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Eventos impredecibles en la otra realidad

«Estás viajando a través de otra dimensión, una dimensión no sólo de la vista y el sonido, sino de la mente; un viaje a una tierra maravillosa los límites son los de la imaginación», avisaba Rod Serling en la primera introducción de ‘The twilight zone’, la serie estrenada por RTVE en 1961 como ‘Dimensión desconocida’ y posteriormente como ‘La dimensión desconocida’.
La imaginación de Serling y sus principales ayudantes en los guiones, Richard Matheson y Charles Beaumont, no tenía límites. Entre 1959 y 1964 entregaron a través de CBS una colección de historias de ciencia ficción, terror y fantasía que catapultaron la televisión a otra dimensión. Relatos inquietantes con giros inesperados; cuentos macabros con moraleja sobre los males de la sociedad de la época y los defectos perennes de la especie humana.
Cuando Serling anunció en 1957, en su mejor momento como dramaturgo televisivo, su intención de concentrarse en una serie semanal fantástica, algunos creyeron que había perdido la cabeza y la seriedad. Diez días antes del estreno, el periodista Mike Wallace le preguntaba en la misma CBS: «Ahora que estás haciendo ‘The twilight zone’, ¿significa que no escribirás nada importante para televisión?».
Aún hoy pervive este recelo hacia el género, como si fuera algo que tuviera que trascender para conseguir algún logro artístico, como si no fuera desde tiempos inmemoriales un marco donde desarrollar las más diversas y profundas intuiciones. Quizás el supuesto pecado del Fantástico es, simplemente, que aspire tan a menudo a ser divertido, excitante, emocionante … La cultura revestida de trascendencia no puede ser divertida.
Pero, ¿qué es la dimensión desconocida? Tratamos de reducirla a algo tangible, a riesgo de simplificar la extensión de sus dominios. Es un lugar que está en todas partes y en ninguna, en medio de todo, pero resulta invisible para el ojo. Es un territorio donde manda lo que el filósofo Schelling llamó ‘unheimlich’, o «lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado».
Lo que interesaba a Serling no eran tanto las manifestaciones del ‘unheimlich’ como nuestra respuesta. Sus protagonistas solían ser personas corrientes, reconocibles, trastornadas ante la aparición de algo anormal en la normalidad. Este error técnico en la realidad podía significar una segunda oportunidad para corregir errores del pasado. Paracaidista del ejército estadounidense en la segunda guerra mundial, Serling había visto, vivido demasiado, y no quería castigar sus personajes, sino, en bastantes casos, tratar de salvarlos. Le atraía la ironía, pero aún más la empatía.
Le preocupaban los individuos y la sociedad en su conjunto. Bajo la capa de la fantasía, Serling podía explorar todas sus inquietudes políticas con libertad, sin que le llegaran notas de la cadena ni ningún patrocinador expresara reservas. Lo que parecían (y eran) historias de lo sobrenatural eran también reflexiones sobre asuntos candentes, ayer y hoy, como el racismo, los prejuicios o la posibilidad de una guerra nuclear.
‘The twilight zone’ rompió moldes en el qué, pero también en el cómo. Cuando hablamos épicamente del actual porosidad de fronteras entre series y cine, se nos suele olvidar mencionar que, hace un puñado de décadas, gente como Serling ya buscó la manera de llevar la tele más allá del entretenimiento funcional.
El productor Buck Houghton (colaborador de Val Lewton) y el director de fotografía George T. Clemens colaboraron firmemente con Serling para hacer de la serie una experiencia estética fuera de lo común en televisión. Aquello no era teatro filmado, sino narrativa audiovisual dotada de la sofisticación del cine; su nómina de directores incluyó el gran Mitchell Leisen ( ‘La muerte de vacaciones’) y Robert Parrish (Oscar al mejor montaje por ‘Cuerpo y alma’).
En el apartado actoral, contaron con gente capaz de hacernos creer lo imposible. El citado Leisen dirigió a Ida Lupino en ‘The sixteen-Millimeter shrine’, versión (aún más) sobrenatural de ‘El crepúsculo de los dioses’. Y el paseo de las estrellas de la dimensión desconocida incluye también Rod Taylor, Vera Miles, Agnes Moorehead (sin diálogo en ‘The invaders’), Robert Redford (como la Muerte), Dennis Hopper, Robert Duvall, Burt Reynolds, William Shatner y James Coburn.
