segunda republica
La renacentista en el fulgor republicano

El escritor Juan Manuel de Prada vuelve a reivindicar la figura de Ana María Martínez Sagi con la publicación de la antología ‘La voz sola’ (Fundación Santander), un primer volumen que recopila parte de la obra inédita, la mayoría poesía pero también artículos, que Sagi confió a Prada para que fuera publicada años después de su muerte.
Un poemario inédito en que Sagi rememora las vacaciones en Mallorca con Elisabteh Mudler, su gran amor prohibido, y el deseo que su obra fuera leída por nuevas generaciones, son los dos motivos que han llevado a Prada a postergar la publicación del material hasta el día de hoy.
Escritora, periodista y deportista, su persona desapareció de la memoria colectiva, como tantos otros nombres protagonistas de los años treinta que fueron borrados tras la guerra civil.
Según el autor, al regresar del exilio en 1977, Sagi trató de publicar su obra sin ningún éxito, un hecho que la llevó a apartarse del mundo literario y a «encerrarse en vida» en Moià (Barcelona), donde la conoció Prada cuando ya era nonagenaria.
Fascinado por la historia de una mujer «tan insólitamente moderna», Prada publicó un primer libro ‘Las esquinas del aire: en busca de Ana María Martínez Sagi’, que finalizó el mismo día de la muerte de la escritora. En contra de lo que pueda parecer, Las esquinas del aire no es una biografía. En él, el autor mezcla realidad y ficción, personajes auténticos e inventados. Se sirve de un aspirante a escritor que persigue la sombra de Sagi para escribir sobre ella. Además de examinar la personalidad de Martínez Sagi, De Prada se adentra en una época, la de la República, «en la que parecía que el mundo era un recién nacido». En buena parte, ahí radica, según el escritor, «la verdad de Ana María Martínez Sagi». «Ella soñó con una utopía en la que la mujer desempeñase un papel más activo en la sociedad y soñó con un amor con otra mujer, la escritora Elisabeth Mulder, pero tropezó con la dura realidad, con una familia y con una historia que se empeñaron en derrotar su sueño».
Martínez Sagi nació en el seno de una familia de la alta burguesía barcelonesa que la forzó a apartarse de Mulder, una mujer que, al decir del autor, «cambió la vida de Ana María y que, indudablemente, signó su vida con el marchamo de la tragedia porque toda ella carecía de sentido sin Elisabeth Mulder». No obstante, la familia no pudo impedir que Sagi abandonara el hogar poco antes de empezar la guerra civil.
A Mulder le dedicó El encuentro: «Me encontré frente a ti. Me miraste. / Pude yo aún balbucir una frase banal. / Fue tu sonrisa lívida… Más tarde te alejaste. / Después nada… La vida… Todo ha seguido igual». Sería su musa recurrente -y maestra literaria- en Inquietud, su siguiente obra, y en Amor perdido, y, una vez más, en el libro inédito La voz sola, que es el que hoy nos ocupa. «Todos esos poemas son constantes referencias a unas vacaciones que ambas autoras pasaron juntas en Alcudia (Mallorca) durante la Pascua de 1932 y que tal vez fueron la culminación de su problemático e intenso idilio, también el embrión o detonante de una posterior ruptura».
En los años de la República, colaboró en diversos periódicos, publicó libros de poesía, formó parte de la junta directiva del Fútbol Club Barcelona y fue campeona nacional de lanzamiento de jabalina. Durante la guerra se enroló en la Columna Durruti como periodista y, al terminar ésta, marchó al exilio a Francia, del que no regresó hasta la muerte de Franco.
La nueva antología, ‘La voz sola’, recoge gran parte de su material poético y casi noventa artículos en catalán y en castellano, escritos entre 1929 y 1937 y publicados en diarios como La Rambla, Crónica, Deportes, así como el Suplemento femenino de Las Noticias, La Libertad y la Noche.
El volumen también incluye las crónicas escritas entre 1936 y 1937 desde el frente de Aragón –Sagi acompañó y documentó la lucha de los anarquistas–, y publicadas en el Nuevo Aragón durante la Guerra Civil.
