pintores ingleses

La reconciliación inglesa con el arte español

Posted on Actualizado enn

"John Philips en su estudio", del pintor inglés John Ballentine. Al fondo, "Las Meninas" de Veklázquez se dejan ver tras las cortinas
«John Philips en su estudio», del pintor inglés John Ballentine. En primer plano hay una mesa con vasijas y fruta, como en un bodegón velazqueño, mientras que al fondo, parcialmente oculta por una cortina, puede verse una copia de Las Meninas

El hispanista Nigel Glendinning sostiene que la sociedad británica tuvo que superar muchos prejuicios, tanto religiosos como estéticos, antes de comenzar a apreciar el arte del Siglo de Oro español, que no se extendió en las islas hasta finales del XVII.

El autor del libro ‘Arte español en Gran Bretaña e Irlanda, 1750-1920’ -en el que también ha participado la especialista en Historia del Arte Hilary Macarteny- explica que el anti-catolicismo de la época dificultó la popularización de las obras de temática religiosa de los grandes pintores españoles.

Además, en cuanto a la estética, los británicos preferían el estilo clásico y refinado de los artistas italianos y ‘no les gustaba nada la falta de idealismo en la representación de las figuras de las obras españolas’, afirmó Glendinning tras la presentación del libro en el Instituto Cervantes de Londres.

‘Lo más típico en pintores como Velázquez y Murillo es que representaban a los pastores tal y como son normalmente, sin idealizarlos’, subrayó el profesor emérito de la Universidad Queen Mary de Londres.

Precisamente, las obras de Murillo fueron unas de las primeras que salvaron la distancia cultural entre España y Gran Bretaña, especialmente los retratos infantiles como ‘Invitación al juego de pelota a pala’ y el ‘Niño mendigo’.

‘A partir de la segunda mitad del siglo XVII empezó a funcionar un mercado de copias de Murillo, algunas de ellas buenas, -subrayó Glendinning- que se importaban desde Holanda’.

En el siglo posterior varios particulares se hicieron también con obras originales, como un médico de la corte en cuyo inventario de posesiones figuraban varios Murillo, o un banquero irlandés que compró el autorretrato del pintor español que hoy se exhibe en la National Gallery de Londres.

La estética de pintores como Zurbarán o Ribera, en cambio, tardó más tiempo en seducir al gusto británico.

‘A los ingleses no les gustaban los cuadros oscuros. Incluso solían criticar a los pintores que no dejaban entrar en sus escenas la luz que normalmente se asocia a España’, afirma Glendinning.

Además, Zurbarán era un pintor más conocido en Andalucía que en Madrid, indica el hispanista, lo que impedía que llegaran a conocer su trabajo los viajeros ingleses que llegaban a la capital y compraban las obras que más tarde llevarían a su país.

‘El caso de Velázquez es más complicado’, advierte el experto, ‘en parte por la audacia de su técnica ya que, en Inglaterra, como en otros países europeos, gustaban más los trazos definidos y nítidos’.

Velázquez tenía un estilo que se ha comparado muchas veces con el impresionismo, y utilizaba una técnica conocida como ‘perspectiva aérea’ que rompía con las normas pictóricas habituales.

Distanciaba los objetos no a través de líneas, sino ‘por cambios sutiles en el color’, resalta Glendinning.

‘Todo eso hace de Velázquez un pintor que interesa a los grandes aficionados a la pintura, a los que realmente saben lo que es pintar, pero desagrada a quienes prefieren un estilo más nítido’, apunta el hispanista.

Pese a las reticencias, a finales del XVIII ya comenzaba a apreciarse una cierta afición por la obra del español en Gran Bretaña.

‘Uno de los casos más curiosos es el de un embajador británico en Madrid que hizo copiar una gran cantidad de cuadros de Velázquez en tamaño pequeño para llevarlos a Inglaterra’, relata Glendinning.

El autor del primer estudio dedicado enteramente a la recepción del arte español en las Islas Británicas e Irlanda subraya que el gusto por Velázquez no ha hecho sino aumentar con el tiempo en Reino Unido, y recordó como hace varios años una exposición dedicada al pintor de ‘Las Meninas’ resultó una de las más visitadas hasta la fecha en la National Gallery de Londres.

Del prejuicio a la admiración

Los prejuicios de los británicos respecto a los españoles dieron paso a un sentimiento de admiración… por los menos en términos artísticos. Las antiguas reservas del pueblo británico respecto a España -producto de la histórica rivalidad religiosa y política entre ambas potencias- dieron paso, si bien lentamente, a una fascinación por el rico legado pictórico del país ibérico. Todavía en 1828, según recuerda el experto Christopher Baker, el pintor escocés David Wilkie se refería al sur de España como «la reserva de caza de Europa».

El interés de los británicos por la historia y la cultura españolas comenzó a despertar a mediados del siglo XVIII gracias a los relatos de algunos viajeros. Sin embargo, continuaban vivos los viejos prejuicios que pintaban a la península Ibérica como un país donde imperaban la intolerancia y la crueldad, tipificadas por la Inquisición. Esos estereotipos fueron disipándose poco a poco en el transcurso del siglo XIX, sobre todo por una causa común: la oposición a las ambiciones imperialistas de Napoleón Bonaparte, que hizo que ambos pueblos lucharan codo con codo en lo que los ingleses llaman «la Guerra Peninsular» y los españoles, «Guerra de la Independencia».

Desde aquella guerra, en la que la intervención del duque de Wellington fue decisiva para la victoria española, hasta la Guerra Civil Española, en la que cayeron numerosos idealistas británicos al lado de los republicanos que se levantaron contra la amenaza fascista, los ingleses pasaron del estereotipo baladí a la admiración.

La obra John Phillips en su estudio, pintado por su colega John Ballentine en 1864, es uno de los cuadros que resume, tal vez como ningún otro, la «complejidad» de estos tema. El lienzo muestra a Phillips, apodado Felipe de España, por su pasión por la cultura española, mientras trabaja en una imagen romántica de contrabandistas. En primer plano hay una mesa con vasijas y fruta, como en un bodegón velazqueño, mientras que al fondo, parcialmente oculta por una cortina, puede verse una copia de Las Meninas.

A la fascinación por los temas españoles contribuyeron las colecciones tanto públicas como privadas que se crearon a partir de la fascinación británica por el arte de Murillo, cuyas pinturas de chicos de la calle iban a influir directamente en el pintor Thomas Gainsborough. Colecciones que se vieron enriquecidas por el generoso regalo que le hizo el rey Fernando VII al Duque de Wellington, al no aceptar que este le devolviera las pinturas del botín que José Bonaparte trató de llevarse a Francia y que capturaron las tropas al servicio del aristócrata británico en la batalla de Vitoria.

El interés romántico de muchos viajeros británicos por un país de gitanos y bandoleros contrasta con los estudios más serios de William Stirling (Anales de los artistas de España) o del gran arquitecto y diseñador Owen Jones: Planos, alzados, secciones y detalles de la Alhambra. Así existen ejemplos de la diferente sensibilidad con que tratan los artistas españoles y británicos a la Guerra de la Independencia y la Guerra Civil. Los intérpretes de esos puntos de vista podrían ser Goya y Wilkie, en el primer caso, y Picasso, Edward Burra o Wyndham Lewis, en el segundo. Así, por ejemplo, a la visión descarnada y amarga del Goya de Los desastres de la guerra se contrapone el embeleso un tanto teatral de David Wilkie con el heroísmo hispano en su famoso cuadro La defensa de Zaragoza.