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Hippies, hoces y martillos en USA

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Los Jardines de la Disidencia sigue la vida de tres generaciones de neoyorquinos que no responden al prototipo del patriota estadounidense, puesto que son comunistas, hippies y activistas políticos
Los Jardines de la Disidencia sigue la vida de tres generaciones de neoyorquinos que no responden al prototipo del patriota estadounidense, puesto que son comunistas, hippies y activistas políticos

Repleta de espíritus insatisfechos y latiendo al ritmo de complicadas pasiones políticas, «Los jardines de la disidencia», de Jonathan Lethem, se adentra en el mundo de la contracultura y el comunismo norteamericano, un movimiento que, según ha explicado el autor, quedó olvidado y «muchos creen que nunca existió».

Tres generaciones de comunistas, hippies e indignados manifestantes protagonizan «Los jardines de la disidencia», una obra ambientada en Nueva York, que abarca desde el apogeo del estalinismo de mediados de los años 30 del pasado siglo, pasando por la multitud de movimientos a favor de los derechos civiles de la década de los 60, hasta el movimiento Ocupa Wall Street.

«Se trata de una novela sobre personas con convicciones políticas», señala el escritor neoyorquino, quien describe la obra como una «ventana sucia» a través de la cual se observa no sólo los avatares de una época sino también las «contradicciones y tormentos» personales, que quedan marcados sobre la superficie del cristal.

En el centro de este ventanal se encuentra la matriarca, Rose Zimmer, una comunista con «un feroz enfoque de la vida» y unas opiniones «volcánicas», inspirada en la abuela de Lethem, a quien conocemos tras ser expulsada del Partido Comunista estadounidense por su relación con un policía negro.

Su hija, Miriam, inspirada en la madre del escritor, tan obstinada y apasionada como Rose, huye de su influencia sofocante para unirse al movimiento contracultural de la Era de Acuario del Greenwich Village, donde conocerá a un cantante de folk con el que tendrán a Sergius, un joven idealista, aunque algo confundido, que se implicará a fondo con el movimiento Ocupa Wall Street.

«Yo soy parte de un país en el que el comunismo nunca fue probado en ningún ámbito social», recuerda el escritor, nacido en 1964 y criado en una comuna de Brooklyn.

A su parecer, la idea del comunismo siempre ha sido una manera de «manifestar que la vida que te rodeaba no era suficiente», por lo que entender el significado completo de esta palabra en Estados Unidos es hoy en día «una tarea bastante complicada».

Pese a la trayectoria familiar, el escritor niega que se inscriba dentro del activismo político, aunque sí cree necesario poner en valor una historia «muchas veces deformada, descalificada» y también «olvidada», pues, tal y como destaca Lethem, «muchos creen que el comunismo norteamericano nunca existió».

«El libro -subraya- es a la vez una forma de revertir esta situación y dejar testimonio del paso del comunismo por Estados Unidos, lo que conforma una parte de la historia de la que se puede hablar y de la que no hay que sentirse avergonzado».

Preguntado por la vigencia del legado comunista en su país, Lethem niega la existencia de «un comunismo puro», pues «la versión más extendida de esta doctrina se encuentra en otros tipos de izquierda, como el movimiento Ocupa».

Como todos los grupos de izquierda, el movimiento Ocupa, que se opone al poder y la influencia de las corporaciones financieras de EE.UU., también ha tenido que convivir con la «frustración propia de los grupos que propugnan una transformación».

Algo que, según el autor, tiene mucho que ver con la «política dual» del presidente Barack Obama, que, a nivel simbólico, se ha convertido en la expresión de la revolución pero que, en el plano oficial, «no ha hecho más que seguir con las políticas de sus predecesores», por lo que, en palabras del escritor, el expresidente Obama, por ejemplo, no hizo «más que recordar a la izquierda que siguen formando parte de la izquierda».

«Los jardines de la disidencia», publicado en castellano por Mondadori y en catalán por Angle, es una obra llena de referencias americanas, aunque puede describirse como un libro «muy europeo» porque los personajes descritos «viven dentro de la historia, a diferencia de la mayoría de los norteamericanos, que siempre pretenden alejarse de ella».

Además de la pluralidad de voces propia de Philip Roth, en el retrato de la sociedad estadounidense de la obra de Lethem se nota la influencia de los escritores Christina Stead, Vivian Gornick o Anatole Paul Broyard, que han recreado el país en el que nació el autor, galardonado con el Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos.

Esta historia familiar de comunistas decepcionados en un país que los trata como un invisible anacronismo es, a la vez, una manera de gritar al mundo que la cuestión del comunismo norteamericano «no es un tema cerrado, sino parte de una historia en la que estamos viviendo».

El saneamiento del hastío

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Los políticos se baten en fragoroso duelo con ínfulas que nada tienen que ver con las del pueblo; y al pueblo le corresponde controlar y penalizar a aquellos representantes obligados al servicio público
Los políticos se baten en fragoroso duelo con formas más o menos amables y un fondo diseñado por la oligarquía económica;  y al pueblo le corresponde controlar y penalizar a aquellos representantes obligados al servicio público

La democracia ha entrado en una nueva etapa, que se caracteriza por el continuo surgimiento de mecanismos post-parlamentarios que ejercen una labor constante de vigilancia y control de los poderes establecidos.

A falta de un mejor término,  el historiador australiano John Keane, la llama «monitory democracy», que podría traducirse feamente como «democracia de monitoreo».

