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Presley en las distancias cortas

Tan solo tenía 21 años y aún no había entrado en la leyenda de la música. Faltaba poco para que se convirtiera en la mayor estrella del momento, pero cuando el fotógrafo Alfred Wertheimer comenzó a seguir a Elvis Presley en 1956, su fama aún no había trascendido de su sur natal.
Fue el año de la explosión, de sus primeros números uno, de su primera película, de sus primeras apariciones televisivas…el año en el que comenzó a forjarse un mito cuyos primeros pasos se pueden ver en «The Making of Elvis», una recopilación del trabajo de Wertheimer que publica Taschen.
Una edición trilingüe inglés, francés y alemán, de gran formato (31,2 x 44 centímetros) y 418 páginas que recoge una selección de las casi 3.000 fotografías que Wertheimer tomó aquel año en el que siguió a Elvis, además de algunas de las que realizó en 1958 durante el servicio militar del cantante en Alemania.
En 1956 Elvis era un «crooner» emergente que llegaba de Memphis con ganas de comerse el mundo. En noviembre del año anterior le habían nombrado el «artista masculino más prometedor del año» y había firmado un contrato con RCA Victor por 40.000 dólares, una cifra escandalosa para la época.
Pero la gran promoción y la grabación de su primer disco comenzaron en enero de 1956 y ahí entró en juego el fotógrafo alemán Alfred Wertheimer.
«¿Elvis qué?» fue la respuesta de Wertheimer cuando la compañía RCA Victor le ofreció fotografiar al joven artista.
El alemán se convirtió en su sombra durante todo el año y tuvo acceso ilimitado al cantante, lo que le permitió crear «un retrato penetrante de un hombre preparado para llegar al estrellato», señala el prólogo del libro, que destaca «lo extraordinario de su intimidad y lo incomparable de su alcance».
Imágenes multitudinarias de conciertos, como el celebrado en Russwood Park (Memphis) en julio de ese 1956 se combinan con otras más reservadas y menos conocidas del cantante, como las que el fotógrafo tomó en un tren que le llevó de Nueva York a Richmond (Virginia), donde tenía dos conciertos.
Elvis leyendo cartas de sus fans; subido en una moto al más puro estilo Marlon Brando en «The Wild One»; firmando autógrafos; peinándose frente al espejo de un baño o en una piscina, despeinado y con cara de pocos amigos.
El fotógrafo se metió en sus conciertos, en sus ensayos al piano, le siguió en sus paseos, mientras leía el periódico o cuando tomaba un refresco con unos amigos.
«Durante el primer concierto, mientras había otras actuaciones en el escenario, por un momento perdí de vista al cantante para encontrarle con su cita al final de un pasillo oscuro. Estaban tan concentrados que era invisible para ellos, pero mi cámara congeló aquel instante en una fotografía conocida como ‘El beso'», recuerda Wertheimer de una de sus imágenes más conocidas.
También relata el día que llegó a un loft de Manhattan para fotografiar el ensayo de Elvis de cara a su actuación en el show televisivo de Steve Allen.
«Elvis cantaba y tocaba gospel en un piano en una esquina de la habitación, bajo la atenta mirada de su primero Junior Smith (…) Elvis prefería tocar música rodeado de gente que le escuchaba en silencio».
Momentos recogidos en el libro, como también el que marcó el punto de inflexión en su carrera, su aparición en el Ed Sullivan Show, el más famoso de aquel momento.
Más de 60 millones de espectadores vieron aquel programa de televisión y la interpretación de «Love me tender» generaría un récord de pedidos por adelantado, que alcanzaron el millón de copias.
En ese momento Elvis se convirtió en una estrella. Las fotos de Wertheimer son un exhaustivo documento de esos meses que hicieron millonario al joven cantante y que llevaron al rock and roll a lo más alto de las listas de éxitos.
Imágenes que se complementan con los diseños que para muchos de los conciertos realizó la imprenta Hatch Show Print, una de las más conocidas de Estados Unidos y en activo desde hace más 130 años (se creó en 1879) en Nashville (Tennessee).
Un póster con la misma grafía que se usaba en la década de los cincuenta abre cada capítulo de un libro que sale a la venta con una tirada limitada de 1.956 ejemplares a un precio de 450 libras (700 dólares).
Además de dos ediciones de coleccionista de solo 125 ejemplares cada una, que incluyen una impresión de «Kneeling at the Mosque» o de «The Kiss», dos de las fotografías más emblemáticas de aquella primera época de Elvis, con un precio de 1.000 libras (1.800 dólares euros).
Un libro que ayuda a entender el fenómeno de Elvis, la revolución que causó con su estilo absolutamente rompedor. Fue la primera estrella mundial de la música del siglo XX y marcó un antes y un después. Porque como dijo John Lennon y recoge el libro: «Antes de Elvis no había nada».
