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Joaquín Parejo, el yeyé irreductible

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Joaquín era un hombre de la edad ye-yé –como reza uno de sus títulos míticos–, que podría perfectamente haber sido uno de los componentes de Micky y los Tonys, un colega de David Hemmings en Blow-Up (1966), de Antonioni, o el quinto de los Beatles
Joaquín era un hombre de la edad ye-yé –como reza uno de sus títulos míticos–, que podría perfectamente haber sido uno de los componentes de Micky y los Tonys, un colega de David Hemmings en Blow-Up (1966), de Antonioni, o el quinto de los Beatles

«Si en toda época de cambios hay siempre una persona desconocida para la mayoría, pero que ejerce de secreto catalizador para los iniciados, en la explosión pop en España ese agente provocador fue Joaquín Parejo Díaz (Madrid, 1945-2012)». Estas palabras de Luis E. Parés son el merecido rescate para uno de los grandes adalides de la cultura juvenil en nuestro país, y como tal, ‘back door man’ durante la burbujeante segunda mitad de la década de los 60 del pasado siglo.

Sus pasiones, desde adolescente, explica Parés, «fueron la música pop y el cine, y a ambas dedicó gran parte de su vida». Desde los diecisiete años empezó a escribir en prensa sobre temas musicales y sobre cine en revistas como Film Ideal, Fotogramas, Triunfo, o Mundo Joven. Y poco más tarde se convirtió en director de promoción de EMI y director del catálogo de Hispavox, en los años dorados de los Beatles y los Rolling Stones.

Joaquín Parejo Díaz, a juicio de Parés, tuvo «una influencia vital en el cine pop español». Todo lo que tenía que ver con cine y música «moderna» le era confiado: por ello cubrió la visita de Richard Lester al Festival de Cine de Bilbao para NO-DO, por eso fue guionista de Megatón ye-yé (Jesús Yagüe, 1965) y de otras dos películas: una musical pero sin contenido pop (Zampo y yo, Luis Lucia, 1965), y otra no musical pero con un claro tono juvenil (Los amores difíciles, Raúl Peña, 1967). Y por ello fue ayudante de dirección de Los chicos con las chicas (Javier Aguirre, 1967) y Dame un poco de amooor! (José María Forqué, 1968), las dos exitosas películas que hicieron Los Bravos. También colaboró en el inconcluso documental Los Beatles en España (Pedro Costa y Francesc Betriu). Y trabajó en la mayoría de los programas musicales de la época (Último grito, Mundo Pop), en muchas ocasiones realizando vídeos musicales. Sin embargo, si por algo ha de ser conocido Joaquín Parejo Díaz es por haber dirigido dos cortometrajes en los años sesenta, que son las muestras más genuinas de lo que podría haber sido un cine pop español.

Con veinte años -continúa Parés-, Joaquín Parejo autoproduce La edad ye-yé (1965), que ganó un premio en el Festival de Cortometrajes de Bilbao. Este cortometraje es un documental fresco y dinámico sobre la nueva juventud, algo así como el acta de nacimiento de una nueva sensibilidad, un manifiesto generacional, una confesión, un intento de autodefinirse. Por ello, la película empieza con una dedicatoria: «A todos los jóvenes ye-yé y no ye-yé de nuestro tiempo». El documental tiene una voz en off (de Julián Mateos) que explica y define qué es ser ye-yé: «Ser ye-yé es el tema del momento. El chico ye-yé es una persona que ama la moda más audaz y la música más atrevida». Mientras en imagen vemos un repaso a la mitología de esa juventud (planos de chicos, de tiendas de discos, de revistas musicales en un kiosco, de discotecas llenas de jóvenes bailando…) se ve a Micky y Los Tonys cantando. Y de repente, un corte narrativo brusco con la inclusión de entrevistas, con planos frontales, de jóvenes sentados. Tres hombres (entre ellos Mike Rivers) y tres mujeres. Las preguntas son las mismas para todos: si estás de acuerdo con lo ye-yé, cuál es tu ídolo, qué piensan tus padres de ti, cuál es el último libro que has leído, si te interesa la política. A esta última pregunta, Ricardo Sáenz de Heredia, cantante de Los Shakers, contesta: «Me haría socio de un partido político si estuviese presidido por los Beatles». No hacía falta decir nada más para explicar cómo pensaba un chico ye-yé.

