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Plumillas en el séptimo arte

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Corredor sin retorno narra la historia de un ambicioso periodista que simula padecer una enfermedad mental con el fin de ser internado en un hospital psiquiátrico donde se ha cometido un asesinato, y obtener así información de los internos que han presenciado el crimen. La película supone una denuncia contra el modelo de institución mental imperante en la época y permite asimismo reflexionar sobre los límites del periodismo de investigación
«Corredor sin retorno» narra la historia de un ambicioso periodista que simula padecer una enfermedad mental con el fin de ser internado en un hospital psiquiátrico donde se ha cometido un asesinato, y obtener así información de los internos que han presenciado el crimen. La película supone una denuncia contra el modelo de institución mental imperante en la época y permite asimismo reflexionar sobre los límites del periodismo de investigación

Desde los orígenes del Hollywood clásico, el séptimo arte ha dado muestras de ineludible atracción por la profesión periodística. Una sólida unión que recoge y recorre el informador Luis Mínguez Santos en el libro «Periodistas de cine» para deleite de cinéfilos y compañeros de profesión.

«Primera plana», de Billy Wilder, «El cuarto poder», de Richard Brooks, o «Corredor sin retorno», de Samuel Fuller, son sólo algunos de los más de 120 títulos que el autor recoge en el que es la primera obra en lengua castellana que analiza la relación entre el séptimo arte y el cuarto poder.

En su obra, publicada por T&B Editores, Mínguez habla de un «cuasi subgénero» para referirse al cine periodístico, una categoría que ha reafirmado. «A lo mejor es arriesgado, pero la gran cantidad de películas que existen relacionadas con el periodismo así lo demuestra».

De hecho, añade, el periodístico es «el colectivo profesional más retratado por el cine después de los policías».

Una predilección que el autor achaca al atractivo inherente de la profesión: «Da juego porque está relacionada con la intriga, la investigación o la fama, elementos que permiten vehicular la acción de forma vistosa».

Lejos del cliché de «comparsa» arrojando «preguntas a bocajarro», para el autor el cine le ha dado a la clase periodística un tratamiento específico «cada vez más certero».

Aunque tampoco se ha salvado de la sátira y el ridículo, como en «Scoop», de Woody Allen, o «Los hombres que miraban fíjamente a las cabras», de Grant Heslow.

El inventario que recoge «Periodistas de cine» recorre la producción cinematográfica desde el Hollywood clásico de los años treinta, hasta nuestros días.

No importa tanto la calidad como la importancia que los films le dan a la profesión periodística y sus distintos enfoques. «Aunque no faltan obras cumbres de la filmografía mundial», matiza Mínguez.

Si una destaca por encima del resto es «Todos los hombres del presidente», el relato del mayor caso de investigación periodística de la historia que acabó con la dimisión del presidente Nixon, y no por su factura, sino por ser ejemplo «canónico» del cine periodístico.

Ya sean héroes modernos, profesionales sin escrúpulos, o patanes, el medio de comunicación que más seduce a las historias de la gran pantalla es precisamente la pequeña. «La televisión es más vistosa, un medio de masas, y el que, aunque nos duela reconocerlo, más poder tiene para distorsionar la realidad y convertirla en espectáculo».

«Asesinos natos», de Oliver Stone, o «El show de Truman», de Peter Weir, son claros ejemplos de ello.

La predilección de Hollywood por el mundo de la información y la comunicación contrasta con el desdén de la cinematografía española, «más centrada en la comedia y en la Posguerra y Guerra Civil».

«Cómo ser mujer y no morir en el intento», dirigida por Ana Belén, la primera entrega de la saga «REC», de Jaume Balagueró y Paco Plaza, o «La chispa de la vida», de Álex de la Iglesia, son algunas de las pocas producciones que le han prestado atención de una forma u otra, concluye Mínguez.

