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Los pájaros no trinan, hablan griego clásico

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Virginia Woolf con su padre, Sir Leslie Stephen, y su madre, Julia Jackson, en la casa de Talland en1892

Por Rebeca García Nieto

Virginia Woolf, una de las escritoras más importantes del siglo XX, ha sido objeto de múltiples tesis doctorales debido a su capacidad de introspección y su habilidad para escrutar minuciosamente sus pensamientos. Además su estado mental está ampliamente documentado a través de sus diarios y obras de ficción, lo que la hace atractiva a los ojos de psicólogos y psiquiatras interesados en conocer cómo se vive «desde dentro» la psicosis maníaco-depresiva que padeció durante prácticamente toda su vida y la llevó al suicidio el 28 de Marzo de 1941 tras arrojarse al río Ouse con los bolsillos llenos de piedras.

Por otra parte, puesto que en su época no había disponible ningún tratamiento específico para la psicosis maníaco-depresiva, la enfermedad puede ser observada siguiendo su curso natural. Hoy en día, episodios tan severos y duraderos serían difíciles de encontrar. En 1949, sólo 8 años después de su muerte, se descubrió que el litio podría ser útil para tratar el trastorno bipolar.

Psicobiografía

Sin duda, la más complicada de sus novelas fue su «novela familiar». Algunos autores afirman que antes de que un niño nazca, el niño «existe» ya en la imaginación de sus padres. El lugar que un niño ocupa en la familia proviene de esa imaginación parental y de la forma en que el niño real se adapta a esa imagen que sus padres tienen de él. En el caso de Virginia, se puede decir que antes de nacer no existió en la imaginación de sus padres, ya que no era una hija esperada.

Muchos de sus biógrafos coinciden en afirmar que no debería haber nacido y con esta afirmación no hacen referencia únicamente a los deficitarios métodos anticonceptivos de la época, sino que para sus padres la vida había dejado de tener sentido hacía bastante tiempo. La muerte estuvo siempre omnipresente en casa de Virginia incluso antes de que ella naciera, ya que ambos padres habían enviudado de sus respectivos cónyuges antes de tomar la decisión de casarse.

Ambos padres aportaron hijos de su anterior matrimonio, por lo que la casa de Virginia estaba siempre abarrotada. Su padre tuvo una hija que era deficiente. Su madre tuvo 3 hijos: Gerald, Stella y George (su preferido). En sus diarios Virginia dijo que no tenía ni un solo recuerdo de haber estado a solas con su madre.

La relación con su padre fue siempre ambivalente, sobre todo después de la muerte de Julia. Él era el punto de referencia de Virginia en lo que a literatura se refiere (su padre publicó varios libros). Malcolm Ingram, un psiquiatra norteamericano, va más allá y afirma que ambos eran extraordinariamente parecidos, ya que los dos dependían constantemente del apoyo de figuras femeninas.

La hermana mayor de Virginia (Vanessa) nació en 1879, y un año después (1880) nació Thoby. Cuando Virginia nació (1882), estos dos hermanos estaban muy unidos.

A medida que los tres hermanos fueron creciendo, empezaron los celos y la rivalidad entre las hermanas por la atención de Thoby. La relación de rivalidad, celos y dependencia entre las dos hermanas, en la que más tarde nos detendremos, continuaría durante el resto de su vida. Adrian, el hermano menor, nació en 1883.

Virginia fue una niña que comenzó a hablar más tarde que sus hermanos y desde pequeña se mostró hábil e ingeniosa en el uso de las palabras. Sus conocidos decían que unas veces era tímida y otras destacaba por su forma de ser extrovertida. A lo largo de su vida tuvo una gran vida social, salvo cuando se veía obligada al aislamiento social por prescripción médica.

Comenzó a escribir su primera obra de ficción a la edad de 8 o 9 años un períodico semanal («Hyde Park Gate News») que hablaba de las vivencias de su familia. Freud fue uno de los primeros en darse cuenta de la necesidad de algunos niños de modificar con la imaginación sus relaciones con los padres y hermanos. La creación de este periódico se inició como un juego entre las dos hermanas, y respondía a esa necesidad que muchos niños tienen.

Winnicott habla de un área intermedia que no pertenece a la realidad psíquica interna ni tampoco al mundo exterior. Es el área de la ilusión, el lugar de la vida imaginativa del niño, intermediario entre lo interno y lo externo. En esta zona privilegiada para el desarrollo de la creatividad Virginia hallaría refugio en esta primera etapa de su vida.

El recurrir a la fantasía sería algo que siguió haciendo hasta el final de sus días. Según Melanie Klein todos los individuos interpretamos la realidad ambiental en función de nuestras fantasías sin que este hecho sea considerado sinónimo de falta de sentido de realidad o indicio de enfermedad mental. Aunque para esta autora la principal función de la fantasía es satisfacer los impulsos instintivos prescindiendo de la realidad externa, la fantasía tiene un aspecto defensivo que no se puede obviar: la fantasía es una defensa contra la realidad externa, interna o contra otras fantasías (por ejemplo, las fantasías maníacas serían un buen ejemplo de este aspecto, ya que éstas impiden la aparición de las fantasías depresivas subyacentes).

Como puede observarse, el gráfico elaborado por el psicólogo clínico Thomas Caramagno recoge los cambios de estado de ánimo sufridos por Virginia Woolf desde 1895 (fecha en que sufrió su primer episodio) hasta 1941 (año en que murió).

La parte superior del gráfico refleja los períodos maníacos e hipomaníacos de Virginia. La parte inferior refleja las fases depresivas de su enfermedad. Como puede observarse no hay período maníaco sin su contrapartida depresiva y viceversa. También puede apreciarse que los brotes de mayor intensidad están recogidos en la parte izquierda del gráfico, tuvieron lugar en la adolescencia y en la juventud de Virginia. Sin embargo, en los últimos 20-25 años (recogidos a la derecha del gráfico) los períodos de enfermedad son menos intensos.

En la parte izquierda se observan los 3 grandes brotes sufridos por ella (verano de 1895, mayo 1904 y julio 1913).

En 1895, a la edad de 13 años, tuvo su primer episodio poco después de la muerte de su madre. Virginia tuvo en primer lugar un episodio depresivo que duró aproximadamente 6 meses. Se culpaba a sí misma por la muerte de su madre, tendía a menospreciarse sobre todo al compararse con su hermana Vanessa y los desconocidos la aterrorizaban. Después, comenzó a estar irritable e inquieta.

En 1897, su hermanastra Stella, que hasta entonces había hecho las veces de madre, murió de peritonitis cuando estaba embarazada. Su padre no permitió a sus hijos volver a pronunciar el nombre de Stella y, de algún modo, aquella casa quedó sumida en un absoluto silencio.

El concepto de muerte es uno de los más difíciles de asimilar para todo ser humano. Supone representar algo que es imperceptible, en el límite de lo impensable, algo a lo que no se puede poner palabras: el no-ser. En su caso, debió ser si cabe más difícil puesto que la muerte era algo de lo que nunca se hablaba en casa, su padre no les permitía expresar sus emociones. El único que tenía «autoridad» suficiente para gritar y expresar su dolor era precisamente él. Éste fue el origen de las malas relaciones de Sir Leslie y sus hijos.

En 1904 muere su padre. Un mes más tarde de la muerte de su padre volvió a sentirse triste y culpable. Comenzó a oír voces que la incitaban a hacer disparates y finalmente, se tiró por la ventana de su casa sin graves consecuencias para ella.

El tercer episodio de la enfermedad de Virginia tuvo lugar en 1913. Poco antes de este brote, Virginia se había casado con Leonard Woolf. Este período de la enfermedad de Virginia está muy bien documentado porque Leonard llevaba un minucioso diario de la enfermedad de su esposa.

En los períodos de manía, su marido describe su incesante hablar: «hablaba casi sin parar durante 2 o 3 días», se hacía preguntas y se contestaba a sí misma. Incluso, una mañana, Leonard la descubrió hablando con su madre. Su lenguaje se volvía incoherente, decía que era una «mezcla de palabras disociadas». Estaba irritable, la emprendía contra él y, por regla general, contra todos los hombres. Además, padeció de varios episodios de estupor maníaco e insomnio.

En los períodos depresivos creía que ella tenía la culpa de su estado y que su situación era un castigo merecido. No podía concentrarse ni escribir y se negaba a comer porque la daban asco las partes de su cuerpo relacionadas con la comida (boca, tripa…). Tendía a menospreciarse, sobre todo cuando se comparaba con su hermana Vanessa.

La propia Virginia relacionaba su temor a las relaciones sexuales y la repulsión que su cuerpo la producía con los abusos sexuales que sufrieron (ella y su hermana) por parte de sus hermanastros: Gerald y George. Su cuerpo le producía tanta vergüenza que no podía soportar el verse contemplada en un espejo. Al parecer, sus primeras relaciones sexuales con Leonard reactivaron recuerdos de su pasado particularmente dolorosos para ella.

Es difícil saber hasta qué punto llegó el contacto físico de Virginia con sus hermanastros. También es difícil precisar durante cuánto tiempo tuvieron lugar los abusos; muchos críticos afirman que desde que murió su madre hasta que se casó con Leonard (precisamente el período de la vida de Virginia en que los episodios de enfermedad fueron más intensos).