Fotograma de "La edad yeyé" (1965)
Fotograma de «La edad yeyé» (1965)

Dos años más tarde, Joaquín Parejo Díaz realiza un nuevo cortometraje, también autoproducido: La máquina que hace pop (1967), que sigue la estela de La edad ye-yé, en el que participan Massiel, Karina, Mike Kennedy, Juan Pardo, José María Íñigo (y su madre, quien dice que le gustaría que su hijo no llevase esas pintas) y Alain Milhaud, a los que se pregunta por el significado del éxito, de la fama, de lo ye-yé, del dinero. También se asiste a la grabación de una canción por parte de Johnny Valentine. La película intenta ir estéticamente más allá que la anterior, ser más moderna, más rompedora. A eso se debe la presencia de la máquina que da nombre al cortometraje, diseñada por el pintor Eduardo Úrculo, o la yuxtaposición de planos de archivo, con un ritmo acelerado, para contar la historia del siglo xx. Este cortometraje no estaba tan conseguido como el anterior, pero seguía siendo una novedad absoluta en el cine español, por su tema, por su tono, por su desenfado.

Entre medias de ambas películas, Joaquín Parejo Díaz había realizado para Televisión Española el cortometraje Los locos bravos (1966) —un antecedente del videoclip—, película imposible de ver en la actualidad. Tras La máquina que hace pop, Parejo Díaz abandonó la dirección de cine (no así la escritura de guiones, en la que siguió junto a Raúl Peña) y se volcó en el periodismo y en la gestión musical. Sus cortometrajes se han visto muy poco desde entonces, quizá a la espera de un nuevo sueño pop que los rescate del olvido.

El resplandor de un mito

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Marisolm durante su lozanía de la década de los 70 del pasado siglo
Marisol, durante su lozanía de la década de los 70 del pasado siglo

Fue el rostro del cine español de los 60, la niña prodigio por excelencia que paseó su rostro por todo el mundo; fue Marisol un mito que la propia Pepa Flores insiste en dar por cerrado, pero que José Aguilar y Miguel Losada recuperan ahora en un libro sobre su vida.

«Ahora sólo soy una ciudadana de a pie, que es lo que quiero y como mejor me siento». Fiel a la decisión que tomó hace décadas, Pepa Flores evade profundizar sobre su etapa de estrella infantil, aunque ayuda al autor a hacer un recorrido por sus películas en «Marisol», una biografía que publica la editorial T&B.

«Yo no hubiera sido actriz ni nada. Lo que quería era ser bailarina», confiesa la artista a José Aguilar, pero su desparpajo frente a la cámara y sus ojos azules le envolvieron en una espiral de rodajes, viajes y actos sociales que cambiaron su destino para siempre.

Todo cambió después de que sus padres autorizaran a Pepita -como la conocían cuando era niña- a viajar a Madrid junto al grupo de Coros y Danzas en el que comenzó a actuar, y con el que la conoció su entonces mentor Manuel Goyanes.

Fue el primer paso para aquel «Un rayo de luz» que la dio a conocer, y que activó una maquinaria a contra reloj de la adolescencia -en su primera película tenía ya 11 años- que entre 1960 y 1965 le llevó a grabar «Ha llegado un ángel», «Tómbola», «Marisol rumbo a Río», «La nueva cenicienta», «La historia de Bienvenido», «Búscame a esa chica» y «Cabriola».

Después, como recuerda Pepa Flores, la máquina se quejó y hubo que parar. «Me quedé sin voz antes de rodar «Las cuatro bodas de Marisol, me quedé muda. Claro que de eso no se enteró nadie», comenta a Aguilar.

Todas las niñas querían ser como ella, todos los padres que fuera su hija y la industria convirtió su inspiradora presencia en álbumes de cromos, postales, vinilos, y hasta en muñeca.

Pero a pesar de añorar «la vida sencilla de cualquier niña», fueron años llenos de emociones para Marisol. Sus primeros trabajos le permitieron conocer a Joselito, otro de los niños prodigio de la época al que ella había admirado y con quien entabló una buena amistad que continuó por carta, según comenta el cantante.

También sacó a su padre de la tienda de ultramarinos que regentaba y lo hizo propietario de un autobús que bautizó como «Un rayo de luz», y que estaba destinado a hacer excursiones por aquella Málaga a la que Marisol volvía ahora en Rolls Royce.