La huella de ‘La dimensión desconocida’ sobre la cultura pop y los directores, guionistas y escritores fantásticos del último medio siglo es inmensa . Apuntamos sólo unos temas importantes.
Si Gene Roddenberry en ‘Star Trek’ se hacía preguntas éticas y filosóficas desde el espacio, fue en parte porque Serling allanó el camino para estas ambiciones. Sin la serie (y las historias de Matheson en concreto), Stephen King nunca se habría convertido en maestro del terror con paisaje cotidiano. Sin sus giros finales, probablemente Shyamalan nunca habría tenido una carrera, o no la que conocemos.
Muchas ideas exploradas por películas míticas ya habían sido objeto de análisis en ‘The twilight zone’. ¿La inteligencia y la angustia de la computadora Hal 9000 de ‘2001: Una odisea del espacio’? Ya las tenía la robot Alicia de ‘The lonely’. El episodio ‘Walking distance’, un ‘Regreso al futuro’ de otoño, puso el listón alto para las ficciones sobre volver atrás en el tiempo y las paradojas que provoca. Truman Burbank no habría sorprendido tanto por el espectáculo filmado que resultó ser su vida si hubiera visto antes ‘A world of difference’.
‘The twilight zone’, sólo puede haber una, pero se ha intentado reverdecer la marca varias ocasiones: en una película de 1983 (‘En los límites de la realidad’) y varias nuevas series, una de 1985, otra de 2002 y una tercera que llegó el 1 de abril de 2019, seis meses antes del 60 aniversario del estreno de la serie original.
Kirk es el jefe del cotarro espacial

El actor canadiense William Shatner, el popular Capitán Kirk de la legendaria nave estelar Enterprise de la serie de Star Trek, cuenta en el libro «Star Trek. Las películas» jugosas anécdotas de las mismas, cómo se convirtió en una estrella e incluso como vendía a los fans objetos del rodaje firmados por él.
Publicado por la editorial Alberto Santos Editor, el libro arranca explicando cómo se convirtió en una auténtica estrella, primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo, a raíz del éxito de la serie televisiva que posteriormente se convirtió en otra saga de largometrajes.
«La NASA llegó a organizar una recepción en su honor, como si fuera un auténtico héroe de la carrera espacial, junto a astronautas de verdad y otros técnicos especializados de la Agencia norteamericana, fascinados por el comandante encargado de dirigir a la tripulación destinada a recorrer el espacio, la última frontera», explica el editor Alberto Santos.
Sin embargo, no todo fueron éxitos y homenajes. El propio Shatner, ayudado por el escritor Chris Kreski, reconoce en el libro que sus papeles cinematográficos, más allá de Star Trek, fueron pocos y «simplemente deplorables», pese a que en los últimos años ha cosechado algunos galardones televisivos por su intervención en la serie «Boston Legal».
El actor relata la frustración que sufrió durante muchos años por no poder escapar al éxito que le confirió el Capitán Kirk, papel que sólo la edad le obligó a abandonar definitivamente.
Santos recuerda el comentario malicioso de una actriz con la que compartía rodaje y que, tras sufrir Shatner un accidente en el plató, le recomendó que tuviera más cuidado: «a tu edad, podías haberte roto la cadera en esa caída».
Además el actor reconoce que, al igual que otros compañeros de la serie, no supo administrar los beneficios económicos obtenidos, hasta el punto de que para completar sus ingresos cuando se terminaba una película recogía todos los materiales originales que podía (cartelería, metraje extra, complementos para los uniformes) para posteriormente venderlos firmados a sus admiradores en las convenciones de aficionados de Ciencia Ficción.
«Star Trek. Las películas» también recoge los enfrentamientos con el creador de la serie Gene Roddenberry, que planteó sucesivas demandas contra los productores porque, según Santos, «su idea de la serie se había quedado anticuada y no estaba de acuerdo con la forma en la que se estaba llevando a cabo».
