star trek
Eventos impredecibles en la otra realidad

«Estás viajando a través de otra dimensión, una dimensión no sólo de la vista y el sonido, sino de la mente; un viaje a una tierra maravillosa los límites son los de la imaginación», avisaba Rod Serling en la primera introducción de ‘The twilight zone’, la serie estrenada por RTVE en 1961 como ‘Dimensión desconocida’ y posteriormente como ‘La dimensión desconocida’.
La imaginación de Serling y sus principales ayudantes en los guiones, Richard Matheson y Charles Beaumont, no tenía límites. Entre 1959 y 1964 entregaron a través de CBS una colección de historias de ciencia ficción, terror y fantasía que catapultaron la televisión a otra dimensión. Relatos inquietantes con giros inesperados; cuentos macabros con moraleja sobre los males de la sociedad de la época y los defectos perennes de la especie humana.
Cuando Serling anunció en 1957, en su mejor momento como dramaturgo televisivo, su intención de concentrarse en una serie semanal fantástica, algunos creyeron que había perdido la cabeza y la seriedad. Diez días antes del estreno, el periodista Mike Wallace le preguntaba en la misma CBS: «Ahora que estás haciendo ‘The twilight zone’, ¿significa que no escribirás nada importante para televisión?».
Aún hoy pervive este recelo hacia el género, como si fuera algo que tuviera que trascender para conseguir algún logro artístico, como si no fuera desde tiempos inmemoriales un marco donde desarrollar las más diversas y profundas intuiciones. Quizás el supuesto pecado del Fantástico es, simplemente, que aspire tan a menudo a ser divertido, excitante, emocionante … La cultura revestida de trascendencia no puede ser divertida.
Pero, ¿qué es la dimensión desconocida? Tratamos de reducirla a algo tangible, a riesgo de simplificar la extensión de sus dominios. Es un lugar que está en todas partes y en ninguna, en medio de todo, pero resulta invisible para el ojo. Es un territorio donde manda lo que el filósofo Schelling llamó ‘unheimlich’, o «lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado».
Lo que interesaba a Serling no eran tanto las manifestaciones del ‘unheimlich’ como nuestra respuesta. Sus protagonistas solían ser personas corrientes, reconocibles, trastornadas ante la aparición de algo anormal en la normalidad. Este error técnico en la realidad podía significar una segunda oportunidad para corregir errores del pasado. Paracaidista del ejército estadounidense en la segunda guerra mundial, Serling había visto, vivido demasiado, y no quería castigar sus personajes, sino, en bastantes casos, tratar de salvarlos. Le atraía la ironía, pero aún más la empatía.
Le preocupaban los individuos y la sociedad en su conjunto. Bajo la capa de la fantasía, Serling podía explorar todas sus inquietudes políticas con libertad, sin que le llegaran notas de la cadena ni ningún patrocinador expresara reservas. Lo que parecían (y eran) historias de lo sobrenatural eran también reflexiones sobre asuntos candentes, ayer y hoy, como el racismo, los prejuicios o la posibilidad de una guerra nuclear.
‘The twilight zone’ rompió moldes en el qué, pero también en el cómo. Cuando hablamos épicamente del actual porosidad de fronteras entre series y cine, se nos suele olvidar mencionar que, hace un puñado de décadas, gente como Serling ya buscó la manera de llevar la tele más allá del entretenimiento funcional.
El productor Buck Houghton (colaborador de Val Lewton) y el director de fotografía George T. Clemens colaboraron firmemente con Serling para hacer de la serie una experiencia estética fuera de lo común en televisión. Aquello no era teatro filmado, sino narrativa audiovisual dotada de la sofisticación del cine; su nómina de directores incluyó el gran Mitchell Leisen ( ‘La muerte de vacaciones’) y Robert Parrish (Oscar al mejor montaje por ‘Cuerpo y alma’).
En el apartado actoral, contaron con gente capaz de hacernos creer lo imposible. El citado Leisen dirigió a Ida Lupino en ‘The sixteen-Millimeter shrine’, versión (aún más) sobrenatural de ‘El crepúsculo de los dioses’. Y el paseo de las estrellas de la dimensión desconocida incluye también Rod Taylor, Vera Miles, Agnes Moorehead (sin diálogo en ‘The invaders’), Robert Redford (como la Muerte), Dennis Hopper, Robert Duvall, Burt Reynolds, William Shatner y James Coburn.
