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Torremolinos, la primera en estar a la última

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Fiesta en la discoteca Bossa Nova, en 1968. Foto: guateque.net
Fiesta en la discoteca Bossa Nova, en 1968. Foto: guateque.net

Pocos sitios pueden presumir de haber alojado a personalidades como Frank Sinatra, John Lennon, Ava Gardner, Anthony Quinn, Salvador Dalí, Elton John y Brigitte Bardot, o de haber albergado conciertos de artistas como James Brown, Wilson Pickett y Tom Jones, entre otros maestros.

Lugar de encuentro de celebridades internacionales, el Torremolinos de las décadas de los 1960 y 1970 fue, según declaraciones del presidente de la Asociación de Empresarios de Ocio de Málaga, Manuel Ruiz, el lugar donde «comenzó la noche» en España, y el inicio del destino turístico Costa del Sol.

Ruiz, que regentó la discoteca Cleopatra y trabajó unos años antes en la célebre Barbarela, recuerda esos años como una época «de glamur total», que hacía de Torremolinos un sitio de reunión y residencia de personajes «talentosos» que configuraron un lugar donde se hacían cosas «que no se hacían en otra parte».

De tradición pesquera, el turismo comenzó a llegar a Torremolinos en los años cincuenta, a raíz de las visitas de celebridades a la localidad, quienes solían tener una buena y recomendable experiencia en la localidad, a excepción de Frank Sinatra, que fue detenido tras un altercado en el hotel Pez Espada allá por 1964.

La principal atracción del municipio era la oferta de ocio, un «oasis» de diversión en tiempos de la dictadura de Franco según Ruiz, cuya popularización propició que mucha gente «supiera dónde estaba Torremolinos, pero no España».

Para el empresario, la necesidad de divisas y la publicidad internacional del país que daba Torremolinos fueron la razón para que el Gobierno concediera «un régimen especial» a la localidad, que poco a poco fue atrayendo a turistas procedentes de países como Reino Unido, Estados Unidos, Países Bajos, Suecia y Dinamarca.

Una de las discotecas que marcaron época fue Barbarela, abierta en 1966 como sucursal de otro establecimiento en Palma y situada a la entrada de la localidad, y que en su breve existencia albergó conciertos de James Brown, Wilson Pickett y Tom Jones, además de actuaciones de las estrellas nacionales de entonces.

La popularidad de esta discoteca fue tan alta que un ambulatorio en Málaga es conocido como Barbarela porque su forma redonda recordaba a la del local torremolinense, que cerró solo tres años después de su apertura por cuestiones de «especulación económica», según este empresario.

Otra de las discotecas favoritas de la juventud de entonces era Piper’s, un amplio local con capacidad para más de 1.500 personas que fue una de las discotecas más longevas, pues aunque cambió de nombre varias veces duró hasta 2002, cuando cerró definitivamente por falta de seguridad.

El sitio con el ambiente más moderno de la época era posiblemente Tiffany’s, donde se citaba el colectivo hippy de la ciudad, mientras que Cleopatra era para un público más mayor.

Pero no eran, ni mucho menos, los únicos establecimientos de la localidad, pues si algo había en ese Torremolinos eran locales de ocio, como el Number One, Top 10, Mach-1 o Bossanova.

El regente de Bossanova, José Luis López, recuerda varios visitantes ilustres en su local, entre los que destaca a John Lennon, que hizo una visita a Torremolinos durante el rodaje de la película «Cómo gané la guerra», una etapa recientemente recordada en la película «Vivir es fácil con los ojos cerrados».

Lennon no fue el único «beatle» en acudir a esta discoteca, pues López afirma que su compañero Paul McCartney también pasó por la localidad, al igual que el guitarrista de The Rolling Stones Keith Richards, o la actriz Raquel Welch, visitas que sin embargo no se documentaron con fotografías.

