thelonious monk
Sangre azul entre flujos de Jazz

Kathleen Annie Pannonica Rothschild de Koenigswarter (10 de diciembre de 1913 – 30 de noviembre de 1988) fue una mecenas del jazz y escritora estadounidense. Fue mucho más que una acompañante en la escena de la música bebop. Descendiente de la dinastía financiera Rothschild. Es conocida por haber renunciado a una vida de privilegios y sustituir la alta sociedad a la que pertenecía por una retahíla de brillantes músicos negros ambulantes.
En el libro póstumo Three Wishes (2008) de la baronesa Pannonica de Koenigswarter, de soltera Rothschild, se recopilaban imágenes de jazzistas y también anhelos. Ella fotografiaba a músicos amigos y les preguntaba qué pedirían si se les concedieran tres deseos. Las respuestas variaban. Miles Davis: “Ser blanco”; Sonny Clark: “todas las prostitutas del mundo”; Thelonious Monk: “tener una amiga tan loca como tú”.
La primera vez que Hannah Rothschild vio a la “baronesa del jazz”, Pannonica/Nica, su mítica tía abuela -olvidada por sus escándalos-, la encontró en un sórdido club de Nueva York. Fue fácil reconocerla: a las puertas del local la esperaba su gran Bentley azul celeste, con dos borrachos repantingados en su interior. “Así a nadie se le ocurre robar el coche” le explicó la anciana, la única blanca del garito, casi borroso por el humo, las olas de whisky y el jazz.
Pannonica formaba parte de la rama inglesa de la poderosa y mitológicamente rica famila Rothschild, pero volvió la espalda a su vida de clase alta para vivir el mundo del jazz neoyorquino. Su historia es reconstruida por una sobrina nieta, Hannah Rothschild en «Pannonica».
En 1935, Nica se casó con un noble francés, el barón Jules de Koenigswarter. En los años 40, siguiendo a su marido, se unió al ejército francés. En la posguerra aburrida y viajada (por la carrera diplomática de su marido), fue tomando contacto con el jazz.
La cercanía a Nueva York fue una enorme oportunidad: sus escapadas para oír a los grandes del jazz terminaron convirtiéndose en algo cada vez más habitual. Hasta que hubo una de ellas de la que no volvió: a principios de los 50, mientras hacía tiempo para coger un avión de vuelta a casa, escuchó por primera vez el tema de Thelonious Monk Round Midnight, y aquello la conmovió de tal manera que se dio cuenta de que le era totalmente imposible alejarse de aquel ambiente, de aquella música. Perdió el avión y nunca regresó con su marido, de quien terminaría divorciándose en 1956.
A partir de ese momento, no paró hasta conocer en persona a Monk, lo que conseguiría en 1954 en París. Comenzó entonces una intensísima relación que se mantuvo hasta la muerte del músico, una relación que éste combinó, con una sorprendente naturalidad, con la que mantenía con su mujer, Nellie. Ambas lograron sostener al artista quien, aquejado por un trastorno bipolar, corría el peligro de caer fácilmente en espirales autodestructivas.
Otro encuentro conocido tuvo lugar con Charlie Parker. Junto con Dizzy Gillespie, Parker alumbró ese género mucho más sincopado e improvisado que dio el relevo al encorsetado swing. Había llegado el momento de romper las reglas. Había llegado el momento del “bebop”.
Ese género resumía su vida: un caos que era reconducido hacia la belleza. Comenzaron sus grandes conciertos, y sus grandes composiciones: Yardbird Suite, Ornithology o Bird of Paradise, que acabaron ganándole su apodo.
Pero Parker era un ave de paso. El reverso oscuro de su éxito pasaba por las clínicas de desintoxicación, por habitaciones de hotel quemadas en plena borrachera y por una ruina económica que le asestó el golpe final cuando su hija Pree murió por una fibrosis quística cuyo tratamiento no pudo sufragar.
El día 11 de marzo de 1955 se dirigió a la casa de su buena amiga la Baronesa Pannonica de Koenigswarter. Fue la última persona que le vio con vida, tras dejarlo riendo a carcajadas ante un programa de televisión, Pannonica se lo encontró muerto en su sofá (ella dijo haber escuchado un trueno cuando la vida lo dejó). El doctor que certificó su muerte dijo en su informe que era un varón de raza negra de unos 55 años de edad. Tenía 34. Evidentemente Charlie Parker vivió deprisa pero no dejó un bonito cadáver.
Tres años después, en 1958, Nica decidió llevar a Monk a un concierto. En una detención en Delaware, la policía se acercó; entonces, la visión de una mujer blanca y un hombre negro juntos era suficientemente extraña. Siguió un altercado y Monk fue golpeado. La policía registró el auto y encontraron marihuana. Nica dijo que la droga era de ella; Monk era demasiado frágil para ir a la cárcel. Las consecuencias fueron que ella se enfrentó a una pena de prisión de hasta 10 años, seguida de la deportación inmediata. Al final, sin embargo, el caso fue desestimado por un tecnicismo.
En 1972, Monk, ya totalmente incapacitado para tocar, terminó refugiándose en la casa de Nica en Nueva Jersey, donde moriría una década después. En 1988 le seguiría ella misma, tras dejar instrucciones para que sus cenizas se esparcieran sobre su querido río Hudson. Poco antes, su sobrina-nieta Hanna Rothschild se había puesto como empeño conocer a quien era un nombre apenas mencionado en la familia, un secreto que se prefería ocultar. Lo consiguió, y terminó escribiendo la biografía Pannonica (Circe), que sirvió para devolverla a la actualidad.
Mientras tanto, seguía viva en el maravilloso tema titulado con su nombre que le compuso Monk, y en otros dedicados por varios genios del jazz. Tan sólo Julio Cortázar le hizo un retrato menos favorecedor en su relato El perseguidor. No es probable que a ella le importara mucho: no en vano, su lema era: «Sólo se vive una vez». Y lo cumplió a rajatabla.