En su voluminosa obra «Vida y Muerte de la Democracia» (Simon & Schuster), señala que está aún por ver si la tendencia a ese nuevo tipo de democracia, que califica como mucho más compleja que las anteriores -la asamblearia y la representativa- «es sostenible e irreversible históricamente».

La creencia de que la democracia consiste sólo en la elección periódica de gobiernos por una mayoría se resquebraja: las organizaciones que ejercen el poder están sometidas rutinariamente a la supervisión y contestación pública por parte de todo un abanico de organismos extraparlamentarios.

«Me refiero a las organizaciones no gubernamentales como las de derechos humanos, a los presupuestos participativos -por cierto un invento brasileño-, a las comisiones de la reconciliación y la verdad, surgidas en Centroamérica, o a las llamadas comisiones de integridad, inventadas por los australianos», explica Keane.

«Esa nueva tendencia no está confinada a las viejas democracias del mundo atlántico. La India, por ejemplo, rebosa de mecanismos extraparlamentarios de invención propia», agrega.

Si en el Reino Unido funcionasen, como en Australia, las comisiones de integridad, se habría evitado, según Keane, el reciente escándalo de los abusos de los gastos parlamentarios por parte de los diputados de los Comunes, que ha desprestigiado al conjunto de la clase política británica.

«Quienes ejercen hoy el poder están bajo la vigilancia constante de esos organismos de monitoreo, que descubren sus vergüenzas y les complican la vida», dice el historiador.

Keane reconoce que, al menos a corto plazo, ese nuevo tipo de democracia «debilita a los partidos y los parlamentos y aleja de ellos a los ciudadanos, que tienen cada vez más la percepción de que la política es algo sucio».

Así, si hace cincuenta años, explica, uno de cada once británicos estaba afiliado a algún partido, hoy sólo es uno de cada ochenta, pero en cambio un 40 por ciento de los británicos adultos son en la actualidad miembros de alguna organización o club.

La agenda política la establecen además muchas veces esos organismos extraparlamentarios, afirma Keane, quien no ignora, sin embargo, los peligros de esta nueva fase de desarrollo de la democracia en el capítulo final del libro en el que una hipotética musa examina desde el futuro algunos tendencias preocupantes de la actualidad.

Entre ellas están la suplantación de los representantes políticos por famosos como Diego Maradona, Bill Gates, Jane Fonda, Kylie Minogue o David Beckham, y la tendencia de los políticos a imitar a las estrellas del espectáculo, o el populismo autoritario que caracteriza a políticos tan distintos como el italiano Silvio Berlusconi o el venezolano ya fallecido Hugo Chávez, ayudados por el monopolio de los medios de comunicación y su desprecio hacia los tribunales.

El libro de Keane, de fácil lectura pese a sus más de 900 páginas, quiere ser, según explica su autor, una refutación de las teorías simplistas de pensadores conservadores como Francis Fukuyama sobre el avance imparable de la democracia liberal y el fin de la historia.

Otro de los méritos de la obra es el espacio otorgado al desarrollo de la democracia en otros continentes, desde Asia hasta América Latina, a la que dedica un largo capítulo con referencias a personajes tan distintos como el caudillo argentino Juan Manuel de Rosas, el mexicano Francisco Madero o el demócrata uruguayo José Battle, por quien Keane no oculta su admiración.

Canales de insurgencia

El escritor Manuel Rivas ha recopilado en ‘Contra todo esto’ (Alfaguara) una antología de textos escritos «con un sentimiento de vergüenza» por el actual «tiempo de distopía», en la que se defiende la «importancia de las palabras». «Hoy en día hay una mayor capacidad de contaminación de las palabras, que son víctimas. De hecho, están siendo penalizadas, como en España, donde parece que hay una obsesión por controlar hasta a las coplas», ha ironizado en una entrevista el autor gallego.

Rivas habla de esa «penalización» de la libertad de expresión que se está viviendo en España, pero alertando de que se trata de un país «cuya sociedad ha sido muy sensible a la vergüenza históricamente». «El poder cada vez se mueve mejor en el secretismo, el silencio y la desvergüenza. Pero en España siempre ha habido un pueblo que ha luchado por la libertad frente a un poder que ha desconfiado de él», ha aseverado.

En ‘Contra todo esto’ Rivas aborda algunos de los temas actuales como el feminismo o la lucha contra el cambio climático, con los que se alinea, o las políticas neoliberales, que rechaza, afirmando que a día de hoy «todo es canallocracia». «Hay gente que parece que se ha desprendido completamente de la vergüenza, que es algo necesario para detectar las injusticias. Uno ve cómo este fin de semana se aplauden ciertas actitudes (en alusión al congreso del PP) y ve que se ha perdido cierta vergüenza, que puede llevar a un apagón total», ha criticado. Rivas ha asegurado que, pese a no ser un libro de un pensador «apocalíptico», se sitúa en «la primavera» de revoluciones como las de mayo. El autor ha explicado que el libro surgió de «un compromiso» con las palabras, sin intencionalidad de «alegato», y que le llevó a aplazar la novela que estaba escribiendo.

«Sí es un libro activista, un lugar insurgente y rebelde, que surge en un momento de retroceso en el mundo. Hemos pasado de estar en un lugar donde la línea de horizontes tenía muchos colores a que esté ocupada por la descivilización, el retroceso y el rearme», ha añadido.

Para Rivas, uno de los principales culpables es el movimiento de ‘alt right’ que se está «extendiendo con la idea de abaratar al ser humano». «Para ellos, todo lo que se mueve es el enemigo, los nómadas, que van desde los inmigrantes o refugiados hasta los ciclistas. Es un terror cómico», ha lamentado.