Su editorial, que tiene la franquicia para España de los libros de Star Trek, también publica las memorias del otro actor fetiche de la serie, Leonard Nimoy, bajo el título de «Soy Spock».
La mítica historia de aventuras espaciales se ha puesto de moda otra vez a nivel mundial gracias al las nuevas películas, que reúnen a una tripulación completamente renovada, integrada por actores distintos de los que protagonizaron las series televisivas y los largometrajes cinematográficos rodados hasta ahora.
Disputa contra Star wars
William Shatner, uno de los rostros míticos de Star Trek, echa más leña al fuego de la eterna disputa entre la saga y la otra franquicia galáctica, Star Wars. El Capitán Kirk del Enterprise original se posiciona en favor de sus ‘rivales’ afirmando que Star Trek le debe su éxito a Star Wars.
«Antes que nada, Star Wars creó Star Trek. ¿Lo sabíais?». Así comienza Shatner su intervención. En realidad, la serie que protagonizó se emitió de 1966 a 1969, y la primera película de Star Wars no llegó a los cines hasta 1977.
Pero a lo que se refiere Shatner es que el éxito cosechado por la cinta de George Lucas devolvió a la vida a Star Trek. «Cada año existía la amenaza de que la serie fuera cancelada. El tercer año nos cancelaron, y todo el mundo lo aceptó», afirma el actor. Tras el taquillazo que supuso Una nueva esperanza, con 775 millones de dólares de recaudación, la competencia tenía que hacer algo.
«En los estudios Paramount iban correteando de un lado para otro. ‘¡¿Qué tenemos?! ¿Qué tenemos que pueda igualar a Star Wars?’ Es algo grande. Estaba esa otra cosa que cancelamos, ¿que se llamaba Star… Trek? ¡Resucitémoslo!», explica Shatner
Sin embargo, el salto a la gran pantalla de Star Trek, Star Trek: La película (1979) no tuvo el éxito que se esperaba, comparada con Star Wars. El antaño capitán Kirk es consciente de la poca acogida que tuvo la cinta, y afirma que Paramount comenzó corriendo con la producción. «Star Trek se hizo con tanta prisa… No había tiempo para editar los efectos especiales, y por eso la película era defectuosa y no generó mucho dinero», señala.
«Fue Star Wars la que hizo que Star Trek se abriera camino en las mentes de la gente de Paramount», defiende Shatner. Que un miembro de Star Trek reconozca tales méritos a la competencia es un tanto desconcertante. Para defender su postura, Shatner describe ambos universos, que no tienen por qué ser mejores o peores.
«Star Trek cuenta historias humanas. Es filosófica. Hay humanidad. Hay un principio implicado. Y está bien hecho. Trata sobre las personas», dice sobre su saga. «Star Wars fue magnífica, como una ópera. Era enorme, con grandes efectos especiales. Era una película maravillosamente entretenida, pero no trataba específicamente de las personas de la forma en que lo hacía Star Trek», sentencia.
Festival de puños y fiesta comedida de pechos

«Sigo emocionándome si veo la cabecera de la serie y un enorme Mazinger ocupa un lugar privilegiado en mi estudio», admite Paco Roca, Premio Nacional de Cómic, uno de esos niños que, ajenos a la polémica de los adultos, descubrieron a este robot rompedor ya cuarentón y rodeado de bulos.
De la imaginación del dibujante japonés Go Nagai, Mazinger Z nació hace 40 años, en 1972, primero en forma de cómic, y pocos meses después como serie de anime, cosechando un gran éxito que se fue extendiendo a otros países, entre ellos España, donde TVE estrenó el 4 de marzo de 1978 el primer capítulo de los 27 que emitió los sábados a las 15.00 horas.
El éxito de Mazinger Z radicó en su carácter innovador, porque fue el primer robot pilotado por una persona, el joven Koji Kabuto, una especie de moderno samurai, un guerrero noble dispuesto a luchar por la paz hasta el final, recuerda J. Aurelio Sanz-Arranz en ‘Mazinger Z: la enciclopedia’, un laborioso trabajo de análisis y documentación editado por Dolmen en dos volúmenes.
Se calcula que la serie tenía una audiencia de cinco millones de espectadores, convirtiéndose en un icono de la cultura popular, pero con alguna ‘leyenda urbana’ que perdura hasta hoy.
