niña de los peines
Cante por derecho y por la izquierda

Manuel Jiménez Martínez de Pinillos, «Manuel Vallejo» (1891-1960), es reconocido como el cantaor más completo de su época por la maestría que demostraba a la hora de interpretar una gran variedad de palos, y es además recordado por haber sido uno de los pocos cantaores que a lo largo de la historia se han hecho con la codiciada Llave de Oro del Cante en el año 1926.
Vallejo se alineó del lado de la República, antes y después del advenimiento de ésta. Pero ya antes se había plantado la semilla de una utopía cultural y social en la piel de toro. El impagable ensayo de Alfredo Grimaldos Historia social del flamenco (Península, 2010) se documenta que ya en los inicios del siglo XIX sucesos de gran importancia política como la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis o el fusilamiento de Torrijos fueron recogidos por el cante de la época, que se alineaba con la revolución liberal española. Y en el libro del doble cedé Cantes y cantos de la República, editado por Marita y la Agencia Andaluza del Flamenco, se hace referencia a los cantaores de los años treinta como precursores de la canción protesta que conquistó los mercados de todo el mundo en la era hippie. «Este tipo de cuestiones está en el flamenco desde su origen», opina Vergillos, «ya cantó Siverio la “Seguiriya de Riego”, pero lo que pasó a partir de 1931 es que por fin se podía hablar abiertamente de estos temas».
Hasta el punto de que la exaltación de la República y sus héroes o de la bandera tricolor y las referencias a problemas sociales llegaron a convertirse en una moda propiamente dicha, un género en sí mismo. «Gran parte de los flamencos eran gente del pueblo, así que la mayoría se alineó con el nuevo régimen. También fue una moda, no estrictamente flamenca, sino española, y algunos se sumaron por seguirla, claro. Tal y como señaló Pericón de Cádiz en sus deliciosas memorias, donde comentó que él cantó letras reivindicativas para llegar a un público mayor», explica este historiador.
Así aparecieron los fandangos republicanos y sus derivados, la mayoría grabados por discográficas de Barcelona. El flamenco había alcanzado gran relevancia en esta ciudad desde la Exposición Universal con la apertura de nuevos locales con espectáculos dirigidos tanto al público local como al primer turismo y visitantes de la aristocracia europea, como relata Montse Madrilejos en la revista de investigación sobre flamenco La Madrugá (nº2, junio 2010). Estos sellos juntaron a los guitarristas locales más importantes del momento, como Pepe Hurtado, Manolo Bulerías y Miguel Borrull hijo, con los cantantes que más frecuentaban Cataluña y aprovechaban su estancia para grabar.
A modo de anécdota y para demostrar que la poca simpatía que Vallejo profesaba por el régimen monárquico era más que sabida por todos (incluso por el propio rey), podría recordarse su actuación en el que, en años posteriores, sería el hoy famoso hotel Alfonso XIII, sito en la capital hispalense. Con la intención de participar en el concurso de cante flamenco que allí se celebraba, en 1925 se dieron cita en este lugar algunas de las figuras del cante, encontrándose entre las más destacadas Manuel Vallejo. No obstante, cuando le llega el momento de actuar, el monarca decide abandonar la sala para no escuchar las que posiblemente serían letras cargadas de contenido social, político y, casi con total seguridad, comprometidas con el sistema republicano.
Entre sus muchos méritos, es digno de mención el hecho de que fue el primero que grabó fandangos cantados a la II República (apenas un mes después de su proclamación) cuyas letras fueron escritas por Emilio Mezquita y Vaca, la música fue creada por el maestro Quiroga y editado por la discográfica catalana La Voz de su Amo (también conocida a través de las siglas HMV). Algunos de ellos son los llamados Al grito de Viva España y Un minuto de silencio, que sirven a la perfección de muestra para ilustrar el alto contenido político que se concentraba en sus letras.
Al grito de viva España
después de escuchar el himno
canto el fandango gitano
y en el que llevo puesta mi alma
como buen republicano.
Por la libertá de España
murió Hernández, y Galán.
Un minuto de silencio
por los que ya en gloria están,
suplico en estos momentos.
Tras la contienda civil, Manuel Vallejo no vuelve a vivir el éxito profesional al que estaba acostumbrado: tan solo publica un disco más y no volverá a tener nunca una compañía propia. Sufrió represalias por sus vínculos políticos y, aunque salvó la vida, no logró remontar su carrera.