El escritor gallego ha puesto como ejemplo al movimiento feminista, «uno de los que mejor ha interpretado» esta idea de insurgencia. «El feminismo es transversal, porque pone en cuestión todas las desigualdades, y lo extraño es que no haya estado en primer plano hace tiempo», ha concluido.

Una idea, una historia

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Isaiah Berlin (1909-97) nació en Riga, actual capital de Letonia. En 1921 emigró a Inglaterra y en 1942 fue nombrado primer secretario de la embajada inglesa en Washington. Notable por sus estudios sobre la historia del pensamiento, es celebre por su defensa del pluralismo ético
Isaiah Berlin (1909-97) nació en Riga, actual capital de Letonia. En 1921 emigró a Inglaterra y en 1942 fue nombrado primer secretario de la embajada inglesa en Washington. Notable por sus estudios sobre la historia del pensamiento, es celebre por su defensa del pluralismo ético

No deja de ser un dato interesante que Isaiah Berlin, para muchos el pensador liberal más importante del siglo veinte, fuera, como tantas otras figuras intelectuales destacadas de su tiempo, un exiliado. Nacido en la capital letona de Riga –a la sazón, una ciudad rusa– en 1909, llegó a Inglaterra en 1921 huyendo de San Petersburgo con su familia tras la Revolución bolchevique de 1917.

No obstante, al final de su vida y antes de morir en 1997, Berlin llegó a convertirse, a pesar de su procedencia extranjera, en un miembro indiscutible del «establishment» intelectual británico.

Sin embargo, aunque adquirirá renombre intelectual como defensor del liberalismo, será la publicación en 1939 de su primer libro sobre Karl Marx la que va a señalar un cambio de dirección hacia el campo en el que iba a recibir gran parte de su prestigio académico: la historia de las ideas.

¿Dónde radica el interés de la obra de Berlin? En un lugar común se ha convertido, sin duda, la célebre afirmación de Joseph de Maistre de que a lo largo de su existencia había visto franceses, italianos, rusos o que incluso, gracias a Montesquieu, sabía de la existencia de persas, pero que, en cuanto al hombre, nunca había en su vida encontrado ninguno. Hoy, desde luego, tras las catástrofes totalitarias del siglo pasado, sabemos también que no sólo se puede ser trágicamente hombre «a secas», sin determinaciones o anclajes sustantivos, como es el caso de los inmigrantes «sin papeles» que, como fantasmas, desbordan nuestras fronteras del bienestar, sino también que existe una ceguera típicamente nacionalista: la de únicamente ver sólo vascos, españoles, irlandeses o ingleses, que reduce la complejidad del «hombre» a mero miembro de una gloriosa o colonizada entidad nacional y territorial.

En esta tensión trata de habitar la obra de Berlin. Lejos de perseguir un interés erudito, él trató, por un lado, de arrojar luz sobre el papel histórico de las ideas en su presente desde este cuestionamiento de la «armonía racional» apuntado por el tradicionalismo de De Maistre, aunque sin ceder, por otro, a la tentación irracionalista. Básicamente, esta reconstrucción del mapa ideológico del siglo veinte le llevó a distinguir entre la posición «monista» y la «pluralista», una contraposición que, desde un punto de vista histórico, tendrá como contrincantes principales a la Ilustración y la «contrailustración» romántica, pero que recorre el siglo bajo otras etiquetas. No en vano Berlin estudió a autores inclasificables como Vico, Herder, J. G. Hamann, Maquiavelo, Montesquieu o Tolstoi, entre otros, aparte de interesarse por los movimientos intelectuales de los siglos XVIII y XIX.

Sin embargo, la contribución más famosa de Berlin a la filosofía política no es un libro, un artículo o un ensayo, sino la lección inaugural impartida por él en 1958 como profesor de Teoría Política y Social titulada «Dos conceptos de libertad», obra que luego volvería a ser publicada (junto con «Inevitabilidad histórica» y dos contribuciones más) en el ya clásico «Cuatro ensayos sobre la libertad».

En este célebre artículo, Berlin trata de demostrar que, desde el pensamiento moderno en adelante, la filosofía occidental se debate con dos nociones de libertad: la «positiva» y la «negativa». Allí donde la primera incorpora el ideal moral de autonomía al entender la libertad como la facultad de no obedecer ninguna ley externa en cuya elaboración no se haya prestado consentimiento, la segunda tendría como rasgos distintivos la no coacción y la limitación. Esta última consiste en la ausencia de impedimentos externos de las acciones, de modo que cada individuo pueda con sus acciones buscar su felicidad con tal de no impedir la de los demás. Si Rousseau pasa por ser el pensador por excelencia de la libertad positiva, es la tradición liberal, desde Hobbes en adelante, la que habría encarnado el proyecto de la negativa, al defender la prioridad absoluta de la libertad frente a la igualdad.

Hijo de un emigrante ruso comerciante de maderas, judío, que se instala en Inglaterra, Isaiah Berlin consiguió los mayores honores en su país de acogida y, sobre todo, ser considerado uno de los pensadores políticos más influyentes del siglo XX. Entre 1957 y 1967 fue profesor de Teoría Social y Política en la Universidad de Oxford, fundó y presidió el Wolfson College, fue presidente de la Academia Británica entre 1974 y 1978 y recibió, en 1979, el Premio Jerusalén. Entre sus estudios publicados en castellano figuran «El erizo y la zorra: un ensayo sobre el enfoque de la historia de Tolstoi» (1953), «Dos conceptos de libertad» (1958), «Cuatro ensayos sobre la libertad» (1969), «Contra la corriente: ensayo sobre la historia de las ideas» (1979), «Ha nacido Isaías Nitor» (1992) o «El sentido de la realidad» (1996).

