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Punk en el muro de sonido

La grabación en 1979 del disco más vendido del grupo Ramones, «End of the Century», bajo la producción del volátil y visceral Phil Spector, fue resultado de un explosivo proceso no exento de mitos y cuya historia sube al escenario del Broadway Playhouse de Chicago.
«Me gustó la idea de esta banda, que solía pasar unas dos semanas en grabar un álbum, trabajando con el productor más exigente de todos los tiempos, que suele pasar dos semanas en una sola canción», explica el actor John Ross Bowie, escritor de la obra «Four Chords and a Gun» («Cuatro acordes y un arma»).
La puesta retrata los entretelones de la grabación del quinto disco de estudio de la banda e íconos del movimiento punk en EE.UU., un proceso que involucró manipulación, luchas violentas y un amargo triángulo amoroso, en un montaje que, aunque incluye un minirecital de 20 minutos con canciones de los Ramones, no es un musical al uso.
«Four Chords and a Gun» se centra en un momento y lugar muy específico, el cual ofrece un terreno fértil para el drama y muestra «cuánto trabajo supone una obra de arte», recalca el dramaturgo.
John Ross Bowie es conocido por encarnar a Barry Kripke, un personaje recurrente en la serie «The Bing Bang Theory», un hito de la televisión y protagonizada por personajes en los márgenes, «que habrían estado en la periferia de otros programas» pero que en el show se declaraban a sí mismos «nerds».
En los Ramones, señala, hay también algo «muy dulce y simplista».
«Están estos cuatro tipos duros, con su postura de delincuente juvenil, cuando en realidad el único delincuente genuino era (el guitarrista) Johnny. Los otros eran un poco dulces», unos jóvenes de Queens que solo querían vivir su juventud y «destilarla en su sentido más puro», explica Bowie.
Los Ramones eran conocidos por su estética cruda, mientras que Spector se hizo famoso por su técnica llamada «muro de sonido», exuberante y densa. Aun así, ambas partes conectaron.
«A pesar de las variadas diferencias en el enfoque sonoro, todo se reduce a la composición. La artesanía que lleva una canción pop de dos minutos y medio», explica Bowie.
«Una de las cosas que hizo a Los Ramones innovadores y revolucionarios, paradójicamente, fue el pie que mantuvieron en el pasado. Llevaban el rock and roll a una pureza que había desaparecido en los años 1970. Creo que Phil Spector vio eso», señala el dramaturgo.
El carácter volátil de Spector convirtió las sesiones de grabación en un infierno y es conocido el rumor de que el productor llegó a apuntar con un arma al guitarrista Johnny Ramone para que tocara un acorde, una amenaza que se rumora repitió con otros artistas como John Lennon, Leonard Cohen y la cantante del grupo Blondie, Debbie Harry.
«Como muchos abusadores, (Phil Spector) es increíblemente encantador. Adula a las personas que está tratando de aislar, para que pueda tratarlas como quiera en otros momentos», explica Bowie. «Es un comportamiento abusivo clásico», agrega.
Las historias de las tendencias del famoso productor, que en la actualidad cumple una condena por el asesinato de la actriz Lana Clarkson en 2003, han proliferado en los medios y sin ir más lejos su exesposa, la cantante Ronnie Spector, ha hablado con franqueza sobre el aislamiento y abusos que sufrió durante su matrimonio.
La obra examina además las tensas dinámicas entre sus integrantes. Mientras grababan «End of the Century», el cantante Joey Ramone pasó un periodo vulnerable ya que su novia, Linda Daniele, lo dejó y luego se casó con Johnny Ramone.
Mientras que detrás de la figura de Spector está la reflexión en torno a grandes artistas que afrontan acusaciones por abuso.
«Es difícil decir esto sin que parezca que estoy excusando lo que es un comportamiento absolutamente, cien por cien abusivo, pero me encanta ese álbum,» admite Bowie, quien resalta del disco las letras sinceras y directas.
«Hay algo increíblemente accesible sobre tres o cuatro acordes muy fuertes», admite el autor, y un fan confeso del grupo.
Los años gañanes del punk

De la misma manera que se apunta al 23 de abril de 1976 como el día de la explosión punk con la llegada a las tiendas del disco debut de los Ramones, se puede perfectamente considerar el 6 de agosto de 1996 como el momento exacto en el que todo acabó cuando Joey, Johnny, Marky y CJ apagaron sus amplificadores y solo un leve zumbido quedó fluyendo en el vacío Hollywood Palace de L.A.
Se había acabado, sin más, después de 22 agotadores años de entrega total con un total de 2.263 conciertos, según las propias notas del obsesivo y marcial guitarrista Johnny Ramone (fallecido en 2004). Había llegado el momento por diversos motivos: la banda estaba quemada tras dos décadas de batalla contra el mundo, las relaciones entre ellos no eran buenas, el vocalista Joey estaba ya enfermo (falleció en 2001) y Johnny tenía «suficiente dinero para vivir sin trabajar».
«La actuación fue la número 2.263. Estaba feliz de retirarme y de haber conseguido lo que hacía tantos años me había propuesto: tener dinero suficiente para vivir sin trabajar. Y pude vivir de los derechos de autor prácticamente sin tocar mis ahorros. Llegamos a ser más famosos tras nuestro retiro de lo que jamás pude imaginar», apunta el guitarrista en su autobiografía ‘Commando’.
