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5G, el progreso en lucha contra su reverso idiocrático

“Las redes 5G nos llevarán a vivir en una sociedad completamente conectada, no sólo entre personas sino también con los objetos que las rodean y los propios objetos entre sí…, se trata de una verdadera revolución tecnológica y social”, resume el catedrático de Telefónica-UC3M y director de IMDEA Networks, Arturo Azcorra.
Estos sistemas de “cobertura y capacidad casi infinitas“, que tendrán una competencia mil veces superior a la de las redes móviles actuales, “harán del tiempo y la distancia algo irrelevante”, asegura el catedrático.
“Cuando consigues un flujo de información superior a lo que una persona puede necesitar o procesar con su máquina ya consideramos que para el usuario es una rapidez inmediata”, especifica el experto sobre estos dispositivos que manejarán 5 gigabytes por segundo.
Los soportes materiales para esta tecnología van desde las “convencionales” Google Glasses, algunas de cuyas características están por desarrollar, hasta “chips que se implantarán en la persona o cascos cuya interfaz interactúa directamente con el cerebro“, de manera que “no será un visor en el que se superpone la información a la imagen, sino que se reconstruirá la propia imagen” destacando por ejemplo los objetos que más nos interesen.
El sistema de comunicación será similar a los traductores de sentidos para discapacitados que, mediante sondas, transforman por ejemplo una imagen en impulsos eléctricos para que pueda ser captada por invidentes.
Los usuarios podrán así superar la llamada “realidad aumentada” e ir un paso más allá: “no será necesario sacar la agenda del móvil, la agenda estará en ti y llamarás a tu amigo sólo deseándolo; uno no irá al médico, estará siempre en el médico a través de sensores que monitorizan su estado”, ejemplifica el experto, “serás un navegador permanentemente encendido”.
Además las redes 5G tendrán la capacidad de “aprender de nuestras preferencias y costumbres para ayudarnos a pensar mejor, todo ello de forma muy natural”, asegura Azcorra, quien sin embargo es consciente de las implicaciones “a muchísimos niveles” que conllevará esta novedad: desde limitaciones de acceso a datos médicos, hasta protección de la infancia o necesidad de preparar nueva legislación, entre otros.
“La gente tiene miedo a cualquier tecnología potente pero los propios sistemas están diseñados para contener sus problemas”, añade el catedrático, quien se muestra convencido de que esta tecnología será utilizada por “millones y millones de personas” -unos 7.000 millones de terminales-, algo que por otro lado contribuirá a bajar los precios.
Si tenemos en cuenta que entre el 5 y el 7 % de gasto de la energía total mundial proviene de la actual tecnología móvil, “es evidente que el 5G no puede ser un lujo, será asequible para todo el mundo y, queramos o no todos estaremos conectados”, pronostica.
“La humanidad ha demostrado que el 99 % de las veces utiliza la tecnología para el bien”, concluye Azcorra, desechando el riesgo del 1 % restante.
Aplicaciones médicas
El 5G abrirá la puerta a una revolución en muchos ámbitos, pero probablemente sea la salud el que impacte más directamente en el ciudadano: médico y paciente podrán estar en partes distintas del mundo, como se pudo ver en la primera operación retransmitida en directo con esta tecnología en España.
El doctor estaba en uno de los escenarios del Congreso Mundial de Móviles (MWC) y el paciente a unos cuatro kilómetros, en el primer quirófano dotado con cobertura 5G de España, en el Hospital Clínic de Barcelona.
Esta distancia puede parecer pequeña, pero en los próximos años, cuando el 5G se popularice, podrá ampliarse miles de kilómetros.
“Este era uno de nuestros sueños”, explica el jefe del Servicio de Cirugía Gastrointestinal en el Hospital Clínic, Antonio de Lacy, que estaba en el escenario dado indicaciones al equipo del quirófano sobre una intervención con laparoscopia que estaban llevando a cabo.
Las cualidades de la red 5G son mayor velocidad, hasta diez veces; aumento de la capacidad de datos y alojar más dispositivos; y una reducción brutal en el tiempo de respuesta (termino conocido como latencia).
Este último es clave en una operación quirúrgica, ya que el tiempo de transmisión es casi instantánea, lo que permite mayor precisión.
