vocabulario
Las tripas de las letras

Palabras como «adefesio», procedente del latín «ad Ephesios», la célebre epístola de San Pablo; «guiri», de origen vasco, o «pasmo», cuya etimología es la misma que la de «espasmo», son fruto de una curiosa evolución que ha sido estudiada por el latinista Juan Gil en el libro «300 historias de palabras».
Publicado por Espasa, este libro demuestra que la lengua «es un volcán en constante ebullición» y rastrea los sorprendentes cambios experimentados por una serie de términos, algunos de plena actualidad y otros ya en desuso, pero siempre «muy interesantes», asegura Gil.
A más de uno le sorprenderá saber que, en la época en la que las misas se decían en latín, la expresión «in diebus illis» (en aquellos días) acabó convertida en «busilis»; que hubo un tiempo en que «mamotreto» significaba «criado por su abuela»; que «fetén» es un término caló, que «pánfilo» remite al nombre propio latino «Pamphilus», que «tanga» procede del idioma tupí o que «zombi» podría tener su origen en África.
Académico de la Lengua y pionero de los estudios de latín medieval en España, Gil llama por ejemplo la atención sobre la palabra «asesino», que tanto le debe al árabe «hassasin» («adictos al cáñamo indio, es decir, al hachís») desde que, en el siglo XI, los seguidores del líder Hassam e-Sabbah, del grupo chií ismailí de los nizaríes, asesinaban a sangre fría tras ingerir una poción elaborada con cannabis.
En la renovación del léxico influyen numerosos factores, desde los fonéticos («respeto» y «respecto» tienen la misma etimología; «llaga» y «plaga» provienen de la misma raíz) hasta los cambios que ha experimentado el atuendo, visibles en voces como «bikini», «bragas», «corbata», «pamela», «rebeca» o la ya citada «tanga».
A su vez, «pamela» y «rebeca» reflejan hasta qué punto algunos nombres propios pasan a ser comunes. La primera se debe al característico sombrero de amplias alas que lleva la protagonista de la novela «Pamela, o la virtud recompensada», de Samuel Richardson, y la segunda, a la chaqueta de punto que vestía la actriz Joan Fontaine en la película «Rebeca», de Hitchcock.
Y una constante a lo largo de la historia, comenta Gil, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, es que el extranjero es mirado «siempre con recelo» y a veces «con desprecio», y así lo refleja la historia de «bárbaro», «bujarrón», «esclavo», «flamenco», «gabacho» o «yanqui».
Si hoy en día hay «una invasión» de anglicismos, en el XVIII el idioma dominante era el francés y de esta lengua proceden palabras como «popurrí», «acoquinar» o «sabotaje».
En el castellano abundan los préstamos de otras lenguas. Del japonés proceden, por ejemplo, «harakiri» y la más reciente «tsunami». «¿Quién hubiera dicho que ‘tsunami’ acabaría, hoy por hoy, sustituyendo a ‘maremoto’?», se pregunta Gil, director de este libro en el que las labores de redacción y documentación han corrido a cargo de Fernando de la Orden.
Del neerlandés procede «flamenco» y del italiano «fascista» viene «facha», pero, en un elevado porcentaje, la mayoría de las voces castellanas provienen del latín y del griego, dos lenguas que, «desgraciadamente», cada vez tienen menos presencia en los planes de enseñanza, dice Gil.
«Se debería fomentar el estudio etimológico entre los más jóvenes, porque eso les ayudaría a conocer mejor su propio idioma», afirma este experto en la historia de Cristóbal Colón.
El desconocimiento del latín causaba estragos también en el pasado, como lo refleja el ya mencionado «busilis», que significa «punto en que estriba la dificultad de una cosa» y que tiene su origen en la expresión «in diebus illis».
De la misma forma, cuenta Gil, «el pueblo iletrado creyó reconocer en el ‘da nobis hodie’ (danos hoy) del padrenuestro una hipotética dama: doña Bisodia», y todo por un falso corte de palabras: «dano bishodie».
