suicidio
Un susurro al borde del precipicio

El efecto Papageno consiste en el cambio de opinión de un potencial suicida que quiere culminar el acto. Se consigue gracias a un correcto mensaje que alienta e informa bien a la persona. Un buen manejo de la información sobre el suicidio puede tener efectos positivos en la prevención y puede llegar a conseguir que aquellos con ideas suicidas desistan de sus intenciones.
El suicidio es la principal causa de muerte externa en España, que se cobra el doble de víctimas que los accidentes de tráfico. En 2016, últimos datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), 3.569 personas murieron por suicidio frente a 1.890 personas murieron por accidente de tráfico. Una cifra que supone 80 veces más que la violencia de género y 12 veces más que por homicidio.
Según la OMS, en el mundo, se suicidan más de 800.000 personas al año. Además es la tercera causa de defunción en personas de entre 15 y 29 años. La mortalidad por suicidio es superior a la mortalidad causada por guerras y homicidios.
¿Qué es el efecto Papageno?
El “efecto Papageno” debe su nombre a un personaje de “La flauta mágica” de Mozart. Su suicidio planificado lo evitan tres espíritus infantiles que le recuerdan las alternativas a la muerte”, ilustra Gabriel González Ortiz, autor del libro “Hablemos del suicidio”.
Papageno, tras haber sido disuadido de suicidarse por tres niños, se reencuentra con su amada Papagena, con la que tendrá muchos hijos.
Andoni Anseán, presidente de la Sociedad Española de Suicidología, lo define así: “Una empatía con una persona que está en riesgo suicida, que tiene ideación o que ha realizado algún intento previamente. Lo que se consigue es en vez de rechazo o reprobación, es que haya una actitud y un sentimiento de empatía y de compasión con esa persona que sufre, para estar en disposición de ayudarla a que supere esa ideación o que no realice más intentos”.
El efecto Papageno es presentar la información de otra manera de tal modo que la persona que está en riesgo suicida recibe compasión y empatía. Y eso salva vidas. Dicho efecto, no solo se da en la persona que se va a suicidar, sino en la persona que le puede ayudar. Con información adecuada uno puede desistir de suicidarse y darse cuenta de que puede canalizar su sufrimiento con la ayuda adecuada.
“En los casos concretos, seguir las recomendaciones de la OMS que ya tienen 18 años y merecen una revisión porque estamos en los tiempos de internet, pero que todavía siguen muy vigentes para abordar cada noticia. Por ejemplo no debemos detallar el método. Hay que tener muchísimo cuidado con eso, porque puede tener incidencia en personas vulnerables”, dice el autor del libro.
Y añade: “Se consigue a través del tiempo, a través de dar información y de sensibilizar y de concienciar a las personas en general que al posible suicida no hay que hacerle reproches o estar juzgándole, sino que hay que ayudarle”.
Este efecto puede ayudar en cualquier fase previa al suicidio. Anseán afirma que sí. Y añade:”Lo que se consigue con el efecto es ayudar a la otra persona. De muchas maneras. Simplemente diciéndole que hable del problema, que hable con el médico de cabecera, que vaya al psicólogo. Con esto ya se están haciendo cosas para evitar ese suicidio. Y eso ha sido promovido por ese sentimiento de empatía”.
La chilena que perseveró: del efecto Werther al efecto Papageno
En su libro, González expone un caso paradigmático: Una niña chilena de 14 años con fibrosis quística colgó hace unos años un vídeo en Youtube en el que solicitaba a su gobierno el suicidio asistido. Esta chica reconoció que su reivindicación estaba inspirada en el caso de una mujer enferma terminal que realizó una campaña por la aplicación de la misma medida antes de terminar con su vida.
Pero la menor cambió de opinión cuando, al difundir los medios su caso, conoció a otro chico con su misma enfermedad, quien le transmitió un mensaje de esperanza y le animó a luchar contra la adversidad.
La información puede promover o puede prevenir
“Si en un periódico se lee una noticia mal enfocada, esta puede tener un efecto de imitación, el llamado efecto Werther. Si esa misma información tiene un enfoque distinto, de persona que sufre, de persona que puede necesitar ayuda, de persona de la que uno se puede compadecer, se puede estar consiguiendo un efecto Papageno”, afirma el periodista.
Ante la pregunta de si los medios lo están haciendo bien, González comenta: “Estoy viendo un cambio de tendencia. Veo que por un lado hay un tratamiento más sensacionalista que divulga todo tipo de detalles, y, por otro, cada vez con más frecuencia se empieza a abordar el fenómeno del suicidio como una problemática de salud general y cada vez está más presente en los medios”.