“Esto no es telemedicina”, explica Lacy, quien ha preferido usar el concepto “telementoring”, pues el objetivo de este tipo de intervenciones con tecnología 5G es que un equipo esté operando mientras un experto asesora en remoto.
El cirujano presente en el Mobile pudo comunicarse por voz con el equipo en el Clínic y dibujar sobre la pantalla en la que el equipo veía la imagen de la cámara de laparoscopia dentro del paciente.
De este modo, indicó los tejidos más delicados de la intervención y asesoró a su equipo. Antes de la operación se advirtió al público del recinto sobre la crudeza de las imágenes.
“Hasta ahora hemos estado conectando personas, ahora estamos conectado cosas”, puntualiza la directora de red de Vodafone, Julia Velasco, en referencia al ‘internet de las cosas’, el término que se refiere a la interconexión de todos los dispositivos inteligentes y que crecerá exponencialmente con el 5G.
Frente a aplicaciones más abstractas o técnicas “esto toca de manera muy cercana al usuario”, añade.
“Imagina que un médico está en África y tiene que realizar una decisión crítica, si no tiene los recursos suficientes, con esta tecnología, puede conectar con alguien que tenga los conocimientos necesarios”, explicó Rod Menchaca, CEO de AIS Chanel.
Esa diferencia que puede suponer el 5G entre la vida y la muerte, es necesario que “llegue a todo el mundo, que se democratice”, apela el directivo.
Cinco dispositivos del Mobile para mejorar la salud
Joyas inteligentes. El anillo Sierra parece un diseño más pero tiene un botón oculto, que su dueño puede presionar cuando se encuentra en situación de riesgo o sufre un ataque. El dispositivo realiza una llamada a los servicios de emergencia para que llamen al usuario y, si nadie contesta, envían un equipo al lugar donde se encuentra. El anillo incorpora una tarjeta virtual que transmiten el historial médico y la ubicación de su usuario.
Ropa inteligente que te dice si estás mal sentado. Wearlumb es una camiseta inteligente que combina diferentes sensores para prever riesgos de fatiga lumbar y dar pautas correctoras al usuario. El dispositivo ha sido desarrollado por las empresas SGS Tecnos y Worldline y el centro tecnológico europeo Eurecat.
Reloj-móvil inteligente de Nubia. Este extraño dispositivo es como si un móvil se hubiera derretido en la muñeca del usuario. Es un reloj, un móvil y una pulsera que registra el latido del usuario, le dice el ejercicio que ha hecho y si ha dormido bien. Solo está disponible en China pero llegará en el futuro a Europa y al resto del mundo.
Nuguna vibra si estás en peligro. Un empresa coreana ha desarrollado un dispositivo inteligente que se lleva en el cuello y alerta de posibles peligros a personas que no oyen o han perdido parte de la audición. Sus sensores analizan el sonido que rodea al usuario y, cuando alguno es demasiado alto -el pitido de un coche, una alarma de incendios o un grito-, transmite una fuerte vibración en la misma dirección, para que el usuario pueda reaccionar rápidamente.
Un auricular te avisa si vas a tener un ataque de epilepsia. MJN-Seras es un auricular inteligente que registra la actividad cerebral de personas con epilepsia y les avisa si van a tener un ataque con antelación, de manera que puedan ponerse a resguardo o avisar a alguien. El dispositivo consta de un pequeño audífono que se conecta al móvil por bluetooth y manda mensajes de alerta. Será aprobado este año por las autoridades europeas para su comercialización.
Más ciencia que ficción

Vincent Leung regresó a su casa después de un largo día de trabajo. Este ingeniero electrónico y director del Qualcomm Institute Circuits Labs de la Universidad de California en San Diego (EE UU) solo quería descansar y comer con su familia. Se cambió, preparó una cena ligera, se sentó en el sofá, encendió el televisor y se puso a ver en Netflix un episodio de la serie distópica Black Mirror en el que una madre sobreprotectora hacía que le implantaran a su hija un chip en la cabeza para vigilar todo lo que la niña observaba. Entonces, mientras Leung al fin se relajaba, un grito alteró la tranquilidad de su hogar. “¡Es lo que tú haces!”, le gritó su esposa, que estaba justo a su lado.
Vincent Leung no lo niega. “Eso es ficción –aclara–. Pero es cierto, estamos haciendo cosas más locas que las que se ven en la serie”. Leung es uno de varios investigadores que recorren las fronteras de lo científicamente posible al desarrollar neurotecnologías cada vez más potentes.