La relación entre los famosos y Torremolinos no se limitó al turismo, sino que algunos llegaron incluso a regentar locales, como Steffano Capriati, padre y entrenador de la tenista estadounidense Jennifer Capriati, que fue socio del local The Scotch Bar.

Quizá parecido a lo que hoy es Ibiza en cuanto a visitas de famosos y oferta nocturna, el Torremolinos de hace medio siglo fue en muchos aspectos pionero, tanto que para Ruiz la noche en España comenzó ahí, e incluso se marcaron las directrices «de todo lo que se ha hecho en el país» posteriormente en el mundo de la noche.

Dylan, el poeta nihilista de instintos suicidas

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"Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana", dice. Sobre sus canciones, que han sido objeto de decenas de sesudos ensayos, análisis y tesis doctorales, Dylan afirma que se las toma "con menos seriedad que cualquier otra persona"
«Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana», dice. Sobre sus canciones, que han sido objeto de decenas de sesudos ensayos, análisis y tesis doctorales, Dylan afirma que se las toma «con menos seriedad que cualquier otra persona»

Bob Dylan pensó en el suicidio y estuvo enganchado a la heroína en su momento de máximo éxito, en la década de los sesenta, según una entrevista del cantante Robert Shelton. «Dejé el consumo de heroína en Nueva York. Estuve muy, muy colgado durante una temporada, realmente muy enganchado y dejé el vicio. Tenía un vicio, tenía un vicio de 25 dólares al día y lo dejé», afirmó en una entrevista grabada en un avión en 1966.

Fue el año en que Dylan había causado una gran controversia, al dejar sus raíces folk para apostar por la música rock, en una gira por Europa en la que estuvo acompañado por un grupo de rockeros que posteriormente se convertirían en The Band. Su concierto en Manchester (Reino Unido), en el marco de esa gira, quedó para la posteridad después de que un miembro de la audiencia increpara a Dylan al grito de «Judas» por dejar atrás su trayectoria de música acústica folk.

Shelton explicó a la BBC que tiene la intención de incluir esta y otras grabaciones inéditas de conversaciones con Dylan en una nueva edición de su libro No Direction Home . El biógrafo autorizó la difusión de parte de esas grabaciones, como la referente al suicidio, en la que se escucha a Dylan decir: «para mi la muerte no es nada. Podría haberlo hecho fácilmente». «Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana», dice. Sobre sus canciones, que han sido objeto de decenas de sesudos ensayos, análisis y tesis doctorales, Dylan afirma que se las toma «con menos seriedad que cualquier otra persona». «Sé que no me van a acercar ni un paso al cielo, que no me van a sacar de la ardiente caldera. Ciertamente no van a alargarme la vida y no van a hacerme feliz. No se puede ser feliz haciendo algo genial y divertido», señala.

Ganador del Nobel de Literatura en 2016 y de un Globo de Oro y un Óscar en 2001 por la canción Things Have Changed, escrita para el filme Wonder Boys , es miembro asimismo del salón de la fama del rock’n’roll. Un expediente de oro para un hombre que tuvo muy claro desde el principio que debía salir de Hibbing, en su gélida Minesota natal, para encontrar la luz en las calles inyectadas de vida del Greenwich Village neoyorquino, donde halló inspiración en la poesía de Dylan Thomas (un habitual en sus gustos junto a Hank Williams y Woody Guthrie) para dar con el nombre que le acompañaría el resto de su vida artística.

Robert Allen Zimmerman, su nombre real, es un símbolo de la contracultura estadounidense desde comienzos de la década de 1960, cuando su encendido repertorio de cantautor encontró acomodo en las proclamas de una sociedad que hervía por la guerra de Vietnam al tiempo que se unía en la lucha por los derechos civiles.