El sustantivo «adefesio», que actualmente significa «persona o cosa ridícula o de gran fealdad», tiene uno de los orígenes «más sorprendentes del léxico español», asegura Gil. En el siglo XVI, «hablar ad Ephesios» tenía el significado de «inútilmente, disparatadamente», dado lo improductivo de lo que predicaba San Pablo.
O, como decía Unamuno, porque a los novios «les entran por un oído y les salen por otro las recomendaciones que se dan sobre el matrimonio» en el capítulo quinto de la famosa epístola.
En «300 historias de palabras» (el título es un guiño a los trescientos espartanos que combatieron contra Jerjes en las Termópilas) se critica también la afición de los políticos a los eufemismos. «La verdad duele y quita votos», concluye Gil.
Charla y siesta en las estrellas

Arcoíris, Ceres, galaxia o luz son palabras que vienen del cielo, pero no solo; también lo son abrigo, astrocito, cereal, fósforo o siesta, señala el astrónomo francés Daniel Kunth, quien acaba de publicar “Las palabras del cielo”.
Este libro de 151 páginas (editorial Gedisa) mezcla ciencia y lingüística, y rebusca en el origen de los términos y en la razón de su existencia, explica su autor, quien asegura que cuando empezó nunca se imaginó que “había tantas palabras en el cielo”.
Kunth, del Instituto de Astrofísica de París, une en esta travesía etimológica-científica curiosidades históricas, anécdotas, pasajes literarios y ciencia para ayudar a conocer y comprender la mitología del universo y los orígenes de nuestro lenguaje cotidiano.
Y es que expresiones como remover cielo y tierra, caer del cielo, un ave nocturna, salir volando como cometa, luna de miel, vivir en la luna o nada nuevo bajo el sol tienen “sus raíces” en el cielo.
“El cielo nos ha inspirado cientos de palabras y las hemos manipulado o relegado a un uso más alejado del que eran portadoras”, apunta este científico, quien comenzó a recopilar palabras en 1991, cuando preparaba sus talleres e iniciativas de divulgación científica, como el festival de la “Noche de las estrellas”.
Actitud ante la vida
“Yo soy astrónomo, pero se trata de una actitud ante la vida: conocer y aprender”, eso es lo que está detrás de este libro.
La primera palabra que le llamó la atención fue canícula, que deriva de canis, perro, y hace referencia a la estrella Sirio, “la ardiente” y la más brillante de la constelación Can Mayor.
Los egipcios comenzaban su año cuando Sirio se hacía visible en el cielo, justo al amanecer del día, lo que en esa época sucedía al inicio del verano. Los romanos conservaron la idea de calor e imagen del perro para forjar la palabra canícula que designa las temperaturas estivales excesivas (en la mitología griega Sirio es la pequeña perra que acompaña siempre al cazador Orión).
La palabra siesta, también en el firmamento
También le gustó siesta: término español importado a otros idiomas, apunta Kunth en el abecedario incluido en su libro.
Para los romanos, mediodía, la hora más cálida del día, se llamaba “sexta hora” y los españoles, describe este científico francés, la juzgaron muy propicia para el descanso y evitar el calor, para tomar la “siesta”, literalmente “hora sexta”.
Para este investigador hay palabras con una vinculación con el cielo más evidente y otras menos, “eso es lo fascinante”.
“Hace más de 20 años me interesé por la lingüística después de conocer estos ejemplos, y las palabras son como champiñones: aparecen una detrás de otra”, relata este astrónomo, experto en la formación y evolución de galaxias e investigador también en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas francés (CNRS).
Kunth, quien apunta que seguramente se encontrará vida en otros planetas si se repiten las condiciones (habla de vida elemental), elige entre todas las palabras recopiladas en esta obra deseo, del latín ‘desiderare’: dejar de contemplar la estrella.
El libro, con ilustraciones, cuenta con el prefacio del astrofísico canadiense Hubert Reeves y el prólogo del científico español Jorge Wagensberg, quien asegura que Kunth es “un físico del cosmos que ama las palabras”.
Vender achicoria en el ultramarino no es cosa de superferolíticos

Evitar que caigan en el olvido total voces como «ababol», «archiperres», «chiticalla, «encocorar», «siguemepollo» o «zorrocloco» es uno de los objetivos del libro «Palabras moribundas», en el que Pilar García Mouton y Álex Grijelmo han reunido un sinfín de términos que están a punto de pasar a mejor vida.
