orquestas
Ritmos modernos en lontananza

España no fue en los primeros años de posguerra solo un país deprimido y aislado, ya que, en lo musical, las clases altas y medias de las grandes ciudades se rindieron a ritmos de EE.UU., según el libro «Bienvenido Mr.USA. La música norteamericana en España antes del rock and roll (1865-1955)».
Esta es una de las principales ideas que sostiene este libro, según cuenta su autor, el promotor musical y periodista riojano Ignacio Faulín.
El libro surgió de la tesis doctoral de Faulín, centrada en la «beatlemanía» en España, aunque se ha convertido en el primero de los tres volúmenes en los que estudiará la música norteamericana en España desde el siglo XIX al presente, publicado por la Editorial Milenio, especializada en textos sobre música.
Este proyecto se ha convertido en «un tratado sobre la forma de divertirse de los españoles» y, en este caso concreto, en «un homenaje a nuestros abuelos y bisabuelos para reconocer cómo se divertían en unos años duros en el día a día, pero que se hacían más llevaderos con música importada de Estados Unidos».
Además, el libro ha dado origen a un disco, editado en colaboración con el periodista José Ramón Pardo -en el sello Ramalamusic-, con 52 canciones de música norteamericana en España.
Tras investigar en diferentes hemerotecas, bases de datos y en la Biblioteca Nacional, Faulín ha encontrado las primeras referencias escritas en España sobre ritmos norteamericanos en enero de 1865.
En España empezaban a conocerse entonces los espectáculos de «Black Minstrel», que se habían popularizado unos años antes en Norteamérica y en los que actores blancos imitaban, en tono cómico, a cantantes negros; y, según sus datos, en 1871 ya llegó a Madrid uno de ellos.
El libro concluye en 1955 porque ese es el año en el que se publicó en España la canción «Rock around the clock», en la versión de Bill Haley, considerada el origen del «rocanrol».
Entre medio de esas dos fechas hay 90 años de la historia de España muy complejos y dramáticos en lo político y lo social, pero en los que no dejaron de llegar, en especial a las grandes ciudades, ritmos como el charleston, el foxtrot, el swing, el boogie y el jazz, y «todos se tocaron y se bailaron en España», ha subrayado.
Desde los primeros años del pasado siglo ha encontrado testimonios de quienes rechazaban públicamente esos ritmos «por extranjeros», pero «la realidad es muy distinta porque esas músicas llegaron aquí, igual que al resto del mundo».
«Las partituras pasaban de un músico a otro porque era lo que la gente quería escuchar y, en muchos casos, esos ritmos se integraron en espectáculos más nacionales, como revistas y zarzuelas, en la voz de figuras del momento, como Celia Gámez», asegura.
La España de preguerra tenía «grandes capas de analfabetismo» y «la canción andaluza le gustaba a mucha gente», admite, «pero esa no era la realidad de muchas ciudades», en las que «la gente con poder adquisitivo salía a bailar el fost trop y el charleston».
El primer ejemplo es muy temprano, ya que «en 1898, en plena guerra con Estados Unidos, se puso de moda en los salones elegantes el vals al estilo inglés, procedente de Boston».
Faulín defiende que, tras los años del charleston, del foxtrot y del primer jazz, en plena Guerra Civil española, «la gente se lanzó a tratar de emular a Fred Astaire bailando claqué y a imitar a los Hermanos Marx porque era lo que se veía en el cine».
El primer franquismo coincidió con «algunos intentos de frenar la llegada de música ‘negroide’ y de ‘poco gusto’, según decían algunos autores del régimen», pero «no tuvieron ningún éxito porque era lo que estaba de moda en todo el mundo», por lo que «tanto los políticos como la censura fueron a lo práctico y a no impedir que la gente se expresara con esa música», ha precisado.
Poco a poco, detalla, la vida nocturna, que «nunca había parado», fue a más en las grandes ciudades españolas, primero de la mano del jazz de orquesta y luego con ritmos latinos, que «también llegaron de EE.UU., como el mambo y el chachachá».
Además, tras los primeros años de posguerra, empezaron a actuar en España artistas internacionales, como el emblemático Louis Armstrong, quien lo hizo en Barcelona en 1955 «con un gran éxito».