Financiado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa del Pentágono (DARPA), Leung trabaja en la próxima generación de implantes cerebrales inalámbricos. Los llama neurograins –o neurogranos– y son chips del tamaño de un grano de sal. “Mira –extiende una pequeña caja negra en la que se ve unos minúsculos puntitos metálicos–. ¿No son lindos?”.
Leung se mueve con comodidad en su laboratorio lleno de cables, circuitos integrados, amplificadores, destornilladores y pizarrones. Durante décadas, se dedicó a mejorar la potencia de los chips de los teléfonos móviles. Ahora, asegura, es tiempo de diseñar chips para el cerebro. Parece ser el próximo paso lógico.
Con los años, las tecnologías se han ido acercando al cuerpo. Hasta no hace mucho, para atender una llamada uno tenía que caminar hacia el teléfono fijo. Ahora solo basta con sacar el móvil del bolsillo y llevarlo al oído o conversar directamente a través de pequeños audífonos –como los Airpods de Apple– en nuestras orejas. Todo indica que la próxima fase de las telecomunicaciones irá más allá: las tecnologías traspasarán la piel y se internarán dentro de nuestros cuerpos.
“Es un gran desafío científico –dice Leung–. En un principio, la idea es implantar los neurograins en la corteza cerebral, es decir, la capa externa del cerebro, de personas que han perdido cierta función debido a una lesión o enfermedad. Y a través de diminutos pulsos eléctricos, estimular las neuronas atrofiadas”.
El equipo de Leung en la Universidad de California en San Diego forma parte de una amplia colaboración internacional –en la que también participan la Universidad de Brown, el Hospital General de Massachusetts, las universidades de Stanford y Berkeley y el Centro Wyss de Bioingeniería en Ginebra– para desarrollar prótesis neuronales inalámbricas capaces de registrar y estimular la actividad del cerebro.
Decenas de miles de neurograins podrían funcionar como una especie de intranet cortical, coordinada de forma inalámbrica mediante un centro de comunicaciones central en forma de un parche electrónico delgado colocado sobre la piel. Así se abrirían nuevas terapias de neurorrehabilitación, en especial teniendo en cuenta que esta red tiene capacidades tanto de ‘lectura’ como de ‘escritura’.
Los neurograins podrían ‘leer’ a las neuronas, esto es, registrar su actividad eléctrica, y también podrían estimularlas. “Podríamos transmitir datos del mundo exterior a los neurograins –indica Leung–. Por ejemplo, proyectar sonidos a personas sordas o imágenes a invidentes: si una persona ciega tiene su corteza visual intacta podríamos tomar una foto con una cámara y por vía inalámbrica mandar una señal codificada en un lenguaje que el cerebro pueda entender”.
Cerebros conectados
En 2004, Matthew Nagle –un hombre de 25 años tetrapléjico tras un incidente en el cual fue herido con un cuchillo– se convirtió en la primera persona en mover objetos solo con el pensamiento. El neurocientífico John Donoghue de la Universidad de Brown le implantó en la parte del cerebro donde se coordina la actividad motora lo que denomina BrainGate: un minúsculo chip de silicio de cuatro milímetros de lado con cien electrodos.
Se trató de la primera interfaz cerebro-ordenador: un sistema a través del cual se procesan y envían señales que viajaban por un haz de cables que salían del cuero cabelludo de Nagle hasta un carrito electrónico con un tamaño de refrigerador que le permitía, entre otras cosas, cambiar los canales de un televisor, ajustar el volumen, abrir y cerrar una mano ortopédica, mover el cursor de un ordenador, leer correos electrónicos y jugar con videojuegos con solo imaginar que movía el brazo. “Los cerebros biónicos se hacen realidad”, tituló por entonces la revista Nature.
Desde entonces, estas neurotecnologías no han hecho otra cosa que diversificarse. Además de las trece personas paralizadas que utilizan el sistema BrainGate, dos monos con implantes cerebrales en la Universidad de Duke fueron capaces de dirigir sillas de ruedas usando solo sus mentes. “Estas tecnologías abrirán todo un mundo de posibilidades –asegura el emprendedor Steve Hoffman de la start-up Founders Space–. No solo nos permitirá comunicarnos mente a mente, sino también conectarnos a internet a través del cerebro”.
