robert redford

Calder al rescate

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Lo que se nos plantea tras la aparente estructura de thriller es una disección social, un análisis de psicología colectiva como pocas veces se ha visto en el cine. Pocos elementos quedan fuera del alcance del bisturí de director y guionista, los cuales son abordados desde una óptica tan amarga que bailan constantemente con la premisa hobbesiana del hombre como un lobo para con el hombre
Lo que se nos plantea tras la aparente estructura de thriller es una disección social, un análisis de psicología colectiva como pocas veces se ha visto en el cine. Pocos elementos quedan fuera del alcance del bisturí de director y guionista, los cuales son abordados desde una óptica tan amarga que bailan constantemente con la premisa hobbesiana del hombre como un lobo para con el hombre

Pese a la dedicación y los medios que el productor Sam Spiegel puso al servicio de la película, lo cierto es que «La jauría humana», el desolador retrato de la violencia y la hipocresía social que Arthur Penn rodó en 1966, fue todo un fracaso de crítica y público cuando se estrenó en Estados Unidos.

El exigente e intervencionista Spiegel, que dirigía el proyecto al estilo de los viejos jefes de estudio de Hollywood, contaba con todos los ingredientes para que el film fuera un bombazo (un reparto de campanillas, una reputada guionista como Lillian Hellman, un director prometedor)… Sin embargo la mezcla no funcionó, y lo que iba para blockbuster se convirtió en un proyecto casi maldito al que probablemente lastraron, como sostiene Jeff Stafford, “los egos, las distintas visiones artísticas y las luchas de poder internas”.

El siempre difícil Marlon Brando, por supuesto, estaba en el centro de algunas de estas disputas. Originalmente su papel era el de Jake Rogers, el joven hijo del magnate local. Sin embargo, debido a su edad, su rol fue adjudicado finalmente a James Fox. Brando pasó a encarnar al sheriff Calder y a partir de ahí su interés por la película decayó notablemente.

Para entretenerse, Brando empezó a gastar bromas a Sam Spiegel, que estaba muy orgulloso de su actor principal pero tenía un gran miedo: la afición de la estrella por las motocicletas (sólo unos días antes del rodaje acababa de sufrir un accidente). Obsesionado con que pudiera pasarle algo similar a lo que le ocurrió a James Dean, el productor no dejaba de preguntarle a Penn si el actor había traído su moto. Brando no lo había hecho, pero en cuanto se enteró de la preocupación de Spiegel, no dudó en pedir que se la hicieran llegar y en aparcarla en medio del set.

El otro problema que el equipo tuvo con Brando estaba relacionado con su voz. El actor había decidido atribuir al sureño sheriff Calder un tono de voz tan suave que sus diálogos resultaban prácticamente inaudibles. Cuando el departamento de sonido le pidió que hablara más alto, él montó en cólera. “¡No puedo sacrificar el tono de una escena por culpa del sonido!”, replicó Brando, que para desesperación de Spiegel también se negaba a posar para las fotografías promocionales que tenía establecidas por contrato.

Brando acabaría redimiéndose de todos los problemas causados al ayudar a crear la escena más memorable del film, aquella en la que tres hombres le propinan una brutal paliza en su despacho. “Eso fue idea de Marlon”, recuerda Arthur Penn, a quien Brando le propuso lo siguiente: “Creo que la paliza debería ser realmente salvaje. ¿Qué te parece si nos pegamos de verdad pero lo rodamos a 20 fotogramas por segundo en lugar de a 24?”. Penn le hizo caso y rodó la escena de aquella manera. “Funcionó como un sueño -celebraría más adelante Penn-. Puedes ver como aterrizan los puños, como deforman la carne… Igual que en las peleas reales”.

En este sentido la película opera un retrato de la degeneración moral de la sociedad, pero además tiene la genial habilidad de ofrecernos pinceladas y detalles impagables que dibujan también lo que estaba pasando en el Estados Unidos de mediados de los sesenta. Tal es así que en la película hay retratos clasistas, testimonios del racismo imperante e irresuelto, reprimidos -o no tanto- deseos de liberación sexual, etc. Todo un conglomerado de cosas que marcaron los años siguientes y que están presentes como ejemplo del conflicto social de un tiempo, apareciendo de soslayo, en segundo plano, como telón de fondo a la historia principal, pero que como medio ambiente vital de los personajes juegan un papel crucial en la definición de los mismos.

«La jauría humana» es un clásico ineludible y con mayúsculas, un ejercicio deprimente y desesperado de sociología en la pantalla. Pesimista y en el fondo con su atisbo de luz, para ello queda Calder, el sheriff, un enorme Marlon Brando que abandona la mugre social que deja tras de sí derrotado, físicamente apaleado, asqueado, pero con la cabeza alta y rostro firme por haber cumplido hasta el final con sus principios, un epílogo que parece decirnos que siempre quedará alguien incorruptible, por muy mal que estén las cosas.