Uno de esos bulos era que Raphael cantaba el tema musical de la emisión en España, aunque en realidad, la adaptación, la letra y la interpretación estaba firmada por Alfredo Garrido, un prolífico músico con éxito en otras serie infantiles como ‘Marco’, ‘Pipi Calzaslargas’ o ‘Vickie el Vikingo’.
‘Pechos fuera’
Otro bulo desmontada por la enciclopedia de Sanz-Arranz es la famosa frase ‘pechos fuera’, el grito con el que la protagonista femenina, Sayaka, lanzaba los misiles de su robot, Afrodita-A. En el doblaje original de TVE nunca se pronunció, y lo más parecido que se pudo escuchar era ‘fuego de pecho’.
Y es que, según el autor de la citada enciclopedia, la frase pudo ser víctima de la polémica que sufrió la serie, al ser considerada demasiado violenta para el público infantil.
Las protestas, alentadas por artículos de prensa que veían oscuras intenciones en su contenido, desembocaron en «la censura de algunas partes consideradas escabrosas» y después en la «supresión imprevista (el 16 de septiembre de 1978) cuando aún quedaban varios episodios por emitir», manifiesta Sanz-Arranz.
Dichos capítulos finalmente vieron la luz en la Navidad de 1979, despidiendo a Mazinger Z de la parrilla hasta la década de los noventa y su emisión en canales privados y autonómicos.
«Si bien es cierto que me llegó a ser previsible la trama repetitiva de todos los capítulos, reconozco que me enfadé muchísimo cuando dejaron de emitirla y en su lugar apareció la serie Orzowei», recuerda Paco Roca, quien confiesa que, junto a sus hermanos, «la cita ante el televisor era el momento más esperado de la semana».
Violencia
El dibujante Íñigo Aguirre, Premio en el Salón del Cómic de Madrid, era muy pequeño pero devoraba los capítulos sin ninguna consciencia de dicha violencia, que hoy achaca a una «coartada» para su retirada por algunos de sus personajes como el Barón Ashler, «un villano con dos sexos», o el robot Afrodita-A, «que tenía por pechos dos misiles».
«Debían tener a los padres alucinados», comenta Aguirre, quien reconoce el «cariño» que procesa a la serie: «De hecho, uno de los villanos de Ibéroes (su más reciente creación), el Doctor Contubernio, está inspirado en el Doctor Infierno, archienemigo de Mazinger. ¡Con esto lo digo todo!».
«¡Por amor de Dios!», exclama el músico Alfredo Garrido para refutar dichas críticas y subrayar el éxito que sigue teniendo la serie entre los más pequeños. Además, Sanz-Arranz puntualiza: «Los animes de mechas, como éste, son ejemplos perfectos de la filosofía japonesa, tan distinta a la nuestra. La violencia debe ser interpretada bajo sus parámetros culturales».
Los robots, sostiene, «tampoco son simples máquinas de guerra: cuando entran en acción, se convierten en auténticos protagonistas. Los pilotos se funden con sus máquinas, convirtiéndose en su cerebro y también su corazón: así Mazinger o Afrodita aparecen ‘humanizados'».
«Pero al final, la polémica pasa, y el público que vio esas series de pequeño se convierte en adulto, y no es peor por haberlas visto. A mí, personalmente, nunca se me ha ocurrido arrancarme un puño y lanzarlo contra alguien cuando discuto…», sentencia este aficionado y experto.
Historias espaciales con fundamento

Un clásico de la ciencia-ficción, referencia de la cultura «geek» y pionera de la diversidad y la inclusión en la pantalla. Todo eso es «Star Trek», la imprescindible saga interestelar cuyo mensaje utópico y de esperanza en el progreso es inagotable. Creada por Gene Roddenberry en 1966, la franquicia ‘Star Trek’ se compone de cinco series de televisión, una serie de animación y doce películas, así como una docena de videojuegos, diferentes juegos de rol, centenares de novelas y relatos de ficción.
Roddendberry siempre había citado ‘Planeta prohibido’ como referente para ‘Star Trek’, pero también dijo que le habían influido una serie de películas que se habían visto en EEUU de manera clandestina, procedentes de la Europa del este.