Así que allí se plantó el cuarteto después de una exitosa y lucrativa gira por estadios sudamericanos en la que constataron que al fin eran reconocidos y disfrutaban del éxito. Quizás internamente, aunque no lo supieran realmente, eso también les llevó a parar la maquinaria, pues después de tanto tiempo siendo los bichos raros, habían conseguido ser iconos vivientes del punk rock y disfrutar de su merecido estatus.
Sencillamente sucedió, eso también, que hay que ser muy honesto con uno mismo para saber cuando algo se ha acabado. Y si ha habido un grupo que pueda presumir de honestidad, esos son los Ramones. «Tal vez debería haber una edad de jubilación forzosa en el rock y seguramente yo ya la había superado a los 47 cuando me retiré», reflexiona Johnny en ‘Commando’ antes de añadir: «Nunca en los noventa vi un grupo que me hiciera pensar que eran mejores que nosotros, y eso que tocábamos con buenas bandas».
Llegados a ese punto, el concierto de despedida se programó para el 6 de agosto de 1996 en el Hollywood Palace y contó con un puñado de amigos cercanos de la banda como Eddie Vedder de Pearl Jam, Chris Cornell y Ben Shepherd de Soundgarden, Lemmy de Motörhead (fallecido en 2015) y Tim Armstrong y Lars Frederiksen de Rancid. También invitaron al bajista original, Dee Dee (fallecido en 2002), que se olvidó la letra del tema ‘Love Kills’. Todo quedó registrado para la posteridad en el directo muy apropiadamente titulado ‘We’re Outta Here!’
«El concierto se filmó, lo que ya fue un problema por la presión que imponía para que subieran al escenario a tocar con nosotros algunos de nuestros invitados. Así que tuve que preocuparme de todo. Así que terminó como siempre, conmigo haciendo un montón de cosas», escribe de nuevo Johnny Ramone en sus memorias, en las que como puede apreciarse no pierde su habitual mano dura.
Una vez la música dejó de atronar y el público abandonó el lugar, los músicos hicieron lo mismo sin aspavientos, sin dramas… sin decirse ni adiós. Lo cuenta el baterista Marky en su propia autobiografía: «En el camerino no hubo adioses ni palmadas en la espalda. Estábamos a lo nuestro. Había demasiado que decir y ningún motivo para intentarlo. Me pareció que terminar con un buen concierto, sólido y profesional, era algo muy Ramones. Tocar para un aforo intermedio era muy Ramones. Hacer lo que nos gustaba entre amigos, sin ponernos dramáticos ni cursis, era muy Ramones».
Todos los integrantes del grupo hablaron sobre sus sentimientos años después en el libro ‘En la carretera con los Ramones’, concebido por Monte A. Melnick, quien fuera su road manager, asistente y prácticamente niñera. «Eso fue todo. Se había acabado. No me despedí de nadie. Quería salir de allí. Me largué, me compré un helado, volví al hotel y me puse a ver la tele», recuerda Marky.
En ese mismo libro, Johnny asegura que «es muy extraño saber que nunca vas a sentir de nuevo lo que es tocar en un escenario». «Pero es preferible dejarlo antes que subir y no ser capaz de hacerlo en el nivel que los fans esperan», destaca el guitarrista, quien agrega: «Y eso fue todo. Toqué y me las piré. No sentí mucho. Llevaba 22 años haciéndolo. De haber quedado algo más por hacer, lo habría hecho».
Por su parte, Joey reconoce en el libro de Melnick que tuvo «emociones encontradas al respecto» del fin del grupo, pues «aquello era lo que había estado haciendo durante más de veinte años», mientras que el bajista CJ señala que «el modo en que acabó, largándose todo el mundo al final de la noche, fue bastante apropiado». «Yo ni siquiera me despedí de nadie», rememora.
De nuevo toma la palabra Johnny en su autobiografía: «Tras el último acorde de la versión de ‘Any way you want it’ de Dave Clark Five, y de marcharme del Palace aquella noche, no acababa de creerme que se había acabado. No estaba seguro de que no volviéramos a tocar de nuevo pero no les dije nada a los muchachos y me fui, como había sido siempre en mi vida».
«Trataba de no sentir nada y la ira que siempre llevaba conmigo se había vuelto un afinado tono de diapasón muy próximo a la calma. Estaba listo para el resto de mi vida, aunque lógicamente sí tenía cierto sentimiento de pérdida, aunque entonces no quisiera admitirlo», añade el guitarrista, quien admite también que de alguna manera pensaba que la historia de Ramones no había acabado definitivamente.
Desvela también Johnny, por si alguien tenía alguna duda, que las rencillas internas también tuvieron que ver con el fin de la banda. «Pensaba que a los fans no les haría ninguna gracia saber que los de su banda favorita se despreciaban entre sí. Quieren creer que somos amigos, pero eso es solo cara a la galería», subraya en ‘Commando’.
En cualquier caso, tras esta última actuación en el Hollywood Palace les hicieron una gran oferta para volver a Sudamérica para dar algunos conciertos de despedida por más dinero del que jamás habrían imaginado, con lo que la opción de seguir un poco más estuvo realmente sobre la mesa. Pero Joey dijo que estaba cansado y se generó la disputa final. «Si no tocamos ahora, no vuelvo a tocar nunca más», sentenció Johnny. Y así fue. Así de ‘ramoniano’ fue el desenlace.