Aunque desde un punto de vista estructural no puede describirse una organización psicopatológica determinada en las personas que han padecido abusos sexuales en la infancia, son frecuentes los rasgos depresivos en los que predomina el sentimiento de culpa, la vergüenza y la baja autoestima.

Malcolm Ingram afirma que es improbable que el abuso sexual fuese la causa de la aparición de la enfermedad bipolar en Virginia, pero también afirma que podría haber tenido una relación directa con las dificultades que tuvo para mantener relaciones sexuales en la vida adulta y con su dificultad para expresar o recibir sentimientos de ternura e intimidad.

Por otra parte, otros autores (Bowlby, Jacobson, Furman,…) relacionan también la pérdida de figuras importantes en períodos tempranos de la vida con episodios depresivos en la vida adulta.

Sin embargo, en relación a la enfermedad bipolar, la mayor parte de autores resaltan la importancia del factor hereditario en su causalidad. En el caso de Virginia, se puede afirmar que existe una Historia de trastornos afectivos (enfermedad depresiva y maníaco-depresiva) en su familia paterna: Su abuelo tuvo al menos 3 episodios depresivos. Su primo-JK Stephen- fue un prometedor escritor que desarrolló un trastorno maníaco y tuvo que ser confinado debido a su agresividad. El padre de Virginia padeció también episodios depresivos y su madre Julia, tuvo un duelo patológico tras la muerte de su primer marido, momento a partir del cual se sintió muerta.

Su hermana también tuvo un episodio depresivo tras perder el hijo que esperaba. Los síntomas que presentó eran similares -según los familiares- a los que solía presentar Virginia.

Análisis de su obra

Después de este recorrido por los acontecimientos más señalados de la psicobiografía de Virginia, nos detendremos en algunos aspectos de su obra de ficción y sus diarios, ya que podría decirse que la relación entre la enfermedad de Virginia y su obra literaria es bidireccional.

Probablemente, sería ir demasiado lejos preguntarse si Virginia Woolf habría sido capaz de crear la obra que la ha hecho famosa si su existencia hubiera estado constreñida por la camisa de fuerza de la cordura. Lo que si podemos afirmar es que ella misma aseguraba que entresacaba el material para su obra de ficción de las experiencias vividas por ella en sus frecuentes períodos de enfermedad, especialmente en los fases maníacas, en los que «las ideas manaban como un volcán». Un ejemplo de esto aparece en la siguiente cita: «Después de estar enferma y sufrir todo tipo y variedad de pesadillas y una percepción de intensidad exagerada – mientras estaba en la cama solía inventar frases durante todo el día- y de esta manera esbozaba todo lo que creo que ahora, a la luz de la razón, intento poner en prosa».

Parece ser que algunos de los síntomas propios de la enfermedad, especialmente el pensamiento ideofugal (fuga de ideas) facilitaban la creatividad de Virginia. En la fuga de ideas nos encontramos con un estado de hiperconciencia muy intenso facilitado por una relajación de los mecanismos inhibitorios psíquicos y por un descenso en el umbral sensorioperceptivo normal. Esto se traduce en la aparición en el campo de la conciencia de un excesivo número de ideas asociadas por medio de diferentes métodos de asociación: asociación fonética, contigüidad temporo-espacial, semejanza externa… El bajo umbral sensorial favorece que diferentes estímulos externos, corporales y psíquicos, movilicen nuevas ideas.

Virginia Woolf con el también escritor Lytton Strachey, miembros del Círculo de Bloomsbury

Un curioso ejemplo de asociación puede encontrarse en el siguiente párrafo: «Durante la guerra, las olas montan unas sobre otras y arremete con sus juegos idiotas hasta que parece que el mundo entero se desmorona en lujuria desatada». En esta frase, puede apreciarse cómo asocia la anarquía de la naturaleza con la brutalidad de la guerra y con el sexo. La mayor parte de imágenes utilizadas por Virginia están relacionadas con el agua. Virginia relaciona el agua con la impasibilidad de la naturaleza ante el destino humano y, sobre todo, con la tranquilidad de la muerte.

Jane Dunn afirma que Virginia asociaba deseo sexual y muerte como consecuencia de algunos acontecimientos de su vida: su hermanastra Stella murió poco después de quedarse embarazada y «perdió» a su hermana Vanesa cuando ésta aceptó la proposición de matrimonio de Clive Bell sólo dos días después de la muerte de su hermano Thoby.

Otros síntomas propios de la manía pueblan sus novelas y diarios. Por ejemplo el fenómeno denominado «fuga de pensamiento». Según Cabaleiro Goas, en algunos pacientes maníacos, pese al estado de verborrea que presentan, sus ideas o pensamientos son mucho más rápidos que sus palabras. Entonces los pacientes se muestran autistas y perplejos (fuga de pensamiento).

Otras anotaciones se refieren a la velocidad de los pensamientos (fenómeno conocido como taquipsiquia). Por ejemplo, cuando dice que «los pensamientos volaban por delante y la razón iba a la zaga».

A veces, los pensamientos se la presentaban en forma de voces. Dice: «Seguir mis pensamientos era como seguir una voz que habla demasiado deprisa para que la anote un lápiz; y la voz era la mía propia diciendo cosas innegables, imperecederas, contradictorias».

Virginia utilizó algunas experiencias autobiográficas en sus obras de ficción. Así, en «Mrs.Dalloway» incluye experiencias reales para ilustrar la locura de su protagonista: Septimus. En su primer brote, Virginia escuchaba cantar a los pájaros en griego y veía al rey Eduardo VII oculto detrás de unos arbustos gritando obscenidades. Mucho se ha especulado sobre estas experiencias.

La imagen de los pájaros cantando en griego «que no existe el crimen, que no hay muerte» aparece en Mrs.Dalloway. También en la novela «Los años» utiliza una figura similar: Philomela, violada por Teseo es convertida en ruiseñor y condenada a cantar su dolor sin que nadie la entienda. El fenomenólogo Roger Poole lo relaciona con los abusos sexuales sufridos a manos de sus hermanos, incomunicables socialmente.

Respecto a escuchar a Eduardo VII gritando obscenidades, guarda relación con un hecho que la ocurrió a Virginia siendo niña. Una noche, Virginia escuchó y vio a un hombre borracho gritando obscenidades bajo su ventana. Al día siguiente, preguntó a sus padres y éstos la dijeron que no había sido verdad, que había sido la pelea entre dos gatos. En este ejemplo la realidad era distorsionada por sus padres a causa de los tabúes de la sociedad victoriana.

El último gran brote de Virginia tiene lugar en 1915. No parece casual que fuese precisamente por aquella época cuando se publicó su primer libro «Fin de Viaje». Al parecer, lo que más estabilizó a Virginia no fue el hecho de escribirlo, sino la buena acogida de dicha novela. Siempre tuvo miedo de que su escritura no fuese más que una colección de frases sin sentido, una prueba de su locura, por tanto las buenas críticas recibidas fueron para ella una especie de certificado de cordura.

El hecho de que virginia escribiera acerca de sus experiencias más íntimas influyó en la evolución de la psicosis maniaco-depresiva que padecía. Así, y por citar solo algunos ejemplos, escribir «Noche y Día» apaciguó su mente; sin embargo, al escribir obras más realistas como «Los años» o la biografía de su amigo Roger Fry se produjo un empeoramiento de su enfermedad: estas obras parecían exigir una fidelidad a los hechos que acrecentaba la ansiedad de la escritora.

La necesidad del lenguaje

En primer lugar, es necesario subrayar la «dependencia» del lenguaje de Virginia Woolf. En su diario, hace referencia a su necesidad de «hacer más y más frases, y así interponer algo duro entre ella y la mirada fija de las doncellas, la mirada de los relojes, las caras que se quedan mirando indiferentes…». Virginia deja entrever que escribir era para ella la pantalla que oponía ante todo lo que temía: la conciencia del transcurso del tiempo, las miradas de la gente… Como más adelante se comentará, hacia el final de su vida, este sistema de protección se vino abajo dejándola indefensa.

La técnica empleada por Woolf es una variante de la «corriente de conciencia» popularizada por James Joyce Joyce o William Faulkner (en «El ruido y la furia»). En el ámbito de la psicología el término fue introducido por William James.

La variante utilizada por Virginia es conocida como «monólogo interior». Esta técnica ha sido definida como «la conversación del yo con el otro yo que soy yo mismo». En esta técnica la autora se experimenta a sí misma como un objeto de su experiencia. Durante toda su carrera quiso narrar lo que experimentaba en el umbral de la conciencia, en el preciso momento en que estaba siendo testigo del monólogo en soledad de la mente, en ese verse viendo.

A veces, resulta difícil saber con seguridad quién nos habla en las novelas de Woolf debido al uso del estilo indirecto libre (esta técnica consiste en el uso de la tercera persona en lugar de la primera). Utiliza esa técnica para evitar utilizar el pronombre «yo». Para ella, la palabra «yo» es sólo «un símbolo cómodo para alguien que no existe realmente».

La técnica de Virginia permite un acceso directo al interior de los personajes, y nos proporciona una especie de ventana a los misteriosos espacios interiores de la autora. A través de su obra de ficción Virginia logró exorcizar partes de sí misma y de su pasado que no podía apartar de su cabeza:

1. Sus padres

Al escribir «Al faro» cambió su relación con sus padres muertos décadas antes. Virginia dice que hizo consigo misma lo que los psicoanalistas hacen con sus pacientes. Expresó algo largo tiempo sentido y lo dejó descansar. Se refiere a la omnipresencia de su madre, casi más real que cuando estaba viva. Ella oía su voz y su risa hasta que tuvo 44 años. Con su madre, Virginia se condenó al silencio. Ella podía escucharla, pero era sólo su madre quien hablaba. Ella guardaba silencio, la muerte de su madre la hizo «buscar entre palabras que no sabía».

