sexo con robots
La distopía del ‘Homo Optimus’ y su entrepierna

Implantes cerebrales para aumentar la inteligencia, sexo con robots, escudos para evitar el hackeo del pensamiento, ciberataques que pondrán en riesgo la vida humana… así de distópico es el mundo que Kaspersky Lab ha imaginado para 2050.
La compañía de seguridad ha creado la plataforma Earth.2050, una web participativa en la que futurólogos, artistas y científicos predicen y representan en imágenes cómo serán el mundo, la tecnología y las ciberamenazas en 2030, 2040 y 2050.
Kaspersky Lab sostiene que no se trata únicamente de un ejercicio creativo, sino de un «mosaico variado de ideas y conceptos» con el que espera anticiparse a futuros escenarios en los que robots e inteligencia artificial camparán a sus anchas.
El futurólogo Ian Pearson y el analista de Kaspersky Lab Stefan Tanase se refieren al futuro «Homo Optimus», un ser humano mejorado -con más inteligencia y capacidad extrasensorial- gracias a implantes cerebrales y a una conexión orgánica a internet.
Ellos pintan un futuro cercano al universo ideado por la serie de ciencia ficción «Black Mirror»: «En 2050 los ciberataques pondrán en peligro directamente la vida humana», asevera Tanase.
Los anunciantes y las empresas querrán invadir nuestro espacio vital, expuesto debido a esa conexión permanente, algo que también tratarán de hacer los tipos malos -que al parecer seguirán existiendo dentro de 30 años-.
Ante ese panorama, será necesario crear un escudo «cortafuegos» que proteja de la invasión del exterior, pero que permita asimismo al usuario controlar qué información comparte con el mundo: «No querrás que la gente lo sepa todo de ti», apunta el futurólogo.
Impedir que otros desactiven nuestra consciencia o que accedan a nuestro pensamiento serán algunos de los retos de la ciberseguridad si ese mundo distópico dibujado por Kaspersky Lab se convierte en realidad.
Pearsons afirma que en 2050, la existencia de lentes inteligentes de contacto y la realidad virtual permitirán cambiar el aspecto de las personas con las que nos cruzamos: podremos percibirlas como más guapas de lo que en realidad son.
Kaspersky Lab cree que habrá un estado de identificación y vigilancia constante en las calles, lo que fomentará que los humanos preocupados por su privacidad porten máscaras para convertirse en ciudadanos anónimos e irreconocibles.
Habrá coches autónomos -esta predicción es quizás la más realista-, médicos robots, aprendizaje durante el sueño, gobiernos en los que colaboren humanos e inteligencias artificiales. Y, quién sabe, quizá podamos guardar el conocimiento de nuestra mente cuando nuestro cuerpo muera.
Intercambios afectivos con robots
En el apartado del sexo, Kaspersky Lab imagina un futuro en el que las personas puedan tener relaciones sexuales a distancia gracias a la realidad virtual y a trajes equipados con sensores.
Pearson prevé que los humanos intimen más con robots y dispositivos que con otros seres de su especie, lo que, sumado a las realidades virtual y aumentada, brindará la oportunidad de cumplir fantasías sexuales, no ser infiel a la pareja o tener una vida sexual activa aun sin tener una relación sentimental.
Según la teoría que sostiene Pearson, en 2050 donde la presencia de los robots en los hogares estará ampliamente instaurada, los humanos los utilizarán para fines sexuales. Afirma que como invertiremos mucho dinero en un robot lo haremos con aquellos que sean atractivos. El científico cree que estos robots sustituirán a las personas que se dedican a la prostitución.
Ian Pearson también sostiene que en 2050 se podrán mantener relaciones sexuales con cascos de realidad virtual: eso no significa que el sexo vaya a convertirse en algo individual y solitario. El científico cree que seguiremos teniendo sexo con nuestras parejas, pero que la realidad virtual nos permitirá ‘convertirla’ en otra persona.
Las fantasías sexuales de cada uno podrán hacerse realidad: cada uno podrá descargarse en su dispositivo de realidad virtual ciertas características físicas de cómo quiere que sea su pareja de ficción.
A día de hoy las relaciones a distancia a través de Internet se han normalizado. El sexting o el cybersexo conectan a personas separadas físicamente a partir de la estimulación psicológica.
En poco tiempo estas actividades irán un paso más allá. De hecho, en la actualidad ya existe el proyecto del profesor Adrian David Cheok, llamado Kissinger, que consiste en un dispositivo que imita una boca real y que reproduce el beso que otra persona realiza a distancia. En definitiva, lamiendo la pantalla podemos proporcionar sexo oral a la pareja aunque haya miles de kilómetros de por medio. Las relaciones a distancia y también los orgasmos se convertirán en la norma.
Son varios los expertos que sostienen que, gracias a la tecnología, podrán estimularse ciertas áreas del cerebro encargadas de generar el placer sexual, pudiendo obtener orgasmos instantáneos.
También, en 2050, tal como apunta la sexóloga Laura Berman se podrá mejorar la vida sexual de las personas con discapacidades físicas gracias a los descubrimientos neurobiológicos, que nos ayudarán a entender cómo funciona el cerebro durante el orgasmo.