Kapuscinski, en la piel de la noticia

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Los libros del periodista polaco Ryszard Kapuściński (nacido en 1932) ciertamente tiene mucho en común con los escritos por los norteamericanos del “nuevo periodismo”: interpreta los hechos y caracteriza a los personajes reales, pero se distingue de Southern, Wolfe, Mailer, Thompson, porque su estilo es más llano y menos experimental, porque su actitud ante el acontecimiento es más distante y no se afana por jugar un papel protagónico en la historia que cuenta. Su narrativa es más lineal y se muestra, digamos, más respetuoso de la realidad
Los libros del periodista polaco Ryszard Kapuściński (nacido en 1932) ciertamente tiene mucho en común con los escritos por los norteamericanos del “nuevo periodismo”: interpreta los hechos y caracteriza a los personajes reales, pero se distingue de Southern, Wolfe, Mailer, Thompson, porque su estilo es más llano y menos experimental, porque su actitud ante el acontecimiento es más distante y no se afana por jugar un papel protagónico en la historia que cuenta. Su narrativa es más lineal y se muestra, digamos, más respetuoso de la realidad

«Trasladarse al lugar de los hechos, lo primero», destaca Amelia Serraller Calvo al describir la esencia del reporterismo que practicó el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, cuya obra ha analizado también para adentrarse en su calidad literaria.

La eslavista e intérprete de ruso y polaco defiende con apasionamiento, con motivo de la publicación de su libro «Cenizas y fuego: crónicas de Ryszard Kapuscinski» (Amargord ediciones), el rigor periodístico y la trascendencia de la obra del que fuera candidato polaco al Nobel de Literatura.

Y es en la profundidad de su mirada donde la experta española incide para explicar la importancia de los libros del reportero, que, subraya, fueron escritos en polaco para lectores polacos que entendían sobradamente que había «hiperboles y alegorías».

Entre las primeras obras del premio Príncipe de Asturias 2003 como «el Sha» o «El Emperador» -explica- hay analogías que cualquier polaco encuentra en el retrato de Haile Selassie de su «trasunto» el secretario general del partido comunista polaco Edward Gierek, máximo líder entre 1970 y 1980.

En la era de las noticias falsas, la desinformación, la distancia del lugar de los hechos por comodidad, falta de recursos o excesiva confianza en internet, la autora reivindica el compromiso con el periodismo de Kapuscinski, primero admirado sin límite y denostado luego, por algunos de sus devotos, por esas licencias literarias.

«Es un periodismo que exige trasladarse al lugar de los hechos lo primero», dice, «aunque hoy en día prácticamente no hay dinero para ese desplazamiento y, si lo hay, es muy breve, o son freelance por su cuenta y riesgo» los que asumen ese empeño, ironiza, al tiempo que destaca que para Kapuscinski es imprescindible también «leer informes del conflicto a cubrir, hablar el idioma».

«Residir un tiempo» como hacía el desaparecido reportero «es algo del pasado» y duda que hoy lo puedan hacer los colegas de su país de origen.

No olvida tampoco la importancia que tenía «interactuar con la gente, pues decía -insiste la autora- que desde una redacción a no sé cuantos kilómetros qué se va a poder escribir desde la comodidad del sillón, de una gente que no se conoce y con la que no ha habido ningún intercambio humano».

Pero junto a esas nociones de periodismo clásico, Serraller Calvo destaca que además de la ética profesional subsiste la repercusión del trabajo periodístico, pues «a partir de la imagen que transmite la prensa de los conflictos se empieza a construir la memoria y la historia de los mismos»

Como ejemplo recuerda la matanza del 18 de noviembre de 1978, cuando se suicidaron en Guyana 914 integrantes de una secta religiosa de origen norteamericano, la Iglesia del Templo del Pueblo, encabezada por Jim Jones .

Frente al «periodismo del dato frío y la exactitud, lo interesante es el drama: ¿qué llevó a esas personas a hacer algo así?», resume.

A su juicio, Kapuscinksi evoluciona y conforme a la tradición de la escuela polaca del reportaje llega de la literatura documental al reportaje moderno, donde se inscribe una tradición marcada por la férrea censura de la época.

Considera que entonces era inevitable el periodismo militante, paralelo además a la evolución ideológica personal del corresponsal que emplea técnicas literarias para caracterizar psicológicamente a sus personajes e incluye su opinión sobre la realidad descrita.

