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En las entrañas del diablo

Con su novela, «El aspecto del diablo», el británico Craig Russel recurre a «la memoria de una época aterradora», la Checoslovaquia de entreguerras que presagia el avance del nazismo, en un intento de conjurar los extremismos que acechan hoy a Europa.
Así lo explica el escritor escocés en Praga, escenario de la trama de su «thriller de suspense» publicado por Roca Editorial.
«Estamos discurriendo sobre los peligros de ‘nativismo’, del nacionalismo, la xenofobia…, con la perspectiva de dónde estamos hoy y el hecho de que estas cosas están empezando a retornar a nuestras sociedades», indica el creador del comisario Jan Fabel.
Al referirse al auge actual de ideologías extremistas y excluyentes, Russell (1956) reconoce que las circunstancias no son ahora las mismas: «estamos en un ambiente cultural, social y tecnológico completamente diferente debido al internet y la evolución de las comunicaciones».
No obstante, «tenemos mucho de qué preocuparnos», advierte el autor de las exitosas series protagonizadas por el alemán Fabel («Muerte en Hamburgo», «Cuento de muerte», «Resurreción») y Lennox («Lennox», «El beso de Glasgow», «El sueño oscuro y profundo»).
«Es verdad que las fuerzas entonces (en 1935) eran más grandes y titánicas que hoy, pero quitarle hierro al asunto es una forma de pensar insidiosa», prosigue.
Para el autor de «Miedo a las aguas oscuras», la memoria «de una época pasada aterradora» es clave para prevenir el extremismo.
Y por eso se remonta en «El aspecto del diablo» («The Devil Aspect») a la década de los 30 en la antigua Checoslovaquia.
Otoño de 1935. Un momento que destila tensiones nacionalistas entre la población de habla alemana y checa, y lleva a algunos personajes, con sentido de premonición, a temer que los vientos que soplan en Alemania, donde Adolf Hitler había ascendido al poder dos años antes, acabe por sacudir con virulencia al resto de Europa.
Con este contexto histórico, que pesa como una losa en el ánimo de figuras como la judía Judita Blochová, la trama de la obra adopta su genuino perfil negro al abordar el mundo de la locura.
Y Russell lo hace a través de personajes desquiciados, zambulliéndose en el mundo de la mitología eslava, rica en la temática diabólica.
A diferencia de la amable tradición escocesa donde el diablo es más un embaucador bromista que otra cosa, Russell desempolva aquí terribles y pavorosas leyendas sobre dioses y demonios eslavos como Veles, Chernobog el Oscuro, Svarog o Perún Dazbog.
Son espíritus oscuros que parecen haber tomado posesión de algunos personajes de esta novela inspirada también en las teorías sobre el desdoblamiento de la personalidad del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, discípulo de Sigmund Freud y del que Russell se declara deudor.
Una locura que en mayor o menor grado parece atormentar a todos, incluido al inspector Lukas Smolak, quien para investigar en la capital bohemia una serie de asesinatos decide asesorarse con el personal de un sanatorio psiquiátrico, el Castillo de las Águilas, donde están confinados los llamados «Seis Diabólicos».
Estas figuras, con trastornos psicóticos, han cometido crímenes horrendos que ellos mismos cuentan bajo los efectos de sedantes, en una narrativa con unas dosis de realismo e inocencia que ponen la piel de gallina al lector.
Es el caso, por ejemplo, de Hedvika Valentova, una mujer de mediana edad que cocinó a su marido para crear un suculento plato, y se lo dio a comer a su cuñada en venganza por supuestos maltratos que sólo se produjeron en su mente.
Aunque dice que para él no existe el mal de por sí en las personas, ni se puede personificar la figura del diablo, Russell sí advierte de la maldad que se da en determinadas condiciones.
«Mi sentimiento personal es que el mal no existe y es algo que asignamos a nuestra falta de empatía. Si vemos lo que pasaba con los nazis, vemos que era una falta de empatía colectiva. Eso es el mal», sentencia el escocés.
En este contexto recuerda la expresión «banalidad del mal» que acuñó la filósofa Hannah Arendt durante el juicio israelí al criminal de guerra alemán Adolf Eichmann para intentar definir la forma fría y burocrática, defendida como el cumplimiento de un deber, con la que algunos jerarcas nazis aplicaron las leyes para acabar con millones de judíos.
