con escenografía, vestuario y bailes, aunque rudimentarios, mas las canciones originales de la película de Disney. Kurt Rubichek, comunista y asistente de Fredy, escribió el guión y mucho tiempo ensayaron los papeles que los niños tenían que interpretar en alemán. El príncipe de la obra y alma de la producción general era Fredy, que conseguía lo necesario aprovechando sus privilegios. Todo era dinamismo, emoción y entusiasmo. El Dr. Mengele entraba ocasionalmente a ver los avances de la obra y les sonreía a los niños. Esto alimentaba la esperanza que subyacía en los maestros de que a los niños no les pasaría nada.
«En Auschwitz no fueron seleccionados entre los que iban a la cámara de gas y los que sobrevivían, sino que fueron mandados a un campo familiar. Al saber eso, nos dimos cuenta de que había una historia que contar y así nació el documental», comenta Aarón.
Los Cohen comenzaron a perseguir la pista de Hirsch en 2008, cuando un amigo familiar y superviviente del Holocausto les contó de primera mano la historia de ese insólito campamento.
Entonces comenzaron a tirar del hilo. Acudieron al archivo del director Steven Spielberg compuesto por 50.000 testimonios digitales de víctimas del Holocausto y encontraron seis que hablaban de Fredy Hirsch. Posteriormente entrevistaron a seis supervivientes más en República Checa, Israel y Estados Unidos, en un proceso que duró ocho años.
«La historia está contada en el documental como un coro griego en el que los testimonios se complementan. Pero lo más impresionante es que en diferentes tiempos y espacios la historia que cuentan coincide completamente», sostiene Esther.
«Se les iluminaba la cara cuando hablaban de Fredy. No querían hablar de lo que vivieron en Auschwitz sino de Fredy y de lo que hizo por ellos», añade la productora, quien señala que Hirsch «les enseñó a valorar lo que tenían a su alrededor».
Los documentalistas sospechan que la historia de Hirsch permaneció oculta durante mucho tiempo por su condición de homosexual, algo poco tolerado en los regímenes comunistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Pero Aarón y Esther desempolvaron este relato para retratar «el proceso de deterioro» que se vivía en Auschwitz y evitar que vuelva a ocurrir otro genocidio, pues «cuando la historia se olvida, tiende a repetirse».
Pero también retratan una luz de esperanza, encarnada en un Hirsch que dio lo mejor de sí para adecentar la situación de aquellos niños.
¿Qué pasó con Fredy? «Es el chiste de la película», sentencia el director.
La efervescente Ana Frank

Investigadores holandeses han logrado descifrar dos nuevas páginas del Diario de Ana Frank, que habían sido teñidas por su autora, según indica el museo de Ámsterdam que lleva el nombre de la niña judía de 13 años cuyo libro ha pasado a la historia de la literatura.
La propia Ana Frank tiño esas dos páginas, pero nuevas técnicas digitales han permitido descifrar su contenido: una donde contaba chistes subidos de tono y otra que recogía preguntas y respuestas sobre lo que debería decir una joven si le preguntan acerca de la educación sexual y la prostitución.
El estudio, que forma parte de una investigación permanente abierta por la Casa de Ana Frank, fue llevado a cabo por el Instituto Huygens de Historia Holandesa y el Instituto para Estudios de Guerra, Holocausto y Genocidio (NIOD).
Las páginas revelan más información sobre la personalidad de Ana Frank “como niña, adolescente y escritora”, según Peter de Bruijn, del instituto Huygens.
Los expertos consideran que este descubrimiento refleja “un intento cauteloso de escribir más que un diario, donde se mezcla la realidad y la ficción” y presenta a una niña que escribió abiertamente sobre la sexualidad.
Sobre por qué cubrió estas páginas, De Bruijn explica que la niña “no podía arrancar páginas de su diario”, pero “estaba avergonzada” de algunas de las cosas que escribió.
Ana Frank murió en febrero de 1945 en el campo de concentración de Bergen Belsen, en Alemania, y su diario, que abarca su escondite entre 1942 y 1944 en un refugio de un edificio en el centro de Ámsterdam, fue encontrado más tarde y publicado como un importante testimonio de esa época.
“Ana Frank escribe sobre la sexualidad de una forma encantadora“, comenta Ronald Leopold, del museo de la Casa de Ana Frank en Ámsterdam. “Al igual que todas las adolescentes, tiene curiosidad sobre este tema“.
Esa sensación es compartida por Frank van Vree, director del Instituto Niod, que ayudó a descifrar el contenido de las páginas.
“Cualquiera que lea los pasajes que acaban de ser descubiertos será incapaz de evitar una sonrisa”, espeta.
“Las bromas ‘sucias‘ son clásicas entre los adolescentes. Dejan claro que Ana, con todos sus dones, era sobre todo una niña normal“.
Uno de esos chistes dice: “¿Sabes por qué hay chicas de las Fuerzas Armadas alemanas en Holanda? Para servir de colchón a los soldados“.
En otro se lee: “Un hombre tenía una esposa muy fea y él no quería tener relaciones con ella. Una noche llegó a casa y luego vio a su amigo en la cama con su esposa, y luego el hombre dijo: ‘¡A él le gusta y a mí me toca hacerlo!’”.
El Museo de Ana Frank explica que esta no fue la única vez que la adolescente escribió sobre sexo. En su diario también recogió otras bromas que había oído en su escondite de la capital holandesa y otros pasajes sobre sus períodos y la sexualidad.
Sobre su decisión de publicar unas páginas que Ana Frank claramente quería mantener ocultas, el Museo arguye que su diario, un documento de patrimonio mundial registrado por la Unesco, tiene un gran interés académico.
