lengua española

Las tripas de las letras

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Si llevas puesta una rebeca, la culpa la tiene Hitchcock o Joan Fontaine, al menos en lo que a lo del nombre se refiere. En la película de 1940 «Rebecca» la protagonista, Joan Fontaine, lucía un cárdigan de punto fino, sin cuello y abotonada por delante. Este tipo de chaqueta se puso muy de moda en nuestro país, hasta tal punto que adoptó como nombre el título de la película
Si llevas puesta una rebeca, la culpa la tiene Hitchcock o Joan Fontaine, al menos en lo que a lo del nombre se refiere. En la película de 1940 «Rebecca» la protagonista, Joan Fontaine, lucía un cárdigan de punto fino, sin cuello y abotonada por delante. Este tipo de chaqueta se puso muy de moda en nuestro país, hasta tal punto que adoptó como nombre el título de la película

Palabras como «adefesio», procedente del latín «ad Ephesios», la célebre epístola de San Pablo; «guiri», de origen vasco, o «pasmo», cuya etimología es la misma que la de «espasmo», son fruto de una curiosa evolución que ha sido estudiada por el latinista Juan Gil en el libro «300 historias de palabras».

Publicado por Espasa, este libro demuestra que la lengua «es un volcán en constante ebullición» y rastrea los sorprendentes cambios experimentados por una serie de términos, algunos de plena actualidad y otros ya en desuso, pero siempre «muy interesantes», asegura Gil.

A más de uno le sorprenderá saber que, en la época en la que las misas se decían en latín, la expresión «in diebus illis» (en aquellos días) acabó convertida en «busilis»; que hubo un tiempo en que «mamotreto» significaba «criado por su abuela»; que «fetén» es un término caló, que «pánfilo» remite al nombre propio latino «Pamphilus», que «tanga» procede del idioma tupí o que «zombi» podría tener su origen en África.

Académico de la Lengua y pionero de los estudios de latín medieval en España, Gil llama por ejemplo la atención sobre la palabra «asesino», que tanto le debe al árabe «hassasin» («adictos al cáñamo indio, es decir, al hachís») desde que, en el siglo XI, los seguidores del líder Hassam e-Sabbah, del grupo chií ismailí de los nizaríes, asesinaban a sangre fría tras ingerir una poción elaborada con cannabis.

En la renovación del léxico influyen numerosos factores, desde los fonéticos («respeto» y «respecto» tienen la misma etimología; «llaga» y «plaga» provienen de la misma raíz) hasta los cambios que ha experimentado el atuendo, visibles en voces como «bikini», «bragas», «corbata», «pamela», «rebeca» o la ya citada «tanga».

A su vez, «pamela» y «rebeca» reflejan hasta qué punto algunos nombres propios pasan a ser comunes. La primera se debe al característico sombrero de amplias alas que lleva la protagonista de la novela «Pamela, o la virtud recompensada», de Samuel Richardson, y la segunda, a la chaqueta de punto que vestía la actriz Joan Fontaine en la película «Rebeca», de Hitchcock.

Y una constante a lo largo de la historia, comenta Gil, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, es que el extranjero es mirado «siempre con recelo» y a veces «con desprecio», y así lo refleja la historia de «bárbaro», «bujarrón», «esclavo», «flamenco», «gabacho» o «yanqui».

Si hoy en día hay «una invasión» de anglicismos, en el XVIII el idioma dominante era el francés y de esta lengua proceden palabras como «popurrí», «acoquinar» o «sabotaje».

En el castellano abundan los préstamos de otras lenguas. Del japonés proceden, por ejemplo, «harakiri» y la más reciente «tsunami». «¿Quién hubiera dicho que ‘tsunami’ acabaría, hoy por hoy, sustituyendo a ‘maremoto’?», se pregunta Gil, director de este libro en el que las labores de redacción y documentación han corrido a cargo de Fernando de la Orden.

Del neerlandés procede «flamenco» y del italiano «fascista» viene «facha», pero, en un elevado porcentaje, la mayoría de las voces castellanas provienen del latín y del griego, dos lenguas que, «desgraciadamente», cada vez tienen menos presencia en los planes de enseñanza, dice Gil.

«Se debería fomentar el estudio etimológico entre los más jóvenes, porque eso les ayudaría a conocer mejor su propio idioma», afirma este experto en la historia de Cristóbal Colón.

El desconocimiento del latín causaba estragos también en el pasado, como lo refleja el ya mencionado «busilis», que significa «punto en que estriba la dificultad de una cosa» y que tiene su origen en la expresión «in diebus illis».

De la misma forma, cuenta Gil, «el pueblo iletrado creyó reconocer en el ‘da nobis hodie’ (danos hoy) del padrenuestro una hipotética dama: doña Bisodia», y todo por un falso corte de palabras: «dano bishodie».