Además del material inédito, ‘La voz sola’ reúne los tres libros de la autora publicados en vida –‘Camino’, ‘Inquietud’ y ‘Laberinto de presencias’–, y el volumen pretende ayudar a recuperar la «figura apasionante» de Sagi.
Prada ha avanzado la intención de publicar otros varios textos inéditos de la autora, además de unas viñetas autobiográficas configuradas como estampas de su vida: «De alguna manera me depositó la confianza de su memoria, y para mí es un deber moral».
Además de su prolífica tarea poética y periodística –el éxito cosechado con su primer libro, ‘Caminos’, llevó a que la llamaran la heredera de Rosalía de Castro–, Sagi fue una deportista consagrada y una de las pioneras del feminismo, fundadora del Front Únic Femení Esquerrista y del Club d’Esports Femení.
Artículos como ‘Mujer y cultura’ –recopilado en la antología–, muestran una Sagi feminista que aboga por los derechos de la mujer, aunque su feminismo cree poco en la sororidad, ha señalado Prada.
Azaña, un intelectual en el fango

En tiempos en los que la memoria se pierde entre la neblina del olvido y mucho después de la muerte de Manuel Azaña, el periodista y escritor Miguel Ángel Villena reivindica en una biografía la figura de quien sin duda fue uno de los intelectuales y políticos más importantes del siglo XX, «símbolo de todos los perdedores de la guerra civil».
«España le debe todavía a Azaña una restitución histórica», afirma hoy Villena, que repasa algunas de las facetas más importantes de quien llegó a ser ministro, jefe del Gobierno y presidente de la II República, y de quien «antepuso la ética y sus principios a cualquier otra consideración».
Azaña, el intelectual y el político, «es el mayor exponente de una impotencia, de un fracaso histórico que, tras la derrota republicana, sumió al país en la etapa más terrible de su historia contemporánea. Los vencidos no obtuvieron ni paz, ni piedad, ni perdón, como imploró el jefe del Estado en su famoso discurso de Barcelona de julio de 1938», escribe Villena en el prólogo de la biografía «Ciudadano Azaña», publicada por Península.
Perteneciente a una familia republicana, Villena (Valencia, 1956) siente admiración por Azaña desde que, de niño y adolescente, oía con frecuencia a sus padres y abuelos elogiar la figura de este político, orador portentoso y excelente cronista, que murió «enfermo y dramáticamente envejecido» en Francia, ese país que tanto admiraba pero que «lo defraudó al someterse a los nazis».
Villena es también autor de «Españoles en los Balcanes» y de las biografías «Ana Belén» y «Victoria Kent», y desde el principio tuvo claro que su libro sobre Azaña (Alcalá de Henares, 1880- Montauban, 1940) tenía que ser «riguroso» pero de «divulgación», «porque hay un déficit muy grande sobre el conocimiento de nuestra historia reciente y se ignoran personajes clave como Azaña».
Con epílogo de Jorge M. Reverte, la biografía pretende además «poner en valor» la faceta de Azaña como escritor, «que quedó eclipsada por su figura política», y mostrar su lado humano. Villena refleja en su libro el carácter de este hombre «sobrio, austero, cabal, ceremonioso, discreto, un punto triste y algo misógino».
España, asegura Villena, «es un país de memoria frágil», y esa es una de las razones de que, hoy día, la figura de Azaña sea desconocida para muchos y de que su obra literaria no posea la debida influencia, pese a que un libro como «La velada en Benicarló» tenga «una actualidad absoluta».
Pero hay más motivos para que no disfrute del reconocimiento que se merece: la memoria de este gran político «se borró durante el franquismo. Hubo un empeño deliberado de la dictadura por considerarlo un monstruo».
También, en la Transición «no se le hizo justicia» y la democracia «ha sido muy cicatera con figuras incómodas como Azaña», que, históricamente, «se movió entre dos aguas»:
«Era un burgués, hijo de un alcalde de Alcalá de Henares y nieto de un notario. Le hubiera tocado estar alineado con ‘los suyos’, pero no lo hizo. Era partidario de una gran reforma de España, de una democratización, pero no era revolucionario en absoluto», señaló Villena.
