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La piel del camaleón pensante

El escritor Jordi Gracia equilibra la dimensión humana con la faceta intelectual de José Ortega y Gasset en una exhaustiva biografía que desactiva varias leyendas sobre este gran pensador y ensayista, entre ellas la de su franquismo o su complicidad con los fascismos.
«En la Guerra Civil, Ortega decide que el bando que mejor protege sus intereses es el franquista. No fue tanto una elección como una resignada opción. Pero luego no tiene ninguna simpatía ni por Franco ni por el régimen», afirma.
Publicado por la Fundación Juan March y la editorial Taurus dentro de la prestigiosa colección «Españoles eminentes», el libro rastrea cada año de la vida de Ortega para que se entienda bien cómo se forjó el pensamiento de quien fue «una figura absolutamente capital en la modernización intelectual de España».
Ortega (1883-1955) era un hombre «insultantemente inteligente» y «una máquina de pensar infatigable», entre otras razones porque «el placer inagotable de pensar es parte de su intimidad como sujeto», dice Gracia, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Barcelona y cuyos ensayos han merecido varios premios.
La vía mejor para adentrarse en la figura de Ortega ha sido «una inmersión integral» en sus cartas, que en su mayor parte permanecen inéditas pero están accesibles en la Fundación Ortega y Gasset.
Y ha trabajado, además, con «esa maravilla de 600 páginas» que es «Las cartas de un joven español», un libro que muestra al «muchacho que era Ortega entonces, un joven superdotado, con una capacidad mental para organizar la descripción del mundo que era única», comenta el autor de esta biografía de 700 páginas, fruto de cinco años de trabajo.
Al no escamotear la dimensión humana, Jordi Gracia refleja también las facetas más antipáticas de Ortega, en especial «su complejo de superioridad». «Era muy engreído y muy suspicaz. No encajaba las críticas».
«Y tenía un impulso mesiánico redentor». El horizonte de su ambición intelectual, añade el biógrafo, «era gestar la transformación de España en un país moderno».
Ortega también descubre pronto que «puede llegar a ser el formulador de la nueva filosofía». La teoría de la relatividad de Einstein, «en la medida en que descubre un nuevo tiempo en términos físicos, necesita una nueva filosofía», y esa es la que iba a aportar Ortega, comenta el autor.
En 1914, Ortega ya era «el pensador más moderno, europeo y perdurable del siglo XX en España». Ese año fue clave en su trayectoria porque «lidera la movilización política de los jóvenes antisistema -entonces habría que llamarlo así- contra el Partido Conservador y contra el Partido Liberal».
Y ese año publica «Meditaciones del Quijote», la primera cristalización de su pensamiento. En 1916 «empieza a sentir que tiene ya armada la idea de su razón vital filosófica».
Este «pensador ateo que identifica como enemigo de su proyecto a la iglesia católica» fue «admirado y respetado» por intelectuales como Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín, Machado, Juan Ramón Jiménez, Azaña, Gregorio Marañón o Américo Castro.
Esa admiración no evitó que algunos «detectaran pronto la soberbia» de Ortega. Fue Pérez de Ayala el que le dijo «en una carta feroz: ‘usted no acepta las críticas de nadie. Usted cree que es la verdad'», recuerda Gracia.
Entre «las leyendas» que esta excelente biografía intenta desactivar está la de «la marginalidad política» de Ortega.
Su participación en política «fue muy activa», asegura el biógrafo. Decidió liderar «la necesidad de ir a una II República» y de luchar contra la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía.
«En su fantasía más secreta estuvo incluso la posibilidad de presidir la República, pero de inmediato se dio cuenta de que era inviable», señala el autor.
En la Guerra Civil, Ortega consideró «un mal menor» el bando franquista, pero no lo hizo público «salvo en unas pocas líneas en 1938. Por fin sí acepta colaborar con el servicio de propaganda franquista, y lo hace a través de un artículo larguísimo que le sirve para garantizar que él estaba en el lado franquista», añade el autor.
Le echaron en cara su silencio durante la Guerra Civil, una actitud que «ya había predicado» en 1914. Las guerras, pensaba Ortega, «neutralizan la posibilidad de decir la verdad» y el único modo de estar a la altura era el silencio.
En su correspondencia consta que se suma al bando franquista, pero «eso no significa que de Ortega salga un franquista. No tiene ninguna simpatía ni por Franco ni por el régimen», subraya Gracia.