La huella de ‘La dimensión desconocida’ sobre la cultura pop y los directores, guionistas y escritores fantásticos del último medio siglo es inmensa . Apuntamos sólo unos temas importantes.
Si Gene Roddenberry en ‘Star Trek’ se hacía preguntas éticas y filosóficas desde el espacio, fue en parte porque Serling allanó el camino para estas ambiciones. Sin la serie (y las historias de Matheson en concreto), Stephen King nunca se habría convertido en maestro del terror con paisaje cotidiano. Sin sus giros finales, probablemente Shyamalan nunca habría tenido una carrera, o no la que conocemos.
Muchas ideas exploradas por películas míticas ya habían sido objeto de análisis en ‘The twilight zone’. ¿La inteligencia y la angustia de la computadora Hal 9000 de ‘2001: Una odisea del espacio’? Ya las tenía la robot Alicia de ‘The lonely’. El episodio ‘Walking distance’, un ‘Regreso al futuro’ de otoño, puso el listón alto para las ficciones sobre volver atrás en el tiempo y las paradojas que provoca. Truman Burbank no habría sorprendido tanto por el espectáculo filmado que resultó ser su vida si hubiera visto antes ‘A world of difference’.
‘The twilight zone’, sólo puede haber una, pero se ha intentado reverdecer la marca varias ocasiones: en una película de 1983 (‘En los límites de la realidad’) y varias nuevas series, una de 1985, otra de 2002 y una tercera que llegó el 1 de abril de 2019, seis meses antes del 60 aniversario del estreno de la serie original.
Kirk es el jefe del cotarro espacial

El actor canadiense William Shatner, el popular Capitán Kirk de la legendaria nave estelar Enterprise de la serie de Star Trek, cuenta en el libro «Star Trek. Las películas» jugosas anécdotas de las mismas, cómo se convirtió en una estrella e incluso como vendía a los fans objetos del rodaje firmados por él.
Publicado por la editorial Alberto Santos Editor, el libro arranca explicando cómo se convirtió en una auténtica estrella, primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo, a raíz del éxito de la serie televisiva que posteriormente se convirtió en otra saga de largometrajes.
«La NASA llegó a organizar una recepción en su honor, como si fuera un auténtico héroe de la carrera espacial, junto a astronautas de verdad y otros técnicos especializados de la Agencia norteamericana, fascinados por el comandante encargado de dirigir a la tripulación destinada a recorrer el espacio, la última frontera», explica el editor Alberto Santos.
Sin embargo, no todo fueron éxitos y homenajes. El propio Shatner, ayudado por el escritor Chris Kreski, reconoce en el libro que sus papeles cinematográficos, más allá de Star Trek, fueron pocos y «simplemente deplorables», pese a que en los últimos años ha cosechado algunos galardones televisivos por su intervención en la serie «Boston Legal».
El actor relata la frustración que sufrió durante muchos años por no poder escapar al éxito que le confirió el Capitán Kirk, papel que sólo la edad le obligó a abandonar definitivamente.
Santos recuerda el comentario malicioso de una actriz con la que compartía rodaje y que, tras sufrir Shatner un accidente en el plató, le recomendó que tuviera más cuidado: «a tu edad, podías haberte roto la cadera en esa caída».
Además el actor reconoce que, al igual que otros compañeros de la serie, no supo administrar los beneficios económicos obtenidos, hasta el punto de que para completar sus ingresos cuando se terminaba una película recogía todos los materiales originales que podía (cartelería, metraje extra, complementos para los uniformes) para posteriormente venderlos firmados a sus admiradores en las convenciones de aficionados de Ciencia Ficción.
«Star Trek. Las películas» también recoge los enfrentamientos con el creador de la serie Gene Roddenberry, que planteó sucesivas demandas contra los productores porque, según Santos, «su idea de la serie se había quedado anticuada y no estaba de acuerdo con la forma en la que se estaba llevando a cabo».
Su editorial, que tiene la franquicia para España de los libros de Star Trek, también publica las memorias del otro actor fetiche de la serie, Leonard Nimoy, bajo el título de «Soy Spock».