Advierte que el propio protagonismo del periodista en el relato evita que nadie se llame a engaño.

Además de su vocación literaria, ensayística y filosófica, el escritor polaco cultivó una suerte de «periodismo mágico» que Serraller Calvo conecta con Carlos Fuentes o Gabriel García Marquez, con quien «simpatizó».

Y colaboró con su proyecto de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano pues Kapuscinski «no quiere ser reducido a la categoría de mero periodista. Ansía ser reconocido como pensador, filósofo, ensayista, poeta y artista gráfico».

«Aspiraba a dejar huella en el lector trascendiendo la actualidad» y se proponía que «el periodismo fuera una experiencia intelectual y estética. Hacer del reportaje una obra de arte total».

Kapuscinski consideraba como un pionero en el reporterismo al historiador griego Herodoto de Halicarnaso, de quien alababa su calidad literaria y lo consideraba el primer globalista.

Además le agradecía que le hubiese permitido cruzar «la barrera del tiempo con las mismas ganas que un día superó la barrera del espacio». Como si fuese internet.

Opiniones que usurpan realidades

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Las informaciones circulan tan masiva y aceleradamente en las redes sociales que tendemos a agarrarlas y retransmitirlas con el mismo instinto compulsivo que el de un jugador de ping-pong: las capta y rebota, sin detenerse a comprobar su veracidad. Hoy es cierto que las fake news proliferan y se reproducen a gran velocidad, pero, a diferencia de otras épocas, es más fácil desmentirlas. A pesar de ello, el periodismo riguroso tiene dificultades para hacerse oír entre el griterío
Las informaciones circulan tan masiva y aceleradamente en las redes sociales que tendemos a agarrarlas y retransmitirlas con el mismo instinto compulsivo que el de un jugador de ping-pong: las capta y rebota, sin detenerse a comprobar su veracidad. Hoy es cierto que las fake news proliferan y se reproducen a gran velocidad, pero, a diferencia de otras épocas, es más fácil desmentirlas. A pesar de ello, el periodismo riguroso tiene dificultades para hacerse oír entre el griterío

«Las fake news están de moda pero no son solo una moda», advierte el periodista y guionista Marc Amorós, que aborda este fenómeno en su libro «Fake News. La verdad de las noticias falsas» (Plataforma Actual), donde propone una especie de «manual» para construir lectores y periodistas críticos.

Amorós define las fake news como «informaciones falsas diseñadas para hacerse pasar por noticias con el objetivo de difundir un engaño o una desinformación deliberada», todo ello escondiendo unos intereses políticos o económicos.

Si bien el término ha sido popularizado en los últimos meses por el presidente Donald Trump y fue elegido palabra del año 2017 por los diccionarios Oxford y Collins, las mentiras mediáticas no son un invento de nuestra era, sino que «existen desde que tenemos uso de la palabra y nos relacionamos entre nosotros», explica Amorós.

El periodista hace un repaso histórico del fenómeno, remontándose hasta el conflicto cubano-español de 1898, cuando el magnate de la información William Randolph Hearst culpó a España de la explosión del acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana, génesis ese mismo verano de la guerra entre España y Estados Unidos que llevó a la pérdida de la isla.

La diferencia esencial entre el pasado y el presente es, según Amorós, la irrupción de las redes sociales, que permiten propagar y replicar sin fin y en muy poco tiempo un contenido que antes solo llegaba al barrio o a la escalera de vecinos.

El autor explica que «antes, esa información falsa circulaba de manera muy compartimentada, dentro de un núcleo de gente muy controlado, pero ahora, con las redes sociales, se magnifica esa comunidad y las fake news tienen un alcance incontrolable».

El impacto es esencial en este sentido: las noticias falsas nos emocionan o nos indignan y por eso nos provocan una «necesidad irrefrenable» de compartirlas rápidamente.

«Una buena noticia falsa es la que refuerza nuestros prejuicios y opiniones», dice Amorós, y destaca el peligro de la polarización y las llamadas «burbujas de opinión», que las redes fomentan y favorecen: «Nos rodeamos de gente que piensa como nosotros porque en el fondo no queremos cambiar de opinión», subraya.