La relación con su padre muerto dos décadas antes era muy distinta. Había cosas que hubiera sido imposible decirle en voz alta pero fue capaz de decírselas en el contexto de su enfermedad: Dice que hasta que escribió «Al faro» solía encontrar sus labios moviéndose, solía reñir con él, diciéndose a sí misma todo lo que nunca le dijo… cosas que era imposible decir en voz alta. Escribir «Al faro», le proporcionó una oportunidad para decirles cosas que antes no les había dicho. Lo que Virginia no podía verbalizar lo ponía en boca de sus personajes que actuaban así como una especie de intermediarios entre ella y sus personas significativas: tanto vivas como muertas.

La psicóloga clínica Katherine Dalsimer señala que tal vez la experiencia de las pérdidas tempranas convirtió a la memoria en un asunto de especial importancia para Virginia. Fue la memoria la que la mantuvo en conexión con los muertos, ya que los recuerdos son la única forma que tenemos de conservar lo que, de lo contrario, estaría irrevocablemente perdido.

Virginia Woolf de niña

Virginia solía preguntarse por qué algunos momentos en apariencia insignificantes permanecían nítidos en su cabeza y sin embargo, era capaz de ignorar años enteros. A los primeros, los llamaba «momentos de existencia». Esos momentos de exaltación sensorial recuerdan la noción de epifanía de James Joyce. Estos momentos pueden estar relacionados con un síntoma frecuente en los episodios maníacos: la hiperestesia o el aumento de intensidad y viveza de las percepciones. Estas experiencias de Virginia hicieron que en muchos de sus relatos se privilegie el código visual. La mayor parte de sus novelas pueden describirse más fácilmente mediante imágenes visuales que mediante palabras. Al igual que Wittgenstein, Virginia es también partidaria de redimir las carencias del lenguaje mostrando las cosas en lugar de tratar de explicarlas.

Además, la percepción del tiempo está ligada con esos momentos en que, por alguna razón, la belleza del mundo es revelada y, sin embargo, está a punto de perecer. En estos momentos, el tiempo se congela y se convierte en tiempo puro. Las imágenes de estos momentos de eternidad fugaz pueblan sus obras. Bergson plantea también esta dualidad del tiempo: el tiempo cronológico y el tiempo interior. El tiempo cronológico es inexorable, el interior está lleno de momentos que crean la ilusión de lo duradero. Gracias al desacuerdo entre ambas modalidades de tiempo la vida es infinita y, sin embargo, pasa como un rayo.

En los depresivos, la percepción del tiempo se lentifica; en los períodos de manía, se acelera. Estas experiencias están ampliamente desarrolladas en el libro «El tiempo vivido» de Minkowski.

2. La locura

En «Mrs. Dalloway», a través de su personaje Septimus Smith bucea en las experiencias de su enfermedad. Este personaje es tachado de loco por los psiquiatras guardianes de la normalidad en la época victoriana porque rechazó las normas y las ilusiones que consolaban a los ciudadanos de la sociedad en que vivía.

Septimus es enviado a la guerra (1ª Guerra Mundial.) y allí se le enseña a no sentir, Al volver a casa, los estratos dominantes de la sociedad -sirviéndose del discurso dominante, en este caso científico- tratan de segregarlo y silenciarlo para mantener la normalidad por la que luchó. Según Foucault, existe un conflicto de poder entre locura y razón. La razón sería el discurso dominante, el discurso utilizado por la sociedad para mantener el status quo y la locura sería un intento de trasgresión de este discurso, una especie de rebelión contra el orden dominante.

Septimus Smith tenía alucinaciones visuales en las que todo lo que había visto en el frente volvía a agredir su vista, asociaba toda experiencia con lo vivido en la guerra (por ejemplo,. el sonido de las campanas llegaba a sus oídos como un cañonazo). Septimus también tenía delirios megalomaníacos: únicamente él conocía le significado y el destino del mundo. El delirio de grandeza es un ejemplo de delirio congruente con el estado de ánimo. Además, los mensajes que Septimus tenía que comunicar al mundo («No existe la muerte», «No existe el mal») son ejemplos del principal mecanismo de defensa utilizado por el paciente maníaco: la negación (directamente implicado en la poca conciencia de enfermedad de estos pacientes).

Algunos autores como Minow-Pinkey dicen que la locura de Septimus es una «locura verbal». Este psiquiatra dice que Septimus había perdido la capacidad de distinguir entre significante y significado. Septimus confunde los objetos reales y las palabras. Para él, las palabras no se refieren a ningún aspecto de la realidad, sino que son señales que se refieren a él pero no reconoce como propias.

En «Mrs. Dalloway» Virginia deja entrever su creencia sobre la causa de su enfermedad. Para ella, era el no sentir nada ante la muerte de un ser querido lo que desencadenaba la enfermedad. Por eso, Septimus se psicotiza cuando es incapaz de sentir nada ante la muerte de su mejor amigo en el frente.

3. Virginia y el sexo

Se ha hablado mucho acerca de su orientación sexual, aunque este aspecto no resulta nada claro. Virginia se casó con Leonard en 1912, pero durante toda su vida tuvo relaciones sentimentales de algún tipo con mujeres. El aspecto sexual de estas relaciones es incierto, los críticos coinciden en afirmar que nunca fueron más allá de unas caricias. Hay personas que afirman que hay que ver estas relaciones en el contexto de la búsqueda de una figura materna que acompañó a Virginia desde que perdió a su madre y luego a su hermanastra Stella. Según ella, el hecho de que la mayor parte de esas mujeres fuesen muchos años más mayores que ella apoyaría esta idea.

Hay que destacar la relación de Virginia con su hermana, parecida peligrosamente a una relación sentimental. La relación triangular de Virginia y sus dos hermanos, se repitió en su vida adulta. Ahora el triángulo lo formaban: Virginia, Vanesa y el marido de ésta, Clive Bell. Virginia se interpuso entre Vanesa y Clive al igual que lo hizo con Vanesa y Thoby. De algún modo, Virginia utilizaba a Clive para acercarse a Vanessa En una carta de Virginia a Clive dice «Bésala todo lo que puedas en aquellos lugares que me pertenecen particularmente… el cuello… y el brazo». En una carta de Vanesa a Virginia escribe: «Estoy profunda y apasionadamente enamorada de ti sin ser correspondida»; y Virginia a Vanessa: «Gracias a Dios que tu belleza está arruinada, porque así puede enfriarse mi amor incestuoso».

La ambigüedad sexual de Virginia se pone de manifiesto en alguno de sus personajes femeninos. Así Clarissa Dalloway casada con Richard Dalloway, afirma que el momento más feliz de su vida se produjo cuando su amiga Sally Seton (en la vida real su amiga Madge Vaughn) la besó. Foucault dijo que la homosexualidad era una trasgresión, un intento de cambio de las normas establecidas (entre las cuales se incluye la heterosexualidad). Así, Clarissa renuncia a sí misma para cumplir con las normas establecidas por los estratos dominantes. Olvida su feliz pasado con Sally (ya que para ella el precio de la cordura era el olvido) y a cambio decide vivir en una «cama estrecha» en un «cuarto de calidad conventual».

A través del personaje Clarissa Dalloway, Virginia describe su vida sexual como el voluntario retiro de una monja de clausura. La biógrafa Jane Dunn afirmó que su desinterés sexual podía ser una estrategia de supervivencia, ya que el sexo era para ella una intrusión básica en su identidad.

Sus dificultades a la hora de mantener relaciones sexuales son también descritas en su primera obra («Fin de viaje»). La protagonista Rachel Vinrace guarda importantes paralelismos con la escritora: su locura, su suicidio y su frialdad sexual. De hecho se sirvió de sus primeras experiencias sexuales para dotar de contenido a esta obra: Cuando el protagonista masculino la tocaba, su cabeza se esforzaba para no estar allí. Rachel sentía su cabeza, separada del resto del cuerpo, yaciendo en el fondo del mar. Aprendió a embotar sus emociones y apagar las reacciones de su cuerpo ante el deseo de un hombre, se quedaba tumbada, fría y quieta como una muerta. La protagonista de la Historia muere antes de consumar las relaciones sexuales en su luna de miel.

La relación de Virginia con su cuerpo es explorada a través del personaje Rhoda de «Las Olas».

Virginia solía tener frecuentes experiencias de despersonalización. Antes de su primer brote, Virginia tuvo una vivencia de este tipo: un día cuando iba a cruzar un charco sintió que no podía cruzar porque «su identidad no estaba». Dice: «Fui arrastrada por el aire, como una pluma y luego cuando volví, fui obligando al pie a cruzar. Regresé con dolor, reintegrándome a mi cuerpo…». Virginia tenía frecuentemente experiencias en que se sentía alejada de su cuerpo y tenía que golpear los nudillos contra algo duro para volver. Ella describe esta experiencia diciendo que su cuerpo estaba como guardado en una milagrosa vitrina impenetrable a cualquier sonido, y la mente, libre de todo contacto con los hechos.

