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Las faldas del rugido yeyé

El apelativo «yeyé» fue una idea de la industria francesa de discos para lanzar a sus nuevas estrellas pop. Sylvie Vartan y Sheila fueron las primeras chicas yeyés francesas y nacieron al calor del twist que la juventud mundial bailaba frenéticamente como si se secara la espalda con una toalla de baño.
El prototipo de la chica yeyé era una lolita de melena corta y mirada ingenua que cuando cantaba repetía el conocido estribillo de los Beatles: «¡Yeah!, ¡Yeah!», como si le fuera la vida en ello. En España, el epítome de lo yeyé lo acapararon los «Beatles de Cádiz», una chirigota disfrazada de los Beatles, cumbre del cutre-pop hispano. Pero quienes revolucionaron el panorama de la música ligera en los primeros años del desarrollismo español fueron unas quinceañeras intrépidas, que se lanzaron a la pista con unas voces tan chirriantes como divertidas. Bruno Lomas y Mike Ríos iban de roqueros rebeldes, entre Elvis y Johnny Hallyday, y Mimo, la primera roquera española, anunciaba con su desparpajo la aparición de un nuevo tipo de cantante: las chicas yeyé. Una docena de ellas cambiaron la concepción de la interprete que, ataviada con traje de noche y mirada lánguida, susurraba en los festivales de la canción: «Antes de que tus labios me confirmaran que me querías: ¡Ya lo sabía! ¡Ya lo sabía!».
En contraposición, Karina gritaban a voz en cuello desde los cromados juke box: «Serán tus labios lo que me hace vibrar, será yeh yeh. No sé que es». Marisol aseguraba desde la pantalla del cine que la vida «Es una tómbola, twist, twist, tómbola», y Rocío Dúrcal, montada en una vespa, cantaba: «Cuando te quieras divertir un domingo en la reunión, aprenderás a bailar y también a soñar con el ritmo del twist».
En este santoral pop de las precursoras del ritmo, relucen Françoise Hardy, conocida en medio mundo como la auténtica chica yeyé, y la irrepetible Mina, cuyo influjo en Europa fue de idéntica magnitud que un tsunami. Ella, junto a Rita Pavone, dieron lugar al fenómeno de los «urlatori», cantantes gritones que influyeron en la más genuina representante española de lo yeyé: Gelu. Nadie, hasta la brutal epifanía de Conchita Velasco en el filme «Historias de la televisión» (1965), donde interpretaba por vez primera la «Chica yeyé», consiguió el grado de fascinación de Gelu. Su imagen, de una modernidad absoluta, era todavía más fuerte que su voz, que podía hace añicos una copa de cristal de Murano. Almodóvar utilizó su versión de «No me puedo quejar» para el apoteósico final del «Tráiler para amantes de lo prohibido» (1983).
En este recuento de voces pioneras del pop, algunas recopiladas en el disco «¡Chicas! Spanish Female Singers 1962-1974», no pueden faltar ni las impagables Hermanas Serrano, cantando «El día de los enamorados», ni la argentina Baby Bell, que impactó como un meteorito con su versión de «Siempre es domingo». Quedan Rosalía, Lita Torelló y Cristina, antecedentes de Rubi, cuya canción «Yo tenía un novio que era tocaba en un conjunto beat, le llevaba la baquetas en un bolso gris», fue el himno neoyeyé de los años de la Movida, cuando las chicas ya se habían emancipado y no tenían que ir con su madre, como Karina, a las actuaciones.
Melenudos envasados

El sello discográfico Munster Records rescata el lado oscuro de la música española de los sesenta, el denominado rock de garaje, con la publicación del álbum recopilatorio «Algo Salvaje», antología que recupera un sonido cargado de aire fresco, rabia y desconocida energía roquera.
Antes de sumergirnos en este ruidoso mar sonoro hay que preguntarse: ¿Qué es la música de garaje? «Fue la respuesta americana a la extraordinaria producción musical inglesa de los sesenta; era rock con propiedades como la agresividad, la distorsión y el rechazo a ciertas reglas. Algo así como la primera manifestación del punk, pero en los 60».