Desde este punto de vista, Russell admite que su obra es «decididamente un estudio sobre el mal».
Sobre el género literario de la obra, cuya primera tirada en castellano es de 10.000 ejemplares, el autor afirma que hizo «de manera consciente una novela gótica tradicional, según el canon clásico».
Brujas hechizadas por un diablo insaciable

La hibridación entre ficción y documental ha sido reconocida como una de las vertientes fundamentales del cine más inquieto del siglo XXI. Puede resultar sorprendente que, ya en el año 1922, un danés con el nombre de Benjamin Christensen experimentara con estas fronteras de la narrativa audiovisual.
Häxan es una obra única y singular. Una rareza que no sólo se mueve entre diferentes niveles de representación lingüística, sino que se erige, más misteriosa aún, como un gran exponente del cine de terror primigenio.
Las poderosas imágenes de esta obra componen un retrato transgresor y excesivo. Christensen no se corta lo más mínimo en la descripción del misticismo y la superstición que conformaban el caldo de cultivo de la caza de brujas en el medievo.
A pesar de su puesta en escena sobria, o quizás gracias a ella, el componente malsano y sexual desemboca en una provocadora crudeza que escandalizó a una buena parte de los espectadores de su época, siendo censurada en varios países y criticada severamente por la Iglesia Católica.
La película adopta la forma de falso documental o ensayo histórico-sociológico para recrear cómo se imaginaban en la Edad Media esas creencias en los espíritus. A través de una mirada racionalista –conviene resaltar que Christensen estudió Medicina–, el cineasta aboga por el carácter divulgativo acerca de cómo los seres humanos afrontaban lo desconocido.
Atípica muestra de cine fantástico, el imaginario colectivo de la época se articula mediante reconstrucciones dramáticas tanto de historias representativas como de alucinaciones o ilusiones.
Salpicado con intertítulos informativos con hechos sobre la época, el elemento documental se percibe principalmente en las ilustraciones del primer capítulo, así como en la secuencia donde contemplamos primeros planos de los instrumentos de tortura utilizados por la Inquisición.
La película es, no obstante, un gran espectáculo. La ambiciosa puesta en escena de Benjamin Christensen fue concebida como un fresco que aúna elementos de la alta y la baja cultura. Cercana al explotaition, Häxan está llena, sin pudor, de iconografía tenebrosa y macabra. Imágenes enfermas de gente enferma.
Sin embargo, es en la emoción donde Christensen enfoca la lente de su mirada. Los pasajes de mayor duración están dedicados al drama humano detrás de las acusaciones de herejía.
Christensen, que interpreta a un icónico Diablo con traviesa lengua, juega con el relato para que nos preguntemos quiénes son realmente los seres diabólicos.
La obra no goza actualmente de un amplio reconocimiento. No ha tenido el prestigio como pionero del documental como Nanuk el esquimal (Nanook of the North. Robert J. Flaherty, 1922) ni del terror como Nosferatu el vampiro(Nosferatu, eine Symphonie des Grauens. F.W. Murnau, 1922), dos películas que se estrenaron ese mismo año.
Su sensibilidad y su visión están muy presentes en Fausto (Faust – Eine deutsche Volkssage. F.W. Murnau, 1926), así como en buena parte de la obra de Dreyer, quien admiraba el talento de Christensen. Es difícil entender Dies Irae (Vredens dag. C. T. Dreyer, 1943) o La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc. C.T. Dreyer, 1928) sin las aportaciones estilísticas y discursivas de Häxan.
En cualquier caso, el director danés Benjamin Christensen asombró al mundo y revolucionó el medio cinematográfico con esta singular obra maestra, mezcla inédita entre documental y ficción, verdadero ensayo visual, precedente seminal y casi fundacional de formatos modernos y postmodernos como el mondo, el mockumentary o falso documental y el cine de no-ficción.
Con una imaginería fantástica que bebe en el arte medieval y renacentista, a la vez que en la tradición romántica y simbolista, utilizando actores no profesionales, novedosos efectos especiales y mezclando secuencias históricas con otras contemporáneas a la fecha de su realización, Christensen —que aparece brevemente caracterizado como el Diablo y también como Cristo— explora la realidad y la leyenda de la brujería y la caza de brujas, a la luz de la psicología de su tiempo, comparándolas con el fenómeno de la histeria femenina.