Punk primigenio en tierra de incas

El documental Saicomanía aborda los mitos y leyendas que rodean a ‘Los Saicos’, grupo cuya fulgurante trayectoria en la Lima de 1965 ha mantenido durante décadas una pregunta: ¿Realmente el primer grupo punk es peruano?
Antes de que los MC5 de Detroit grabaran su primer sencillo y de que James Newell se convirtiera en Iggy Pop, cantante y líder de ‘The Stooges’, cuatro jóvenes hacían temblar los teatros de Lima en las matinales de los domingos al ritmo de canciones como Demolición, Cementerio, Fugitivo de Alcatráz o Salvaje. Pero, ¿por qué este grupo, con un sonido directo, espontáneo y adelantado a su tiempo fue olvidado al poco de disolverse y ha pasado desapercibido para la historia de la música mundial?
Hector Chávez, director de Saicomanía, tuvo su primer contacto con el grupo cuando en una tienda de vinilos del centro de Lima el vendedor le ofreció un antiguo sencillo de una banda peruana al exagerado precio de 100 soles (39 dólares o 28 euros). Por supuesto, se trataba de ‘Los Saicos’. La novedad impulsó a Chávez a interesarse por aquel grupo para descubrir más tarde que aquellos cuatro peruanos eran todo un fenómeno entre los coleccionistas. De esto surge la idea del documental, un proyecto «autofinanciado» que le ha llevado a entrevistar a personajes que van desde Adam Renshaw, fundador y director de la revista «Punk» al propio Iggy Pop.
Trayectoria fulgurante
El origen del grupo se remonta a 1964, cuando Pacho Guevara, Edwin Flores, Rolando Carpio y César Castrillón decidieron en el barrio limeño de Lince, donde hoy existe una placa para celebrar aquella decisión, que la mejor forma de divertirse y conocer chicas era crear un grupo de rock.
«Nosotros nunca intentamos proyectarnos, hacer algo nuevo. Nosotros hacíamos lo que sentíamos, sin ninguna intención futura», señala Pancho Guevara, batería de ‘Los Saicos’.
La trayectoria del grupo fue tan fulgurante como breve. Fue terminar su primer concierto, bajar del escenario y recibir ofertas para tocar en televisión y grabar su primer sencillo. Sin embargo, algo más de un año y seis discos después, la banda se disolvía, justo en el momento en que aparecían ofertas para tocar en Argentina y México. Los integrantes del grupo decidieron que ya era hora de terminar la universidad y comenzar a trabajar. Tuvieron que pasar 30 años y una cinta de casete fue todo lo necesario para que finalmente el grupo fuera escuchado lejos de Perú.
Cuenta Guevara que a finales de los años 90 alguien llevó una cinta del grupo a Radio Nacional de España, donde programaron una de las canciones. El éxito fue tan grande que poco tiempo después se editaba en ese país una recopilación de todos sus discos. «No me lo explico, no tengo forma de explicármelo, pero me parece asombroso lo que ha ocurrido», asegura entre risas Guevara.
‘Demolición’ como himno
El músico Gonzalo Alcalde, uno de los mayores expertos en la obra de ‘Los Saicos’, explicó que la reivindicación del grupo en Perú data de la escena punk de los años 80, cuando Demolición pasó a convertirse en himno y el grupo reclamado como el primero punk (o «protopunk») de la historia.
«En Perú hubo mucho rollo en los años 80 de reivindicar esa canción porque se vio en ella un tema revolucionario», recuerda Alcalde, pero el músico lo considera un error, ya que el grupo carecía de toda intención política. En su opinión, para los integrantes del grupo «era algo adolescente, divertirse y mandar el mundo a la mierda. Pero eso, los hace aún más sorprendentes, un grupo que escuchaba la música más normal de entonces, Elvis, ‘The Beatles’, y que sin embargo logró hacer algo tan salvaje y particular».
Chávez coincide: «Lo del año es crucial, importantísimo, si hablamos de ‘Los Saicos’ es por eso, si la música la hubieran hecho a finales de los 60 no estaríamos conversando ahora».
Para Alcalde, calificar al grupo de precursores de la música punk es «una tontería», ya que a pesar de su particular sonido es imposible que llegaran a influir a otros grupos por la sencilla razón de que «nadie los conoció entonces fuera de Perú». Sin embargo, hoy en día su «long play» es una pieza de colección, fueron el primer grupo de Latinoamérica en grabar sólo temas propios y en castellano y las entradas para la presentación del documental en Lima se vendieron en 20 minutos. Quizá no iniciaron el punk, pero para Chávez y Alcalde, ‘Los Saicos’ son el grupo más importante de la historia del rock peruano.
Ellas y el Rock

El rock es un terreno en el que la figura masculina siempre ha copado los principales titulares. Es habitual que, a la hora de enumerar a las grandes leyendas del género, aparezcan nombres como los de David Bowie, Jimi Hendrix, John Lennon o Elvis Presley.
Pero la historia del rock también está construida y cimentada en el esfuerzo y la genialidad de muchas mujeres: desde pioneras como Bessie Smith, Big Mama Thornton o Wanda Jackson, pasando por figuras como Janis Joplin, Aretha Franklin o Chrissie Hynde hasta la actualidad, con nombres como Beth Ditto o virtuosas de la guitarra como Anna Calvi o Susan Tedeschi.