Estas afirmaciones parecen algo exageradas, sacadas de películas como The Matrix o de novelas ciberpunks como Down and Out in the Magic Kingdom –un futuro cercano en el que todo el mundo está las 24 horas conectado a la red a través de un enlace cortical– hasta que uno se entera de iniciativas de DARPA como un programa con un presupuesto de cuatro millones de dólares llamado Silent Talk, cuyo objetivo es “permitir la comunicación de usuario a usuario en el campo de batalla sin el uso de voz vocal a través del análisis de señales neuronales”.
En la última década las interfaces cerebro-ordenador se han diversificado: empresas como Emotiv y NeuroSky han desarrollado videojuegos basados en estas neurotecnologías, al igual que la compañía japonesa Neurowear que desarrolló en 2011 unas orejas de gato llamadas Necomimi que responden a las emociones de sus usuarios. Y durante la ceremonia de apertura de la Copa Mundial de Fútbol de Brasil, en 2014, el neurocientífico Miguel Nicolelis mostró en dos decepcionantes segundos cómo un hombre parapléjico utilizaba un exoesqueleto robótico controlado por la mente para patear una pelota.
En este tiempo, la miniaturización se ha acelerado. En 2011, un equipo de la Universidad de California en Berkeley describió por primera vez unas diminutas partículas de silicio que denominaron “neural dust” (polvo neuronal), a grandes rasgos basadas en los mismos principios de los neurograins.
En 2017, dos de sus inventores, el neurocientífico José Carmena y el ingeniero Michel Maharbiz, inauguraron la compañía Iota Biosciences para desarrollar estos implantes inalámbricos que podrían cambiar la forma en que entendemos nuestros cuerpos: son capaces de monitorizar en tiempo real músculos, órganos y nervios en las profundidades del cuerpo –como demostraron en la revista Neuron–. Podrán tratar la epilepsia y el control de vejiga y, también en un futuro, controlar prótesis.
Los sensores de este polvo neuronal se comunican a través de ultrasonido con un parche que los activa y recibe información para cualquier terapia deseada. Sus impulsores imaginan que podrían ser implantados en un simple procedimiento ambulatorio, según Carmena, de la misma manera que una persona se hace un piercing o un tatuaje.
Las posibilidades de las interfaces cerebro-ordenador han atraído el interés de Elon Musk. En 2017, el multimillonario sudafricano, fundador de SpaceX y Tesla, reveló detalles de una nueva empresa, Neuralink, en San Francisco: construir una interfaz cerebro-ordenador implantable que nos permita comunicarnos de forma inalámbrica con cualquier cosa que tenga un chip. Esta simbiosis sería, según Musk, como nuestro seguro ante el “riesgo existencial” que significa el avance de la inteligencia artificial.
Suena todo muy sci-fi: en teoría, podríamos absorber conocimiento instantáneamente desde la nube o transmitir imágenes de la retina de una persona a la corteza visual de otra. “Creo que la mejor solución es tener una capa de inteligencia artificial que pueda funcionar biológicamente dentro de nosotros”, dijo Musk. “El primer uso de la tecnología será reparar lesiones cerebrales como resultado de un accidente cerebrovascular”, describió en un artículo extenso publicado en Wait Buy Why.
Por el momento, ese también es el objetivo de los investigadores detrás de los neurograins: permitirles a personas paralizadas por esclerosis lateral amiotrófica, embolia cerebral u otros trastornos salir de su encierro y comunicar sus necesidades y deseos a otros, operar programas de procesamiento de textos u otro software, controlar una silla de ruedas o neuroprótesis. “Sería una gran mejora de la calidad de vida”, dice Leung. “Primero lo probaremos en primates no humanos”.
¿Qué vendrá después? El objetivo de DARPA, se presume, consistiría en mejorar las habilidades del personal militar. “Podríamos llegar manejar drones con el pensamiento”, especula Leung, quien admite que el campo de las interfaces cerebro-ordenador es terreno fértil para la ciencia ficción .
Pero así como estas tecnologías abren nuevas posibilidades, también implican nuevos riesgos y problemas éticos. ¿Podrían grupos de hackers robar datos internos de un cuerpo –uno de los problemas actuales con los Fitbits– o usar el cuerpo de una persona en contra de su voluntad? “Las prótesis neuronales nos obligan a reevaluar cómo pensamos en la responsabilidad de nuestras acciones”, señala el filósofo Walter Glannon.