Azaña «nunca aspiró al poder», pero las circunstancias históricas excepcionales que le tocó vivir, y su «gran capacidad de consenso», contribuyeron a que ocupara los puestos más altos durante la II República.
«Eso le provocó grandes dramas internos, grandes desgarros, porque, para Azaña, la moral siempre estaba por delante de la política», subraya Villena, periodista de «El País» durante años y, actualmente, asesor de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional.
El autor refleja en su biografía las luces y sombras de Azaña, y entre las primeras ocupan un lugar destacado la reforma militar y religiosa que impulsó en los años 30 y que «equiparó a España al resto de democracias occidentales».
Pero también hay sombras, y una de ellas es «la ingenuidad». «Azaña debería haber sido más radical; pecó de buena fe y de ingenuidad con respecto a la reacción que iba a tener la derecha española».
«También se le reprocha una cierta cobardía a la hora de afrontar circunstancias adversas. Yo creo que Azaña durante la Guerra se hunde, la violencia le desgarra y en algunos momentos peca de una actitud abandonista», dijo Villena tras recordar que el político intentó dimitir dos o tres veces como presidente de la República y sus colaboradores «lo convencieron» de que no lo hiciera.
Su derrota en la Guerra Civil supuso que durante los siguientes 40 años de dictadura franquista su figura fuera literalmente demonizada por el pensamiento de la época. Ya en democracia, en 1980, con el centenario de su nacimiento, y en 1990, con el cincuentenario de su muerte, surgieron otras voces que buscaban rehabilitarlo.
Son muchos, no solo en el espectro ideológico de la derecha, quienes critican la escasa habilidad política de esta figura clave en la II República, bien señalándole como uno de los responsables de que se llegara a la Guerra Civil, bien apuntando que la República ‘se le fue de las manos’ al no saber controlar a las diversas fuerzas políticas, algunas de ellas extremistas, que acabaron por propiciar la caída del régimen.
Ante la quema de conventos de mayo de 1931 y el incremento de la violencia social y política muchos le acusan de una actitud pasiva. También es criticado por la maniobra que le alzó como presidente de la República, aprovechando un subterfugio legal en lo que su predecesor en el cargo, Niceto Alcalá-Zamora, calificó en sus memorias como un «golpe de Estado parlamentario». Este subterfugio se basó en un artículo de la Constitución que estipulaba que a la segunda vez que el Presidente disolviera las Cortes estas podían enjuiciar su actuación y destituirle: quienes querían defenestrarle contaron como una de ellas la disolución de las Cortes Constituyentes.
Azaña fue el primer presidente del Gobierno de la República y a la vez su primer ministro de Guerra (1931-1933). Un año antes de llegar al poder, participó en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930, una reunión de los partidos republicanos de la época en la que se preparó la estrategia para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII y proclamar la II República.
A este pacto se sumaron en octubre el PSOE y la UGT, en Madrid. El partido y el sindicato socialista promovieron la organización de una huelga general y de una inserrucción militar para derrocar la Monarquía e instaurar la República.
Para este fin se creó un ‘comité revolucionario’ del que formaban parte, junto con Azaña, otras de las personalidades políticas que desempeñarían un papel protagonista en la República: el propio Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Diego Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga, Luis Nicolau d’Olwer y los socialistas Francisco Largo Cabellero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos.
La huelga general no llegó a declararse pero sí hubo un intento de golpe de Estado militar previsto para el 15 de diciembre de 1930, que fracasó porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández sublevaron la guarnición de Jaca tres días antes, el 12 de diciembre. Ambos fueron fusilados el domingo 14.
Si en algo concita un consenso favorable la figura de Azaña, es en sus cualidades como orador y escritor. De verbo fuerte y dicción clara, uno de sus dicursos más recordados es el llamado ‘de las tres pés’ (Paz, Piedad y Perdón), que pronunció el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona.
«Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».