Pero, además, aquella época le sirvió para conocer a multitud de personalidades entre las que recuerda con cariño a Alain Delon, de quien Pepa confiesa que «cuando ya era Marisol dormía con una foto suya debajo de la almohada».

Plagado de fotos, tanto de su niñez como de su etapa adulta, programas y carteles de cine, el libro desvela la trascendencia mundial que tuvo la pequeña en sus primeros años en que sus películas se vieron desde Angola a Japón o Sudáfrica, y donde la pequeña hacía furor con sus visitas.

Era la mejor embajadora de España y, como es conocido, hasta las nietas de Franco la requerían las tardes de los domingos en El Pardo para tomar un chocolate.

Una relación con el Régimen que nada tuvo que ver con el cine comprometido política e intelectualmente con sus ideas de izquierdas que hizo cuando creció.

Había crecido y estaba decidida a tomar las riendas de su vida; aquella niña rubia vestida de flamenca llegaba incluso a posar desnuda para la revista Interviú, pero harta de la popularidad sin límites Pepa Flores borró a Marisol y se refugió en el anonimato.

Los ‘matusalenes’ del Rock patrio

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Formación de Los Pekenikes, con Junior y Juan Pardo (primero y tercero por la derecha, respectivamente)
Formación de Los Pekenikes, con Junior y Juan Pardo (primero y tercero por la derecha, respectivamente)

Cansado de leer «memeces en internet», Ignacio Martín Sequeros, bajista fundacional de Los Pekenikes, ha publicado una biografía sobre los años dorados de su banda, un histórico grupo español de música instrumental que en los sesenta acaparó éxitos, portadas y, sobre todo, compuso buenas canciones.

«Internet está destrozando la historia. La gente cuando ve las cosas en letras de molde, se lo traga todo, y estoy viendo artículos en la red sobre los Pekenikes que no son verdad. Ahora que tengo uso de razón, he querido contar lo que pasó», dice Martín Sequeros (Madrid, 1943), en una entrevista en la tienda de antigüedades del barrio de Salamanca de Madrid donde trabaja como gerente.

Jovial, trajeado y con su característica barba, el autor y músico defiende en el libro «Pekenikes, su auténtica historia» (Ediciones Atlantis) una época «muy diferente a la actual» que vio nacer a la industria musical española en torno a unos grupos (conjuntos como se decía antes) de jóvenes universitarios que copiaban los estilos «foráneos».

Los Pekenikes, cuyo nombre surge de la juventud de sus componentes -«Sustituimos la Q por la K para que quedara más corto y cupiera escrito en el bombo», explica el bajista-, se iniciaron por casualidad en 1959 en el instituto madrileño Ramiro de Maeztu.

Allí, los hermanos Sainz -Alfonso (fallecido el año pasado) y Lucas- junto Ignacio y, posteriormente, Pepe Nieto y Eddy Guzmán, crearon una banda que reinventó el rock con acento español y que contó con vocalistas del prestigio de Juan Pardo y Antonio Morales «Junior», antes de que, estos últimos, montaran Los Brincos.

El libro viaja a otro país donde se actuaba en «Bailes de Debutantes», el general Perón regalaba carísimos equipos musicales, el servicio militar te apartaba «por la gracia de Dios» de los escenarios o donde se suprimían las populares «Matinales del Price» por la aparición de personajes como «El Bolas y otros individuos».

«Tengo la suerte de haber vivido dos vidas, la de entonces y la de ahora», destaca Ignacio que confiesa que sigue componiendo música que sube «gratis a Youtube».

De las antiguas grabaciones de Los Pekenikes quedan canciones como «Los cuatro muleros» -«Hispavox, la casa de discos, se había negado a grabarlo ya que era un poema de Federico García Lorca», revela en el libro-, «Hilo de seda», «El tiempo vuela», «Palomitas de maíz», o la psicodélica «Cerca de las estrellas», que forman parte del patrimonio musical de una banda que, para sorpresa de muchos, sigue en activo.

«Probablemente, somos el grupo que lleva vivo más tiempo de la historia del pop español. Con diferentes componentes, pero llevamos más de 50 años como Pekenikes», declara orgulloso Martín Sequeros.

En la única actuación de Los Beatles en Madrid, los Pekenikes hicieron de teloneros. Martín Sequeros recuerda el encuentro con los de Liverpool hace 50 años: «Cuando terminó nuestra actuación, bajé las escaleras y esperé, con la guitarra puesta, la llegada de los Beatles?»