La mítica historia de aventuras espaciales se ha puesto de moda otra vez a nivel mundial gracias al las nuevas películas, que reúnen a una tripulación completamente renovada, integrada por actores distintos de los que protagonizaron las series televisivas y los largometrajes cinematográficos rodados hasta ahora.
Disputa contra Star wars
William Shatner, uno de los rostros míticos de Star Trek, echa más leña al fuego de la eterna disputa entre la saga y la otra franquicia galáctica, Star Wars. El Capitán Kirk del Enterprise original se posiciona en favor de sus ‘rivales’ afirmando que Star Trek le debe su éxito a Star Wars.
«Antes que nada, Star Wars creó Star Trek. ¿Lo sabíais?». Así comienza Shatner su intervención. En realidad, la serie que protagonizó se emitió de 1966 a 1969, y la primera película de Star Wars no llegó a los cines hasta 1977.
Pero a lo que se refiere Shatner es que el éxito cosechado por la cinta de George Lucas devolvió a la vida a Star Trek. «Cada año existía la amenaza de que la serie fuera cancelada. El tercer año nos cancelaron, y todo el mundo lo aceptó», afirma el actor. Tras el taquillazo que supuso Una nueva esperanza, con 775 millones de dólares de recaudación, la competencia tenía que hacer algo.
«En los estudios Paramount iban correteando de un lado para otro. ‘¡¿Qué tenemos?! ¿Qué tenemos que pueda igualar a Star Wars?’ Es algo grande. Estaba esa otra cosa que cancelamos, ¿que se llamaba Star… Trek? ¡Resucitémoslo!», explica Shatner
Sin embargo, el salto a la gran pantalla de Star Trek, Star Trek: La película (1979) no tuvo el éxito que se esperaba, comparada con Star Wars. El antaño capitán Kirk es consciente de la poca acogida que tuvo la cinta, y afirma que Paramount comenzó corriendo con la producción. «Star Trek se hizo con tanta prisa… No había tiempo para editar los efectos especiales, y por eso la película era defectuosa y no generó mucho dinero», señala.
«Fue Star Wars la que hizo que Star Trek se abriera camino en las mentes de la gente de Paramount», defiende Shatner. Que un miembro de Star Trek reconozca tales méritos a la competencia es un tanto desconcertante. Para defender su postura, Shatner describe ambos universos, que no tienen por qué ser mejores o peores.
«Star Trek cuenta historias humanas. Es filosófica. Hay humanidad. Hay un principio implicado. Y está bien hecho. Trata sobre las personas», dice sobre su saga. «Star Wars fue magnífica, como una ópera. Era enorme, con grandes efectos especiales. Era una película maravillosamente entretenida, pero no trataba específicamente de las personas de la forma en que lo hacía Star Trek», sentencia.
El anhelo de una lengua universal

Del quenya al klingon pasando por el simlish o el alto valyrio, los idiomas extravagantes forman parte del imaginario de la literatura fantástica y en ocasiones tienen tanto cuerpo gramatical como el volapük o el esperanto, lenguas artificiales creadas para la comunicación en el mundo real.
El hervidero político europeo durante el siglo XIX, alimentado por el Romanticismo, desembocó en nacionalismos extremos que habrían de conducir durante el siglo siguiente a los dos peores conflictos bélicos registrados históricamente en el Viejo Continente.
Como reacción a estos movimientos exageradamente patrióticos, un puñado de idealistas lanzó la idea de crear un lenguaje universal como vehículo de fraternidad para evitar los enfrentamientos internacionales y así surgieron varias iniciativas en el mundo real que tuvieron su reflejo posterior en el género fantástico, donde además sirvieron para dotar de estructura y credibilidad a algunas de sus obras más famosas.
El párroco católico alemán Johann Martin Schleyer fue el primero en diseñar una lengua artificial destinada a facilitar la comprensión entre las distintas culturas en una Europa que había comenzado el siglo XIX con las guerras napoleónicas y se acercaba a su final tras la guerra francoprusiana y los conflictos exteriores como el de los bóers en Suráfrica o el de los bóxers en China.
Schleyer creó el volapük en 1879 basándose en el lema «Menefe bal, püki bal» («Una única lengua para una única humanidad») y obtuvo un gran éxito de inmediato: 100.000 personas de 280 asociaciones llegaron a utilizarla y publicar más de 300 libros de texto.