Todas estas rockeras –y muchas más- tienen cabida en el libro Mujeres del rock: su historia (Redbook Ediciones, 400 páginas, 24,90 euros), una obra de la periodista especializada Anabel Vélez que pretende poner en valor la trayectoria de estas artistas y a la vez acabar con el estereotipo de que las mujeres no ‘rockean’.
Una mirada en femenino
La primera reivindicación de Vélez pasa por el hecho de que el propio periodismo musical es un territorio copado por hombres. Por eso se propone acabar con estos tópicos: “Ojalá un día no tengamos que poner de manifiesto el importante papel de la mujer no solo en la música o el rock, sino en todos los ámbitos de la sociedad”, asegura la autora en la introducción del libro.
Más allá del carácter reivindicativo, el libro es un repaso (casi) exhaustivo a todos los nombres femeninos que han tenido relevancia en la historia del rock, ya sea en solitario o como parte de un grupo. La obra se divide en once capítulos que, de forma cronológica, van contando la historia del rock –y de géneros ‘hermanos’ como el blues, el jazz o el country- desde una perspectiva exclusivamente femenina.
Así, el primer capítulo arranca en los años 20, con las primeras grabaciones de blues a cargo de mujeres como Mammie Smith, Ma Rainey, Memphis Minnie –la primera gran guitarrista-, Billie Holiday –la gran dama del jazz- o Ella Fitzgerald.
De ahí pasa a los primeros pasos del rock and roll y el country, con nombres como Sister Rosetta Tharpe, Big Mama Thornton, Etta James o Wanda Jackson.
El fenómeno de los ‘girl group’
El tercer capítulo está dedicado a uno de los hitos de la mujer en la música rock: los ‘girl groups’ de finales de los 50 y principios de los 60, un auténtico fenómeno musical en el que “las mujeres llevaban la voz cantante y consiguieron conectar con un público adolescente”.
Imposible no recordar a The Shirelles, The Bobettes, The Shangri-Las, The Ronettes, The Crystals, Martha Reeves & The Vandellas y, por supuesto, a The Supremes, grupo con el que la fórmula alcanzó casi la perfección.
Los conciencia social de los 60 tocó de lleno a la música rock y la época vio nacer otro tipo de artista, más comprometida con la situación política y los derechos civiles: Dusty Springfield, Joan Baez, Aretha Franklin o Nina Simone son grandes figuras de la época, antecesoras de otra generación de mujeres que en los años siguientes hicieron de la rebeldía su seña de identidad: Janis Joplin, Grace Slick (Jefferson Airplane), Steve Nicks y Christine McVie (Fleetwood Mac) o Rickie Lee Jones.
El libro también dedica capítulos al rock duro (Runaways, Pat Benatar, Girlschool, Vixen…), el punk (Patti Smith, Chrissie Hynde y sus Pretenders, Blondie…), el rock alternativo (Kim Gordon, de Sonic Youth, L7, Babes in Toyland, Hole…) y el underground (Yoko Ono, Kate Bush, Tori Amos).
Rock en castellano
Además, dedica un capítulo al rock en castellano, destacando estrellas de ambos lados del Atlántico: Alaska, Luz Casal, Dover, Gloria Trevi o Alejandra Guzmán.
De cada una de ellas, Anabel Vélez realiza un breve boceto de su carrera musical, orientado sobre todo a fijar la importancia de todas estas mujeres en la evolución de la música rock.
El resultado es una obra fundamental para comprender y poner en valor el papel de la mujer en el rock & roll, para dejar caer estereotipos y poder comprender que, sin la aportación de muchas de ellas, el género no tendría la relevancia actual. Lo importante es que, como asegura la autora, «algún día estos libros sean una pura anécdota».
Vómito en el país de ‘Su Graciosa Majestad’

Significativo resulta que la manipulación que en los primeros 60 hizo de los Rolling su manager Andrew Loog Oldham, se repitiera después con el montaje comercial de Malcolm McLaren con Sex Pistols, emblema punk de finales de los 70. Así se comprueba en England’s Dreaming. Los Sex Pistols y el punk rock, minucioso examen del británico Jon Savage. Disección sociológica, ideológica, político-económica de Inglaterra en la era Thatcher. Con fotos de protagonistas de aquellos espídicos años, más carteles, fanzines, portadas…
Con muchas entrevistas que detallan lo sucedido en Londres, Inglaterra y USA. Sólo un británico es capaz de marcarse 813 páginas sobre un grupo de garrulos y sus amigos, lo que la mayoría de la humanidad considerará una vulgar anécdota. Pero England’s Dreaming interesará a quien quiera conocer las tripas de una Inglaterra que de tanto mirarse su propio ombligo ha conseguido exportarlo en forma de discos, merchandising, películas, o en este caso libros, sobre su siempre descolocada y airada juventud.
Clarividente es comparar el desparpajo de Johnny Rotten y colegas contra los padres del rock británico, una suerte de freudiana obsesión de amor y odio. Quien seguramente se quedó más con el culo al aire fue el Clash Joe Strummer, disfrazado de punk o cockney, que años después reconoció antes de morir que siempre había sido un hippy.
Los paralelismos son obvios entre «padres» e «hijos». A Keith Richards ya le escupían en 1964, en Blackpool, gamberros escoceses a quienes se enfrentó. El propio Jagger anunció en el mismísimo 1977, «la próxima gran revolución musical saldrá de la nada y arrasará con todo. Será tan nuevo, inesperado y chocante como lo éramos nosotros».