Las experiencias de despersonalización se asocian a menudo a un sentimiento de irrealidad (lo que se conoce como desrealización). Conviene recordar que estas vivencias de extrañamiento son nosológicamente inespecíficas, no son patognomónicas de ninguna enfermedad concreta.

Muchos de los rasgos que presenta Rhoda eran agrupados por Ronald Laing en su concepto de «inseguridad ontológica», detallado en su libro «El yo dividido». Según este autor, la persona que se siente «ontológicamente segura» se siente real y viva, tiene una continuidad en el tiempo y en el espacio, se experimenta como una persona entera diferenciada del resto del mundo, y vive segura dentro de su cuerpo.

Sin embargo, Rhoda carece de prácticamente todas estas características. Carece de continuidad temporal, dice: «no logro que un momento se funda con el siguiente. Para mí son violentos todos, están separados todos. No sé cómo emparejar minuto con minuto hasta que constituyan el todo entero e indivisible al que llamáis vida». No se concibe a sí misma como una entidad separada de otras personas. Rhoda exclama que no es solo una persona. Dice: «Soy muchas personas, no sé quien soy o cómo distinguir mi vida de las suyas». «No hay división entre ellos y yo». La propia Virginia en su diario dice: «Somos fragmentos y mosaicos, no entidades puras, monolíticas y consistentes».

Los problemas de identidad de Rhoda van más allá: ella no se siente real. Cuando se mira al espejo dice: «No tengo cara», «No soy nadie», «no estoy aquí». «Otras personas tienen cara. Están aquí. Su mundo es el mundo real». Por eso, Rhoda imita a los demás buscando una cara, se atrinchera detrás de las acciones y palabras de otros, pero para el lector es imposible concebir a Rhoda como un personaje distinto de los otros.

Al igual que a Rhoda, a Virginia le acompañó un sentimiento perpetuo de extrañeza respecto a su cuerpo. Le resultaba difícil experimentarse a sí misma como alguien real y completa, coextensa con su cuerpo y diferenciada del resto del mundo. Todas experiencias se agrupan en las alteraciones de la conciencia del Yo.

Mención especial requieren los suicidios de los dos protagonistas de «Las olas»: Rhoda y Bernard. Es imposible leer el libro y no recordar el suicidio de la propia Virginia. Ninguno de los dos suicidios se plantea como algo trágico: Rhoda camina tranquilamente hacia el mar mientras se acerca a la marea baja de su vida. Según ella, su muerte es «un retorno natural al mar inmortal del que nunca, en los ritmos de su imaginación, se ha distanciado». En cuanto a Bernard, antes de ir hacia el encuentro de las olas, tiene una fantasía en la que se ve a sí mismo arrastrado por las aguas río abajo. Hay que señalar que la novela se publicó en 1931 (diez años antes del suicidio de la propia Virginia).

Por otra parte, es curioso que fragmentos de la carta de suicidio que le escribió a su marido en 1941, aparecieran ya en su primera novela «Fin de Viaje» (1915). Parece que su forma de morir se estaba gestando en su cabeza desde mucho tiempo atrás. Un hecho de su pasado que podría tener relación con estas fantasías fue el suicidio de una mujer que se ahogó en el lago Serpentine de Hyde Park que presenció siendo niña. En general, se puede afirmar que algunas imágenes de su pasado, jamás dejaron de tener vigencia para ella. Muchos críticos dicen que la enfermedad de Virginia puede entenderse como un viaje hacia un pasado del que nunca logró salir del todo.

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La trampa del lenguaje

En sus últimas obras, Virginia se va dando cuenta de los «fallos» de su sistema defensivo: las palabras, porque como dice su personaje Bernard «La vida, quizás, no se presta a las manipulaciones a las que la sometemos cuando intentamos contarla». Virginia pone en boca de Bernard las siguientes afirmaciones: «Para el dolor se carece de palabras» o «Tampoco las palabras que creamos como última defensa ante la conciencia de nuestra propia muerte sirven».

La verdadera catástrofe de las novelas de Woolf no se produce cuando los protagonistas mueren, sino cuando las palabras la fallan y solo queda la brutalidad de los objetos. En esas circunstancias, los personajes son como niños indefensos sin el refugio de las frases: «Cuando el silencio cae, yo me disuelvo», dijo Bernard. El terror de Bernard cuando las palabras no acuden a la llamada de su boca es similar al de un niño desvalido sumido en la oscuridad. Heidegger estableció la oposición entre la oscuridad (en la ausencia de palabras) y la claridad en presencia de éstas. Samuel Beckett dijo que una palabra no es más que una ofensa al silencio del que está hecho el universo. Cuando las palabras no vienen a la boca de Bernard- y, por tanto, de Virginia- llega un aterrador silencio, un inmenso y silencioso vacío, similar al que existía al principio, cuando el lenguaje no había hecho aparición en la Historia de la humanidad, ya que «Antes que el Verbo fue la Nada».

Esta experiencia de no encontrar la palabra le resultaba familiar, fue lo que experimentó una y otra vez ante la muerte de sus seres queridos: la ausencia es inacomodable al lenguaje.

Por otra parte, se da cuenta de que el lenguaje que utiliza es una ilusión. Utilizamos palabras de otros, el lenguaje nos es dado. A este respecto, la postura de Virginia es similar a la de Kierkegaard o Jaspers quienes piensan que el lenguaje no puede traducir más que la exterioridad de los seres y las cosas, pero es inadecuado para manifestar el fondo del pensamiento. Lacan señala también la imposibilidad de la palabra para representar completamente al ser.

Las anotaciones de su diario a finales de 1940 muestran que el lenguaje se había convertido para ella en una fuente de sufrimiento. Dice: «Todos los escritores son desdichados (…).Los carentes de palabra son dichosos». Esta cita nos hace reflexionar sobre la naturaleza ambigua que tenían las palabras para Virginia en esta época: ella luchaba por acallar el lenguaje de la enfermedad, que extrañamente se manifestaba, al igual que en su obra creativa, a través de palabras. La lucha de Virginia con el lenguaje en aquel momento era la lucha contra unas palabras que no podía reconocer como propias: luchaba por hacerse sujeto de un lenguaje que la objetivaba.

Al final perdió la batalla, perdió todo control sobre el lenguaje. Como dice Bernard «Se encontraba sin cobijo frente a las frases». El lenguaje que antes utilizaba a voluntad para crear las obras que la harían famosa, dejó de ser válido para protegerla de los hechos. Dice: «Las palabras se desploman de repente sobre mí» «Se acumulan a mis espaldas en tales cantidades que sería terrible que no fueran otra cosas que agua enfangada».

Experiencias similares han sido descritas por otros escritores. Así, Sartre en «La Náusea» dice: «Estoy en medio de las Cosas Innombrables. Me encuentro solo, sin defensas, rodeado por ellas…», o en la novela «El innombrable» de Samuel Beckett , donde los ruidos y el silencio y la brutalidad de los objetos ocupan el lugar donde previamente estaban las palabras. También Eugene Ionesco en «La tragedia del lenguaje» expone el alcance de la desintegración del lenguaje. Para éste autor, la desintegración del lenguaje supone la desaparición de la identidad de las personas.

No se puede decir con seguridad qué fue lo que pasó en sus últimos días, sobre todo porque ella fingía estar normal. Ocultó a todos que oía voces. Según cuenta en su diario, al final de sus días los muertos volvieron. En su diario dice: «No es posible acostarse, no hay olvido. Se han roto los correas con que los muertos ataron el fardo de los recuerdos…».

La tarde antes de morir estuvo ordenando los libros de su padre. No sólo volvieron a hablarla sus padres ya fallecidos, sino que también volvieron los recuerdos de George y Gerald como ponen de manifiesto sus cartas.

Narciso, el secuestrador

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El término narcisista proviene de la mitología griega, donde Narciso, un joven que se enamoró profundamente de sí mismo al ver reflejada su imagen en el agua, terminó muriendo ahogado contemplando su propia belleza. “Se trata de un trastorno de la personalidad caracterizado por un exceso de autoestima, falta de empatía y una búsqueda constante de admiración”, explica Rebeca Gómez, psicóloga en el Instituto Europeo de Psicología Positiva. Detectarlos no es, según esta experta, complicado: “Suelen cumplir con los siguientes patrones: un comportamiento egocéntrico, una exagerada creencia de su importancia y fantasías de éxito como inventarse títulos que no tienen o logros que nunca han conseguido”. También es habitual que carezcan de empatía, agrega la psicóloga, “y se aprovechan y explotan a otros para alcanzar sus objetivos”.

El narcisismo puede afectar a hombres y mujeres, aunque ciertos estudios muestran que hay diferencias en la expresión de los rasgos narcisistas. “Por ejemplo, los hombres pueden mostrar más agresividad y búsqueda de poder, mientras que las mujeres pueden enfocarse más en la apariencia física y en la manipulación social”, sostiene la psicóloga haciendo referencia a la investigación Estudio empírico del trastorno narcisista de la personalidad, de José Luis Trechera, Genoveva Millán Vásquez de la Torre y Emilio Fernández Morales.

Joanaina Barceló es educadora social y experta en autoestima, relaciones de pareja y dependencia emocional. La también coach agrega, a todas las características anteriormente citadas sobre la personalidad narcisista, otras: “La necesidad excesiva de ser admirado, son muy buenos explotando las relaciones interpersonales y excelentes manipuladores”. También añade: “Son envidiosos y creen que los demás los envidian por sus grandes virtudes, lo que les hace mostrarse siempre con actitudes y comportamientos arrogantes”.