Christensen gastó una buena suma de dinero en crear un universo particular con el que sorprender y aterrar al público (no olvidemos que es una película de 1922). Los diablos, las brujas, las escenas de ultratumba, la locura de las monjas, las ancianas preparando pociones diabólicas en casas extrañas… Los efectos que debió causar en el espectador de la época debieron ser muy fuertes.
Mientras que la mayoría de las películas de la época fueron adaptaciones literarias, el trabajo de Christensen fue único, basando su película en obras de no ficción, principalmente el Malleus Maleficarum, un tratado del siglo XV sobre brujería que encontró en una librería de Berlín, así como una serie de otros manuales, ilustraciones y tratados sobre brujas y caza de brujas (se incluyó una extensa bibliografía en los créditos de la película).
Admirada por Dreyer, perseguida por la censura, remontada en 1967 en una versión reducida, narrada por el mismísimo William Burroughs, su título original daría nombre a la productora detrás de El proyecto de la bruja de Blair.
Satán, su ‘vendetta’ y la succión de demonios

El periodista y escritor cántabro Fermín Bocos es el autor de ‘Viaje a las puertas del infierno. Las entradas ocultas del Hades’ (Colección Ariel), un libro «complejo a la hora de definir» porque aúna viajes a lugares antiguos donde se creía que estaban las puertas del infierno con una reflexión que bordea el ensayo sobre la desaparición del miedo al infierno y al diablo.
Así lo explica el autor, que ha apuntado que «en el mundo occidental de repente ha desaparecido algo que durante veinte siglos estuvo gravitando durante las conciencias de la gente»: el temor a ir al infierno.
Sin embargo, Bocos cree que «basta con abrir un periódico o ver la televisión para comprender que el mal no sólo existe, sino que se extiende». «El jefe de Recursos Humanos del infierno y del mal es el diablo», afirma.
A su juicio, la pérdida de ese temor se debe a que «los planes de estudio han confinado la Historia Sagrada y la de las religiones a opciones de padres y alumnos» y a que «se ha ido prescindiendo del legado histórico», entrado en una «zona de niebla» en relación con la memoria del mundo».
Esta reflexión marca el ‘Viaje a las puertas del infierno’ de Fermín Bocos, a través de 17 capítulos, «unidos simplemente por la idea del viaje» a numerosos lugares, algunos más cercanos como El Monastrio de El Escorial en Madrid y otros remotos que se ubican en Japón, China, India, Israel o Babilonia en plena Guerra de Irak, a donde el escritor viajó en una «irrupción periodística» durante los primeros tiempos de la invasión de Estados Unidos.
Precisamente el capítulo que transcurre en Babilonia es el más antiguo de todos, ya que los demás corresponden a viajes recientes. «Ha sido un proceso de acumulación durante 4 ó 5 años. Un viaje y vuelta. Previa documentación, bien vivirlo, bien contarlo y, al final, sale el libro», manifiesta.
Según relata el escritor, una de las anécdotas que se recogen en el libro sucedió en Sicilia (Italia), a donde viajó en dos ocasiones. Justo al subir al altar de Ceres, estaba «lloviendo a mares» y sonó su teléfono. «No se me ocurrió otra cosa que cogerlo», indica Bocos, para después de revelar que un rayo le «pegó un zurriagazo» que le mantuvo dos o tres meses sin sensibilidad en tres dedos de una mano.
A través de sus viajes, plasmados ahora en este libro, Bocos cuenta que Turín es la ciudad del diablo, que en Roma hay una iglesia en la que «hay vestigios de personas que han vuelto de purgatorio para dar fe de que existe», que existe un templo dedicado al diablo en pleno centro de Tokio o un mercado del diablo las noches de los sábados en la ciudad china de Xian, donde también se encuentran los famosos Guerreros de Terracota.
Asimismo, el escritor cántabro detalla que en su novela también hay un recorrido por los oráculos y agrega que, de hecho, el libro estuvo a punto de titularse ‘Cuando los Dioses hablaban con los hombres’.
Acerca del tipo de lector al que se dirige esta novela, Bocos entiende que «los libros no son de quien los escribe, sino de quien los recibe».