«Mis canciones no son sermones y no considero que haya nada en ellas que diga que soy un portavoz de nada ni de nadie», argumentó, al tratar de restar valor a composiciones míticas como las incendiarias y comprometidas «Like a Rolling Stone», «Blowin’ In The Wind» o «The Times They Are A-Changin». Su carácter huidizo y misterioso le ha granjeado a Dylan fama de genio huraño.

Unas canciones con las que, en su opinión, sólo trataba de plasmar la realidad que veía pasar ante sus ojos como buen artista «folk», cuyas letras siguen vigentes y se pasan de generación en generación.

Es uno de los músicos más influyentes de la historia, capaz de usar las letras para expiar sus propios pecados y convertirlos en prosa adictiva, ya sea a modo de pop, rock, country o folk, mientras deja escapar sus lamentos por esa garganta que pudiera parecer rota por momentos pero siempre acariciada por su inseparable armónica.

Ganador de un Globo de Oro y un Óscar en 2001 por la canción «Things Have Changed», escrita para el filme «Wonder Boys», es miembro asimismo del salón de la fama del rock’n’roll.

Un expediente de oro para un hombre que tuvo muy claro desde el principio que debía salir de Hibbing, en su gélida Minnesota natal, para encontrar la luz en las calles inyectadas de vida del Greenwich Village neoyorquino, donde halló inspiración en la poesía de Dylan Thomas (un habitual en sus gustos junto a Hank Williams y Woody Guthrie) para dar con el nombre que le acompañaría el resto de su vida artística.

A su primer disco, «Bob Dylan» (1962), le siguieron otros como los imprescindibles «The Freewheelin’ Bob Dylan» (1963), «The Times They Are a-Changin» (1964), «Another Side of Bob Dylan» (1964), «Highway 61 Revisited» (1965) o «Blonde on Blonde» (1966), que contenían himnos clásicos de protesta política.

Era la primera fase de su época más brillante, continuada con obras más líricas y eléctricas como «New Morning» (1970), «Pat Garrett & Billy the Kid» (1973), «Desire» (1975) -donde aparecía la inolvidable «Hurricane»- o «Blood on the Tracks» (1975), antes de caer en un bache creativo especialmente notable en la década de 1990, su peor etapa en cuanto a ventas.

De ese bajón logró salir con trabajos tan triunfantes como «Time Out of Mind» (1997) y especialmente, ya en el nuevo siglo, con «Modern Times» (2006).

Son casi seis décadas sobre los escenarios, incluidos los que pisó en China, para una trayectoria que vivió un importante punto y aparte en 1966, cuando sufrió un grave accidente de moto que le llevó a recluirse de la fama y la presión, alejándose de los escenarios mientras pasaba más tiempo con su familia. Es precisamente en esa época cuando Bob Dylan pensó en el suicidio y estuvo enganchado a la heroína en su momento de máximo éxito.

Dylan se casó en dos ocasiones: en 1965 con Sara Lownds (de quien se divorció en 1977), con la que tuvo cuatro hijos (incluido Jakob, vocalista de «The Wallflowers), y con Carolynn Dennis en 1986 (se divorciaron seis años después), con quien tuvo una hija más.

El terciopelo que emanó de las alcantarillas

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En una fotografía de 1965, un bisoño Lou Reed de aire melancólico toca en el neoyorquino Café Bizarre sin saber que, poco después, la asistencia de Andy Warhol a uno de esos conciertos marcaría el futuro de la banda.

Por entonces, Reed era tan solo un estudiante de literatura inadaptado y con hambre de rock and roll, que había sido sometido a terapia de electrochoque por sus padres para «curar» sus tendencias homosexuales y su apetito por los estupefacientes.

Mientras tanto, Warhol, a sus treinta y siete años, ascendía como el incipiente príncipe del arte pop, y ensayaba ya la idea del «arte total» en su taller de Nueva York conocido como «The Factory», donde reunía en torno a fiestas y orgías a una fauna ecléctica que trataba de propulsar al estrellato.