Marx y las costras del capitalismo

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Desde el inicio del milenio, han surgido una cantidad incalculable de libros, desde trabajos académicos hasta biografías populares, en los cuales se respalda en términos generales la lectura que Marx hizo del capitalismo y su relevancia imperecedera para nuestra época neoliberal
Desde el inicio del milenio, han surgido una cantidad incalculable de libros, desde trabajos académicos hasta biografías populares, en los cuales se respalda en términos generales la lectura que Marx hizo del capitalismo y su relevancia imperecedera para nuestra época neoliberal

Karl Marx nunca fue objeto de culto en su ciudad natal, Tréveris, pero el debate sobre su pensamiento y sobre los crímenes del comunismo siempre está vigente.

Después de la caída del Muro de Berlín, con cicatrices de la Guerra Fría aún visibles, Karl Marx sigue provocando división tanto en el Oeste como en la antigua República Democrática de Alemania, comunista.

Para algunos, el autor de «El Capital» fue un erudito visionario que supo diagnosticar antes que nadie los males que conlleva la economía de mercado. Para otros, es el padre espiritual de las sanguinarias dictaduras soviéticas.

«Karl Marx puso los pilares sobre los que se construyeron todas las dictaduras comunistas hasta la actualidad», lamenta Dieter Dombrovski, presidente de la Unión de Grupos de Víctimas de la Tiranía Comunista. «Según nuestro código penal actual, si alguien incita al asesinato y el asesinato se comete, quien instó a cometerlo también es condenado», añade este hombre, quien fue preso de la dictadura comunista de Alemania Este.

Se asesinó a más gente bajo los regímenes comunistas que bajo el nazismo de Adolf Hitler, insiste Dombrovski, al que le horroriza que se «erija una estatua en Alemania» en honor a quien inspiró la Revolución de Octubre de 1917.

Sin embargo, para los responsables de Tréveris, Marx, quien falleció en Londres en 1883, no puede ser considerado culpable de las derivas leninistas, estalinistas o maoistas que afirmaban poner en práctica su pensamiento.

«Sus ideas y su filosofía se vieron desacreditadas por el hecho de que el antiguo régimen alemán tratara a Marx como un dios y sus pensamientos como palabras del Evangelio», señala Rainer Auts, director de la empresa encargada de supervisar las exposiciones sobre Marx.

En RDA, el marxismo, en su variante leninista era un dogma irrebatible. Como ejemplo de este culto, la actual ciudad Chemnitz se llamaba en la época comunista Karl-Marx-Stadt.

Para Auts, este bicentenario deber permitir explicar al autor del famoso lema «Trabajadores del mundo, ¡únanse!» sin «glorificarlo o vilipendiarlo», ya que en su opinión su pensamiento sigue teniendo ecos en el mundo contemporáneo.

Las derivas del capitalismo, con sus manifiestos abusos en los últimos años, relanzaron el interés por las teorías de Marx sobre la opresión de las masas por la burguesía, formuladas durante la primera Revolución Industrial.

«En Marx hay algo intemporal. La crisis económica y financiera desde 2008 desempeñó sin duda un papel para que los economistas contemporáneos de renombre reconozcan ahora su papel de teórico», explica Rainer Auts.

El libro «El Capital en el siglo XXI», éxito de ventas internacional del economista francés Thomas Piketty, es ejemplo de ello.

Esta duradera influencia, a pesar del patente éxito de la URSS y sus satélites, debe por tanto ser explicada al gran público, según el alcalde de Tréveris, Wolfram Leibe.

«Después de la reunificación (de Alemania) tenemos la oportunidad de regresar a Marx, con una visión crítica pero sin prejuicios», espera el edil, desechando las declaraciones de quienes lo acusan de querer atraer con estas conmemoraciones a los turistas chinos y su dinero.

«Karl Marx formuló ideas importantes y estas ideas merecen que reflexionemos sobre ellas. Si después de visitar las exposiciones alguien compra un libro para profundizar sobre algunos aspectos de lo que presentó Karl Marx, creo que habremos tenido éxito», subraya

Vuelta al pasado, regreso al privilegio

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Aquellos que habían perdido un trabajo entre 2012 y 2016 no eran más propensos a apoyar a Trump que a Clinton. Pero quienes se sentían sitiados por la globalización y el surgimiento de una mayoría minoritaria' en Estados Unidos probablemente votaron por Trump
Aquellos que habían perdido un trabajo entre 2012 y 2016 no eran más propensos a apoyar a Trump que a Clinton. Pero quienes se sentían sitiados por la globalización y el surgimiento de una mayoría minoritaria’ en Estados Unidos probablemente votaron por Trump

Hasta ahora, la idea más generalizada sobre el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 era que se debió al malestar de la clase trabajadora blanca al haber afrontado pérdidas de empleo y unos salarios estancados durante la Adminsitración de Obama.

Sin embargo, un estudio publicado esta semana en la revista PNAS desmonta esta teoría e indica que la elección del multimillonario estadounidense no fue por motivos económicos o por incertidumbre sobre el futuro.

El trabajo, liderado por la profesora Diana Mutz, de la Universidad de Pensilvana, revela que fueron los votantes blancos, sobre todo hombres y cristianos, los que auparon a Trump, al sentir que su estatus privilegiado estaba amenazado por la creciente diversidad racial y por la pérdida del dominio de EE UU en el mundo. Por ello, dieron su apoyo al candidato que más énfasis puso en restablecer las jerarquías del pasado.