Existen unas orientaciones elaboradas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que no terminan de cumplirse. A pesar de que aún son muy útiles, hace falta adaptarlas a los tiempos de internet. Según un estudio del Consejo Audiovisual de Cataluña, hoy con las redes sociales e internet, hay 1,8 millones de resultados en la red que son peligrosos para personas en riesgo suicida.
Gabriel González, opina que “ante cualquier noticia del suicidio hay que añadir cuáles son las señales de alarma ante las que hay que reaccionar, cuáles son los factores de riesgo, cómo hay que actuar, y los lugares en los que se puede pedir ayuda”.
Que los profesionales estrechen su trabajo: acercamiento al efecto
“A los periodistas les ha faltado información para llevar a cabo su función como agente de prevención. No han trabajado este tema como un problema endémico. Concienciar es una tarea de todos. Los periodistas solos no van a poder”, comenta el periodista.
Y añade: “El efecto se lograría antes y con más eficacia si los periodistas, que son los divulgadores de las noticias sobre este tema, estuvieran asesorados por psiquiatras y por los agentes que realmente conocen la prevención del suicidio. Trabajando de manera estrecha y colaborando se puede ayudar a que se consiga el efecto Papageno”.
Así se podría evitar, que las personas cercanas a un potencial suicida se conviertan en supervivientes. Según la Association of Psichology and Psichiatry for Adults & Children (APPAC), los supervivientes son aquellas personas que han perdido a un ser querido por suicidio. Se les llama así porque el nivel de estrés que viven es equivalente al que sufre alguien que ha estado en un campo de concentración o que ha vivido un conflicto.
De Werther mejor ni hablar

El suicidio sigue siendo un tema «tabú» en la sociedad a pesar de que es la primera causa de muerte entre los jóvenes varones de 15 a 29 años y duplica el número de víctimas mortales por accidentes de tráfico desde hace varios años.
El efecto Werther fue el término designado por el sociólogo David Phillips en 1974 para definir el efecto imitativo de la conducta suicida. El nombre proviene de la novela “Las penas del joven Werther“, del escritor alemán Wolfgang von Goethe. En ella, el protagonista termina suicidándose por amor.
Fue tal su éxito que poco después de su publicación, en 1774, unos 40 jóvenes se quitaron la vida de forma muy similar al protagonista. Este extraño y macabro fenómeno propició la prohibición del libro en países como Italia y Dinamarca.
Basándose en casos similares, Phillips realizó un estudio entre 1947 y 1968 en el que halló datos reveladores. El mes siguiente a que The New York times publicara una noticia relacionada con el suicidio de alguien conocido la tasa de gente que se quitaba la vida aumentaba casi un 12%.
Este patrón se ha seguido repitiendo hasta día de hoy. A mediados de 2017, Canada trató de prohibir la serie “Por 13 razones” tras considerar que podría causar este mismo efecto. La Organización Mundial de la Salud incluso ha elaborado un documento con pautas a seguir para periodistas que informen sobre hechos relacionados con el suicidio.
Algunos expertos rechazan el efecto Werther en su totalidad, pero no sus matices. Opinan que sí es posible que personas con tendencias suicidas copien la forma de morir de personajes célebres, pero a su vez eximen a estos últimos de toda responsabilidad sobre las muertes ajenas.
«En España y en otros países del entorno, los hombres jóvenes se mueren por suicidio, pero ese dato no sale en los medios de comunicación y es sorprendente: nadie quiere ver el elefante que tenemos en la habitación», ha asegurado el psicólogo y presidente de la Sociedad Española de Suicidología, Andoni Anseán.
Según ha dicho, en España y en todos los tramos de edad se suicidan una media de diez personas al día -en Euskadi hay una muerte cada dos días-, y a nivel mundial el suicidio genera más muertes que la suma de los homicidios y las víctimas de guerra.
Anseán, que también preside la Fundación Salud Mental España para la prevención de suicidios y transtornos mentales, ha indicado que en España se registraron 3.602 suicidios hace un año -se contabilizan cada dos años-, una cifra que creció durante cuatro años consecutivos hasta dicho año, en el que descendió en un 9 por ciento de media.
«Cuando ya creíamos que el motivo del aumento era la crisis económica, decrece en una cifra importante y vuelve a niveles de hace 5 años. Estamos despistados respecto a la causa», ha reconocido este experto, que se encuentra en Bilbao para participar en unas jornadas organizadas por la Asociación Vasca de Suicidología.