«De pronto, pasan a mi lado, a menos de un metro, y me miran con cara de sorpresa. «Hey, un niño con barba, un niño con barba», exclamó Paul McCartney refiriéndose a mí; todos se rieron y después subieron al escenario a tocar el concierto», comenta sin nostalgia.

Con 60 primaveras en los Pekenikes, Ignacio sigue activo y con ganas de defender «sus verdades» en un libro -muy emocional, cargado de recuerdos, abundante anecdotario y fechas edulcoradas- el nombre de su grupo.

A su manera, con simpatía y buenas formas, el bajista septuagenario mantiene con vitalidad la llama de la música. «Es el amalgama de la vida» dice antes de despedirse.

La centena del Pop ibérico

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El libro de Jesús Ordovás se abre con los ilustres Brincos, una de las bandas más rutilantes de los años 60 del pasado siglo
El libro de Jesús Ordovás se abre con los ilustres Brincos, una de las bandas más rutilantes de los años 60 del pasado siglo

El periodista Jesús Ordovás reúne en el libro «Los discos esenciales del pop español» los cien mejores álbumes de nuestra historia musical, desde los de Los Brincos, «piedra filosofal» de la música nacional, hasta Los Planetas, pasando por un «sobrevalorado» Julio Iglesias.

La obra es una historia sonora y gráfica de los últimos 50 años, con especial énfasis en los diseños de las portadas de los LP «más representativos y esenciales», obra de los mejores diseñadores y fotógrafos españoles, como Óscar Mariné, Iván Zulueta, Ouka Leele o Juan Gatti.

Afamado periodista, con una larga trayectoria cimentada en el programa radiofónico «Diario Pop» de Radio 3 y en múltiples publicaciones, Ordovás vuelca en este libro (editado por Lunwerg) sus 30 años de atención a las novedades musicales.

La palabra «pop», dice, es utilizada en este caso desde el punto de vista «warholiano», sólo que en lugar de centrarse en gente tan dispar como Marilyn Monroe, Velvet Underground o Elvis Presley, Ordovás lo aplica a todos los estilos de la música popular española, con Marisol, Paco de Lucía y el Joan Manuel Serrat de «Mediterráneo».

«El libro empieza por los Brincos, que crearon el disco más original en su momento, cuando todos hacían versiones porque les obligaban las empresas discográficas», destaca el autor, quien refiere como otro «momento álgido» la publicación del disco «Veneno», de Kiko Veneno.

Como ejemplo de artista sobrevalorado, cita a Julio Iglesias, del que incluye su álbum «Soy yo» entre los cien elegidos.

«Es el cantante español más famoso, todo el mundo lo tiene muy valorado y es un cantante normalito. Su éxito radica en ser un chico atractivo, muy ‘mainstream’ (dirigido al público masivo) en la línea de los cantantes melódicos americanos, en haberse asentado en Miami y en haberle caído bien a todo el mundo», argumenta.

Cronista de los años de la Movida, con Alaska, los Secretos, Radio Futura y tantos otros, destaca como algo natural aquella «explosión» surgida tras años de represión y dice que sus artistas asentaron «una manera de componer, de hacer canciones» que aún hoy perdura.

De los últimos años, el periodista destaca a Los Planetas, «que nacieron hace ya más de 20 años y son los más creativos y de mayor éxito entre los jóvenes».

Asimismo, junto a los cien discos esenciales, añade otros 100 a modo de «bonus tracks», con Delorean, La Bien Querida y Triángulo de Amor Bizarro, entre otros, «los artistas que están despuntando», dice.

discos«A lo largo de la historia, lo que ha importado es la canción. Los artistas estaban obligados a editar álbumes, pero lo que el artista ha hecho siempre han sido canciones valiosas», explica al ser preguntado sobre la salud del LP como concepto, en un mercado cada vez más dominado por iTunes, en el que los usuarios pueden descargarse las canciones individualmente.

Frente a esa tendencia, habla del auge de la reedición para coleccionistas de vinilos emblemáticos, «como el sello Muster, que ha editado una veintena de álbumes que coincide con la selección que aparece en el libro».

«La fórmula del éxito en el mundo de la música pop es imposible de predecir», afirma para acabar. En su opinión, aunque Internet y la cantidad ingente de nuevos artistas hacen «muy difícil» que alguien despunte, mantiene la esperanza en el futuro de este estilo, construido a base «de grandes cambios, de grandes sorpresas».