Pero su complejidad gramatical y, sobre todo, los enfrentamientos entre su fundador y uno de sus discípulos, el holandés Auguste Kerckhoffs, terminaron con su popularidad.
Muchos partidarios del idioma universal se pasaron entonces al esperanto, un experimento similar impulsado por el oftalmólogo judeopolaco Ludwik Lejzer Zamenhof, quien también conocía el volapük.
De hecho, hablaba alemán, polaco, ruso, yiddish, latín, griego, hebreo clásico, francés e inglés, además de poseer conocimientos básicos de español, italiano y otras lenguas.
Zamenhof soñaba con el perfecto idioma auxiliar para la comunicación internacional y en 1887 publicó el «Unua Libro» («Primer Libro») que describe el esperanto tal cual hoy lo conocemos aunque, pese a sus esfuerzos, ninguna nación lo adoptó jamás como lengua oficial y se estima que hoy día lo manejan menos de 10.000 personas.
Entre los escritores del género fantástico que han desarrollado lenguajes artificiales para sus obras, el gran maestro es J.R.R.Tolkien, el autor de «El Señor de los Anillos» y «El Hobbit».
Lingüista destacado, desarrolló durante toda su vida algunos de sus idiomas más famosos, como el quenya o lenguaje de los altos elfos de Valinor.
También creó el sindarin o élfico gris, el adunaico de Númenor y otros, hasta un total de quince lenguajes diferentes.
Dentro de la Ciencia Ficción propiamente dicha, uno de los idiomas artificiales más populares es el klingon, desarrollado por otro lingüista, el norteamericano Marc Okrand, quien recibió el encargo de dotar con su propio idioma a la belicosa y homónima raza extraterrestre que aparece en «Star Trek».
A este idioma se han traducido algunas obras de Shakespeare como «Hamlet» y «Mucho ruido y pocas nueces» porque, como dice el Canciller Gorkon, uno de los personajes klingon: «usted no ha experimentado realmente a Shakespeare hasta que no lo ha leído en el klingon original».
Okrand también inventó el vulcaniano, idioma de los nativos de Vulcano como el doctor Spock, aunque la frigidez emocional y la rigidez social de esta raza lo han convertido en una lengua poco utilizada.
Menos elaborado es el Simlish o lengua ficticia de los videojuegos de Maxis para sus aventuras con los Sims.
Pese a su sencillez, es un lenguaje difícil ya que está compuesto por balbuceos y sonidos como el de los bebés, con expresiones como «Sool-Sool» («Hola») o «Veena Fredishay» («Vamos a jugar»).
El idioma de moda en el fandom en la actualidad es el alto valyrio, una lengua muerta pero recordada a través de multitud de canciones y libros que aparecen en la saga de «Hielo y Fuego» de G.R.R. Martin, popularizada mundialmente gracias a la serie televisiva de «Juego de Tronos».
Su frase más popular es «Valar Morghulis» («Todos los hombres deben morir»), como bien saben los numerosos personajes decapitados, apuñalados, quemados, envenenados y, en general, asesinados por Martin en sus libros.
De todas formas, hay que recordar que la Ciencia Ficción resolvió hace mucho tiempo el problema del lenguaje universal gracias a la telepatía. Pero ésa es otra historia…
El creador al borde de la eternidad

Harlan Ellison, nacido el 27 de mayo de 1934 en Cleveland (Ohio), publicó por primera vez en 1956 un relato titulado «Glowworm» (Luciérnaga) en la revista Infinity Science Fiction.
Tras colocar varios cuentos más, fue reclutado por el ejército de EE.UU. pero a su vuelta retomó la máquina de escribir y ya no la abandonó hasta que pudo sustituirla por los procesadores de texto con los que ha regado de ideas y personajes asombrosos el panorama del fantástico estadounidense durante los últimos decenios.
Lo fértil de su imaginación se demuestra en la abundancia de versiones sobre sus avatares vitales, con multitud de anécdotas que a menudo dejan al lector con la sensación de que le están tomando el pelo porque nunca llegaron a suceder de verdad.
Sus relatos más famosos, al menos en España, son «No tengo boca y debo gritar» y «¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-tac».