Rotten lo pillo al vuelo: «Grupos como los Stones son repugnantes». Y añadió Sid Vicious: «No me mearía encima de Keith Richards si estuviera ardiendo». ¿Y qué dijo Keith? «El punk poseía cierto espíritu, pero musicalmente no ofrecía nada nuevo. Era más importante vomitar encima de alguien. Eso también lo heredaron de nosotros. Así que déjame en paz, mejora lo que yo he hecho, provócame».
Tupelo Bound, el largo y polvoriento camino

En tiempos de incienso y peppermint, una barriada malagueña fue bautizada en honor del ministro franquista José Antonio Girón. En uno de los habitáculos de aquel núcleo de civilización se fraguó, entre el inagotable jolgorio de aquellos que jalean a la juventud, una etiqueta sórdida, la marca a fuego hiriente sobre un astado que rompe la baraja, levanta la pata y orina apuntando al maestro de faena. No, esta no es una historia de tauromaquia, ni un cuento sobre señores que huelen a Pachuli. Es una parábola sobre el atavismo y la bonhomía en la música, concretamente en esa manifestación que se dio a conocer como Blues y de la que han emanado rabiosos ritmos de actualidad y huidas más allá de la puerta verde.
Tres hombres encerrados en una pequeña habitación. Paco Báez, con los bolsillos llenos de pasión; Don Francisco de todos los aullidos; un cantante de voz de esparto; rasca, rasca, que sangrarás. Báez fue lead singer en The Blackberry Clouds. Sus desgarros iniciales evocaban a Ian Gilland, pero pronto le llamó el olor de la fosa séptica. Nada de saneamientos, directo al pozo ciego. No se sabe si por una genética ubicada en las profundidades de Granada o porque, simplemente, la futilidad del inexacto destino a todos nos envuelve, acabó por sentenciar por derecho en las mazmorras que recuerdan que una vez hubo invidentes en el Blues y cojos en el Flamenco.
Max Fernández procesionaba interiormente sus apetencias musicales, que navegaban desde el Rock sin ropa interior hacia el hiptótico vaivén de la Fiesta de los Verdiales, así como el ectoplásmico ‘quejío’ de Manuel Vallejo. Tuvo la suerte de aprehender de su hermana los doce pulgadas de la vanguardia musical de los primeros ochenta del pasado siglo. Han pasado casi 40 años de aquellas lisergias, más o menos el tiempo en que agotan su vida los más afortunados pululantes de Sierra Leona. En la pócima de Max entraron The Cure, Bauhaus, el balido de Chiswick Records y el Rock and Roll acelerado de los Sex Pistols. Algunos llamaron a estos últimos adalides del Punk, un cliché que alivió el tránsito hacia el adocenamiento de sus impostores y llenó de burbujas a toda una generación, dotando a la guitarra de Fernández del furor y el delirio derivados de tamaña mescolanza.
El tercer hombre en aquel instante era el baquetista y nada ‘baguettista’, Antonio J. Martín, un batería de manantial progresivo que se había impregnado del loco mundo psiquedélico. La pregunta del cónclave no fue encaminada hacia los discos que cualquiera de ellos hubiese escuchado en el fin de los tiempos, pero casi. Así que la talla 38 fue calzada por un pie del 40. Porque de Nick Cave a Charlie Patton dista un paso hacia atrás. Y de The Beasts of Bourbon a Juan Breva hay un fox-trot.
Y el triunvirato parió a Tupelo Bound.
Su llanto provenía de un reproductor de mp3 reconvertido a grabador, cuyos registros encajaban con la imagen borrosa de Blind Lemon Jefferson y Antonio Chacón. Mientras, la humanidad sentenciaba a muerte a la farsa de la música para adolescentes.
Desde entonces, estos peregrinos del desierto cuentan en su haber con varias maquetas y tres Long Plays. Los dos primeros son «The Two Barrels Appreciation Day» y «Hounds of Misery», flagrantes homenajes a pantalones sucios, sudor y cactus. En ambos, Paco Báez y Max Fernández están acompañados por Damian Howson, el intrépido segundo batería de la banda. Con esta alineación, los Tupelo se balancean con placentero desdén entre los Blues del pantano y el hematoma australiano que no cura y se gangrena como Rock.
Tras la marcha de Howson, Tupelo Bound andaban buscando a quien atizase la percusión. Y han hallado a Juan Téllez, un sendero encaminado a la selva. El actual batería del combo echó los dientes entre portadas presidiarias de Robert Gordon y Punk neoyorquino, y es capaz de encontrar la misma esencia en las grabaciones del sello Red Bird y en la Beatlemanía Flamenca de Emi Bonilla. Debido a que su espectro es tan amplio, no se amilana ante casi nada. Hay quien sube y baja, no es el caso de Juan Téllez y su sombra, Juanillo. Él busca la ola perfecta. Anduvo cerca de ella en «Buried Alive: Live at el Juglar», el tercer y hasta la fecha último registro de los malagueños.