Así lo explica Vicente Fabuel, el experimentado arqueólogo de la frondosa música popular española del pasado siglo, que ha seleccionado las 56 sorprendentes canciones de esta novedosa colección de «Nuggets hispanos» que se llama «Algo salvaje», compilada en dos frondosos volúmenes.
Entre las joyas rescatadas podemos encontrar a un joven Camilo Sesto -aún con el apellido Blanes- cantando «Eres un vago» con Los Botines; un oscurísimo tema con órgano Farfisa «It Is My World» de Prou Matic, o una versión del éxito de Lola Flores «A tu vera» interpretado por los británicos Tomcats, conocidos ya por aparecer en «Operación Secretaria», popular película de Mariano Ozores de 1966.
Pero la gracia no solo está en proyectos perdidos o arrinconados. También se incluyen valores reconocidos de la época como Los Brincos, Lone Star, Los Sirex, Pekenikes o un «Antimusical» Miguel Ríos que aparecen con canciones primerizas y crudas escondidas en la cara B de unos discos ya irrecuperables.
En esta recopilación de temas de entre 1963 y 1970 hay sitio incluso para los Daikiris interpretando en ¡euskera! la canción «Cada Vez» de los venezolanos Impala o -más difícil todavía- a los mallorquines «Los Cinco del Este» cantando «Protestando» a viva voz y sin correr delante de la policía.
Más preguntas para nuestro musicólogo de cabecera: ¿Cómo fue posible un «garage rock» en español durante el franquismo? ¿cómo se pasó del conjunto ye-yé al grupo de jóvenes airados?.
«Es imposible controlarlo todo, ni siquiera un gobierno dictatorial y menos cuando muchas de estas joyas discográficas van escondidas en la cara B de los ‘singles’. El fenómeno ‘nugget’ (otra etiqueta anglosajona para referirse a este estilo) también explota y con altísimo nivel en prácticamente toda Sudamérica, la mayoría bajo dictaduras», destaca Fabuel.
«El rock de garaje es música ‘beat’ amplificada y distorsionada y, sobre todo, una clara actitud de enfrentamiento a lo establecido. Y está claro que en esos años, a nuestros chicos del momento, les sobraban motivos», añade.
Este espacio de libertad, escondido en EPs de cuatro temas y con portadas imposibles, se vio favorecido y fortalecido por «la altísima creatividad» musical de aquellas décadas y, en el caso de España, por el desarrollo del turismo y la llegada de la denominada «Legión Extranjera», artistas europeos o americanos que se establecían en la costa mediterránea y que ensancharon «nuestras pacatas perspectivas educacionales y musicales».
«Algo Salvaje. Untamed Beat and Garage Nuggets From Spain» no es el primer trabajo recopilatorio de Vicente Fabuel. Antes, y para el mismo sello, ha participado en la elaboración de los tres álbumes dobles sobre el soul hispano, titulado «Sensacional Soul (1966/1976)», y en una ingeniosa recopilación, «Chicas», de voces femeninas del pop español de los años sesenta.
Para Vicente, esta investigación en los archivos es muy agradecida: «Lo único que hago -dice- es usar mi olfato, pinchar discos, descubrir buenas canciones ocultas (incomprensiblemente, ajenas al devenir de los aficionados) y volverlas a poner sobre el tapete. A ese trabajo lo llamo, simplemente, dar las gracias a aquellos ignorados músicos».
Este viaje a un olvidado patrimonio musical nos sugiere una última pregunta: ¿Cómo es posible que tan pocos conozcan este rico legado sonoro? «En este país, buena parte de la cultura desarrollada bajo el franquismo ha estado estigmatizada. En aquellos años hubo de todo -dice Fabuel-, cultura grande y cultura nefasta. Asomados a ese balcón, aún quedan todavía demasiados sordos al respecto».
Además, considera, que nadie, en ninguna parte del país, ha podido estudiar en las escuelas a determinados artistas de la década prodigiosa en clave pop , como «las sublimes Vainica Doble, por ejemplo».
Y ese intencionado desconocimiento surge por dos razones: «Por ese provincianismo acomplejado tan español y por un extendido y ridículo concepto de la modernidad», concluye.