El sustantivo «adefesio», que actualmente significa «persona o cosa ridícula o de gran fealdad», tiene uno de los orígenes «más sorprendentes del léxico español», asegura Gil. En el siglo XVI, «hablar ad Ephesios» tenía el significado de «inútilmente, disparatadamente», dado lo improductivo de lo que predicaba San Pablo.

O, como decía Unamuno, porque a los novios «les entran por un oído y les salen por otro las recomendaciones que se dan sobre el matrimonio» en el capítulo quinto de la famosa epístola.

En «300 historias de palabras» (el título es un guiño a los trescientos espartanos que combatieron contra Jerjes en las Termópilas) se critica también la afición de los políticos a los eufemismos. «La verdad duele y quita votos», concluye Gil.

A golpes con el diccionario

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El deficiente empleo del castellano es una afección extendida y sus manifestaciones sonrojan pese a que muchas de ellas habiten en la sorna
El deficiente empleo del castellano es una afección extendida y sus manifestaciones sonrojan pese a que muchas de ellas habiten en la sorna

Expresiones como «No seas pájaro de paragüero», «Elevaduras eléctricos» o «Todo quedará en agua de borrascas» son algunas muestras de los «destrozos» de frases hechas que, con mayor o menor frecuencia, pueden oirse y que han sido recopiladas por cinco hermanos que ahora han publicado en un libro.

Editado por Espasa, este libro de humor reúne varias decenas de estas expresiones mal dichas que durante tiempo fueron incluyendo en una lista 5 de los 12 hermanos Abadía, hijos de Leopoldo Abadía, autor del libro superventas sobre la crisis mundial «La crisis ninja».

Es Leopoldo Abadía quien prologa este libro que han titulado «No seas pájaro de paragüero y otras blabladurías», y en el que expresa su ilusión por ver impresas y agrupadas las frases que sirvieron durante años para que se rieran en casa.

Explica cómo debido al trabajo profesional y las relaciones sociales, uno va tropezándose a lo largo de la vida con personas que destrozan frases hechas, aunque lo hagan con buena voluntad, y cómo sus hijos han ido apuntando estas «herejías lingüísticas».

Los autores -Gonzalo, Javier, Jorge, Rafael y Alfonso Abadía- han seleccionado estas «blabladurías» entre más de 500 frases de toda naturaleza que han ido escuchando a lo largo de los últimos años.

Así, explican, desde 2012 los cinco hermanos han estado «atentos» al peculiar uso del lenguaje «intentando cazar al vuelo las efímeras blabladurías en conversaciones, confidencias, reuniones o charlas en la barra del bar».

Todas las expresiones reunidas en el libro, que cuenta con numerosas ilustraciones de Gonzalo Abadía y Pedro Villa, han sido escuchadas por alguno de los autores de alguna persona que las ha pronunciado de forma «natural y espontánea», aseguran. Y junto al dicho «mal dicho», incluyen y explican la verdadera y correcta forma de emplearlas.

En el capítulo dedicado a la naturaleza y el mundo animal destacan, además del pájaro de «paragüero», el dicho transformado de «es más astuta que las gallinas», mientras que para hablar de algo complicado reproducen la frase: «esto es como enhebrar una aguja en un pajar».

Aunque no hay que conformarse con estar en la brecha, los autores consideran que con estar en la cresta de la ola es suficiente y no hace falta, como han oído, asegurar que «no siempre se puede estar en lo más alto de la cresta de la ola».

«Este es un tema vudú», para referirse a algo que no debe ser comentado, en lugar de «tema tabú», o «lo dijo para adornarme la píldora», en vez de dorarla, son otras de las expresiones que incluye el libro.

Tener «orejas de soplido», creerse algo «a pies puntillas» o que un famoso salga en la tele porque tiene mucha «audición» son otros disparates cazados al vuelo por los autores, que también han escuchado a alguna persona lamentarse asegurando: «Es que monto un circo y me echan los enanos».

Sobre la dedicación de los progenitores a sus hijos estando siempre «al pié del cañón», la «blabladuría» se vuelve más peligrosa cuando se transforma en algo como: «Tu padre, como siempre, al pie del camión».

«Lo hizo sin quererlo ni comerlo» es una cuestión ante la que no hay «que arriesgar las vestiduras» sino hablarlo «a calzoncillo quitado», a no ser que sea alguien que «ni lo siente ni lo parece». A buen entendedor, con pocas palabras bastan.