El primero, que recibió un premio Hugo, es la historia de una inteligencia artificial llamada «AM» (procede del clásico “pienso luego existo” en inglés: “I think, therefore I AM”) que, tras llegar a la conclusión de la prescindibilidad de la raza humana, la destruye con un holocausto nuclear aunque salva a cinco personas para torturarles mientras vivan como venganza contra toda la humanidad por haber sido creada.
Ellison opinaba que la inteligencia artificial de la serie de «Terminator» que toma conciencia de sí misma y declara la guerra a los humanos liderando el ataque de las máquinas, está basada en su «AM».
Él mismo escribió el guión adaptado y prestó su propia voz a «AM» en el videojuego basado en su obra que fue desarrollado hace años.
El segundo relato, que obtuvo un premio Nébula además del correspondiente Hugo, nos sitúa en un futuro dictatorial donde toda la actividad está medida literalmente al segundo y controlada por el Maestro Custodio del Tiempo o Señor Tic-Tac quien, a través de cardioplacas personales, castiga a las personas que se retrasan en sus quehaceres restándoles el tiempo de vida equivalente al retraso que provocaron.
En este escenario aparece el Arlequín, un individuo ataviado como tal que boicotea el sistema provocando grandes retrasos con medidas tan originales como arrojar ciento cincuenta mil dólares en pastillas de goma sobre la maquinaria de las calles.
Otros textos suyos conocidos son «Un muchacho y su perro», «La bestia que gritaba amor en el corazón del universo» y «Jeffty tiene cinco años».
En 1962 se mudó a California y triunfó también en el mundo de la televisión escribiendo guiones o colaborando como consultor en auténticos clásicos de las series de ciencia ficción, desde «The Outer Limits» hasta «Babylon 5», pasando por los episodios originales de «Star Trek» o «La fuga de Logan».
Sin embargo, tal vez su aportación más popular sea como editor y antologista de una de las colecciones de relatos más conocidas del siglo XX: «Visiones peligrosas».
El objetivo de esta antología, publicada en 1967, era definir y lanzar el movimiento conocido como «New wave» (Nueva ola) con temas hasta entonces tabú para las revistas de la época, desde los límites sexuales a las relaciones interracionales.
En ella publicaron autores clave del género, como Philip K. Dick, Fritz Leiber, Philip José Farmer, Samuel R. Delany, Robert Silverberg, Theodore Sturgeon, Isaac Asimov…, y él mismo.
Pese a que la calidad de algunos cuentos no estuvo a la altura de sus firmantes, el gran éxito de la antología situó definitivamente a Ellison como uno de los grandes en la literatura de ciencia ficción tanto en EE.UU. como fuera de ellos y propició la aparición de secuelas.
Los haces tractores de Star Trek ya son una realidad

Los rayos o haces tractores son misteriosos haces que sirven para agarrar y levantar objetos. El concepto ha sido utilizado por escritores de ciencia ficción y de series como Star Trek o La Guerra de las Galaxias, pero también ha fascinado a los científicos y los ingenieros, que en los últimos años han presentado algunos prototipos con láser y a pequeña escala.
Pero ahora, investigadores de las universidades de Bristol y Sussex (Reino Unido), en colaboración con la compañía Ultrahaptics, han construido el primer rayo tractor sónico del mundo, que puede levantar y mover objetos mediante ondas de sonido. Con ellas generan un holograma acústico para coger y mover objetos pequeños.
La técnica, cuyos detalles se publican en Nature Communications, se podría desarrollar para una amplia gama de aplicaciones, como una línea de producción sónica para transportar objetos delicados y ensamblarlos, todo ello sin contacto físico. Por otro lado, una versión en miniatura también podría capturar y transportar cápsulas de medicamentos o instrumentos microquirúrgicos a través de los tejidos vivos.
Asier Marzo, estudiante de doctorado y autor principal del estudio considera «una experiencia increíble la primera vez que vimos el objeto suspendido en su sitio gracias al rayo tractor».
La técnología se podría aplicar en una línea de producción sónica de productos y para transportar cápsulas con medicamentos en tejidos vivos
Por su parte, Bruce Drinkwater, profesor de ultrasonidos en el departamento de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Bristol, añade: «Todos sabemos que las ondas sonoras pueden tener un efecto físico, pero aquí hemos conseguido controlar el sonido en un grado que nunca antes se había alcanzado».