A lo largo de los tres últimos años, Paco Báez, Max Fernández y Juan Téllez acumulan andanzas, vericuetos y requiebros. Han cantado al amor y a la ciénaga, y siguen entonando en su eterno homenaje a Elvis. Con todo este segmento recorrido, queda claro que estos pendencieros hablan el mismo lenguaje musical y miran al horizonte con escéptico hermanamiento. Es altamente improbable que Tupelo Bound alcancen los ‘charts’, dado lo arriesgado de su apuesta y la querencia de la jauría hacia modelos plausibles, si bien su camino es honesto y el caudal creativo que atesoran presagia una evolución ya palpable hacia la búsqueda de las tinieblas sin salir de ese arcén en el que tan cómodos se encuentran.
El peinado del punk

The Clash, la banda de punk rock británica que legó a la historia de la música el ácido ‘London Calling’, resucita en las librerías y tiendas de música con la publicación del directo que ofrecieron en el Shea Stadium de Nueva York en 1982 junto a The Who y una autobiografía cargada de recuerdos personales.
Este testimonio vital en fotografías, texto y pistas de música de lo que fueron los siete primeros años de su carrera como grupo se recopilan, de forma complementaria, en un álbum de 400 páginas publicado por Global Rythm Press y en un disco donde suenan desde los clásicos ‘Spanish bombs’ y ‘Tommy gun’ hasta los temas más corrosivos, como ‘Should I stay or should I go’ o ‘London Calling’.
Joe Strummer, Paul Simonon, Mick Jones y Nicky Topper Headon -la formación original de la banda- crean en el libro, a través de sus vivencias, una memoria coral de las giras, los conciertos, las grabaciones, los documentales, las películas y los movimientos sociales punk, mod y skin, de los que fueron protagonistas a finales de los 70.
«No recuerdo haber tenido unas vacaciones mientras existió el grupo», dice Jones en el libro, en el que se construye un relato de los años más intensos de la banda a través de conversaciones entre Strummer, Simonon, Jones y Topper.
Insurgentes e iconoclastas, los miembros de The Clash han rescatado de sus archivos todo tipo de fotos, carteles, ropa, entradas de los conciertos, imágenes de sus giras, críticas de la prensa, libretos de todas partes del mundo y cortes de los documentales y las películas en las que participaron, desde ‘Rude boy’, al film de Scorsese ‘El rey de la comedia’.
En el directo más grande que dieron como banda -llenaron el Shea Stadium de Nueva York con 50.000 personas- The Clash compartió escenario con The Who y David Johansen y backstage con Andy Warhol y David Bowie. Fue el último gran concierto en el que tocaron juntos.
Demasiadas fricciones en la banda
Bob Gruen, uno de los fotógrafos de rock más respetados, prologa el libreto del disco y explica la separación: «me sorprendió cuando rompieron unas semanas después del concierto, pero entendí el porqué: no querían ser tan grandes que no pudieran llegar al público». Topper, en el libro, alega otras razones. «En la gira por Extremo Oriente perdí la cabeza -cuenta-. Estaba con Joe (Strummer) en un ascensor y me dijo: ¿Cómo puedo cantar todas esas canciones contra la droga, contigo completamente colocado detrás de mí? Se estaban acumulando muchas fricciones», desvela el batería.
Sin embargo, el propio Strummer, que murió en 2002 por un ataque cardiaco, también recurría a las drogas para componer, narra en el álbum. «El búnker de la marihuana -que construyó en el estudio con cajas de cartón durante la grabación de ‘Sandinista!’- era fantástico», afirmó el cantante antes de morir.
«Inventé el búnker de la marihuana, en el que podías fumar, pasar el rato y charlar en el estudio, pero estaba apartado geográficamente de la sala de control, que era el lugar donde tenía que reinar la cordura», escribe Strummer en la autobiografía.
Pero la historia no ahonda sólo en los recuerdos más morbosos de los músicos y su relación con las drogas, también destapa sus rutinas y los quehaceres más alejados de su imagen autodestructiva, como las postales que el propio Topper enviaba a su familia -e incluso a su perro- cuando estaban de gira, o las bromas que gastaban los artistas.
«En la gira ‘Anarchy in the UK’ (encabezada por Sex Pistols) aprendimos muchas cosas de los Heartbreakers, como la manera de dar un botellazo a la gente cuando mira hacia otra parte», dice Mick Jones.
The Clash salió del movimiento underground casi al mismo tiempo que Sex Pistols. Mientras los chicos de Johnny Rotten firmaron por EMI, Strummer, Jones, Topper y Simonon ficharon por CBS.
«Un periodista escribió que el punk murió el día en el que The Clash firmó por Columbia», recuerda Joe Strummer, pero lo cierto es que su contrato «otorgó credibilidad al punk en el pérfido negocio internacional de la música».
Zafarrancho alternativo

El fenómeno «indie», nacido como contestación independiente a los grandes sellos musicales, los géneros ortodoxos y la cultura acomodada, afronta una nueva era más globalizado que nunca, con festivales multitudinarios y hornadas de jóvenes músicos de ambiciones imprevisibles y estilos inescrutables.
Así lo vislumbra el periodista musical valenciano Carlos Pérez de Ziriza, quien cocina en «Indie y rock alternativo» (Redbook) una exhaustiva guía sobre el universo independiente que tuvo su «Big Bang» en el concierto de Sex Pistols del 4 de junio de 1976, alumbró miles de bandas, discográficas y festivales, se expandió en cientos de estilos y cuyo fin no se acierta a adivinar.