Ha descartado que exista un perfil de suicida como tal, aunque en general las mujeres tienen más tendencia a protagonizar tentativas sin éxito y los hombres a consumar el suicidio, ya que utilizan «medios más letales».
Por tramos de edad, ha destacado que un número alto de menores de 15 años presentan un «comportamiento autolítico, con independencia de que lleguen a suicidarse», y ha asegurado que series de televisión como «Trece razones» o juegos que se distribuyen por internet como «La ballena azul» no aumentan este tipo de comportamientos.
«Son más mediáticos que reales, nadie se suicida por eso; es un disparate, simplemente no ocurre, pero parece que es noticia para los medios de comunicación, aunque los suicidios reales no lo sean», ha precisado.
También ha afirmado que los casos de suicidio en esa edad «pueden estar relacionados con sufrir acoso escolar o no, hay muchos más motivos por los que sufren los chavales».
Respecto al tramo de edad entre 15 y 29 años, ha resaltado que el suicidio es la primera causa de muerte entre los varones y ha evidenciado que «nadie quiere ver ese elefante en la habitación».
En relación a la posible existencia de diferencias entre las diferentes comunidades autónomas, Anseán ha asegurado que «no se sigue un patrón» y se detectan distintos comportamientos en el marco de la misma comunidad, de una provincia o de una comarca.
«Las provincias que lideran la estadística de suicidios son Lugo y Málaga, una está en el norte de la península y otra en el sur. Asturias y Galicia siempre presentan las tasas más altas y Extremadura y Madrid, las más bajas. Incluso hay un triángulo de pueblos en el sur de Andalucía que tiene tasas disparatadas de suicidio», ha puesto como ejemplo.
Este experto ha considerado el suicidio como «un problema de salud pública que se lleva por delante a muchísimas personas al año» y frente al que las administraciones públicas «podrían hacer mucho más de lo que hacen porque se hace bastante poco. Es una asignatura pendiente», ha puntualizado.
Ha reclamado al Ministerio de Sanidad una estrategia de prevención del suicidio en el Sistema Nacional de Salud, «al igual que existen otras estrategias para otros asuntos, como la violencia machista», aunque ha admitido que «de momento, no parece que se vaya a elaborar».
También ha demandado a las comunidades autónomas que creen planes integrales para hacer frente a este problema y ha confiado en que las autonomías, al menos, tengan «alguna actuación de prevención».
Ha reconocido que algunos suicidios quizás no sean evitables, pero «otros sí lo son» y para conseguirlo «hace falta que el sistema sanitario, social y educativo, y la sociedad en general, estén sensibilizados y concienciados de que existe ese problema, y a partir de ahí estudiar qué podemos hacer».
Andoni Anseán ha recordado que detrás de un suicidio «siempre hay sufrimiento» y ha indicado que en muchos casos también se detecta un trastorno mental diagnosticable, en un 60 por ciento de los casos como depresión.
«Un punto clave sería que esas personas acudieran al sistema sanitario y que este sistema estuviera preparado para ayudarles; de hecho en el 18 por ciento de los suicidios, esas personas habían acudido ese mismo día al médico, pero para hablar de sus dolores y no de sus intenciones suicidas», ha dicho.
Según Anseán, se trata de un tema que sigue siendo «tabú» en la sociedad por motivos culturales y sociales, y también entre el personal sanitario, porque carece de conocimientos para gestionarlo y manejarlo.
También ha considerado que los medios de comunicación deben informar sobre los suicidios, sin temer el «efecto llamada», aunque ha precisado que la Organización Mundial de la Salud (OMS) elaboró una guía sobre «la forma de informar: sin fotos, sin dar detalles sobre la forma de morir… Lo que mata es silenciar el suicidio», ha sentenciado.
Morir como perros a ritmo de rancheras

Según la Organización Mundial del Turismo, México es el principal destino turístico de América Latina y el octavo más visitado del mundo. Sin embargo, el país azteca también se ha convertido en el lugar elegido por los turistas extranjeros para terminar con sus vidas mediante un medicamento de uso veterinario.
Hasta el 1 de septiembre de 2017 se reportaron cuatros casos en Ciudad de México, las personas provenían de Rusia, Turquía, Italia y Dinamarca.
La sospecha es que a través de Internet, los extranjeros han logrado localizar en México a personas que de manera clandestina venden medicamentos controlados de uso veterinario que difícilmente pueden adquirir en sus países de origen.
El primer caso se registró en octubre de 2015, cuando en la habitación de un hotel de la turística Zona Rosa, en Ciudad de México, la policía encontró los cuerpos de dos personas: una mujer de origen ruso y un varón turco, quienes no mostraban huellas de violencia.