Si bien, debido a regulaciones federales, es muy difícil sacar la neurotecnología del laboratorio, los neurograins y el neural dust multiplican las esperanzas y también las amenazas, como la pérdida de la individualidad y privacidad mental.
“Los escenarios abiertos por las interfaces cerebro-ordenador conducen a interesantes preguntas sobre lo que significa ser humano –advierten los especialistas en neuroética Mark A. Attiah y Martha J. Farah en un artículo–. ¿Seríamos humanos si pudiéramos hacer que otros se movieran o actuasen a partir de nuestro pensamiento? ¿Seríamos humanos si nuestras mentes nunca operasen independientemente de los demás? Estas neurotecnologías podrían traer cambios sociales tectónicos”.
Educación en clave ‘Sci-Fi’

“Una de las preocupaciones actuales es que los alumnos están abandonando el estudio de las ciencias e ingenierías, sobre todo las mujeres, y la ciencia ficción puede ser muy útil para despertar la vocación científica del alumnado más joven”, explica Jordi Solbes Matarredona, investigador de la Universidad de Valencia y coautor de un estudio que publica la revista Enseñanza de las Ciencias.
Los investigadores Fanny Petit y Jordi Solbes aplicaron un cuestionario a 173 alumnos de cuatro centros diferentes, de ámbito rural y urbano, públicos y concertados, para conocer el grado de conocimiento y aceptación de la ciencia ficción en los centros educativos. Los expertos obtuvieron un total de 578 referencias específicas de ciencia ficción. Destacan por número las citas sobre La Guerra de las galaxias, con 90, Matrix (60), X-Men (41), Yo robot (36), Spiderman (32) y El día de mañana (24).
“Además, hay 78 referencias que confunden la ciencia ficción con la magia y el cine de acción y aventura, ya que son muy mencionadas películas como Harry Potter, El señor de los Anillos, con 59 y 50 referencias respectivamente, La historia interminable y Misión imposible”, apunta Solbes. Algunas películas clásicas del género apenas han obtenido referencias, como 2001, Odisea en el Espacio (con dos menciones), El planeta de los simios nueve y Blade Runner (ninguna).
Un 24% de las respuestas recogidas por los investigadores tienen valoraciones positivas sobre las ciencias y el 31% habla de adelantos tanto en el campo científico como tecnológico. Por otro lado, un 47% ofrece visiones favorables sobre los científicos, un 35% deformadas o exageradas y un 12% visiones desfavorables. Así, se menciona que los científicos son “egoístas”, “se pasan la vida en el laboratorio”, y se mantiene la imagen de “científico loco” o que “quiere dominar el mundo”.
En las películas más vistas, apenas aparecen los científicos (Star Wars, Matrix) o se da una visión negativa de los mismos en las películas de superhéroes (X-Men, Spiderman, Hulk). “En ellas, el antagonista suele ser un científico que enloquece y quiere dominar el mundo o que, habiendo descubierto un ‘arma’ poderosa, la emplea para enriquecerse y acumular poder”, señala el investigador.
Escasa presencia en los libros de texto
El estudio también analiza la presencia o no de ciencia ficción en 31 textos de ciencias y tecnología de secundaria obligatoria y de bachillerato, de las especialidades de física y química, biología y geología y tecnología, junto con los libros de profesor, CD-ROM y libros de actividades. Son textos de siete de las principales editoriales publicados entre 2000 y 2008.
“De los 31 libros de secundaria y bachillerato analizados, en 22 de ellos no hemos encontrado ni una sola referencia a la ciencia ficción, ni en fotografías, comentarios, textos, actividades o referencias a webs”, afirma el investigador.
En cinco libros encontraron un elemento de ciencia ficción (foto, texto o cuestión-problema), en tres se evidencian dos elementos y sólo en un libro (Física y Química) se han encontrado tres elementos de ciencia ficción.
“Entre estos elementos destacan una foto de Superman localizada en un texto complementario sobre el descubrimiento del mineral jadarita, cuya fórmula química es muy similar a la fórmula del mineral ficticio kryptonita”, argumentan.