Casi 15.000 días de música mayoritariamente juvenil y basada en el pop, el rock, el punk y la electrónica han desplegado un nuevo, y en ocasiones rentable, abanico de estilos culturales que trasciende la propia música para etiquetar a varias generaciones, desde aquellas que crecieron con vinilos, casetes y radiofórmulas hasta las que solo han conocido el formato mp3 y la escucha por internet.
«El ‘indie’ no es una dominación cultural o una plaga a erradicar», advierte Pérez de Ziriza, especializado desde hace dieciocho años en el periodismo musical en general y el independiente en particular.
A su juicio, el «indie» no es un estilo concreto, «ni una secta o una tribu urbana. Está tan fragmentado y es tan amplia su ramificación» que es imposible ceñirlo a una única clase de música o personalidad cultural, y mucho menos, actualmente, a una industria.
Por ello su libro es, ante todo, didáctico. En él conviven 181 nombres propios (entre bandas, artistas y DJ anglosajones, españoles y latinoamericanos) con los festivales más famosos del mundo (entre ellos españoles como el FIB y Primavera Sound), las discográficas independientes más influyentes de estas cuatro décadas y el acervo cultural de sus principales protagonistas.
La intención del autor ha sido, precisamente, acercar el fenómeno a los neófitos y a la vez poder enriquecer a quienes lo han visto crecer hasta las cotas actuales de popularidad global, con cientos de festivales repartidos por toda España con grupos y artistas que han sabido aprovechar, en los últimos años, las ventajas inagotables de las redes sociales y el acceso casi ilimitado a la música.
Es tal la amalgama heterodoxa de estilos que por sus páginas pululan desde REM, Arcade Fire, Bjork, The Cure, Massive Attack y My bloody Valentine hasta los Pixies, Molotov, Joy Division, La buena vida, Nick Cave, Chemical Brothers, DJ Shadow, Kings of Convenience, MIA, Fangoria, Lloyd Cole, The XX, Everything but the girl, Blur, Prefab Sprout, Family, The National, Aterciopelados, Suede, Vetusta Morla, Cocteau Twins, Primal Scream, The Avalanches, Oasis o Wilco.
Y como cuarteto titular de todos ellos, The Smiths, New Order y Radiohead en el plano internacional y Los Planetas en el patrio. Su influencia en todo el universo «indie» es clave para Pérez de Ziriza, quien ve en ellos el espejo en el que se han ido mirando cientos de bandas desde que irrumpieron respectivamente en escena.
En el caso concreto de la banda granadina, el autor proclama que es «el grupo enseña» de la escena independiente española y el eslabón más claro entre esta y su movimiento previo, la Movida, al haber reconocido entre sus influencias patrias a grupos de los 80.
En cuanto a los festivales, reconoce que el primero al que asistió como espectador, el de Reading (Inglaterra) de 1994, le impactó por cuanto parecía «otro mundo»; era un año antes de la primera edición del FIB y dos después de la seminal gira «Noise Pop» de pequeñas bandas alternativas, considerado el hito fundacional del «indie» español.
Desde entonces, sellos independientes como Elefant, Siesta, Subterfuge, Jabalina, Absolute Beginners o Grabaciones en el Mar; festivales como el Low, Arenal Sound, Sonorama, Contempopranea, Dcode o Sónar, y bandas como La bien querida, Love of Lesbian, Manel, Dorian, Izal o Triángulo de Amor Bizarro siguen escribiendo, desde su particular margen alternativo, páginas prodigiosas de la cultura musical española de los últimos veinte años.
Las letras de la madrina del Punk

“Todos tenemos una canción; una canción llega de manera espontánea, expresando alegría, soledad para disipar el miedo o mostrar un pequeño triunfo…”. Así abre Patti Smith, la cantante, poeta e icono de la cultura del rock, el libro Mis mejores canciones, con sus letras más destacadas desde 1970 al 2015.
El libro, un bello volumen con 120 canciones, publicado por Lumen en edición bilingüe y traducido por Aurora Echevarría, es todo un recetario de la autora del excelente álbum «Horses», editado en 1975 por el sello Arista Records.
La portada de este disco era una foto en blanco y negro de la cantante hecha por su amigo Robert Mapplethorpe, la misma que la de este Mis mejores canciones, en una edición que incluye manuscritos y documentos inéditos hasta ahora.
Así, Patti Smith (Chicago, 1946), la artista multifacética que canta, hace fotografías, compone, se implica en causas sociales y crea y hace poesía con lo que toca –fue nominada a un Grammy por la lectura que ha hecho de la novela Blood on Snow del noruego Jo Nesbo–, relata en un extenso prólogo su camino hasta encontrar su voz.
Bajo el epígrafe Encontrar una voz, la madrina del punk cuenta que encontrar las palabras que llevamos dentro es lo que nos impulsa a cantar.
“Puede ser un himno, una esquirla de rebelión, una plegaria adolescente. Descubrimos la inspiración donde podemos, en una vieja guitarra abandonada o en un garaje, debajo de la cama o colgada del escaparate de una casa de empeño… A veces reconocemos nuestra canción en la canción del otro”, escribe Patti Smith.
La cantante recuerda que lo primero que cantó fue Jesus Love Me, sentada en el portal de su casa de Chicago, y también su primer tocadiscos, “poco más grande que una fiambrera, y mis dos discos, uno rojo y otro amarillo: Tubby the Tuba y Big Rock Candy Mountain. Era fascinante verlos dar vueltas, contemplar los mundos que evocaban”.