En el libro del periodista nadie se salva del llamamiento a la responsabilidad, empezando por los poderes políticos que «siempre han tenido voluntad de controlar el mensaje que se difunde» y que, actualmente, han extendido la propaganda fuera de sus propias fronteras.

Amorós se pregunta dónde ha estado el periodismo durante estos años y conecta la pérdida de rigor con la crisis estructural que se ha desatado en la profesión tras la entrada en la era digital.

Entre los males del periodismo, se cuentan, según el autor, la escasez de medios, la inmediatez, la competencia feroz y la dictadura del clic.

«Antes, los medios eran los principales emisores de información, pero ahora sufren un cambio de paradigma porque, con las redes sociales, cualquiera puede ser un medio de comunicación por sí mismo», explica el autor.

Preguntado por el llamado «periodismo ciudadano», que ha resultado tan relevante en ocasiones, como las Primaveras Árabes, pero tan dañino en otras, Amorós reconoce que «está muy bien si lo entendemos como una herramienta para dar voz a personas que normalmente no entran en el circuito informativo», pero advierte de que «la intención de quien comparte información no siempre es buena».

A pesar de todo, el periodista arroja también un poco de luz sobre el futuro de las fake news y aboga por «recuperar la esencia del periodismo romántico, tradicional, el que intenta construir un relato ecuánime de lo que pasa, más allá de las declaraciones».

Para conseguir «un periodismo independiente de verdad», concluye, «deberíamos hacer pedagogía en la sociedad: si nosotros no pagamos por la información, lo hará un banco, una administración o una marca comercial».

Ensaladas de letras cocinadas por robots

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FacebookTwitterGoogle+Compartir El futuro del periodismo no parece exclusivo para los robots sino en “matrimonio” con el hombre: pese a la progresiva automatización de textos informativos, la inteligencia artificial está muy lejos de poder generar algún día artículos complejos o de investigación
El futuro del periodismo no parece exclusivo para los robots sino en “matrimonio” con el hombre: pese a la progresiva automatización de textos informativos, la inteligencia artificial está muy lejos de poder generar algún día artículos complejos o de investigación

No parece viable que los robots, entendidos como programas con inteligencia artificial, puedan sustituir en un futuro a corto o medio plazo a los periodistas a la hora de generar artículos en profundidad, aunque sí están llamados a ser grandes colaboradores o asistentes para muchas labores.

Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), explica que desde hace tiempo se elaboran automáticamente textos cortos a partir de datos muy estructurados, como resultados de Bolsa, deportes o meteorología, pero las informaciones complejas no pueden hacerlas aún las máquinas, ni probablemente en un horizonte al menos de décadas.

A los robots los alimenta el hombre con datos para que generen automáticamente información, pero aún tienen limitaciones: no pueden escribir opiniones propias, ni inventar cosas, ni contribuir a formar opinión.

El uso de algoritmos para labores periodísticas se disparó después de que la agencia de noticias estadounidense Associated Press (AP) se lanzara a utilizarlos. Otros medios también pioneros han sido Forbes, el New York Times o Los Angeles Times.

Más allá del software, la robótica humanoide, con aspecto humano, cuyo funcionamiento se basa asimismo en programas y algoritmos, también tendría cabida en el periodismo: ejemplares robóticos entrenados como reporteros podrían seguir físicamente a alguien para grabarle o ponerle el micrófono, del mismo modo que existen ya guías de museos que son humanoides o recepcionistas.

Robots, grandes asistentes de periodistas

El catedrático de Ingeniería de Sistemas y Automática de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), Carlos Balaguer, además de uno de los responsables del Robotics Lab, explica que ese tipo de robots, dados los avances de la tecnología, podrían llegar a ser grandes asistentes de los periodistas, por ejemplo en zonas de guerra, para fotografiar sucesos, o en manifestaciones, en donde realizarían entrevistas con preguntas programadas.

La inteligencia artificial genera miles de relatos sobre temas concretos, de forma rápida, barata, a gran escala y potencialmente con menos errores que los humanos, pero también tienen fallos.