Según explica la profesora Mutz a Sinc, “Trump ganó gracias a aquellos votantes que se sintieron traicionados por el cambio que supuso el mandato de Obama. En particular, debido a la amenaza del cambio demográfico y el empoderamiento de las minoras raciales. También por la sensación de que EE UU ya no es el gran superpoder global que una vez fue”, añade.

Comparación con las elecciones de 2012

El estudio es fruto de una encuesta con 1.2000 estadounidenses a lo largo de todo el país. Para ello, se compararon sus posiciones electorales en los comicios presidenciales del 2016 respecto al 2012.

Curiosamente, los datos señalaban que los votantes no habían alterado sus posturas en inmigración y comercio de manera significativa. De hecho, los estadounidenses –como promedio– se volvieron menos reticentes a otorgar la ciudadanía a inmigrantes indocumentados que en las pasadas elecciones.

Aún así, “Donald Trump fue percibido con un opositor más fuerte a la amenaza de China y al libre comercio que Mitt Romney, su predecesor como candidato republicano”, explica Mutz.

La autora señala que “los levantamientos políticos suelen producirse por grupos oprimidos que se alzan para afirmar su derecho a un mejor tratamiento y condiciones de vida más equitativas, en relación con los de alto estatus. Sin embargo, los resultados de las elecciones de 2016 se debieron al esfuerzo de los miembros de grupos ya dominantes para asegurar sus privilegios y los de su país en en mundo”.

A pesar del análisis exhaustivo de los datos, el estudio no mostró ninguna relación entre la existencia de dificultades financieras y la decisión de votar por Trump. Además, su victoria ocurrió durante un momento de recuperación económica, con una disminución del desempleo y una tendencia positiva de los indicadores económicos.

La importancia de la educación

Aquellos que habían perdido un trabajo entre 2012 y 2016 no eran más propensos a apoyar a Trump que a Clinton. Pero quienes se sentían sitiados por la globalización y el surgimiento de una ‘mayoría minoritaria’ en Estados Unidos probablemente votaron por Trump, indica el trabajo.

Mutz tambien resalta que la falta de educación universitaria fue otro de los factores decisivos entre los votantes de Trump. “La educación permite aceptar a las personas que son diferentes a nosotros mismos, considerarlas iguales y no como grupos sociales subordinados a otros dominantes”.

«Las elecciones de 2016 fueron resultado de la ansiedad sobre el futuro de los grupos dominantes.»En muchos sentidos la sensación de amenaza grupal es un oponente mucho más difícil que el que supone una recesión económica, porque es una percepción psicológica, señala.

En su opinión, “la gente necesita tranquilizarse, el futuro de EE UU no será dominado por ‘otros’. El poder económico, social y político deberá ser compartido con las minorías y con las mujeres”.

“Ser un hombre, blanco y cristiano ya no será una ventaja tan grande como antaño y los cambios de este tipo siempre son duros para las personas que deben ajustarse a ellos”, concluye la profesora.

De Marx al gatillo

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El venezolano, encarcelado en Francia desde 1994, suma tres sentencias a prisión de por vida por los atentados que cometió en las décadas de los 70 y los 80
El venezolano, encarcelado en Francia desde 1994, suma tres sentencias a prisión de por vida por los atentados que cometió en las décadas de los 70 y los 80

Nombrado en honor a Lenin, su destino parecía escrito desde que nació. Marxista convencido, defensor de la revolución bolivariana y terrorista, el venezolano ‘Carlos el Chacal’ fue uno de los criminales más buscados del mundo.

Ilich Ramírez fue hijo de un afamado abogado, él y sus hermanos Vladimir y Lenin se empaparon de la ideología comunista desde la cuna. Compaginando sus estudios entre Londres y Moscú, comenzó a simpatizar con la causa palestina.

Al término de la II Guerra Mundial, el holocausto judío supuso una gran mancha para Europa. Intentando compensarles, se les concedió su tierra prometida. Para ello, la recién creada Organización de Naciones Unidas (ONU) decidió dividir el territorio de Palestina en dos.

Judíos y musulmanes continúan desde entonces en una guerra que ha traído a miles de personas diferentes para luchar por uno bando u otro. Ramírez fue uno de ellos, alistándose en las lineas del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) en Jordania. Su mentor en dicha organización, Wadih Haddad, le confiere como seudónimo de combate el nombre ‘Carlos’, por ser un nombre hispano proveniente del árabe ‘Khalil’.

Mientras, el seudónimo ‘El Chacal’ se había aferrado por accidente a su biografía. Un reportero de ‘The Guardian’, que había leído la novela de Frederick Forsyth titulada ‘El día del chacal’, comenzó a nombrarle de esta forma en sus reportajes.

Una vez instruido, volvió a Londres a emprender acciones de inteligencia para el FPLP bajo la cubierta de la normalidad de su vida familiar al lado de su madre y sus dos hermanos. Permaneció con los suyos hasta octubre de 1974, cuando se mudó a París.

Una fecha que marcaría el antes y el después de este terrorista fue 27 de junio de 1975. Se encontraba en una fiesta cuando un grupo de policías franceses irrumpen en su vivienda. Abriéndose camino a balazos, mata a dos de ellos y a su delator, el musulmán Michel Moukharbal.

Su saldo entre Asia y Europa había sido de más de 1.500 muertos, 80 de ellos asesinados con sus propias manos. Así, Francia fue el país en el que más desarrolló su faceta de terrorista. Fue el autor intelectual del asalto de la embajada francesa en La Haya (Holanda), así como el estacionamiento de diversos coches-bomba en varias sedes de periódicos.

