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Rock con ADN andaluz

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¿Qué era el rock andaluz? Pues en términos generales, lo mismo que el de Manchester en la era del Brit Pop sólo que mezclado con el flamenco, las armonías andalusíes y agitado en un poco de LSD. Ésa fue la fórmula inicial, la que llevaron a cabo Smash a finales de los años sesenta en la capital andaluza, pero cada grupo cambió la receta a su modo y los ingredientes fueron añadidos o eliminados según el gusto del momento
¿Qué era el rock andaluz? Pues en términos generales, lo mismo que el de Manchester en la era del Brit Pop sólo que mezclado con el flamenco, las armonías andalusíes y agitado en un poco de LSD. Ésa fue la fórmula inicial, la que llevaron a cabo Smash a finales de los años sesenta en la capital andaluza, pero cada grupo cambió la receta a su modo y los ingredientes fueron añadidos o eliminados según el gusto del momento

«El grupo Triana, casi sin haber vendido un disco, obligó a las discográficas de la época a apostar por un tipo de música al que muy poco tiempo antes le habían cerrado las puertas; como la Decca con los ‘Beatles’: primero lo rechazaron y después todas en España se peleaban por tenerlos en su catálogo».

Así explica cómo fue la irrupción del mítico «Triana» el periodista Ignacio Díaz Pérez, que ha publicado «Historia del rock andaluz. Retrato de una generación que transformó la música en España» (Almuzara).

La banda integrada por Jesús de la Rosa, Eduardo Rodríguez Rodway y Tele Palacios sólo vendió de su primer álbum «El Patio» 19 copias en el momento de su lanzamiento, pero su éxito, a través del boca a boca, fue arrollador, dice Díaz Pérez, que recuerda que «llenaron el Parque de Atracciones de Madrid y colgaron el ‘No hay billetes’ en Montjüic».

«Había muchos en la España del tardofranquismo tratando de encontrar un nuevo sonido acorde con los nuevos tiempos y fue ‘Triana’ la que abrió la puerta e inició un camino al que muchos otros se subieron de inmediato», ha evocado Díaz Pérez.

Los jóvenes de finales de los 60 y principios de los 70 en España querían ser Jimi Hendrix, Frank Zappa, King Crimson o Pink Floyd, pero -ha matizado el autor- «por sus venas corría sangre con el ADN de Antonio Mairena, La Niña de los Peines, Fernanda y Bernarda de Utrera, y también Enrique Granados, Isaac Albéniz o Manuel de Falla».

Según Díaz Pérez, aquella música ha tenido una influencia fundamental en toda la que se ha hecho con posterioridad en España: «Nació siendo un clásico y se convirtió de inmediato en un nuevo referente para buena parte de los músicos que han surgido después».

Aquella fue «una época de experimentación», los Smash ya habían grabado «El Garrotín», Goma grabó su disco «14 de abril» a la vez que Triana «El Patio», en Barcelona la Companya Elèctrica Dharma mezclaba elementos de rock con folclore catalán, Lole y Manuel estaban revolucionando el flamenco…

Díaz Pérez cita al productor Gonzalo García Pelayo, quien en su libro sostiene que el rock andaluz «no nació siendo andaluz, sino sólo rock, o en todo caso rock con raíces; lo español, culturalmente hablando, es andaluz en un porcentaje muy alto».

Según García Pelayo, la etiqueta «andaluz» se la puso la crítica años después y marcó el inicio de su declive, al constreñirlo a un territorio.

Díaz Pérez ha advertido de que su libro «no habla de música, sino de músicos, de personas» y que «no trata de las canciones que cantaron, sino de los sentimientos, las inquietudes y los sueños que los llevaron a hacer el tipo de música que hicieron».

También de «una generación que transformó, seguramente sin pretenderlo, pues ellos sólo querían tocar como esas bandas que empezaban a oír, la música que se ha hecho en España posteriormente».

El autor ha asegurado haberse acercado al fenómeno como periodista, o sea con curiosidad, sin prejuicios y preguntando a los protagonistas: «Cada uno queda retratado según su experiencia, sus recuerdos, su forma de expresarse en esta especie de cuadro impresionista que he intentado hacer para ofrecer, pincelada a pincelada, una visión de conjunto del fenómeno».