“Quakebot”, un algoritmo pionero, utilizado por “Los Angeles Times” para informar sobre cambios geológicos alertó hace unos meses por error de un terremoto ocurrido en 1925, tras interpretar como novedad datos históricos que sólo habían sido actualizados.

Tay, otro “bot”, o programa con inteligencia artificial, creado por Microsoft, fue dado de baja horas después de su lanzamiento en 2016 por sus mensajes ofensivos.

En campos lingüísticos más emotivos, como la poesía, algoritmos de “deep learning” o aprendizaje automático han sido entrenados por ejemplo con poesías de Federico García Lorca.

Aprender el lenguaje

“El estilo de un escritor es un conjunto de reglas que ni siquiera él conoce, y la máquina las puede aprender para generar textos similares”, explica el catedrático de Informática de la UC3M, José Manuel Molina, además de uno de los responsables del grupo de investigación de Inteligencia Artificial Aplicada.

El primer intento comercial de convertir datos automáticamente en historias fue un proyecto de una universidad estadounidense, germen en 2010 de una empresa clave en el sector, Narrative Science, con miles de historias creadas hasta el momento, cuyo algoritmo “Quill” está programado para aprender el lenguaje del ámbito que se le asigne.

La riqueza lingüística de sus historias “es difícil de atribuir a veces a una máquina”, señala Mario Tascón, periodista experto en medios digitales.

La estadounidense Automated Insights ha diseñado también un software para convertir automáticamente datos en historias; otras se están abriendo camino, por ejemplo, la española Narrativa, o Trint, que proporciona textos a partir de grabaciones de audio. También existe una herramienta al menos curiosa que toma frases aleatorias del New York Times para generar haikus, un tipo de poesía japonesa.

Desde el lanzamiento de Google News, que en España dejó de funcionar en 2014, la apuesta de esta empresa por la innovación en el periodismo digital ha sido constante. Dentro de su iniciativa Digital News Initiative (DNI), un reciente proyecto, Radar, ha sido dotado de una de sus mayores ayudas hasta el momento, con algo más de 700.000 euros, para ayudar a la agencia Press Association (PA) que suministra información al Reino Unido e Irlanda a crear hasta 30.000 noticias locales al mes.

El diario The Guardian utiliza el Messenger Bot de Facebook para generar textos y también con sus “bots” la BBC crea vídeos personalizados sobre documentales de naturaleza con respuestas del público a preguntas sencillas.

La primera plana de García Márquez

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García Márquez empezó publicando retruécanos barrocos de una lírica muy inspirada en poemas breves que han sido olvidados por los posteriores lectores de su obra. Esto quizá porque el propio autor pasó pronto al cuento como género casi confundido con la crónica o la memoria personal y a la postre, abono de su novelística
García Márquez empezó publicando retruécanos barrocos de una lírica muy inspirada en poemas breves que han sido olvidados por los posteriores lectores de su obra. Esto quizá porque el propio autor pasó pronto al cuento como género casi confundido con la crónica o la memoria personal y a la postre, abono de su novelística

La literatura latinoamericana no se puede concebir sin el gran aporte de novelas como ‘Cien Años de Soledad’ o ‘Crónica de una muerte anunciada’, obras maestras del escritor colombiano y periodista de vocación Gabriel García Márquez.

Aunque en una y otra obra las temáticas y el estilo de elaboración son diferentes, encuentran su similitud en la forma en la que autor se aproximaba a la realidad, la que él consideraba, era la verdadera esencia del periodista.

«En mi caso son las mismas: tanto para la literatura como para la política y para el periodismo. Entonces yo considero que mi primera y única vocación es el periodismo», decía el autor, según lo recuerda la Secretaría de Cultura federal.

Así lo afirmó desde temprana edad y al oficio se dedicó como reportero en los diarios colombianos ‘El Universal’ y ‘El Heraldo’, siendo a su vez corresponsal en París y Nueva York, antes de entregarse por completo a la creación literaria, camino inaugurado con la novela breve ‘La hojarasca’, en 1955.