Seducido por los ritmos sombríos e hipnóticos de The Velvet Underground, el cuarteto compuesto entonces por Lou Reed, John Cale, Maureen Tucker y Sterling Morrison, Warhol se convirtió en su manager y marcó con su sello los inicios de la banda, destinada a convertirse en una de las más relevantes del rock.

Eran los años de la generación beat, la lucha por los derechos civiles y la experimentación a todos los niveles.

El neoyorquino barrio de Greenwich Village se convirtió en el refugio de músicos experimentales, directores de cine «underground» y poetas transgresores que desafiaban el consumismo y las convenciones sociales que encarnaba la América oficial.

Un ambiente tan rompedor como marginal que reflejan imágenes, carteles, revistas, cartas, carátulas de álbumes, vídeos -algunos creados específicamente para la ocasión- y sobre todo, mucha música, y del que se nutrió el sonido de The Velvet Underground.

En esa atmósfera se produjo el encuentro improbable entre el galés John Cale, con formación de música clásica, y el rebelde Reed, que solo compartían su fascinación por el rock y las experiencias extremas. Sus relaciones siempre fueron muy tensas, ya que ambos competían por liderar la banda.

Luego llegarían Sterling Morrison, que aportaría la base rítmica, y Maureen Tucker, que añadió un distintivo sonido tribal.

Otros personajes, menores, contribuyeron a moldear la banda, como Angus McLise, excéntrico primer batería del grupo que rechazó plegarse a los límites de tiempo de los recitales o recibir compensación económica por ellos.

También La Monte Young, cuya colaboración con Cale influyó de forma decisiva la identidad musical del grupo, y figuras cercanas a Warhol como la modelo Eddie Segwick, que inspiró el tema «Femme Fatale», y la musa transexual Candy Darling, a quién Reed dedicó «Candy Says».

De la mano de Warhol, The Velvet Underground participó en el espectáculo concebido por el artista «Exploding Plastic Inevitable», que combinaba música, danza y cine, y lanzó su primer álbum, «The Velvet Undeground & Nico» ilustrado con una warholiana banana.

Ante la insistencia de Warhol el grupo aceptó con muchas reticencias la colaboración de Nico en ese proyecto, a cambio de la notoriedad que esperaban lograr bajo el ala del artista.

Sin embargo, el disco, aunque está considerado como el más influyente de la historia por la publicación «Rolling Stone», fue un fracaso comercial con solo 30.000 copias vendidas en cinco años.

Reivindicado por artistas como David Bowie o Brian Eno, el impacto de The Velvet Underground en las generaciones posteriores de artistas se explica por .a libertad que respiran las letras de Reed y los acordes de Cale, que han convertido a sus obras en un pasaje obligado para muchos músicos.

En 1968, la formación lanza ya sin Nico su segundo disco: «White Light/White Heat», más oscuro y difícil que el anterior y el último que contará con John Cale.

El galés fue sustituido por Doug Yule, lo que marcará el inicio de una etapa de la banda más «musical» y «accesible», que comprende el tercer y cuarto álbumes, «The Velvet Underground» y «Loaded», este último con títulos emblemáticos como «Sweet Jane» y «Rock ‘n’ Roll».

Pet Sounds, la cúspide del Mozart californiano

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Brian Wilson, en permanente flirteo con la genialidad y el precipicio durante su cénit creativo
Brian Wilson, en permanente flirteo con la genialidad y el precipicio durante su cénit creativo

Hace 50 años unos chicos californianos tocaron el cielo del pop. Se llamaban The Beach Boys y su asombroso disco «Pet Sounds» coronó a Brian Wilson, el alma creativa y corazón del grupo, como un rey tímido del pop y como uno de los talentos musicales más puros que dio el siglo XX.

Con «Pet Sounds», editado el 16 de mayo de 1966, Wilson dejó de lado el tono juvenil y jovial de los primeros The Beach Boys y dio forma a un LP mucho más maduro, ambicioso y consistente de principio a fin contra el que sólo los más inspirados The Beatles podían plantear alguna objeción.