“Pero la canción que me produjo la primera reacción visceral la cantaba Little Richard”, precisa la cantante, que evoca cómo lo escuchó por la calle cuando iba con su madre a la escuela dominical.
“No sabía qué estaba escuchando ni por qué reaccionaba con tanta vehemencia. No era Shrimp Boats ni Day-O, sino algo nuevo y, aunque no comprendía qué me atraía, me sentía atraída… Era tan ajeno y al mismo tiempo tan familiar. Era Little Richard. Para mí constituyó el nacimiento del rock and roll”, escribe Patti Smith.
La cantante, a la que la revista Rolling Stone situó en el puesto 47 en su lista de los 100 artistas más grandes de todos los tiempos, ganó en 2010 el National Book Awards con su primer libro de memorias, Éramos unos niños (Just Kids).
En este libro relataba sus años salvajes en el Nueva York de los 60, 70 y principios de los 80, de la mano de Robert Mapplethorpe, quien la empujó a interpretar sus poemas, o Andy Warhol. Tras ese título vino Tejiendo sueños, un volumen donde posó su mirada poética en la infancia y del que dijo que la había “arrancado del letargo”.
En Mis mejores canciones, que se abre con una intencionada cita del poeta “beat” Allen Ginsberg y de su mítico poemario El aullido –“La máquina de escribir es santa el poema es santo la voz es santa los oyentes son santos ¡el éxtasis es santo!”–, el lector conocerá la biografía de la cantante en paralelo y a través de sus letras.
Patti Smith, quien advierte en el libro que nadie le aseguró que “tenía lo que hay que tener para ser una artista”, pero ella “quería serlo a toda costa, y así fue”, nació en Chicago, pero es neoyorquina de adopción.
Feminista, con su eterna imagen desgarbada, melena canosa y camisas blancas y chalecos negros, Smith es una incondicional de Arthur Rimbaud, Bob Dylan, Nicanor Parra, Roberto Bolaño y Virginia Woolf.
Memorias del último superviviente
Los Ramones pusieron fin a más de tres décadas de carrera en 1996. «Nos retiramos en el momento adecuado», afirma el baterista Marky Ramone, para quien, no obstante, años más tarde se daban las condiciones para una nueva reunión.
«Habíamos llegado a la cima y era un buen momento para terminar. De esa forma, Joey podría recibir tratamiento médico, pero creo que, si hubiésemos dejado pasar 4 o 5 años de retiro, podríamos habernos reunido de nuevo», opina el músico sobre una época en la que el punk, estilo que prácticamente acuñaron ellos, volvió a estar de moda gracias a bandas jóvenes como Green Day.
Lo dice en una entrevista con motivo de la publicación de sus primeras memorias, Punk rock blitzkrieg (Libros Cúpula).
Tardó cinco años en escribir estas páginas que arrancan en su infancia, fascinado en primer lugar por los músicos que escuchaba en su transistor RCA 3RH10, antes de descubrir en televisión a los Beatles en su mítica actuación en el show de Ed Sullivan en 1964.
«Me impresionaron, eran muy animados. Me gustaba especialmente Ringo, que era como un personaje de dibujos. Me influyó mucho», recuerda.
Marc Bell, auténtico nombre de Marky Ramone, empezó tocando con Richard Hell & The Voidoids y conoció a los Ramones de su paso por el no menos famoso local de Nueva York CBGB. Cuando comenzaron los problemas con el entonces baterista, Tommy Erdélyi, fue este mismo quien le recomendó para sustituirle en 1978 en la grabación de Road to Ruin.
«Yo tocaba mucho más duro que Tommy, pero quería mantener la intensidad original», ha explicado quien terminó grabando ocho álbumes en total, hasta ¡Adiós amigos! (1995), muchos más que su predecesor, y que asegura haberse sentido parte de la banda «desde el mismo momento en el que entró al estudio».
Parte de la mitología e historia real que les rodea tiene que ver con tumultos, adicciones, desencuentros…, pero el cuarteto que decidió compartir apellido artístico llegó a ser una familia feliz, como cantarían en uno de sus temas («We’re a Happy Family»).
«En este negocio, es normal encontrar diferencias de opiniones, animadversiones y peleas, pero se hacen las paces y se continúa. Por ejemplo, fuimos muy felices cuando nos dimos cuenta de la influencia que había tenido nuestra música en bandas de todo el mundo», asegura el músico de 59 años.
Una de las riñas tuvo como motivo la cancelación de un concierto en 1981, porque Bell, que ya entonces tenía problemas con el alcohol, no llegó a tiempo tras pasar una noche de fiesta. A causa de su dependencia dejó el grupo en 1982 y, ya recuperado, retornó en 1987.
«No fue duro tener que recordar esos tiempos, sino olvidarlos», dice sin poder evitar una carcajada, ahora que todo quedó atrás. «Hice lo que tenía que hacer y paré. Si no lo hubiese hecho, podría estar muerto», considera.
Al final ha resultado ser el único Ramone superviviente de los miembros más emblemáticos y, aunque no fue uno de los fundadores, su aporte fue reconocido cuando en 2002 fue incluido junto a Dee Dee, Joey, C.J. y el propio Tommy en el Salón de la Fama del Rock and Roll.
«Toda banda, no importa cuál, aspira al éxito comercial, porque supone llegar a más gente. Cuando oigo que un grupo dice que no quieren vender discos, no me lo creo».