En esta historia figura por primera vez el mítico pueblo de Macondo, recreado en la mente del autor y que también fue escenario del éxito mundial ‘Cien años de soledad’.

En 1961 publicó ‘El Coronel no tiene quien le escriba’, un año después reunió algunos cuentos bajo el título de ‘Los funerales de Mamá Grande’ y luego la novela ‘La mala hora’.

Hacia la década de los 60, fijó su residencia en México y en una ocasión de viaje hacia Acapulco con su esposa Mercedes y sus dos hijos, García Márquez contó que, como una revelación, encontró el tono que necesitaba para contar la gran novela que tenía pendiente desde los 18 años.

«El tono era contarlo como contaba las cosas mi abuela. Porque yo recuerdo que mi abuela contaba las cosas más fantásticas, y lo contaba en un tono tan natural, tan sencillo, que era completamente convincente. Y entonces llegué a Acapulco. Regresé y me senté a escribir ‘Cien años de soledad'», señaló en repetidas ocasiones.

El éxito le llegó al escritor a los 40 años de edad, tras la publicación en 1967 de la obra por la que posteriormente recibió el Premio Novel de Literatura en 1982 y que fue considerada por Pablo Neruda como «la mejor novela que se ha escrito en castellano después del El Quijote».

Esta y otras de sus novelas e historias cortas se inscriben en el «Boom» de la literatura hispanoamericana, donde combinó elementos fantásticos y de la realidad para generar un mundo de abundante imaginación que refleja la vida y conflictos de lo cotidiano.

Después vinieron otros libros como ‘El otoño del patriarca’, en 1975, que constituiría la novela preferida del escritor, los cuentos ‘La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada’ (1977) y ‘Crónica de una muerte anunciada’ (1981), considerada por muchos como su segunda obra maestra.

El legado literario del colombiano incluye también los títulos ‘El amor en los tiempos del cólera’, de 1987; ‘El general en su laberinto’, de 1989; ‘Doce cuentos peregrinos’ de 1992; ‘Del amor y otros demonios’ de 1994, y ‘Noticia de un secuestro’, de 1997.

Su actividad literaria culminó en el 2004 con la novela ‘Memoria de mis putas tristes’, que causó gran conmoción al abordar un romance entre un hombre de 90 años y una adolescente.

Hacia 2005, el escritor señaló en una entrevista que se tomaba un año sabático y que no había escrito «una sola línea», en cambio había descubierto el placer de quedarse en la cama leyendo.

Nueve años después, el 17 de abril de 2014, Gabriel García Márquez falleció en su casa de la Ciudad de México. Fue despedido con un Homenaje en el Palacio de Bellas Artes, que se pintó de ‘Cien años de soledad’, vallenatos y mariposas amarillas.

Cronista del corredor sin retorno

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Bly nació en 1864 en el pequeño pueblo de Cochran’s Mills, Pennsilvania, en el seno de una familia de quince hijos, la mayoría dedicados al trabajo granjero. A los dieciséis años se mudó junto a su madre a Pittsburgh, donde Elizabeth intentó terminar sus estudios de Magisterio en un internado, si bien debió abandonarlos un semestre después ante lo elevado de las cuotas. En 1885, mientras ella misma trabajaba como profesora, leyó un artículo en el Pittsburgh Dispatch con el título «¿Para qué sirven las chicas?». El texto era profundamente misógino y calificaba a la mujer trabajadora como «monstruosidad», así que Elizabeth escribió una feroz refutación que envió al Dispatch firmada con el seudónimo «Chica huérfana y solitaria». El editor quedó tan impresionado por la pasión de Elizabeth que le ofreció un trabajo en el periódico. Elizabeth se convirtió en periodista. Se convirtió en Nellie Bly
Bly nació en 1864 en el pequeño pueblo de Cochran’s Mills, Pennsilvania, en el seno de una familia de quince hijos, la mayoría dedicados al trabajo granjero. A los dieciséis años se mudó junto a su madre a Pittsburgh, donde Elizabeth intentó terminar sus estudios de Magisterio en un internado, si bien debió abandonarlos un semestre después ante lo elevado de las cuotas. En 1885, mientras ella misma trabajaba como profesora, leyó un artículo en el Pittsburgh Dispatch con el título «¿Para qué sirven las chicas?». El texto era profundamente misógino y calificaba a la mujer trabajadora como «monstruosidad», así que Elizabeth escribió una feroz refutación que envió al Dispatch firmada con el seudónimo «Chica huérfana y solitaria». El editor quedó tan impresionado por la pasión de Elizabeth que le ofreció un trabajo en el periódico. Elizabeth se convirtió en periodista. Se convirtió en Nellie Bly