‘El Chacal’ vuelve a desaparecer y no es hasta 1994 cuando se averigua su ubicación. Estaba en Sudán, al noreste de África. Pero el 15 de agosto de ese mismo año, mientras se recuperaba de una operación, un médico local le drogó y le llevó al aeropuerto de la capital para entregarle a la policía francesa.

Actualmente, permanece en la cárcel y es probable que allí se consumirá hasta el final de sus días. Cientos de juicios, en los que se declaraba siempre inocente y no mostraba arrepentimiento, le han condenado a tres cadenas perpetuas, la última de ellas en marzo de 2017.

Pese a que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, le ha reclamado varias veces, calificándole de héroe bolivariano, nunca ha emprendido acciones reales para extradirtarle.

Quizás fallezca entre rejas, mientras ve apagarse las luces de su celda, de su historia y de su leyenda. Después quedará un recuerdo, amargo para muchos, y miles de heridas sin cicatrizar.

Castro al desnudo

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Lockwood se recrea en los detalles del comportamiento de Castro y de su personalidad, pero también de la casa en la que se desarrolló la entrevista
Lockwood se recrea en los detalles del comportamiento de Castro y de su personalidad, pero también de la casa en la que se desarrolló la entrevista

En 1965, un Fidel Castro en su apogeo concedía una larguísima entrevista al fotorreportero estadounidense Lee Lockwood. Medio siglo después se reedita el texto, acompañado por 200 fotografías inéditas que muestran tanto la vida pública como la cotidiana del líder cubano.

Las fotografías muestran a Castro hablando ante decenas de miles de personas pero también cuando sale del agua tras bucear, haciendo ejercicio en isla de Pinos, comiendo, jugando con su perro Guardián o simplemente descansando en una hamaca, con los pies descalzos.

En isla de Pinos fue donde Lockwood pasó siete días con Castro y sus más próximos colaboradores y de esa estancia salió una interesantísima entrevista, tan solo seis años después del triunfo de la revolución y cuando la posibilidad del fracaso del proyecto comunista no entraba en los planes del líder.

«El deber de todo revolucionario es hacer la revolución» es la frase de Castro que abre «La Cuba de Fidel. La mirada de un reportero estadounidense en la isla. 1959-1969» (Taschen), cuya edición en español acaba de salir al mercado 50 años después de su primera publicación en inglés.

«Hace más de 50 años, Lee Lockwood puso en marcha su propia campaña en favor del deshielo, que le llevó desde su llegada a Cuba en 1959 a la publicación de ‘Castro’s Cuba, Cuba’s Fidel’ en 1967», una obra que se centra «en una de las más extraordinarias entrevistas de todo el siglo XX a un líder mundial en activo», en palabras de la editora del libro, Nina Wiener.

A las 100 pequeñas imágenes en blanco y negro que se publicaron entonces se añaden 200 nuevas fotografías, muchas de ellas impresas a doble página, que han salido de los archivos fotográficos de Lockwood, a los que Wiener tuvo acceso antes de la muerte del fotógrafo, en 2010.

«Una conversación con Castro es una experiencia extraordinaria y, hasta que te acostumbras, de lo más desconcertante (…) es uno de los conversadores más entusiastas de todos los tiempos», afirma Lockwood en el prólogo del libro.

Lockwood se recrea en los detalles del comportamiento de Castro y de su personalidad, pero también de la casa en la que se desarrolló la entrevista.

Una casa tipo rancho de una sola planta, de madera y pintada de blanco, con un estilo arquitectónico propio del sudoeste de Estados Unidos, y con todas las estancias equipadas con aparatos de aire acondicionado estadounidenses, resalta con cierta ironía el periodista.

Allí se desarrolló la entrevista en la que el comandante René Vallejo actuó como traductor.

«Cada día, durante varias horas, nos sentábamos Fidel, Vallejo y yo alrededor de la mesita del porche a la entrada de la habitación de Castro, con el micrófono en medio de los tres, y hablábamos en voz baja, como en una sesión de espiritismo», explica Lockwood.

Durante esas larguísimas conversaciones, el periodista y Castro hablaron de todos los temas posibles y hoy, cincuenta años después, algunas de las declaraciones del líder cubano resultan cuanto menos sorprendentes.

«Jamás llegaremos a creer que un homosexual pueda encarnar las condiciones y los requisitos de conducta que permitieran considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista», asegura sobre los gais.

También dice ser «contrario a las listas negras de libros, películas prohibidas y todas esas cosas» y se muestra convencido de que su sistema es más democrático que el de Estados Unidos «porque es la expresión real de la voluntad de la inmensa mayoría del país, constituida no por los ricos, sino por los pobres».

Y en aquel momento, cuando llevaba seis años como primer ministro, estimaba que sería dirigente del Partido Comunista solo «unos años más».

«Si quiere que le hable con sinceridad, trataré de que sea el menor tiempo posible (…) Creo que todos nosotros debemos retirarnos relativamente jóvenes, y no lo propongo como un deber, sino como algo más: como un derecho». Pero su retirada no llegó hasta 2008.

Cinco décadas después de la revolución, la «Cuba de Castro ha pasado de ser lo que Lee (Lockwood) llamaba una revolución extraordinaria a transformarse en una sociedad disfuncional», asegura en el epílogo del libro el experto Saul Landau.