Según datos del departamento de Ciencias Forenses de la capital, revelados en su momento por la cadena ‘Televisa’, estos extranjeros fueron informados a través de correo electrónico que podían comprar dos frascos de este medicamento a un precio de 600 dólares, pero si querían tres tenían que pagar 800 dólares.
Del mismo modo, el 21 de marzo de 2017 las autoridades encontraron también en una habitación de hotel, se encontró el cuerpo del italiano Luca Athauda Mudinyanselage.
Al igual que la primera pareja, había abonado por adelantado varios días de la habitación, colocó el letrero de ‘no molestar’, y después de haber ingerido el anestésico se acostó en su cama a esperar la muerte.
Al día siguiente, se produjo el fallecimiento del danés Jonas Muller, en las mismas condiciones que los anteriores casos.
Los cuatro ciudadanos extranjeros habían ingerido el mismo medicamento, realizaron las mismas instrucciones y llegaron a México para morir.
Según un informe de 2017 de la Unión Nacional de Empresas de Farmacias (Unefarma), la venta ilegal de medicamentos en México registró en un año un crecimiento del 100%.
Además, según este organismo el 1,5% de la venta ilegal de medicamentos se realiza por Internet.
Adiós mundo cruel, en versión animal

El quitarse la vida es, básicamente, una decisión consciente y, por lo tanto, humana. Sin embargo, ¿los animales pueden suicidarse?
La revista Time publica varias referencias históricas de suicidios de animales: desde Aristóteles, que narra cómo un caballo saltó al vacío al darse cuenta de que le habían engañado para aparearse con su madre, hasta la historia de Kathy, uno de los delfines que en los años 60 protagonizó la serie de televisión Flipper y que, según Richard O’Barry, se suicidó dejando voluntariamente de respirar (en los delfines, la respiración es un acto voluntario, no reflejo).
La duda principal en este tipo de casos es si se puede hablar de una decisión consciente de renuncia a la vida o si estamos cayendo en el antropomorfismo, es decir, en atribuir características humanas a los animales.
Hay varios tipos de suicidios animales, con muchos matices.Por ejemplo, al huir de depredadores, algunos animales se pueden despeñar de forma accidental. En el caso del puente de Overtoun, en Dunbartonshire, Escocia, desde los años 60, unos 50 perros han perdido la vida tras saltar de él, además de otros centenares que resultaron heridos por hacer lo mismo.
Es más, algunos de estos supervivientes volvieron a intentarlo una segunda vez. Recientemente se supo que los perros se veían atraídos por el fuerte olor a visón que procedía de debajo del puente.
Pero también algunos animales muestran una conducta suicida (y altruista) cuando atacan a un depredador para de este modo salvaguardar así al resto de la especie, como en el caso de las abejas, que pican a pesar de que eso las mata.
Las ratas y ratones infectados por el toxoplasma sienten menos miedo de los gatos y reaccionan de forma más lenta.
El objetivo de estos parásitos es que los roedores se dejen atrapar más fácilmente y poder saltar a los gatos, que es donde se reproducen. En cuanto a las infecciones, esta es una de las explicaciones que se da al varamiento de los cetáceos (ballenas y orcas) que en ocasiones se ha identificado con una forma de suicidio.
Hay animales que se dejan comer para reproducirse, como pasa con los machos de mantis, tarántulas y algunas moscas. Desde luego, si pueden, intentan escapar, pero si no lo consiguen, al menos se han reproducido, que es de lo que se trata.
El «suicidio” de los salmones
Los «suicidios” de los salmones, que en realidad son muertes por agotamiento, también tienen como resultado la reproducción y serían un caso parecido.
Ciertos animales pueden dejarse morir, renunciando a alimentarse. Como los gansos que han perdido a su pareja o de perros cuyos dueños han muerto.
Se trataría de una muerte producida por la depresión o el estrés, cosa que también puede darse en ambientes desfavorables, como es el caso de los animales que están en cautividad.
De este modo, se trata de un proceso común y más frecuente de lo que creemos.
La principal dificultad es que no hay forma de saber si un perro que deja de comer es consciente de lo que está haciendo ni de las consecuencias, aunque, por lo general, suponemos que no.
Es decir, sabemos que algunos animales tienen conciencia de sí mismos (como los grandes primates, delfines y elefantes) y también podemos saber si un animal evidentemente sufre.
Sin embargo, no es tan sencillo averiguar si este animal ha tomado una decisión consciente y voluntaria para acabar con ese sufrimiento. Este misterio, sin duda, permanecerá.