En EEUU, Brasil y Sudáfrica ya se utiliza un nuevo método preventivo conocido como Truvada. Este fármaco, que ha causado un gran revuelo en la comunidad homosexual, puede prevenir el riesgo de infección del SIDA hasta en un 92% y, aunque tiene efectos secundarios (dolores de cabeza y náuseas…), también puede acabar sustituyendo a los preservativos.
Con un panorama tan tecnológico, ¿qué pasará con las personas de carne y hueso? ¿Qué será de las relaciones humanas, tanto cordiales como sentimentales? ¿Nos convertiremos en personas asociales? Según el estudio, las personas seguirán teniendo contacto entre sí, pero poco a poco las relaciones emocionales se irán separando del sexo.
El chip del sexo

El doctor en Nanotecnología, ingeniero en Electrónica y experto en Computación, Sergi Santos, que ha sido el primero en poner inteligencia artificial a una muñeca sexual realista que ha creado controversia, defiende que su innovación «no deshumaniza a las mujeres».
A Santos le apasiona el humanismo, la psicología y la ciencia, y comenta que siempre le había interesado «hacer un cerebro», pero para conseguirlo necesitaba un cuerpo y lo halló en las muñecas sexuales realistas fabricadas en China.
«El mercado del sexo mueve mucho dinero y encontré que estas muñecas tenían un cuerpo perfecto, en el que hay arte y tecnología», explica.
Incorporó un aparato con algoritmos de inteligencia artificial en una de ellas, un prototipo al que ha bautizado como Samantha, una muñeca hecha de material elastómero termoplástico que tiene tres modos: el familiar, el romántico y el sexual; y le instaló unos sensores para que «sea inteligente y sepa responder a cómo la estás tratando».
La empresa creada por Santos sólo vende muñecas femeninas, pero Santos afirma que es debido a su peso: «tenemos que desarrollar la tecnología un poco más para que el peso sea tratable», aunque «hacer hombres no es problema».
El nanotecnólogo añade que está convencido de que a las mujeres les encantaría tener uno, «aunque quizás no lo admitan. Mi madre misma me preguntó por qué no le construía un Brad Pitt».
Santos explica que no quiere que la gente «se avergüence de tener una muñeca sexual que hable, entienda y sienta», que su creación «no es solo sexual» y que mientras se interactúa con ella en modo familiar «nunca dirá nada grosero».
«Antes, la gente compraba muñecas pero se escondía porque eran solo para practicar sexo, y tú veías una persona con una muñeca y podrías pensar que era un desquiciado mental. Espero que a partir de ahora la gente vea que no es eso», confía.
El científico recomienda que con Samantha, que se puede comprar por entre 1.500 y 8.000 euros, según cómo se personalice, «tienes que hacer lo que harías con una mujer normal: se va excitando y llega al punto sexual y orgásmico».
Pero por mucho que Samantha, a la que se le puede incorporar calefacción, simule una mujer, no deja de ser una muñeca, y el sexo con muñecas o robots ha suscitado algunas críticas sociales, aunque el inventor prefiere hablar de que ha hecho «algo disruptivo».
Una de las críticas es que el uso de un robot puede contribuir a aumentar la explotación a las personas, pero Santos defiende que «si tú eres agresivo y tratas mal a objetos y a la gente, a Samantha la tratarás igual, depende de cómo sea el individuo».
«No creo que esté abusando de Samantha, yo creo que estamos interactuando», subraya el científico.
Existe una ‘Campaña en Contra de los Robots Sexuales’ que afirma que las muñecas sexuales deshumanizan a las mujeres y las convierte en meros objetos porque se establece una relación que únicamente reconoce los deseos y necesidades de una persona.
Sin embargo, el científico opina lo contrario, porque «una muñeca se puede fabricar a la carta y una vez puedas poseer el cuerpo que quieras, la gente prestará más atención a la personalidad de las mujeres porque el cuerpo va a ser algo accesible, y la mujer real ya no será un cuerpo sino una persona».
Por ese motivo, Santos está convencido de que no ha hecho nada reprochable y señala que «desde hace años ha habido sexo, incluso con animales. Yo no soy un agresor sexual ni nada raro, soy una persona normal con una sexualidad normal, pero los humanos tenemos esta necesidad y satisfacerla con una muñeca está bien».
El investigador está convencido que en el futuro Samantha va a evolucionar y se convertirá en un «asistente robot», que puede recordarte cosas cotidianas o ayudarte si has perdido las llaves, aunque él se ha centrado en aplicar la inteligencia artificial en una muñeca sexual porque se puede hacer «por unos miles de euros».
Tras su creación, Santos, que es ingeniero en Electrónica por la UPC y doctor en Nanotecnología por la Universidad de Leeds (Reino Unido), afirma que otras empresas «verán que hay interés por parte de la gente e implementarán más capacidades a la muñeca».
«Espero haber contribuido a hacer un pequeño paso histórico para que el ser humano empiece a pensar que no es único en el mundo, que todos tenemos lugar en el universo y que no hay ningún problema en compartir tu sexualidad con un hombre, una mujer, tu mano o una muñeca», concluye el ingeniero.