También han localizado en un libro de texto una foto de la nave Enterprise acompaña a un texto complementario sobre las fuentes de energía de las naves y un problema sobre la distancia que podía recorrer el capitán Nemo en su viaje submarino. Otro problema encontrado hace referencia a las revoluciones por minuto que debería dar la estación espacial de 2001, Odisea en el espacio para simular la gravedad terrestre.
En los libros de Tecnología se ha encontrado una actividad que consiste en el diseño de un coche del año 2050, un texto que hace referencia a las leyes de la robótica de Isaac Asimov y otro que menciona un ciclo de cine de ciencia ficción con ejemplos de películas como Matrix y Blade Runner.
“Dado que los libros de texto contribuyen en gran medida a establecer los contenidos que se enseñan, esto nos indica, junto al escaso número de actividades propuestas por el profesorado, que la ciencia ficción está poco presente en las aulas, a pesar de la opinión del profesorado favorable a las mismas”, concluye.
El profesorado lo valora positivamente pero no lo usa
Paralelamente al estudio realizado con alumnos, se hizo un sondeo a 35 profesores en formación (CAP) y 21 en activo. Se les preguntó, sobre la ciencia ficción que conocen, en formato cinematográfico, series de televisión y literario.
Según sus resultados, siguen predominando en este colectivo el número de referencias a las películas de la saga de La guerra de las Galaxias, junto con Regreso al Futuro y Matrix, pero otras películas clásicas, como Metrópolis, Blade Runner, 2001: Odisea en el espacio y Yo robot, tienen muchas más referencias.
En general, el profesorado duplica a los alumnos al mencionar referencias a libros, los superan claramente en referencias cinematográficas y solo ligeramente en el caso de series. “Un 38% de las respuestas dadas se refiere directamente a la mejora en la motivación y el interés de los alumnos por las asignaturas de ciencias”, subraya Solbes.
A la vista de estos resultados, proponen actividades de aprendizaje basadas en películas o series de ciencia ficción para averiguar si dichas actividades conllevan una mejora en la imagen de la ciencia y de los científicos del alumnado.
Reflejos de un futuro imaginado

El 65 % de los niños que hoy están en educación primaria tendrán un empleo que aún no se ha inventado, la futura explotación mineral de los asteroides cambiará el panorama económico y tecnológico y dentro de una década, según algunos científicos, se podrá saber al instante en qué piensa una persona.
Todo esto no es “fantaciencia”, asegura el divulgador científico Juan Scaliter, quien subraya que los avances científicos y tecnológicos se suceden a una velocidad vertiginosa, y “la ciencia del mañana traspasará las barreras de lo que hoy imaginamos”.
Scaliter es autor de “Exploradores del futuro” (editorial Debate), un libro de divulgación científica hecho a partir de entrevistas a 50 destacados científicos, pero también 250 páginas que invitan a la reflexión porque, según dice este argentino, “no sabemos a dónde nos llevan” los cambios que se están sucediendo.
¿Dónde estarán los límites de estas transformaciones? ¿tiene que existir, por ejemplo, una ley que regule la actividad espacial? ¿qué consecuencias tendrán los nuevos hallazgos en la economía? ¿cómo afectarán éstos a la educación? ¿debe estar todo en la red?
Estas son algunas de las preguntas que Scaliter quiere compartir con los lectores porque “necesitamos debates y no sólo información”.
Scaliter, quien cree que estamos viviendo una revolución como la que en su día supuso, por ejemplo, la imprenta, divide su libro en ocho capítulos, además de un prólogo (de Toni Garrido) e introducción.
En ellos habla de astronomía, neurociencia, física de partículas, genética, nanotecnología, enfermedades, internet o economía.
Comienza, además de describiendo su pasión por los mapas, con una lista de 15 innovaciones que han revolucionado la ciencia y que este divulgador agrupa en cuatro campos científicos: neurología, genética, astronomía y física.
Entre ellas, el grafeno, el LHC, los ensayos con células madre embrionarias en humanos o el primer mapa del cerebro humano.
El primero de los capítulos está dedicado a la astronomía, en el que, además de asegurar que se hallará una prueba de vida no terrestre, habla de la futura o no tan futura minería espacial.
En “Yo de mayor quiero ser minero espacial” este divulgador detalla que un asteroide de 500 toneladas tendría tres veces más platino que todo el que hay en la Tierra, así que negocio hay (gracias a la abundancia de metales de este grupo se reducirían los costes de aparatos electrónicos y de los motores eléctricos).