En este sentido, indica que así como sus libros anteriores son novelas de ficción e históricos con un público «muy concreto», este es un libro «transversal» porque puede interesar a los aficionados al mundo antiguo, a personas a las que les gusta viajar y conocer lugares, así como a quienes puedan sentir «una pulsión que es común a todos los seres humanos», que es la espiritual.
«La melancolia de los seres humanos procede del silencio de Dios». Con esta frase arranca el libro Fermín Bocos, quien cree que «el silencio de Dios, en una época en la que hay tanto mal a la vista, realmente a mucha gente le preocupa». «Es una forma poética de preguntarnos qué hacemos para intentar vencer el mal. A veces la fe es la esperanza que nos lleva a pensar que el mal no prevalecerá», concluye.
Diablo por aquí, diablo por allá
El escritor y periodista Francisco J. de Lys reflexiona sobre los pactos con el diablo y el mal en su novela, «El Laberinto de Oro» (Ediciones B).
Con Barcelona como protagonista principal de toda la trama, el autor confiesa que su mayor reto consistió en mantenerse «entre el límite mismo del mundo real y el mundo fantástico, sin traspasarlo», aunque adentrándose lo más posible «en el misterio, en lo ultraterrenal».
«Mis personajes son reales y viven en un mundo real, aunque estén rodeados de formulas alquímicas de oro, brujas y reuniones sabáticas, pero sin recurrir a elementos fantásticos», apunta de Lys.
Así, la fórmula de obtención del oro alquímico, los pactos demoníacos y los muchos asuntos esotéricos de esta novela «se suplantan de manera muy sutil por fetiches, juguetes antiguos o inocentes recortables infantiles que pasan a convertirse en sibilinas armas», subraya el autor.
Otro de los hechos que le diferencia de novelas similares sobre esta ciudad sería, en su opinión, que la trama ocurre en la Barcelona actual, con personajes de hoy en día, «y en una acción acotada tan sólo a unas horas de tiempo, pero que da la sensación al lector de haber vivido una intensa historia familiar».
En la noche de Todos Los Santos, las calles de Barcelona conforman los tramos de un gigantesco laberinto en donde los dos protagonistas principales de esta novela, Gabriel Greig y Lorena, deben resolver un enigma que se esconde en el centro urbano y en un plazo de sólo cuarenta y tres horas.
La novela comienza en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona cuando un anciano decrépito le pide al protagonista que salde un antiguo contrato en una noche en la que se mezclan pactos con el diablo, oro alquímico, una portentosa joya y los asesinatos en serie perpetrados por un monje bibliómano en la Barcelona del siglo XIX.
De Lys, periodista que es autor también de El Alfabeto de Babel, confiesa que su novela forma parte de una tetralogía iniciada «con la visión hernandiana de las tres heridas: la de la vida, la de la muerte y la del amor».
«Mi primera obra trató sobre Dios y la Vida, ésta sobre el mal y el diablo, en la tercera abordaré la idea de la muerte y en el último volumen podría reflexionar sobre el amor», puntualiza.
«Mi novela está diseñada para mantener al lector en constante atención y que el interés no decrezca, sino que vaya ‘in crescendo’; cada capitulo engloba su propio planteamiento, nudo y desenlace y todos ellos están interconectados entre sí», subraya el escritor.
De Lys tiene claro que su novela debe ser de obligada lectura, frente a las de autores como Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones o Chufo Llorens, con Barcelona también como telón de fondo, «porque mientras que la ciudad enmarca a sus personajes en sus obras, en El Laberinto de oro se convierte en la protagonista principal», puntualiza.
Al final de la novela se muestra un plano de la Barcelona esotérica y mágica narrada por De Lys, «con un setenta por ciento de los edificios reales y otro treinta por ciento basado en leyendas», subraya.
Una leyenda como aquélla que asegura que el diablo se pasea tranquilamente por las Ramblas vestido como un caballero muy elegante, dispuesto a tomar como presa a cualquier incauto ávido de codicia.
«Una de las razones que me impulsó a escribir novelas de misterio fue poner en conocimiento de la gente esos ‘no-lugares’ que nunca figuran en las guías turísticas, a medio camino entre una pesadilla de Poe o una quimera de Lovecraft», asegura De Lys, editor de un plano-guía de la ruta del modernismo catalán durante muchos años.