Elizabeth Jane Cochran, mejor conocida como Nelly Bly, nació en Estados Unidos el 5 de mayo de 1864. Su padre murió cuando ella era muy pequeña y desde entonces ayudó a su madre a mantener a sus 14 hermanos.

En una ocasión, tras leer un artículo en el periódico Pittsburgh Dispatch titulado “Para qué son buenas las mujeres”, quedó tan enojada que decidió escribir una carta al redactor quejándose. Este último quedó tan impresionado con la respuesta de Nelly que la invitó a escribir un artículo en su periódico.

Tras impresionarse aún más con ese artículo, el redactor le ofreció un trabajo de tiempo completo en el periódico, ella aceptó encantada.

La temática de sus artículos giraba en torno a la situación de las mujeres y sus derechos, debido a esto recibió muchas críticas y decidió dejar el Pittsburgh Dispatch para mudarse a Nueva York.

Cuatro meses después de mudarse se quedó sin dinero pero con destreza logró entrar a la redacción del New York World siendo uno de sus primeros encargos el introducirse en un sospechoso hospital psiquiátrico.

No existía persona que luego de haber sido internada en el lugar hubiera podido salir, por lo tanto era imposible saber las condiciones reales dentro del centro. Los antiguos empleados murmuraban sobre las malas condiciones de este pero ninguno estaba dispuesto a testificar.

Tras la promesa de ser liberada tras pasar allí diez días, se internó en el hospital; sabía que no le agradaría lo que vería, pero lo que vivió fue aún peor de lo imaginado.

Dentro estaba abarrotado, vivía el doble de pacientes de los que permitía la capacidad del hospital; incluso los pasillos estaban llenos de enfermos. La comida era horrible: pan, sopa acuosa y frutas en mal estado. Además estaba infectado de ratas.

Muchos de los internos ni siquiera estaban realmente enfermos, sino que eran pobres o no entendían el idioma. Los pacientes eran maltratados constantemente, los golpeaban, colgaban del techo o se les obligaba a ducharse con agua helada. Y los pacientes que de verdad lo necesitaban no recibían el tratamiento adecuado.

Ningún médico creía cuando los pacientes informaban de los maltratos, por el contrario, eran sancionados con castigos peores.

Trascurridos los diez días, y según lo acordado y prometido, un abogado se personó en el hospital pidiendo la liberación de Elizabeth.

El artículo escrito tras esta experiencia fue titulado “Diez días en una casa de locos”; fue tal su repercusión que los responsables de los crueles maltratos fueron arrestados y la situación de los pacientes mejoró de forma significativa.

Ella continuó escribiendo artículos y su fama logró que se publicaran por todo el mundo. Trató temas como la pobreza, la política y cuestiones en las que las mujeres jamás habían tenido voz anteriormente.

Tuvo la alegría de ver cómo las mujeres por fin ejercían el derecho al voto durante dos años hasta que, a la edad de 57 años, murió de un derrame en 1922 convertida en fuente de inspiración para hombres y mujeres desde entonces por su increíble labor.

La prensa digital consuma el asesinato del papel

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El papel. para muchos el formato ideal de lectura, agoniza mientras las ediciones digitales de periódicos se multiplican.
El papel. para muchos el formato ideal de lectura, agoniza mientras las ediciones digitales de periódicos se multiplican.

La desaparición de la edición impresa de The Independent, convertido en el primer gran periódico británico que sólo publica en digital, ha puesto sobre la mesa una tendencia global: el fin del papel.