En la primera posguerra intentará regresar a España y «tanteará hasta dónde es verdad que él puede servir para reformar en sentido liberal al régimen».
«El escarmiento es inmediato. Y se da cuenta de que utilizan como herramienta de legitimación del régimen su presencia en España, y sobre todo la conferencia que pronunció en el Ateneo de Madrid en 1946, que causó consternación entre los intelectuales del exilio.
Jordi Gracia tiene muy claro que a Ortega no se le puede asociar con el fascismo. «Ninguno de los dos totalitarismos del siglo XX era solución de nada, decía una y otra vez», concluye.
Unamuno en pequeñas dosis

Inconformista y provocador, Miguel de Unamuno quería «poner alma y no solo pensamiento» en muchos de sus cuentos. Una edición reúne todos los que se conocen de este gran escritor e intelectual que procuraba convertir en literatura «las más íntimas tormentas del espíritu».
Unamuno (Bilbao, 1864- Salamanca, 1936) sentía una gran atracción por el cuento y le gustaba su espontaneidad, su brevedad: «El escritor que hoy quiere ser leído ha de saber fabricar píldoras, extractos, quinta esencias. La cuestión estriba en hacerlo de modo que sean agradables de tomar; en saber dorarlas», afirmaba en un artículo.
Menos conocidos que sus novelas, los cuentos son claves para comprender el pensamiento de Unamuno y su concepción de la literatura, entre otras razones «porque en ellos hay un diálogo con el resto de su obra», señala en una entrevista con Óscar Carrascosa Tinoco, responsable de la edición de los ‘Cuentos completos’ que publica Páginas de Espuma.
Tras ocho años de trabajo, Carrascosa ha reunido 87 cuentos en esta edición, lo que la convierte en la más completa de las publicadas hasta ahora. Entre ellos hay algunos inéditos, que no habían sido recogidos «jamás» en libro, como ‘¡El amor es inmortal!’, que apareció en 1901 en una revista venezolana, o ‘De beso a beso’.
Escritor, profesor e investigador, Carrascosa se enfrenta en la introducción a «la fijación del corpus de la cuentística de Unamuno», una labor nada fácil porque «hay problemas de datación» y porque, en algunos casos, ha habido que determinar «qué textos son exactamente cuentos y cuáles no lo son».
«La pícara cuestión económica» llevaba a muchos autores a escribir más cuentos que novelas, y Unamuno no era ajeno a esa práctica. Llegó incluso a publicar algún relato «sin apenas modificación y con otro título en una revista diferente», comenta Carrascosa.
Sus nueve hijos comían de la cátedra que el autor de ‘Niebla’ impartía en Salamanca, pero merendaban de «un cuento perdido», según dice en ese genial relato que es ‘Y va de cuento’.
«Si por un cuento te dan 5, 6 u 8 duros, libres de gastos, ten por seguro que una novela 20 veces más extensa que él no te daría 100, 120 o 160 duros». «Son, pues, no pocos cuentos, novelas abortadas, con lo que a menudo ganan. Pero otras veces pierden», afirmaba en uno de sus artículos.
«Y lo que tuerce la vocación y aptitud de muchos, haciendo que de buenos novelistas que podrían llegar a ser, se queden en medianos cuentistas, es, ni más ni menos que la pícara cuestión económica (…) Pero nadie puede decir: de esta agua no beberé», reconocía.
Unamuno reflejó de lleno la crisis de fin de siglo en su obra y el «héroe» de sus cuentos «es un héroe intelectual» porque se hace eco de las preocupaciones del autor, «de sus tormentos», entre ellos «el tiempo devorador y la muerte», indica el editor.
El escritor defendía «la literatura como salvación». A sus obras las llamaba «hijos espirituales» -título también de uno de sus cuentos- y, según se deduce de una de sus cartas, parecía darle más importancia a sus libros que a sus propios hijos.
Cuando nació su primogénito, Unamuno cuenta que su impresión «al ver salir aquel muñeco que parecía de cera», era «curiosidad sobre un fondo de grande indiferencia».
«Trabajo más que nunca y con más fruto que nunca en mi hijo espiritual. Mientras pugnaba por salir el uno, laboraba yo mentalmente en la gestación del otro», escribe el autor de ‘La tía Tula’.
La aparición de los cuentos completos llena de satisfacción a Miguel de Unamuno Adárraga, nieto del escritor vasco. «En general se tiende a publicar siempre lo mismo de Unamuno y se descuidan otros aspectos», dice.