Con el episodio «The Man Trap», el universo de «Star Trek» llegó por primera vez a la televisión el 8 de septiembre de 1966, aunque por ese capítulo era imposible pronosticar que se convertiría en todo un fenómeno de masas.
«Bitácora del capitán. Fecha estelar, 1513.1. Nuestra posición, orbitando el planeta M-113». Esas fueron las primeras frases que, sobre un fondo con la nave Enterprise surcando el espacio, se escucharon en la entrega inicial de la serie «Star Trek», que sirvió para presentar a personajes ahora tan reconocidos como el capitán Kirk (William Shatner) o Spock (Leonard Nimoy).
La trama de «The Man Trap» era bastante convencional. Los tripulantes de Enterprise viajaban a un planeta casi abandonado y tenían que lidiar con un misterioso monstruo, que se alimentaba a base de sal y que tenía la asombrosa capacidad de transformar su apariencia a su antojo.
Pero este episodio también desveló algunas de las claves del futuro éxito de la saga, como el mensaje utópico, idealista y de colaboración entre la humanidad que planteaba como parte de su esencia «Star Trek».
La nave Enterprise parecía una versión pluscuamperfecta de la ONU. En total armonía y con una fe sólida en la tecnología y el conocimiento, en la tripulación aparecían, por ejemplo, una mujer negra (Uhura, interpretada por Nichelle Nichols), un ruso (Chekov, al que daba vida Walter Koenig), y un asiático (Sulu, al que prestó su rostro George Takei).
El mensaje a favor de la diversidad era llamativo en un áspero y paranoico contexto internacional marcado por la Guerra Fría, pero también tenía acomodo en los nuevos vientos que soplaban en Estados Unidos en los años 60, con el Movimiento por los Derechos Civiles y la contracultura apostando por una nueva realidad social.
Un ejemplo de las aspiraciones de «Star Trek» fue que en 1968 ofreció el primer beso interracial en la historia de la pequeña pantalla con el celebrado encuentro entre el capitán Kirk y Uhura.
Tres temporadas y cerca de ochenta episodios duró este primer show que sólo fue el pitido inicial de la impresionante expansión del universo de «Star Trek», que además de sus producciones televisivas cuenta, hasta el momento, con trece películas.
Impulsada por el extraordinario éxito de su competidora «Star Wars» en 1977, «Star Trek» trasladó sus peripecias al cine por primera vez en 1979 y su última cinta, «Star Trek Beyond», se estrenó en 2017 con Chris Pine, Zachary Quinto y Zoe Saldaña en su reparto.
Esta película, que incluyó al primer personaje gay de la saga, es la tercera parte del relanzamiento de «Star Trek» que ha patrocinado J.J. Abrams, y Paramount ya confirmó que habrá, al menos, un cuarto largometraje.
Leyendo a «Los Simpson»

A diferencia de otras series, Los Simpson no evita las alusiones literarias por miedo a ofender a su auditorio. Los guionistas de la más célebre familia televisiva en el planeta no sólo han ejercido una de las más inteligentes críticas sobre el estilo de vida americano sino que lo han hecho valiéndose de toda clase de referencias. Lo mismo históricas (de Washington a Nixon a una enmienda constitucional parlante), que cinematográficas (de Hitchcock a Kubrick a David Lynch y cantidad de blockbusters), televisivas (de Seinfeld a los Monty Python, sin olvidar los chistes contra su propia cadena, la Fox) y musicales (de Pérez Prado a los Rolling Stones, de Tito Puente a los cada vez más reales Spinal Tap). ¿Finalmente no somos todos inquilinos de nuestra propia época y estamos hechos igualmente de música, literatura, televisión e historia?
Concentrándonos incluso únicamente en los libros, es fascinante descubrir lo literario que llega a ser el universo amarillo de Springfield. Autores pasean entre capítulos como entre festivales de letras; se parodian novelas, se cita subrepticiamente a Shakespeare (quien también aparece como un zombi en un capítulo de terror). Acá John Updike es el escritor detrás de las memorias del payaso Krusty, allá los niños del pueblo se pierden en una isla y viven una historia similar a El Señor de las moscas de William Golding.