Y Sriram Subramanian, profesor de Informática en la Universidad de Sussex y cofundador de Ultrahaptics explica que este dispositivo permite manipular objetos en el aire, aparentemente desafiando a la gravedad: «Controlamos individualmente docenas de altavoces y así conseguimos la solución óptima para generar el holograma acústico que permite manipular varios objetos en tiempo real, sin contacto».
En total, los investigadores utilizaron 64 altavoces en miniatura para crear ondas de sonido de tono e intensidad altos. El rayo tractor opera rodeando el objeto con un sonido de alta intensidad, y esto crea un campo de fuerza que sostiene a los objetos en su lugar. Controlando cuidadosamente la salida de los altavoces el objeto puede ser mantenido en su lugar, movido o girado.
El equipo ha demostrado que con tres formas diferentes de campos de fuerza acústicos se pueden crear los rayos tractores. El primero es un campo de fuerza acústica, que se asemeja a un par de dedos o pinzas. El segundo es un vórtice acústico, donde los objetos se quedan atascados y luego atrapados en el núcleo, y el tercero se asemeja a una jaula acústica de alta intensidad que rodea a los objetos y los mantiene en su lugar desde todas las direcciones.
Otros trabajos previos relacionados con estudios acústicos tuvieron que rodear el objeto con los altavoces, lo que limitaba la amplitud del movimiento del objeto y restringía muchas aplicaciones de esta tecnología. Según los autores del estudio actual, el año pasado algunos colegas de la Universidad de Dundee (Escocia) presentaron un prototipo de haz tractor, pero no consiguieron mantener ningún objeto con el rayo.
La increíble literatura creciente de Richard Matheson

Richard Matheson (1926-2013) es autor de clásicos literarios de la ciencia ficción, fantasía y terror como ‘Soy leyenda’, ‘El hombre menguante’, ‘Más allá de los sueños’ o ‘La casa infernal’.
La imaginación de Matheson, conocido por humanizar tramas imposibles y dotar de un ángulo científico gran parte de sus premisas más sugerentes, fue un imán para Hollywood. Su libro ‘Soy leyenda’ (1954) se adaptó a la gran pantalla en tres ocasiones, la última con el protagonismo de Will Smith en una cinta del 2007 dirigida por Francis Lawrence, que recaudó casi 600 millones de dólares en todo el mundo. Las versiones anteriores fueron ‘The Omega man’ (1971), con Charlton Heston, y ‘El’último hombre sobre la Tierra’ (1964), con Vincent Price. En ‘Soy leyenda’ un solo hombre afronta una plaga vampírica que ha asolado a la humanidad en un mundo apocalíptico.
En los últimos años Hollywood volvió a adaptar sus obras con películas como ‘Real Steel’ (2011), protagonizada por Hugh Jackman, y ‘The Box’ (2009), con Cameron Díaz, basadas en sus historias cortas ‘Steel’ y ‘Button, Button’, respectivamente. Otras novelas como ‘Somewhere in time’ y ‘A stir of echoes’, también se han llevado al cine. Pero célebre fue la adaptación, en 1957, de su novela ‘El hombre menguante’, con el nombre de ‘El increíble hombre menguante’, convertida en toda una película de culto.
Distinguida con el prestigioso premio Hugo, en sus capítulos, a través de una lógica aplastante, daba cuenta de la inexorable reducción de Scott Carey, quien tras verse sometido a cierta radiación comenzaba a decrecer hasta que su mundo cotidiano cobraba unas dimensiones gigantescas y su propio gato se convertía en una amenaza constante. Una merma irremisible que acababa enfrentándole a dimensiones microscópicas.
El autor escribió el guión de la película de 1971 Duel (El diablo sobre ruedas), una de las primeras películas del director Steven Spielberg.
Para la pantalla grande escribió los guiones de la mayoría de las legendarias adaptaciones de Poe llevadas a cabo por Roger Corman: ‘La caída de la casa Usher’ (1960), ‘El péndulo de la muerte’ (1961), ‘Historias de terror’ (1962), ‘El cuervo’ (1963). También para la American Internacional Pictures concibió el guión de ‘El amo del mundo’ (William Witney, 1961), esa maravilla basada en ‘Robur, el conquistador’ de Verne, y de ‘Sade’ (1969), un acercamiento al divino marqués debido al gran Cy Endfield.