Los inicios de The Beach Boys se sitúan a comienzos de los años 60 en la ciudad californiana de Hawthorne, donde empezaron a tocar juntos los tres hermanos Wilson (Brian, Dennis y Carl), su primo Mike Love y Al Jardine.

Durante la primera mitad de la década, The Beach Boys fueron un fenómeno de masas. Su pop vitalista, con fantásticos estribillos y toque sexy, en su justa medida, triunfó con éxitos como «Surfin’ U.S.A.», «Barbara Ann» y «I Get Around».

The Beach Boys eran ideales, sonrientes y vendían una promesa irresistible: la existencia de un verano eterno, de una California idílica de romances en la playa, fiestas de surferos y placer juvenil donde no se ponía el sol.

Pero todo esto no era suficiente para Brian Wilson, un tipo inquieto, frágil e inestable, que en su cabeza encerraba la materia prima que sólo tienen los visionarios. Tras un ataque de pánico en un avión, Wilson dejó de girar con The Beach Boys y se encerró en el estudio.

«Catch a Wave», la biografía del grupo escrita por Peter Ames Carlin (2006), relata un instante fundamental en la gestación de «Pet Sounds»: la primera vez que Wilson escuchó «Rubber Soul» (1965) de The Beatles.

«¡Un álbum completo sólo con buen material!», exclamó. Frente a singles individuales o discos con canciones de relleno, los cuatro de Liverpool habían elaborado un trabajo coherente y magnífico de principio a fin, justo lo que ansiaba Wilson.

«Marilyn -dijo a su mujer-, voy a hacer el mejor disco, el mejor disco de rock que jamás se ha hecho».

En enero de 1966 entró al estudio rodeado de músicos de sesión. La película «Love & Mercy» (2014), con un excelente Paul Dano como Wilson, retrata el ambiente de grabación de «Pet Sounds», la cima de una mente creativa en ebullición que, más allá de guitarras y teclados, quería usar violines, vientos, percusión de todo tipo, un «theremin» y hasta ladridos de perros y timbres de bicicletas.

El resultado fue una joya de pop sofisticado, una maravilla melódica que combinaba una orquesta multicolor, camino ya de la psicodelia, con las siempre pluscuamperfectas armonías vocales de The Beach Boys.

Frente al verano radiante de sus comienzos, «Pet Sounds» era un disco melancólico, adulto, agridulce. The Beach Boys ya no ponían música a las olas y el sol, sino que capturaban el sonido del atardecer, cuando se apagan las hogueras de la fiesta, se calla la música y los sueños ya no son lo que parecían durante el día.

También las letras crecieron. La espléndida «Wouldn’t It Be Nice», que daba comienzo al disco, dibujaba a una pareja suspirando por casarse y vivir juntos; «I’m Waiting For The Day», cuya música podía ser la más alegre del mundo, contaba la desoladora historia de una chica que acaba de romper con su pareja y de otro chico dispuesto a esperarla hasta «el día que pudiera volver a amar».

La calidad de «Pet Sounds» no bajaba ni un segundo y cada tema superaba al anterior. «Sloop John B» o «Here Today» eran auténticas cumbres del pop, pero fue la romántica y lírica «God Only Knows», una obra maestra para la posteridad, la que resumió todos los logros de un disco insuperable.

Brian Wilson revisita por última vez Pet sounds en 2016
Brian Wilson revisita por última vez Pet sounds en 2016

Los críticos aplaudieron a «Pet Sounds», pero el disco no se vendió bien en Estados Unidos. Tuvo más éxito en Reino Unido y The Beatles reconocieron sin excusas su influencia en «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» (1967).

Wilson sabía cuál era el camino a seguir y poco después compuso «Good Vibrations», otro single impresionante y que iba a preceder al disco definitivo de The Beach Boys, «Smile».