En el momento que una persona descubre que la otra es narcisista y se lo hace saber, “este hablará mal de ti, te sacará todos tus defectos para humillarte, criticarte y amenazarte, ya que siente menosprecio hacia quienes considera inferiores a él y, desde luego, es incapaz de asumir una sola responsabilidad ante cualquier problema o de inculparse por algo y pedir perdón”, sostiene Barceló. Por supuesto, añade la educadora social, “una persona con desorden de personalidad narcisista nunca reconocerá que es narcisista, por tanto, es otro signo a tener en cuenta frente a alguien que presenta características narcisistas”. En el fondo, continúa, todas estas características vienen “por una falta de autoestima y problemas internos con los que combaten diariamente, con muchos conflictos de confianza en ellos, aunque aparenten todo lo contrario. Por lo tanto, lo que hará que lo reconozcas será su actitud y comportamiento, sus palabras y su falta de empatía o reconocimiento emocional”.

Barceló sostiene que es complicado tener una relación con un narcisista: “Siempre te intentará intimidar, así que lo importante es no temerles, ni caer en sus sortilegios, porque son como encantadores de serpientes. Combatir el narcisismo, especialmente en relaciones cercanas, requiere de muchas actitudes, pero entre ellas está establecer límites claros, mantener una comunicación asertiva, no alimentar su necesidad de admiración o atención y, sobre todo, no responder a llamadas, mensajes o intentos de comunicación, evitar encuentros personales, buscar apoyo en amigos, familiares o profesionales y, en casos de acoso, considerar medidas legales”.

En el plano sentimental, “si hablamos de una expareja narcisista puede suceder lo que llamamos hoovering [del inglés aspirar], esto es que, tras una ruptura y cuando menos te lo esperas, recibes un mensaje o una llamada de tu ex diciendo que no puede vivir sin ti, o que te necesita, y actuará como si nada hubiera pasado”, culmina la educadora social.

En el trabajo, el narcisista no varía demasiado. “En el ámbito laboral pueden exhibir rasgos distintivos muy evidentes como comportamientos dominantes, una obsesión por provocar admiración al resto, falta de empatía y una tendencia a explotar a otras personas de su entorno para alcanzar sus objetivos”, detalla Ana Hernández, experta en gestión de estrés en el ámbito laboral. Además, continúa, “la constante necesidad de atención, exageración de logros y una falta de reconocimiento hacia los demás son señales reveladoras que hacen apuntar de manera directa a perfiles con ese sesgo. Es habitual que tiendan a mostrar una falta de responsabilidad por errores y una tendencia evidente a manipular situaciones para su propio beneficio. Observar patrones repetitivos de desprecio hacia colegas o personas que tiene a su cargo es otra de las señales inequívocas de que tenemos ante nosotros a una persona narcisista de libro”.

Si esa persona narcisista es tu superior en el trabajo, “es esencial adoptar una estrategia centrada y de gran equilibrio interior”, explica Hernández. “La situación ideal es mantener una comunicación clara y directa, basada en hechos y no en opiniones o argumentos interpretables, porque los aprovechará para encontrar motivos suficientes y generar confrontaciones innecesarias”, aconseja.

“Observar a esas personas sin juicios preconcebidos ayuda bastante a la hora de poner filtros sobre esa persona y otra ventaja a la hora de salvaguardarte de su grado de influencia es saber de antemano que tiene la necesidad de reconocimiento y admiración por sus logros. El foco en resultados tangibles y demostrables será una manera de salvaguardar esos límites. Lo ideal es buscar una red de apoyo con colegas y compañeros para crear un entorno de trabajo saludable”, recomienda Hernández.

“La cautela, sin perder autenticidad y fidelidad a los valores de cada uno, y la gestión de expectativas son clave al interactuar con personas de estas características”, sintetiza. Antes de nada, recuerda esta experta en estrés, “la primera propuesta es mantener el equilibrio, no permitir que nuestra amígdala se active, porque si no seremos víctimas de un secuestro amigdalino, donde la única respuesta es una de estas tres: huir, luchar o quedarnos inmóviles. Es decir, ninguna de las tres opciones nos conviene”.

De la luz al pozo y viceversa

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Del sentimiento de "normalidad" al de depresión somática dista sólo un estado de tristeza infinita
Del sentimiento de «normalidad» al de depresión somática dista sólo un estado de tristeza infinita

Helios Edgardo Quintas sufrió una profunda depresión y ha escrito un libro, “Momentos de lucidez. Cómo superé mi depresión”, para ayudar a los que la padecen revelando cómo logró salir del pozo y advertir de que “las posibilidades de contraerla son muy grandes y nadie está libre de padecerla”.

La depresión es una enfermedad que afecta, según la Sociedad Española de Psiquiatría, a entre el 8 % y el 15 % de la población mundial a lo largo de su vida y la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en 2030 será la segunda causa de discapacidad.

Quintas, de 55 años, originario de Argentina y vecino de Cornellà (Barcelona) desde hace 12 años, ha explicado que en 2010 le diagnosticaron una depresión “que casi acabó” con su vida y que uno de los objetivos de escribir el libro es “ayudar a visibilizar la dolencia”.

En “Momentos de lucidez”, Quintas se desnuda emocionalmente y explica con detalles muy personales el proceso por el que pasó durante su depresión al tiempo que enumera distintos síntomas a través de los cuales la enfermedad puede manifestarse, para que los afectados y los que están a su alrededor puedan “comprenderla” y “pasen a la acción”.

Quintas explica lo que supuso el libro: “Un camino para poder ayudar a mucha gente que lo está pasando mal; cuando sufrí la enfermedad hubiera querido tener un libro así”, subraya.

El autor asegura que, aunque “hay cantidad de detalles cotidianos y síntomas descritos en los libros escritos por profesionales, nunca tratan el tema desde el punto de vista de la vivencia”, por lo que decidió escribir “Momentos de lucidez”.

Confiesa que el libro nace de unos primeros borradores redactados durante su tratamiento que le ayudaron a estudiar y a profundizar en el “por qué estaba enfermo”.

Pensamientos negativos

En su libro, el autor describe que cayó en la depresión con “un machaque de pensamientos negativos”, que sentía miedo de ser “un farsante” y que postergaba todo, además de padecer una “ira descontrolada” y enfadarse “por todo”.

“Hacía autocrítica maligna y no escuchaba opiniones”, confiesa Quintas, que sintió “soledad”, “sensación de peligro económico” y sufrió “indecisiones permanentes” con “una amargura constante, miedo y sensación de túnel y de desesperación”.

La pérdida de humor le llevó a estar mal con su familia y amigos, tenía insomnio, ardores estomacales, pérdida de memoria y concentración, le tiritaba la mandíbula, llamar por teléfono se le hacía una montaña, en la ducha le asaltaban los pensamientos negativos y llegó a perder su “plan de vida” para pensar en el suicidio.

Diagnóstico, terapia y tratamiento y hacer frente a su jefe para plantearle la idea de que tenía que dejar de trabajar un tiempo, para tratarse de la depresión fue “una de las pruebas más difíciles” que realizó en su vida, rememora.

“Fue muy duro reconocer que tenía que tomar medicación” para suplementar la terapia conductual que seguía, y que le ayudó a tener una nueva relación consigo mismo y con su entorno, ha recordado.

Desconocimiento de la depresión

Quintas cree que en la sociedad española hay “mucho desconocimiento” sobre la depresión ya que no toda la información se ha transmitido a los posibles afectados, “lo que contribuye a que los pacientes crean que es por su culpa”.

“La depresión ataca a todo el mundo. Es importante ver todas las situaciones de otra forma y es muy importante el apoyo de los profesionales, pero también de la familia y una participación activa por parte del afectado”, sentencia Quintas.

Agradece la labor de los médicos de cabecera, pero reprocha que “tendrían que estar mucho más preparados para detectar” y derivar a los pacientes a los especialistas que van a iniciar el tratamiento o poder “disponer de otras herramientas para la detección” de la depresión.

A un chasquido neuronal de la depresión

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Los problemas graves de comportamiento no necesitan "una catástrofe" en el cerebro previa
Los problemas graves de comportamiento no necesitan «una catástrofe» en el cerebro previa

Para que aparezcan problemas de comportamiento, como ansiedad, agresividad, esquizofrenia o depresión, no hace falta que se produzca «una catástrofe» en el cerebro, sino un ligero desequilibrio entre neurotransmisores, moléculas que permiten el intercambio de información entre neuronas.

Esta es una de las conclusiones de un trabajo realizado en ratones, en el que sus autores, liderados por científicos del Instituto de Neurociencias de Alicante, constatan que detrás de este «desbalance» en el circuito neuronal está el gen Grik4, en concreto un exceso de dosis del mismo.

Para mantener una función cerebral adecuada es necesaria una buena regulación del equilibrio entre la transmisión sináptica -comunicación entre las neuronas- excitatoria e inhibitoria, lo que sería el equivalente al «acelerador y el freno», respectivamente, del sistema nervioso, recuerda el instituto alicantino en una nota.

Esto se logra con la liberación de las dosis adecuadas de sustancias químicas o neurotransmisores de uno u otro tipo -entre ellos, serotonina, dopamina, endorfinas, adrenalina, GABA o glutamato-.