Así, fueron andaluces los artistas flamencos que se comprometieron en la defensa de la legalidad republicana, y que dieron la vida por ello. Primero en el advenimiento del régimen, saludado con efusión por la estrella flamenca del periodo, Manuel Vallejo, a través de una serie de grabaciones de “fandangos republicanos” que enseguida fueron secundadas por otras estrellas del periodo como Guerrita, Niño de la Huerta, Niño Fanegas o el señalado Corruco de Algeciras.
Un repaso necesario
La discográfica andaluza Pasarela compila una importante obra que tiene como protagonista a Manuel Jiménez Martínez de Pinillo (Sevilla, 1891-1960), Manuel Vallejo en la historia del flamenco. Vallejo es uno de los cantaores ciertamente grandes que dieron hasta hoy.
Dicha obra, dirigida por Manuel Cerrejón, está integrada por un libro del que son autores el mismo Cerrejón y Juan Luis Franco, cuatro discos compactos con grabaciones restauradas digitalmente y opiniones de viva voz sobre el cantaor, una reproducción a escala del trofeo Copa Pavón que ganó en 1925 y una reproducción de la II Llave de Oro del Cante que recibió en 1926. La obra se titula Manuel Vallejo. Vida y obra de una leyenda del flamenco.
Vallejo fue una de las grandes estrellas del cante, que tuvo su apogeo en los tiempos de esplendor de la llamada ópera flamenca, es decir, desde los años veinte hasta la Guerra Civil Española, cuando las plazas de toros se llenaban para oír a los cantaores más populares de la época, entre los que el sevillano era casi siempre cabecera de cartel. El libro, que forma parte de la obra que comentamos, reproduce, entre otros muchos documentos gráficos, docenas de carteles que acreditan una popularidad incuestionable junto a La Niña de los Peines y otros grandes de la época.

Manuel Vallejo fue en verdad un cantaor muy notable. Cantaor general, que podía y sabía cantarlo todo, aunque lógicamente hubo géneros que frecuentaba más que otros, en consonancia con los gustos de aquel tiempo: fandangos y fandanguillos, cantes de ida y vuelta o de influencia americana, granaína y media granaína, saetas… Y por bulerías, pese a no ser gitano, era un fenómeno, cantándolas y bailándolas de manera sensacional. Buen siguiriyero también, buen malagueñero, en fin, un cantaor completo, aunque su calidad de voz, a mi parecer un tanto chillona, no fuera la ideal para el flamenco.
El cantaor dejó abundante discografía. Según sus biógrafos actuales, se halla entre los cuatro flamencos que más grabaciones hicieron en 78 revoluciones: un total de más de 145 placas realizadas entre los años 1922 y 1950. Los otros tres fueron El Mochuelo, Pastora la de los Peines y Pepe Marchena.
Sin embargo, no todas las grabaciones de Vallejo fueron estimables, por las condiciones técnicas entonces existentes y la rapidez con que habitualmente las realizaban, pero el nivel medio es de gran interés.
Todas las contenidas en los cuatro compactos de esta colección son una buena muestra del arte de Vallejo, y en ellas le acompañan guitarristas de la categoría de Montoya, Niño Ricardo, Borrull, Niño Pérez, Antonio Moreno y otros.
Los discos conforman una obra que servirá a muchos -especialmente a los jóvenes aficionados, para quienes el personaje puede resultar más extraño y desconocido- para ahondar bien en un cantaor de primer rango en la historia de lo jondo, como los autores del libro que la integra ponen buena atención en dejar sentado y bien sentado.
También servirá para conocer una época del flamenco que fue, pese a sus aspectos negativos, de las fundamentales en este arte. Pero el exceso de hagiografía, que lo hay, es quizá lo menos interesante del conjunto, pues el cantaor no necesita para nada enaltecimientos que acaban siendo un tanto excesivos. Pero ya sabemos que en el flamenco las cosas son así, y las filias pueden ser tan radicales como las fobias.
La Niña de los Peines, «Like a Rolling Stone»

La profunda emotividad de los cantes gitanos de Pastora Pavón Cruz (Sevilla, 1890), mejor conocida como La Niña de los Peines, atraviesa buena parte del siglo XX y llega hasta nosotros, clara, fuerte..
