western
Zinnemann, el moldeador de actores

El cineasta norteamericano de origen austríaco Fred Zinnemann, director de «A la hora señalada» y otros recordados títulos, ganó dos premios Oscar por sus films «De aquí a la eternidad» y «Un hombre de dos reinos». Además, Zinnemann había dirigido «El día del chacal», que logró un enorme éxito comercial, y «Julia», producción que estuvo a punto de lograr un premio de la Academia de Hollywood.
Bastaría citar tres films totalmente distintos en la brillante carrera de Fred Zinnemann para advertir su ecelcticismo. Ni «La búsqueda» (1948); ni «A la hora señalada» (1953), ni «Oklahoma» (1957) pueden ser exhibidas como demostración cabal de estilo o inquietud alguna -fuera de sus virtudes formales-; carecen de preocupaciones similares por determinado aspecto cinematográfico y vital y abrieron, como resultado, un amplio panorama a las posibilidades de este realizador difícilmente encasillable en algún método fílmico y carente, en apariencia, de toda personalidad.
Zinnemann nació en Viena en 1907. Sus inquietudes lo condujeron primero hacia la carrera de abogado y, luego, a las ciencias exactas. Espíritu aventurero y, sobre todo, no muy predispuesto a ajustarse a la rigidez de las disciplinas científicas, se volcó hacia la música. Muchas horas pasó frente al atril tratando de que el violín se transformara en un elemento capaz de traducir la belleza de la música. No se supo si lo logró, aunque todo hace suponer que el arte de los sonidos no perdió un intérprete de excepción.
Lo ganó, en su lugar, el cine. Algunos historiadores del séptimo arte se atreven a afirmar que Zinnemann fue extra en un film inolvidable: «Sin novedad en el frente», que Lewis Milestone realizó en 1929 sobre la novela homónima de Eric M. Remarque. Lo que sí está comprobado es que fue uno de los responsables del guión y títulos de «Hombres en domingo», película alemana hecha en 1930 y que significó una etapa dentro del realismo de ese país.
Camino al éxito
Sin embargo, Zinnemann recién habría de sobresalir alrededor de 1936, cuando dirigió en México una película que en su época logró concitar la atención de los entendidos, aunque tuvo escasa repercusión en el gran público: «Redes».
Del país azteca el director pasó a los Estados Unidos, donde hizo algunos trabajos sin mayor trascendencia.
Debieron pasar cinco años para que su nombre comenzara a figurar entre los cineastas más completos de su generación: en 1941 fue responsable de su primer largometraje, y en 1944 rodó «La séptima cruz».
Su carrera posterior, fue, sin embargo, desconcertante. Al menos para quienes esperaban de él una labor coherente y a la altura de su prestigio.
Alternativamente, su filmografía alcanzó niveles destacados. Cuando ello ocurrió, quedaron otra vez en evidencia sus caracteres más auténticos y, precisamente por ello, perdurables: una notable, y prolija hasta el exceso, artesanía puesta al servicio de los más diversos y encontrados temas; una madura habilidad para exponer lúcidamente los conflictos humanos sin perderse en la intrincada urdiembre que suele rodearlos; una acertada captación de los seres y las cosas; una utilización inteligente del lenguaje fílmico.
De esta parte de su filmografía quedan, sin duda, «A la hora señalada» y «De aquí a la eternidad». Por ésta película y luego por «Un hombre de dos reinos» obtuvo el Oscar de Hollywood.
Su producción posterior jamás alcanzó este nivel. Comenzó a diversificarse, con mayor o menor suerte. Pasó por lo musical en «Oklahoma» y se detuvo en dramas humanos como «El viejo y el mar» e «Historia de una monja» , y luego logró uno de sus más grandes éxitos comerciales con «El día del chacal» y volvió a acercarse al Oscar, ya que estuvo nominado por su trabajo en «Julia», con Vanessa Redgrave y Jane Fonda.
Tras rodar «Cinco días de un verano», con Sean Connery, Zinnemann decidió alejarse del cine. Durante sus cuarenta años de carrera, había dirigido veinte películas y trabajado con las mejores estrellas de esas décadas. Su obra quedó como un muestrario de vitalidad, de hondura y de acción. Y, claro, también como algunos ejemplos de cine poco vigoroso. Pero, como él lo decía, «más allá del éxito o del fracaso, uno tiene que tratar de decir las verdades que ve a su alrededor».