Equilibrio roto

¿Qué pasa cuándo las dosis de alguno de estos neurotransmisores no son las adecuadas? Que el equilibrio en el circuito se rompe y aparecen patologías como la ansiedad, depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar o autismo, explica el investigador Juan Lerma, director del grupo de Fisiología Sináptica del Instituto de Neurociencias -centro del CSIC y la Universidad Miguel Hernández-.

En este trabajo se constata que la sobreexpresión del gen Grik4 afecta a la comunicación neuronal. «Hemos encontrado en la amígdala cerebral -vinculada a la agresividad, emociones, depresión o ansiedad- que la simple sobreexpresión de ese gen en las neuronas que componen el circuito produce un cambio en la eficacia de la comunicación entre esas neuronas», explica Lerma, quien detalla que se trata de una modificación ligera, no dramática, pero suficiente para que aparezcan problemas de comportamiento, «lo que llama la atención».

En concreto, el gen Grik4 es esencial para regular receptores del neurotransmisor excitatorio glutamato -relacionado con la información sensorial, motora y emocional, la memoria, etc-.

Esta investigación apunta que las alteraciones del comportamiento que caracterizan a las patologías como ansiedad, depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar o autismo, pueden tener un mecanismo común: un exceso en la tasa de liberación del principal neurotransmisor excitatorio del sistema nervioso central, el glutamato.

Amígdala cerebral

Y las manifestaciones que caracterizan a cada una de ellas dependerían del área del cerebro afectada por ese desequilibrio, en este caso la amígdala cerebral. «Hemos reproducido en modelos de ratón la duplicación de un fragmento del cromosoma 11, que contiene el gen Grik4, que se sabe ocurre en el autismo, y hemos visto que tiene un efecto en el comportamiento de los ratones semejante al que ocurre en humanos», aclara Lerma.

Los roedores portadores de esta duplicación muestran signos de depresión, ansiedad y alteraciones de la conducta social características de las personas con trastornos del espectro autista.

Aunque se trata de una investigación básica y queda mucho trabajo por delante, «nuestros resultados destacan que la actividad aberrante persistente dentro de los circuitos cerebrales puede ser la base de los comportamientos disruptivos asociados a la enfermedad mental en humanos».

Locos diferentes en ‘un mundo feliz’

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El psiquiatra norteamericano Allen Frances nos presenta un mundo sanitario en el que las empresas farmacéuticas han jugado con la difusa línea de la normalidad para expandir los diagnósticos y convertir a la mayoría de la población en enfermos mentales; en este planteamiento, pide a los pacientes que jueguen un papel más activo
El psiquiatra norteamericano Allen Frances nos presenta un mundo sanitario en el que las empresas farmacéuticas han jugado con la difusa línea de la normalidad para expandir los diagnósticos y convertir a la mayoría de la población en enfermos mentales; en este planteamiento, pide a los pacientes que jueguen un papel más activo

Allen Frances, catedrático emérito en Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Durham, Carolina del Norte, revela en su  libro “¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría” (Ed. Ariel) un complejo panorama de la salud caracterizado por lo que denomina inflación diagnóstica, donde lo diferente significa estar enfermo.

“El problema es que no hay una definición de normal. La normalidad es una construcción social”, señala.

Desde su actividad como presidente del grupo de trabajo del DSM IV (Manual Diagnóstico y Estadístico), donde se clasifican los trastornos mentales, ha podido observar como los límites de la enfermedad mental se han expandido. Ello hace que “mucha gente reciba medicación psiquiátrica que no necesita y gente que la necesita, no tiene acceso a ella”, afirma.

Esta sobrevaloración del paciente no diagnosticado frente al que ha sido definido de forma errónea es fruto de un contexto en el que el poder de las compañías farmacéuticas determina la relación entre médico y paciente.

Las personas son más fuertes de lo que creen

Cada día los ciudadanos se enfrentan a problemas propios de la vida diaria, a los que se suma un entorno de crisis económica, que pueden generar una sensación natural de desmoralización.

Este aspecto no es nuevo, lo innovador es la conversión de los problemas sociales del día a día en trastornos mentales duraderos mediante el marketing realizado por las empresas farmacéuticas.

“Es muy importante que la gente tome conciencia y se informe antes de aceptar un diagnóstico y tomar una pastilla psiquiátrica”, afirma.

Los componentes químicos de una pastilla, si bien son recomendables para enfermos graves con síntomas persistentes, en el resto de personas supone un autoengaño. Si se experimenta una mejora tras tomar una pastilla, se considera que los beneficios son fruto del medicamento, olvidando la importancia de la resistencia humana, el tiempo y el apoyo familiar en la mejoría física y psíquica.

Como señala el psiquiátra Allen Frances, la prueba de ello es que “el rango de respuesta del placebo para los problemas más ligeros es más del 50% y con la medicación la respuesta es de un poco más, sólo un 65%”.

“Un paciente informado es la mejor protección contra la medicina comercializada, no sólo en la psiquiatría sino en toda la medicina”, destaca.

En la configuración del paciente informado, internet cumple un papel importante debido a la cantidad y el acceso a la información, pero a la vez limitado debido a que “esa información está controlada por las empresas farmacéuticas”.

Por tanto, según señala el catedrático Allen Frances, el compromiso de un paciente activo con su propio estado de salud debe considerar la fuente de la información, crear un juicio sobre la enfermedad, hacerse preguntas y trasladas a su médico esperando respuestas “claras y de sentido común”.

El médico, mucha responsabilidad y poco tiempo

Más allá de la profesionalidad de los médicos, el principal problema está en la despersonalización de la medicina, en la que el poco tiempo que pasa el paciente con el doctor impide conocer al primero como persona, convirtiendo la receta de una pastilla en “la forma más fácil para que el paciente salga de la consulta”.

“Hipócrates, el padre de la medicina, dijo hace 2500 años que es más importante conocer al paciente que tiene la enfermedad que la enfermedad que tiene el paciente”, explica.

Frente a este sistema de atención médica, Allen Frances propone la realización de un “diagnóstico escalonado” formado hasta por seis visitas previas a un diagnóstico definitivo, aceptando “la incertidumbre antes que apresurarse y emitir un juicio erróneo”:

Junto a este sistema de evaluación, Allen Frances considera que la salvaguarda de la calidad del sistema sanitario pasa por un control a los profesionales médicos, de tal manera que los que receten medicamentos narcóticos en exceso sean “educados y disciplinados”.

“En Estados Unidos tenemos más muertes por los medicamentos recetados que por las drogas que están en la calle”, señala.

Las farmacéuticas, empresas de salud

Las empresas farmacéuticas son compañías que se deben a sus inversores, cuyo interés se encuentra en generar beneficios. El problema llega cuando un negocio se sitúa en el ámbito de la salud, donde la obtención de más clientes pasa por expandir los diagnósticos de los trastornos mentales.

La búsqueda del beneficio económico a través del marketing y la inflación diagnóstica ha provocado que las empresas farmacéuticas “hayan ido demasiado lejos”, perdiendo la legitimidad de tener entre sus bases la salud de los pacientes.

“Un ejemplo es el medicamento de la hepatitis C, ya que el mismo tratamiento que cuesta en Estados Unidos 84.000 dólares, vale 900 en Egipto”, afirma.

Ante el enorme beneficio de estas empresas, fruto de precios marcados dentro de un monopolio, Allen Frances muestra su esperanza de que esta forma de actuar lleve a un mayor control mediante acciones como controles sobre profesionales que recetan medicamentos narcóticos en exceso, un sistema informático entre farmacias para evitar la venta repetida de medicamentos narcóticos a un mismo paciente, una política social que proteja a grupos de riesgos frente a una medicación excesiva y no convierta los problemas sociales en problemas médicos, un aumento de la crítica periodística sobre los abusos de la práctica farmacéutica y la implicación de las asociaciones profesionales a través de programas como “elegir sabiamente”, que determina que tratamientos se están aplicando de forma inapropiada.

Como señala el propio Allen Frances, el objetivo es huir de la sociedad distópica del libro “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, en la que todos se toman una pastilla de la felicidad cada día, olvidando que “no podemos solucionar cada problema en la vida con un medicamento”.

Películas que mitigan la angustia vital

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Fotograma de Freaks, cinta que fue cortada, censurada, prohibida y denigrada durante décadas
Fotograma de Freaks, cinta que fue cortada, censurada, prohibida y denigrada durante décadas

El cine, además de evasión, reflexión y recreo artístico, puede ayudar a tener una vida mejor, o al menos así lo defiende el escritor y periodista especializado en psicología Francesc Miralles en su libro «Cineterapia», donde a través de 35 películas da las claves de una existencia más satisfactoria.

Con las tarifas que manejan las consultas de psicología, merece la pena intentar esta «Cineterapia», que edita Oniro del Grupo Planeta, y que solo con películas puede aplacar algunos de los males más corrientes del hombre contemporáneo, como la violencia, a través de «A Clockwork Orange», de Stanley Kubrick, o los conflictos de fe con «The Seven Seal», de Ingmar Bergman.

«Dersu Uzala o el cine de Eric Rohmer funcionaban en un tiempo en el que los espectadores tenían más paciencia y ahora pueden estar bien como efecto relajante. Cuando lo que hay es apatía, depresión, estados melancólicos, a lo mejor necesitas una películas más cañera como Trainspotting», asegura Miralles.