Editado por Taurus, el libro contiene más de 150 entradas y pretende dar «una segunda vida» a ciertos términos cuyo significado ignora la mayoría de los hablantes y a otros que disfrutan de buena salud en diversas zonas de España o de Hispanoamérica pero son desconocidos en el resto.
Esta obra «es un pequeño museo de las palabras, pero un museo interactivo porque uno ve las palabras en el libro y sale con ellas», afirma el periodista Álex Grijelmo, divulgador del lenguaje y autor de varias obras relacionadas con ello.
Se trata de «acercar palabras que todos tenemos en la trastienda, propias del lenguaje rural en algunos casos y que empiezan a desprestigiarse porque ya no se utilizan en las ciudades», añade García Mouton, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y especialista en Geolingüística y Dialectología.
Y es que en la trastienda quedaron arrumbadas hace tiempo voces como «acerico», en su acepción de «almohada pequeña que se pone sobre las otras grandes de la cama para mayor comodidad»; «alifafes»(achaques leves), «andancio» (enfermedad epidémica leve) o «siguemepollo», esa «cinta que como adorno llevaban las mujeres, dejándola pendiente a la espalda», según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).
Palabras moribundas tiene su antecedente inmediato en el programa de Radio Nacional de España «No es un día cualquiera», que se emite los fines de semana, aunque el libro «es radicalmente distinto», aclara la filóloga.
Grijelmo llevó en dicho programa la sección Palabras moribundas desde septiembre del 2004 hasta julio del 2007, y a partir de esa fecha se hizo cargo de él García Moutón.
El gran poder evocador de muchas de las voces incluidas en el libro es una de sus mayores riquezas. También su capacidad de emocionar.
Términos como la «achicoria» que sustituía al café en la posguerra, cuando este era un artículo de lujo; la «aljofifa» que se utilizaba para fregar el suelo antes de que se inventase la fregona, o como «guateque», esa fiesta que organizaban en casa los jóvenes, generalmente aprovechando la ausencia de los padres, trasladarán a muchos lectores a su infancia o juventud.
Este singular diccionario contiene la historia de cada palabra, porque eso «contribuye a darles prestigio y a que la gente las vuelva a querer», indica García Mouton, autora de El español de América y de Cómo hablan las mujeres, entre otros ensayos.
Así, los que no son del oriente español se enterarán de que «ababol» es sinónimo de amapola («eres más del campo que los ababoles», se dice) y de «persona distraída, simple, abobada», y verán además que «archiperres» significa «cosas inútiles» y figurará en la próxima edición del DRAE.
«Chiticalla» (persona que calla y no descubre ni revela lo que ve) es «una palabra antiquísima, documentada en el siglo XVI, como parte del refrán ‘No hay casa do no haya su chiticalla’», según recuerdan los autores.
También es antigua «encocorar» («fastidiar, molestar con exceso»), y que es poco usada, lo mismo que sucede con «zorrocloco» («hombre tardo en sus acciones y que parece bobo, pero que no se descuida en su utilidad y provecho»), que sigue viva en Canarias.
Ejemplo claro de palabra revitalizada es «azafata», que se utilizaba «siglos antes de que existieran los aviones (era la criada que le servía a la reina los vestidos y alhajas que se tenía que poner), y se reutilizó en un campo muy distinto de aquel donde había nacido».
Quizá, en vez de decir patchwork dentro de un tiempo digamos «almazuela», y «pizarrín» podría sustituir al lapicero electrónico, añade el autor de La gramática descomplicada.
Hay términos que dejan de usarse porque son sustituidos por extranjerismos, como «córner», que desplazó a» cornijal» (esquina de un terreno).
Los mozos que juegan en la era al fútbol, por la mañana pueden poner el tractor en el cornijal y por la tarde lo quitan para sacar el córner. Parece que córner da más prestigio», comenta Grijelmo.