La cantante es reconocida como «la reina del cante flamenco», «la voz de estaño fundido», «la emperadora del cante grande», describe Manuel Bohórquez en un texto incluido en el folleto que acompaña el disco recopilatorio con sus mejores grabaciones en discos de pizarra, desde 1928 a 1950.
En 1999 la Junta de Andalucía declaró su obra discográfica Bien de Interés Cultural. La Niña continúa inspirando a los actuales cantaores.
La mejor manera de iniciarse en el flamenco es con este disco. La Niña fue la primera estrella de flamenco en cuanto a su producción discográfica. Fue la primera cantaora moderna que consiguió ser aclamada por el pueblo, pero también (atrajo) la atención de poetas, como (Federico) García Lorca, con quien tenía una gran amistad.
En estas grabaciones participan grandes guitarristas: Niño Ricardo, Manolo de Badajoz y Melchor de Marchena.
El álbum, llamado simplemente Cantes gitanos, fue realizado por el productor sevillano, Ricardo Pachón, quien ha trabajado con algunos de los artistas andaluces más célebres del mundo.
Cantes gitanos tiene todas las cualidades que puede tener el flamenco, entre ellas, una que comparte con la música popular mexicana y latinoamericana: la posibilidad de hablar del pueblo y dirigirse al mundo.
Hay una raíz esencialmente cosmopolita en las músicas populares, y quienes fabrican flamenco hacen música de cuatro continentes: es música europea, africana (a través de los africanos que vinieron a España), asiática (la guitarra la inventaron en Irak), americana (porque gran parte del flamenco son cantes de ida y vuelta; son músicas que llegaron a Veracruz y otras ciudades y volvieron a España).
«Soy gitana…»
Pastora María Pavón Cruz nació en el seno de «una familia de enorme tradición cantaora», registra Manuel Bohórquez. Narra que en cierta ocasión La Niña le dijo a un periodista: «Soy gitana como toda mi familia. Debuté por casualidad o, mejor dicho, por delegación, en una caseta de la Feria de Sevilla, donde cantaba mi hermano Arturo, aquí presente, sustituyéndolo un día que había bebido. Esta contingencia solía ser tan frecuente que decidí comenzar a ser célebre. Entonces tenía ocho años».
Cantes gitanos se ha llegado a editar en México a través de una de las escasas incursiones de Discos Corason en el terreno de las grabaciones históricas. Y resultó muy afortunada.
El sello lanzó una producción con grabaciones de Guty Cárdenas. «Encontramos un ingeniero inglés que hizo la remasterización y resultó ser una maravilla. No podíamos creerlo; la calidad era increíble», cuenta Mary Farquharson, cofundadora de Corasón.
El disco del ruiseñor yucateco «le encantó a Mario Pacheco y lo quiso sacar en España».
Cuenta Pacheco, director de Nuevos Medios, que un amigo suyo locutor de la BBC montó en una página electrónica un concurso para encontrar canciones que tuvieran alguna referencia a rolling stone, en homenaje a Bob Dylan.
«Seguro que hay alguna canción española», pensó para sí Pacheco. Pero nada le venía a la cabeza.
Hasta que se acordó: «Sí, claro; esa soleá que canta La Niña de los Peines: ‘Fui piedra y perdí mi centro/ y me arrojaron al mar/ y a fuerza de mucho tiempo/ mi centro vine a encontrar’… o sea, like a rolling stone».
Un poco de Historia
Mis gitanos… ¿dónde están mis gitanos?». Fueron las últimas palabras de la cantaora flamenca Pastora Pavón Cruz, La Niña de los Peines (1890-1969), cuando –severamente afectada por la arterioesclerosis, y cincuenta días después de la muerte de su marido, José Torres Garzón, Pepe Pinto (1903-1969)– falleció en su sevillana casa de la Alameda. Se apagaba así para siempre la voz flamenca más completa e indiscutida de la historia, hermana de los también cantaores Arturo (1882-1959) y Tomás Pavón (1893-1952), ejemplo de excelencia artística en un mundo entonces muy masculino, en el que practicó todas las modalidades de ejecución y representación íntima y escénica del género y aglutinó un corpus de estilos y formas único e irrepetible.