«Louis Armstrong and his All Stars, cuatro conciertos en España». La esperada visita del cantante a Barcelona en diciembre de 1955 llevaba semanas siendo anunciada en las páginas de La Vanguardia. ‘Satchmo’, el genio del jazz, iba a ofrecer dos recitales dobles en el Windsor Palace los días 22 y 23 de diciembre. Pero la visita se redujo a la mitad por culpa del mal tiempo.
El vuelo de Armstrong que le debía traer a Barcelona había sido cancelado a causa de las malas condiciones atmosféricas y ello obligó a suspender el primero de los dos conciertos previstos en la ciudad.
Y por fin llego el astro del jazz a la ciudad. Del Arco aprovechó un momento de tranquilidad entre la muchedumbre para entrevistarlo en el aeropuerto y continuó el cuestionario tras uno de los conciertos. Gracias a la conversación supimos que Armstrong veía cierto parecido entre el jazz y el flamenco «son expresiones de sentimiento», dijo. Y tras el recital ‘Satchmo’ pidió comer paella, con «mucho arroz», puntualizó.
Orquesta a ritmo de ciclón

Diego Mas Trelles ha recuperado para el mundo la historia del cineasta y director de orquesta español Xavier Cugat, el único músico con cuatro estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, descubridor de Rita Hayworth, íntimo de Frank Sinatra y asalariado de Al Capone, un fenómeno en EEUU cuando nadie lo era.
Muchos ‘milenials’, que no saben que Cugat (Barcelona, 1900-1990) arrasó en Hollywood mucho antes que Antonio Banderas, Julio Iglesias o Javier Bardem pueden conocer a este «crack» a través de «Sexo, maracas y chihuahuas».
«Fue músico, dibujante, actor, director de orquesta y de cine, además de un magnífico arreglista y un ojeador bárbaro, descubridor de grandes talentos, pero hoy -se lamenta el director-, Cugat es un auténtico desconocido».
El argentino nacionalizado francés, autor entre otros, del documental «Madrid 11M: Todos íbamos en ese tren», afirma que se topó con Cugat «por pura cinefilia», porque «era un personaje que se repetía tanto, que me intrigó».
El grueso de la vida de Cugat transcurrió en EEUU, explica el argentino quien, a estas alturas, dice, conoce al personaje perfectamente: «Lo que lamento es no haberlo visto en persona», dice.
Y lo que más miedo le da, añade, es que «esta vida tan disparatada, con tantas anécdotas y azares, opaquen la importancia de este hombre como músico».
Único español con cuatro estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, descubridor de Rita Hayworth (a la que cambió su nombre español de Margarita Cansino, además de tener un romance con ella), tuvo como amigos a Charles Chaplin, Woody Allen, Jerry Lewis o al mismísimo Rodolfo Valentino, que fue quien le organizó la primera orquesta para que acompañara sus películas mudas.
Y si sorprendente ha sido saber que el primer sonido que se emitió por la radio americana desde la universidad de Washington fue el violín de Cugat, no menos chocante, por desconocido, es la información que aporta Mas Trelles de que el catalán fue el autor del primer cortometraje sonoro de la historia.
Lo hizo para la Warner, titulado «Cugat y sus gigolós», explica el propio artista en el documental y añade que fue «mucho antes de ‘El cantor de jazz'».
También hizo películas de animación con sus caricaturas y confesó que cobraba directamente de Al Capone cuando actuaba en sus casinos de Las Vegas.
«Era un fuera de serie», resume Mas Trelles, que decidió, junto a Solé, pautar la cinta a través de lo vivido con cada una de sus compañeras, porque se casó cinco veces.
Por orden cronológico, Rita Montaner; Dolores del Río, Lorraine Allen y la casi adolescente Abbe Lane, cuando él tenía ya más de 60 años. En 1979, se volvió a casar con la murciana Charo Baeza y en el 78, ya anciano, vivió con Ivonne Martínez, pero nunca se casó con ella.
Inventor de la salsa, como cuenta Tito Puente, y del término «latin lover» (esto, sin él saberlo, según Ramon Gubern), este emigrante simpático y relaciones públicas arrollador -su mayor cualidad, según Mas Trelles-, se podía permitir extravagancias como llevar en brazos a un pequeñísimo chihuahua mientras dirigía las orquestas.
Chucho Valdés cuenta cómo Cugat supo usar las maracas como parte de la rítmica y al tiempo aprovechar su estética y los estilos cubanos; Cugat, añade Solé, «jugaba con el equívoco de lo hispano y lo latino, y lo fomentó».