Como escritor fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1926 por su biografía Vida de don Juan Valera. Entre sus obras, principalmente diarios, cartas, discursos, novelas y ensayos, destacan otros títulos como ‘El jardín de los frailes’ (que recoge su experiencia en el colegio de los agustinos de El Escorial), ‘La invención del Quijote y otros ensayos’ y ‘La velada en Benicarló’ (una reflexión sobre la guerra civil), además de sus diarios completos (en los que no deja títere con cabeza) y sus discursos completos.
El ‘fuego amigo’ de Ramón J. Sender colaboró en la dimisión de Azaña

Viaje a la aldea del crimen», publicado en 1934 por Ramón J. Sender sobre la represión de Casas Viejas (Cádiz), es uno de los reportajes que desmienten que el periodismo narrativo y sus consecuencias políticas -la dimisión de Manuel Azaña como presidente del Gobierno- sean un invento norteamericano.
Así lo ha razonado el periodista y editor Antonio García Maldonado, prologuista de esta edición de «Viaje a la aldea del crimen. Documental de Casas Viejas» para la editorial Libros del Asteroide, sello que ya ha rescatado a otros grandes periodistas españoles que supieron convertir su oficio en un arte narrativo, como Manuel Chaves Nogales, Gaziel, Josep Pla y Augusto Assía.
Según García Maldonado, «es un reportaje que alimentó la ‘leyenda negra’ contra Azaña, un relato que lo condenó, sobre todo porque no procedía de la derecha, sino que está escrito por un republicano que culpó al entonces presidente del Gobierno de haber sido quien dio la orden de matar» para sofocar la rebelión campesina de signo anarquista que se produjo en Casas Viejas en enero de 1933.
«Es un reportaje primoroso, mantiene la tensión narrativa y describe muy bien los ambientes, pero se equivocó al señalar a los culpables, y contribuyó a la caída del Gobierno republicano socialista», ha señalado García Maldonado sobre las consecuencias de aquella historia, publicada primero en prensa en 1933 en forma de serial de veinte crónicas y reescrito en 1934 con estructura narrativa.
García Maldonado ha considerado que, si no a salvo de responsabilidad política por los hechos de Casas Viejas, Azaña quedó libre de responsabilidad penal, como demuestran sus diarios de aquellos días -un texto no escrito para ser publicado, ha advertido-, en los que el entonces presidente del Gobierno muestra su desconcierto, su extrañeza ante los hechos de Casas Viejas y su asombro por cómo se saltaron las órdenes de mando.
El prologuista ha asegurado tener la intuición de que en vida de Sender este «documental» no volvió a editarse por tratarse de «un libro con responsabilidad política» que contribuyó a la dimisión de Azaña, y por haber comprobado el autor -o haber intuido igualmente- que se equivocó en la atribución de responsabilidades.
García Maldonado ha recordado que Sender «purgó su pecado» sobradamente, ya que su esposa fue asesinada por los sublevados en los primeros días de la Guerra Civil, mientras que él se integraba como miliciano en una de las columnas que actuó en la sierra madrileña.
En enero de 1933 se produjo una revuelta en Casas Viejas que fue brutalmente sofocada por las fuerzas del orden republicanas, con veinticinco muertos y el incendio de varias viviendas campesinas, y desde el primer momento hubo dudas respecto a la versión oficial de los hechos.
Varios periodistas se desplazaron enseguida a Casas Viejas para recabar más información, entre ellos Ramón J. Sender, ya por entonces famoso escritor y quien el 19 de enero publicó en el periódico ‘La Libertad’ la primera de una serie de crónicas sobre lo sucedido.
Meses después, Sender, cuya obra literaria en el exilio acabaría convirtiéndole en uno de los más grandes escritores españoles del siglo pasado, aprovechó la información recopilada por la comisión parlamentaria y el posterior juicio a los mandos que dirigieron la represión para reestructurar y ampliar los textos y darles forma de narración más extensa.
Fruto de ese trabajo fue este libro, considerado por sus nuevos editores «un texto clave para entender las profundas tensiones políticas y sociales a las que tuvo que hacer frente la Segunda República española».