Pero, en opinión de Unamuno Adárraga, arquitecto y profesor, «lo más urgente y necesario» que habría que publicar serían «los artículos y las cartas».
«Eso es algo por lo que yo estoy siempre suspirando. Ha habido intentos, pero no hay una edición global de todo ese material. Mi abuelo cada día tenía una preocupación y la volcaba en las cartas, artículos y ensayos breves. A la larga, quizá sea lo más interesante de su obra», concluye el nieto.
Unamuno, el intelectual independiente

Conocido por su inusual vestimenta, aun para la época, su poesía clásica y su filosofía trascendental, Miguel de Unamuno es uno de los grandes poetas, ensayistas y novelistas de la generación de 98 y de la historia española.
Nacido en Bilbao el 29 de septiembre de 1864, Unamuno se licenció en Filosofía y Letras en Madrid y obtuvo su doctorado en 1884. Fue profesor y obtuvo la cátedra de Lengua Griega en la Universidad de Salamanca (USAL), de la que más tarde, en 1901, fue escogido rector.
Durante la Primera Guerra Mundial, Unamuno apoyó abiertamente a los aliados e incluso visitó el frente italiano. Se presentó como candidato a diputado por el partido Republicano de Vizcaya y mantuvo un enfrentamiento contra el rey Alfonso XII, lo que lo llevó a ser procesado por injurias, condenado a prisión, de la que más tarde recibió un indulto.
Durante su época de catedrático y rector el escritor logra su mayor producción ensayística, poética, y artículos críticos, los últimos llevándolo a perder su cargo de rector, y más adelante, en 1924, a ser desterrado durante la dictadura de Primo de Rivera, a Fuerteventura, que se prolongó hasta 1930.
Nuevamente en España, Unamuno se encarga de la cátedra de Historia de la Lengua en la USAL y es elegido diputado por la provincia de Salamanca.
Sus servicios a favor de la causa republicana fueron pronto reconocidos: en el mismo año de 1931 se le nombró rector de la universidad, y tres años después, al jubilarse, fue designado Rector vitalicio, creándose una cátedra con su nombre. Finalmente, en 1935, fue proclamado Ciudadano de honor de la República.
Sin embargo, su independencia de criterio y el sesgo de los acontecimientos lo llevaron a retirar progresivamente el apoyo al régimen que tanto contribuyó a instaurar; pasó de ser elegido diputado a Cortes por Salamanca en la candidatura republicano – socialista en 1931 a negarse a ser candidato en 1933, publicando artículos muy duros contra la reforma agraria, la política religiosa, la clase política y otras varias cuestiones y personalidades.
Su enfrentamiento con la República llegó a tener una intensidad pareja al que previamente mantuvo con la Dictadura, hasta el punto de apoyar inicialmente a los sublevados el 18 de julio de 1936. En consecuencia, aceptó ser nombrado concejal por la autoridad militar y realizó un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyaran el alzamiento. Esto motivó que fuera destituido de su cargo de Rector vitalicio por las autoridades republicanas y repuesto, luego, a su vez, por los militares sublevados.
Sin embargo, los numerosos encarcelamientos y asesinatos de profesores y conocidos suyos, en particular el de un sacerdote protestante, perpetrados por los sublevados lo llevaron al distanciamiento de aquellos a quienes acababa de brindar su apoyo.

La situación derivó en el célebre enfrentamiento dialéctico que mantuvo el 12 de octubre de 1936 con el general Millán-Astray, en el Paraninfo de la Universidad. Unamuno hizo una elocuente defensa de la razón y de los principios académicos, en medio de un ambiente de extraordinaria tensión y hostilidad. El escándalo acabó con una nueva destitución de Unamuno de su cargo de concejal.
Abatido, desolado por su viudez y en una situación de semirreclusión en su domicilio, Unamuno muere pocas semanas después, el 31 de diciembre de 1936, de noche, sin hacer ruido, como anunció en un hermoso poema del Romancero del destierro.
Las excentricidades de un genio
Ferviente defensor de la lectura y la sed de conocimiento, una de las frases más célebres de este excéntrico personaje era “Sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas”.
Realmente era muy singular, no sólo por su característica gabardina, jersey cerrado o chaleco y su sombrero sencillo negro, que chocaba con la de sus compañeros de generación, sino además por sus aficiones como el origami, el ajo crudo que ingería a diario para proteger su salud, o los “garabatos” que realizaba para expresar sus emociones, como él los llamaba.