Y hay voces que se pasan de moda, como «superferolítico» («excesivamente delicado, fino, primoroso»). «Los hablantes son muy receptivos a las modas, pero no siempre las palabras nuevas se quedan», indica García Mouton, cuya voz preferida es «rendibú». «No me hagas el rendibú», le decía su abuela.
La de Grijelmo es ultramarinos, ese local donde se vendían los productos procedentes de América. «Es muy evocadora y hasta hueles el cacao», asegura.
El míster, el night club y el bungalow

La «comodidad» léxica a la hora de usar anglicismos cuando hablamos o escribimos en castellano ha provocado que muchos de ellos hayan sufrido modificaciones en su forma o en su significado que, de utilizarse en zonas anglófonas, carecerían de comprensión o conducirían a una confusión, como «crack» o «night club».
Términos futbolísticos como «córner», que hace referencia al saque de esquina, o «crack», en alusión a un buen jugador, son el resultado de esa «economía» y «comodidad», en un proceso denominado elipsis por el que se omite parte de una frase o palabra compuesta.
Lo correcto en inglés es decir que Messi o Ronaldo son «crack players», pues entre los distintos significados que ofrece la palabra inglesa «crack» figuran los relacionados con droga o ruptura.
Es la opinión del catedrático de Filología Inglesa en la Universidad de Alicante (UA) Félix Rodríguez, coautor del libro «Nuevo diccionario de anglicismos» y quien recientemente ha terminado un trabajo de investigación titulado «Pseudo en el español actual, Revisión crítica y tratamiento lexicográfico».
Esta elipsis también se observa en términos como cóctel -del inglés cocktail-, anglicismo empleado para referirnos a una mezcla de bebidas o a una fiesta donde habrá algún tipo de comida, explica Rodríguez.
Esta última acepción precisa de la palabra «party» si viviéramos en el Reino Unido, pues de lo contrario se entendería que vamos a meternos dentro de una bebida, una «confusión» que también podría darse si quisiéramos anunciar que «nos vamos a hacer cross», es decir campo a través, ya que para este uso es necesario decir «cross country». «Cross», en modo simple, hace referencia a una cruz.
Es por ello que este tipo de abreviaturas, surgidas de «mínimos esfuerzos» ante la complejidad del uso de los anglicismos, puede carecer de sentido o generar confusión en el país de origen.
«Top» por «top model», «paddle» por «paddle tennis» o «las tenis» por «tennis shoes» son otros de los muchos ejemplos aportados por el catedrático alicantino.
El otro proceso de transformación de los anglicismos hace referencia al uso y sentido de los mismos, pues en ocasiones han sido modificados de tal forma que cuando son utilizados en países anglófonos por castellano parlantes o viceversa pueden generar confusión.
Si un inocente británico entrara en «night club» español se llevaría una buena o mala sorpresa, según como lo mire, pues este término no tiene connotación sexual o erótica en el léxico inglés.
Si este mismo ciudadano británico expusiera en una inmobiliaria española su intención de comprar un bungaló (bungalow), el agente se equivocaría al enseñarle un adosado o un inmueble único de dos o más alturas sin ningún tipo de jardín o uno de reducidas dimensiones. Lo que busca es lo que se conoce en España por chalé, precisa Rodríguez. «Con el uso, las palabras se desgastan», explica.
Otro ejemplo, la palabra «míster». A pesar de ser un claro anglicismo -empleado como tratamiento de cortesía equivalente a «señor»-, sólo es utilizado para hacer referencia a un «entrenador» en España y en Italia, pero no en Gran Bretaña.
El término SMS, formado por la siglas del término «short message service», comenzó a emplearse fuera del ámbito anglófono «por economía o comodidad». «Ahora comienza a ser utilizado también en estos países, que hasta ahora usaban las palabras «text message», expone Rodríguez en un ejemplo de «exportación e importación» léxica.
Mil maneras de llamar a alguien tonto

Si uno se ataranta, se agarra patín, se enfarola o se maicea, en buena parte de América entenderán que esa persona se ha emborrachado, y si a alguien le dicen abismado, cabeceburro, comegofio, lentejo o paparulo tendrá que saber que le están llamando tonto en muchos países hispanoamericanos.