«Cineterapia» está lleno no solo de consejos prácticos para la vida, sino de anécdotas cinéfilas jugosas que entretienen por este recorrido entre el celuloide y los estados de ánimo más reconocibles.

Está usted intentando superar un desencanto amoroso? Miralles recita «Eternal Sunshine of the Spotless Mind», de Michel Gondry. «Analiza muy bien por qué pequeños detalles empieza a naufragar una pareja, esa fragmentación de los recuerdos. Plasma perfectamente lo que es un naufragio sentimental, por qué por mucho que se quieran dos personas y lo intenten, a veces pueden más los roces del día a día», explica.

En esta primera sesión, Miralles ya demuestra que lo suyo no es exactamente la autoayuda, sino que asume como innata la insatisfacción. «El ser humano es un animal que necesita el conflicto permanente, cuando no lo tiene fuera lo tiene dentro. La insatisfacción forma parte de nuestra estructura mental y es la que nos ha hecho diferenciarnos de los otros animales», asegura.

Si es usted de los que se quedan paralizados por el miedo, seguramente no ha visto con los ojos de Miralles un clásico popular como «Alien».

«El monstruo que tiene en vilo la película apenas se ve unos segundos y eso es muy significativo de cómo suceden las fobias: ni las vemos ni probablemente van a suceder. Ridley Scott captó muy bien la mecánica del miedo», razona.

Un mal tan cotidiano como el estrés o la saturación de estímulos externos pueden encontrar bálsamo en el cine oriental, en concreto en la cinta coreana «3-Iron», de Kim Ki-duk.

«Alguien que está estresado, que sufra la intoxicación de Twitter, Facebook, teléfonos y ordenadores, se encuentra con una historia muy sencilla y muy poética sin palabras. Una película que te descarga», asegura.

Y así, también analiza los mandamientos de la Iglesia Jedi de «Star Wars», la fuerza del tesón a través de «The Straight Story», de David Lynch, el elogio al diferente en «Freaks», de Tod Browning, o los vínculos familiares a través de «The Godfather», de Francis Ford Coppola.

«Las películas normalmente son analizadas por expertos en cine según sus aspectos técnicos. Hablan de la trayectoria del director, los actores, la fotografía, pero pocas veces se centran los artículos en lo que es la psicología que hay detrás de cada película que, en un nivel básico, se puede aplicar a la vida diaria».

Y, sobre todo, recuerda cómo «el cine es mucho más absorbente que la novela. Una persona que padezca una depresión importante va a ser difícil que se concentre en una novela. Exige del lector un esfuerzo de atención e imaginación, pero cuando te encierras a oscuras en una sala de cine sabes que te apartas de tu mundo», concluye.

La máquina que electrocuta recuerdos

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Primero lo consiguieron en ratones, luego se descubrió un gen esencial para la pérdida de memoria. Ahora, neurocientíficos holandeses han logrado el siguiente paso: dar con una técnica que logra eliminar de la memoria malos recuerdos de forma selectiva. La técnica se basa en la conocida terapia electroconvulsiva (TEC), pero aplicada en un momento concreto. En las pruebas con 42 pacientes ha funcionado
Primero lo consiguieron en ratones, luego se descubrió un gen esencial para la pérdida de memoria. Ahora, neurocientíficos holandeses han logrado el siguiente paso: dar con una técnica que logra eliminar de la memoria malos recuerdos de forma selectiva. La técnica se basa en la conocida terapia electroconvulsiva (TEC), pero aplicada en un momento concreto. En las pruebas con 42 pacientes ha funcionado

Un equipo internacional de investigadores ha constatado en humanos que los recuerdos se pueden borrar de manera selectiva mediante la terapia electroconvulsiva (TEC), aplicada poco después de que los citados recuerdos sean evocados.

Esta es la principal conclusión de un trabajo liderado por Marijn Kroes (Holanda). En él participaron, entre otros, el británico Bryan Strange, director del laboratorio de Neurociencia Clínica, en el Centro de Tecnología Biomédica (Universidad Politécnica de Madrid), y Guillén Fernández, director del Donders Centre for Neuroscience, Holanda.

El experimento se realizó en Holanda con 39 pacientes diagnosticados con depresión y a los que ya se les aplicaba la TEC.

Los investigadores les hicieron aprender dos historias con contenido emocional −una de una atraco y otra de un accidente−, una semana antes de que les fuera aplicada la terapia electroconvulsiva. El aprendizaje de estas historias fue a través de la combinación de diapositivas y una narración, explica Strange.

Llegado el momento de la TEC en el quirófano, los investigadores mostraron a un grupo de pacientes la primera diapositiva, en parte oculta, de una de las historias, justo antes de que recibieran las corrientes del citado tratamiento. El objetivo, evocar sus recuerdos sobre esa historia desagradable que se habían aprendido.

Veinticuatro horas después, los investigadores preguntaron a los pacientes que recordaran ambas historias y constataron que aquellos que recibieron electroconvulsiones presentaron una pérdida de memoria al intentar recordar la historia reactivada antes de la TEC.

«Este experimento demuestra que se pueden disminuir los recuerdos selectivamente», según Strange, y confirma que existe un proceso de reconsolidación de la memoria.

Fases de la memoria

Y es que históricamente la neurociencia ha hablado de tres fases en la memoria: codificación, consolidación y proceso de recuerdo, pero desde hace unos años se ha unido una cuarta, la de reconsolidación.

La primera es el momento del aprendizaje, la segunda es cuando lo aprendido se consolida y la tercera lo que logramos recordar. La cuarta fase, la de reconsolidación, se da cuando un recuerdo ya consolidado es evocado −por ejemplo, un paisaje o un olor nos puede evocar un recuerdo determinado−, y es aquí cuando se abre un período de labilidad o fragilidad en el cual la memoria puede ser modificada por un factor externo, como en este experimento.

Este estudio, según Strange, ahonda en el conocimiento sobre cómo se pueden modificar los recuerdos en el cerebro y podría ayudar a pacientes, por ejemplo, con trastorno de estrés postraumático.

Sentimientos sin rostro

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El autismo no es una enfermedad, sino un síndrome. Es decir: un conjunto de síntomas que se presentan juntos, y que caracterizan un trastorno
El autismo no es una enfermedad, sino un síndrome. Es decir: un conjunto de síntomas que se presentan juntos, y que caracterizan un trastorno

Las personas con autismo presentan problemas a la hora de identificar sus propias emociones, lo que les provoca dificultades también en la relaciones interpersonales y constituye todo un reto con el que convivir.

Aunque esto no quiere decir que no sientan, rían, sufran y se expresen de peculiares formas, las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) sufren de alexitimia, es decir, la «dificultad de ponerle nombre a las emociones».

Precisamente por esto, debe apostarse más por la terapia emocional a la hora de tratar a los pacientes.

Habitualmente se desecha por completo la terapia emocional y en la etapa juvenil y adulta existe una repercusión que parte de una alteración del neurodesarrollo que se manifiesta a muy temprana edad y que se expresa de manera diferente en cada persona.

La características principales son batacazos persistentes en las relaciones sociales, patrones de conducta repetitivos e intereses limitados.

Asimismo, las personas con autismo no tienen problemas de lenguaje, tienen problemas de comunicación.

Existe en ellos una verdadera dificultad para comprender el entorno social, el lenguaje no verbal, el lenguaje verbal, las señas, los guiños, esto que comunicamos con el cuerpo que para todos nosotros es sencillo pero para ellos es sumamente complejo.

Esto se explica porque para relacionarse con gente se requiere una inteligencia dinámica que ellos no tienen tan desarrollada.

En cambio, utilizan la inteligencia estática, esencial para actividades como utilizar la computadora, que habitualmente supone «un refugio» para este tipo de personas.

Con todo, lo predecible -como es el caso de la tecnología- es un alivio para ellos, ya que todo lo que irrumpe en su tranquilidad, como ruidos o cambios bruscos, les perturba.

De ahí este gran interés que ellos muestran en las cosas muy objetivas, muy constantes, los juegos de vídeo, las computadoras, no porque sean súper genios en eso, en realidad es como una especie de refugio donde no les cuesta trabajo estar.

Las personas dentro del espectro presentan un estilo de pensamiento rígido, lineal, con intereses muy restringidos que les arrojan a buscar un tipo de actividades y rutinas que les dan tranquilidad.

Y es que enfrentarse a la interacción social puede provocarles crisis de ansiedad en algunas ocasiones extremas.

Los casos de autismo van en aumento, y ha habido una variación considerable en las estadísticas, que hace 20 años marcaban que una de cada 10.000 personas estaba dentro del espectro autista. Ahora, un niño de cada 160 padece un trastorno del espectro autista.

Estos datos son alarmantes y el incremento puede atribuirse a los factores genéticos predisponentes y los detonantes ambientales que hacen que determinados genes se expresen.

No es que lo provoquen, pero un individuo con esa predisposición genética que está expuesto a todos estos factores ambientales de alta toxicidad puede tener más posibilidades de que esos genes se expresen.

El autismo viene acompañado de una alta frecuencia de problemas médicos concomitantes como alteraciones mitocondriales y alteraciones del sistema inmunológico.

Este trastorno no tiene cura, sin embargo, la calidad de vida de las personas mejora si reciben una atención temprana, personalizada, adecuada a sus necesidades y a lo largo de toda su vida.