La mejor forma de descubrir estas “minas flotantes” es con un telescopio flotando en el espacio y ya hay una empresa en ello.
Esto va a alterar el sistema económico, pero de quién es ese asteroide: ¿De la empresa que lo descubre? ¿se debería regular la explotación comercial en el espacio como pasa en la Antártida?
Scaliter no sólo invita al público a reflexionar sobre los avances de la astronomía, también de la genética (los hallazgos en esta disciplina -dice- son los que “más respeto” le producen).
Este periodista, quien señala que el científico está vinculado siempre a la curiosidad e imaginación, relata también su visita al CERN -le encanta guardar las pegatinas de entrada de los sitios a los que accede y la de este centro la guarda con especial cariño-.
En “De copas por el CERN” habla del bosón de Higgs, la materia oscura, de protones y de creaciones como la web.
Este libro no es un encargo, se le ocurrió a Scaliter después de ver un vídeo viral en el que se afirmaba que el 65 % de los niños que hoy están empezando la educación primaria tendrán un empleo que aún no ha sido inventado: “investigué y terminé encontrando la fuente del dato (un estudio del Departamento de Trabajo de EEUU)”.
Y es que la ciencia avanza y en breve puede convertirse en la nueva economía, apunta.
Scaliter, quien si fuera ahora niño elegiría en un futuro una profesión algo así como “modelador de vida extraplanetaria”, quiere que los lectores con este libro se hagan muchas preguntas.
¡Cuidado! Robots asesinos a la vuelta de la esquina

«Este es el tercer tipo de revolución. La primera fue cuando inventamos el arma de fuego, la segunda fue la bomba nuclear y esta es la tercera revolución: esto va a cambiar la forma en que pensamos la guerra».
Con esas palabras el reconocido experto británico Toby Walsh, profesor de Inteligencia Artificial de la Universidad New South Wales de Australia, abre su discurso crítico y opositor al desarrollo de las armas autónomas, también conocidas popularmente como «robots asesinos», uniéndose a un grupo de cerca de mil personalidades del mundo de la ciencia y la tecnología, entre ellos Stephen Hawking y Steve Wozniak, que esta semana firmaron una carta abierta advirtiendo sobre los peligros de esta innovación bélica.
«Va a hacer la guerra mucho más eficiente, mucho más letal y esto es algo que tenemos que parar ahora antes de tener una nueva carrera armamentista», asegura Walsh, quien asegura que la gran diferencia entre los drones que actualmente se utilizan y los potenciales «robots asesinos», es que ahora «todavía tenemos algún soldado en algún lugar, a veces maniobrando un control manual (joystick) desde Estados Unidos, que le permite controlar el aparato no tripulado, y por lo tanto es quien tomará la decisión de matar a alguien o no».
Por el contrario, los «robots asesinos» toman decisiones por sí mismos, en lo que Walsh califica como «un umbral moral completamente diferente que hemos cruzado». El experto advierte además que no existe un marco legal para establecer responsabilidades para determinar quién es el autor de un crimen cometido por un arma autónoma.

«Hay que legislar sobre el tema lo más rápido posible porque la tecnología podría estar disponible dentro de muy poco, y se necesita tiempo (para establecer el marco legal) y los diplomáticos no trabajan muy rápidamente. Tenemos que tomar una decisión hoy que dará forma a nuestro futuro y determinar si seguimos un camino del bien. Apoyamos el llamado por una serie de diferentes organizaciones humanitarias para la prohibición de la ONU sobre armas autónomas ofensivas, similar a la reciente prohibición de las armas láser cegadoras», agregó.
Consulta sobre si existe algún proyecto que conlleve el concepto de «arma autónoma» y que sí pueda resultar positivo para la sociedad, Walsh destacó cómo la misma tecnología se está utilizando para el desarrollo de automóviles sin conductor.
«Las miles de personas que mueren en las carreteras de todos los países van a disminuir con el automóvil autónomo. Los autos autónomos son mucho más precisos y cometen muchos menos errores que las personas», aseguró Walsh, agregando que sobre este tema también se espera contar con una legislación, pero que un futuro con vehículos que «hablen entre sí» para transitar sin cometer infracciones es algo mucho más cercano de lo que imaginamos.