Un curso sobre literatura podría girar en torno a los libros y autores que han sido parodiados, mencionados o que han prestado sus propias voces al programa. Si todo intento de organizar la literatura se sustenta en el arbitrio (la época, la nacionalidad, el género literario), ¿por qué no partir de un centro común como Los Simpson para hablar de ella? Van unos cuantos ejemplos:
Saul Bellow. Bart y Lisa engañan al rabino Krustofsky diciéndole que tendrá un encuentro con el novelista judío Saul Bellow, cuando en realidad el encuentro es con su hijo, el payaso Krusty.
Lewis Carroll. Lisa está a las afueras de la biblioteca en época de veraneo. De los libros salen personajes que la invitan a entrar al lugar. Alicia le advierte: “¡Es una trampa! ¡Corre, Lisa!”, mientras el Sombrerero Loco la amaga con un arma.
Agatha Christie. Para pensar en cómo descubrir al autor del disparo contra el señor Burns, el jefe Gorgory lee los Diez cuentos trillados de Agatha Christie.

Bret Easton Ellis. Después de volverse millonario con su traductor de bebés, el tío Herb le regala a Lisa una colección de Grandes Libros que ella recibiría cada mes. Se trata de una serie que abarca lo mejor de la literatura y cuyo título más antiguo es el poema épico Beowulf y el más reciente, Menos que cero de Bret Easton Ellis.
William Faulkner. El cantinero Moe cuenta que el autor de El ruido y la furia escribía gags para el programa cómico “La pandilla” (“The Little Rascals”), donde él participaba antes de matar al Alfalfa original. La afirmación no carece de sustento porque Faulkner tuvo una etapa como escritor de guiones en Hollywood. “William Faulkner podía escribir rutinas de caño de escape que te hacían pensar”, dice el cantinero.
Gabriel García Márquez. Marge Simpson imagina un romance épico con un capitán fornido, mientras lee una novela llamada El amor en los tiempos del escorbuto.
Allen Ginsberg. Bart destruye el centro de mesa de Lisa y provoca un conflicto familiar. La niña para tranquilizarse escribe su propia versión de “Howl”: “He visto las mejores comidas de mi generación destruidas por la locura de mi hermano. Mi alma deshojada por demonios de pelos puntiagudos”.
Norman Mailer. 1. Ante la prohibición de su padre para ver Itchy & Scratchy. La película, Bart lee la trama del filme novelada por Norman Mailer. “No es lo mismo”, dice y tira el libro a la basura. El libro es tan voluminoso que compacta los desperdicios del bote. 2. Bart le plantea a la niñera Shary Bobbins qué haría si lo encontrara ojeando la revista para adultos Playdude. Ella responde que lo obligaría a leer todos los artículos de la revista, “incluyendo el de Norman Mailer sobre su libido en caída”. Homer se impresiona: “Es ruda”.
George Plimpton. El legendario editor del Paris Review es el conductor de la olimpiada de deletreo donde Lisa participa.
Edgar Allan Poe. 1. El doctor Nick Riviera aplica Spiffy “el quitamanchas del siglo XXI” a la lápida de Edgar Allan Poe. “‘¡Qué brillo!’, dijo el Cuervo”, exclama Troy McClure, conductor del programa. 2. Juan Topo (en inglés Hans Moleman) transporta la casa de Poe, antes de salirse de la carretera y provocar un incendio. 3. Allison Taylor, la rival de Lisa en el salón, hace un diorama del cuento “El corazón delator” para el concurso escolar. 4. Homer, Bart y Lisa ven el programa de televisión “Colapso de edificios” que muestra una serie de construcciones al momento de derrumbarse; la última residencia dice en su exterior “La casa de Usher” y Homer comenta: “No pensé que se caería”. 5. El primer Especial de Noche de Brujas de los Simpson incluye una célebre parodia de “El cuervo” (una extraordinaria lección de literatura, sobre todo en su idioma original).