La madre del cordero trastornado

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Millones de variantes genéticas comunes en más de 800.000 personas podrían ser factores de riesgo en 25 trastornos neurológicos y psiquiátricos
Millones de variantes genéticas comunes en más de 800.000 personas podrían ser factores de riesgo en 25 trastornos neurológicos y psiquiátricos

Los diferentes trastornos psiquiátricos comparten un gran número de genes de susceptibilidad, mientras que en las patologías neurológicas no psiquiátricas —como el alzhéimer o el párkinson— la genética es mucho más específica, según un artículo publicado en la revista Science.

En la nueva investigación —la más extensa y ambiciosa sobre factores genéticos compartidos en patologías del cerebro— participan Bru Cormand y Raquel Rabionet, del Instituto de Biomedicina de la Universidad de Barcelona (IBUB), el Centro de investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras (CIBERER) y el Instituto de Investigación Sant Joan de Déu (IRSJD), entre más de quinientos expertos de países de todo el mundo.

El trabajo recopila datos sobre millones de variantes genéticas comunes en más de 800.000 personas —entre pacientes y voluntarios sanos— que podrían ser factores de riesgo en 25 trastornos neurológicos y psiquiátricos (esquizofrenia, autismo, trastorno bipolar, depresión severa, TDAH, migraña, alzhéimer, etc.).

Además, abre nuevas fronteras a la investigación sobre las patologías que afectan al cerebro. Por primera vez, se perfila la base genética compartida entre trastornos psiquiátricos y enfermedades neurológicas no psiquiátricas (alzhéimer, párkinson, migraña, etc.), y amplía el foco de interés a rasgos de personalidad que no se consideran trastornos clínicos (inestabilidad emocional, por ejemplo) y a parámetros cognitivos (como el rendimiento escolar).

Los expertos se han centrado en el análisis de variantes genéticas que son frecuentes en la población general —presentes en más del 1% de los individuos—, pero que pueden dar lugar a patologías psiquiátricas o neurológicas en determinadas combinaciones. Las variantes estudiadas son las que afectan a cambios en un único nucleótido del ADN (SNP), que es el más abundante en el genoma humano.

Tal como explica Bru Cormand, “este trabajo nos ayuda a determinar el peso que tienen las variantes genéticas frecuentes en la etiología de las enfermedades del cerebro: es decir, a caracterizar la arquitectura genética de estos trastornos y separar la base genética compartida de las especificidades de cada trastorno”.

Genes y rasgos de la personalidad, a examen

El estudio confirma una fuerte correlación genética entre esquizofrenia, autismo, trastorno bipolar, depresión severa y trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Ahora bien, desvela igualmente que no existe un solapamiento importante entre los factores de riesgo genético de los trastornos psiquiátricos y los de las demás patologías neurológicas.

“Algunos trastornos neurológicos —apunta Cormand— como la epilepsia, el ictus, la esclerosis múltiple, el párkinson o el alzhéimer, tienen bases genéticas muy diferenciadas entre sí y también respecto a los trastornos psiquiátricos. La única excepción es la migraña, un trastorno neurológico que comparte genética con varios trastornos psiquiátricos (por ejemplo, el TDAH, la depresión severa o el síndrome de Tourette)”.

Otro de los elementos más innovadores es la correlación genética establecida entre algunos rasgos de la personalidad —como el neuroticismo, es decir, la inestabilidad emocional— con la mayoría de trastornos psiquiátricos y la migraña. En paralelo, también se han analizado distintas medidas cognitivas tomadas durante la infancia, “por ejemplo, los años de educación recibidos o el rendimiento escolar, que se relacionan positivamente con algunos trastornos psiquiátricos, como el trastorno bipolar o la anorexia, y negativamente con algunos trastornos neurológicos, como el alzhéimer o el ictus”, revela Raquel Rabionet.

Los genotipos se han generado mediante plataformas de análisis genético a gran escala —estudios de asociación del genoma completo (GWAS)— disponibles en España y muchos de los países implicados. “Los datos de partida son millones de genotipos de cientos de miles de individuos”, recuerda Cormand.

“En este tipo de trabajos tan integradores, la principal dificultad radica en la armonización de los datos, en generar un conjunto de datos homogéneo que facilite los análisis posteriores. Por lo tanto es esencial aplicar controles de calidad muy rigurosos”.

Trastorno psiquiátrico y neurológico: una frontera delicada

Durante años, la clasificación de las patologías psiquiátricas no siempre se ha basado en las causas reales de cada enfermedad, a causa del gran desconocimiento sobre la etiología de estos trastornos. Conocer los genes concretos que están implicados en una patología es un avance para mejorar la clasificación (nosología), el diagnóstico y las estrategias terapéuticas frente a la enfermedad.

Hace tiempo que los estudios de gemelos y familiares han permitido determinar que los trastornos psiquiátricos tienen una base genética importante, a menudo superior al 50%. Ahora, gracias a los datos genéticos masivos, es posible identificar genes concretos implicados en estas patologías —el paisaje genético— y abordar la cuantificación del riesgo genético a partir de datos moleculares. Además, la tecnología aplicada permite hacer comparaciones entre trastornos, como es el caso del trabajo publicado en Science.

Encontrar coincidencias genéticas entre diferentes trastornos psiquiátricos indica que, muy probablemente, las fronteras clínicas actuales no reflejan procesos fisiopatológicos diferenciados, al menos a nivel genético. “Esto puede tener un impacto en cuanto a tratamiento, pero aún es pronto para saber cómo podrá incidir todo ello en la práctica, en la elección de terapias. Sin embargo, sí podemos emplear los nuevos datos para clasificar los trastornos en nuevos compartimentos basados en la biología subyacente, lo que es probable que nos ayude a diseñar terapias más específicas y adecuadas”, apuntan Cormand y Rabionet.

“De momento —concluyen—, quizá sería preciso adecuar las clasificaciones diagnósticas actuales en el ámbito de la psiquiatría. Esto no sería necesario en los trastornos neurológicos; en este caso, las fronteras son mucho más claras, tanto entre los diferentes cuadros como respecto a los trastornos psiquiátricos”.

El control de la ansiedad es la mitad del aprobado

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Para muchos estudiantes, el éxito no solo se basa en su conocimiento en ciencias, también en su capacidad para regular las emociones
Para muchos estudiantes, el éxito no solo se basa en su conocimiento en ciencias, también en su capacidad para regular las emociones

Algunos estudiantes experimentan verdadera angustia a la hora de enfrentarse a las asignaturas de ciencias. En el caso de los números, este fenómeno se conoce como ansiedad matemática y tiene mucho que ver con factores psicosociales.

Para saber más sobre cómo afecta este bloqueo en el rendimiento académico, un equipo de investigadores estadounidenses liderado por Christopher S. Rozek, del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford, ha comparado las notas de más de mil estudiantes de secundaria antes y después de hacer ejercicios para controlar la ansiedad.

Según el estudio, publicado en la revista PNAS, al regular el estrés y el miedo los estudiantes de familias con rentas bajas mejoran sus resultados en las asignaturas STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés). No ocurre lo mismo con los alumnos de hogares más ricos, que mantienen sus calificaciones.

“Observamos que los estudiantes de bajos ingresos son más propensos a tener ansiedad antes de los exámenes y son más vulnerables frente las emociones negativas, lo que repercute en su desempeño escolar”, declara a Sinc Rozek.

Para los expertos, esto se debe a que algunos jóvenes de entornos menos favorecidos sienten mayor miedo a fracasar que otros con más recursos que, si suspenden pueden contratar clases particulares o acceder a otras vías para alcanzar el éxito académico y profesional.

“También pesa sobre ellos el estereotipo negativo que señala que los estudiantes con peor situación económica sacan notas más bajas. Tienen más presión porque no quieren que se confirme que eso es así», apunta el investigador.

“En la investigación empleamos técnicas para ayudarles a canalizar sus emociones negativas y a adoptar una visión más positiva sobre el estrés, que puede utilizarse para mejorar el rendimiento”, añade.

Escribir sobre los sentimientos

Para llegar a estas conclusiones, Christopher S. Rozek y sus colegas les pidieron a 1.175 estudiantes estadounidenses de noveno curso (de entre 14 y 15 años), con diferentes situaciones económicas, que realizasen tareas como escribir sobre sus sentimientos antes de los exámenes de finales del primer y segundo semestre del curso de biología.

Estas evaluaciones, las primeras de la escuela secundaria, son especialmente importantes para los alumnos estadounidenses, ya que representan un alto porcentaje de la calificación final del curso.

Según los resultados, solo el 18 % de los alumnos procedentes de hogares con menos ingresos suspendieron las pruebas, frente al 39 % que tenía la materia suspensa antes del experimento. La tasa de fracaso se redujo a la mitad después de que afrontaran los exámenes con una actitud más positiva y calmada.

Si bien los porcentajes pueden variar en función de la escuela, estas cifras muestran que para muchos estudiantes, el éxito no solo se basa en su conocimiento en ciencias, también en su capacidad para regular las emociones.

“La ansiedad es un factor que socava el desempeño de los estudiantes en los cursos de STEM. Los alumnos que tienen presión por sacar buenos resultados no alcanzan todo su potencial. Sus calificaciones no reflejan el conocimiento real y las habilidades desarrolladas durante las clases”, subraya Rozek, que considera importante ayudarles emocionalmente durante los momentos cruciales de sus trayectorias.