También son de Matheson los libretos de ‘La comedia de los horrores’ (Jacques Tourneur, 1964), de la que fue coproductor, y ‘La novia del diablo’ (Terence Fisher, 1968), la pequeña aportación del escritor a la Hammer Films.
Magnífico en su faceta novelística, Matheson fue asimismo un guionista formidable, a quien le debemos el ciclo de adaptaciones de Edgar Allan Poe que rodó Roger Corman, así como numerosos episodios de teleseries míticas, como Alfred Hitchcock presenta, y Star Trek.
Lo más granado de su actividad televisiva fueron los libretos para «The Twilight Zone», la serie de Rod Serling (‘Los límites de la realidad’ en España), especialmente el guión de Nightmare at 20.000 Feet en 1963. El episodio, que protagoniza William Shatner, se ha convertido en un clásico de la televisión con muchas referencias. Por todo ello, mereció los más prestigiosos premios del género: el Edgar Allan Poe, el Stoker y el British Fantasy Award, entre otros muchos, también fue objeto de múltiples homenajes en series televisivas y en videojuegos

Hijo de inmigrantes noruegos, el autor nació en Nueva Jersey en 1926 y publicó su primera historia de ciencia ficción en 1950, tras haber cumplido el servicio militar como soldado de infantería en la segunda guerra mundial. Su primer cuento, ‘Nacido de hombre y mujer’, ya le catapultó a la fama.
Aunque Matheson tuvo entre su público objetivo a los lectores de pulp y a los ocupantes de la última fila en los cines de barrio, supo llegar a un auditorio mucho más amplio, brindándole palabras que aún saben a nuevo. De ahí que su literatura siga despertando pasiones desbocadas.
El autor acercó el miedo y la paranoia a entornos cotidianos y pobló las pesadillas de mediados del siglo xx con umbrales abiertos a mundos del futuro y a dimensiones desconocidas que hoy siguen amedrentándonos. Son puertas que permanecen abiertas, pequeños cuentos de impacto que fueron germen y referente del terror moderno.
Las últimas novelas de una carrera literaria de medio siglo fueron ‘Other Kingdoms (2011) y ‘Generations’. Matheson entró en el Salón de la Fama de la ciencia ficción en el 2010.
El autor estadounidense Ray Bradbury calificó a Matheson como «uno de los escritores más importantes del siglo XX», mientras que Stephen King dijo de él que fue el autor que más le influyó en su carrera.
Historias espaciales con fundamento

Un clásico de la ciencia-ficción, referencia de la cultura «geek» y pionera de la diversidad y la inclusión en la pantalla. Todo eso es «Star Trek», la imprescindible saga interestelar cuyo mensaje utópico y de esperanza en el progreso es inagotable. Creada por Gene Roddenberry en 1966, la franquicia ‘Star Trek’ se compone de cinco series de televisión, una serie de animación y doce películas, así como una docena de videojuegos, diferentes juegos de rol, centenares de novelas y relatos de ficción.
Roddendberry siempre había citado ‘Planeta prohibido’ como referente para ‘Star Trek’, pero también dijo que le habían influido una serie de películas que se habían visto en EEUU de manera clandestina, procedentes de la Europa del este.
Con el episodio «The Man Trap», el universo de «Star Trek» llegó por primera vez a la televisión el 8 de septiembre de 1966, aunque por ese capítulo era imposible pronosticar que se convertiría en todo un fenómeno de masas.
«Bitácora del capitán. Fecha estelar, 1513.1. Nuestra posición, orbitando el planeta M-113». Esas fueron las primeras frases que, sobre un fondo con la nave Enterprise surcando el espacio, se escucharon en la entrega inicial de la serie «Star Trek», que sirvió para presentar a personajes ahora tan reconocidos como el capitán Kirk (William Shatner) o Spock (Leonard Nimoy).
La trama de «The Man Trap» era bastante convencional. Los tripulantes de Enterprise viajaban a un planeta casi abandonado y tenían que lidiar con un misterioso monstruo, que se alimentaba a base de sal y que tenía la asombrosa capacidad de transformar su apariencia a su antojo.
Pero este episodio también desveló algunas de las claves del futuro éxito de la saga, como el mensaje utópico, idealista y de colaboración entre la humanidad que planteaba como parte de su esencia «Star Trek».