Pero agrega que esas páginas “no alteran nuestra imagen de Ana“.
“Con el paso del tiempo Ana se ha convertido en un símbolo mundial del holocausto, y Ana, la niña, se ha ido difuminando en un segundo plano.
“Estos textos —literalmente— descubiertos nos devuelve al primer plano a la curiosa y, en muchos aspectos, precoz adolescente“.
Ana Frank se ocultó en un anexo secreto de una casa de Ámsterdam el 5 de julio de 1942, aproximadamente un mes después de recibir un diario por su 13 cumpleaños.
Vivió con su familia y amigos allí hasta que fue descubierta dos años después. La razón por la que fueron descubiertos, después de lograr permanecer ocultos tanto tiempo, sigue siendo un misterio.
La adolescente murió de tifus en el campo de concentración de Bergen-Belsen a los 15 años.
Su padre, Otto, fue el único de los ocho ocupantes de la “casa de atrás” que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y pudo publicar el diario de su hija.
Psicoanálisis contra fascismo

El célebre psicoanalista suizo Carl Gustav Jung colaboró con los servicios secretos norteamericanos entre 1942 y 1945, a los que anunció que el dictador Adolf Hitler podría llegar al suicidio en un caso extremo.
Jung, explorador del inconsciente colectivo, trabajó con el espía norteamericano Allen Dulles, que se interesó por sus análisis de la reacción de los dirigentes nazis alemanes y transmitió los datos a la Oficina de Servicios Estratégicos de los Estados Unidos, antecesora de la CIA.
Una serie de documentos norteamericanos desclasificados últimamente y material suizo revelado en su último número por la revista L´Hebdo indican la colaboración entre el psicoanalista y Dulles, que llegaría en la posguerra a la cabeza de la CIA.
Según el semanario, Jung proporcionó a los norteamericanos importantes informaciones sobre el estado de salud del Führer, hizo una valoración de la propaganda aliada sobre la moral de los alemanes y análisis proféticos basados en la psicología de los líderes fascistas.
Una misión especial
Dulles llegó a Berna a fines de 1942, unas horas antes del cierre completo de las fronteras de este país neutral, con la misión de elaborar un informe sobre el movimiento secreto antinazi en Alemania, y entró en contacto con Jung, gran conocedor del alma germánica.
El espía estadounidense no se contentó con ver a Jung para recoger informaciones útiles sino que reclutó y se convirtió en amante de una de sus pacientes, una periodista norteamericana de 38 años llamada Mary Bancroft, que estaba casada con un ciudadano helvético.
Jung pudo a su vez aprovecharse de las confidencias de Bancroft y de las visitas de Dulles y observar el funcionamiento del maestro de espías y su aprendiz, que no era precisamente muy discreta, como reconoce ella misma en su «Autobiografía de una espía», libro publicado en Nueva York en 1983.
El psicoanalista se enteró, por ejemplo, de que Allen Dulles pidió a su amante escribir un libro sobre el fracasado complot contra Hitler, utilizando informaciones de uno de los conjurados que logró sobrevivir: Hans Bernd Gisevius, espía alemán con base en Suiza.
Informado de los vínculos entre Dulles, Mary Bancroft y Jung, Gisevius quiso entrevistarse también con el psicoanalista, que lo había impresionado con un artículo de 1936 consagrado a Wotan, el dios alemán de la guerra, del que aquél anunció un despertar devastador.
En uno de los telegramas secretos enviados por Allen Dulles a la central de espionaje, el agente cuenta que, según ha podido saber Jung, «Hitler se ha ocultado en el sótano de su cuartel general al este de Prusia» y explica que los jerarcas que pretenden entrevistarse con él «son despojados de sus armas y han de pasar por un detector de rayos X».
El psicoanalista dijo a Dulles que «cuando su personal se sienta a comer con él, Hitler monologa mientras que a sus oficiales se les prohíbe decir una palabra. El stress resultante de esa asociación ha hundido a varios oficiales, según Jung, que opina que los mandos del ejército están demasiado desorganizados y debilitados como para actuar contra el Führer».
Leyenda
No ha podido establecerse ahora de dónde obtenía Jung esas informaciones, y la revista suiza se pregunta si se trataba de colegas que daban clase en la Politécnica en Zurich y mantenían contactos con investigadores alemanes, o tal vez de fuentes médicas.
En su libro autobiográfico, Mary Bancroft relata que cuando le preguntó a Jung por los rumores que corrían, según los cuales él iba regularmente a Berlín para analizar a Hitler, el psicoanalista dijo que se trataba de una leyenda surgida de sus numerosas discusiones con el cirujano alemán Ferdinand Sauerbruch, que se hacía pasar por el médico de Hitler.
Pero Jung ofrecía también informaciones sobre la influencia de la propaganda aliada sobre los alemanes: un despacho dictado por Allen Dulles desde Berna y registrado por la policía suiza señalaba que «los panfletos que tienen más éxito (entre el ciudadano medio alemán) son los estrictamente militares que aseguran que los aliados entran como un torneo en la fortaleza europea».
«Apelar a la fuerza moral del enemigo -y no a su debilidad- es la mejor propaganda (…) Los llamamientos del general (Dwight) Eisenhower al pueblo alemán son los más eficaces. Formulados en un lenguaje simple, humano, comprensible para todos, dan a los alemanes algo a lo que agarrarse», escribe Jung en una carta a Dulles fechada en febrero de 1945.
Comentarios que debieron de halagar al general y comandante supremo aliado.
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