El truco que solía utilizar el director para obtener buenas interpretaciones era adjudicar los papeles a estrellas que parecían la antítesis de sus personajes, sacando de ellos facetas que los propios actores desconocían. Un ejemplo claro lo encontramos con Deborah Kerr en De aquí a la eternidad. Zinneman utilizó su belleza de hielo para despertar el morbo y el interés de los espectadores. “Hasta entonces Deborah Kerr había interpretado a señoras muy distinguidas y muy frías” – explicaba el director– “y yo pretendía que hiciese de ninfómana. Era algo que chocaba con su personalidad cinematográfica, pero yo pensaba que si los espectadores la veían y luego oían a los soldados diciendo que se acostaba con todos los del cuartel no se lo creerían, se crearía suspense y sentirían curiosidad”.
Todos los actores que trabajaron con él destacaban su paciencia y su sensibilidad hacia ellos. Nunca nadie le oyó alzar la voz en un rodaje y era un hombre muy amable y discreto. Eso sí, cuando había que enfrentarse a los ejecutivos de los estudios, no lo dudaba. Harry Cohn, el jefe de la Columbia, tenía fama de ser el hombre más tiránico e irascible de la industria hollywoodiense. Nadie se atrevía a contradecirle. Cohn había decidido que Aldo Ray haría el papel de soldado boxeador en “De aquí a la eternidad”, pero Zinnemann quería a Montgomery Clift para el personaje. Después de una larga discusión el director le lanzó un ultimátum: “Le dije: Creo que es un gran guión, creo que podría hacer una buena película si tuviese a los actores adecuados, pero es tu historia, si quieres a ese actor tendrás que buscarte a otro director. Me fui y se enfadó mucho pero acabó enviándole el guión a Cliff.”
A Zinnemann le gustaban las películas con claros y oscuros y en las que el conflicto ocurría en el interior de los personajes. Un buen ejemplo de ello es “Solo ante el peligro”. Zinnemann inventó con ella el western psicológico que chocaba con la tradición del género, haciendo que el protagonista, Gary Cooper, no fuera un héroe típico, sino un hombre que sentía miedo.
Un ermitaño en Canarias, solo ante el peligro

Un “antihéroe” protagoniza la primera de las tres novelas negras de la serie que el escritor danés Thomas Rydahl ha ambientado en la isla de Fuerteventura, un taxista que se enfrentará a su necesidad de hacer justicia ante la muerte de un niño y que recuerda a las viejas películas del Oeste. “El Ermitaño”, publicado por Planeta, es el título de la primera novela de Rydahl y se refiere al apodo con el que todo el mundo en Fuerteventura conoce al taxista de origen danés Erhard Jorgensen, un hombre excéntrico y oscuro que ya ha pasado de los sesenta años y que lleva dos décadas apartado en esa isla.
Galardonada en Dinamarca con el Premio a la Mejor Novela, “El Ermitaño” tiene como protagonista, además de a Jorgensen, a la isla de Fuerteventura, un escenario en el que el autor quería situar a este personaje desesperado y solitario, según explica. “Un periodista danés me preguntó por qué no había situado el libro en una isla de nuestro país. Allí no tendría la sensación de aislamiento que quería para el protagonista, rodeado de mar, de sol y de viento, alejado de su familia, aislado”, señala Rydahl.
En una desierta playa aparecerá un coche abandonado con el cadáver de un niño de tres meses, sin que exista ningún rastro para la policía, que intenta dar carpetazo al asunto. Pero hay algo en el pasado de Jorgensen que hace que quiera hacer justicia en este caso. Y gracias a la investigación que comienza para intentar esclarecer el crimen, el taxista y afinador de pianos, al que le falta un dedo, podrá sentir “una especie de absolución” del pasado, aunque se verá envuelto en una trama relacionada con siniestros casos de corrupción, moderna piratería marítima y fraude en grandes corporaciones.
Un hombre solo ante el peligro que recuerda a las viejas películas del Oeste: “Son una de mis mayores inspiraciones”, confiesa el autor, que ha intentado trabajar en la composición del pueblo del Oeste “con el alcalde, el ‘sheriff’, el rico, el villano, la prostituta y el desconocido que llega y resuelve todo”, señala. Una trama que siempre estará al servicio del personaje, indica Rydahl, que hace un retrato psicológico de todos los actores aunque tengan una pequeña aparición en el libro: “Es muy emocionante solucionar el misterio, pero es más emocionante ver cómo reaccionamos ante él”.
Por eso “El Ermitaño” es una mezcla de géneros, dice su autor, que recuerda que, cuando llevó el libro al editor, no sabía si era o no una novela negra. A punto de finalizar la segunda entrega de la trilogía, Rydhal dice que tenía muchas historias para su “antihéroe” en Fuerteventura y promete que a lo largo de los tres libros se descubrirá qué le pasó a su dedo.