Vender achicoria en el ultramarino no es cosa de superferolíticos

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El gran poder evocador de muchas de las voces incluidas en el libro es una de sus mayores riquezas. También su capacidad de emocionar
El gran poder evocador de muchas de las voces incluidas en el libro es una de sus mayores riquezas. También su capacidad de emocionar

Evitar que caigan en el olvido total voces como «ababol», «archiperres», «chiticalla, «encocorar», «siguemepollo» o «zorrocloco» es uno de los objetivos del libro «Palabras moribundas», en el que Pilar García Mouton y Álex Grijelmo han reunido un sinfín de términos que están a punto de pasar a mejor vida.

Editado por Taurus, el libro contiene más de 150 entradas y pretende dar «una segunda vida» a ciertos términos cuyo significado ignora la mayoría de los hablantes y a otros que disfrutan de buena salud en diversas zonas de España o de Hispanoamérica pero son desconocidos en el resto.

Esta obra «es un pequeño museo de las palabras, pero un museo interactivo porque uno ve las palabras en el libro y sale con ellas», afirma el periodista Álex Grijelmo, divulgador del lenguaje y autor de varias obras relacionadas con ello.

Se trata de «acercar palabras que todos tenemos en la trastienda, propias del lenguaje rural en algunos casos y que empiezan a desprestigiarse porque ya no se utilizan en las ciudades», añade García Mouton, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y especialista en Geolingüística y Dialectología.

Y es que en la trastienda quedaron arrumbadas hace tiempo voces como «acerico», en su acepción de «almohada pequeña que se pone sobre las otras grandes de la cama para mayor comodidad»; «alifafes»(achaques leves), «andancio» (enfermedad epidémica leve) o «siguemepollo», esa «cinta que como adorno llevaban las mujeres, dejándola pendiente a la espalda», según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).

Palabras moribundas tiene su antecedente inmediato en el programa de Radio Nacional de España «No es un día cualquiera», que se emite los fines de semana, aunque el libro «es radicalmente distinto», aclara la filóloga.

Grijelmo llevó en dicho programa la sección Palabras moribundas desde septiembre del 2004 hasta julio del 2007, y a partir de esa fecha se hizo cargo de él García Moutón.

El gran poder evocador de muchas de las voces incluidas en el libro es una de sus mayores riquezas. También su capacidad de emocionar.

Términos como la «achicoria» que sustituía al café en la posguerra, cuando este era un artículo de lujo; la «aljofifa» que se utilizaba para fregar el suelo antes de que se inventase la fregona, o como «guateque», esa fiesta que organizaban en casa los jóvenes, generalmente aprovechando la ausencia de los padres, trasladarán a muchos lectores a su infancia o juventud.

Este singular diccionario contiene la historia de cada palabra, porque eso «contribuye a darles prestigio y a que la gente las vuelva a querer», indica García Mouton, autora de El español de América y de Cómo hablan las mujeres, entre otros ensayos.

Así, los que no son del oriente español se enterarán de que «ababol» es sinónimo de amapola («eres más del campo que los ababoles», se dice) y de «persona distraída, simple, abobada», y verán además que «archiperres» significa «cosas inútiles» y figurará en la próxima edición del DRAE.

«Chiticalla» (persona que calla y no descubre ni revela lo que ve) es «una palabra antiquísima, documentada en el siglo XVI, como parte del refrán ‘No hay casa do no haya su chiticalla’», según recuerdan los autores.

También es antigua «encocorar» («fastidiar, molestar con exceso»), y que es poco usada, lo mismo que sucede con «zorrocloco» («hombre tardo en sus acciones y que parece bobo, pero que no se descuida en su utilidad y provecho»), que sigue viva en Canarias.

Ejemplo claro de palabra revitalizada es «azafata», que se utilizaba «siglos antes de que existieran los aviones (era la criada que le servía a la reina los vestidos y alhajas que se tenía que poner), y se reutilizó en un campo muy distinto de aquel donde había nacido».

Quizá, en vez de decir patchwork dentro de un tiempo digamos «almazuela», y «pizarrín» podría sustituir al lapicero electrónico, añade el autor de La gramática descomplicada.

Hay términos que dejan de usarse porque son sustituidos por extranjerismos, como «córner», que desplazó a» cornijal» (esquina de un terreno).

Los mozos que juegan en la era al fútbol, por la mañana pueden poner el tractor en el cornijal y por la tarde lo quitan para sacar el córner. Parece que córner da más prestigio», comenta Grijelmo.

Y hay voces que se pasan de moda, como «superferolítico» («excesivamente delicado, fino, primoroso»). «Los hablantes son muy receptivos a las modas, pero no siempre las palabras nuevas se quedan», indica García Mouton, cuya voz preferida es «rendibú». «No me hagas el rendibú», le decía su abuela.

La de Grijelmo es ultramarinos, ese local donde se vendían los productos procedentes de América. «Es muy evocadora y hasta hueles el cacao», asegura.