Otras 500 portadas para el muro Taschen

Portadas míticas firmadas por artistas de la talla de Dalí, Warhol o Jeff Koons demuestran que el arte de los discos no se limita a su escucha y que constituyen un reflejo de las corrientes pictóricas, aspecto sobre el que incide una voluminosa nueva guía con lo mejor de la música que entra por los ojos.
«Art Record Covers», última gran producción de Taschen, llega avalada por el sello de Julius Wiedemann, responsable de otros títulos para esta editorial como «Ilustration Now!», «Logo Design» o «Jazz covers», y ha sido escrita por Francesco Spampinato, experto en historia del arte contemporáneo, además de artista visual.
Más de 270 pintores y diseñadores figuran en esta obra con 500 portadas de discos seleccionadas de un catálogo total de 3.000 piezas, desde 1950 hasta el presente, que han definido la relación «excitante» entre la música y las artes visuales, incluida la forma en que vemos los sonidos.
La propia palabra «álbum» deriva del embalaje de cartulina que, a semejanza del material de los álbumes de fotos, se utilizaban para guardar discos antes de la II Guerra Mundial, como señala este manual, que también recuerda que el primero en presentar una portada ilustrada fue «Dance la conga», de Alex Steinweiss en 1940.
Convencidos de la trascendencia comercial del componente gráfico, ocho años después la industria musical se volcó de lleno en el arte como medio de lanzamiento de un nuevo formato, el LP, estrategia que se ha mantenido en el tiempo, explorando todas sus posibilidades como vía de expresión añadida al contenido.
«Art Record Covers», que se presenta en edición trilingüe (inglés, francés y alemán) incide precisamente en la tesis de que el disfrute del arte no tiene por qué circunscribirse a las paredes de una galería o museo y en que, además, es una forma de coleccionismo asequible.
Salvador Dalí, que ya había trabajado para la publicidad, fue uno de los primeros en atisbar sus posibilidades de penetración popular e ilustró un álbum de Jackie Gleason («Lonesome echo»), mientras el marchante de arte Daniel Saidenberg utilizó dibujos de Picasso, a quien representaba en EE.UU., en cinco discos con grabaciones clásicas interpretadas por una orquesta que él mismo formó.
De todos los géneros, probablemente el que mejor supo confluir con la música fue el «pop art». Dos ejemplos claros son el célebre disco de The Velvet Underground y Nico, con la banana de Andy Warhol, y el «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club» de The Beatles, obra de Peter Blake & Jann Haworth.
Precisamente «The Fab Four» fueron responsables de otra portada icónica a las puertas del arte conceptual, la del álbum blanco, un terreno en el que abundaron posteriormente Lennon y Yoko Ono y artistas como Sol LeWitt («Music in twelve parts: parts 1&2», de Philip Glass).
También la fotografía ha jugado un papel determinante. Ahí quedan las imágenes del estadounidense Robert Mappelthorpe para Patty Smith o de Nobuyoshi Araki para Björk («Telegram»), sin ir más lejos.
El número de grandes figuras que han saltado esporádica o habitualmente a las cubiertas de los discos es apabullante. Entre ellos está Roy Lichtenstein («I cry for you» de Bobby «O») o el español Joan Miró (Salvador Espriu/Raimón, «Cançons de la roda del temps»).
Como curiosidad, entre las portadas plasmadas por esta obra figura otra con sello español, la que Andy Warhol realizó para el disco «Milano-Madrid» de Miguel Bosé.
En su selección no faltan fenómenos actuales, como Bansky («Think tank» de Blur), Keith Haring («Without you» de David Bowie), Julian Schnabel («By the way» de RHCP y «The big picture» de Elton John), Damien Hirst («I’m with you» de Red Hot Chili Peppers) o Jeff Koons («Artpop» de Lady Gaga).
Hasta el manga se infiltra entre sus páginas gracias a «Graduation», disco de Kanye West cuya portada corrió a cargo de Takashi Murakami.
«Thurston (Moore, su exmarido y miembro de Sonic Youth) y yo estábamos muy orientados hacia el componente visual y nuestros discos constituían una gran oportunidad para mostrar al público ciertos trabajos artísticos que, de otro modo, no habría conocido», destaca la músico, artista visual y ensayista Kim Gordon en una de las entrevistas del libro.
En otra, Shepard Fairey, responsable de la campaña gráfica «Hope» para Barack Obama en 2008, incide en uno de los aspectos que, en definitiva, más definió la trascendencia de la relación entre portadas y contenido: «En los años 80 compré muchos discos sin oírlos, solo por la promesa que representaba una gran carátula».