La nave Enterprise parecía una versión pluscuamperfecta de la ONU. En total armonía y con una fe sólida en la tecnología y el conocimiento, en la tripulación aparecían, por ejemplo, una mujer negra (Uhura, interpretada por Nichelle Nichols), un ruso (Chekov, al que daba vida Walter Koenig), y un asiático (Sulu, al que prestó su rostro George Takei).
El mensaje a favor de la diversidad era llamativo en un áspero y paranoico contexto internacional marcado por la Guerra Fría, pero también tenía acomodo en los nuevos vientos que soplaban en Estados Unidos en los años 60, con el Movimiento por los Derechos Civiles y la contracultura apostando por una nueva realidad social.
Un ejemplo de las aspiraciones de «Star Trek» fue que en 1968 ofreció el primer beso interracial en la historia de la pequeña pantalla con el celebrado encuentro entre el capitán Kirk y Uhura.
Tres temporadas y cerca de ochenta episodios duró este primer show que sólo fue el pitido inicial de la impresionante expansión del universo de «Star Trek», que además de sus producciones televisivas cuenta, hasta el momento, con trece películas.
Impulsada por el extraordinario éxito de su competidora «Star Wars» en 1977, «Star Trek» trasladó sus peripecias al cine por primera vez en 1979 y su última cinta, «Star Trek Beyond», se estrenó en 2017 con Chris Pine, Zachary Quinto y Zoe Saldaña en su reparto.
Esta película, que incluyó al primer personaje gay de la saga, es la tercera parte del relanzamiento de «Star Trek» que ha patrocinado J.J. Abrams, y Paramount ya confirmó que habrá, al menos, un cuarto largometraje.
La inevitable filosofía en Star Trek

Los alumnos de la Universidad de Rijeka, Croacia, estudian y discuten cuestiones filosóficas basadas en los temas de la serie «Star Trek». El estudio de la filosofía trekkie no es común pero comienza a hacerse un hueco en los ámbitos académicos por sus reflexiones sobre la condición humana.
Todo es gracias al empuje del profesor Bercic Boran, que es un gran fan de la saga y arrastró al resto del departamento a introducir, a partir de un año académico en curso, Star Trek como asignatura optativa
El consejo universitario no tuvo problemas con la aceptación de esta idea después de que el profesor Bercic les demostrara las implicaciones filosóficas y espirituales que esconde la popular serie. El estudio de la filosofía trekkie no es común en el mundo, pero comienza a hacerse un hueco en las universidades.
De hecho la facultad croata recoge el testigo de la Universidad de Georgetown en EE.UU., que también ofrece este curso en su plan de estudios. En este caso europeo los estudiantes tendrán como literatura principal una traducción al croata del libro Star Trek and Philosophy: The Wrath of Kant (Popular Culture and Philosophy), publicado por Kevin S. Decker y Jason T. Eberl.
La filosofía y los viajes espaciales se caracterizan por el mismo objetivo fundamental: la exploración. Así que en esta asignatura se combina el espíritu filosófico de la investigación con la aclamada serie, para examinar cuestiones de amplio calado, no sólo acerca de las perspectivas científicas de los viajes interestelares, sino también del viaje interior para examinar la condición humana.
Y los temas que se discuten pueden ir desde las posibilidades de comunicación entre diferentes culturas a las preguntas sobre el temperamento estoico exhibido por los vulcanos en sus relaciones personales. Porque una de las cosas que hace tan emocionante Star Trek es el ángulo filosófico que a menudo presenta.
Y porque la épica de Star Trek ha ido a donde ninguna obra de arte dramático ha ido antes, para convertirse en el mundo imaginario más popular concebido. De hecho, el mismo espíritu inquieto e incansable de exploración que impulsa los viajes de la nave Enterprise es también la fuerza motriz de la maravilla filosófica a lo largo de la historia humana.
Sólo falta pues conocer si a la facultad croata y a la de Georgetown se unirán otras universidades en el mundo, que para rizar el rizo trekkie también podrían incluir en su plan de estudios Filología Klingon. O, al menos, algún curso de idiomas avalado por The Klingon Language Institute, una asociación que también aboga por promover y apoyar este lenguaje único y emocionante.