Pero «Castro ha dejado su huella en la historia» y Lockwood «escribió el mejor libro -hasta la fecha- sobre la esencia de ese hombre y la revolución que encabezó», agregó Landau.

El poder y sus transgresores emisarios

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Dizzy Gillespie, paseando a lomos de una moto por las calles de Zagreb, en 1956
Dizzy Gillespie, paseando a lomos de una moto por las calles de Zagreb, en 1956

El departamento de Estado nortemaericano empleó a Duke Ellington, Louis Armstrong, Miles Davis y otros gigantes del jazz como embajadores culturales con fines políticos durante la Guerra Fría. Fueron esfuerzos diplomáticos desplegados en 25 países durante un cuarto de siglo por los astros de la, considerada por muchos, música clásica norteamericana, fiel reflejo de la estrategia de Washington de recurrir a las figuras de ese tipo de música para cautivar a sus enemigos de mediados de los cincuenta a fines de los setenta.

Un periodo que incluye acontecimientos históricos como la crisis de los misiles en Cuba, la invasión soviética de Checoslovaquia y la guerra de Vietnam, que en ocasiones le costaron a Washington tensión con Moscú y, en otras, el descrédito en buena parte del globo. Para remediarlo, la diplomacia estadounidense decidió enviar a los gigantes del jazz a los cuatro puntos cardinales que entonces contaban en términos de seducción ideológica; el Islam, Latinoamérica, África Subahariana y el Bloque Soviético.

El objetivo era presentar al jazz como la cara amable de la cultura norteamericana y sinónimo de libertad. Hay escenas como la de Louis Amstrong jugando al futbolín con Kwame Nkrumah -padre del panafricanismo y de la independencia de Ghana-, o tocando la trompeta sobre un camello en las pirámides de Giza, o entre un alboroto de niños en una escuela de El Cairo.

En otras Dizzy Gillespie conduce una motocicleta entre el asombro de los transeúntes en las calles de Zagreb en la antigua Yugoslavia de Tito, o utiliza las notas de su trompeta para desperezar y hacer bailar a una cobra en la ciudad de Karachi, en Pakistán. Tampoco falta el pianista Dave Brubeck ofreciendo un concierto en una gélida Varsovia o aterrizando en el aeropuerto de una calurosa Bagdad, que Ellington asimismo visitó en aquella campaña y donde, aparte de tocar el piano, fumó por primera vez en una pipa de agua.

Ellington también viajó a Addis Abeba para entrevistarse con el emperador Halie Selassie, y a Dakar para ser condecorado con todos los honores por Leopoldo Sedar Senghor, padre de la independencia senegalesa y creador del concepto humanístico de la «negritud». Miles Davis aparece en la exhibición con su banda haciendo las delicias del público de Belgrado, aunque la joya de la corona es una foto en la que Benny Goodman saluda a Nikita Khrushchev cuando aún estaba lejos el reconocimiento diplomático entre Moscú y Washington.

Nada quedaba al azar; si para los desplazamientos a África Negra se elegía a músicos afroamericanos, para los viajes a la antigua Unión Soviética se prefería a blancos como Goodman, que interpretaba jazz pero también música clásica europea, muy apreciada en Moscú. La política del departamento de Estado de hacer amigos a través de la música concluyó antes de iniciarse la década de los ochenta y debido a la oposición republicana a gastar el dinero del contribuyente en empresas culturales y en un género como el jazz.

Para muchos, la diplomacia del jazz logró que en el mundo se viera la cultura norteamericana como algo de todos. Para mejorar la imagen de Estados Unidos no se podía haber optado por una música mejor. Se podía haber optado por el ‘country’, pero se trata de una música demasiado local, muy poco universalista. A la postre, fue una iniciativa para utilizar el arte con fines propagandísticos y políticos, una estrategia habitual del poder en tiempos modernos.

La dudosa agenda de la confrontación de civilizaciones

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Enfrentar a Occidente contra Oriente es una idea tan antigua como el ser humano
Enfrentar a Occidente contra Oriente es una idea tan antigua como el ser humano

El historiador británico Richard Bonney denuncia a los «falsos profetas» del «choque de civilizaciones» que tanta influencia tuvieron en el lanzamiento por Estados Unidos de la guerra antiterrorista tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

La tesis la había expuesto el experto estadounidense Bernard Lewis en un artículo publicado en 1993 bajo el título de «Las Raíces de la Rabia Musulmana», pero la recogió y popularizó en todo el mundo Samuel Huntington en su famoso libro de 1996.

Según Huntington, tras el derrumbamiento del comunismo y el fin de la guerra fría, el conflicto global no sería ideológico sino cultural y religioso. El choque de civilizaciones iba a dominar «la política global» y «las líneas de falla entre las civilizaciones» serían «los futuros frentes de batalla».

Para Bonney, autor de «False Prophets: The Clash of Civilizations and the Global War on Terror» (editorial Peter Lang), pese a la mayor popularidad del libro de Huntington, las tesis de Bernard Lewis o las del analista neoconservador estadounidense Daniel Pipes son «mucho más peligrosas».

«Ambos son ideólogos con una agenda anti-islámica muy clara», afirma Bonney.

«Para ellos, Israel tiene siempre razón porque está en juego su destrucción como Estado», explica el experto británico, que une su condición de sacerdote anglicano a la de ex profesor de Historia Moderna de la Universidad de Leicester (Inglaterra).

«Lewis es un historiador del Islam, especializado en Turquía, señala Bonney, quien agrega que Huntington (ya fallecido) no fue un experto en el Islam, sólo un científico social y analista político, que se limitó a plantear en términos un tanto simplistas que un nuevo conflicto global reemplazaría a la Guerra Fría».

