Estilo para la eternidad

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Kerr, en una escena de "Suspense" ("The Innocents"), una obra maestra del terror gótico inglés en la que la actriz se movía como pez en el agua en el rol de institutriz
Kerr, en una escena de «Suspense» («The Innocents»), una obra maestra del terror gótico inglés en la que la actriz se movía como pez en el agua en el rol de institutriz

La actriz británica Deborah Kerr (1921, Helensburgh, Escocia), protagonista de películas como ‘De aquí a la eternidad’ (1953) o ‘El Rey y yo’ (1956), era una de las grandes damas de Hollywood, pero pese a todo su éxito, su carrera estuvo plagada de oportunidades que se desvanecieron. No sólo porque en ‘Tú y yo’ protagonizara la cita frustrada más famosa de la historia del cine, sino, sobre todo, porque en casi ocho décadas ninguna mujer ha tenido tan mala suerte como ella con los Oscar: seis nominaciones y ninguna estatuilla, hasta que finalmente la Academia le entregó el Oscar en reconocimiento de toda su carrera.

Algunas escenas de esta escocesa, que comenzó su carrera como bailarina, son ya toda una leyenda. Una inolvidable es su apasionado beso entre las olas con Burt Lancaster en ‘De aquí a la eternidad’. O su papel junto a Yul Brynner en ‘El rey y yo’, cuando el rey de Siam, pese a las estrictas reglas palaciegas, sucumbe al encanto de una pequeña profesora inglesa.

Y sin olvidar su interpretación de orgullosa romana en clásicos como ‘Julius Caesar’ y ‘Quo Vadis?’, o cuando encarnó a una monja irlandesa en ‘Sólo Dios lo sabe’.

La actriz participó en más de 50 películas. La más memorable sea quizás ‘Tú y yo’, una de las grandes historias de amor hollywoodenses que protagonizó junto a Cary Grant y que debería haberse titulado en España ‘Algo para recordar’. La pareja se da cita en la cima del Empire State, pero un trágico accidente convierte el reencuentro en drama. Su mirada al darse cuenta de que el gran amor de su vida se le ha escapado todavía hoy hace saltar las lágrimas.

Su nombre y su imagen saltaron a la fama con las películas ‘Las minas del rey Salomón’, (1950), junto a Stewart Granger; ‘Quo Vadis?’ (1951), junto a Robert Taylor; ‘De aquí a la eternidad’ (1953), en la que compartió rol con Burt Lancaster, con quien protagonizó uno de los besos más famosos de la historia del cine, que en la época llegó a rozar lo escandaloso; y ‘El Rey y yo’ (1956), junto a Yul Brynner.

La belleza pelirroja de Kerr y su imagen de rosa inglesa la convirtieron en la querida de Hollywood, y protagonizó más de 40 películas en una trayectoria de 50 años en el cine. “Su tipo de sensualidad refinada probó ser refrescantemente atractiva, ya que insinuaba deseos escondidos y sentimientos prohibidos, dándole a su actuación una arista e interés extra”, escribió el Daily Telegraph en su obituario.

Deborah Jane Kerr-Trimmer nació el 30 de septiembre de 1921 en Helensburgh, Escocia, en el hogar de un militar afectado por heridas físicas adquiridas durante la Primera Guerra Mundial.

La actriz logró su primer rol importante en la pantalla como una asustada trabajadora del Ejército de Salvación, en una adaptación con primeras estrellas de la sátira “Major Barbara”. En 1947 Kerr se mudó a Hollywood, y en 1953 hizo pedazos su imagen decorosa al interpretar a una adúltera esposa del Ejército que tenía una relación ilícita con otro oficial, rol desempeñado por Burt Lancaster.

Su afamado abrazo en la playa, ella y Lancaster envueltos por las olas, es una de las imágenes más perdurables del cine, y el papel que le concedió a Kerr su segunda nominación de la Academia, luego de Edward, My Son, cuatro años antes. El famoso beso provocó sueños eróticos en generaciones enteras de adolescentes que vieron el filme en aquella época.

Esa playa de Hawaii, que fue bautizada luego como Eternity Cove, en honor al filme, se volvió un lugar de peregrinación, y es visitada por turistas del mundo entero.

En Hollywood, la escocesa estaba considerada como el prototipo de mujer elegante y con estilo, ideal para interpretar los romances más decentes. Salvo en la escena del beso del filme ‘De aquí a la eternidad’, apenas encarnó a otro tipo de mujeres.

Y esa imagen moral volvió a encajar perfectamente cuando a finales de los salvajes años 60 se despidió de Hollywood, asqueada por la oleada de sexo y violencia que inundaba los cines, como escriben sus biógrafos.

«Nunca tuvo una escena mala», escribió el autor Leonard Malton sobre su carrera. Tampoco sus compañeros de reparto escatimaron en halagos: Robert Mitchum, con quien se puso tres veces ante las cámaras, afirmó que congeniaban tan bien que sus escenas podían rodarse en lugares distintos y después mezclarse en el estudio sin que los espectadores llegaran a notarlo.

Hasta mediados de los 80 todavía podía verse a Kerr en algunas producciones de teatro y televisión. Desde entonces, todo ha sido silencio en torno a ella. La actriz pasó la mayor parte del tiempo junto a su segundo marido, el escritor y guionista Peter Viertel, en un monasterio de Suiza. En sus últimos años, enferma de Parkinson, buscó la cercanía de su familia y regresó a Gran Bretaña. Tenía dos hijas.

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