Bajo el título «Stop press 1986-2016» (¡Paren las rotativas!) y con 30 años de vida, The Independent colocó en los quioscos su último diario impreso con el argumento de que había que acomodarse al nuevo periodismo y a las exigencias del lector.

Tendencia de la que no escapan los más importante diarios del mundo que, si bien se resisten a dar el paso, saben que les llegará la hora. Es el caso de El País, el más global en lengua española y cuyo director, Antonio Caño, anunció en marzo la inminente transformación de un diario que va a cumplir 40 años.

Pronto «llegará el momento de la conversión de El País en un periódico esencialmente digital (…). Asumimos el compromiso de seguir publicando una edición impresa de la mayor calidad durante el tiempo que sea posible», afirmó.

Y es que la mayoría de los rotativos está abocada al desarrollo digital con el reto de lograr modelos de negocio rentables. En The Washington Post, ingenieros y reporteros trabajan de la mano en el desarrollo de «experiencias digitales», dijo a Efe su director, Martin Baron. Pero aún son contados los casos en los que se paga por acceder a contenidos en la red, como The New York Times o The Wall Street Journal.

Así han surgido iniciativas como la plataforma holandesa Blendle, a la que los usuarios pagan por leer un artículo concreto y a la que se han apuntado el Post, Time, The Wall Street Journal, Newsweek, The New York Times o Bloomberg Businessweek.

El apetito por consumir noticias ha permitido crear plataformas como Google News, Apple News o Instant Articles de Facebook. Y en ese ansia de sobrevivir, el británico The Times dejará de publicar noticias en tiempo real y actualizará los contenidos digitales entre dos y tres veces al día. Su director, John Witherow, promete «artículos fiables y en profundidad» para «dotar de sentido al torrente de noticias».

Una consecuencia de la revolución digital son los recortes de puestos de trabajo en las redacciones. En Francia, el diario de centro-izquierda Libération anunció en 2014 que acabaría con 93 de sus 250 puestos; La Tribune pasó de la edición diaria impresa a la semanal y la web; y Le Monde, aún firme en el papel, apuesta de forma clara por lo digital.

La paradoja es que en este país han nacido nuevos medios como el liberal L’Opinion o el éxito digital de Mediápart, nacido como una apuesta por la investigación, con más de 35 periodistas, financiado por abonados y sin publicidad, afirma a Efe la Unión de la prensa francófona (UPF).

En el caso de Alemania, ninguno de los grandes ha suprimido el papel, pero sí ha habido cierres y recortes. Financial Times Deutschland murió en 2012, el histórico e izquierdista Frankfurter Rundschau fue engullido por el conservador Frankfurter Allgemeine y el legendario Der Spiegel anunció la supresión del 20% de sus trabajadores.

Un caso parecido ocurre en Portugal, donde arrastran deudas enormes. Un caso crítico es el prestigioso Diário Económico, que dejó el papel el 18 de marzo y se quedó solo con la web.

Italia es especial porque no se ha cerrado ninguna gran cabecera, en parte, por al apoyo del Estado; mientras que en Rusia se han mantenido los principales rotativos pese a la caída de los lectores al 28 por ciento.

Latinoamérica no escapa de la tendencia digital. En Brasil, más de 1.400 profesionales fueron despedidos en 2015, según el portal especializado Comunique-se, y entre los rotativos que han dejado de publicarse está Gazeta Mercantil o el Jornal do Brasil, que mantiene la web.

La crisis también salpica a Abril, uno de los mayores grupos de comunicación suramericanos, que despidió a 60 empleados en 2015 y desistió de varias publicaciones, entre ellas, la mítica Playboy.

«Los medios no consiguen un modelo de negocio a la misma velocidad a la que se producen los cambios tecnológicos y, como tienen bajos beneficios, las empresas despiden y readmiten a profesionales más jóvenes con salarios más bajos», asevera el presidente de la Federación Nacional de Periodistas de Brasil, Celso Sroeder.

Y en México, con el titular de portada «Chao babies», la innovadora revista mexicana Emeequis publicó su último número impreso.