Entonces Wilson se sumió en el abismo. Problemas mentales y depresiones, adicciones a las drogas y una grabación interminable provocaron la cancelación de «Smile», que se convirtió en un disco maldito, y el comienzo del declive de The Beach Boys, justo cuando la contracultura anticipaba excitantes emociones musicales.

Cincuenta años después, Brian Wilson se encuentra de gira por todo el mundo tocando «Pet Sounds» de principio a fin «por última vez», la mejor despedida para la más preciada obra de un genio insólito e inigualable.

The Beatles, 77 D.K (77 días Después de Kennedy)

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En la imagen, una fan de 'The Fab four' en patente éxtasis
En la imagen, una fan de ‘The Fab Four’ en patente éxtasis

El cuarteto de Liverpool aterrizó en Nueva York a la 1,20 de la tarde un 7 de febrero de 1964. Allí los esperaban alrededor de 4.000 enardecidos admiradores, 200 periodistas y más de 100 policías.

«Fue como si un gran pulpo con tentáculos estuviese atrapando el avión y atrayéndonos hacia el suelo en Nueva York. Fue un sueño», recordó Ringo Starr, uno de los dos Beatles vivos, en el documental «The Beatles Anthology» (Antología de The Beatles).

El famoso escritor Tom Wolfe, que estaba cubriendo su llegada para el diario New York Herald Tribune, relató entonces cómo «algunas de las chicas intentaron saltar por encima de un muro de contención».

Dos días más tarde, el 9 de febrero, el cuarteto apareció en el programa de televisión The Ed Sullivan Show, de la cadena de televisión CBS, donde interpretó cinco temas en directo, entre ellos «I Want To Hold Your Hand» y «She Loves You».

Fue un momento histórico con más de 73 millones de telespectadores, calificado por la empresa de medición de audiencias Nielsen como el programa de televisión más visto de la historia.

Y el 11 de febrero llegaron en tren a la capital estadounidense, donde celebraron su primer concierto en Estados Unidos, que según algunos fue un ensayo para su debut en el Carnegie Hall de Nueva York un día más tarde.

«Hacía mucho frío aquel día. Había entre 20 y 25 centímetros de nieve» y tuvieron que viajar en tren de Nueva York a Washington en lugar de en avión como tenían previsto, explica Rebecca Miller, directora ejecutiva del DC Preservation League, que se encarga de la conservación de edificios históricos.

John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr se desplazaron en limusina desde la estación de tren de Washington al Uline Arena, un recinto de deportes y espectáculos que en su día acogió un concierto conmemorativo.

El hotel Omni Shoreham, en el que se alojó el grupo durante su estancia en Washington, suele celebrar una fiesta en honor de The Beatles cada 10 de febrero en la que, según la invitación, se sirven cócteles y aperitivos «que hubieran merecido la aprobación de John, Paul, George y Ringo».

Nueva York tampoco escatima esfuerzos para honrar la memoria de un grupo que cambió la cultura pop y ayudó a levantar el ánimo de los estadounidenses tan solo 77 días después del asesinato del presidente John F. Kennedy.

«Existía preocupación sobre la escalada de la guerra en Vietnam y el movimiento de los derechos civiles. La inflación era alta. Había tensión», recuerda en declaraciones al rotativo neoyorquino Daily News Larry Kane, el único periodista que viajó con la banda durante su gira del 64.

«Cuando The Beatles llegaron (a Nueva York) en febrero ayudaron a distraer a todo el mundo de todas esas (preocupaciones)», aseguró Kane.

El último tributo en el que intervinieron Ringo Starr («Yellow Submarine») y Paul McCartney, quien entonó canciones como «Magical mystery tour», contó también con la presencia de Katy Perry, Pharrell Williams y Eurythmics y versiones de más de dos docenas de canciones de la célebre banda.