Thomas Pynchon. El esquivo autor de El arcoiris de gravedad (no aparece en público, no da entrevistas y apenas se conoce una foto suya) se niega a escribir la reseña para la contraportada de la novela de Marge. “Pynchon ama este libro casi como ama las cámaras”, dice por teléfono ante la petición de un comentario promocional. Segundos después, el escritor aparece con una bolsa de papel sobre la cabeza junto a un letrero luminoso que anuncia “Casa de Thomas Pynchon. Entre”.
Gertrude Stein. La muñeca que propone Lisa para competir con la muy vendida pero llena de estereotipos Stacy Malibú, tendría la inteligencia de la escritora Gertrude Stein, el ingenio de Cathy Guisewite (creadora de la historieta “Cathy”), la tenacidad de Nina Totenberg (una respetable periodista), el sentido común de Elizabeth Cady Stanton (luchadora por los derechos de la mujer en el siglo XIX) y la belleza práctica de Eleanor Roosevelt (una de las mujeres más influyentes del siglo XX norteamericano).
John Steinbeck. Nelson presenta un diorama inspirado en la novela Las uvas de la ira. Señala las uvas de una mesa (“Acá están las uvas”) y les da un mazazo bañando a los jurados (“¡Y acá está la ira!”).
Mark Twain. Montgomery Burns posee la única foto de Mark Twain desnudo.
Gore Vidal. Lisa se da cuenta que no tiene amigos. Cuando Marge le pregunta si invitaría a alguna amiga para el verano, ella responde: “¿Amigos? Estos son mis únicos amigos (señala la contratapa de un libro). Adultos como Gore Vidal, aunque besó más chicos que los que besaré yo”. “Niñas, Lisa”, corrige nerviosamente su mamá, “los niños besan niñas”.
Eudora Welty. La novelista norteamericana y el crítico de cine Jay Sherman son los únicos premios Pulitzer que pueden eructar tan fuerte como para ganar el trofeo que otorga la taberna de Moe.
Walt Whitman. La tumba que siempre creyó Homer que era de su madre resultó ser de Walt Whitman. Tras descubrirlo, Homer patea la lápida mientras grita lleno de ira: “¡Leaves of grass, my ass!”.

Tennessee Williams. Marge representa a Blanche DuBois y Ned Flanders a Kowalski en el montaje hecho en Springfield de Un tranvía llamado Deseo.
Ludwig Wittgenstein. Los investigadores Mulder y Scully le preguntan a Homer qué estaba haciendo la noche en que vio un extraterrestre. Homer narra: “Bueno, todo empezó en un club Gentleman, a donde hablábamos de Wittgenstein mientras jugábamos Backgammon”. “Señor Simpson, mentirle al FBI es un delito”, le advierten los investigadores. “Estaba en el auto de Barney comiendo bolsitas de mostaza, ¿contentos?”.
Tom Wolfe. El padre del “nuevo periodismo” aparece en un capítulo junto a Gore Vidal y dos de los más reconocidos narradores norteamericanos de la nueva generación: Jonathan Franzen (autor de Las correcciones) y Michael Chabon (premio Pulitzer y autor de Chicos prodigiosos). En dicho capítulo, Moe descubre que tiene aptitudes para la poesía. Por otro lado, en la vida real, Tom Wolfe ha declarado que éste es el único programa televisivo que ve.
Se dice que fue Octavio Paz quien afirmó que Los Simpson “nos resumen”, y la expresión abarca tanto nuestro comportamiento social como nuestras referencias culturales. Un clásico –lejano o contemporáneo– puede constatar su influencia si ha salido en la serie, desde el simple nombre del capítulo (“Bart in darkness” se llama así en alusión a Heart in darkness de Joseph Conrad) hasta su aparición como personaje (un Stephen Jay Gould, capaz de decirle a Lisa: “No me hice científico para ganar dinero. Lo que tengas –para pagarme– estará bien”). Los abundantes y prolijos programas de Los Simpson no sólo han constituido la comedia humana por excelencia de esa transición que va del siglo XX al XXI, sino que han conformado un cúmulo de cosas que hemos aprendido sin darnos cuenta: un compendio singular de música, literatura, televisión e historia. Finalmente, después de muchos años, Springfield nos deja el mismo sabor del mundo: es horrible y está lleno de gente indeseable, pero es el único lugar del universo donde los guardias de seguridad leen a Víctor Hugo.