El libro dedica capítulos a otros grupos míticos como Alameda, Medina Azahara, Imán, Califato Independiente, Cuarto menguante, Pata Negra, Guadalquivir, Tabletom y a rockeros no menos míticos como Silvio, Kiko Veneno y el mismísimo Camarón.

Si el pasado fue espectacular, del presente y el futuro del rock andaluz, ha asegurado que «no ha muerto, pero tras la irrupción de la movida madrileña, impuesta esta sí por las discográficas, el público le fue dando la espalda; hoy no es el fenómeno de masas que fue, ni rompe con nada ni es fruto de una experimentación, sino que mantiene un sonido que, cuatro décadas después, ha dejado de ser nuevo».

Luz sin sombras en el patio de Triana

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Formación de la luminosa y efervescente banda Triana
Formación de la luminosa y efervescente banda Triana

«Yo quiero ser costalero de san Jesús de la Rosa sin espinas», recitaba Joaquín Sabina en el poema que compuso sobre la marcha para el disco homenaje a Triana grabado hace años, un verso que resuena en el film que, como este, constata la devoción remanente por la mítica banda.

Bajo el título «Todo es de color», el mismo que el de una de sus composiciones más celebradas, Gonzalo García-Pelayo, el que fuera productor de su primer álbum («El patio», de 1975), dirige una película diferente, extremada incluso, un viaje lisérgico en el que se mezclan humor y formas del documental con el gusto por la lírica afectada y solemne de Triana.

En los primeros planos emerge el cementerio de Villaviciosa de Odón (Madrid), donde reposan los restos del vocalista Jesús de la Rosa y del batería Juan José Palacios «Tele», en cuya lápida, que le recuerda sencillamente como «Tele de Triana», quedó grabada parte de la letra del tema «Necesito»: «Necesito agarrarme a la cola del viento para volar».

Bajo la consigna de que «la libertad no es el destino, es un camino», se desarrolla la hora y media de metraje, construido como una «road movie» que acompaña a la caravana de moteros acólitos de Triana desde Madrid hasta Caños de Meca (Cádiz), donde se celebra un festival en honor de la banda.

A ellos se une en un forzado viaje de descubrimiento personal el personaje de la actriz Natalia Rodríguez («Amar es para siempre»), representación de las jóvenes generaciones que nacieron tras la muerte de De la Rosa en 1983, con Triana convertida ya en un símbolo de la vanguardia y del rock progresivo español.

«Ellos hacían lo que les daba la gana, sin pensar en lo que le iba a llegar a la gente, pero les llegaba», reivindican los personajes, al frente de los cuales se sitúa «el pirata» Javier García-Pelayo, descubridor y mánager de Triana, «de casi todo el rock andaluz», afirman.

La película incorpora otros rostros conocidos, como los del actor Alfonso Sánchez («Ocho Apellidos») y el cómico Jorge Cadaval y los de los músicos Raimundo Amador, Gualberto y Ricardo Miño, así como el de Eduardo Rodríguez Roadway, guitarrista de Triana y único miembro vivo.

Los molinos de La Mancha y las calles y bares de Sevilla donde nació la banda constituyen algunas de las paradas de esta peculiar «troupe», bajo el influjo de temas míticos como «Sombra y luz», «Todo es de color» y, claro, «Tu frialdad».

todo_es_de_color_peliculaRealidad y fantasía se alternan así en esta producción que incluye fragmentos dramatizados, armados en gran parte desde la exageración, con un lenguaje hinchado, tan solemne y adornado como la propia música de Triana, que por momentos hacen de este trabajo una oración solo apta los feligreses de su culto musical.

Se echa de menos sin embargo algo más del contexto en el que surgió Triana, al albur de Smash y del debate en torno al rock, que era entonces «la música de nuestro tiempo, pero no la de nuestro espacio», como señala Gonzalo García-Pelayo.

Él mismo recordaba que «Todo es de color», el tema que da título a su film, fue el corte que cerró las dos semanas de grabación de «El patio», álbum que ya incluía todos los elementos definitorios del sonido de Triana, pero del que solo se vendieron 19 copias en una primera remesa.