«Pese haber escrito en 1996 sobre las «fronteras de sangre» del Islam, Huntington no suscribió posteriormente las tesis de Pipes o de Lewis. Es un demócrata que no apoyó al presidente George W. Bush», afirma Bonney, que cita con todo detalle en su libro los argumentos de los intelectuales y «think tanks» neoconservadores y del llamado lobby judío en Estados Unidos.

«Lewis y Pipes vieron, sin embargo, algo que no había visto Huntington: a saber, que muchos Estados islámicos están fracturados interiormente, lo que presentaba, según ellos, a Israel una oportunidad de oro para afianzar su presencia hegemónica en la región», afirma el autor.

Bonney denuncia en su libro la tentación de los neocons de redibujar el mapa de Oriente Medio y recuerda que Lewis presentó ya en 1979 al llamado grupo de Bildeerbert (por el hotel holandés donde se reúne) un plan para retrazar las fronteras actuales.

Aquel plan proponía, entre otras cosas, la fragmentación y balcanización de Irán de acuerdo con líneas regionales, étnicas y lingüísticas, algo que en opinión de Bonney constituye un peligro enorme pues los movimientos separatistas de grupos pashtunes, kurdos, azeríes, árabes y otros supondrían amenazas directas a Turquía, Irak, Pakistán y otros vecinos.

Para Bonney, cualquier intento en ese sentido equivale a «jugar con fuego», y, pese a que las fronteras trazadas por los Estados europeos durante la época colonial son arbitrarias o injustas, «es lo que hay y no conviene tocarlas».

Buñuel, el republicano

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Dos meses después de la sublevación militar que dio paso a la última Guerra Civil en España, el cineasta Luis Buñuel se dio de alta, el 18 de septiembre de 1936, como afiliado de la UGT en la Federación Española de la Industria de Espectáculos Públicos, sección de Empleados de Casas de Películas.

Luis Buñuel Portolés figura registrado con el número 30.764 en la relación nominal, escrita a máquina, que ha encontrado el investigador histórico Policarpo Sánchez en el Archivo de Salamanca después de años de trabajo y de registrar «papel a papel como una hormiguita», numerosas cajas y legajos.

El excéntrico inquilino de la Residencia de Estudiantes, amigo de Federico García Lorca y Salvador Dalí, se convirtió así en un afecto a la causa de la II República durante la contienda fratricida, para la que trabajó como coordinador de Propaganda dentro del Servicio de Información de la Embajada de España en París.

Así consta en otros papeles que ha escudriñado Sánchez, uno de los mejores conocedores del Archivo de Salamanca, y firme defensor de su unidad a través de una asociación creada por él para supervisar la legalidad de la salida de documentos con destino a instituciones, partidos y sindicatos.

Luis Buñuel (1900-1983), exiliado en México, hijo de una familia pudiente que le permitió viajar y formarse, se convirtió en un activo militante al servicio de la II República con encomiendas como la de gestionar en París una copia del célebre documental «The Spanish Earth», del holandés Joris Ivens (1898-1989), un alegato de intención propagandista para mostrar al mundo el caos de España y recabar ayuda contra los militares sublevados.

Policarpo Sánchez ha encontrado varios telegramas fechados en Valencia que acreditan ese encargo y en los que el remitente se interesa por el estado de las gestiones de Buñuel.
«Ruégote preguntes Buñuel cuando enviara película Tierra Española para la cual le fue entregado dinero Stop. Urge indique estado asunto Stop. Saludos Roces Subsecretario Instrucción Pública», señala uno de los telegramas desempolvados por este investigador.

Lo envía Wenceslao Roces, subsecretario de Instrucción Pública, y lo recibe en la capital de Francia José Lino Vaamonde, comisario general adjunto del Pabellón español en la Exposición Internacional de París del año 1937, donde supuestamente Buñuel se encontraría con el director o los productores del filme, ha manifestado Sánchez.

«The Spanish Earth», 54 minutos de duración, fue rodada en varios lugares del cerco de Madrid y de los frentes en Fuentidueña de Tajo y varios escenarios de la batalla del Jarama, objeto de encarnizados combates por tratarse de la línea de comunicación entre la capital de España y Valencia, ciudad ésta donde se desplazó el Gobierno de la II República.

Orson Welles y John Dos Passos figuran como guionistas además de Prudencio de Pereda, su producción costó 2.000 dólares y fue estrenada en la Casa Blanca el 8 de julio de 1937 a petición del entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Rooselvet.

En agosto se proyectó en Francia y por fin, después de numerosas gestiones, en España el 23 de mayo de 1938, aunque fue marginada de los canales de producción comercial por su carácter reivindicativo y polémico.

No obstante, su proyección en determinados ámbitos (asociaciones culturales, universidades e incluso la Sociedad Naciones) «logró que se cumplieran dos de sus objetivos principales: informar a la opinión pública de Estados Unidos sobre la Guerra Civil y recaudar fondos para la causa republicana», ha precisado Sánchez, inmerso en la tarea de documentación previa a la publicación de un libro sobre el cine durante la Guerra Civil.

De las peripecias de Buñuel al comienzo de la contienda, el cineasta dio cuenta en su libro «Mi último suspiro» (1982), publicado un año antes de su muerte y fruto de largas conversaciones, durante casi veinte años, con uno de sus principales colaboradores, el guionista Jean-Claude Carrière, con quien forjó media docena de películas, entre ellas «El discreto encanto de la burguesía» (1972), Óscar a la mejor película de habla no inglesa.