Estos ejemplos ponen de relieve la facilidad de los hablantes para crear sinónimos, como refleja el «Diccionario de americanismos», esa gran obra preparada por las Academias de la Lengua Española.
Con más de 70.000 entradas y más de 120.000 acepciones, el «Diccionario de americanismos» es «una obra ingente» que contiene la descripción «más completa del léxico americano» que se haya hecho hasta ahora.
«Nunca se ha hecho un Diccionario como este. Es un primer acercamiento serio a la totalidad del español de América», afirma Humberto López Morales, director de este gran proyecto y secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Editada por Santillana, esta obra lleva un «Índice sinonímico» que, según López Morales, «es único en cualquier diccionario del mundo».
Palabras como «tonto» y «borracho» tienen más de 300 sinónimos, y otras relacionadas con la sexualidad o lo escatológico tampoco andan muy lejos. También se dicen de múltiples formas en cada país sustantivos como «niño» o verbos como «morir» o «matar» a alguien.
Pero quizá la que se lleva la palma es la palabra «tonto» y su variante «bobo», que aparecen juntas en ese amplio índice sinonímico y en el que no se precisa el país donde se usa cada término porque ese dato va en el cuerpo general del Diccionario.
Así, decirle a alguien «abismado», «abombado», «agilado», «asnúpido», «bachilín», «cabeceburro», «cabeceduro», «cachirulo», «caído de la hamaca», «cocoliso», «guacarnaco», «guachinango», «lentejo» o «majiriulo» equivale a decirle que no anda muy sobrado de inteligencia, por más que muchos de esos sinónimos se usen a veces de forma cariñosa.
También son tontos o lo parecen aquellos a los que llamen «mente de pollo», «pajuilado», «paparulo», «pendejo», «saco de peras», «samuro», «zanguango», «soroco», «talegón», «tolongo», «turuleco» o «zonzoneco». Y ¡ojo! si a uno le dicen «pensador» porque puede no ser un elogio .
En algunos países hispanoamericanos, si alguien anda «arrastrando el mecate», «arriando chanchos» o «cortando caña» es que se ha excedido con el alcohol, como también están borrachos, en unos casos más y en otros menos, los «aguarapados», «cachucos», «doblados», «duraznos», «empedados», y los que están «hasta el moco», «hasta el queque» o «hasta las tetas de Ofelia». Y los que están «más jalaos que un timbre de guagua».
Entre los sinónimos de borrachera figuran «alegrura», «chupadera», «cirindanga», «llorona», «mamadera», «pachanga», «rasca» y «zurrumba», y si uno no quiere repetir en América el verbo emborracharse puede acudir a expresiones como «agarrar patín», «amarrarse una perra», «andar candela», «patear el alambre», o «pegarse la del oso».
Las palabras relacionadas con la sexualidad generan una gran riqueza sinonímica en América. El «cortico» es un hombre de pene pequeño en Cuba, mientras que «aventajado» expresa lo contrario en Perú y «cargado» se usa en Colombia para referirse a quien está bien dotado en este terreno, como también lo estarían el «chiludo» y el «macanudo» en El Salvador, o el «miembrudo» en Puerto Rico.
La imaginación de los hispanohablantes queda también patente a la hora de referirse al hombre homosexual. «Achorongado», «cantimplora», «tamarindo», o «ser del otro bando» serían algunos de esos sinónimos, al igual que para decir lesbiana valdrían «arepa», «cachapa» o «manflora», si bien es cierto que la lista es mucho menos amplia que en el caso de los hombres.
En algunas zonas de América decir «abalear», «convertir en chanfaina», «dar el vire», «mandar al papayo», «mandar para el otro lado» o «pasar por la chágara» es lo mismo que matar a alguien. Y sinónimos de morir son «aletear», «dar el changazo», «entregar las herramientas», «hacerse pomada», «irse al tacho», «irse con Pancho», «marcar calavera» o «pegar el baquinazo».
Y a los niños se les puede llamar también «bichín», «calincho», «chamaco», «chupamoco», «culisucio», «chiquiningo», «huahuita», «indizuelo», «pipito», «soplamocos» o «tripón». Unos serán más amables que otros, pero todos son sinónimos de niño.