Nacida en la Puerta Osario de Sevilla, La Niña de los Peines inició su carrera siendo una niña. Establecimientos de variedades, academias, salones y colmaos eclosionaban por entonces en el entorno de la Alameda de Hércules, con numerosos artistas de lo jondo que fueron venero originario para su arte. Viajera temprana por toda España, en los primeros años del siglo xx se convirtió por méritos propios en «emperadora» del cante gitano con el acompañamiento habitual de Juan Gandulla, Habichuela (1867-1927) y Javier Molina (1868-1956), midiéndose con cantaores de la talla de Niño Medina, Antonio Chacón y Manuel Torre en cafés, salones, teatros, veladas y fiestas particulares y de sociedad. También reconocida por su baile festero, nuestra cantaora se consolidó como intérprete de peteneras, soleares, tarantas, seguiriyas y tangos, estilo éste por cuya letra «Péinate tú con mis peines» recibiría su conocido apodo.
Las primeras cuatro décadas del siglo xx centraron la gran etapa cantaora de La Niña. Sería interminable completar una lista de detalles biográficos: en los diez vivió en Málaga, visitó los más célebres cafés, teatros, ferias, veladas, fiestas y salones, viajó a París y Berlín, actuó ante los reyes de España, fue invitada como artista y miembro del jurado al Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922, donde conoce a Falla y Lorca… La fama la condujo hacia los principales teatros españoles, donde llegó a cobrar 700 pesetas diarias en la década de 1920, cuando se centró en un Madrid donde bullía allí la vida flamenca de los teatros Romea, Pavón, Trianón, Circo Price, Maravillas y Novedades. En pleno apogeo de la «Ópera Flamenca», alternó las fiestas y beneficios con espectáculos en gira de Vedrines, Torres-Palacios y Oliete.
Mucho se ha hablado de las relaciones sentimentales de Pastora con Eugenio Santamaría, Manuel Torres y Niño Escacena, pero su lazo definitivo lo estableció en 1933 al casarse con el joven cantaor Pepe Pinto. La pareja firmó con el empresario Monserrat, y antes de la Guerra Civil quedó como una de las pocas mujeres cantaoras de la escena flamenca, al decir de Fernando el de Triana. La Guerra Civil los sorprende en Jaén, quedando su hija adoptiva Tolita en Sevilla al cuidado de sus tíos. En 1940, Pastora se incorpora a la compañía de Concha Piquer para su nueva representación de «Las Calles de Cádiz».
A partir de entonces, La Niña de los Peines resta intensidad a su presencia en los escenarios hasta que en 1949 emprende junto a su marido el espectáculo «España y su cantaora», un fracaso económico y una decepción personal tras el que, impelida por Pepe, Pastora se retira definitivamente y concentra su vida en las amistades del barrio, acompañar a Pepe en sus actuaciones, y los diarios paseos al «Bar Pinto» de La Campana, cita de lo más granado de los artistas flamencos del momento y en cuya puerta sentó trono simbólico durante sus últimos años.
Referente para el nuevo movimiento encabezado por Antonio Mairena y Ricardo Molina, la vuelta a un flamenco clásico adscrito a criterios étnicos, geográficos y clasificatorios, y a pesar de que la afinidad de Pastora no fue incondicional, fue éste el contexto que facilitó el homenaje dedicado por el Festival de los Patios Cordobeses del año 1961, la presencia de La Niña en el Festival de Mairena y la presidencia de la Primera Semana Universitaria de Flamenco de Sevilla, en 1964. En 1968, la Tertulia Flamenca de Radio Sevilla y la Peña Torres Macarena impulsaron la ubicación de una escultura de la cantaora en la Alameda de Hércules, obra de Antonio Illanes, donde se le rinde desde entonces homenaje anual.
Primera artista flamenca que impresionó placas bifaciales (1909-1910), los registros sonoros de La Niña de los Peines fueron declarados en 1999 Bien de Interés Cultural del Patrimonio Andaluz y editados en 2004 junto a un volumen compilatorio sobre su vida y obra, que me cupo el honor de coordinar. 258 cantes en pizarra (recientemente se ha localizado un cante más por alegrías) y casi 700 coplas conforman uno de los más extensos y diversos repertorios flamencos del siglo xx. Acompañaron sus grabaciones las guitarras de Ramón Montoya (1910, 1912 y 1930), Luis Molina (1913, 1914 y 1915), Currito de la Jeroma (1917), Niño Ricardo (1927, 1928, 1932, 1936), Manolo de Badajoz (1929), Antonio Moreno (1933) y Melchor de Marchena (1946, 1947, 1949 y 1950). El contenido de estas exitosas placas comprende tres itinerarios enciclopédicos: la ejecución de formas musicales ya normalizadas y acabadas, la puesta en valor y popularización de otras a través de la recreación personal, y el aflamencamiento de estilos tangenciales al flamenco. La Niña de los Peines realizó una síntesis estilística entre el clasicismo chaconiano y el barroquismo nervioso y dinámico de los cantes gitanos, fue bisagra entre las escuelas jerezana, sevillana y gaditana. Se atribuyó la creación de peteneras (herencia de Medina el Viejo) y bulerías, palo en que descolló en forma de bulerías cortas, canciones populares, cantes folklóricos, cuplés y coplas castizas que alcanzaron gran celebridad popular.
Sus primeras 161 grabaciones (1910-1917) recogen cantes por soleá, peteneras, tarantas, cartageneras, fandangos con remate abandolao, garrotines, farrucas, sevillanas, saetas, tangos lentos, alegrías, malagueñas, bulerías por soleá y bulerías, para los que las guitarras de Montoya y, sobre todo, Luis Molina, sirvieron de anclaje y aprendizaje mutuo. Al final del periodo incluyeron los cantes americanos de la rumba, la guajira y la vidalita y el «fandanguillo» folklórico. Durante los años 20, Pastora vuelve a los cantes de la tradición básica, desplazando los estilos libres y manteniendo sevillanas, peteneras, saetas y tangos, además de otros como fandangos, granaínas o bulerías por soleá e incorporar milonga y caracoles. Su gran inflexión estética se produce con la guitarra de Niño Ricardo, espigándose soleares, seguiriyas y modas previas en favor de «cuplés por bulerías» y cantes festeros, fandangos y la nueva asturiana y la colombiana flamencas, entre otros cantes. En sus últimas placas con Melchor de Marchena, La Niña de los Peines realiza una síntesis que incluye la recopilación de cantes históricos de placas anteriores y algunas novedades como bamberas, lorqueñas y fandangos a dúo con Pepe Pinto.
A un amplísimo conocimiento del repertorio, se unen en La Niña de los Peines la capacidad de ejecución, una intuición musical y una ambición profesional que no le anduvieron a la zaga. Complejo y pleno de musicalidad, el dominio del compás, el uso de imaginativos trabalenguas y remates glosolálicos, los juegos de color, modulaciones y comacromatismos, y las caídas alternativas hacia la tonalidad y la modalidad caracterizaron su ejecución, como también la precisión en el ataque y las salías y ayeos. Su voz, de de once tonos y medio de extensión, fue natural, limpia y vibrante, pero también envolvente, emocionante y quebradiza. Pastora alternó la vivacidad nerviosa, ágil y entrecortada, con el desarrollo de arcos melódicos, el apianamiento de sonidos y los medios tonos, los efectos quejumbrosos y el airoso adorno en voz rizada, la fuerza expresiva y la melancolía, la velocidad y la dulzura. Desplegó, en suma, una estética de contrastes, versátil y polivalente, además de un concepto organizado de la idea musical que supo ajustar al toque.

Grande como gitana, como mujer, como flamenca, la figura de Pastora Pavón es un modelo de trabajo y arrojo profesional, de un «mandar» en el cante que ha servido y sirve de ejemplo más de un siglo después de su nacimiento. Supo dibujar una línea que conecta sutilmente el cante del siglo xix y la rompedora estética del siglo xxi, fue bastión de la tradición y la innovación antes de los debates contemporáneos sobre la pureza. Se movió en el difícil equilibrio entre la fidelidad a la memoria, contribuyendo a la estructura definitiva de estilos, y la apertura de nuevos caminos y pautas de moda a los cantes. Aún marcada por una constelación de identidades en aquel tiempo subalternas (mujer, gitana, artista, cantaora, flamenca… ¿lo siguen siendo hoy?), el éxito y la centralidad histórica de Pastora Pavón resultan indiscutibles, tanto para el flamenco como para una historia de una cultura gitana todavía por escribir. Sin embargo, La Niña de los Peines ni siquiera ocupa todavía un espacio en los libros escolares de música de Andalucía. Por esto, y por todo lo demás, pronunciar su nombre y escuchar su música es devolverla cada día a la vida sobre los duendes dormidos de la memoria gitana.